LA SANTA DE LA SEMANA: SANTA RITA DE CASIA

Santa Rita nació en 1381 junto a Casia, su segunda patria, en la hermosa Umbría, tierra de Santos: Benito, Escolástica, Francisco, Clara, Angela, Gabriel… Santa Rita pertenece a esa insigne pléyade de mujeres que pasaron por todos los estados: casadas, viudas y religiosas. Por otra parte, pocos santos han gozado de tanta devoción como Santa Rita, Abogada de los imposibles. Su pasión favorita era meditar la Pasión de Jesús.

Los antiguos biógrafos esmaltan su infancia de prodigios sin cuento. Lo cierto es que fue una niña precoz, inclinada a las cosas de Dios, que sabía leer en las criaturas los mensajes del Creador. Su alma era una cuerda tensa que se deshacía en armonías dedicadas exclusivamente a Jesús.

Sentía desde niña una fuerte inclinación a la vida religiosa. Pero la Providencia divina dispuso que pasara por todos los estados, para santificarlos y extender la luz de su ejemplo y el aroma de su virtud. Fue un modelo extraordinario de esposa, de madre, de viuda y de monja.

Por conveniencias familiares se casa con Pablo Fernando, de su aldea natal. Fue un verdadero martirio, pues Pablo era caprichoso y violento. Rita acepta su papel: callar, sufrir, rezar. Su bondad y paciencia logra la conversión de su esposo. Nacen dos gemelos que les llenan de alegría. A la paz sigue la tragedia. Su esposo cae asesinado, como secuela de su antigua vida. Rita perdona y eso mismo inculca a sus hijos. Y sucede ahora una escena incomprensible desde un punto de vista natural. Al ver que no puede conseguir que abandonen la idea de venganza, pide al Señor se los lleve, por evitar un nuevo crimen, y el Señor atiende su súplica.

Vienen ahora años difíciles. Su soledad, sus lágrimas, sus oraciones. Intenta ahora cumplir el deseo de su infancia; ser religiosa. Tres veces desea entrar en las Agustinas de Casia, y las tres veces es rechazada.

Por fin, con un prodigio que parece arrancado de las Florecillas, se le aparecen San Juan Bautista, San Agustín y San Nicolás de Tolentino y en volandas es introducida en el monasterio. Es admitida, hace la profesión ese mismo año de 1417, y allí pasa 40 años, sólo para Dios.

Recorrió con ahínco el camino de la perfección, las tres vías de la vida espiritual, purgativa, iluminativa y unitiva. Ascetismo exigente, humildad, pobreza, caridad, ayunos, cilicio, vigilias. Las religiosas refieren una hermosa Florecilla. La Priora le manda regar un sarmiento seco. Rita cumple la orden rigurosamente durante varios meses y el sarmiento reverdece. Y cuentan los testigos que aún vive la parra milagrosa.

Jesús no ahorra a las almas escogidas la prueba del amor por el dolor. Rita, como Francisco de Asís, se ve sellada con uno de los estigmas de la Pasión: una espina muy dolorosa en la frente. Hay solicitaciones del demonio y de la carne, que ella calmaba aplicando una candela encendida en la mano o en el pie. Pruebas purificadoras, miradas desconfiadas, sonrisas burlonas. Rita mira al Crucifijo y en aquella escuela aprende su lección.

La hora de su muerte nos la relatan también llena de deliciosos prodigios. En el jardín del convento nacen una rosa y dos higos en pleno invierno para satisfacer sus antojos de enferma. Al morir, la celda se ilumina y las campanas tañen solas a gloria. Su cuerpo sigue incorrupto.

Cuando Rita murió, la llaga de su frente resplandecía en su rostro como una estrella en un rosal. Era el año 1457. Así premiaba Jesús con dulces consuelos el calvario de su apasionada amante. Leon XIII la canonizó el 1900.

Fuente Santopedia

DISCURSO DEL SANTO PADRE LEÓN XIV A LOS PARTICIPANTES EN EL JUBILEO DE LAS IGLESIAS ORIENTALES

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, ¡la paz esté con ustedes!

Beatitudes, Eminencias, Excelencias, queridos sacerdotes, consagradas y consagrados, hermanos y hermanas,

Cristo ha resucitado. ¡Ha resucitado verdaderamente! Los saludo con las palabras que, en muchas regiones, el Oriente cristiano no se cansa de repetir en este tiempo pascual, profesando el núcleo central de la fe y de la esperanza. Y es hermoso verlos aquí precisamente con motivo del Jubileo de la esperanza, de la que la resurrección de Jesús es el fundamento indestructible. ¡Bienvenidos a Roma! Me alegra encontrarme con ustedes y dedicar a los fieles orientales uno de los primeros encuentros de mi pontificado.

Ustedes son valiosos. Al mirarlos, pienso en la variedad de sus procedencias, en la historia gloriosa y en los duros sufrimientos que muchas de sus comunidades han padecido o padecen. Y quisiera reiterar lo que dijo el papa Francisco sobre las Iglesias orientales: «Son Iglesias que deben ser amadas: custodian tradiciones espirituales y sapienciales únicas, y tienen tanto que decirnos sobre la vida cristiana, la sinodalidad y la liturgia; piensen en los Padres antiguos, en los Concilios, en el monacato: tesoros inestimables para la Iglesia» (Discurso a los participantes en la Asamblea de la ROACO, 27 de junio de 2024).

Deseo citar también al Papa León XIII, que fue el primero en dedicar un documento específico a la dignidad de sus Iglesias, dada ante todo por el hecho de que «la obra de la redención humana comenzó en Oriente» (cf. Lett. ap. Orientalium dignitas, 30 de noviembre de 1894). Sí, ustedes tienen «un papel único y privilegiado, por ser el marco originario de la Iglesia primitiva» (San Juan Pablo II, Carta. ap. Orientale Lumen, 5). Es significativo que algunas de sus liturgias —que estos días están celebrando solemnemente en Roma según las diversas tradiciones— sigan utilizando la lengua del Señor Jesús. Pero el papa León XIII hizo un sentido llamamiento para que «la legítima variedad de la liturgia y la disciplina oriental […] redunde en […] gran decoro y utilidad de la Iglesia» (Lett. ap. Orientalium dignitas). Su preocupación de entonces es muy actual, porque en nuestros días muchos hermanos y hermanas orientales, entre los que se encuentran varios de ustedes, obligados a huir de sus territorios de origen a causa de la guerra y las persecuciones, de la inestabilidad y de la pobreza, corren el riesgo, al llegar a Occidente, de perder, además de su patria, también su identidad religiosa. Así, con el paso de las generaciones, se pierde el patrimonio inestimable de las Iglesias orientales.

