EL SANTO DE LA SEMANA: SAN FRANCISCO DE SALES

Es el patrono de los periodistas. Fue un escritor nacido en el año 1567 en Saboya que buscaba la transmisión de la verdad evangélica. Durante su infancia su madre le narraba el Catecismo y a los 14 años ingresó en la Universidad de París. Destacó en retórica y filosofía, se entregó al estudio de Teología y se consagró a Dios.A los 24 años obtuvo el Doctorado en Leyes y en 1593 fue ordenado sacerdote. Predicó por muchas ciudades y participó en la reconquista del Chablais. En esta ardua tarea comenzó su carrera de escritor elaborando una serie de panfletos de la Doctrina de la Iglesia. Gracias a su labor el número de conversiones aumentó y restableció la fe Católica en la provincia. Ocupó el cargo de Obispo de Ginebra durante 21 años y murió en 1622. Su última palabra fue el nombre de Jesús.

Vida de San Francisco de Sales (Hagiografía)

San Francisco nació en el castillo de Sales, en Saboya, el 21 de agosto de 1567. Fue bautizado al día siguiente en la Iglesia parroquial de Thorens, con el nombre de Francisco Buenaventura. Durante toda su vida sería su patrono San Francisco de Asís. El cuarto donde él nació se llamaba «el cuarto de San Francisco», porque había en él una imagen del «Poverello» predicando a los pájaros y a los peces.

De niño Francisco fue muy delicado de salud ya que nació prematuro; pero gracias al cuidado que recibió, se pudo recuperar y fortalecerse con los años. Si bien no era robusto, su salud le permitió desplegar una enérgica actividad durante su vida.

La Madre de Francisco:

La Señora Francisca de Boisy era una mujer sumamente amable y trabajadora y profundamente piadosa. Santa Juana de Chantal dice que la gente la admiraba como a una de las damas más respetables de esa época.

Tenía que mandar y dirigirlo todo en un amplísimo castillo donde laboran cuarenta trabajadores, sirvientas, mensajeros, labradores, y encargados del ganado.

Es muy importante tener en cuenta las cualidades de la mamá de Francisco, porque éste, por el valle nublado frío y oscuro donde estaba su casa, podría haber sido un hombre retraído y más bien inclinado a la tristeza y el pesimismo. Y en cambio, por la maravillosa formación que Doña Francisca le va proporcionando y por la educación que le hace dar su padre, obtiene las bases para llegar a ser más tarde con la gracia de Dios y por sus grandes esfuerzos, un portento de amabilidad y del más exquisito trato social.

Doña Francisca era una mujer que vivía muy ocupada, pero sin afanes ni apresuramientos. Quizás de ella habrá aprendido el niño Francisco aquella virtud suya que le dará resultado toda su vida: trabajar mucho, trabajar siempre, pero sin perder la calma, sin inquietud, no dejando para mañana lo que se puede hacer hoy.

La religión dominaba la vida de doña Francisca, y la compartía con todos, de ahí que Francisco aprendiese todo esto y luego lo usase más tarde para el beneficio de muchas almas.

Infancia:

Era un niño lindo, rubio, rosado que se divertía jugando en el Castillo. Le gustaba ir al Templo y rezar mirando hacia el altar y también era muy dado a ayudar a los pobres. Sin duda había recibido del Espíritu Santo el don de la Magnificencia, que consiste en un gusto especial por dar, y dar con gran generosidad. Como niño vivo e inquieto, que le gustaba curiosear por aquel inmenso Castillo donde vivía; parecía que tenía cien pulgas debajo de la ropa que no le dejaban estar quieto, por lo que su madre y la nodriza tenían que estar constantemente viendo que estaba haciendo.

Su madre le enseñaba el catecismo y le narraba bellos ejemplos religiosos. Y cuando el pequeño Francisco se encontraba con otros niños por el camino o en el prado, les repetía las enseñanzas y narraciones que había escuchado de labios de su mamá. Se estaba entrenando para lo que sería su mas preciado trabajo: enseñar catecismo, pero enseñarlo bellamente a base de amenos ejemplos.

Hay un hecho en su infancia que denota mucho su celo por Dios pero también su inclinación a la ira, con la que luchará por 19 años de su vida hasta dominarla. Se cuenta que un día un Calvinista fue a visitar el Castillo, Francisco se enteró y como no podía meterse en la sala a protestar, tomó un palo en las manos, y lleno de indignación se fue al corral de las gallinas, arremetiendo contra ellas y gritando: «Fuera los herejes: No queremos herejes». Las pobres gallinas salieron corriendo y gritando ante su atacante, y a tiempo llegaron los sirvientes para salvarlas. Este que ahora atacaba a las gallinas, después llegará a tener un genio tan bondadoso y amable que no procederá con ira ni siquiera contra los más tremendos adversarios; ahora bien , esta bondad no nació con él sino que fue una conquista, poco a poco, con la ayuda de Dios.

Su padre, Don Francisco, tenía temor de que su hijo fuera a crecer flojo de voluntad porque la mamá lo quería muchísimo y podía hacerlo crecer algo consentido y mimado. Entonces le consiguió de profesor a un sacerdote muy rígido y muy exigente, el Padre Deage. Este será su preceptor durante toda su vida de estudiante. Era un hombre super exacto en todo, pero muy frecuentemente demasiado perfeccionista en sus exigencias. Este preceptor lo ayudará mucho en su formación pero le hará pasar muchos ratos amargos, por exigirle demasiado. Francisco no protestará nunca y en cambio le sabrá agradecer siempre, pero para su comportamiento futuro tomará la resolución de exigir menos detalles importunos y hacer más amables a quienes él tenga que dirigir.

A los 8 años entró en el Colegio de Annecy, y a los 10 años hizo su Primera Comunión junto con la Confirmación. Desde ese día se propuso no dejar pasar un día sin visitar a Jesús Sacramentado en el Templo o en la Capilla del colegio. El que más tarde será el gran promotor del culto solemne a la Eucaristía, fue preparado muy cuidadosamente por la madre y por su Sacerdote preceptor para recibir por primera vez a Jesús Sacramentado. Guiado por su madre se trazó unos buenos propósitos como recuerdo de su Primera Comunión:

1) Cada mañana y cada noche rezaré algunas oraciones.

