El Oficio de Tinieblas (Tenebrae) es el nombre que recibe la ceremonia litúrgica que se lleva a cabo los días Miércoles, Jueves y Viernes Santos al caer la tarde.
Se trata del rezo dela Liturgia de las horas, maitines o laudes, según el breviario romano tradicional, que en Semana Santa se adelantaban a la tarde de la víspera con tal de no interferir en los oficios solemnes que correspondían al Triduo Pascual, dado que la recitación íntegra del breviario era obligatoria so pena de pecado.
De esta manera, este servicio se anticipaba y cantaba poco después de completas, es decir, alrededor de las 15.00 de la víspera del día al cual pertenecía, pudiendo postergarse hasta las 16.00 ó 17.00 para facilitar la asistencia de los fieles que debía apresurarse a concurrir a él después de acabadas sus ocupaciones.
Al celebrarlo al declinar el día en el hemisferio norte, tenía la peculiaridad de hacerse en la oscuridad, en medio de las «tinieblas» de comienzos de primavera, de donde proviene su nombre.
En este oficio se dispone de un candelabro especial de forma triangular, llamado tenebrario, que desde la reforma de San Pío X tiene obligatoriamente quince velas o cirios amarillos que representan a los once apóstoles que permanecieron fieles tras la traición de Judas Iscariote, a las tres Marías (María Salomé, María de Cleofás y María Magdalena) y a la Santísima Virgen, esta última a través de un cirio más destacado que los otros.
Tanto las luces del templo como los cirios se van apagando uno tras otro tras el canto de los salmos, para que al final quedase encendido sólo el cirio que más destaca (aquel que representa a la Santísima Virgen) al acercarse la muerte del Redentor (los apóstoles lo fueron abandonando y el templo, como símbolo de la Iglesia, va quedando en tinieblas).
Al llegar al último cirio, se canta el Miserere [Salmo 50 (51)] en perdón por las faltas cometidas y el cirio se sitúa en la parte posterior al altar ocultándolo de la vista, como símbolo de la entrada de Jesús en la sepultura y la permanencia de la Iglesia en espera de la Luz de Cristo que surgirá en la Vigilia Pascual, volviendo a iluminar paulatinamente las iglesias.
Terminado el Miserere, el clero y los fieles producen un ruido de carracas y matracas (las mismas que se usan en la Misa del Jueves Santo), que cesa dramáticamente al aparecer la luz del cirio oculto detrás del altar, para simular las convulsiones y trastornos naturales («la tierra tembló, y se partieron las piedras”, dice Mt 27,51) que sobrevinieron al ocurrir la muerte de Jesucristo en la cruz elevada sobre el Gólgota. Este ruido final tuvo su origen en la señal dada por el maestro de ceremonias (generalmente con la mano y sobre una de las gradas del altar o sobre algún banco cercano) para el regreso de los ministros a la sacristía.
La descripción del rito sugiere que el oficio divino de estos tres días era tratado como una especie de servicio funerario, que conmemoraba la muerte de Jesucristo ocurrida el Viernes Santo.
Puesto que Cristo permaneció tres días y tres noches en la tumba de José de Arimatea antes de su Resurrección gloriosa, es también natural que estas exequias debiesen haber venido al final de la semana, para ser celebradas en cada una de las tres ocasiones distintas con las mismas manifestaciones de duelo.
Tal sentido es el que explica el tono del oficio, que parece apenas haber variado durante los siglos del que se escuchaba en las iglesias hasta la reforma litúrgica, caracterizado por ser notablemente luctuoso.
Basta ver la ya referida oscuridad del templo, los salmos, antífonas y responsorios fúnebres, las lecciones extraídas de las Lamentaciones de Jeremías, la omisión de todo himno o doxología (como ocurre con el Gloria Patri o el Te Deum), la presencia de un altar desnudo y de las imágenes cubiertas, la ausencia de música y aun del tintinar de las campanillas (reemplazas por carracas y matracas) y la inexistencia de bendición o rito de despedida.
Esta estructura sugiere un servicio afín a la Vigiliæ Mortuorum: al igual que la brillante iluminación de la víspera de Pascua hablaba de triunfo y de alegría, así la oscuridad de los servicios de las noches anteriores parece haber sido elegida a propósito para marcar la desolación de la Iglesia por la muerte de Cristo.
En cualquier caso, cabe destacar que los reformadores litúrgicos trataron el oficio de estos tres días con escrupuloso respeto, al punto que las lecturas de Jeremías en el primer nocturno, de los Comentarios de San Agustín sobre los Salmos en el segundo y de las Epístolas de San Pablo en el tercero permanecieron hasta la reforma postconciliar tal y como fueron oídas por primera vez en el siglo VIII.
Tras el paréntesis de la Misa de la Cena del Señor, donde el templo vuelve a iluminarse y el altar a cubrirse para rememorar la institución del sacerdocio y de la Eucaristía, aunque permaneciendo veladas las imágenes, la iglesia retorna a las tinieblas y el altar a ser desnudado tras la traslación del Santísimo Sacramento al monumento.
De esta forma, del apagado progresivo de las luces hasta la plena oscuridad que caracteriza el Oficio de Tinieblas viene que en la Vigilia Pascual el templo se encuentre en completas tinieblas al empezar la celebración, oscuridad que se romperá con la bendición del nuevo fuego y la posterior procesión hacia el altar portando la Luz de Cristo resucitado, como canta la liturgia de esa noche (Lumen Chisti glorióse resurgéntis/Dissipet ténebras cordis et mentis), hasta iluminar por completo la iglesia para el pregón pascual.
Hoy en día, tras la reforma del breviario, este oficio ha desaparecido en las iglesias donde se utiliza la forma ordinaria del rito romano: no existe un oficio distinto al de los otros días del año para la Semana Santa.
Sin embargo, dada la singularidad de este Oficio de Tinieblas, se tiende a adaptar las antiguas peculiaridades del rito al ordo de la reforma, con el uso del tenebrario, el apagado progresivo de las luces, etcétera, añadiendo el canto de las lamentaciones que permite la liturgia actual.
Sin embargo, ya no se omiten ni doxologías ni himnos, no hay cantos lúgubres en gregoriano ni se unen todas las horas en una, puesto que las horas que coinciden con las celebraciones de la Semana Santa pueden omitirse derechamente: las vísperas de Jueves y Viernes Santo y el Oficio de Lectura y las Completas entre el Sábado y el Domingo.
A pesar de no tener la carga expresiva de antaño, la Iglesia sigue recomendando vivamente el rezo comunitario de este oficio, según el modo actual, pues la inclusión de los elementos del antiguo ordo ayudan a ver el simbolismo de la luz en la noche de Pascua.
Como es evidente, las congregaciones y parroquias, así como las comunidades que celebran bajo la liturgia de 1962, al amparo del motu proprio Summorum Pontificum de Benedicto XVI, siguen celebrando el Oficio de Tinieblas y lo preservan como uno de los signos distintivos de la Semana Santa. El oficio, con algunas adaptaciones, también existe en algunas iglesias protestantes.
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