Se puede estar rodeado de gente, y tener responsabilidades tales que nos vinculen con muchas personas, y sentirnos solos. La soledad es, además de una situación objetiva de no estar junto a alguien, una emoción interior que se experimenta cuando una ausencia nos taladra el ánimo y nos desnuda el afecto. Si estar solo es, ordinariamente, duro, sentirse solo es terrible. Ya lo decía el poeta que no hay más fea soledad que aquella soledad acompañada.
El viernes pasado, después de celebrar en la Laguna la Fiesta del Cristo, como cada 14 de septiembre, en un rincón de la ciudad, promovida por la Hermandad del Rosario y la Comunidad parroquial, celebramos la Fiesta de Ntra. Sra. de la Soledad. Es una imagen bonita en su composición artística, pero de una dureza expresiva muy potente. Una mujer joven atravesada por el puñal de la soledad. Seguro que rodeada de los amigos de su Hijo, pero con un dolor que solo se mastica en soledad.
Muchos gobiernos de países de Europa han incorporado a la administración del estado un ministerio de la soledad. Esa soledad no deseada que sufren tantas personas sin familia, de cualquier edad, aunque cebada con las personas de más edad. Es una realidad que se siente como un problema social y que merece de una atención especial. Es una nueva forma de pobreza que, en muchos casos, no tiene que ver con la carencia de recursos materiales. Hay personas tan solas que no tienen a nadie que les ayude, ni siquiera, a traer los medicamentos de la farmacia…
A ese ejército de solos y solas se les puede contemplar detrás de la imagen de Ntra. Sra. de la Soledad de la que antes hablé. Como si todas las soledades cupieran en esa imagen, como describía Antonio Gala de la belleza, que “toda la belleza cabía dentro de una flor”. Más allá de esta mirada, un tanto romántica, simbólica y trascendente, lo cierto es que debemos estar un poco más atentos a aquellos que, estando cerca de nosotros, por cualquier circunstancia, se sienten solos.
Hay soledades buscadas, incluso existe el anhelo de la soledad que nos ayuda a desconectar y descansar. Pero la hermosura de esta soledad contrasta con el agrio dolor de quienes sienten que la lista de pérdidas vitales les ha agujereado el alma hasta vaciarla de ilusión y sentido.
Hace poco leí las conclusiones de una investigación en la que se había evidenciado que tener adecuados vínculos y haber socializado durante la vida era una de las causas naturales de la longevidad. O sea, que estar con gente y general espacios de convivencia conviene a nuestra naturaleza. Somos seres en relación. Precisamente esas relaciones interpersonales son las que convierte el vivir en convivir. Y la convivencia es la forma más humana de vivencia.
No estará mal que, de vez en cuando, miremos alrededor y pensemos si existe alguna persona que necesite nuestra presencia significativa. Porque siempre será verdad aquella frase del libro del Génesis en las que la creación estaba incompleta sin la convivencia humana: “(…) No es bueno que el hombre esté solo (…)” (Gn 2, 18-19).
Juan Pedro Rivero González