2) Cuando pase por frente de una Iglesia entraré a visitar a Jesús Sacramentado, si no hay una razón grave que me lo impida.

3) Siempre y en toda ocasión que me sea posible ayudaré a las gentes más pobres y necesitadas.

4) Leeré libros buenos, especialmente Vidas de Santos.

Durante toda su vida procuró ser enteramente fiel a estos propósitos.

Un año más tarde en la misma Iglesia de Santo Domingo (actualmente San Mauricio), recibió la tonsura.

Francisco, estudiante:

Un gran deseo de consagrarse a Dios consumía al joven, que había cifrado en ello la realización de su ideal; pero su padre (que al casarse había tomado el nombre de Boisy) tenía destinado a su primogénito a una carrera secular, sin preocuparse de sus inclinaciones. A los 14 años, Francisco fue a estudiar a la Universidad de París que, con sus 54 colegios, era uno de los más grandes centros de enseñanza de la época.

Su padre le había enviado al colegio de Navarra, a donde iban los hijos de las familias de Saboya; pero Francisco, que temía por su vocación, consiguió que consintiera en dejarle ir al Colegio de Clermont, dirigido por los jesuitas y conocido por la piedad y el amor a la ciencia que reinaban en él. Acompañado por el Padre Déage, Francisco se instaló en el hotel de la Rosa Blanca de la calle St. Jacques, a unos pasos del Colegio de Clermont. Francisco se propuso un Plan de Vida durante su estadía en el colegio. Se propuso dedicarse a hacer lo que tenía que hacer: prepararse bien para el futuro.

Desde el principio, guiado, por su director, el Padre Déage, se trazó un programa de acción: Cada semana confesarse y comulgar. Cada día atender muy bien a las clases y preparar las tareas y lecciones para el día siguiente. Dos horas diarias de ejercicios de equitación, de esgrima, de baile .

La debida mezcla entre los ejercicios de piedad y las artes gimnásticas le fueron consiguiendo un aire de elegancia y respetabilidad. Era alto, gallardo y bien presentado. Enemigo de los lujos, pero siempre decorosamente presentado. En las reuniones de gente de refinada elegancia era el invitado preferido, porque a la vez de ser muy sencillo y sin rebuscamientos inútiles, era «la cultura personificada».

Más tarde, cuando sea Obispo, la gente exclamará: «en las reuniones sociales se porta con la santidad de un digno ministro de Dios, y en las ceremonias religiosas se porta con la elegancia del más exquisito de los caballeros». Y al preguntarle alguien el por que, respondió: «Cuando estoy en la alegría de una fiesta social me imagino estar revestido de ornamentos de Obispo, y me comporto con la dignidad que esto exige. Y cuando estoy celebrando una ceremonia religiosa me imagino estar en la más exquisita y refinada reunión, y trato de comportarme con la educación y urbanidad que en estos casos se exige».

Pronto se distinguió en retórica y en filosofía; después se entregó apasionadamente al estudio de la teología. Cada día estaba más decidido a consagrarse a Dios y acabó por hacer voto de castidad perpetua, poniéndose bajo la protección de la Santísima Virgen. Pero no por ello faltaron las pruebas.

La más terrible tentación de su juventud:

Vivir en gracia de Dios en aquellos ambientes no era nada fácil. Sin embargo, Francisco supo alejarse de toda ocasión peligrosa y de toda amistad que pudiera llevarle a ofender a Dios y logró conservar así el alma incontaminada y admirablemente pura. Francisco tenía 18 años.

Su carácter era muy inclinado a la ira, y muchas veces la sangre se le subía a la cara ante ciertas burlas y humillaciones, pero lograba contenerse de tal manera que muchos llegaban hasta imaginarse que a Francisco nunca le daba mal genio por nada. Pero entonces el enemigo del alma, al ver que con las pasiones más comunes no lograba derrotarlo, dispuso atacarlo por un nuevo medio más peligroso y desconocido.

Empezó a sentir en su cerebro el pensamiento constante y fastidioso de que se iba a condenar, que se tenía que ir al infierno para siempre. La herejía de la Predestinación, que predicaba Calvino y que él había leído, se le clavaba cada vez más en su mente y no lograba apartarla de allí. Perdió el apetito y ya no dormía. Estaba tan impresionantemente flaco y temía hasta enloquecer. Lo que más le atemorizaba no eran los demás sufrimientos del infierno, sino que allá no podría amar a Dios.

El Señor permitiéndole la tentación le da la salida. El primer remedio que encontró fue decirle al Señor: «Oh mi Dios, por tu infinita Justicia tengo que irme al infierno para siempre, concédeme que allá yo pueda seguirte amando. No me interesa que me mandes todos los suplicios que quieras, con tal de que me permitas seguirte amando siempre»; esta oración le devolvió gran parte de paz a su alma.

Pero el remedio definitivo, que le consiguió que esta tentación jamás volviese a molestarle fue al entrar a la Iglesia de San Esteban en París, y arrodillarse ante una imagen de la Santísima Virgen y rezarle la famosa oración de San Bernardo:

«Acuérdate Oh piadosísima Virgen María, que jamás oyó decir que hayas abandonado a ninguno de cuantos han acudido a tu amparo, implorando tu protección y reclamando tu auxilio. Animado con esta confianza, también yo acudo a ti, Virgen de las vírgenes, y gimiendo bajo el peso de mis pecados , me atrevo a comparecer ante tu soberana presencia. No desprecies mis súplicas, Madre del Verbo Divino, antes bien, óyelas y acógelas benignamente. Amén»

Al terminar de rezar esta oración, se le fueron como por milagro todos sus pensamientos de tristeza y de desesperación y en vez de los amargos convencimientos de que se iba a condenar, le vino la seguridad de que «Dios envió al mundo a su Hijo no para condenarlo, sino para que los pecadores se salven por medio de Él. Y el que cree no será condenado» (Juan 3:17).

Esta prueba le sirvió mucho para curarse de su orgullo y también para saber comprender a las personas en crisis y tratarlas con bondad.

Estudiante de universidad:

En el 1588, partió para la ciudad italiana de Padua; su padre le había dado la orden de estudiar abogacía, doctorarse en derecho. Francisco fue obedeciendo a su padre. Estudiaba derecho durante cuatro horas diarias para poder llegar a ser abogado. Otras cuatro horas estudiaba Teología, la ciencia de Dios, porque tenía un gran deseo: llegar a ser sacerdote.

