Meditaciones de José Pedro Carrero para el día de los Santos Patronos de Vida Ascendente

FIESTA DE LOS PATRONOS 2021
LA PURIFICACIÓN DE NUESTRA SEÑORA

Muy posiblemente, con cuatro o cinco duros de los nuestros hubiera tenido bastante San José esposo de María, naturales de la ciudad de Belén, para el rescate del Niño Jesús.

En los tiempos primeros los hijos  primogénitos fueron destinados al culto de Dios. Pero cuando fue confiado este culto en exclusiva a la tribu de Leví, la ley decidió que esta exención fuera compensada mediante el pago de cinco siclos, que se destinaban a engrosar el tesoro del templo.

En un mismo día se podía llegar a Jerusalén, asistir a las ceremonias legales y regresar por la tarde, con tiempo sobrado, a Belén. Muy posiblemente esto sería lo que hiciera la Sagrada Familia.

María entraría por el atrio llamado de las mujeres, se colocaría en la grada más alta y allí sería rociada con el agua del hisopo por el sacerdote de turno, que a la vez recitaría sobre ella unas preces.

 Dice San Lucas (2,24), que San José compraría un par de palomas o tórtolas a alguno de aquellos mercaderes aprovechados cuyas jaulas serían volcadas un día por el propio Cristo. Las ceremonias del rescate consistían tan sólo en el pago de los cinco siclos legales.

Y ahora comienza una misa. Es el ofertorio. Esta misa terminará en el monte Calvario, cuando hayan pasado treinta y tres años.

El primer sacrificio digno de Dios se está ofreciendo en estos instantes en el templo sagrado de Jerusalén. El velo de muchas profecías se rasga en estos precisos momentos.

Cristo se ofrece al Padre. Y se ofrece con estas palabras: «Heme aquí que vengo para hacer, oh Dios, tu voluntad. Los sacrificios, las ofrendas y los holocaustos por el pecado, no los quieres, no los aceptas…» (Heb. 1o,7s.).

María, en nombre de toda la humanidad, se ofrece también. Es éste uno de los momentos más solemnes de la vida de la Santísima Virgen.

Ella se ofrece y ofrece. Coofrece. Es parte integrante en la misa. Lo confirma la espada.

El mejor elogio que se pudo hacer de un hijo de Abraham, se lo hace San Lucas al anciano Simeón, que ahora aparece en escena: «Había en Jerusalén un hombre, llamado Simeón, justo y piadoso, que esperaba la consolación de Israel y el Espíritu Santo estaba en él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Cristo del Señor. Movido del Espíritu Santo vino al templo y, al entrar los padres con el Niño Jesús para cumplir lo que prescribe la ley sobre él, Simeón lo tomó en sus brazos y, bendiciendo a Dios, dijo: «Ahora, Señor, puedes ya dejar ir a tu siervo en paz, según tu palabra; porque han visto mis ojos tu salud, la que has preparado ante la faz de todos los pueblos, luz para iluminación de todas las gentes y gloria de tu pueblo, Israel».

Simeón es todo un personaje colocado en la cumbre de la estructura mesiánica. Un santo. Un iluminado. Un profeta.

Sabe acunar a Cristo en sus brazos cargados de años. Y llamarle «consolación de Israel».

Y supo dejarnos la joya lírica del Nunc dímirttis como un testamento precioso que suena a relevo de centinelas, a libertad de prisioneros, a feliz liberación de cautivos… y que tiene un colorido de perspectiva salvadora, de horizontes lejanos, universales, católicos…

Todo el misterio de Cristo pasa ante sus ojos venerablemente abiertos, a punto ya de cerrarse a la espera y a la carne.

¡Amigos, qué santo tan grande y tan bíblico es este anciano Simeón!

¡Y qué gran santa también aquella mujer llamada «Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, casada en los días de su adolescencia, que vivió siete años con su marido y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro, que no se apartó del templo sirviendo con ayunos y oraciones noche y día y que también alabó a Dios y hablaba de Él a cuantos esperaban la redención de Jerusalén»! (Lc. 2, 36 ss.).

