Amanece en Fátima y este día partimos para Santiago, no sin antes despedirnos de la Virgen y pedirle amparo bajo su manto, tras hacer una visita al Convento del Cristo de Tomar.
Fundado en 1162 por el Gran Maestre del Temple en Portugal, Gualdim Pais aún conserva recuerdos de esos monjes caballeros y de sus herederos en su cargo, la Orden de Cristo, que hicieron de este edificio su sede.
Bajo el infante Enrique el Navegante, maestre de la orden desde 1418, fueron construidos el claustros entre la girola y la fortaleza de los Templarios, pero las mayores modificaciones se ejecutan en el reinado de Juan III de Portugal (1529-1557).
Arquitectos como Juan de Castillo y Diogo de Arruda procurarán expresar el poder de la Orden construyendo la iglesia que alcanzará su máximo esplendor en la portada principal firmada por Juan de Castillo y las dos ventanas de la fachada occidental, la inferior de Arruda y la superior de Castillo, y los claustros, dos de ellos góticos y seis en estilo renacentista de diseño de Juan de Castillo.
Se trata de una construcción periurbana, implantada en lo alto de una elevación que domina la planicie donde se extiende la ciudad. Está circundado por las murallas del castillo de Tomar. Ambos elementos fueron declarados Patrimonio de la Humanidad el 30 de junio de 1983, además por su notable valor patrimonial, el Convento de Cristo está clasificado como Monumento Nacional (1910).
Para su clasificación como Patrimonio de la Humanidad, la UNESCO se basó en dos argumentos; en primer lugar, el Convento de Cristo representa un logro artístico excepcional por lo que respecta al templo primitivo y a las edificaciones con quinientos años de antigüedad; en segundo lugar, está asociado a ideas y acontecimientos de importancia universal, ya que fue concebido en su origen como un monumento simbólico de la reconquista y se convirtió, en el período manuelino, en un símbolo inverso, el de la apertura de Portugal al exterior, impresionantes motivos náuticos, que nos recuerdan los descubrimientos de ultramar del Reino de Portugal de manos de Vasco de Gama y Bartolomeu Dias entre otros.
Después de comer y recoger a la expedición portuguesa marchamos rumbo a Santiago, en donde el Apóstol nos esperaba.
Era noche cerrada cuando llegamos a Santiago, llovía, la lluvia en Galicia es como una suave caricia que deja las calles brillantes y despierta los aromas de la naturaleza, ¡nunca 500 kilómetros se le habían hecho tan largos a esta peregrina!, una cena calentita y reconfortante nos esperaba en la hospedería, el cansancio hace mella en los cuerpos doloridos ya pasa de medianoche cuando escribo estas líneas y el cansancio cierra mis ojos.
¡BUEN CAMINO, PEREGRINOS!