82 RESIDENCIAS DEVASTADAS POR LA DANA Y 6.655 MAYORES AFECTADOS

La DANA del siglo ha devastado a su paso un total de 82 residencias de personas mayores de la Comunidad Valenciana, lo que afecta a nada más y nada menos que 6.655 mayores residentes, según los datos facilitados a 65YMÁS por la Vicepresidencia y Conselleria de Servicios Sociales, Igualdad y Vivienda de la Generalitat Valenciana.

Estos centros se encuentran «en la zona más dañada»: en las comarcas Ribera Alta, Ribera Baja, Camp de Turia, Hoya de Buñol, Los Serranos y, sobre todo, Utiel-Requena y Horta Sud.

En cuanto a los centros con los que la DANA se ha ensañado especialmente, las fuentes consultadas destacan dos: SAVIA, en Paiporta, y Parqueluz, en Catarroja.

En SAVIA Paiporta, 95 usuarios fueron trasladados a otras residencias de la provincia y 17 fueron realojados en una residencia del grupo: SAVIA Albuixech.

Cabe recordar que en este centro se vivió una verdadera tragedia la noche del martes 29 de octubre por la DANA: la riada inundó la planta baja y provocó el fallecimiento de seis mayores, que no pudieron ser rescatados a tiempo por el personal.

Además, la Generalitat resalta el caso de la residencia de Parqueluz, en Catarroja, donde, debido a los efectos de la DANA en el edificio, los residentes tuvieron que ser trasladados: 20 personas han tenido que ser reubicadas en Burriana y 17 en Villahermosa del Río.

Otros centros afectados son: el Centro de Envejecimiento Activo de Alzira y la Residencia para personas mayores dependientes de Carlet. En el primer caso, los daños del temporal han provocado su cierre y hay que resaltar que no se han producido ningún tipo de víctimas porque en el momento de la DANA no había usuarios en el centro.

Recientemente, desde la Generalitat han anunciado que se trasladará a 27 usuarios de la residencia de Aldaia, para garantizar su bienestar tras los efectos causados por la DANA.

Desde la Generalitat se asegura que: «Desde el primer momento se ha establecido una vía de comunicación directa con los centros para la coordinación entre la Conselleria, los servicios de emergencias, sanidad y las autoridades municipales para atender de manera inmediata las evacuaciones y las principales necesidades de medicación, agua, comida o luz».

También señalan que: «En las zonas más aisladas, ha sido fundamental la cooperación de los municipios, de los supermercados, de los servicios de emergencia y de los profesionales sanitarios para poder acceder a los centros y abastecer de comida y medicamentos a las personas mayores o a las personas que padecen enfermedades».

En las residencias más afectadas por la DANA se vivieron momentos de angustia, caos y miedo, tal y como se pudo ver en los vídeos que circulaban por las redes sociales.

Una vez pasado lo peor, los residentes fueron trasladados, como ocurrió en SAVIA Paiporta y, en los centros menos afectados, la solución pasó por ubicarles en las plantas superiores, mientras se tratan de habilitar las partes bajas que se inundaron.

«Por ejemplo, en Massanassa y en Sedaví, han llevado a los usuarios a la planta de arriba y están en sus habitaciones», explica a 65YMÁS la responsable de Dependencia de la Federación de Sanidad y Servicios Sociosanitarios de CCOO en Comunidad Valenciana (@Sanitat_CCOOPV), Ana Sánchez.

Además, señala, el personal estaría haciendo esfuerzos importantes estos días para atender a los usuarios, si bien no todos han logrado ir a sus puestos de trabajo. «Los hay que no pueden llegar, porque están incomunicados», comenta. Muchos estarían «doblando turnos», apostilla.

Coincide con Sánchez José Marchante, responsable del sector sociosanitario y dependencia de UGT (@UGT_Comunica) en la Comunidad Valenciana.

«El problema que nos encontramos es que hay gente que trabaja en los centros que es de fuera. Y, o no ha podido salir, o no ha podido venir, o se ha quedado. Ha habido una sobrecarga de trabajo», denuncia.

Por su parte, la Asociación Empresarial de Residencias y Servicios a Personas Dependientes de la Comunidad Valenciana (AERTE) asegura que la situación de las residencias en la zona afectada por la DANA, a excepción de la de Paiporta, en la que fallecieron seis mayores, es de «normalidad».

El presidente de Aerte, José María Toro, afirma que los desperfectos se concentran en la planta baja, donde suelen situarse las cocinas, despachos, y almacenes de material y salas comunes, por lo que algunas de ellas han tenido que recurrir unos días a un servicio de cátering o han estado sin luz y sin agua.

Además, Toro indica que hay problemas con la recuperación del gas, porque era «más peligroso» realizarla. Ahora bien, añade «no hay carencia de medicamentos porque las farmacias los están administrando de manera adecuada».

Por contra, detalla que los centros de día sí que están «sufriendo bastante». En este sentido, indica que un centro de alzhéimer y dos de día, en Picaña y Alfafar, están «destruidos». «El agua entró, lo arrastró todo, metió coches, contenedores y árboles dentro de los centros o los vació directamente, y ahora mismo solo queda lodo», se lamentó. «Tardarán unos meses en poder estar operativos y no podrán prestar el mismo servicio a las personas que atendían», advirtió.

