Lo escrito, escrito está

Juan Pedro Rivero González es Delegado diocesano de Cáritas Tenerife

“Lo escrito, escrito está”. Así sentenció Pilato a quienes le pidieron que cambiara el rótulo que había puesto sobre la cruz de Jesús. El valor del dato escrito, firmado y sellado, aparecerá muy posteriormente en la historia. Porque el valor del pacto verbal era el supuesto fundamental de cualquier contrato entre personas. No existía registro de propiedades ni medidas de las tierras. Se sabía lo que las partes habían dicho y eso bastaba para que se respetara cualquier acuerdo.

Las garantías sociales que devienen de los registros escritos vinieron a sumar. Primero al contemplar el sello de los nobles en salvoconductos y documentaciones, luego en decretos y expedientes, hasta que los registros de propiedades y civiles fueron dando rostro a lo que hoy consideramos como garantía de propiedad y soporte escrito de cualquier contrato, siempre ante alguien que garantice notarialmente su verdad.

A pesar de ello, no debemos olvidar el valor de la palabra. No todo queda por escrito. Y lo que digo sigue siendo expresión de mi compromiso con la verdad. Hay una nobleza y lealtad que no debe delegarse exclusivamente al escrito notarial. No me imagino a las parejas que comienzan a salir y se comprometen mutuamente llevar ante notario su decisión. El valor de la palabra es ya suficiente. No imagino -aunque todo se andará- que un taxista te cobre por adelantado porque no se fía de que le pagarás al final, o que el cliente le pida un documento escrito y firmado de que le llevará a su destino antes de que arranque el coche. Hay un marco de confianza que sigue siendo espacio de nobleza y lealtad mutua que construye nuestra convivencia social.

Pero ahí yace el problema. En los niveles de la confianza. Esa virtud que genera convivencia tranquila y que, una vez que se pierde, se reconstruye con no poca dificultad. Dicen que “la confianza es la creencia, esperanza y fe persistente que alguien tiene, referente a otra persona, entidad o grupo en que será idóneo para actuar de forma apropiada en una situación o circunstancia determinada”. Si matamos la confianza, morirá la convivencia.

Las personas son siempre dignas. Dignas de ser personas y sujeto de derechos. Pero para ser, además, dignas de confianza, hace falta la nobleza de ser fieles a la palabra dada y responder a las expectativas creadas en los demás. Ser responsables de lo que se ha dicho o prometido. Si esto no se diera, aún siguiendo siendo dignas, dejarían de vestir la extraordinaria capa de la confianza. Y si una persona ya no es dina de confianza se ha apagado la luz de su bondad.

No nos podemos acostumbrar a la mentira, a la media verdad, al electoralismo en el discurso. O se es digno de confianza, o apaga y vámonos. No nos podemos contentar con la apelación de Pilatos, porque también lo dicho dicho está.