Con nuestra edad llenamos la vida de ruidos, de actividad, de querer ser útil, de noticias, de música y todo lo que queráis añadir y nos olvidamos que en el silencio del corazón habla Dios.
Cuando hacemos silencio, cosa que es muy difícil sino se tiene costumbre, nos quedamos a merced del Espíritu que clama en nosotros “Abba” y nos serena y nos ayuda a resolver nuestros pequeños o grandes problemas.
Desde siempre los grandes amigos de Dios, han hecho silencio para escucharle y hacer su voluntad.
Acordémonos de Moisés que recibe las tablas de la Ley en el silencio del monte, apartado de todos aquellos que había sacado de Egipto, o de Elías que en el monte ve la gloria de Dios y recibe su misión…, el mismo Jesús se sube al monte para estar a solas con su Padre.
Santa Teresa decía que “Dios estaba entre los pucheros” pero se retiraba a su celda para estar a solas con Él y repetía a sus hermanas “el Señor no es amado”. Muchos santos se han hecho uno con Cristo como dice san Pablo “no soy yo quien vive en mí, es Cristo quien vive” y han podido hacer milagros o comprender las situaciones de su tiempo con una cierta clarividencia que manaba de ese ser uno con Él.
Nosotros vivimos el hoy lleno de preocupaciones que nos quitan la paz y la alegría que es lo que el Señor ha venido a regalarnos y le echamos culpas a unas cosas u otras y no nos damos cuenta que hemos perdido nuestra conexión directa.
Cuantas veces cuando hemos tenido un problema en la oración hemos visto la solución aunque no pensáramos en ello. Pero ahora que tenemos más tiempo se nos olvida ir a la fuente, vivir con intensidad nuestra relación personal con Aquel que nos ha dado todo, hasta los años y nos ha hecho capaces de conocerle.
Grandes hombres de Dios, que han estado encarcelado por su fe, han descubierto en la soledad de su celda la presencia de Dios y le han dado gracias porque en su vida ordinaria no tenían tiempo y pese a soportar torturas han tenido paz y alegría.
Cuando voy a misa y veo gente tan sería, que se sientan en sus bancos y no se preocupan por el que tiene al lado, no dan testimonio de lo que allí estamos viviendo la entrega de Cristo por cada uno, deberíamos experimentar el gozo de sabernos SALVADOS, y hechos hermanos por la Sangre de Cristo.
Pedimos y le contamos a Dios nuestras cosas pero a veces de una forma egoísta y machacona pero no le dejamos hablar a Él, que llene nuestro corazón de sus delicadezas para que nosotros podamos salir del Templo llenos de Él para compartir con los demás no solo para nosotros mismos.
Disfrutar del silencio, sabiendo que Él esta y tú le escuchas, que quieres hacer su voluntad y no la tuya. Que quieres sembrar a tu alrededor sus frutos PAZ Y ALEGRÍA.
Mercedes Montoya
Presidente diocesana Orihuela-Alicante