Simeón puede ya morir en paz. Abre los ojos y siente la caricia cordial de los ojos infinitamente hondos del Niño.

Ana prolonga aquella noche su oración en el templo un poco más tiempo del acostumbrado, dando gracias a Dios porque la redención de Israel está ya tan cerca…

La luz fue siempre símbolo manifestativo del honor debido a una persona. Y símbolo de gozo y de alegría.

Estos son los primeros pasos de la luz en la simbología eclesiástica.

Jesucristo fue anunciado como luz. Él mismo se llamó «luz del mundo».

Simbólicamente, Cristo se hace presente en medio de nosotros vestido de luz. Cristo es luz. Es la Luz.

Dios es la luz, nosotros las lámparas. Estamos en tiempo oscuros, hay guerras por todas partes; también guerra dentro de nuestras familias, incluso guerra dentro nosotros mismos. Stress, depresión, enfermedad.

¿Dónde ésta Dios?  Dios está donde siempre ha estado, en todas partes. Entonces la pregunta no debe ser dónde está Dios, sino ¿Dios es indiferente a esta situación? ¿Será que Dios no le importa que estemos en oscuridad? ¿Será que ya no hay esperanza

Si le preguntamos a Dios. ¿Qué nos dirá?  Vosotros sois la luz del mundo… Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. Cuando alguien va a nacer decimos: Va a dar a luz.      Cada ser humano, es una nueva oportunidad, entonces eso quiere decir que Dios no es indiferente, quiere decir que Dios sabe que estamos en oscuridad,  quiere decir que hay esperanza. Sin embargo ¿Por qué no todos brillan? ¿Por qué el mundo sigue en oscuridad? “Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.

Seamos la luz siguiendo los pasos de Jesús. ¿Cómo me siento al saber que Dios está pendiente de mí, y que siempre puedo contar con su luz?

La entrada en el templo, Jesús la hizo en los brazos de la Santísima Virgen. Una vela litúrgica encendida es un símbolo vivo de Cristo, Somos portadores de Cristo, con una vela en la mano.

Nosotros lo recibimos a Él, de manos de nuestra santa madre la Iglesia.

Sólo la Iglesia tiene poder para darnos a Cristo. Como las de la Candelaria, las manos de la Iglesia son manos cariñosamente maternales. Para recibir a Cristo necesitamos acudir a la Iglesia.

El cristiano es un ser iluminado. Es una fuente de luz. Porque Dios derramó el Espíritu sobre aquella primera Comunidad reunida con María, la Iglesia, nosotros, por eso somos LUZ de las gentes. Para llevarla a todas las naciones; para descubrirla ya presente en medio de esta tierra. Deseamos ser esa Iglesia tuya viva y luminosa, que enciende el calor en los corazones.

Por suerte no estamos  solos en esto, aunque a veces me cueste sentirlo.

Nos enviaste como comunidad para ser testigos tuyos; para que otros lleguen donde yo no puedo. Para que me pueda apoyar en otros y ellos en mí. Soy un eslabón único y necesario de esa Iglesia que lleva dos mil años empeñada en anunciar el Reino de Dios y hacerlo visible a todos los hombres.

Una Iglesia de la que todos formamos parte y hemos vivido con fuerza la Asamblea diocesana,  y en la que yo también tengo mi hueco.

Allí donde las cualidades que he recibido pueden ser más útiles. Una Iglesia cercana al mundo, testigo de Jesús, de palabra y de obra, a través de mí; una Iglesia en salida, como quiere el papa Francisco…

El mundo nos pregunta. ¿Vosotros los que veis, qué habéis hecho con la luz?

¿Has pensado alguna vez que una vela no pierde su brillante poder cuando enciende a otra?

La habilidad de compartir su luz sólo es limitada por el tiempo que permanece encendida.

Cuando Jesús dijo: “Tú eres la luz del mundo”, lo hizo con el conocimiento de que poseemos una Fuente de Luz ilimitada,  Cristo Jesús.