Por su parte, el presidente de la Federación Empresarial de la Dependencia (@FEDdependencia), Ignacio Fernández-Cid, informa que cuatro centros de día están cerrados.

Cabe recordar que las personas mayores han sido especialmente afectadas por esta DANA, sobre todo las de más edad –80 o 90 años–, que tenían problemas de movilidad y que vivían en pisos bajos.

A falta de datos oficiales, este diario ha podido contabilizar que al menos 25 de los fallecidos tenían más de 65 años, aunque seguramente sean más.

Por ahora, las autoridades no han dado a conocer cuántas de las más de 200 víctimas reconocidas eran mayores.

65 y mas

LA SANTA DE LA SEMANA: SANTA MARGARITA DE ESCOCIA

De estirpe regia y de santos. Por parte de padre emparenta con la realeza inglesa y por parte de madre con la de Hungría. Los santos son, por parte de padre, san Eduardo Confesor que era su bisabuelo y, por parte de madre, san Esteban, rey de Hungría.

Nació del matrimonio habido entre Eduardo y Agata, en Hungría, con fecha difícil de determinar. Su padre nunca llegó a reinar, porque al ser llamado por la nobleza inglesa para ello, resulta que el normando Guillermo el Conquistador invade sus tierras, se corona rey e impone el juramento de fidelidad; al poco tiempo murió Eduardo de muerte natural.

Pero esta situación fue la que hizo que Margarita llegara a ser reina de Escocia por casarse con el rey. Su madre había previsto y dispuesto que la familia regresara al continente al quedarse viuda tras la muerte de su esposo y, bien sea por necesidad de puerto a causa de tempestades, bien por la confianza en la buena acogida de la casa real escocesa, el caso es que atracaron en Escocia y allí se enamoró el rey Malcon III de Margarita y se casó con ella.

Es una mujer ejemplar en la corte y con la gente paño de lágrimas. Se la conoce delicada en el cumplimiento de sus obligaciones de esposa; esmerada en la educación de los hijos, les dedica todo el tiempo que cada uno necesita; sabe estar en el sitio que como a reina le corresponde en el trato con la nobleza y asume responsabilidades cristianas que le llenan el día. Señalan sus hagiógrafos las continuas preocupaciones por los más necesitados: visita y consuela enfermos llegando a limpiar sus heridas y a besar sus llagas; ayuda habitualmente a familias pobres y numerosas; socorre a los indigentes con bienes propios y de palacio hasta vender sus joyas. Lee a diario los Libros Santos, los medita y lo que es mejor ¡se esfuerza por cumplir las enseñanzas de Jesús! De ellos saca las luces y las fuerzas. De hecho, su libro de rezos, un precioso códice decorado con primor —milagrosamente recuperado sin sufrir daño del lecho del río en que cayó— se conserva en la biblioteca bodleiana de Oxford (Inglaterra).

También se ocupó de restaurar iglesias y levantar templos, destacando la edificación de la abadía de Dunferline.

Puso también empeño en eliminar del reino los abusos que se cometían en materia religiosa y se esforzó en poner fin a las abundantes supersticiones; para ello, convocó concilios con la intención de que los obispos determinaran el modo práctico de exponer todo y sólo lo que manda la Iglesia y las enseñanzas de los Padres.

«Gracias, Dios mío, porque me das paciencia para soportar tantas desgracias juntas». Esta fue su frase cuando le comunicaron la muerte de su esposo y de su hijo Eduardo en una acción bélica. Fue cuando marcharon a recuperar el castillo de Aluwick, en Northumberland, del que se había apoderado el usurpador Guillermo. Ella soportaba en aquellos momentos la larga y penosísima enfermedad que le llevó a la muerte el año 1093, en Edimburgo.

Es la reina Margarita la patrona de Escocia, canonizada por el papa Inociencio IV en el año 1250. Pero no pueden venerarse sus reliquias por desconocerse el lugar donde reposan. Por la manía que tenían los antiguos de desarmar los esqueletos de los santos, su cráneo —que perteneció a María Estuardo— se perdió con la Revolución francesa, porque lo tenían los jesuitas en Douai y, desde luego, no salieron muy bien parados sus bienes. El cuerpo tampoco se pudo encontrar cuando lo pidió Gelliers, arzobispo de Edimburgo, a Pío XI, aunque se sabe que se trasladó a España por empeño de Felipe II quien mandó tallar un sepulcro en El Escorial para los restos de Margarita y de su esposo.

    Fuente: http://es.catholic.net/santoral/

CATEQUESIS DEL PAPA. EL ESPÍRITU Y LA ESPOSA. «NOS UNGIÓ Y NOS MARCÓ CON SU SELLO». CONFIRMACIÓN, SACRAMENTO DEL ESPÍRITU SANTO.

Hoy proseguimos nuestra reflexión sobre la presencia y la acción del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia mediante los Sacramentos.

La acción santificadora del Espíritu Santo nos llega ante todo a través de dos canales: la Palabra de Dios y los Sacramentos. Y entre todos los Sacramentos, hay uno que es, por antonomasia, el Sacramento del Espíritu Santo, y es en el que quisiera detenerme hoy. Se trata de la Crismación o de la Confirmación.