Hace más de un siglo, León XIII señaló que «la conservación de los ritos orientales es más importante de lo que se cree» y, con este fin, prescribió incluso que «cualquier misionero latino, del clero secular o regular, que con consejos o ayudas atraiga a algún oriental al rito latino» sea «destituido y excluido de su cargo» (ibíd.). Acogemos el llamamiento a custodiar y promover el Oriente cristiano, sobre todo en la diáspora; aquí, además de erigir, donde sea posible y oportuno, circunscripciones orientales, es necesario sensibilizar a los latinos. En este sentido, pido al Dicasterio para las Iglesias Orientales, al que agradezco su trabajo, que me ayude a definir principios, normas, y directrices a través de los cuales los pastores latinos puedan apoyar concretamente a los católicos orientales de la diáspora, y a preservar sus tradiciones vivas y a enriquecer con su especificidad el contexto en el que viven.

La Iglesia los necesita. ¡Cuán grande es la contribución que el Oriente cristiano puede darnos hoy! ¡Cuánta necesidad tenemos de recuperar el sentido del misterio, tan vivo en sus liturgias, que involucran a la persona humana en su totalidad, cantan la belleza de la salvación y suscitan asombro por la grandeza divina que abraza la pequeñez humana! ¡Y cuán importante es redescubrir, también en el Occidente cristiano, el sentido del primado de Dios, el valor de la mistagogia, de la intercesión incesante, de la penitencia, del ayuno, del llanto por los propios pecados y de toda la humanidad (penthos), tan típicos de las espiritualidades orientales! Por eso es fundamental custodiar sus tradiciones sin diluirlas, tal vez por practicidad y comodidad, para que no se corrompan por un espíritu consumista y utilitarista.

Sus espiritualidades, antiguas y siempre nuevas, son medicinales. En ellas, el sentido dramático de la miseria humana se funde con el asombro por la misericordia divina, de modo que nuestras bajezas no provocan desesperación, sino que invitan a acoger la gracia de ser criaturas sanadas, divinizadas y elevadas a las alturas celestiales. Necesitamos alabar y dar gracias sin cesar al Señor por esto. Con ustedes podemos rezar las palabras de San Efrén el sirio y decir a Jesús: «Gloria a ti, que hiciste de tu cruz un puente sobre la muerte. […] Gloria a ti, que te revestiste del cuerpo mortal y lo transformaste en fuente de vida para todos los mortales» (Discurso sobre el Señor, 9). Es un don que hay que pedir: saber ver la certeza de la Pascua en cada tribulación de la vida y no desanimarnos recordando, como escribía otro gran padre oriental, que «el mayor pecado es no creer en las energías de la Resurrección» (San Isaac de Nínive, Sermones ascéticos, I, 5).

¿Quién, pues, más que ustedes, puede cantar palabras de esperanza en el abismo de la violencia? ¿Quién más que ustedes, que conocen de cerca los horrores de la guerra, hasta el punto de que el Papa Francisco llamó a sus Iglesias «martiriales» (Discurso a la ROACO, cit.)? Es cierto: desde Tierra Santa hasta Ucrania, desde el Líbano hasta Siria, desde Oriente Medio hasta Tigray y el Cáucaso, ¡cuánta violencia! Y sobre todo este horror, sobre la masacre de tantas vidas jóvenes, que deberían provocar indignación, porque, en nombre de la conquista militar, son personas las que mueren, se alza un llamamiento: no tanto el del Papa, sino el de Cristo, que repite: «¡La paz esté con ustedes!» (Jn 20,19.21.26). Y especifica: «Les dejo la paz, les doy mi paz. No como la da el mundo, yo se la doy a ustedes» (Jn 14,27). La paz de Cristo no es el silencio sepulcral después del conflicto, no es el resultado de la opresión, sino un don que mira a las personas y reactiva su vida. Recemos por esta paz, que es reconciliación, perdón, valentía para pasar página y volver a comenzar.

Para que esta paz se difunda, yo emplearé todos mis esfuerzos. La Santa Sede está a disposición para que los enemigos se encuentren y se miren a los ojos, para que a los pueblos se les devuelva la esperanza y se les restituya la dignidad que merecen, la dignidad de la paz. Los pueblos quieren la paz y yo, con el corazón en la mano, digo a los responsables de los pueblos: ¡encontremos, dialoguemos, negociemos! La guerra nunca es inevitable, las armas pueden y deben callar, porque no resuelven los problemas, sino que los aumentan; porque pasarán a la historia quienes siembran la paz, no quienes cosechan víctimas; porque los demás no son ante todo enemigos, sino seres humanos: no son malos a quienes odiar, sino personas con quienes hablar. Rechacemos las visiones maniqueas típicas de los relatos violentos, que dividen el mundo entre buenos y malos.

La Iglesia no se cansará de repetirlo: que callen las armas. Y quiero dar gracias a Dios por todos aquellos que, en el silencio, en la oración, en la entrega, tejen tramas de paz; y a los cristianos —orientales y latinos— que, especialmente en Oriente Medio, perseveran y resisten en sus tierras, más fuertes que la tentación de abandonarlas. A los cristianos hay que darles la posibilidad, no solo con palabras, de permanecer en sus tierras con todos los derechos necesarios para una existencia segura. ¡Les ruego que se comprometan por esto!

Y gracias, gracias a ustedes, queridos hermanos y hermanas de Oriente, de donde surgió Jesús, el Sol de justicia, por ser «luces del mundo» (cf. Mt 5,14). Sigan brillando por la fe, la esperanza y la caridad, y por nada más. Que sus Iglesias sean un ejemplo, y que los pastores promuevan con rectitud la comunión, sobre todo en los Sínodos de los Obispos, para que sean lugares de colegialidad y de auténtica corresponsabilidad. Cuiden la transparencia en la gestión de los bienes, den testimonio de una dedicación humilde y total al santo pueblo de Dios, sin apegos a los honores, a los poderes del mundo y a la propia imagen. San Simeón el Nuevo Teólogo daba un bello ejemplo: «Como quien, echando polvo sobre la llama de un horno encendido, la apaga, del mismo modo las preocupaciones de esta vida y todo tipo de apego a cosas mezquinas y sin valor destruyen el calor del corazón encendido al principio» (Capítulos prácticos y teológicos, 63). El esplendor del Oriente cristiano pide, hoy más que nunca, libertad de toda dependencia mundana y de toda tendencia contraria a la comunión, para ser fieles en la obediencia y en el testimonio evangélicos.

