El filósofo norcoreano Byung-Chul Han (Seúl, 1959), formado y afincado en Alemania, sucesor de Hegel en la universidad de Berlín, es uno de los más reconocidos a la hora de diagnosticar los males que aquejan a la sociedad hiperconsumista y neoliberal. Entre sus publicaciones más importantes cabe destacar ‘La sociedad del cansancio’ (2012), ‘La sociedad de la transparencia’ (2013) ‘Psicopolítica. Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder’ (2014) y ‘La expulsión de lo distinto’ (2017) todas ellas publicadas por la editorial Herder en España.
Según Han, vivimos en la sociedad del cansancio. Antes estábamos dominados por otros, y ahora somos nosotros mismos quienes nos exigimos un rendimiento personal y laboral que nos abruma sometiéndonos a una hiperactividad que nos agota y nos asfixia. Nos explotamos a nosotros mismos y nos creemos engañosamente que vivimos en libertad. Por eso, hoy predominan enfermedades como la depresión, el trastorno bipolar y el ‘síndrome del quemado’. Vivimos saturados de estímulos, informaciones e impulsos, atendiendo a muchas tareas y pantallas a la vez, pero de modo superficial. Es lo que llaman ‘multitareas’.
La verdadera cultura requiere una atención profunda y capacidad contemplativa. Porque prestar atención a muchas tareas a la vez dispersa y genera agitación que no engendra nada nuevo. Sin atender profundamente perdemos la capacidad de escucha, de crear y atender a narraciones interesantes, y la capacidad de ser pueblo, comunidad. Por otra parte, la pérdida de capacidad narrativa comporta que los acontecimientos estén solo almacenados como trastos en la memoria que deambulan sin rumbo. La moderna pérdida de creencias hace que la vida humana se convierta en efímera donde nada hay constante y duradero. La desaparición de la vida contemplativa en aras del activismo crea histeria y nerviosismo.
Además de la sociedad del cansancio, la nuestra es la sociedad de la transparencia obsesiva. Todo se considera igual y se expone rápida y superficialmente. Pero la transparencia y la verdad no se identifican. La acumulación de información no es por sí sola ninguna verdad. La obsesión por la transparencia quita a las cosas su encanto e impide intuir lo sagrado. La sociedad de la transparencia conduce a la sociedad de la aceleración, que impide la reflexión y encontrarle sentido a la vida y a la historia. Hoy en día, las cosas ligadas a la temporalidad envejecen mucho más rápido que antes. Se convierten en pasado al instante y, de este modo, dejan de captar la atención. La sociedad de la información lleva a acumular vivencias, puntuales y poco duraderas.
Es necesaria una revolución en el uso del tiempo, sostiene el profesor de Berlín. «La aceleración actual disminuye la capacidad de permanecer: necesitamos un tiempo propio que el sistema productivo no nos deja; requerimos de un tiempo de fiesta, que significa estar parados, sin nada productivo que hacer, pero que no debe confundirse con un tiempo de recuperación para seguir trabajando; el tiempo trabajado es tiempo perdido, no es tiempo para nosotros».
El neoliberalismo y el consumismo, el capitalismo, la tecnología y la hipertransparencia pretenden igualar a todo el mundo. Los individuos hoy se autoexplotan y sienten pavor hacia el otro, hacia el diferente. Viven así, en el desierto, o el infierno, de lo igual. En la sociedad contemporánea, la diferencia se considera un problema y se intenta anular con una búsqueda permanente de uniformidad. Cuantos más iguales sean las personas, más aumentará la producción. Según esta lógica, los grandes poderes fácticos necesitan que todos seamos iguales y que tengamos gustos idénticos y hábitos similares. En este paradigma, los inmigrantes y los refugiados son vistos como una pesada carga. El sistema solo permite que se den ‘diferencias comercializables’. El ser humano ya no es soberano de sí mismo sino que es resultado de una operación algorítmica que lo domina sin que lo perciba. Sin la presencia del otro, la comunicación degenera en un intercambio de información: las relaciones se reemplazan por las conexiones, y así solo se enlaza con lo igual. Ante el panorama descrito se pueden mencionar las aportaciones que el pensamiento católico a la sociedad actual: la vida activa debe acoger a la vida contemplativa en su seno. «Marta, Marta, te preocupas por muchas cosas y una sola es necesaria», le dice Jesús a la hermana de Lázaro. Recuperemos la vida contemplativa de la mano de nuestros grandes místicos: san Juan de la Cruz, santa Teresa de Jesús… Dios no ha creado fotocopias, sino originales. Y manifiesta una preocupación especial por los desvalidos. Recuperemos el valor humanitario de la fiesta, del descanso laboral. Observar el descanso dominical y dedicar tiempo al Señor no es sólo una obligación de carácter religioso, sino que nos hace más humanos. Frente al vivir aceleradamente y acumular sin más informaciones de todo tipo, dediquemos tiempo a lo verdaderamente importante y duradero: «¿De qué te sirve ganar el mundo entero, si pierdes tu alma?» Es la pregunta transcendental que nos lanza Jesús en el Evangelio. La moderna pérdida de creencias hace que la vida humana se convierta en efímera donde nada hay constante ni duradero.
MANUEL SÁNCHEZ MONGE
Martes, 16 marzo 2021