Como una vela encendida, cada uno de nosotros puede bendecir un número incalculable de personas gracias a esta Luz. Somos capaces de ayudar a muchas personas con nuestro amor y nuestra luz, sin disminuir nuestra Fuente.

Frecuentemente, ofrecemos luz a otras personas sin ser conscientes de ello. Cuando menos lo esperamos, algún gesto o palabra sencilla, ilumina la vida de una persona, y sin perder ni siquiera un poco de nuestra luz. La Fuente de nuestra Luz es ilimitada y eterna.

Cuando permitimos que la Luz de Dios brille a través de nosotros libre e incondicionalmente, somos verdaderamente la luz del mundo. De igual forma, cuando nos dejamos iluminar por los demás, también lo somos.

¿Cómo puedo ser  luz  y  calor  para las personas que están a mí alrededoren mi caminar por la vida?

La verdad de nuestra vida cristiana es una candela encendida.luz. La mentira en la vida es un apagón de la luz. La verdad es un acto de culto a la luz. La mentira es una ceremonia del culto a Luzbel, el ángel apagado.

Que nos queme la luz en el pecho. Y que todas las luces del alma y del cuerpo que hayamos de tocar en la vida, hayan podido ser arrancadas de un pedernal litúrgico y transmitidas por un beso caliente de las candelas encendidas en la fiesta de la Purificación de la Virgen.

Nuestra santa madre la Iglesia resume el sentido cristianamente luminoso de esta festividad en la oración de la bendición de las candelas, que es un manjar exquisito para el alma cristiana:

«Oh Señor Jesucristo, luz verdadera que ilumina a todo hombres que viene a este mundo, ilustra nuestros corazones con tu invisible fuego, con el resplandor del Espíritu Santo y cura la ceguera de nuestros pecados”

El anciano Simeón tan solo deseó ver un instante la luz de Dios para cerrar después sus ojos con esa imagen tan bella Incrustada en sus pupilas, momentos antes de abrirse a los resplandores eternos de la gloria del cielo.

En la nueva economía de la gracia, el cristiano puede estar constantemente viendo a Cristo y sintiendo su caricia de hermano que se nos ofrece acunado en los brazos de la Santísima Virgen.

Por favor, que no se nos olvide: históricamente es cierto que la Santísima Virgen – su madre y nuestra madre -, tiene todavía maternalmente extendidos sus brazos dispuesta a acunarnos sobre ellos y poder así ofrecernos al Padre en el templo santo del cielo.

Es éste su oficio. De nuevo os lo voy a recordar y a la vez, le vamos a pedir esta gracia a la Virgen con las mismas palabras de la liturgia de la fiesta de hoy: «Omnipotente y sempiterno Dios: suplicamos humildes a tu Majestad, que así como tu unigénito Hijo fue presentado hoy en el templo con la sustancia de nuestra carne, así nos concedas presentarnos a Ti con almas limpias de todo pecado. Amén.»

Abiertos a la Oración

Meditaciones Jose Pedro Carrero
22 de noviembre, 2020
Abiertos a la Oración
Ciclo A Domingo 34 Tiempo Ordinario

¡Tuve hambre y me diste de comer!

Jesús nos sorprende separando a las personas en dos grupos, a su derecha y a su izquierda y diciéndoles que el motivo es “porque tuve hambre y me diste de comer o tuve sed y no me diste de beber”.

A un lado los que han dedicado su tiempo a mejorar la situación de los demás y al otro los que han vivido de espaldas a ellos. Para Jesús, lo que decide es el amor entregado a los otros y la ayuda solidaria a los que más lo necesitan.

Hoy, también tenemos a nuestro lado personas que necesitan ayuda, incluso con necesidades tan básicas como comer o de beber. Si queremos mejorar la sociedad, podemos tener gestos solidarios con los demás, aliviar la situación de los que viven en condiciones precarias a nuestro alrededor y mejorar su dignidad como personas.