Les doy las gracias por esto y les bendigo de corazón, pidiéndoles que recen por la Iglesia y que eleven sus poderosas oraciones de intercesión por mi ministerio. ¡Gracias!

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Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 14 de mayo de 2025

PRIMEROS PASOS DEL SANTO PADRE: AUDIENCIA A LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN

Buenos días, y muchas gracias por esta maravillosa acogida. Dicen que cuando se aplaude al comenzar, no tiene mucha importancia. Pero, si están todavía despiertos al finalizar y aún quieren aplaudir, se lo agradezco mucho.

Hermanos y hermanas:

Les doy la bienvenida a ustedes, representantes de los medios de comunicación de todo el mundo. Les agradezco el trabajo que han hecho y están haciendo en este tiempo, que para la Iglesia es esencialmente un tiempo de gracia.

En el “Sermón de la montaña” Jesús proclamó: «Felices los que trabajan por la paz» (Mt 5,9). Se trata de una bienaventuranza que nos desafía a todos y que nos toca de cerca, llamando a cada uno a comprometerse en la realización de un tipo de comunicación diferente, que no busca el consenso a cualquier coste, no se reviste de palabras agresivas, no asume el modelo de la competición, no separa nunca la investigación de la verdad del amor con el que humildemente debemos buscarla. La paz comienza por cada uno de nosotros, por el modo en el que miramos a los demás, escuchamos a los demás, hablamos de los demás; y, en este sentido, el modo en que comunicamos tiene una importancia fundamental; debemos decir “no” a la guerra de las palabras y de las imágenes, debemos rechazar el paradigma de la guerra.

Permítanme entonces reiterar hoy la solidaridad de la Iglesia con los periodistas encarcelados por haber intentado contar la verdad, y por medio de estas palabras también pedir la liberación de los mismos. La Iglesia reconoce en estos testigos —pienso en aquellos que informan sobre la guerra incluso a costa de la vida— la valentía de quien defiende la dignidad, la justicia y el derecho de los pueblos a estar informados, porque sólo los pueblos informados pueden tomar decisiones con libertad. El sufrimiento de estos periodistas detenidos interpela la conciencia de las naciones y de la comunidad internacional, pidiéndonos a todos que custodiemos el bien precioso de la libertad de expresión y de prensa.

Gracias, queridos amigos, por su servicio a la verdad. Ustedes han estado en Roma durante estas semanas para informar sobre la Iglesia, su diversidad y, junto a ella, su unidad. Han acompañado los ritos de la Semana Santa, después han trasmitido el dolor por la muerte del Papa Francisco, acaecida sin embargo a la luz de la Pascua. Esa misma fe pascual nos ha introducido en el espíritu del cónclave, que les ha visto particularmente comprometidos en jornadas fatigosas y, también en esta ocasión, han conseguido comunicar la belleza del amor de Cristo que nos une a todos y nos hace ser un único pueblo, guiado por el Buen Pastor.

Vivimos tiempos difíciles de atravesar y describir, que representan un desafío para todos nosotros, de los que no debemos escapar. Por el contrario, nos piden a cada uno que, en nuestras distintas responsabilidades y servicios, no cedamos nunca a la mediocridad. La Iglesia debe aceptar el desafío del tiempo y, del mismo modo, no pueden existir una comunicación y un periodismo fuera del tiempo y de la historia. Como nos recuerda san Agustín, que decía: «Vivamos bien, y serán buenos los tiempos. Los tiempos somos nosotros» (Sermón 80,8).

Gracias, por todo lo que han hecho para abandonar los estereotipos y los lugares comunes, a través de los cuales leemos frecuentemente la vida cristiana y la misma vida de la Iglesia. Gracias, porque han conseguido percibir lo esencial de lo que somos y trasmitirlo al mundo entero gracias a los distintos medios de comunicación.

Hoy, uno de los desafíos más importantes es el de promover una comunicación capaz de hacernos salir de la “torre de Babel” en la que a veces nos encontramos, de la confusión de lenguajes sin amor, frecuentemente ideológicos y facciosos. Por eso, su servicio, con las palabras que usan y el estilo que adoptan, es importante. La comunicación, de hecho, no es sólo trasmisión de informaciones, sino creación de una cultura, de ambientes humanos y digitales que sean espacios de diálogo y de contraste. Y, considerando la evolución tecnológica, esta misión se hace más necesaria aún. Pienso, particularmente, en la inteligencia artificial con su potencial inmenso, que requiere, sin embargo, responsabilidad y discernimiento para orientar los instrumentos al bien de todos, de modo que puedan producir beneficios para la humanidad. Y esta responsabilidad nos concierne a todos, de acuerdo a la edad y a los roles sociales.

Queridos amigos, aprenderemos con el tiempo a conocernos mejor. Hemos vivido —podemos decir juntos— días verdaderamente especiales. Los hemos, los han compartido a través de los distintos medios de comunicación: la televisión, la radio, la web y las redes sociales. Quisiera que cada uno de nosotros pudiera decir que ellos nos han desvelado una pizca del misterio de nuestra humanidad, y que nos han dejado un deseo de amor y de paz. Por eso, hoy les repito a ustedes la invitación que hizo el Papa Francisco en su último mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. Desarmemos la comunicación de cualquier prejuicio, rencor, fanatismo y odio; purifiquémosla de la agresividad. No sirve una comunicación estridente, de fuerza, sino más bien una comunicación capaz de escucha, de recoger la voz de los débiles que no tienen voz. Desarmemos las palabras y contribuiremos a desarmar la tierra. Una comunicación desarmada y desarmante nos permite compartir una mirada distinta sobre el mundo y actuar de modo coherente con nuestra dignidad humana.

Ustedes están en primera línea para describir los conflictos y las esperanzas de paz, las situaciones de injusticia y de pobreza, así como el trabajo silencioso de muchos en favor de un mundo mejor. Por eso les pido que elijan de forma juiciosa y valiente el camino de una comunicación para la paz.

Gracias a todos. Que Dios los bendiga.

