El Triduo Pascual es el momento más importante de la Semana Santa compuesto por los días Jueves Santo, Viernes Santo y Sábado Santo hasta la madrugada, cuando se realiza la Vigilia Pascual en víspera del Domingo de Pascua, con el fin de revivir la alegría por la resurrección de Jesucristo.
El triduo se presenta no como un tiempo de preparación, sino como una sola cosa con la pascua. Es un triduo de la pasión y resurrección, que abarca la totalidad del misterio pascual.
El Calendario litúrgico nos dice:
Cristo redimió al género humano y dio perfecta gloria a Dios principalmente a través de su misterio pascual: muriendo destruyó la muerte y resucitando restauró la vida.
El triduo pascual de la pasión y resurrección de Cristo es, por tanto, la culminación de todo el año litúrgico.
Luego establece la duración exacta del triduo:
El triduo comienza el Jueves Santo con la misa vespertina de la cena del Señor, alcanza su cima el Viernes Santo con la celebración de la Pasión de Cristo y cierra con las vísperas del domingo de pascua (Vigilia Pascual en Sábado).
Esta unificación de la celebración pascual es más acorde con el espíritu del Nuevo Testamento y con la tradición cristiana primitiva. El mismo Cristo, cuando aludía a su pasión y muerte, nunca las disociaba de su resurrección.
En el evangelio del miércoles de la segunda semana de cuaresma (Mt 20,17-28) habla de ellas en conjunto: «Lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen, y al tercer día resucitará».
La expresión Triduo Pascual es reciente y se ha empleado desde, aproximadamente, el año 1930 hasta la actualidad. No obstante, en el siglo IV tanto San Ambrosio como San Agustín ya hablaban de “Triduum Sacrum”, para referirse a los tres días en los que transcurren el sufrimiento y la gloria de Jesucristo.
La unidad del misterio pascual tiene algo importante que enseñarnos. Nos dice que el dolor no solamente es seguido por el gozo, sino que ya lo contiene en sí. Jesús expresó esto de diferentes maneras. Por ejemplo, en la última cena dijo a sus apóstoles: «Vosotros os entristeceréis, pero vuestra tristeza se cambiará en alegría» (Jn 16,20). Parece como si el dolor fuese uno de los ingredientes imprescindibles para forjar la alegría. La metáfora de la mujer con dolores de parto lo expresa maravillosamente. Su dolor, efectivamente, engendra alegría, la alegría «de que al mundo le ha nacido un hombre».
Otras imágenes acuden a la memoria. Todo el ciclo de la naturaleza habla de vida que sale de la muerte: «Si el grano de trigo, que cae en la tierra, no muere, queda solo; pero si muere, produce mucho fruto» (Jn 12,24).
La resurrección es nuestra pascua; es un paso de la muerte a la vida, de la oscuridad a la luz, del ayuno a la fiesta. El Señor dijo: «Tú, en cambio, cuando ayunes, úngete la cabeza y lávate la cara» (Mt 6,17). El ayuno es el comienzo de la fiesta.
El sufrimiento no es bueno en sí mismo; por tanto, no debemos buscarlo como tal. La postura cristiana referente a él es positiva y realista. En la vida de Cristo, y sobre todo en su cruz, vemos su valor redentor. El crucifijo no debe reducirse a un doloroso recuerdo de lo mucho que Jesús sufrió por nosotros. Es un objeto en el que podemos gloriarnos porque está transfigurado por la gloria de la resurrección.
Nuestras vidas están entretejidas de gozo y de dolor. Huir del dolor y las penas a toda costa y buscar gozo y placer por sí mismos son actitudes equivocadas. El camino cristiano es el camino iluminado por las enseñanzas y ejemplos de Jesús. Es el camino de la cruz, que es también el de la resurrección; es olvido de sí, es perderse por Cristo, es vida que brota de la muerte. El misterio pascual que celebramos en los días del sagrado triduo es la pauta y el programa que debemos seguir en nuestras vidas.
Fuente: Celebrar la Semana Santa de Pedro Farnés
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Aciprensa