Según nos muestra Jesús, todo lo que se haga a cualquiera de los más débiles de la sociedad, se le hace a Él mismo. Debemos reconocer en los otros el rostro de Dios, y nuestra tarea es ocuparnos de los que sufren, de los más débiles, de los indefensos, de los olvidados…

Entrada: DESDE MI BALCÓN (Ixcís)
Perdón, por asomarme
desde mi balcón
a las miserias de la tierra
a la gente que no interesa,
por no meterme en el fango
y hacer mío su dolor.

Antífona: MI ROCA (Ixcís)
Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo,
tu eres mi roca, mi defensa, mi sosiego.

Salmo 23

 [D] El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar.
[I] Me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas;
me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
[D] Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa.
[T] Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.

Palabra del Señor [Mt 25, 31-46]

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria, y ante Él se reunirán todas las naciones.

Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda.

Entonces dirá el rey a los de su derecha:
«Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme.»

Entonces los justos le contestarán:
«Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?»

Y el rey les dirá: «Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.»

Y entonces dirá a los de su izquierda:
«Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis.»

Entonces también éstos contestarán:
«Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?»

Y él replicará:
«Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo.»

Y éstos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.»

Tiempo de silencio y para compartir

 EN MI DEBILIDAD (Brotes de Olivo)
En mi debilidad me haces fuerte.
En mi debilidad me haces fuerte.
Sólo en tu amor me haces fuerte
Sólo en tu vida me haces fuerte.
En mi debilidad te haces fuerte en mí.

LA MISERICORDIA DEL SEÑOR (Taizé)
La misericordia del Señor,
cada día cantaré.
La misericordia del Señor,
cada día cantaré.

Padrenuestro
Oración final – Oración al Creador
(Fratelli Tutti)

Oración al Creador

Señor y Padre de la humanidad, que creaste a todos los seres humanos con la misma dignidad, infunde en nuestros corazones un espíritu fraternal.

Inspíranos un sueño de reencuentro, de diálogo, de justicia y de paz.

Impúlsanos a crear sociedades más sanas y un mundo más digno, sin hambre, sin pobreza, sin violencia, sin guerras.

Que nuestro corazón se abra a todos los pueblos y naciones de la tierra, para reconocer el bien y la belleza que sembraste en cada uno, para estrechar lazos de unidad, de proyectos comunes, de esperanzas compartidas.

Amén.

SALIDA: SIENTE COMO LLORA DIOS (Luis Izquierdo)

Siente como llora Dios
por cada lágrima de un niño
por cada mano que golpea,
por cada grito de violencia
Por cada uno de nosotros
que no hacemos nada por los otros,
más que mirar.

Siente como llora Dios
por cada vez que das la espalda,
por cada vez que no ayudamos
a quien tenemos por debajo
tan sólo nos fijamos
si es del norte o es del sur
pero es tu hermano.

SIENTE COMO LLORA DIOS
EN LAS ESQUINAS
EN LAS CHABOLAS,
EN LA GUERRILLA
SIENTE COMO AHORA DIOS
ESTÁ LLORANDO,
ESTÁ SENTADO
A NUESTRO LADO


Por otra parte, se desechan toneladas de alimentos. Esto constituye un verdadero escándalo. El hambre es criminal, la alimentación es un derecho inalienable». Mientras muchas veces nos enfrascamos en discusiones semánticas o ideológicas, permitimos que todavía hoy haya hermanas y hermanos que mueran de hambre o de sed, sin un techo o sin acceso al cuidado de su salud.

Fratelli Tutti, 189


 

La Iglesia debe comprometer todas sus energías en crear esperanza

Meditaciones Jose Pedro Carrero
16 de noviembre, 2020
Cardenal Omella: “La Iglesia debe comprometer todas sus energías en crear esperanza”

Esta tarde del 16 de noviembre ha dado comienzo en la sede de la Conferencia Episcopal Española la Asamblea de los obispos, quienes van a participar en esta reunión hasta el próximo viernes algunos presencialmente y otros por modalidad online, debido a las restricciones sanitarias derivadas de la pandemia.

A esta novedad se suma también el hecho de que el arzobispo de Barcelona, cardenal Juan José Omella, haya inaugurado esta Asamblea Plenaria pronunciado el discurso de apertura, como resultado de ser elegido presidente de la Conferencia Episcopal en la anterior Asamblea de los obispos, celebrada el pasado mes de marzo.

