Juan Pedro RIvero González es Delegado de Cáritas Diocesana de Tenerife.
En cada cara hay un rostro. Y las mayores distancias acontecen cuando le damos la espalda al otro. La cercanía y el rostro son caras de la misma moneda.
Cuentan que caminaban dos personas por el campo dando un paseo. Disfrutaban del ambiente, del clima y del sol que iluminaba el horizonte vegetal. De repente, algo se movió a lo lejos. Y así lo comentaron: “algo se mueve allá”. Decidieron acercarse y, mientras lo hacían, uno comentó que seguro se trataba de un animal. Conforme se acercaban, comenzaron a ver una figura humana que andaba también en dirección opuesta. De pronto comentó el otro: “¿No es ese Javier?”. Todas las afirmaciones que hicieron hasta Javier eran verdad. Pero la cercanía convirtió algo en Javier
Así son las cosas: El paso que va desde el “algo” hasta “Javier” lo recorre la cercanía. De lejos todos son objetos. En las distancias cortas se identifican las peculiaridades. La cercanía ofrece la posibilidad de distinguir un rostro. Y nada es tan peculiar como el rostro. El rostro y el nombre nos hacen ser sujetos.
Esta dimensión antropológica del encuentro y la cercanía se ha visto afectada por la distancia social y la incorporación de la atención por internet en tantos sectores de la vida social. Las reuniones virtuales han generado otra forma de encuentros y un mura, aunque sea transparente, en medio de nuestras miradas. La docencia virtual es una forma de nueva cercanía que, en algunas circunstancias, se transforma en nueva lejanía entre personas.
La afirmación de que el teletrabajo ha venido para quedarse es otro modo de generar distancia y aislamiento individual que puede afectar a los servicios que los oficios están llamados a prestar a la sociedad. Ya hemos escuchado el malestar que ha generado en el servicio bancario a las personas mayores y, por otro lado, lo que la solicitud de cita previa por internet y la atención telemática en los ayuntamientos ha supuesto para las necesidades ciudadanas.
La afirmación “tú eres un rostro que yo necesito contemplar para encontrarme contigo” es profundamente antropológico. Necesario para la comunión. A distancia solo ocurren las guerras y, los avances tecnológicos han distanciado el acierto y la puntería. La Paz se construye en las distancias cortas, y la comunión y amistad social necesitan y merecen contemplar el rostro ajeno.
Pensando en estas cercanías necesarias recordé aquella frase de mi abuelo, tal vez referida a aquella dura época de la emigración canaria a Venezuela que decía algo así como “Amor de lejos, amor de pendejos”. Si le quitamos vulgaridad al dicho, podríamos considera que el amor exige cercanía. No solo el amor de los esposos, sino el amor incluso al enemigo. Nada es tan reconciliador como la anulación de las distancias. Nada es tan cercano como el amar al prójimo.
Esto sí que lo puede arreglar, no solo el médico chino, sino cada uno de nosotros.