Durante su estadía en Padua, dice el mismo Francisco, que lo que más le ayudó fue la amistad y dirección espiritual de ciertos sacerdotes jesuitas muy sabios y muy santos. Le ayudó mucho la lectura de un libro, que le acompañará durante su vida por 17 años, escrito por el Padre Scupoli llamado: «El Combate Espiritual». Lo leía todos los días y sacaba gran provecho de su lectura.

San Francisco hizo un detallado plan de vida para preservarse durante su estadía en Padua, y se propuso hacer lo siguiente:

1) Cada mañana hacer el Examen de previsión : que consistía en ver que trabajos, que personas o actividades iba a realizar en ese día, y planear como iba a comportarse ante ellos.

2) A mediodía visitar el Santísimo Sacramento y hacer el Examen Particular: examinando su defecto dominante y viendo si había actuado con la virtud contraria a él, (durante 19 años su examen particular será acerca del mal genio, de aquel defecto tan fuerte que era su inclinación a encolerizarse).

3) Ningún día sin Meditación: Aunque fuese por media hora, dedicarse a pensar en los favores recibidos por el Señor, en las grandezas de Dios , en las verdades de la Biblia o en los ejemplos de los santos.

4) Cada día rezar el Santo Rosario: no dejarlo de rezar ningún día de su vida, promesa que siempre cumplió.

5) En su trato con los demás ser amable pero moderado.

6) Durante el día pensar en la Presencia de Dios.

7) Cada noche antes de acostarse hacer el Examen del día : decía, «recordaré si empecé mi jornada encomendándome a Dios. Si durante mis ocupaciones me acordé muchas veces de Dios para ofrecerle mis acciones, pensamientos, palabras y sufrimientos. Si todo lo que hoy hice fue por amor al buen Dios. Si traté bien a las personas. Si no busqué en mis labores y palabras darle gusto a mi amor propio y a mi orgullo, sino agradar a Dios y hacer bien a mi prójimo. ¿Si supe hacer algún pequeño sacrificio?, ¿Si me esforcé por estar fervoroso en la oración? y pediré perdón al Señor por las ofensas de este día, haré propósito de portarme mejor en adelante; y suplicaré al cielo que me conceda fortaleza para ser siempre fiel a Dios; y rezando mis tres Avemarías me entregaré pacíficamente al sueño. Firmado: Francisco de Sales, Padua 1589.

Así Francisco, mantuvo protegido su corazón todo el tiempo en el que estuvo estudiando en Padua y a los 24 años obtuvo el doctorado en leyes, y fue a reunirse con su familia en el castillo de Thuille, a orillas del lago de Annecy. Ahí llevó durante 18 meses, por lo menos en apariencia, la vida ordinaria de un joven de la nobleza. El padre de Francisco tenía gran deseo de que su hijo se casara cuanto antes y había escogido para él a una encantadora muchacha, heredera de una de las familias del lugar. Sin embargo, el trato cortés, pero distante, de Francisco hicieron pronto comprender a la joven que este no estaba dispuesto a secundar los deseos de su padre.

El santo declinó, por la misma razón, la dignidad de miembro del senado que le había sido propuesta, a pesar de su juventud.

Hasta entonces Francisco sólo había confiado a su madre y a su primo Luis de Sales y a algunos amigos íntimos, su deseo de consagrarse al servicio de Dios. Pero había llegado el momento de hablar de ello con su padre. El Señor de Boisy lamentaba que su hijo se negara a aceptar el puesto en el senado y que no hubiese querido casarse, pero ello no le había hecho sospechar, ni por un momento, que Francisco pensara en hacerse sacerdote.

La muerte del deán del capítulo de Ginebra hizo pensar al canónigo Luis de Sales en la posibilidad de nombrar a Francisco para sustituirle, lo cual haría menos duro el golpe para el padre del santo. Con la ayuda de Claudio de Granier, obispo de Ginebra, pero sin consultar a ningún miembro de la familia, el canónigo explicó el asunto al Papa, quien debía hacer el nombramiento y, a vuelta de correo, llegó la respuesta del Sumo Pontífice que daba a Francisco el puesto. Este quedó muy sorprendido ante la dignidad con que le distinguía el Papa, pero se resignó a aceptar ese honor que no había buscado, con la esperanza de que su padre accedería así más fácilmente a su ordenación.

Pero el Señor de Boisy era un hombre muy decidido y pensaba que sus hijos le debían una obediencia absoluta. Francisco tuvo que recurrir a toda su respetuosa paciencia y su poder de persuasión para convencerle de que debía ceder.

Por fin vistió la sotana el día mismo en que obtuvo el consentimiento de su padre, y fue ordenado sacerdote 6 meses después, el 18 de diciembre de 1593. A partir de ese momento, se entregó al cumplimiento de sus nuevos deberes con un celo que nunca decayó. Ejercitaba los ministerios sacerdotales entre los pobres, con especial cariño; sus penitentes predilectos eran los de cuna humilde.

Su predicación no se limitó a Annecy únicamente, sino a otras muchas ciudades. Hablaba con palabras sencillas, que los oyentes le escuchaban encantados, pues no había en sus sermones todo ese ornato de citas griegas y latinas tan común en aquellos tiempos, a pesar de que Francisco era doctor. Pero Dios tenía destinado al santo emprender, en breve, un trabajo mucho más difícil.

A la conquista de los Calvinistas; La Misión de Chablais.

Las condiciones religiosas de los habitantes del Chablais, en la costa sur del lago de Ginebra, eran deplorables debido a los constantes ataques de los ejércitos protestantes, y el duque de Saboya rogó al Obispo Claudio de Granier que mandase algunos misioneros a evangelizar de nuevo la región. El Obispo envió a un sacerdote de Thonon, capital del Chablais; pero sus intentos fracasaron. El enviado tuvo que retirarse muy pronto. Entonces el Obispo presentó el asunto a la consideración de su capítulo, sin ocultar sus dificultades y peligros. De todos los presentes, Francisco fue quien mejor comprendió la gravedad del problema, y se ofreció a desempeñar ese duro trabajo, diciendo sencillamente: «Señor, si creéis que yo pueda ser útil en esa misión, dadme la orden de ir, que yo estoy pronto a obedecer y me consideraré dichoso de haber sido elegido para ella». El Obispo aceptó al punto, con gran alegría para Francisco.

