LA CONJUGACIÓN DEL VERBO ACOGER

Una de las actitudes interpersonales más necesarias, y previas a cualquier otra que pueda darse entre personas, es la acogida. Cada uno es cada uno y, como nos recordaba el profesor de Filosofía en Bachillerato, tiene sus «cadaunadas». Acoger al otro con su peculiaridad, con su salud o enfermedad, con sus talentos y luces y con sus sombras y limitaciones es el primer acto de solidaridad posible. Todos somos un poco como los coches de segunda mano, no olemos a nuevo ni tenemos el motor perfecto. Acoger es lo primero.

La crisis del verbo perdonar

Acoge el médico en su consulta y el administrativo en su mesa de atención al público. Acoge el docente y el dependiente del mercado a su cliente. Acogemos al que saludo o, al que por despiste o sordera, no lo hace. El otro está ahí y recibir su alteridad y diferencia es el primer acto de relación con él. Sabemos lo importante que es sentirnos acogidos, aceptados en nuestra peculiaridad, no juzgados a primera vista, etc. La experiencia nos ha enseñado el valor de la acogida.

En un equipo de fútbol, ahora que estamos al inicio de las competiciones nacionales e internacionales, los jugadores salen y llegan. En el equipo repercute positivamente que los recién llegados hayan sido acogidos y se sientan formar parte del grupo. Así en los equipos de trabajo e incluso en los grupos de amigos al que se invita, por alguna circunstancia, a un nuevo miembros una tarde de paella o de chuletada. Si te acogen cesan los complejos y las dificultades.

Contra este acto inicial de relación interpersonal está el prejuicio enfermizo y la actitud de superioridad incapaz de reconocer que toda persona tiene algo bueno y bello que mostrarme. Nadie es tan absolutamente descartable que no tenga algo en lo que nos supere a cualquiera. Así nos enseñaba el viejo profesor de psicología en la carrera: “Todos tienen algo en lo que me superan; yo tengo algo en lo que supero a cualquiera”. La sana autoestima lleva incrustada en su anverso el sano reconocimiento ajeno.

¿A qué viene todo este discurso de alteridades y acogidas interpersonales? ¿Acaso es necesario repetir lo obvio? ¿Por qué recordar lo que el sentido común nos muestra sin dificultad? Porque las obviedades necesitan ser expresadas y actualizadas de vez en cuando. Como el afecto mutuo o el amor de pareja necesita ser oído de vez en cuando. No vale con aquello de “(…) ella ya sabe que la quiero”.

Además, se trata de un tema en el que todos necesitamos afilar el lápiz y mejorar un poco. Porque en una sociedad marcada por el individualismo, lo que apele a alteridad y empatía es siempre un mensaje bienvenido. Lo que nos despierte para mirar el bien que cualquier persona encierra para los demás, es bien recibido. Porque los problemas de soledad social comienzas a solucionarse colocando la sudadera de la acogida sobre nuestros hombros. Porque no siempre es tan obvio como creemos el fenómeno de la acogida.

No está bien decir de boquilla y sin consentirlo afectivamente “bienvenido; encantado de conocerte o de saludarte”. Si no lo sientes, mejor te callas.