En el Nuevo Testamento, además del bautismo con agua, se menciona otro rito, el de la imposición de manos, que tiene como objetivo comunicar visiblemente y de manera carismática el Espíritu Santo, con efectos similares a los producidos en los Apóstoles en Pentecostés. Los Hechos de los Apóstoles relatan un episodio significativo a este respecto. Tras saber que algunos en Samaria habían acogido la palabra de Dios, desde Jerusalén enviaron a Pedro y Juan. «Estos bajaron – dice el texto – y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo; pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo» (8:14-17).

A esto se añade lo que escribe San Pablo en la Segunda Carta a los Corintios: «Es Dios el que nos conforta en Cristo a nosotros y a vosotros, y el que nos ungió. Él fue quien nos marcó con su sello y quien puso el Espíritu en nuestros corazones, como arras de lo venidero» (1.21-22). Las arras el Espíritu. El tema del Espíritu Santo como «sello real» con el que Cristo marca a sus ovejas es la base de la doctrina del «carácter indeleble» que confiere este rito.

Con el pasar del tiempo, el rito de la unción tomó forma como un sacramento por derecho propio, asumiendo diferentes formas y contenidos en las diversas épocas y ritos de la Iglesia. No es éste el lugar para recorrer esta historia tan compleja. Lo que el sacramento de la Confirmación es en la comprensión de la Iglesia, me parece que está descrito, simple y claramente, en el Catecismo para los Adultos de la Conferencia Episcopal Italiana. Dice así: «La Confirmación es para cada fiel lo que Pentecostés fue para toda la Iglesia. […] Refuerza la incorporación bautismal a Cristo y a la Iglesia, y la consagración a la misión profética, real y sacerdotal. Comunica la abundancia de los dones del Espíritu […]. Si, por tanto, el bautismo es el sacramento del nacimiento, la confirmación es el sacramento del crecimiento. Por eso es también el sacramento del testimonio, porque éste está estrechamente ligado a la madurez de la existencia cristiana». [1]

El problema es cómo conseguir que el sacramento de la confirmación no se reduzca, en la práctica, a una «extremaunción», es decir, al sacramento de la «salida» de la Iglesia. Se dice que es el “sacramento del adiós”, porque una vez que los jóvenes lo realizan se van, y luego volverán para casarse. Eso dice la gente. Pero debemos hacer que se convierta en el sacramento del inicio de una participación activa en la vida de la Iglesia. Es un objetivo que puede parecernos imposible, dada la situación actual en casi toda la Iglesia, pero eso no significa que debamos dejar de perseguirlo. No será así para todos los confirmandos, sean niños o adultos, pero es importante que lo sea al menos para algunos que luego serán los animadores de la comunidad.

Puede ser útil, con este fin, dejarse ayudar, en la preparación al Sacramento, por fieles laicos que hayan tenido un encuentro personal con Cristo y hayan tenido una verdadera experiencia del Espíritu. Algunas personas dicen haberlo experimentado como un florecimiento en ellos del Sacramento de la Confirmación recibido cuando eran chicos.

Pero esto no sólo afecta a los futuros confirmandos; nos afecta a todos y en todo momento. Junto con la confirmación y la unción, hemos recibido también, nos asegura el Apóstol, la «prenda del Espíritu», que en otro lugar llama «las primicias del Espíritu» (Rom 8,23). Debemos «gastar» esta garantía, disfrutar de estas primicias, no enterrar bajo tierra los carismas y talentos recibidos.

San Pablo exhortó a su discípulo Timoteo a «reavivar el don de Dios, recibido por la imposición de manos» (2 Tm 1,6), y el verbo utilizado sugiere la imagen de quien sopla sobre el fuego para reavivar su llama. ¡He aquí un hermoso objetivo para el año jubilar! las cenizas de la costumbre y del desinterés, para convertirnos, como los portadores de la antorcha en las Olimpiadas, en portadores de la llama del Espíritu. ¡Que el Espíritu nos ayude a dar algunos pasos en esta dirección!

[1] La verdad los hará libres. Catecismo de los adultos. Libreria Editrice Vaticana 1995, p. 324.