 

Copyright © Dicastero per la Comunicazione – Libreria Editrice Vaticana

PRIMEROS PASOS DEL SANTO PADRE: REGINA COELI

Nos parece interesante seguir los primeros pasos del Santo Padre os reproducimos en este boletín algunas de sus intervenciones.

Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!

Considero un don de Dios el hecho de que el primer domingo de mi servicio como Obispo de Roma sea el del Buen Pastor, el cuarto del tiempo de Pascua. En este domingo, en la misa, siempre se proclama la lectura del capítulo décimo del Evangelio de Juan, en la que Jesús se revela como el verdadero Pastor, que conoce, ama y da la vida por sus ovejas.

En este domingo, desde hace sesenta y dos años, se celebra la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Y, además, Roma acoge hoy el Jubileo de las Bandas musicales y de los Espectáculos populares. Saludo con afecto a todos los peregrinos y les doy las gracias porque con su música y sus representaciones alegran la fiesta, la fiesta de Cristo Buen Pastor: sí, es Él quien guía a la Iglesia mediante su Espíritu Santo.

Jesús en el Evangelio afirma que conoce a sus ovejas, y que ellas escuchan su voz y le siguen (cf. Jn 10,27). En efecto, como enseña el Papa san Gregorio Magno, las personas “corresponden al amor de quien les ama” (cf. Homilía 14,3).

Hoy pues, hermanos y hermanas, tengo la alegría de rezar con ustedes y con todo el Pueblo de Dios por las vocaciones, especialmente al sacerdocio y a la vida religiosa. ¡La Iglesia los necesita! Y es importante que los jóvenes encuentren en nuestras comunidades: acogida, escucha, estímulo en su camino vocacional, y que puedan contar con modelos creíbles de entrega generosa a Dios y a sus hermanos.

Hagamos nuestra la invitación que el Papa Francisco nos dejó en su Mensaje para esta Jornada en la que nos pedía acoger y acompañar a los jóvenes. Roguemos al Padre celestial el ser, los unos para los otros, cada uno según su estado, pastores “según su corazón” (cf. Jr 3,15), capaces de ayudarnos mutuamente a caminar en el amor y en la verdad. Y a los jóvenes les digo: “¡No tengan miedo! ¡Acepten la invitación de la Iglesia y de Cristo Señor!”

La Virgen María, cuya vida fue toda una respuesta a la llamada del Señor, nos acompañe siempre en el seguimiento de Jesús.

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Después del Regina Coeli

Hermanos y hermanas:

La gran tragedia de la Segunda Guerra Mundial, terminó hace 80 años, el 8 de mayo, después de haber causado 60 millones de víctimas. En el dramático escenario actual de una tercera guerra mundial por partes, como afirmó el Papa Francisco en más de una ocasión, también yo me dirijo a los grandes del mundo, repitiendo el llamamiento siempre actual: “¡Nunca más la guerra!”

Llevo en mi corazón los sufrimientos del amado pueblo ucraniano. Se haga lo posible para alcanzar cuanto antes un paz auténtica, justa y duradera. Sean liberados todos los prisioneros y los niños puedan regresar con sus familias.

Me entristece profundamente lo que sucede en la Franja de Gaza. ¡Cese inmediatamente el fuego! Se preste ayuda humanitaria a la exhausta población civil y se liberen a todos los rehenes.

He acogido con satisfacción el anuncio del alto el fuego entre India y Pakistán, y deseo que a través de las próximas negociaciones se pueda alcanzar pronto un acuerdo duradero.

¡Pero cuántos otros conflictos hay en el mundo! Encomiendo a la Reina de la paz este sentido llamamiento para que sea Ella quien se lo presente al Señor Jesús para obtener el milagro de la paz.

Y ahora os saludo con afecto a todos vosotros, romanos y peregrinos de varios países. Saludo a los miembros de la British and Foreign Bible Society, el grupo de médicos de Granada (España), los fieles de Malta, Panamá, Dallas (Texas), Valladolid, Torrelodones (Madrid), Montesilvano y Cinisi (Palermo).

Saludo a los participantes en la manifestación “Elegimos la vida” y a los jóvenes de la Fraternidad Santa María Inmaculada y San Francisco de Asís de Reggio Emilia.

Hoy en Italia y en otros países se celebra la fiesta de la madre. Mando un afectuoso saludo a todas las madres, con una oración por ellas y por las que están ya en el Cielo.

¡Feliz día a todas las madres!

¡Gracias a todos vosotros! ¡Feliz domingo a todos!

Fuente: The Holy See

RESURRECCIÓN: VIDA ANTES DE LA MUERTE

La resurrección de Cristo no es un acontecimiento que le afecta a él solo. La resurrección de Cristo tiene repercusiones en todos aquellos que viven unidos a Cristo, pues Cristo ha resucitado como el primero de una larga lista de hermanos. Afirmar que Cristo ha resucitado va indisolublemente unido a afirmar que nosotros esperamos resucitar con él. “Viendo a Cristo resucitado, que es nuestra cabeza, esperamos que también nosotros resucitaremos”, escribió Tomás de Aquino (Suma, III, 53,1). Esta es la gran esperanza cristiana y, sin esta esperanza, todo el cristianismo se derrumba: “si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los hombres más dignos de compasión!” (1 Co 15,19). Nuestra esperanza está en que el mismo Espíritu que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también vida a nuestros cuerpos mortales (Rm 8,11).

Pero hay que añadir algo más a propósito de la esperanza cristiana. Pues hoy mucha gente, religiosa y no religiosa, y más aún la que vive en situaciones de opresión y dificultad, se pregunta: ¿habrá vida antes de la muerte? Vida, sí, porque hay situaciones en las que uno exclama espontáneamente: ¡esto no es vida! Por eso importa dejar claro que también la esperanza cristiana ilumina la cuestión de la vida antes de la muerte. Si la resurrección de Cristo es el signo más claro de que su camino conduce a la vida verdadera y de que Dios aprueba esta vida, porque una vida como la de Jesús es la que de verdad tiene futuro, entonces la resurrección de Cristo es una llamada a vivir como él vivió, a vivir con sus mismos sentimientos y actitudes, porque si así lo hacemos también nuestra vida culminará en la vida verdadera. Si en la resurrección de Cristo, Dios acoge una vida como la de Jesús, es de esperar que, si vivimos una vida como la suya, también Dios acogerá nuestra vida.