Pero el Señor de Boisy veía las cosas de distinta manera y se dirigió a Annecy para impedir lo que él llamaba «una especie de locura». Según él, la misión equivalía a enviar a su hijo a la muerte. Arrodillándose, a los pies del Obispo le dijo: «Señor, yo permití que mi primogénito, la esperanza de mi casa, de mi avanzada edad y de mi vida, se consagrara al servicio de la Iglesia; pero yo quiero que sea un confesor y no un mártir». Cuando el Obispo, impresionado por el dolor y las súplicas de su amigo, se disponía a ceder, el mismo Francisco le rogó que se mantuviese firme: «¿Vais a hacerme indigno del Reino de los Cielos? -preguntó- Yo he puesto la mano en el arado, no me hagáis volver atrás».

El Obispo empleó todos los argumentos posibles para disuadir al Sr. de Boisy, pero éste se despidió con las siguientes palabras: «No quiero oponerme a la voluntad de Dios, pero tampoco quiero ser el asesino de mi hijo permitiendo su participación en esta empresa descabellada. …yo jamás autorizaré esta misión».

Francisco tuvo que emprender el viaje, sin la bendición de su padre, el 14 de Septiembre de 1594, día de La Santa Cruz. Partió a pie, acompañado solamente por su primo, el canónigo Luis de Sales, a la reconquista del Chablais.

El gobernador de la provincia se había hecho fuerte con un piquete de soldados en el castillo de Allinges, donde los dos misioneros se las ingeniaron para pasar las noches a fin de evitar sorpresas desagradables. En Thonon quedaban apenas unos 20 católicos, a quienes el miedo impedía profesar abiertamente sus creencias. Francisco entró en contacto con ellos y los exhortó a perseverar valientemente. Los misioneros predicaban todos los días en Thonon, y poco a poco, fueron extendiendo sus fuerzas a las regiones circundantes.

El camino al castillo de Allinges, que estaban obligados a recorrer, ofrecía muchas dificultades y, particularmente en invierno, resultaba peligroso. Una noche, Francisco fue atacado por los lobos y tuvo que trepar a un árbol y permanecer ahí en vela para escapar con vida. A la mañana siguiente, unos campesinos le encontraron en tan lastimoso estado que, de no haberle transportado a su casa para darle de comer y hacerle entrar en calor, el santo habría muerto seguramente. Los buenos campesinos eran calvinistas. Francisco les dio las gracias en términos tan llenos de caridad, que se hizo amigo de ellos y muy pronto los convirtió al catolicismo.

En el 1595, un grupo de asesinos se puso al asecho de Francisco en dos ocasiones, pero el cielo preservó la vida del santo en forma milagrosa.

El tiempo pasaba y el fruto del trabajo de los misioneros era muy escaso. Por otra parte, el Sr. de Boisy enviaba constantemente cartas a su hijo, rogándole y ordenándole que abandonase aquella misión desesperada. Francisco respondía siempre que si su Obispo no le daba una orden formal de volver, no abandonaría su puesto. El santo escribía a un amigo de Envían en estos términos: «Estamos apenas en los comienzos. Estoy decidido a seguir adelante con valor, y mi esperanza contra toda esperanza está puesta en Dios».

San Francisco hacía todos los intentos para tocar los corazones y las mentes del pueblo. Con ese objeto, empezó a escribir una serie de panfletos en los que exponía la doctrina de la Iglesia y refutaba la de los calvinistas. Aquellos escritos, redactados en plena batalla, que el santo hacía copiar a mano por los fieles, para distribuirlos, formarían más tarde el volumen de las «controversias». Los originales se conservan todavía en el convento de la Visitación de Annecy. Aquí empezó la carrera de escritor de San Francisco de Sales, que a este trabajo añadía el cuidado espiritual de los soldados de la guarnición del castillo de Allinges, que eran católicos de nombre y formaban una tropa ignorante y disoluta.

En el verano de 1595, cuando San Francisco se dirigía al monte Voiron a restaurar un oratorio a Nuestra Señora, destruido por los habitantes de Berna, una multitud se echó sobre él, después de insultarle, y le maltrató.

Poco a poco el auditorio de sus sermones en Thonon fue más numeroso, al tiempo que los panfletos hacían efecto en el pueblo. Por otra parte, aquellas gentes sencillas admiraban la paciencia del santo en las dificultades y persecuciones, y le otorgaban sus simpatías. El número de conversiones empezó a aumentar y llegó a formarse una corriente continua de apostatas que volvían a reconciliarse con la Iglesia.

Cuando el Obispo Granier fue a visitar la misión, 3 o 4 años más tarde, los frutos de la abnegación y celo de San Francisco de Sales eran visibles. Muchos católicos salieron a recibir al Obispo, quien pudo administrar una buena cantidad de confirmaciones, y aún presidir la adoración de las 40 horas, lo que había sido inconcebible unos años antes, en Thonon. San Francisco había restablecido la fe Católica en la provincia y merecía, en justicia, el título de «Apóstol del Chablais».

Mario Besson, un posterior obispo de Ginebra ha resumido la obra apostólica de su predecesor en una frase del mismo San Francisco de Sales a Santa Juana de Chantal: «Yo he repetido con frecuencia que la mejor manera de predicar contra los herejes es el amor, aun sin decir una sola palabra de refutación contra sus doctrinas». El mismo Obispo Mons. Besson, cita al Cardenal Du Perron: «Estoy convencido de que, con la ayuda divina, la ciencia que Dios me ha dado es suficiente para demostrar que los herejes están en el error; pero si lo que queréis es convertirles, llevadles al Obispo de Ginebra, porque Dios le ha dado la gracia de convertir a cuantos se le acercan».

Monseñor de Granier, quien siempre había visto en Francisco un posible coadjutor y sucesor, pensó que había llegado el momento de poner en obra sus proyectos. El santo se negó a aceptar, al principio, pero finalmente se rindió a las súplicas de su Obispo, sometiéndose a lo que consideraba como una manifestación de la voluntad de Dios. Al poco tiempo, le atacó una grave enfermedad que lo puso entre la vida y la muerte. Al restablecerse fue a Roma, donde el Papa Clemente VIII, que había oído muchas alabanzas sobre la virtud y las cualidades del joven sacerdote decano, pidió que se sometiese a un examen en su presencia. El día señalado se reunieron muchos teólogos y sabios.