Fuente: The Holy See

RESURRECCIÓN DE LA CARNE. DE LA CARNE, SÍ

“Creo en la resurrección de la carne”. Con estas palabras termina el llamado Símbolo de los Apóstoles, la profesión de fe cristiana. Hablar de resurrección de los muertos o de la carne parece cosa de locos. Los doctos filósofos que escucharon a Pablo en Atenas le oyeron hablar gustosamente del Dios creador que no habita en santuarios fabricados por hombres, pero cuando se puso a hablar de resurrección de la carne su burlaron de él y no quisieron seguir escuchando. Incluso entre los mismos cristianos de cultura griega la doctrina de la resurrección encontró muchas dificultades para vencer sus prejuicios naturales (ver, por ejemplo, 1 Cor 15,12). Si el Apóstol hubiera hablado de inmortalidad del alma seguramente no habría suscitado tanto escándalo en Atenas.
La Iglesia, ya desde sus primeros momentos, insistió en la resurrección de la carne, a veces con fórmulas que habrá que explicar, pero manteniendo la sustancia y la verdad de lo que implican: los muertos resucitan “con sus cuerpos”, “en esta carne con la que ahora vivimos”, “con sus propios cuerpos, los que ahora poseen” (esta última fórmula es del cuarto Concilio de Letrán). Estas expresiones quieren indicar que es el mismo ser humano de la existencia terrena quien resucita, con todas sus dimensiones, incluida la corporal. Oyendo lo que se oye, a veces uno tiene la impresión de que muchos piensan que el cristianismo promete a sus fieles ir al cielo con su alma, para vivir allí eternamente, liberados del cuerpo.
La carne es frágil y corruptible, envejece: “toda carne es hierba y todo su esplendor como flor del campo. La flor se marchita, se seca la hierba” (Is 40,6-7). Sin embargo, por medio de ella se expresan las necesidades humanas más sencillas: el hambre, la sed, el calor, el sueño, la ternura. Y, aunque durante esta vida la fragilidad de la carne nos hace sufrir, ella forma parte de la condición humana. Pues bien, la sensibilidad y vulnerabilidad de nuestra carne está incluida en la promesa de la resurrección, pues ellas son dimensiones esenciales de nuestra humanidad. Están destinadas a la salvación.
La carne, el cuerpo muchas veces humillado, violentado, abusado, deshonrado, cargado de vergüenza o de culpabilidad, es una dimensión de lo humano que necesita ser salvada. Una salvación que no incluyera todas las dimensiones de lo humano, no sería salvación de lo humano. Bien pensado, resulta muy sorprendente que el Verbo se haya hecho carne (Jn 1,14), pues se diría que no hay nada más alejado que el Verbo de Dios y la carne humana. Pues bien, el Verbo de Dios ha sido maltratado y crucificado en su carne, que es la nuestra. Y ha resucitado al tercer día con esta carne nuestra. Con su resurrección ha entrado en una dimensión definitiva, llena de claridad, transparencia y hospitalidad. La resurrección de Cristo Jesús es la garantía de la resurrección de nuestra carne. Una carne transfigurada, en la que ya no será posible el engaño; carne gloriosa y, por eso, totalmente entregada al amor.

Martín Gelabert, Blog Nihil Obstat

PURIFICAR LA IMAGEN DE DIOS

Cuando hablamos de Dios siempre utilizamos imágenes humanas que solo muy lejana e imperfectamente podemos considerarlas un reflejo de Dios. San Agustín decía: si comprendemos lo que de él decimos, no estamos hablando de Dios. Y Tomás de Aquino llegó a decir que de Dios solo sabemos lo que no es, pero ignoramos absolutamente lo que es, de modo que lo más perfecto de nuestro conocimiento de Dios en esta vida es conocerle como a un desconocido. Cuando afirmamos algo de Dios siempre nos quedamos cortos, muy cortos, incluso por ejemplo cuando decimos algo tan fundamental como que Dios es Padre: “si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan!” (Mt 7,11). Cualquier comparación de Dios con una realidad de este mundo, incluso las mas sanas y buenas, es la comparación con algo deficiente y, por eso, con Dios siempre se realiza el “¡cuánto más!”.

Así se comprende que una mejor comprensión de las realidades mundanas facilite una mejor comprensión de las realidades divinas. En contra de la opinión de San Agustín, que pensaba que no importaba nada a la verdad de la fe la opinión que cada uno pueda tener sobre las criaturas, con tal de que se piense correctamente sobre Dios, Santo Tomás considera que el error sobre las criaturas redunda en una opinión falsa sobre Dios y aparta a las mentes humanas de Dios. O sea, para volver al ejemplo puesto en el párrafo anterior: una mejor comprensión de la paternidad humana ayuda a comprender mejor la paternidad divina; y una mala comprensión de la paternidad humana puede llevar a comprender mal la divina.

A lo largo de la historia de la teología una serie de “encuentros”, que nos han permitido afinar mejor nuestra comprensión de la realidad, han provocado a la reflexión creyente para purificar su imagen de Dios y presentarla de forma más significativa ante los desafíos que la cultura planteaba. Así, por ejemplo, el encuentro con los pobres ha ayudado a la teología a descubrir nuevas dimensiones de la caridad cristiana que sin este encuentro nunca hubiéramos descubierto; por su parte, la experiencia del sufrimiento ha llevado a la teología a encontrar una solidaridad doliente en el seno de la inefable Trinidad, que se corresponde, a su nivel, al sufrimiento de la persona humana, hasta el punto de que Juan Pablo II se atrevió a afirmar que en el seno de la Trinidad habría un dolor inconcebible e indecible que vendría a ser la reacción misericordiosa de Dios a la vista de los pecados de los humanos.

Finalmente, las modernas aportaciones de la ciencia deberían estimular nuestra reflexión sobre el Dios Creador, del mismo modo que las aportaciones científicas de su tiempo condujeron a Tomás de Aquino a mostrar que la ciencia que él consideraba más acertada podía ser coherente con la fe o, al menos, no era necesariamente incompatible con ella. Pues la fe y la razón, la naturaleza y la revelación no pueden ser contradictorias, porque tienen su origen en el mismo Dios.