 La fe en la resurrección implica, pues, la lucha diaria contra la muerte. No se da solo la muerte al final de la vida, sino también la muerte de seres humanos en medio de la vida. Del mismo modo podemos decir: no hay solo una vida tras la muerte, sino también una vida antes de la muerte. Decir que Cristo ha resucitado es construir la paz con toda nuestra vida, hacer de las espadas, arados. De este modo la esperanza en la resurrección no desempeña un papel falsamente consolador, sino críticamente liberador. Resucitar aquí y ahora significa que no nos matemos unos a otros en la guerra; que no nos matemos con palabras de incomprensión, odios y prejuicios; que sembremos vida, viviendo unos para otros. La dosis de protesta contra la muerte, que late en la esperanza de la resurrección se hace patente en un poema del escritor y sacerdote suizo Kurt Martí (citado por H. Küng, ¿Vida eterna?, Cristiandad, Madrid, 1983, 198):

Qué bien para ciertos señores

que todo la muerte saldase,

el señorío a los dueños,

la servidumbre a los siervos

confirmados para siempre.

 qué bien para ciertos señores

que en rico sepulcro privado

siguiesen señores por siempre

y sus siervos como siervos

en baratas tumbas de serie;

Mas una resurrección llega

de otra muy de otra suerte,

resurrección, pronunciamiento

de Dios contra los señores

y el señor de todos ellos: la muerte.

Martín Gelabert – Blog Nihil Obstat

LAS CUIDADORAS NO PROFESIONALES SE REBELAN CONTRA SU INVISIBILIDAD: «SOMOS MÁS DE 5 MILLONES»

Indispensables, pero invisibles. Así se sienten las cuidadoras principales. Este colectivo, formado mayoritariamente por mujeres –más de cinco millones en España–, denuncia que su trabajo está poco reconocido por la sociedad y la administración, pese a ser un pilar fundamental para el sostenimiento del Estado del Bienestar.

Y es que, aunque se dedican desinteresadamente a atender las necesidades de las personas dependientes –jóvenes y mayores–, con las implicaciones que esto tiene para sus vidas profesionales y personales, no cuentan con las facilidades necesarias por parte del Estado para hacerlo en buenas condiciones.

Esta fue una de las principales conclusiones de la jornada celebrada en el Senado ‘Sin nosotras no hay cuidados’, organizada el pasado viernes 28 de marzo por el Consejo Español para la Defensa de la Discapacidad y la Dependencia (@CEDDD_), que reunió a expertas en la materia, cuidadoras principales y representantes institucionales, académicos y de la sociedad civil.

Las ponentes allí reunidas coincidieron en criticar la escasa importancia que se da desde las instituciones a la labor de este colectivo, tampoco en el anteproyecto de Ley de Dependencia, donde, aseguraron, se reconoce unos derechos muy genéricos que son una “loa al sol”.

Por ello, recordaron que es inviable pretender prescindir del cuidador familiar, puesto que, para garantizar el servicio que prestan los 7 días de la semana, las 24 horas del día, serían necesarios al menos cuatro trabajadores y faltaría algo imprescindible: «el amor».

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Es por esa razón que varias de las ponentes reclamaron que se considere a este colectivo como «profesional», para que pueda tener una retribución acorde a todo lo que aporta a la sociedad. En ese sentido, Mar Ugarte, vicepresidenta del CEDDD, encargada de inaugurar el acto, afirmó que es esencial reconocer a este grupo de la población, formado mayoritariamente por mujeres y criticó que su labor no tenga reconocimiento social ni por parte del Estado. «Son ellas las que realmente sostienen el sistema público de cuidados”, afirmó. Una opinión que compartió Ana Lancho, vicepresidenta segunda de esta organización, que clausuró la jornada. «No podemos permitir que quienes cuidan sigan siendo invisibles», señaló. «Tenemos que plantearnos, como sociedad, si estamos haciendo todo lo posible por reconocer a estas mujeres cuidadoras principales», comentó por su parte la senadora de España por UPN, Maria Caballero, también presente en el acto.

A continuación, Mariana de Ugarte, divulgadora, escritora y cuidadora principal, contó su experiencia con dos hijos en situación de dependencia y relató cómo tuvo que adaptarse para poder atenderles, adquiriendo todo tipo de nuevas herramientas. “No he recibido una formación académica, pero no se encontrarán a nadie más profesional», señaló. Eso sí, De Ugarte criticó que las ayudas de la administración «son escasas», lamentó que «no nos cuida nadie» y denunció la falta de medidas para garantizar la conciliación, puesto que “no todo el mundo puede renunciar a un trabajo remunerado, pero tampoco a esta responsabilidad”.

«SI TODAS DEJÁRAMOS DE CUIDAR, EL SISTEMA COLAPSARÍA»

Tras estas intervenciones, tuvo lugar una mesa redonda que reunió a cuidadoras principales y expertas en diferentes ámbitos, como el derecho, la sociología o la psicología. Teresa Torres, presidenta de la Asociación Española de Patologías Mitocondriales, explicó que atiende a su hijo de 26 años y que ha aprendido a «convivir con el dolor y la incertidumbre», pero también «con la esperanza». «Es un trabajo que sostiene vidas, familias y parte del sistema sanitario y social”, señaló. “Nos enfrentamos a una sobrecarga física y mental», sostuvo y reclamó un reconocimiento legal y económico de su rol, así como un acceso a una cotización digna y a ayudas y servicios «reales». “Es importante que se nos reconozca como cuidadoras profesionales”, afirmó.

Por su parte, Silvina Funes, socióloga y portavoz de la Plataforma de Cuidadoras Principales, denunció que, mayoritariamente, el peso de esta labor recaiga sobre las mujeres, no tanto por voluntad propia, sino por razones externas –acuerdo familiar, imposición, sentido del deber…–. «Los hombres participan menos en el cuidado, asumiendo roles secundarios o se desentienden”, lamentó. Y advirtió que se puede estar dando una explotación silenciosa que lleva al «aislamiento» y a la «sobrecarga» de las mujeres. «Si todas dejáramos de cuidar, el sistema colapsaría”, avisó. “Somos nosotras las que hacemos sostenible el Estado del Bienestar”, aseguró. Por esta razón, pidió una retribución justa y valorar temas como la jubilación anticipada o que se garanticen unas pensiones dignas.