El mismo Sumo Pontífice, así como Baronio, Bernardino, el cardenal Federico Borromeo (primo del santo) y otros, interrogaron al santo sobre 35 puntos difíciles de teología. San Francisco respondió con sencillez y modestia, pero sin ocultar su ciencia. El Papa confirmó su nombramiento de coadjutor de Ginebra, y Francisco volvió a su diócesis, a trabajar con mayor ahínco y energía que nunca.

En 1602 fue a París donde le invitaron a predicar en la capilla real, que pronto resultó pequeña para la tal multitud que acudía a oír la palabra del santo, tan sencilla, tan conmovedora y tan valiente. Enrique IV concibió una gran estima por el coadjutor de Ginebra y trató en vano de retenerle en Francia.

Años más tarde, cuando San Francisco de Sales fue de nuevo a París, el rey redobló sus instancias; pero el joven obispo se rehusó a cambiar su diócesis de la montaña, su «pobre esposa», como él la llamaba, por la importante diócesis -«la esposa rica»- que el rey le ofrecía. Enrique IV exclamó: «El Obispo de Ginebra tiene todas las virtudes, sin un solo defecto».

A la muerte de Claudio de Granier, acaecida en el otoño de 1602, Francisco le sucedió en el gobierno de la diócesis. Fijó su residencia en Annecy, donde organizó su casa con la más estricta economía, y se consagró a sus deberes pastorales con enorme generosidad y devoción. Además del trabajo administrativo, que llevaba hasta en los menores detalles del gobierno de su diócesis, el santo encontraba todavía tiempo para predicar y confesar con infatigable celo. Organizó la enseñanza del catecismo; él mismo se encargaba de la instrucción de Annecy, y lo hacía en forma tan interesante y fervorosa, que las gentes del lugar recordaban todavía, muchos años después de su muerte, «el catecismo del obispo».

La generosidad y caridad, la humildad y clemencia del santo eran inagotable. En su trato con las almas fue siempre bondadoso, sin caer en la debilidad; pero sabía emplear la firmeza cuando no bastaba la bondad.

San Francisco en su escritorio

En su maravilloso «Tratado del Amor de Dios» escribió: «La medida del amor es amar sin medida». Supo vivir lo que predicaba.

Con su abundante correspondencia alentó y guió a innumerables personas que necesitaban de su ayuda. Entre los que dirigía espiritualmente, Santa Juana de Chantal ocupa un lugar especial. San Francisco la conoció en 1604, cuando predicaba un sermón de cuaresma en Dijón. La fundación de la Congregación de la Visitación, en 1610, fue el resultado del encuentro de los dos santos.

El libro «Introducción a la Vida Devota» nació de las notas que el santo conservaba de las instrucciones y consejos enviados a su prima política, la Sra. de Chamoisy, que se había confiado a su dirección. San Francisco se decidió, en 1608, a publicar dichas notas, con algunas adiciones. El libro fue recibido como una de las obras maestras de la ascética, y pronto se tradujo en muchos idiomas.

En 1610, Francisco de Sales tuvo la pena de perder a su madre (su padre había muerto años antes). El santo escribió más tarde a Santa Juana de Chantal: «Mi corazón estaba desgarrado y lloré por mi buena madre como nunca había llorado desde que soy sacerdote». San Francisco habría de sobrevivir por nueve años a su madre, nueve años de inagotable trabajo.

Últimos meses y muerte del Santo:

En 1622, el duque de Saboya, que iba a ver a Luis XIII en Aviñón, invitó al santo a reunirse con el en aquella ciudad. Movido por el deseo de abogar por la parte francesa de su diócesis, el obispo aceptó al punto la invitación, aunque arriesgaba su débil salud un viaje tan largo, en pleno invierno.

Parece que el santo presentía que su fin se acercaba. Antes de partir de Annecy puso en orden todos sus asuntos y emprendió el viaje como si no tuviera esperanza de volver a ver a su grey. En Aviñón hizo todo lo posible por llevar su acostumbrada vida de austeridad; pero las multitudes se apiñaban para verle y todas las comunidades religiosas querían que el santo obispo les predicara.

En el viaje de regreso, San Francisco se detuvo en Lyon, hospedándose en la casita del jardinero del convento de la Visitación. Aunque estaba muy fatigado, pasó un mes entero atendiendo a las religiosas. Una de ellas le rogó que le dijese qué virtud debía practicar especialmente; el santo escribió en una hoja de papel, con grandes letras: «Humildad».

Durante el Adviento y la Navidad, bajo los rigores de un crudo invierno, prosiguió su viaje, predicando y administrando los sacramentos a todo el que se lo pidiera. El día de San Juan le sobrevino una parálisis; pero recuperó la palabra y el pleno conocimiento. Con admirable paciencia, soportó las penosas curaciones que se le administraron con la intención de prolongarle la vida, pero que no hicieron más que acortársela.

En su lecho repetía: «Puse toda mi esperanza en el Señor, y me oyó y escuchó mis súplicas y me sacó del foso de la miseria y del pantano de la iniquidad».

En el último momento, apretando la mano de uno de los que le asistían solícitamente murmuró: «Empieza a anochecer y el día se va alejando».

Su última palabra fue el nombre de «Jesús». Y mientras los circundantes recitaban de rodillas las Letanías de los agonizantes, San Francisco de Sales expiró dulcemente, a los 56 años de edad, el 28 de Diciembre de 1622, fiesta de los Santos Inocentes. Había sido obispo por 21 años.

Después de su muerte:

A la misma hora en que falleció San Francisco de Sales, en la ciudad de Grenoble estaba Santa Juana de Chantal orando por él, cuando oyó una voz que decía: » Ya no vive sobre la tierra», pero era poca inclinada a creer en favores extraordinarios, no creyó que fuese un aviso de la muerte del santo. Cuando le llegaron con la noticia, comprendió que aquella voz era cierta y durante todo el día y la noche no podía parar de llorar la muerte del Santo.

El día 29 de Diciembre la ciudad entera de Lyon fue desfilando por la humilde casita donde había muerto el querido santo. Y era tanto el deseo de la gente de besarle las manos y los pies, que los médicos no lograban llevarse el cadáver para hacerle la autopsia.