Martín Gelabert. Blog Nihil Obstat

INICIO DE CURSO EN TOLEDO

El pasado día 23 de octubre celebramos en Toledo la Asamblea Diocesana para realizar formalmente el inicio de curso y presentar a la candidata a la presidencia de nuestro movimiento al haber cumplido 8 años el actual equipo. Asistimos unas 70 personas

Comenzamos con la Eucaristía presidida por nuestro Arzobispo D. Francisco Cerro, acompañado por D. Luis Miguel Valero director diocesano de la Pastoral del Mayor, D. Juan Luis nuestro consiliario y varios párrocos y consiliarios de grupos. También contamos con la presencia y compañía de D. Jaime Tamarit nuestro presidente nacional

Seguidamente en la Asamblea tanto D. Francisco, como D.Jaime, D. Juan Luis José Antonio nos hablaron de las bondades y virtudes de Vida Ascendente, haciendo hincapié en la promoción y trabajo en nuestro movimiento ya que nuestros 3 pilares nos enseñan a crecer como cristianos, transmitir la Fe y practicar la amistad quitando mucha soledad no deseada.

Fue presentada Lina, mujer de Iglesia, preparada y con mucha ilusión y disposición tal y como ella nos comunicó.

Fue aprobada su candidatura por unanimidad.

Seguidamente, tras un emotivo acto de agradecimiento a José Antonio por su labor, nuestro Arzobispo dio por finalizada la asamblea orando todos juntos.

Por último y antes de despedirnos tomamos un refresco y comentamos lo bonita que había resultado la tarde.

Agradecemos a todos la asistencia especialmente a D  Francisco que nos apoya,  D. Jaime que nos dio su cariño, a D. Luis Miguel que vino de lejos con un grupo de mayores y a todos los que hicieron un esfuerzo bien por venir de lejos o dejar otros quehaceres por estar juntos.

Saludos y abrazos

EL VIDEO DEL PAPA

El Video del Papa es una iniciativa oficial de alcance global que tiene como objetivo difundir las intenciones de oración mensuales del Santo Padre. Es desarrollada por la Red Mundial de Oración del Papa (Apostolado de la Oración).

La Red Mundial de Oración del Papa es una Obra Pontificia, que tiene como misión movilizar a los católicos por la oración y la acción, ante los desafíos de la humanidad y de la misión de la Iglesia. Estos desafíos se presentan en forma de intenciones de oración confiados por el Papa a toda la Iglesia. Su misión se inscribe en la dinámica del Corazón de Jesús, una misión de compasión por el mundo. Fue fundada en 1844 como Apostolado de la Oración. Está presente en 89 países y la integran más de 22 millones de católicos. Incluye su rama de jóvenes, el MEJ – Movimiento Eucarístico Juvenil. En diciembre 2020 el Papa constituyó esta obra pontificia como fundación vaticana y aprobó sus nuevos estatutos. Su Director Internacional es el P. Frédéric Fornos, SJ. Más información en: oraciondelpapa.va

El proyecto cuenta con el apoyo de Vatican Media.

En noviembre está dedicado a  aquellos que han perdido un hijo

En el siguiente enlace podéis ver el video completo

https://www.youtube.com/watch?v=NktHdl-nn18

EL SANTO DE LA SEMANA: SAN CARLOS BORROMEO

Quienes se encuentran a orillas del Lago Mayor, la ven inmediatamente: es la estatua de san Carlos Borromeo que domina las aguas de Arona. De treinta y cinco metros de altura, incluyendo la base, construida en el siglo XVII, la escultura representa al Arzobispo de Milán en el momento de bendecir al pueblo. Pero este monumento tiene una particularidad: se puede visitar desde dentro gracias a una larga escalera. Desde lo alto se puede admirar el espléndido panorama a través de dos orificios hechos justo en correspondencia con los ojos de la estatua. Y aquí está la enseñanza que dejó este santo: mirar al mundo con los ojos de la caridad y de la humildad de Cristo, del Buen Pastor, como hizo él.

De «obispo precoz» a «gigante de la santidad»

Carlos nació el 2 de octubre de 1538 en Arona, en el seno de la rica, noble y muy influyente familia Borromeo. Fue el segundo hijo de Gilberto y Margarita y, a tan sólo 12 años recibió el título de «Comendador» de una Abadía benedictina local. El título honorífico le reportó una renta considerable, pero ya desde entonces Carlos decidió dedicar sus bienes a obras de caridad hacia los pobres. A los 22 años su tío, el Papa Pio IV lo nombró cardenal, y pocos años después también fue nombrado obispo y arzobispo a una edad insólita.

El Concilio de Trento

Estudió derecho canónico y derecho civil en Pavía y en 1559, a la edad de 21 años, se convirtió en doctor in utroque jure. Unos años después murió su hermano mayor Federico. Muchos le aconsejaron que dejara los encargos eclesiásticos para ocuparse mejor de los intereses de la familia. Carlos sintió en cambio que su vocación era la de servir a sus hermanos mediante el ministerio sacerdotal: en 1563, a la edad de 25 años, fue ordenado sacerdote e inmediatamente después consagrado obispo. Luego, con tal autoridad eclesiástica, participó con gran competencia en las etapas finales del Concilio de Trento (1562-1563), convirtiéndose en uno de los principales promotores de la llamada «Contrarreforma» y colaborando en la redacción del «Catecismo Tridentino».

