Delegado de Cáritas diocesana de Tenerife y Consiliario de Vida Ascendente.
Hay noticias que provocan en nosotros una conmoción como si se rompiera la tierra bajo los pies y temblaran las estructuras que nos configuran. Me dijeron que murió Toni, un joven abogado de 44 años, con quien compartí Junta de Gobierno en la Cofradía de la Sangre y de la Santa Cruz de la Catedral de La Laguna. Ese primer contacto me vinculó a su persona, afable y abierta, como una mesa preparada a acoger un encuentro; a una sonrisa que relajaba cualquier ambiente. Sorpresa es poco para definir la noticia.
Y como en cascada, mi pensamiento recorría la experiencia que estarían viviendo su madre, o su esposa o sus hijos. Una cascada de dolor inevitable. Un tsunami que ahoga de repente miles de ilusiones edificadas en la esperanza de una vida a mitad de camino. Todo se derrumba con tanta facilidad que el aliento se entrecorta y la mente se nos nubla.
Morir es normal, todos lo sabemos. Pero hay muertes que no son normales. Y eso nos sorprende y nos asusta. Y nos hace despertar emociones oscuras como el miedo. Miedo a lo desconocido que conocemos, pero que conocemos desde fuera. Miedo a la muerte o miedo a morir.
Algún amigo tengo que calificaría de incredulidad y de carencia de esperanza en la vida eterna estos comentarios. No es así. Yo creo que hay una realidad de infinitas posibilidades detrás del muro de lo que vemos y tocamos; yo creo que mi anhelo de vivir para siempre es consecuencia de una dimensión trascendente y definitiva de la vida de la que soy consciente; yo creo en el testimonio de Jesús. Pero yo también tengo miedo a morir.
De la misma manera que tengo miedo a tropezar en la oscuridad o a la sospecha de una enfermedad. Hay que quitarle los cascabeles chillones al término miedo y reconocer que es una emoción real que se despierta en nosotros ante un mal, presente o futuro, real o posible, que afecte a nuestras seguridades actuales. Tener miedo es normal.
Cuando hablo de Jesús, me refiero al de Nazaret. Aquel que, sabiendo que iban a tratarle mal al final, y que los clavos acariciarían con saña su carne, sudó angustia y macó el duro bocado del morir en la soledad de un huerto. Sentir miedo, angustia, etc. es normal. Lo extraño es sentir atracción y deseo a padecer y morir porque nos sitúa en la zona de confort del masoquista o del suicida.
Y este miedo, natural y humano, no resta un ápice a la esperanza, a la confianza, a la espera activa de una vida plena. Hace muchos años, otro de mis amigos, me preguntaba cuál sería la respuesta imaginaria de un bebé que está por nacer: ¿Quieres nacer o no? Y añadía con imaginativo relato: “¿Nacer? ¿Estás loco? Aquí no necesito respirar para vivir. No necesito ni comer ni hacer caca. Aunque estoy desnudo no siento ni frío ni calor: estoy a la temperatura precisa. No tengo ninguna dificultad física. No; déjame tranquilo que no sé lo que me espera después del parto”.
La tradición cristiana llama dies natalis al día de la muerte. Es una imagen elocuente de una esperanza grande que anida en el barrunto de nuestra autoconciencia y que coincide con las promesas de Cristo. Pero saber esto no nos plancha las arrugas del miedo en la camisa del alma.
Recibe, Toni, amigo, este elogio fúnebre, porque despertaste en todos nosotros esta humana emoción que llamamos miedo.