-La hiel: Dice monseñor Camus que al sacarle la hiel la encontraron convertida en 33 piedrecitas, señal de los esfuerzos tan heroicos que había tenido que hacer para vencer su temperamento tan inclinado a la cólera y al mal genio y llegar a ser el santo de la amabilidad.

-Reliquias: Todos en Lyon querían un recuerdo del santo: sus ropas fueron partidas en miles de pedacitos para darle a cada cual alguna reliquia.

-El corazón: dentro de un estuche de plata fue llevado el corazón del gran Obispo al convento de las Hermanas de la Visitación en Lyon, y guardado allí como un tesoro.

-Expuesto al público: Una vez embalsamado, el cuerpo de Monseñor Francisco de Sales fue vestido con sus ornamentos episcopales y trasladado en un ataúd para sus funerales en la iglesia de la Visitación. Estuvo expuesto para veneración de los fieles por dos días.

Cuando la noticia llegó a Annecy, tomó a todos por sorpresa y después de un silencio general, todos lloraban a su querido obispo.

Inmediatamente que llegó su cadáver a Annecy y fue sepultado, empezaron a ocurrir milagros por la intercesión del santo, lo que llevó a La Santa Sede a abrir su causa de Beatificación en 1626.

¿Qué sucedió el día que abrieron su tumba?:

En 1632 se hizo la exhumación del cadáver de Francisco de Sales para saber cómo estaba. Abrieron su tumba los comisionados de la Santa Sede acompañados de las monjas de la Visitación. Cuando levantaron la lápida, apareció el santo igual que cuando vivía. Su hermoso rostro conservaba la expresión de un apacible sueño. Le tomaron la mano y el brazo estaba elástico (llevaba 10 años de enterrado). Del ataúd salía una extraordinaria y agradable fragancia.

Toda la ciudad desfiló ante su santo Obispo que apenas parecía dormido. Por la noche cuando todos los demás se hubieron ido, la Madre de Chantal volvió con sus religiosas a contemplar más de cerca y con más tranquilidad y detenimiento el cadáver de su venerado fundador. Más a causa de la prohibición de las autoridades no se atrevió a tocarle ni a besar sus hermosas manos pálidas.

Pero al día siguiente los enviados de la Santa Sede le dijeron que la prohibición para tocarlo no era para ella, y entonces se arrodilló junto al ataúd, se inclinó hacia el santo, le tomó la mano y se la puso sobre la cabeza como para pedirle una bendición. Todas las hermanas vieron como aquella mano parecía recobrar vida y moviendo los dedos, suavemente oprimió y acarició la humilde cabeza inclinada de su discípula preferida y santa.

Todavía hoy, en Annecy, las hermanas de la Visitación conservan el velo que aquel día llevaba en la cabeza la Madre Juana Francisca.

San Francisco fue beatificado por el Papa Alejandro VII en el 1661, y el mismo Papa lo canonizó en el 1665, a los 43 años de su muerte.

En el 1878 el Papa Pío IX, considerando que los tres libros famosos del santo: «Las controversias»(contra los protestantes); La Introducción a la Vida Devota» (o Filotea) y El Tratado del Amor de Dios (o Teótimo), tanto como la colección de sus sermones, son verdaderos tesoros de sabiduría, declaró a San Francisco de Sales «Doctor de la Iglesia» , siendo llamado «El Doctor de la amabilidad».

La tentación más frecuente

«La tentación más frecuente en las personas preocupadas por su progreso espiritual es que, bajo el pretexto de una influencia apostólica mas grande, el demonio les hace desear una ocupación distinta de la suya».

-San Francisco de Sales

Decía que las Visitantinas eran verdaderamente

«La obra de los Corazones de Jesús y María

CATEQUESIS DE PAPA FRANCISCO SOBRE LOS NIÑOS

Dia 08/01/2025

Deseo dedicar las dos primeras catequesis de este año a reflexionar sobre los niños. La Sagrada Escritura nos dice que los hijos son un don de Dios, pero también describe situaciones en que los niños no han sido amados ni respetados, llegando incluso a ser perseguidos y martirizados. Esta es una triste realidad que se sigue repitiendo hasta el día de hoy. Pensemos cuántos niños mueren a causa del hambre, de las catástrofes, de las enfermedades y de las guerras.

Siguiendo el ejemplo de Jesús, los cristianos no deberíamos permitir nunca que los niños sean maltratados, heridos o abandonados. Debemos prevenir y condenar con firmeza cualquier abuso que puedan sufrir. Quisiera destacar especialmente el flagelo del trabajo infantil, que borra las sonrisas y los sueños de los niños, e impide que desarrollen sus talentos. Los niños ocupan un lugar privilegiado en el corazón de Dios y, quien les haga daño, tendrá que rendirle cuentas a Él.

Dia 15/01/2025

En la audiencia precedente hablamos de los niños, y hoy también vamos a hablar de los niños. La semana pasada nos detuvimos en cómo, en su misión, Jesús habló repetidamente de la importancia de proteger, acoger y amar a los más pequeños.

Sin embargo, aún hoy, en el mundo, cientos de millones de menores se ven obligados a trabajar, a pesar de no tener la edad mínima para someterse a las obligaciones de la edad adulta, y muchos de ellos están expuestos a trabajos especialmente peligrosos. Por no hablar de los niños y niñas que son esclavos de la trata para la prostitución o la pornografía, y de los matrimonios forzados. Y esto es algo amargo. En nuestras sociedades, lamentablemente, los niños sufren numerosas formas de abusos y malos tratos. El maltrato infantil, sea cual sea su naturaleza, es un acto despreciable, es un acto atroz. ¡No es simplemente una lacra de la sociedad, no, es un crimen! Es una gravísima violación de los mandamientos de Dios. Ningún niño debería sufrir abusos. Un solo caso ya es demasiado. Es necesario, por tanto, despertar nuestras conciencias, practicar la cercanía y la solidaridad concreta con los niños y jóvenes abusados y, al mismo tiempo, crear confianza y sinergias entre quienes se comprometen a ofrecerles oportunidades y lugares seguros en los que crecer serenos. Conozco un país de América Latina donde crece una fruta especial, muy especial, llamada arándano. Para cosechar el arándano se necesitan manos tiernas, y obligan a los niños a hacerlo, los esclavizan desde pequeños para que hagan la recolección.