Arzobispo de Milán a sólo 27 años de edad

Para poner inmediatamente en práctica las indicaciones del Concilio, que exigía que los Pastores residieran en sus respectivas diócesis, en 1565, a la edad de sólo 27 años, Carlos tomó posesión de la Arquidiócesis de Milán, de la que había sido nombrado Arzobispo. Su dedicación a la Iglesia Ambrosiana fue total: hizo tres visitas pastorales a todo el vastísimo territorio, organizándolo en distritos. Fundó seminarios para ayudar a reformar a los sacerdotes, construyó iglesias, escuelas, colegios, hospitales, estableció la Congregación de los Oblatos, sacerdotes seculares, y donó su patrimonio familiar a los pobres.

«Las almas se conquistan de rodillas»

Al mismo tiempo, Carlos se dedicó a unir la acción y la contemplación para reformar profundamente la Iglesia desde dentro. Después del cisma provocado por la Reforma luterana, la Iglesia católica se hallaba en un período particularmente crítico. El joven arzobispo no tuvo miedo de defender la Iglesia contra la interferencia de los poderosos, ni tampoco le faltó valor para renovar las estructuras eclesiales, sancionando y corrigiendo algunas de sus deficiencias. Consciente de que la reforma de la Iglesia, para ser creíble, debía partir precisamente del testimonio de sus Pastores, Borromeo animó a los sacerdotes, religiosos y diáconos a experimentar la fuerza de la oración y de la penitencia, transformando sus vidas en un verdadero camino de santidad. «Las almas», repetía a menudo, «se conquistan de rodillas».

«Que los pastores sean siervos de Dios y padres del pueblo»

Su intensa acción pastoral, profundamente estimulada por el amor de Cristo, no le ahorró hostilidades y resistencias. Los llamados «Humillados» -que se oponían a las reformas- organizaron un ataque armado contra él: le dispararon por la espalda con un arcabuz, mientras Carlos estaba recogido en oración. Por fortuna, el ataque fracasó y Carlos continuó su misión, porque «deseaba que los pastores fueran siervos de Dios y padres del pueblo, especialmente de los pobres» (Papa Francisco, Audiencia a la Comunidad del Pontificio Seminario Lombardo en Roma, 25.01.2016).

La peste de Milán

En la década de 1570, la plaga de la peste se extendió tanto que las ciudades de Venecia, Trento y Milán estaban doblegadas por la epidemia y la hambruna, y sólo podían contar con la ayuda de su arzobispo. Y Carlos no se amedrentó: fiel a su lema episcopal, «Humilitas», entre 1576 y 1577 suspendió las peregrinaciones y visitó, consoló y gastó todos sus bienes para ayudar a los enfermos. Su presencia entre la gente fue constante, hasta el punto de que el período histórico será recordado como el tiempo de la «peste de san Carlos» y siglos más tarde incluso Alejandro Manzoni hablará de ello en el capítulo XXXI de su famosa novela «Los Novios».

En peregrinación a la Sábana Santa

El arzobispo de Milán era muy devoto del Santo Sudario o Sábana Santa, y desempeñó un papel fundamental para que fuera trasladada de Francia a Italia. En efecto, para evitar que Borromeo, ya muy enfermo, tuviera que ir a Francia, fueron los Duques de Saboya, en 1578, quienes accedieron a transportar la Sábana Santa desde el Castillo de Chambéry, en Francia, a Turín, donde se halla desde entonces. De todos modos, Borromeo hizo una peregrinación a pie caminando durante cuatro días desde Milán hasta Turín, ayunando y rezando, para orar ante la imagen impresa en la Síndone.

El «Sepulcro» en la Catedral de Milán

Agotado por los grandes esfuerzos afrontados en sus duros viajes y por las diversas pruebas que tuvo que superar en su trabajo pastoral, poco a poco su físico comenzó a ceder y en noviembre de 1584 se rindió: Carlos murió a sólo 46 años, pero dejó un inmenso legado moral y espiritual. Fue beatificado en 1602 por Clemente VIII y luego canonizado en 1610 por Pablo V. Desde entonces, sus restos descansan en la cripta del Duomo de Milán, en un sepulcro cubierto con sutiles paneles de plata que retratan algunos episodios de su vida.

Fuente: Vatican News

CATEQUESIS DEL PAPA. EL ESPÍRITU Y LA ESPOSA. «EL ESPÍRITU DON DE DIOS» EL ESPÍRITU SANTO Y EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO

La vez pasada, explicamos lo que proclamamos sobre el Espíritu Santo en el credo. Sin embargo, la reflexión de la Iglesia no se ha detenido en esa breve profesión de fe. Ha continuado, tanto en Oriente como en Occidente, a través de la obra de grandes Padres y Doctores. Hoy, queremos recoger algunas “migajas” de la doctrina del Espíritu Santo desarrollada en la tradición latina, para ver cómo ilumina toda la vida cristiana y, especialmente, el sacramento del matrimonio.

El principal artífice de esta doctrina es San Agustín, que desarrolló la doctrina sobre el Espíritu Santo. Él parte de la revelación de que «Dios es amor» ( 1 Jn 4,8). Ahora bien, el amor presupone alguien que ama, alguien que es amado y el amor mismo que los une. El Padre es, en la Trinidad, el que ama, la fuente y el principio de todo; el Hijo es el que es amado, y el Espíritu Santo es el amor que los une [1]. El Dios de los cristianos es, por tanto, un Dios «único», pero no solitario; la suya es una unidad de comunión, de amor. En esta línea, algunos han propuesto llamar al Espíritu Santo no la «tercera persona» singular de la Trinidad, sino más bien «la primera persona plural». Él es, en otras palabras, el Nosotros, el Nosotros divino del Padre y del Hijo, el vínculo de unidad entre diferentes personas  [2], el principio mismo de la unidad de la Iglesia, que es exactamente un «solo cuerpo» resultante de una multitud de personas.

