¡OH, QUÉ BUENO, QUE DULCE HABITAR LOS HERMANOS TODOS JUNTOS! SAL 133,1

Que maravilloso que Dios nos haya hecho hermanos. Podía haber hecho cualquier otro parentesco pero como somos hijos del mismo Padre nos hace hermanos.

Casi todos tenemos la experiencia de lo difícil que es la convivencia con nuestros  hermanos de carne cuanto más con los hermanos en el espíritu pero seguramente que de ellos hemos aprendido y han sido nuestra guía para ser mejores personas.

Parémonos a pensar: Sin darnos cuenta nos enseñaron a cuidar unos de otros,  de tal manera que siempre sabíamos que estaban allí o que teníamos que echar una mano. Aprendimos a salir de nosotros mismos sin darnos cuenta y nos dio un bienestar que no hemos podido olvidar.

Aprendimos a ser pacientes, ¿qué no puedes hacer y esperar por un hermano? El hecho de que no todo es como uno quiere y cuando uno quiere es una realidad que se aprende con los hechos consumados. Podemos tomarnos todo a la tremenda, podemos dramatizar, podemos generar el mayor caos jamás visto,  pero lo que está claro es que si necesitamos un gesto apaciguador siempre podrás recurrir a tu hermano o hermana.

A superarnos a nosotros mismos, con los hermanos las cosas hay que ganárselas hay una especie de competencia que te hace sacar lo mejor de ti mismo y compartiendo has aprendido de tus errores y de los del otro, como de los éxitos y disfrutarlos como propios.

Aprendes a compartir todo, tanto lo material como lo inmaterial: padres, tiempo, juguetes no hay nada para uno mismo en exclusive,  aunque lo intentes antes o después terminas por replantearte hasta tus propias prioridades. Pero tener alguien con quien compartir alegrías o penas no tiene precio.

Los hermanos viven fuera del tiempo concreto, pues pese a los años siguen compartiendo momentos de broma, recuerdos, alegría o penas. El amor fraterno dura por siempre.

A trabajar en equipo y a negociar, no somos el centro de la vida y eso es duro de aprender. De hecho, la clave de nuestro éxito está precisamente ahí, en aprender a cooperar y en entender que no hay fuerza más poderosa que el entendimiento y la unión por un objetivo común.

Vivir con hermanos te enseña que las diferencias siempre se pueden salvar si pones el empeño en ello y estas dispuesto a ceder, desde la niñez el ejercitar estos valores con nuestros hermanos nos hace comprender “que la unión hace la fuerza”

Creo que la complicidad de las miradas de perdón con tus hermanos no son comparables a nada. ¿Cuántas veces hemos oído eso de “haced las paces o…”? Esta amenaza no te hacía estar para nada convencido o convencida de que tu hermano/a mereciese tu perdón pero acto seguido te dabas la mano para cumplir el expediente.

Los hermanos te enseñan que no hay distancias insalvables entre dos personas que se quieren, ni de niños ni de adultos.

La relación entre hermanos te enseña a amar sobre todas las cosas, te enseña a adorar a alguien que no te dice lo que quieres oír, que te incordia, que te hace enfadar, que te quita tus cosas, que quiere lo que tú quieres, etc.

Puede que dos hermanos se distancien en diferentes momentos de su vida, pero siempre serán esos amigos incondicionales que no ha sido necesario escoger.

Tú darías la vida por tu hermano y tu hermano daría la vida por ti. Da igual lo que ocurra, la complicidad permanece ante las dificultades. De hecho, en los momentos difíciles, un hermano o una hermana pueden llegar a convertirse en lo más parecido a un superhéroe o a una superheroína.

Extraído del libro “7 lecciones de vida que nos enseñan los hermanos”. Raquel Aldana)

Cuando leí este libro me pareció maravilloso compartirlo,  porque sin saberlo nuestros hermanos nos han enseñado a serlo y a serlo como el Señor quiere que seamos. Que nuestra convivencia sea una manera de tener el cielo en la tierra. Si somos capaces de mirar a los otros como Dios nos mira con ternura y misericordia como dice el Papa Francisco empezaremos a vivir el Reino.

Mercedes Montoya Diaz