El cardenal ha presentado su discurso con el título “Renacer entre todos”. Tras su lectura, y ante la situación grave que padecemos en nuestros días, el presidente de los obispos propone a cada uno «aportar lo mejor de nosotros mismos para el bien de toda la humanidad».

La pandemia derivada de la Covid-19; las consecuencias sociales y económicas que se derivan; las tensiones políticas que se presentan; el clamor por un Pacto educativo en España; la defensa de la dignidad incondicional de cada ser humano; la atención a los migrantes; el llamamiento a la sociedad civil; y así como el compromiso por parte la Iglesia de acercarse a las periferias sociales y existenciales para anunciar el Evangelio son algunos de los asuntos más destacados del discurso inaugural que se ha escuchado en esta Asamblea.

Para el presidente de los obispos españoles, “la Iglesia debe comprometer todas sus energías en crear esperanza”. Sin olvidar además, señala el cardenal Omella, que también “la caridad eclesial no puede ni debe detenerse”, ya que la Iglesia tiene en su centro de atención a la persona.

A continuación se ofrece algunos extractos del discurso pronunciado por el cardenal Juan José Omella durante la apertura de la Asamblea de los obispos, que ha estado inspirado en todo momento por el deseo de hermandad, recurriendo a su vez a una disposición de concordia a la hora de abordar los asuntos públicos.

Impacto de la Covid-19

Este coronavirus ha provocado un tornado que, si por un lado, está catalizando todos los males de nuestra época, por otro lado también está provocando la activación de multitud de fuerzas tendentes al bien, que queremos alentar y favorecer vengan de donde vengan, pues, como dijo Jesús: «El que no está contra nosotros está a favor nuestro» (Mc 9, 40).

 La COVID-19 nos ha conmovido especialmente con las heridas y esquinas que permanecen oscuras en nuestra sociedad. Nos ha hecho mirar superando la invisibilidad y la ceguera. Es muy importante que la pandemia siga abriendo nuestros ojos y nuestros corazones a las personas sin hogar, a quienes sufren soledad, a los inmigrantes y refugiados varados en las fronteras, a las mujeres víctimas de trata y prostituidas, a las personas que están en prisión, en alojamientos colectivos… Por muy intenso que esté siendo el dolor en nuestro país, deseamos seguir atentos y comprometidos con los lugares de la Tierra donde más se está sufriendo esta y otras pandemias como la violencia, el hambre, el racismo o la destrucción forestal de la Amazonía.

Gratitud

Valoramos el gran esfuerzo y buena voluntad de todas las instituciones que han trabajado incansablemente por el bien de todos los ciudadanos. Humildemente debemos reconocer y agradecer también la labor de las instituciones de la Iglesia durante este tiempo convulso que estamos padeciendo. La Iglesia ha cooperado y sigue cooperando con las instituciones públicas y privadas en todo lo que se nos ha solicitado y en lo que estaba en nuestras manos dar y hacer.

La Iglesia ha multiplicado exponencialmente su atención a las personas y a las familias vulnerables a través de Cáritas y de la numerosa red de entidades impulsadas por todo tipo de instituciones y comunidades cristianas.

No podemos ocultar nuestro dolor ante la imposibilidad de atender a muchos pacientes durante la enfermedad y, particularmente, en los últimos momentos de su vida, por la escasez de material de protección. Confiamos en que se haya aprendido de la situación y, de ahora en adelante, se reconozca la importancia del acompañamiento o asistencia espiritual durante la enfermedad. Sabemos que no se puede imponer, pero creemos que no se puede impedir. El derecho a recibir una atención espiritual es un derecho humano que no se puede vulnerar.

Ante el sufrimiento que ha quedado en el corazón de aquellos que han visto cómo sus seres queridos morían solos, los pastores y todos los cristianos estamos llamados a ser buenos samaritanos que pongan en el centro de su corazón el rostro del hermano en dificultad, que sepan ver su necesidad y que le ofrezcan todo el bien necesario para levantarlo de la herida de la desolación y abrir en su corazón espacios luminosos de esperanza.

