SANTOS DE LA SEMANA: SAN BASILIO EL MAGNO Y SAN GREGORIO NACIANCENO

Santos en el cielo, amigos en la tierra, ambos fueron proclamados Doctores de la Iglesia en 1568 por san Pío V.  Por esta comunión de vida en Cristo, la Iglesia recuerda el mismo día a san Basilio el Magno (c. 329-379) y a san Gregorio Nacianceno (c. 329-390), pertenecientes al grupo de los «Padres capadocios», del que forma parte también el hermano de Basilio, san Gregorio de Nisa.

Los Padres capadocios, además de tener en común la procedencia geográfica, se distinguieron por su capacidad de hablar sobre su fe a los intelectuales de lengua griega, a los que mostraron lo perfectamente conciliables que son el cristianismo y una recta filosofía.

SAN BASILIO EL MAGNO. La suya fue una familia de santos, ejemplo excelso de pequeña Iglesia doméstica. Su abuelo murió mártir durante la persecución de Diocleciano, convirtiéndose en el primer santo, conocido para nosotros, del árbol genealógico de Basilio: la Iglesia venera también a sus padres, a su abuela Macrina la Mayor, a su hermana Macrina la Joven, a sus hermanos obispos Gregorio de Nisa y Pedro de Sebaste.

Su abuela Macrina fue fundamental para su educación en las virtudes cristianas: «Nunca me olvidaré de los fuertes estímulos que daban a mi corazón, aún tierno, los discursos y ejemplos de esta devota mujer», escribió sobre ella.

Tras recibir sus primeros estudios en su Cesarea natal, en Capadocia, donde el padre, un rico rector y abogado, fue su primer maestro, Basilio completó su formación en Constantinopla y Atenas: en la ciudad griega fue alumno del filósofo pagano Himerio, junto a Gregorio Nacianceno, con el cual entabló una estrecha amistad.

Cuando volvió a su país, su hermana le exhortó a llevar una vida ascética y Basilio siguió su consejo visitando a diversos anacoretas en Egipto, Palestina y Siria para aprender su manera de vivir.

Esta experiencia le sirvió para redactar dos Reglas, una extensa y otra breve, con el fin de orientar la vida de los monjes retirados en los monasterios que él fundó y que tomaron el nombre de basilios.

Por su enseñanza, que contribuyó a regular sapientemente los ciclos de oración y trabajo, Basilio fue llamado «el legislador del monaquismo oriental»; influyó también en el occidental si pensamos que san Benito (480-547) recomendará a sus monjes que lean, además de a los otros Padres de la Iglesia, la vida y «la Regla de nuestro santo padre Basilio». También fue notable su contribución a la liturgia de Oriente, que ayudó a estructurar y que se conserva aún hoy en el corpus conocido como Divina Liturgia de Basilio el Magno, formado por partes escritas por él o inspiradas en sus obras.

Consagrado obispo en su Cesarea natal, donde fundó una ciudadela para las obras de caridad (llamada por el pueblo «Basiliades») con una leprosería, un hospicio y un hospital, combatió contra los herejes arrianos – que negaban la divinidad de Cristo y gozaban del apoyo del emperador Valente (que dividió la Capadocia en dos diócesis para quitarle influencia a Basilio) – y los macedonianos, que negaban la divinidad del Espíritu Santo.

Respecto a esta última herejía, Basilio escribió un gran tratado teológico sobre el Espíritu Santo, en el que argumentó la consubstancialidad con el Hijo y el Padre, y que dos años después de su muerte será definida de manera explícita y solemne en el Concilio de Constantinopla con la integración del Símbolo Niceno, nuestro Credo, verdadero dique de contención ante las herejías que niegan el Dios Uno y Trino.

Patrono de: Capadocia, Rusia; los monjes basilios, los responsables de los hospitales, los reformadores.

SAN GREGORIO NACIANCENO. Por las cimas alcanzadas gracias a sus discursos teológicos mereció el apelativo de «Teólogo», atribuido hasta entonces sólo a san Juan Evangelista.

Junto a san Gregorio de Nisa fue uno de los participantes principales en el Concilio de Constantinopla (iniciado en mayo del 381), que presidió tras la muerte de san Melecio de Antioquía, aunque dimitió un mes más tarde por las dificultades de mediación entre los herejes macedonianos (que san Atanasio y san Basilio, en los años anteriores, habían intentado llevar de nuevo a la ortodoxia católica) y los obispos fieles como él al Símbolo Niceno, los cuales, a diferencia de los primeros, proclamaban la consubstancialidad del Espíritu Santo con el Padre y el Hijo.

Como su amigo Basilio, también Gregorio había crecido en una familia llena de santidad. De hecho, sus padres, Gregorio el Viejo y Nonna de Nacianzo, son venerados, como también su hermano Cesario y su hermana Gorgonia.

Como Basilio, también Gregorio luchó contra las diversas herejías que atacaban la Divina Trinidad.

Tenía una preparación muy sólida (se había formado primero en Cesarea, en Capadocia; después en Cesarea Marítima, Alejandría y Atenas), alimentada por la oración constante en escucha de Dios, que hacía que fuera brillante en la predicación y escribiendo.

Atraído por la vida monástica, vivió durante un tiempo en un eremitorio fundado por Basilio en el Ponto, pero después tuvo que dedicarse al gobierno de la diócesis en Nacianzo y, más tarde, en Constantinopla, donde pronunció los célebres Discursos teológicos sobre la Trinidad. En esta fase tuvo como discípulo a san Jerónimo, al que ayudó a perfeccionar el griego.

De Gregorio Nacianceno nos han llegado numerosos sermones litúrgicos, un epistolario con 245 cartas y varios elogios fúnebres, entre los cuales el que pronunció en la muerte de san Basilio: «Nosotros dos teníamos un sólo objetivo: practicar la virtud y vivir en vista de la esperanza futura, separados de este mundo antes incluso de dejarlo. […] Cada uno de nosotros lleva un nombre derivado de sus propios orígenes [a Basilio se le llama también “de Cesarea”, ndr], de las propias raíces, de las acciones o costumbres propios; para nosotros, el mérito más grande y el título más alto fue el de ser cristianos y llevar con honor este nombre».

Patrono de: los poetas cristianos