Las pobrezas difusas, la escasez de herramientas sociales de apoyo a las familias, la marginalidad que ha aumentado en los últimos años junto con el desempleo y la precariedad laboral son factores que cargan sobre los más pequeños el precio más alto a pagar. En las metrópolis, donde «muerden» la disparidad social y la degradación moral, hay niños empleados en el tráfico de drogas y en las más diversas actividades ilícitas. ¡Cuántos de estos niños hemos visto caer como víctimas sacrificiales! A veces, trágicamente, son inducidos a convertirse en «verdugos» de otros compañeros de su misma edad, además a dañarse a sí mismos, su dignidad y su humanidad. Y, sin embargo, cuando en la calle, en el barrio de la parroquia, estas vidas perdidas se ofrecen a nuestra mirada, a menudo volvemos la cabeza hacia otro lado.

Hay un caso en mi país: un niño llamado Loan fue secuestrado y se desconoce su paradero. Y una de las hipótesis es que lo enviaron para extraerle órganos, para hacer trasplantes. Y esto se hace. Ustedes ya lo saben. ¡Esto se hace! Algunos vuelven con una cicatriz, otros mueren. Por eso me gustaría recordar hoy a este pequeño, Loan.

Nos cuesta reconocer la injusticia social que lleva a dos niños, que quizá viven en el mismo barrio o bloque de apartamentos, a tomar caminos y destinos diametralmente opuestos porque uno de ellos nació en una familia desfavorecida. Una fractura humana y social inaceptable: entre los que pueden soñar y los que deben sucumbir. Pero Jesús nos quiere a todos libres y felices; y si ama a cada hombre y a cada mujer como a su hijo y a su hija, ama a los más pequeños con toda la ternura de su corazón. Por eso nos pide que nos detengamos a escuchar el sufrimiento de los que no tienen voz, de los que no tienen educación. Luchar contra la explotación, especialmente la infantil, es la manera principal de construir un futuro mejor para toda la sociedad. Algunos países han tenido la sabiduría de escribir los derechos de los niños. Los niños tienen derechos. Busquen ustedes mismos en Internet cuáles son los derechos del niño.

Entonces podremos preguntarnos: ¿Qué puedo hacer yo? En primer lugar, deberíamos reconocer que, si queremos erradicar el trabajo infantil, no podemos ser sus cómplices. ¿Y cuándo lo somos? Por ejemplo, cuando compramos productos que emplean mano de obra infantil. ¿Cómo puedo comer y vestirme sabiendo que detrás de esa comida o de esa ropa hay niños explotados, que trabajan en vez de ir a la escuela? Tomar conciencia de lo que compramos es un primer acto para no ser cómplices. Ver de dónde proceden esos productos. Algunos dirán que, como individuos, no podemos hacer mucho. Es cierto, pero cada uno puede ser una gota que, unida a muchas otras gotas, puede convertirse en un mar. Sin embargo, también hay que recordar a las instituciones, incluidas las eclesiásticas, y a las empresas su responsabilidad: pueden marcar la diferencia dirigiendo sus inversiones a empresas que no utilicen ni permitan el trabajo infantil. Muchos Estados y organizaciones internacionales ya han promulgado leyes y directivas contra el trabajo infantil, pero se puede hacer más. También insto a los periodistas – aquí hay algunos periodistas – a que cumplan con su parte: pueden contribuir a concienciar sobre el problema y ayudar a encontrar soluciones. No tengan miedo, denuncien estas cosas.

Y doy las gracias a todos aquellos que no miran hacia otro lado cuando ven a niños obligados a convertirse en adultos demasiado pronto. Recordemos siempre las palabras de Jesús: «Todo lo que hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,40).

Santa Teresa de Calcuta, alegre trabajadora en la viña del Señor, fue madre de los niños más desfavorecidos y olvidados. Con la ternura y el cuidado de su mirada, ella puede acompañarnos a ver a los pequeños invisibles, los demasiados esclavos de un mundo que no podemos abandonar a sus injusticias. Porque la felicidad de los más débiles construye la paz de todos. Y con Madre Teresa damos voz a los niños:

«Pido un lugar seguro donde pueda jugar.

Pido una sonrisa de quien sabe amar.

Pido el derecho a ser un niño, a ser esperanza de un mundo mejor.

Pido poder crecer como persona.

¿Puedo contar contigo?»

(Santa Teresa de Calcuta)

DIOS CREA POR AMOR

¿Cuál es el motivo de la creación? Preguntar por un motivo supone una intencionalidad. Y la intencionalidad supone un ser con capacidad de pensamiento y decisión. Siempre es posible responder diciendo que la creación no tiene ningún motivo. El universo y el ser humano están ahí por puro azar, por casualidad, de la misma forma que podrían no haber estado. Es una extraña respuesta porque todo tiene una causa, una razón de ser. Pero aún si fuera el azar la razón de todo lo existente, una vez que las cosas son, conviene que nos preguntemos qué queremos hacer con lo que hay: ¿cuidarlo para que dure y viva bien, o abusar de ello y destruirlo? Sin duda, en este mundo hay gente para todo: al lado de mucha gente indiferente, que se limita a dejar pasar el tiempo, hay agentes de vida y agentes de muerte. El mal y la muerte hacen mucho ruido, se notan demasiado. El bien es más humilde y sencillo, pero más necesario, absolutamente necesario, porque sin la fuerza del bien todo desaparecería. Incluso si el mal puede seguir operando, es porque hay un bien escondido y superior que lo sostiene. La vida es ese bien escondido que sostiene a las vidas que hacen daño.

A la luz de la fe en Dios es posible dar una respuesta al motivo de la creación. Sobre todo, a la luz de la fe en el Dios que Jesucristo revela. Porque ese Dios es “Amor”. Y a la luz del amor todo cobra nuevo sentido. Leyendo la primera página de la Biblia se diría que Dios crea un universo bueno, bello y fecundo para que pueda existir un ser hecho a imagen y semejanza de Dios y pueda disfrutar de ese universo. La primera página de la Biblia es un poema de amor, un canto a la bondad de Dios que crea al ser humano como varón y mujer para que sea, ni más ni menos, que semejante a Él, el eternamente feliz y dichoso.