La intervención de Carmen Casanova Álvarez, abogada experta en discapacidad y cuidadora principal, se centró, entre otros asuntos, en el aumento de las personas que forman parte de la «generación sándwich» –cuidan de hijos y de los padres–, con el progresivo envejecimiento de la población y el aumento de las necesidades. Además, la letrada criticó el anteproyecto de Ley de Dependencia que “aumenta la declaración de derechos sobre el papel, pero no el presupuesto” y reclamó un «Pacto de Estado» en esta materia. “Construyamos un mundo en el que los cuidados no se sustenten en el sacrificio de nadie, sino en el esfuerzo de todos”, señaló.

«NO PUEDES ENFERMAR, PORQUE ES POSIBLE QUE NADIE PUEDA RELEVARTE»

Otro de los asuntos abordados durante el acto fue el impacto en la salud mental del cuidado. Sobre este tema habló Vanesa Pérez Padilla, psicóloga, divulgadora y cuidadora principal, quien recordó «que el amor no lo puede todo» y que esta labor tiene impacto en quienes la desempeñan. “No puedes enfermar, porque es posible que nadie pueda relevarte”, recordó. “La salud se resiente con los cuidados prolongados”, comentó. Y en esos momentos de más debilidad, indicó, se produce la culpa y el cansancio, así como síntomas recurrentes como la ansiedad, la depresión y los sentimientos como la soledad no deseada, más, cuando la sociedad y la administración, dejan de lado a estas personas.

Una opinión que compartió Yolanda de la Viuda, presidenta Asociación de Ayuda a la Dependencia y Enfermedades Raras de Castilla y León, quien destacó el gran impacto que se produce, al vivir «alerta» en todo momento, y reclamó una retribución por dicha labor. “Somos la mano de obra barata del Gobierno”, indicó. “Se necesitaría para suplirlos a 4 profesionales y faltaría amor”, sostuvo.

Finalmente, Macarena Fernández Puente, divulgadora sobre dependencia, habló de su experiencia con su hijo Bruno y destacó la importancia de apoyar a quienes cuidan, una vez fallece un ser querido, como desgraciadamente ocurrió en su caso. De esta manera, además del vacío que se queda, denunció que existen dificultades para reincorporarse al mercado laboral y no hay «respuestas rápidas antes estas situaciones». “Nos hemos sentido muy solos”, lamentó.

EL SANTO DE LA SEMANA: SAN PASCUAL BAILÓN

San Pascual nació en Torre Hermosa, en las fronteras de Castilla y Aragón, el día de Pentecostés de 1540, fin de la Pascua. Sus padres fueron campesinos.

El Martirologio Romano nos dice que San Pascual Bailón fue un hombre de vida austera y de maravillosa inocencia. La santa Sede lo proclamó Patrono de los Congresos Eucarísticos y de las Cofradías del Santísimo Sacramento.

Desde los 7 años hasta los 24, por 17 años fue pastor de ovejas. Después, alrededor de los 28 será hermano religioso, franciscano.

Su más grande amor durante toda la vida fue la Sagrada Eucaristía. Decía el dueño de la finca en el cual trabajaba como pastor, que el mejor regalo que le podía ofrecer al Niño Pascual era permitirle asistir algún día entre semana a la Santa Misa. Desde los campos donde cuidaba las ovejas de su amo, alcanzaba a ver la torre del pueblo y de vez en cuando se arrodillaba a adorar el Santísimo Sacramento, desde esas lejanías. En esos tiempos se acostumbraba que al elevar la Hostia el sacerdote en la Misa, se diera un toque de campanas. Cuando el pastorcito Pascual oía la campana, se arrodillaba allá en su campo, mirando hacia el templo y adoraba a Jesucristo presente en la Santa Hostia.

Un día otros pastores le oyeron gritar: «¡Ahí viene!, ¡allí está!». Y cayó de rodillas. Después dijo que había visto a Jesús presente en la Santa Hostia.

De niño siendo pastor, ya hacía mortificaciones. Por ejemplo andar descalzo por caminos llenos de piedras y espinas. Y cuando alguna de las ovejas se pasaba al potrero del vecino, le pagaba al otro el pasto que la oveja se había comido con el escaso sueldo que le pagaban.

A los 24 años pidió ser admitido como hermano religioso entre los franciscanos. Al principio le negaron la aceptación por su poca instrucción, pues apenas había aprendido a leer. Y el único libro que leía era el devocionario, el cual llevaba siempre mientras pastoreaba sus ovejas y allí le encantaba leer especialmente las oraciones a Jesús Sacramentado y a la Sma. Virgen.

Como religioso franciscano sus oficios fueron siempre los más humildes: portero, cocinero, mandadero, barrendero. Pero su gran especialidad fue siempre un amor inmenso a Jesús en la Santa Hostia, en la Eucaristía. Durante el día, cualquier rato que tuviera libre lo empleaba para estarse en la capilla, de rodillas con los brazos en cruz adorando a Jesús Sacramentado. Por las noches pasaba horas y horas ante el Santísimo Sacramento. Cuando los demás se iban a dormir, él se quedaba rezando ante el altar. Y por la madrugada, varias horas antes de que los demás religiosos llegaran a la capilla a orar, ya estaba allí el hermano Pascual adorando a Nuestro Señor.

Pascual compuso varias oraciones muy hermosas al Santísimo Sacramento y el sabio Arzobispo San Luis de Rivera al leerlas exclamó admirado: «Estas almas sencillas sí que se ganan los mejores puestos en el cielo. Nuestras sabidurías humanas valen poco si se comparan con la sabiduría divina que Dios concede a los humildes».

Sus superiores lo enviaron a Francia a llevar un mensaje. Tenía que atravesar caminos llenos de protestantes. Un día un hereje le preguntó: «¿Dónde está Dios?». Y él respondió: «Dios está en el cielo», y el otro se fue. Pero enseguida el santo fraile se puso a pensar: «¡Oh, me perdí la ocasión de haber muerto mártir por Nuestro Señor! Si le hubiera dicho que Dios está en la Santa Hostia en la Eucaristía me habrían matado y sería mártir. Pero no fui digno de ese honor». Llegado a Francia, descalzo, con una túnica vieja y remendada, lo rodeó un grupo de protestantes y lo desafiaron a que les probara que Jesús sí está en la Eucaristía. Y Pascual que no había hecho estudios y apenas si sabía leer y escribir, habló de tal manera bien de la presencia de Jesús en la Eucaristía, que los demás no fueron capaces de contestarle. Lo único que hicieron fue apedrearlo.