Esperanza y autoestima

España está sufriendo la pandemia con una especial intensidad, particularmente durante el comienzo de la llamada segunda ola, y se agudizan todos los problemas. Es de tal envergadura el trauma que está impactando sobre todos nosotros y tal el espectáculo del enfrentamiento casi continuo de los líderes políticos, que corremos el riesgo de dar pábulo a la desesperanza, alimentar una mirada excesivamente negativa sobre nosotros como país, hundir nuestra autoestima colectiva, dejarnos vencer por el pesimismo e incluso caer en la depresión cultural, hasta el punto de creer que somos incapaces de superar esta crisis y vernos como una sociedad sin futuro. En estos momentos es importante no sembrar la desesperanza y no suscitar la desconfianza constante, aunque se disfrace detrás de la defensa de algunos valores (cf. FT, n. 15).

La Iglesia debe comprometer todas sus energías en crear esperanza.

Tenemos que esperar y suscitar con confianza lo mejor de nosotros mismos y de los demás. Especialmente, debemos animar a los jóvenes, que están sufriendo una importante quiebra de sus proyectos de futuro y no tienen todavía la perspectiva histórica de haber vivido otras duras crisis que hemos logrado superar.

Por mucho que las malas noticias destaquen y se acumulen, debemos ser un pueblo de esperanza que «eleva el espíritu hacia las cosas grandes» y «se abre a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna» (FT, n. 55). El que se ha equivocado, que pida perdón. El que ha caído en la corrupción que devuelva lo robado. En nuestro país debe haber espacio y tiempo para el arrepentimiento y para el perdón.

Recordemos que el juicio de cada uno solo corresponde a Dios. Es momento para pedir al Padre que nos conceda la virtud teologal de la esperanza que sabe mirar en profundidad, que sabe descubrir en las pequeñas cosas que la bondad siempre llega más lejos que cualquier mal, que la verdad es más profunda que la mentira y que la belleza siempre es mayor que el horror. Imploro el don de una esperanza concreta que reconozca y dé valor a todo lo positivo que emerge en la vida de cada persona, de cada familia y de la sociedad en su conjunto.

Tensiones

Dada la situación de emergencia nacional y mundial, deberíamos evitar tensionar más la sociedad política con cuestiones que no sean prioritarias o que requieran de un debate sereno y profundo.

 La mejora de nuestras instituciones no pasa por el «borrón y cuenta nueva», ni por el romper radicalmente el consenso, sino por trabajar unidos para mejorar y potenciar el actual sistema democrático.        Se trata de acoger todo lo bueno que hay en ellas y mejorar o corregir todos sus fallos y limitaciones.

 Hoy es una urgencia generar espacios y actitudes de reencuentro. Hablar de «cultura del encuentro significa que como pueblo nos apasiona intentar encontrarnos, buscar puntos de contacto, tender puentes, proyectar algo que incluya a todos» (FT, n. 216).

La tarea de reducir la crispación y de promover la cultura del encuentro no solo corresponde a los medios de comunicación y a las figuras públicas, sino también a cada uno de nosotros. Lo podemos hacer en nuestros contextos diarios, en las conversaciones, en las redes sociales, en la formación de los niños y jóvenes, en los mensajes que ponemos en circulación en la sociedad.

Una economía más humana

Sabemos que el mayor daño que está sufriendo la economía española en comparación con otras se debe también a la existencia de carencias previas que padecíamos y que han acentuado gravemente el efecto del parón de la actividad.

En su conjunto, necesitamos, por un lado, promover un mercado laboral digno que permita conciliar la vida familiar con la vida laboral, ya que toda medida tendente a proteger la estabilidad de la vida familiar acaba beneficiando económica y socialmente a todos.

 Si la sociedad en su conjunto está sufriendo, esa fragilidad se multiplica entre las personas y familias que están en situación de exclusión o al borde de la misma por el desempleo.