Como les decía, hoy quisiera reflexionar con ustedes sobre lo que el Espíritu Santo tiene que decir a la familia. ¿Qué tiene que ver el Espíritu Santo con el matrimonio, por ejemplo? Mucho, quizá lo esencial; intento explicar por qué. El matrimonio cristiano es el sacramento del hacerse don, el uno para la otra, del hombre y la mujer. Así lo pensó el Creador cuando «creó al ser humano a su imagen y semejanza […]:  hombre y mujer los creó» (Gn 1,27). La pareja humana es, por tanto, la primera y más básica realización de la comunión de amor que es la Trinidad.

Los cónyuges también deben formar una primera persona del plural, un «nosotros». Estar el uno ante el otro como un «yo» y un «tú», y estar ante el resto del mundo, incluidos los hijos, como un «nosotros». Qué hermoso es oír a una madre decir a sus hijos: «Tu padre y yo…», como dijo María a Jesús, que tenía entonces doce años, cuando lo encontraron enseñando a los Doctores en el templo (cf. Lc 2,48); y oír a un padre decir: «Tu madre y yo», casi como si fueran una única persona. ¡Cuánto necesitan los hijos esta unidad – “papá y mamá juntos” -, la unidad de los padres, y cuánto sufren cuando falta! ¡Cuánto sufren los hijos de padres que se separan, cuánto sufren!

Para responder a esta vocación, el matrimonio necesita el apoyo de Aquel que es el Don, o, mejor dicho, el que se dona por excelencia. Allí donde entra el Espíritu Santo, renace la capacidad de entregarse. Algunos Padres de la Iglesia latina afirmaron que, siendo don recíproco del Padre y del Hijo en la Trinidad, el Espíritu Santo es también la razón de la alegría que reina entre ellos; y no temieron utilizar, al hablar de esto, la imagen de gestos propios de la vida conyugal, como el beso y el abrazo [3].

Nadie dice que esa unidad sea un objetivo fácil, y menos en el mundo actual; pero ésta es la verdad de las cosas tal y como el Creador las concibió y, por tanto, está en su naturaleza. Por supuesto, puede parecer más fácil y más rápido construir sobre arena que sobre roca; pero Jesús nos dice cuál es el resultado (cfr. Mt 7:24-27). En este caso, ni siquiera necesitamos la parábola, porque las consecuencias de los matrimonios construidos sobre arena están, lamentablemente, a la vista de todos, y son sobre todo los hijos quienes pagan el precio. ¡Los hijos sufren la separación o la falta de amor de sus padres! De muchos cónyuges, hay que repetir lo que María le dijo a Jesús en Caná de Galilea: «No tienen vino» (Jn 2,3). El Espíritu Santo es quien sigue realizando, en el plano espiritual, el milagro que Jesús realizó en aquella ocasión, a saber, cambiar el agua de la costumbre en una nueva alegría de estar juntos. No es una ilusión piadosa: es lo que el Espíritu Santo ha hecho en tantos matrimonios, cuando los esposos se decidieron a invocarlo.

No estaría mal, por tanto, si, junto a la información de orden jurídico, psicológico y moral que se da en la preparación de los novios al matrimonio, se profundizara en esta preparación “espiritual”, el Espíritu Santo que hace la unidad. Dice un proverbio italiano: “Entre mujer y marido no pongas el dedo”. En cambio, hay un “dedo” que se debe poner entre marido y mujer, y es precisamente el “dedo de Dios”: ¡es decir, el Espíritu Santo!

[1] Cfr. S. Agustín, De Trinitate, VIII,10,14)

[2] Cfr. H. Mühlen, Una mystica persona.  La Iglesia como el misterio del Espíritu Santo, Città Nuova, 1968.

[3] Cfr. S. Hilario de Poitiers, De Trinitate, II,1; S. Agustín, De Trinitate, VI, 10,11.

Fuente: The Holy See

DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE SAN JUAN DE LETRÁN

Dedicar o consagrar un lugar a Dios es un rito que forma parte de todas las religiones. Es «reservar» un lugar a Dios, reconociéndole gloria y honor. Cuando el emperador Constantino dio plena libertad a los cristianos -en el año 313-, éstos no escatimaron en la construcción de lugares para el Señor.

El propio emperador donó al Papa Melquiades los terrenos para la edificación de una «domus ecclesia» cerca del monte Celio. La Basílica fue consagrada en el 324 ( o 318 ) por el Papa Silvestre I, que la dedicó al Santísimo Salvador. En el s. IX, el Papa Sergio III la dedicó también a San Juan Bautista; y en el s. XII, Lucio II añadió también a San Juan Evangelista. De ahí el nombre de Basílica Papal del Santísimo Salvador y de los Santos Juan Bautista y Evangelista en Letrán.