Hablaba poco, pero cuando se trataba de la Sagrada Eucaristía, entonces sí se sentía inspirado por el Espíritu Santo y hablaba muy hermosamente. Siempre estaba alegre, pero nunca se sentía tan contento como cuando ayudaba a Misa o cuando podía estarse un rato orando ante el Sagrario del altar.

Pascual murió en la fiesta de Pentecostés de 1592, el 17 de mayo (la Iglesia celebra tres pascuas: Pascua de Navidad, Pascua de Resurrección y Pascua de Pentecostés. Pascua significa: paso de la esclavitud a la libertad). Y parece que el regalo de Pentecostés que el Espíritu Santo le concedió fue su inmenso y constante amor por Jesús en la Eucaristía.

Cuando estaba moribundo, en aquel día de Pentecostés, oyó una campana y preguntó: «¿De qué se trata?». «Es que están en la elevación en la Santa Misa». «¡Ah que hermoso momento!», y quedó muerto plácidamente.

Después durante su funeral, tenían el ataúd descubierto, y en el momento de la elevación de la Santa Hostia en la misa, los presentes vieron con admiración que abría y cerraba por dos veces sus ojos. Hasta su cadáver quería adorar a Cristo en la Eucaristía. Los que lo querían ver eran tantos, que su cadáver lo tuvieron expuesto a la veneración del público por tres días seguidos.

Fue declarado santo en 1690.

Fuente Santopedia

EL APAGÓN EN LA CIUDAD DE BURGOS

¿Cómo hemos vivido el apagón que nos ha dejado a oscuras durante seis horas en un bloque de vecinos de siete alturas?

Afortunadamente, no se ha quedado nadie atrapada en el ascensor en nuestro edificio, pero si personas mayores y con muchas dificultades de movimientos fuera de sus domicilios y sin poder volver a su casa por sus propios medios.

Cuando he llegado a casa, me he encontrado a dos de mis vecinas mayores en el portal. Estas vecinas no salen casi nunca de casa, pero hoy, que casualidad, habían ido al médico y se encontraban en el portal, sentadas en las escaleras, esperando a ver si volvía la luz para poder coger el ascensor y subir a casa. Estaban angustiadas y asustadas, sin poder llegar a casa y sin poder ponerse en contacto con sus hijos al no funcionar, tampoco, los teléfonos. Nuestro portal, incluso en verano, es frio y no se podían quedar allí hasta que volviera la luz, así que ni corta ni perezosa, soy sanitaria, después de tranquilizarlas, las he animado a subir por las escaleras poco a poco, ayudándolas y cargando con ellas hasta que hemos llegado a su casa, primero una y después la otra.

Nos ha costado, pero en cada descansillo hemos hecho ejercicios de relajación y respiración para que se recuperaran del esfuerzo. Las vecinas nos han estado dando ánimos ya que no nos podían echar una mano por que la escalera no es muy ancha y no podíamos pasar a la vez nada más que las dos.

No hay mal que por bien no venga, hemos vuelto a sentir el cariño y la solidaridad que siempre a existido en nuestra comunidad y que últimamente, desde la pandemia, se había perdido un poco. Los vecinos estaban pendientes de estas personas que podían estar en dificultades por si podían ayudarles y solucionar sus problemas.

El abrazo, con todo su cariño, ha sido lo mejor del esfuerzo realizado para conseguir la meta y que mis vecinas mayores estuvieran en la seguridad de sus casas.

Teníamos previsto, esa tarde, la misa funeral por el Papa Francisco en la Catedral. Don Mario, nuestro arzobispo, nos dijo que con luz o sin luz, se haría el funeral. Gracias a Dios, diez minutos antes de empezar el oficio religioso, volvió la electricidad y pudimos realizarlo sin más problemas. Acudimos muchos burgaleses a rezar por nuestro Papa Francisco. Presidió nuestro arzobispo Don Mario acompañado por Don Fidel Herráez, nuestro arzobispo emérito y Don Ramón del Hoyo, obispo emérito de Jaén. Asistieron todas las fuerzas vivas de la ciudad. Todo un éxito de público. Don Mario, en la homilía, nos hizo un recorrido por la vida del Papa y su gran labor en la Iglesia de la Misericordia. Burgos una vez más, dio la respuesta que se merecía nuestro querido Papa Francisco y acudió a la llamada de nuestro arzobispo.

Amelia Díez Reoyo

Directora del Secretariado para la Pastoral del Mayor

Presidenta de V.A. de Burgos

MES DE MAYO, CON M DE MARIA, MODELO, MAESTRA Y MADRE

Tradicionalmente, en el mundo católico, el mes de mayo es un mes dedicado a María. María es un nombre de origen hebreo que significa “excelsa” o “elegida de Dios”. Por tanto, es un nombre muy adecuado para designar a aquella que fue elegida por Dios para ser la madre de su Hijo. Por este motivo “todas las generaciones la llaman bienaventurada” (Lc 1,48).

Por otra parte, María es buen modelo de vida cristiana. El Concilio Vaticano II la califica de “excelso Modelo” de la Iglesia, “modelo de todas las virtudes para toda la comunidad de los elegidos”. En efecto, ella “en cierto modo reúne en sí y refleja las exigencias más radicales de la fe…, progresando continuamente en la fe, la esperanza y el amor y buscando y obedeciendo la voluntad de Dios en todo” (Lumen Gentium, 65).

Precisamente porque es un buen modelo también puede ser calificada de maestra de vida cristiana y maestra de humanidad. Las buenas y los buenos maestros no son simplemente los que se limitan a ofrecer datos y conocimientos, sino los que son ejemplos de vida para sus alumnos. El Vaticano II, citando a San Ambrosio dice que la vida de María “es enseñanza para todos” (Perfectae caritatis, 25). Si su vida es enseñanza, tiene que ser necesariamente maestra. Sin duda, su magisterio comenzó en la educación de su hijo, como hacen todas las madres de la tierra: ellas son las primeras que enseñan a sus hijos y esta enseñanza marca para siempre sus vidas. Pero más que María como educadora del niño Jesús, ahora quiero notar el papel de María como educadora de la Iglesia, en línea con lo que afirma el Vaticano II: María “coopera en la educación de los creyentes” (Lumen Gentium, 63). María es una buena maestra porque no enseña “desde fuera”, sin implicarse en su enseñanza. Ella realiza en su vida aquello a lo que invita. Si enseña a cumplir la voluntad de Jesús es porque ella es la primera discípula y la primera convertida.