Ante la peor recesión económica desde la II guerra mundial, la reacción de la Iglesia ha sido y es salir al rescate con todos los medios a su alcance, redoblando todos sus esfuerzos y empleando todos los recursos disponibles.

La caridad eclesial no puede ni debe detenerse.

Es un momento en el que tenemos que estar presentes más que nunca al lado de los más necesitados, todo ello en la línea de lo afirmado en la instrucción pastoral Iglesia, servidora de los pobres (24.IV.2015)

Mejorar la cultura política y pública

Son muchas las personas que manifiestan su descontento con una forma de hacer política y con la manera que se está llevando a cabo la gestión de la cosa pública.

Administración pública y sociedad civil hemos de resolver conjuntamente la dramática situación ante la que nos encontramos. Políticos y gestores públicos necesitan nuestra colaboración para la consecución del bien común.

Es por ello que hacemos una llamada a potenciar nuestra sociedad civil que, lamentablemente, sigue siendo muy pobre.

Solo la concordia, el consenso y la cooperación nos hacen crecer como país. Necesitamos más que nunca de su liderazgo y de su testimonio.

Pacto educativo

La labor de la Iglesia en el ámbito educativo es relevante. No solo atiende a casi dos millones de familias -muchas de ellas en los enclaves más pobres y populares de nuestra sociedad-, sino que además promueve proyectos de investigación, innovación y desarrollo para el conjunto de profesores y centros del sistema educativo. A este servicio de educación reglada se une la acción social de una multitud de entidades de educación en el ocio y en el tiempo libre de inspiración cristiana que, fuera del horario escolar, trabajan para fomentar la equidad, la formación a menores vulnerables y el desarrollo humano e integral de cada persona. En el episodio de grave crisis social que atravesamos, sabemos que debemos intensificar nuestro compromiso educativo, especialmente allí donde más se sufre.

El clamor de la inmensa mayoría de la sociedad por un Pacto educativo en España, que sea a largo plazo y que incorpore a todas las fuerzas políticas y también a las entidades civiles y religiosas activas en el campo de la educación, no ha cesado de crecer. Sería conveniente que de este pacto educativo pudiera concretarse una ley sólida que no sea objeto de debate con cada cambio de color político en el Gobierno.

La Iglesia y todas sus instituciones educativas se suman a este Pacto Educativo Global propuesto por el papa Francisco con el fin de formar personas capaces de amar y ser amadas, dispuestas a ponerse al servicio de la comunidad.

Por eso lamentamos profundamente todos los obstáculos y trabas que se quieren imponer a la acción de las instituciones católicas concertadas. Nuevamente insistimos que no es el momento de poner trabas, de enfrentar instituciones públicas y privadas, sino de trabajar conjuntamente, de cooperar de forma eficaz y eficiente para ofrecer una educación adecuada a todos los niños, adolescentes y jóvenes de nuestro país, respetando en todo momento el derecho constitucional de los padres y madres a escoger libremente el centro y el modelo educativo para sus hijos —en consonancia a su conciencia, identidad y tradiciones—, y asegurando siempre el derecho constitucional a la libre iniciativa privada.

Consideramos que, siempre y cuando se actualicen correctamente y se garanticen las necesidades económicas para una buena prestación del servicio educativo, la fórmula de la concertación pública como mecanismo de financiación de la educación general sigue siendo plenamente válida y útil para que se dé la participación plural, la diversidad que enriquece a la sociedad y la implicación de la ciudadanía en la consecución del bien común. También creemos que se pueden valorar otras medidas interesantes adoptadas en países de nuestro entorno europeo (como es el caso del “bono escolar”) con el fin de garantizar los derechos constitucionalmente reconocidos a los padres y a la libre iniciativa privada.

Por último, y en la senda del Pacto Educativo Global promovido por el papa Francisco, nuestro empeño se concentra en poner a la persona en el centro, garantizando una educación integral de la misma en todas sus dimensiones —humana, relacional, psicológico-intelectual y espiritual—.

