LA ESPERANZA EN BENEDICTO XVI

Facundo Lopez San Juan, Consiliario Diocesano de Vida Ascendente en Jaen el 11 de diciembre de 2008 publicaba en su blog esta entrada acerca de la encíclica “Spe Salvi” .

Estamos en Adviento, tiempo de esperanza. Hace un año, en la víspera del Adviento, se hacía pública la segunda carta encíclica de S.S. Benedicto XVI. Su nombre “Spe salvi”; su tema central la esperanza.

Todos aquellos comentaristas que se han acercado a la misma sin prejuicios y con profundidad de miras han sabido valorar este enorme regalo del Papa a nuestro mundo y a nuestra Iglesia actual, en unos momentos en que la humanidad avanza a pasos agigantados, a veces sin orientación y a tientas ante lo que está por venir.

Benedicto XVI se convierte con la misma en un testigo de esperanza, -de la esperanza cristiana-, que abre sus puertas a toda la humanidad, para señalar un horizonte y un camino. El Papa intelectual y teólogo rebusca en el fondo de su experiencia humana y cristiana a la luz del Nuevo Testamento, de la vida de los santos, de la filosofía y de la historia humana reciente esos caminos de la esperanza, tan necesarios en estos tiempos. Sin esperanza no se puede vivir, estaríamos abocados a la nada y a la desesperación. Triste realidad para una sociedad que ha alcanzado tan altas cotas de progreso y bienestar, y que sin embargo se niega a reconocer su “vacío”, y que ha hecho del relativismo y del pensamiento débil una bandera. Para los cristianos en cambio hay un futuro, una esperanza firme asentada en el amor de nuestro Dios, mostrado en Jesucristo.

El papa comienza haciendo una afirmación tajante: “el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino”. (SS 1). El Papa nos invita a encaminarnos hacia esa meta y a esforzarnos en el camino.

¿En qué consiste esta esperanza, tan grande, tan fuerte y tan «fiable» que nos hace decir que en ella encontramos la «salvación»? Esencialmente, consiste en el conocimiento de Dios, en el descubrimiento de su corazón de Padre bueno y misericordioso. Jesús, con su muerte en la cruz y su resurrección, nos reveló su rostro, el rostro de un Dios con un amor tan grande que comunica una esperanza inquebrantable, que ni siquiera la muerte puede destruir, porque la vida de quien se pone en manos de este Padre se abre a la perspectiva de la bienaventuranza eterna. Esa es la gran tesis de Benedicto XVI en la primera parte de la encíclica.

Tras descubrir el gran valor de la esperanza y su relación indisoluble con la fe que lleva al cristiano a una caridad activa y a un cambio en la vida, el papa afirma “quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una nueva vida” (SS 2) y ve la concreción de esta afirmación en la vida de los santos. En ese sentido hay una auténtica liberación personal que insta a un cambio de la sociedad “desde dentro” en la vivencia de unas relaciones nuevas de fraternidad.

A partir de ese momento el Papa confronta la esperanza cristiana con las esperanzas que han intentado aportar las distintas corrientes filosóficas y políticas en la modernidad desde el s. XVI a nuestros días. Parte de una de las críticas que a lo largo de la historia reciente se ha hecho a la esperanza cristiana es el lastre de su individualismo. El Papa se entrega a deshacer ese malentendido porque no corresponde a la realidad del evangelio ni de la vivencia cristiana que habla con convicción de las implicaciones sociales de la esperanza. A partir del número dieciséis hace un recorrido breve, pero bien articulado, del desarrollo en la filosofía de las ideas de ciencia, progreso, libertad y razón que han intentado sustituir la virtud de la esperanza. Esas ideas nacen en el seno del cristianismo y tienen mucho que ver con su matriz cristiana, como ya a principios del s. XX puso de relieve entre otros Emmanuel Mounier, pero fuera de esa matriz han decaído, principalmente con el marxismo, en una “destrucción desoladora” (cf. SS 21).

El papa invita a una autocrítica de la edad moderna y también a una autocrítica del cristianismo moderno, que aclare el sentido más genuino de esas ideas y lleve a un diálogo constructivo de la fe y el pensamiento moderno. El cristianismo en ese sentido tiene mucho que aportar al hombre de hoy.

La segunda parte de la Encíclica la dedica Benedicto XVI a meditar en los “lugares” de aprendizaje y ejercicio de la esperanza, como son la oración, acción y el sufrimiento y la fe en las realidades últimas. Aquí el papa utiliza un lenguaje más religioso y doctrinal, con una profundidad y belleza extraordinarias. Invito a todos a la lectura meditativa y sosegada de esta parte.

Una de las claves hermenéuticas para entender el mensaje de Benedicto XVI, no sólo en esta encíclica, sino en todo su magisterio e incluso en su obra teológica, es su cristocentrismo. Cristo es la luz que ilumina toda la realidad del hombre, también el motivo de la esperanza. Cristo es la verdadera imagen de Dios, -el papa insiste en esta idea-, y por ende el motivo y el sentido de nuestra esperanza, esperanza especialmente para los que más sufren. “En Él, el Crucificado, se lleva al extremo la negación de las falsas imágenes de Dios. Ahora Dios revela su rostro precisamente en la figura del que sufre y comparte la condición del hombre abandonado por Dios, tomándola consigo. Este inocente que sufre se ha convertido en esperanza-certeza: Dios existe, y Dios sabe crear la justicia de un modo que nosotros no somos capaces de concebir y que, sin embargo, podemos intuir en la fe”. (SS 43)

Con san Pablo podemos afirmar que Cristo es nuestra esperanza (1 Tim 1,1). El papa afirma: “Dios es el fundamento de la esperanza; pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto.” (SS 31). La mayor prueba del amor de Dios por nosotros es el regalo que nos ha hecho en su Hijo y la entrega de éste a la muerte por nuestra salvación (Jn 3,16; 15,13). Ese es también el fundamento firme de nuestra esperanza. Concluyo con palabras del mismo Benedicto XVI, palabras dignas de meditación para este Adviento: “El verdadero pastor es Aquel que conoce también el camino que pasa por el valle de la muerte; Aquel que incluso por el camino de la última soledad, en el que nadie me puede acompañar, va conmigo guiándome para atravesarlo: Él mismo ha recorrido este camino, ha bajado al reino de la muerte, la ha vencido, y ha vuelto para acompañarnos ahora y darnos la certeza de que, con Él, se encuentra siempre un paso abierto. Saber que existe Aquel que me acompaña incluso en la muerte y que con su «vara y su cayado me sosiega», de modo que «nada temo» (cf. Sal 22,4), era la nueva «esperanza» que brotaba en la vida de los creyentes.” (SS 6).