Es considerada como la madre y la cabeza de todas las iglesias de Roma y del mundo: es la primera de las cuatro Basílicas papales mayores y la más antigua de occidente. En ella se encuentra la cátedra del Papa, pues es la sede del Obispo de Roma.

A lo largo de los siglos, la basílica pasó a través de numerosas destrucciones, restauraciones y reformas. Benedicto XIII la volvió a consagrar en 1724; fue en esta ocasión cuando se estableció y extendió a toda la cristiandad la fiesta que celebramos el día 9.

Del Evangelio según San Juan

“Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas. Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de palomas: «Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre un mercado».

Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá.

Entonces los judíos le preguntaron: «¿Qué signo nos das para obrar así?».

Jesús les respondió: «Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar».

Los judíos le dijeron: «Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?».

Pero Él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que Él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado” (Jn 2,13-22).

Lugar de encuentro

Las lecturas bíblicas elegidas para este día desarrollan el tema del «templo». En el Antiguo Testamento (Primera Lectura, Ez 47), el profeta Ezequiel, desde su exilio en Babilonia (estamos en torno al 592 a.C.), trata de ayudar al pueblo a salir de su desánimo por no tener ya tierra ni lugar para orar. Surge así el mensaje -la Primera Lectura- en el que el profeta anuncia el día en que el pueblo adorará a su Dios en el nuevo templo. Un lugar donde el hombre eleva su oración a Dios y donde Dios se acerca al hombre escuchando su oración y socorriéndolo allí donde suplica: un lugar de encuentro. De este modo, el templo asume el papel de Casa de Dios y Casa del pueblo de Dios. Un lugar donde se practica la justicia, la única capaz de curar al pueblo. De este templo, el profeta ve brotar agua: «Y vi que salía agua por debajo del umbral de la Casa». Un agua que es don y que traerá vida, bendición.

¡Fuera de aquí!

Todo judío varón estaba obligado a subir a Jerusalén para ofrecer el cordero de la Pascua; tres semanas antes comenzaba la venta de animales aptos para la ofrenda (las palomas eran el sacrificio de los pobres, Lv 5,7). Los cambistas tenían la tarea de cambiar las monedas romanas por monedas acuñadas en Tiro. No era esta una cuestión de ortodoxia religiosa, aunque se hiciera pasar por tal. Al fin y al cabo, también las monedas de Tiro tenían una imagen pagana, pero contenían más plata, por lo que valían más. Los sacerdotes del templo supervisaban este «comercio» y siempre obtenían un beneficio en el cambio.

Este es el entorno que Jesús encontró en el Templo, precisamente en el Hieron, es decir, en el patio exterior del Templo, el Patio de los Gentiles. El Templo propiamente dicho es el Naos, el santuario, que se mencionará en los v. 19-21. «Hizo un látigo de cuerdas… y los expulsó del Templo»: con el látigo Jesús azota este «comercio» presente en el Templo. Derriba los puestos de los vendedores y los expulsa a todos (cfr. Ex 32, el becerro de oro).

«Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre un mercado». Son palabras y acciones que remiten al profeta Zacarías, que anunció lo que sucederá cuando el Señor venga a la ciudad de Jerusalén: «Y aquel día, ya no habrá más traficantes en la Casa del Señor de los ejércitos» (Zc 14,21).

“«¿Qué signo nos das para obrar así?». Jesús les respondió: «Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar»”. Los sacerdotes del templo le preguntan a Jesús con qué autoridad actúa, y Él responde invitándoles a destruir el templo, porque Él lo hará resurgir. La respuesta de Jesús se refiere no a todo el edificio del templo, sino al «santuario» propiamente dicho, allí donde estaba la presencia de Dios: «Él hablaba del templo de su cuerpo». Con la Pascua de Jesús -con su cuerpo destruido y resucitado- comienza el nuevo culto, el culto del amor, en el nuevo templo (naos) que es Él mismo. La resurrección será el acontecimiento clave que hará que los discípulos sean finalmente capaces de comprender; el Espíritu Santo (Jn 14:26) les hará recordar los acontecimientos y verlos de una manera nueva.

Jesús, el nuevo templo

La fiesta de la Dedicación de la Basílica de Letrán nos permite recordar el camino del pueblo y el cuidado constante y fiel de Dios. Al mismo tiempo, se nos recuerda que hoy cada uno de nosotros, en Jesús resucitado, es «templo de Dios», porque el Espíritu mismo habita en cada uno de nosotros (1 Cor 3,16). Ser conscientes de ello nos lleva, por un lado, a alabar al Señor; pero, por otro lado, nos lleva a decir, a veces de forma desproporcionada: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa…» (Mt 8,8), olvidando que Él ya está en nosotros, y que nos acoge y nos ama no por cómo quisiéramos ser, sino por cómo somos, aquí, ahora.

Son las cosas con las que nos distraemos en nuestro interior las que hacen borroso el Rostro del Señor. Cuando aprendamos a mantener nuestra mirada fija en Jesús, Autor y perfeccionador de nuestra fe, de nuestra amistad con Él (cfr. Hb 12,1-4), nuestro rostro brillará con la luz que brota de un corazón «unificado». El equilibrio requerido no es el trabajo de un momento, sino el resultado de toda una vida, de un continuo reentrar en nosotros mismos dirigiéndonos directamente al “aposento del Rey» (cfr. Castillo interior, Santa Teresa de Ávila).

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