Defensa de una vida digna y justa

Esta pandemia nos está empujando a recuperar el valor de la vida y, de una manera particular, la de nuestros mayores y la de las personas que viven con más soledad y aislamiento. Hemos tomado conciencia de la importancia de cultivar sus relaciones humanas y familiares para proteger su salud y sus ganas de vivir.

Ante el sufrimiento que derriba a las personas, algunos proponen la eutanasia como solución. Nosotros, ante este grave dolor humano, apostamos por una cura integral de las personas que trabaje todas sus dimensiones: médica, espiritual, relacional y psicológica.

La sociedad, en su conjunto, debe promover una ética del cuidado y del reconocimiento personal, no legislaciones y lógicas superficiales e individualistas que extiendan la cultura de la muerte y fomenten el subjetivismo moral.

Queremos, pues, renovar nuestro compromiso irrenunciable con la defensa de la dignidad incondicional de cada ser humano desde el momento de su concepción y con un morir digno en que la vida sea plenamente humana y pacífica hasta el final, excluyendo tanto la anticipación de la muerte como su retraso mediante el ensañamiento terapéutico. La comunidad cristiana quiere cooperar con todos para construir esa sociedad de los cuidados a los más vulnerables.

Migrantes

La encíclica Fratelli tutti que estas semanas estamos acogiendo e interiorizando nos propone que amemos a nuestros hermanos más allá de las fronteras geográficas y existenciales. El papa nos señala con especial insistencia el riesgo que amenaza a las personas migrantes y que parece haber cuajado en ideologías xenófobas que ceden a «la tentación de hacer una cultura de muros» (FT, n. 27).

Nuestros esfuerzos ante las personas migrantes que llegan pueden resumirse en cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar (FT, n. 129).

Redescubrir lo esencial

La suma de ambas crisis, la financiera del 2008 y la provocada por la pandemia, está afectando seriamente a nuestro estado de ánimo y está provocando en no pocas personas una crisis existencial ante la que están aflorando las grandes preguntas del ser humano sobre el sentido y el modo de vida que llevamos, así como las preguntas sobre el origen y el destino de nuestra existencia. Este tiempo está provocando una búsqueda existencial y espiritual que nos ayude a ser más humanos y a vivir reconciliados con nosotros mismos, con los demás, con la creación y con Dios. El papa en Fratelli tutti recoge bien esta experiencia mundial: El dolor, la incertidumbre, el temor y la conciencia de los propios límites que despertó la pandemia, hacen resonar el llamado a repensar nuestros estilos de vida, nuestras relaciones, la organización de nuestras sociedades y sobre todo el sentido de nuestra existencia (FT, n. 33).

Como toda la humanidad, también la Iglesia está inmersa en un proceso de examen ante esta pandemia y sus males. Necesitamos mejorar nuestra actitud de servicio, intensificar nuestro compromiso de salida a las periferias sociales y existenciales, y anunciar el mayor tesoro que hemos recibido: la alegría del Evangelio. A ello queremos dedicar nuestras energías y suplicamos la asistencia de la Gracia que active lo mejor de nosotros mismos en favor del bien de todos.

El Congreso de Laicos, que celebramos pocos días antes de la pandemia, nos marca el camino para que la Iglesia en España siga anunciando el mensaje de esperanza y de amor que Cristo trajo al mundo.

Un deseo mundial de hermandad

Hoy nos encontramos en una grave situación de la que saldremos si aprendemos a acoger al Espíritu de Dios, si nos disponemos a acoger y seguir sus inspiraciones. Si seguimos sus consejos, renaceremos juntos, y pondremos cada uno lo mejor de nosotros mismos para el bien de toda la humanidad.

En el nombre del Señor, la Iglesia que peregrina en las diócesis de España recuerda que es necesario nacer de un nuevo espíritu, del Espíritu del cual manan la fraternidad y el amor, del Espíritu de Dios.

Precisamente, la encíclica que acabamos de recibir del papa Francisco y que nos ha acompañado a lo largo de este discurso nos invita a ello cuando dice: «Anhelo que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre todos, un deseo mundial de hermandad» (FT, n. 8).