Además de Maestra, María también es Madre, no solo de Cristo, sino de todos los fieles cristianos. Al finalizar el Concilio Pablo VI pronunció un importante discurso, en el que proclamó a María madre de la Iglesia: “Proclamamos a María santísima madre de la Iglesia, es decir, madre de todo el pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores que la llaman madre amorosa, y queremos que de ahora en adelante sea honrada e invocada por todo el pueblo cristiano con este grandísimo título”. Pablo VI dice que este título encuentra “su justificación en la dignidad misma de la madre del Verbo encarnado”. Esta maternidad del Verbo encarnado se extiende a la Iglesia, pues María es “madre de aquel, que desde el primer instante de su encarnación en su seno virginal se constituyó en cabeza de su cuerpo místico, que es la Iglesia. María, pues, como madre de Cristo, es madre también de los fieles y de todos los pastores; es decir, de la Iglesia”.

Martín Gelabert – Blog Nihil Obstat

HABEMUS PAPAM

En la tarde del jueves día 8, saltaba la noticia,  el Cardenal Francis Robert Prevost, estadounidense. 69 años. De la  Orden de San Agustín (O.S.A.) que ha tenido una destacada trayectoria en la Iglesia Católica,  ha sido elegido Papa con el nombre de León XIV.  Es el primer pontífice nacido en Estados Unidos,

Formación y vocación religiosa

Prevost ingresó al noviciado de los agustinos en 1977 y profesó sus votos solemnes en 1981.  Obtuvo una licenciatura en Matemáticas en la Universidad de Villanova en 1977 y una maestría en Teología en la Catholic Theological Union de Chicago.  Posteriormente, completó estudios de licenciatura y doctorado en Derecho Canónico en la Pontificia Universidad de Santo Tomás de Aquino en Roma  .

Servicio misionero en Perú

Entre 1985 y 1998, Prevost sirvió como misionero en Perú, desempeñándose como párroco, profesor de seminario, vicario judicial y formador en la Prelatura de Chulucanas y en Trujillo.  Durante este tiempo, se naturalizó como ciudadano peruano  .

Liderazgo en la Orden de San Agustín

En 2001, fue elegido Prior General de la Orden de San Agustín, cargo que ocupó hasta 2013.  Su elección fue una de las más rápidas en la historia de la orden, siendo reelegido para un segundo mandato en 2007  .

Episcopado y servicio en la Curia Romana

En 2014, el Papa Francisco lo nombró administrador apostólico de la Diócesis de Chiclayo en Perú, y en 2015 fue nombrado obispo de esa diócesis.  En enero de 2023, fue designado Prefecto del Dicasterio para los Obispos y presidente de la Pontificia Comisión para América Latina  .

Cardenalato y elección como Papa

El 30 de septiembre de 2023, fue creado cardenal por el Papa Francisco.  El 8 de mayo de 2025, fue elegido Papa durante el cónclave, adoptando el nombre de León XIV, siendo el primer estadounidense en ocupar el papado  .

La elección de León XIV marca un hito en la historia de la Iglesia Católica, reflejando su experiencia misionera, liderazgo en la vida religiosa y compromiso con la reforma eclesial.

Discurso inaugural del Papa León XIV

8 de mayo de 2025 – Plaza de San Pedro

 “La paz sea con todos vosotros, hermanos y hermanas carísimos.”

Este es el primer saludo del Cristo Resucitado, el Buen Pastor, que ha dado la vida por el rebaño de Dios.

También yo quisiera que este saludo de paz llegue hasta sus corazones, les alcance a sus familias, a todas las personas, donde quiera que se encuentren, a todos los pueblos, a toda la tierra.

La paz esté con ustedes.

Esta es la paz del Cristo Resucitado, una paz desarmada y desarmante, y también perseverante, que proviene de Dios, que nos ama a todos incondicionalmente.

Todavía conservamos en nuestros oídos esa voz débil, pero siempre valiente, del Papa Francisco, que bendecía a Roma.

El Papa que bendecía a Roma daba también su bendición al mundo entero, aquella mañana del Día de Pascua.

Permítanme dar continuidad a esa misma bendición: que Dios nos quiere mucho. Dios ama a todos, y el mal no prevalecerá.

Estamos todos en las manos de Dios.

Por lo tanto, sin miedo, unidos. Mano de la mano, con Dios entre nosotros, vayamos adelante.

Seamos discípulos de Cristo. Cristo nos precede. El mundo necesita de su luz.

La humanidad necesita de Él como el puente para ser alcanzada.

Ayudémonos también los unos a los otros a construir puentes:

con el diálogo, con el encuentro, uniéndonos todos para ser un solo pueblo, siempre en paz.

Gracias al Papa Francisco.

Quisiera agradecer también a todos los hermanos cardenales que me han elegido para ser el sucesor de Pedro y caminar junto a ustedes como Iglesia unida, buscando siempre la paz, la justicia, buscando siempre trabajar como hombres y mujeres fieles a Jesucristo, sin miedo, para proclamar el Evangelio y para ser misioneros.

Soy un hijo de san Agustín, agustino, que ha dicho: “soy cristiano, y para ustedes, obispo”.

En este sentido, podemos todos caminar juntos hacia esa patria que Dios nos ha preparado.

A la Iglesia de Roma, un saludo especial.

Tenemos que buscar juntos cómo ser una Iglesia misionera, una Iglesia que construye puentes de diálogo, siempre abierta a recibir, como esta plaza, con los brazos abiertos a todos, a todos aquellos que tienen necesidad de nuestra caridad, de nuestra presencia, de diálogo y de amor.

(En español)

A todos ustedes, hermanos y hermanas, de Roma, de Italia y de todo el mundo:

Queremos ser una Iglesia sinodal, una Iglesia que camina, una Iglesia que busca siempre la paz, que busca siempre la caridad, que siempre busca estar cerca de quienes sufren.

Hoy, día de la Virgen de Pompeya, nuestra Madre María quiere caminar siempre con nosotros, estar cerca de nosotros, ayudarnos con su intercesión y su amor.

Ahora, quisiera rezar junto con ustedes.

Recemos juntos por esta nueva misión, por toda la Iglesia, por la paz en el mundo, y pidamos esta gracia especial de María, nuestra Madre.

Haciendo Click en el enlace puedes acceder a la primera Homilía del Santo Padre León XIV en la misa del 9 de Mayo en la Casa de Santa Marta: