LA RELIGIOSIDAD POPULAR Y LA TRANSMISIÓN DE LA FE

LA RELIGIOSIDAD POPULAR Y LA TRANSMISIÓN DE LA FE

 Charla al grupo de Vida Ascendente (3-10-23)

Baldomero Rodríguez

INTRODUCCIÓN

El tema que ocupa la reflexión de este encuentro de Vida Ascendente, según el programa establecido, es: “La Religiosidad popular y la transmisión de la fe entre las generaciones”. Su formulación nos lleva a establecer estos objetivos, que diseñan la estructura de la ponencia:

 

–    Reflexionar sobre la religiosidad popular como experiencia pastoral fundamental en la vida            cristiana y como ámbito y plataforma de educación de la fe. Analizaremos, por tanto,  el       fenómeno religioso: su naturaleza y su dimensión         de fenómeno humano e histórico.

 

 

–    Y, segundo, destacar y valorar el rol educativo que en este sentido pueden y deben       realizar las personas mayores. Ciertamente, la educación cristiana se lleva a cabo, de           forma ordinaria, en un contexto de “religiosidad popular

 

 

  1. VALORACIÓN TEOLÓGICO-PASTORAL DE LA RELIGIOSIDAD POPULAR

 

Iniciamos esta primera parte formulando una pregunta retórica que encuadre el tema: ¿Es la RP un fenómeno antropológico, que ha existido siempre en la humanidad? Dos cuestiones subyacen en la pregunta: si se puede hablar de la religiosidad popular como un fenómeno humano, que forma parte de la naturaleza humana; y si es un fenómeno histórico, esto es, si su presencia ha sido constante en la historia de la humanidad.

 

  • NATURALEZA DE LA R.P: ¿QUÉ ENTENDEMOS POR R.P.?

 

El universo religioso de la persona lo constituye el conjunto de actitudes, experiencias, manifestaciones, expresiones, etc. relacionado con la transcendencia. Nos referimos, pues,  al conjunto de «expresiones» y «manifestaciones» a través de las cuales el pueblo «cristiano» responde a sus sentimientos religiosos. Pablo VI la llama «piedad popular» y «religión del Pueblo» (EN 48). También cabe hablar de «religiosidad popular tradicional» o «religiosidad popularizada» Aunque cada expresión acentúa matices distintos, para nuestro caso son conceptos válidos. ([1]). En definitiva, entendemos, pues, por “religiosidad” toda actitud de apertura y de relación de la persona con el Ser supremo, trascendente, absoluto…que llamamos Dios o sustituto de Dios.

 

La piedad popular se realiza y visibiliza a través de las mediaciones que el hombre tiene a su alcance, según su naturaleza: la oración, el sacrificio, la ofrenda, el culto, etc. Son, pues, múltiples las formas de expresarse el sentimiento religioso.

 

En este sentido, bien podemos decir que nos encontramos envueltos en un ambiente  cultural-religioso a tenor de las prácticas, ritos, costumbres y manifestaciones que caracterizan la sociedad. Efectivamente: “En la piedad popular puede percibirse el modo en que la fe recibida se encarnó en una cultura y se sigue transmitiendo” (EG 123).

En concreto, los Obispos del Sur hacen una valoración pastoral del sentido e influencia que la religiosidad popular ejerce en la vida cristiana del pueblo:

“Sin duda, uno de los rasgos más característicos de la vida cristiana en las diócesis de Andalucía es la riqueza multiforme de su piedad popular. Sus expresiones acompañan a los fieles a lo largo de su vida terrena, configuran el ritmo de las celebraciones del Año litúrgico y dan forma, incluso, a nuestra geografía, sembrando de devoción a los Misterios de la vida de Cristo, a María Santísima y a los Santos los lugares más emblemáticos de nuestros campos, pueblos y ciudades”[2].

 

 

En definitiva, la religiosidad popular expresa y abarca el ser y sentir de la persona en su apertura a Dios. Su interés pastoral ha ocupado la atención del Magisterio de la Iglesia. Esta es una síntesis de las distintas valoraciones de los Papas:

“…los últimos Papas nos han ayudado a percibir el valor admirable de la piedad popular en la vida y misión de la Iglesia. San Pablo VI recordaba que la piedad popular «refleja una sed de Dios que solo los pobres y sencillos pueden conocer». San Juan Pablo II invitaba a considerar cuidadosamente las formas de la piedad popular «mediante una pastoral de promoción y renovación, que les ayude a desarrollar todo lo que es expresión auténtica de la sabiduría del Pueblo de Dios». Benedicto XVI consideraba la piedad popular como «un precioso tesoro de la Iglesia Católica». Francisco, por su parte, desde el inicio de su pontificado, ha subrayado la fuerza evangelizadora de las expresiones de la piedad popular y ha llamado expresamente a alentarla y fortalecerla…»[3]..

 

  • FENÓMENO ESPECÍFICAMENTE HUMANO

 

En su esencia –como ya hemos dicho- , la “religiosidad” expresa la relación del ser humano con el mundo de la transcendencia, la relación con el “absoluto”, con el “radicalmente otro”, en definitiva, con Dios. La experiencia religiosa, pues, es un fenómeno específicamente humano, esto es, el ser religioso se entronca en la misma naturaleza de ser persona

 

 

De tal manera esta ligazón es tan radical que el origen de la religión va parejo con el origen del ser humano. Afirma el Concilio:

“La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios…Y solo se puede decir  que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador” (GS 19).

 

Como tal fenómeno humano, la dimensión religiosa determina la condición humana. Podemos habla con pleno sentido del “homo religiosus”.

“No es extraño pensar que en la constitución humana misma haya implantada una exigencia de misterio, de plenitud real, de Dios” …Lo cual significa  que la “religiosidad” está “encarnada” en el hombre como las exigencias biológicas, y acaso más profundamente todavía que ellas” …“Así, pues, el ser humano es inevitablemente religioso:  con la dignidad de pertenecer al “Dios vivo y verdadero”, pero también con el riesgo de “hacerse Dios” y convertirse en esclavo de un “ídolo de sus manos” [4].

 

Esta dimensión religiosa está fundamentada en la misma naturaleza y condición del ser humano. La propia experiencia de “creaturalidad” reclama un origen de su existencia. “Todo hombre resulta para sí un problema no resuelto, percibido con cierta oscuridad” (GS 21). La búsqueda de la luz que ilumine tal oscuridad fundamenta la búsqueda del Absoluto.

 

  • PRESENCIA EN LA HISTORIA

 

Una cuestión de especial importancia es responder al interrogante sobre el valor histórico del hecho religioso, es decir: ¿Ha sido y es el fenómeno religioso una constante histórica? ¿Ha existido siempre en la historia de la humanidad? Si hemos afirmado que se trata de un fenómeno humano, cabe afirmar de principio que siempre que ha existido el ser humano ha estado presente el hecho religioso. Por tano, su presencia en la historia es incontestable:

 

“El hecho religioso es una parte de la historia humana. En todas sus etapas encontramos indicios suficientes para afirmar con fundamento la actividad religiosa de los hombres que las han protagonizado. Los historiadores de la religión han renunciado hace mucho a indagar los orígenes empíricos de la religión, es decir, a descubrir el momento en que la humanidad comenzó a ser religiosa, convencidos de que donde existen indicios de vida humana, existen indicios de actividad religiosa” [5].

 

¿Qué decir, entonces, del ateísmo, que es una negación de Dios y, por tanto, de toda experiencia religiosa? Es una pregunta obligada. Hay que reconocer que el ateísmo avanza cada día con más fuerza en la sociedad. Afirma el Concilio:

”Por otra parte, muchedumbres cada vez más numerosas se alejan prácticamente  de la religión. La negación de Dios o de la religión no constituye, como en épocas pasadas, un hecho insólito e individual; hoy día, en efecto, se presenta no rara vez como exigencia del progreso científico y de un cierto humanismo nuevo” (GS 7).

 

A pesar de esta constatación de la extensión del ateísmo en nuestra sociedad, pero teniendo en cuenta, por otra parte, el acontecer histórico, la historia de las religiones, habría que afirmar que el “ateísmo” con su carga de negación de Dios y consecuentemente de la religión es una excepción histórica. No hay constancia de que la humanidad haya sido, en algún momento, arreligiosa en su conjunto, sino al contrario, ni que haya existido etapa concreta histórica que su signo cultural haya sido el ateísmo.

 

 

 

  • RELIGIOSIDAD POPULAR Y EDUCACIÓN DE LA FE

 

  • ¿Favorece la religiosidad popular una auténtica educación de la fe?

 

Asumida la existencia de la religiosidad popular y su carácter envolvente de la vida cristiana, es oportuno plantear la siguiente cuestión: ¿es dicha religiosidad popular un ámbito adecuado para la educación de la fe? ¿Se identifica la fe con la R:P:? ¿Qué relación cabe?

 

Con este planteamiento pastoral pretendemos resaltar que, efectivamente, es un ámbito que favorece la educación de la fe, pero que necesita ser pastoralmente revisada, corregida y “evangelizada” para que responda a su naturaleza.

 

Ya hemos visto que la religiosidad es una experiencia envolvente de la vida del cristiano. Queramos o no, las prácticas religiosas –manifestaciones, expresiones, ritos, sus cultos, sus exigencias morales, etc.- están presentes en la cultura del pueblo y en la praxis cultual de la vida eclesial. Ahora bien, esta presencia de la religiosidad popular en la vida cristiana tiene sus “pro” y “contra”, de los que hemos de ser conscientes, y así nos lo hace ver el Papa:

“La religiosidad popular, hay que confesarlo, tiene ciertamente sus límites. Está expuesta frecuentemente a muchas deformaciones de la religión, es decir, a las supersticiones. Se queda frecuentemente a un nivel de manifestaciones culturales, sin llegar a una verdadera adhesión de fe. Puede incluso conducir a la formación de sectas y poner en peligro la verdadera comunidad eclesial” (EN 48).

 

1.4.2.    Necesidad de revisión y purificación

 

Lógicamente, tal constatación reclama que la RP sea purificada en orden a que pueda realmente ser un ámbito y plataforma de educación cristiana. De ahí que -sigue afirmando el Papa-:

“Bien orientada, esta religiosidad popular puede ser cada vez más, para nuestras masas           populares, un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo” (EN 48).

 

Admitida la necesidad de una revisión y purificación de la RP, hemos de reconocer que constituye una atalaya de confesión de la fe y una plataforma de educación de la fe:

 “Estamos convencidos de que «la piedad popular es una manera legítima de vivir la fe, un modo de sentirse parte de la Iglesia, y una forma de ser misioneros […] En el ambiente de secularización que viven nuestros pueblos, sigue siendo una poderosa confesión del Dios vivo que actúa en la historia y un canal de transmisión de la fe”[6].

 

El Papa Francisco es muy rotundo en la defensa del valor teológico y pastoral de lña reiligiosidad popular. Afirma: “La piedad popular es el sistema inmunitario de la Iglesia. Nos salva de muchas cosas”[7]

 

 

 

RESUMEN:

Como resumen de esta primera parte, afirmamos que el fenómeno religioso constituye una dimensión del ser humano y que su presencia ha sido constante en la historia de la humanidad. Esta dimensión religiosa ha cristalizado y se ha encarnado de formas distintas según las culturas, según los pueblos, según el devenir de la historia, sufriendo ciertamente altibajos en sus manifestaciones.

 

La experiencia nos dice que la respuesta del ser humano a dicho sentimiento religioso, en razón de su libertad, ha sido muy diversa: unos, lo niegan existencialmente: el ateísmo propiamente dicho; otros, lo marginan organizando su vida, de facto, como si no existiera: un ateísmo práctico; están los que se organizan comunitariamente siguiendo a un fundador: las distintas religiones; otros caen en la idolatría, dando tratamiento divino a realidades humanas; etc.

 

Sea cual sea la forma de presencia de los religioso en la sociedad, la realidad es que lo religioso es una factor que dimensiona la existencia humana y, por consiguiente, es una realidad humana que merece ser atendida, o, como dice el Papa: “estamos llamados a alentarla y fortalecerla” (EG 126).

 

 

  1. ROL DE LOS MAYORES COMO EDUCADORES DE LA FE DE LAS GENERACIONES JÓVENES

 

En este contexto pastoral de la religiosidad popular, es importante destacar la figura y función que corresponden a los ancianos en relación a la educación de la fe de las generaciones jóvenes. Reflexionar sobre ello es el objetivo de esta segunda parte.

 

  • DATO SOCIOLÓGICO

Hay que partir del dato sociológico de que la población de los mayores está creciendo cuantitativamente y en longevidad. Su presencia se hace notar más significativamente y su importancia y necesidad se hace notar más nítidamente:

“Todos vivimos en un presente donde conviven niños, jóvenes, adultos y ancianos. Pero la           proporción ha cambiado: la longevidad se ha masificado…” [8].

 

De ahí que el Papa haya dedicado un conjunto de sesiones catequéticas en sus habituales intervenciones de los miércoles, destacando y valorando la figura y misión de los ancianos:

“Por eso, en estas catequesis, yo quisiera que la figura del anciano se destaque, que se entienda               bien que el anciano no es un material de descarte: es una bendición para la sociedad”[9].

La importancia educadora de los mayores con respecto a los nietos aparece con más relieve a partir de la crisis que afecta a la relación padres-hijos por razón de trabajo y otras exigencias sociales. En ese sentido, los mayores ganan terreno y protagonismo en la familia:

“Ante la crisis de las familias, los abuelos, que con frecuencia tienen mayores raíces en la fe cristiana y un pasado rico en experiencias, se convierten en importantes puntos de referencia. De hecho son muchas las personas que deben su iniciación en la vida cristiana a sus abuelos” (DC 126).

 

Descubrir, por tanto, y asumir la importancia y responsabilidad de los mayores y de su función educadora, es una exigencia pastoral que, amén, de ser una respuesta social, es una respuesta eclesial:

“Por eso es muy importante el diálogo en una familia, el diálogo de los niños con los abuelos que            son aquellos que tienen la sabiduría de la fe”[10].

 

  • PAUTAS PARA UNA ACTUACIÓN EDUCATIVA DE LOS MAYORES CON LOS JOVENES

Analizamos a continuación algunas posibles pautas operativas que hagan posible al acción educativa  de los mayores con la generación joven en el contexto de una religiosidad popular presente en al sociedad.

 

Somos conscientes de que se trata de pautas que no siempre son realizables, bien por la situación de la familia o por las mismas circunstancias de las personas mayores. Con todo, pueden valer como sugerencias educativas a realizar donde sean posibles.

2.2.1.    Descubrir el verdadero sentido teolígico de  la piedad popular.

 

Para ello es necesario adquirir una formación religiosa básica. La formación es siempre exigible a cualquier cristiano, que quiera profundizar en su fe. Por supuesto, es más exigible a quienes tengan el deber de educarla. Sin esa formación básica corremos el riesgo acentuar las deficiencias, que conlleva la religiosidad popular, en vez de “ayudarla a superar sus riesgos de desviación” (EN 48).

 

Una acción educativa adecuada, en lo religioso, de los mayores con las generaciones jóvenes goza de un carácter liberador ante posibles costumbres piadosas mal entendidas y practicadas, que es un hecho bastante extendido en la población cristiana:

La nueva evangelización tiene una deuda contraída con las grandes masas de la religiosidad popular que han visto sus conciencias sometidas a esas falsificaciones de la fe y de la moral cristiana, pagando por ello un alto precio de dolor y sufrimiento» ([11]).

 

De ahí que una primera pauta para educar la religiosidad popular sea la de empatizar con ella. Si los mayores no están en sintonía con el verdadero y cristiano sentido de la piedad popular, difícilmente podrán influir positivamente en la educación de los menores:

“Ante todo hay que ser sensible a ella, saber percibir sus dimensiones interiores y sus valores   innegables, estar dispuesto a ayudarla a superar sus riesgos de desviación” (EN 48)

 

 

 

 

 

 

2.2.2. Comunicación y diálogo intergeneracional.

 

Si no hay diálogo interpersonal no es posible la relación educativa. En este sentido, las personas mayores deben llevar la iniciativa en el proceso de comunicación con las generaciones jóvenes. Este esfuerzo por el diálogo, además de crear lazos afectivos, se crea el ambiente adecuado para la educación.

“Una sociedad donde los ancianos no hablan con los jóvenes, los jóvenes no hablan con los ancianos, los adultos no hablan con los ancianos ni con los jóvenes, es una sociedad estéril, sin futuro, una sociedad que no mira al horizonte, sino que se mira a sí misma. Y se queda sola.”[12].

 

Es, pues, la comunicación una tarea imprescindible desde el punto de vista humano y pastoral.

 

 

2.2.3. Testimonio de participación en las actividades cultuales.

 

 

El testimonio visibiliza la actitud religiosa interior. La sabiduría del anciano se transmite no solo por la palabra sino por el testimonio. De ahí el valor educativo que adquiere la participación de los mayores en la vida litúrgica y en los actos de piedad de la Iglesia. La piedad popular ha de ser, pues, una experiencia de los mayores.

“La vejez debe dar testimonio ―esto para mí es el núcleo, lo más central de la vejez―, la vejez   debe dar testimonio a los niños de su bendición: y esta consiste en su iniciación ―hermosa y   difícil― en el misterio de un destino de vida que nadie puede aniquilar. Ni siquiera la muerte.      Dar testimonio de fe ante un niño es sembrar esta vida; también, dar testimonio de humanidad y           de fe es vocación de los ancianos[13].

 

Testimoniar el gozo y la alegría de vivir y celebrar la fe es el lenguaje educativo fundamental. La generación joven debe percibir esta experiencia de vida de los mayores. Afirma el Papa en otro momento:

“Por favor, hagamos que los viejos, que los abuelos, las abuelas estén cerca de los niños, de los jóvenes, para transmitir esta memoria de la vida, para transmitir esta experiencia de la vida, esta sabiduría de la vida.”[14].

2.2.4. Acercar y acompañar a la infancia-adolescencia a las prácticas religiosas.

 

Los abuelos-abuelas son en muchas ocasiones los “embajadores” en la incorporación de los nietos y nietas en la vida social. Cabe, por tanto, que esta función la realice también en relación a las prácticas religiosas.

 

La introducción e incorporación de los menores a la vida litúrgica y a los actos de piedad de la comunidad cristiana es una labor educativa fundamental. Se trata, por supuesto, de una tarea que en nada supone restar protagonismo a los padres, que son los primeros responsables, pero es una actividad educativa que también pueden y deben realizar las personas mayores como colaboración familiar en la  formación catequética de los menores:

“La contribución de los abuelos en la catequesis es importante tanto por el tiempo que pueden dedicar como por su capacidad de animar a las generaciones jóvenes con cariño. Su sabiduría es, muchas veces, decisiva para el crecimiento de la fe” (DC 126).

 

 

2.2.5. Desentrañar catequéticamente el sentido teológico-bíblico de las manifestaciones     religiosas.

 

La riqueza plástica de las manifestaciones o celebraciones religiosas quedaría en simple expresión artística o estética, si no se profundiza en el sentido teológico-bíblico de las mismas. La labor educativa está, precisamente en desvelar el mensaje cristiano que se transmite en tal o cual imagen, en tal o cual escultura religiosa, en tal o cual escena bíblica, etc (v.g. La Santa Cena, la Crucifixión, etc). Es fundamental que los abuelos transmitan a los nietos esa  dimensión cristiana que se encierra en cualquier expresión religiosa para que los menores puedan dar el salto a su verdadero fundamento de fe:

Se entiende, entonces, que el solo ejercicio de ciertas prácticas de piedad no puede ser considerado manifestación auténtica de la fe. La piedad popular, para que sea realmente lo que está llamada a ser, es decir, para que ponga y exprese el afecto de la vida cristiana, ha de armonizarse con la doctrina de la fe de la Iglesia, con su celebración litúrgica, con el compromiso apostólico y misionero en favor de la evangelización y de la transformación del mundo, y con la vida de oración”[15].

 

Por ello, una explicación básica que abra horizontes catequéticos a los menores es la base para que la imagen alcance su verdadero sentido religioso. El Catecismo le llama: “Catequista natural de la comunidad” (CIC 268)

 

 

2.2.6. Iniciación en gestos y palabras de carácter cristiano.

 

La educación cristiana conlleva, como es natural, una iniciación en la práctica cultual: oración, sacramentos, celebraciones de fe, actos piadosos, etc. Esta iniciación es objetivo propio de la catequesis, pero la transciende en su forma sistemática y se convierte en un proceso educativo de la vida ordinaria. Las personas mayores pueden y deben ser auténticos catequistas en la iniciación cristiana, básica y elemental, de los nietos. La iniciación en la oración, la iniciación en los gestos y signos religiosos, iniciación en posturas de respeto ante lo religioso, etc. No olvidemos que la práctica cultual conlleva un aprendizaje de hábitos y gestos que, o son bien aprendidos o corren el riesgo de convertirse en ridículos comportamientos.

“Esta tarea implica la educación  tanto en la oración personal como en la litúrgica y comunitaria, iniciando en las formas permanentes de la oración: la bendición y la adoración, la petición, la intercesión, la acción de gracias y la alabanza” (DC 87).

 

El aprendizaje de las fórmulas, gestos, ritos, etc. son recursos de expresión religiosa necesarios para participar en las celebraciones y demás actos piadosos.

 

 

A MODO DE RESUMEN

 

“Las personas mayores son un patrimonio de la memoria y, a menudo, guardianes de los valores de una sociedad….(DC 266).

 

“La vejez es un tiempo de gracia, en la que el Señor renueva su llamada a apreciar y transmitir la fe; orar, especialmente con la forma de intercesión; estar cerca de los necesitados.

 

Los ancianos, con su testimonio, transmiten a los jóvenes el sentido de la vida, el valor de la tradición y de algunas prácticas religiosas y culturales; dan dignidad a la memoria y a la entrega de generaciones pasadas; miran con esperanza más allá de las dificultades presentes….

 

En particular, pueden asumir tareas catequísticas con los niños, los jóvenes y los adultos, sencillamente compartiendo la rica herencia de sabiduría y fe que han vivido” (DC 268).

 

 [1]   Cfr. B. RODRIGUEZ,  El hombre ante lo religioso, en J.M.PADILLA /Coord), Miscelánea en el cincuentenario  de la creación de la Diócesis de Huelva,  T.I, Diputación Prov. Huelva, 2004, p. 409; Cfr.  J.MARTIN VELASCO, La religión en nuestro mundo, Sígueme, Salamanca, 1978, 170-185; ID, Increencia y evangelización, Sal Terrae, Santander, 1988, 191.

[2]    OBISPOS DEL SUR, La fuerza evangelizadora de la piedad popular, Carta pastoral, 14-junio- 2023, nº 6.

[3]    OBISPOS DEL SUR, La fuerza evangelizadora…, nº 5

[4]    GIORGIO ZUNINI, Homo religiosus, UDEBA, Argentina, 1970, pp 248-250.

[5]    MARTIN VELASCO, J., (1978) Introducción a la Fenomenología de la Religión, Madrid, Cristiandad, p. 299.                  Cfr. KÖNI. F. (Ed), (1964) Diccionario de las religiones,  Barcelona, Herder, v. Arreligiosidad.

[6] OBISPOS DEL SUR, La fuerza evangelizadora…, nº 8

[7] Papa Francisco a los Rectores de santuario (cfr. Ecclesia 9-1-18, p.32).

[8] P.FRANCISCO, Audiencia general, 23-2-2022

[9] P.FRANCISCO, Audiencia general, 23-2-2022

[10] P.FRANCISCO, Audiencia general, 23-3-2022

[11] F. MARTINEZ, La nueva evangelización, Paulinas, Madrid, 1992, 175.

[12] P. FRANCISCO, Audiencia general, 2-3-2022

[13] P. FRANCISCO, Audiencia general, 17-8-2022

[14] P. FRANCISCO, Audiencia general, 15-6-2022.

[15] OBISPOS DEL SUR, La fuerza evangelizadora…, nº 16.