El comienzo del cuarto evangelio podría ser una buena relectura de esta obra creadora de la que habla el libro del Génesis. Según este evangelio Dios crea por medio de la Palabra, las cosas existen porque Dios dice una palabra poderosa sobre ellas. Y esta Palabra es una palabra de amor, porque es reflejo de un Dios que es Amor. Si Dios es Amor, y sólo amor, sin ningún asomo de no amor, se comprende que quiera compartir el amor, y no ocupar solo el espacio del ser, pues el amor es difusivo, tiende por naturaleza a comunicarse.

Si Dios se decide a crear no es porque le falte o necesite algo. En virtud de su absoluta plenitud, Dios no puede buscar algo. Si crea lo hace de forma total­mente desinteresada y por pura bondad. Y como el amor es determi­nante de todo lo que Dios hace, cuando crea a un ser distinto de él, sólo puede ha­cerlo por amor. No por casua­lidad, ni por necesidad, sino porque quiere. La teología ha repetido hasta la saciedad que Dios crea de la nada, “ex nihilo”. Me pregunto si no es ya hora de completar esta afirmación con una más fundamental y primera: Dios crea “ex amore”, por amor y desde el amor, tal como indica el Concilio Vaticano II, en un texto poco citado (Gau­dium et Spes, 2).

Bien pensado, Dios no puede crear “de la nada”, sino desde sí mismo, porque fuera de él no hay nada. El ocupa todo el espacio del ser. De modo que, al crear, Dios cede, se retira, deja espacio para que otros sean, y sean con todas las consecuencias, la primera de ellas la independencia. La retirada de Dios funda la libertad humana. Es lo propio del amor: ceder para que el otro sea.

Más aún, si Dios crea por amor, hace sólo lo que le agrada, no aquello que no tiene más remedio que hacer. Ninguna circunstancia, ninguna realidad previa es condicionante de su actuación. Obra con soberana libertad. El ser humano es una maravilla a los ojos de Dios, porque al crearlo, Dios ha hecho lo que le gustaba. Una verdadera obra de arte, en definitiva. Esa es la palabra griega que utiliza Ef 2,10 para decir lo que es el ser humano: un “poiema” de Dios, una obra de arte divina. Estamos relacionados con Dios como una pintura con el pintor, una pieza de cerámica con el ceramista, un libro con su autor. Esto indica una relación muy estrecha y muy posi­tiva.

Dios al crear al ser humano hizo su mejor obra de arte. Y, como le ocurre a todo artista cuando hace una obra maestra, debió quedarse sorprendido, maravi­llado, admirado. Nosotros somos un deleite, un placer para Dios (cf. Prov 8,31). Cuando él nos mira se llena de alegría, se sorprende agradablemente al ver esa estu­penda maravilla salida de sus manos. Esa mirada positiva de Dios sobre cada uno de nosotros, debería ayudarnos a vernos a nosotros mismos con esa mirada, sobre todo en los momentos difíciles y complicados. Yo no puedo hundirme bajo el peso de mis fracasos cuando sé que Dios me mira de esa manera y me ve como la mejor de sus maravillas.

Más aún, esa mirada positiva de Dios sobre cada uno de nosotros, nos invita a mirar a todo ser humano con la misma mirada con que Dios lo mira. En la base del ateísmo está la idea de que se basta el hombre solo, de que Dios es una hipótesis no necesaria para explicar la realidad, o peor aún, la idea de que Dios es un obstáculo para el pleno desarrollo de la persona. Por eso, si queremos ser libres hemos de matar a Dios. Pero la idea creyente de Dios como Amor nos invita a pensar que Dios solo busca nuestro bien y nuestra felicidad, porque su amor es incondicional. Incondicional, no busca quitarnos nada, busca darnos solo y todo lo bueno. Por eso, si queremos comportarnos como imágenes de este Dios, también debemos nosotros buscar el bien de los demás y trabajar por su felicidad.

FUENTE: BLOG NIHIL OBSTAT, Martín Gelabert

LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO

¿Por qué celebramos la Fiesta de la Conversión de San Pablo?

El 25 de enero, los fieles celebran la Conversión de San Pablo, uno de los grandes acontecimientos de la Iglesia primitiva. Saulo, alumno del gran rabino fariseo Gamaliel, había perseguido a los cristianos, pero se convirtió repentinamente en el camino a Damasco cuando nuestro Señor se le apareció en Su gloria resucitada (Hechos 9:1-9). A partir de ahí, tomó el nombre de Pablo y se convertiría en el “Apóstol de los gentiles”.

¿Cómo era San Pablo antes de su conversión?

Nacido en una acomodada familia judía de Tarso, hijo de un ciudadano romano, Saulo (como le llamaremos hasta después de su conversión) fue enviado a Jerusalén para formarse en la famosa escuela rabínica dirigida por Gamaliel. Aquí, además de estudiar la Ley y los https://www.aciprensa.com/noticias/video-hoy-es-la-fiesta-de-la-conversion-de-san-pablo-14335 Profetas, aprendió un oficio, como era costumbre. El joven Saúl eligió el oficio de hacer tiendas de campaña. Aunque su educación fue ortodoxa, mientras aún vivía en Tarso, había estado bajo las influencias helénicas liberalizadoras que en ese momento habían permeado todos los niveles de la sociedad urbana en Asia Menor. Así, las tradiciones y culturas judía, romana y griega tuvieron un papel en la formación de este gran Apóstol, que era tan diferente en estatus y temperamento de los humildes pescadores del grupo inicial de discípulos de Jesús. Sus viajes misioneros debían darle la flexibilidad y la profunda simpatía que hicieron de él el instrumento humano ideal para predicar el Evangelio de Cristo de la fraternidad mundial.

En el año 35 Saulo aparece como un fariseo joven farisaico, casi fanáticamente anticristiano. Creía que la nueva y problemática secta debía ser erradicada y sus adherentes castigados. Se nos dice en Hechos capítulo 8 que estuvo presente, aunque no participó en la lapidación, cuando Esteban, el primer mártir, encontró la muerte.

¿Por qué Saulo se dirigía a Damasco?

Antes de su conversión, Saulo era fervientemente anticristiano. En el libro de los Hechos, vemos que Saulo estuvo presente en la lapidación del primer mártir cristiano, San Esteban. De hecho, Hechos 8 comienza con las palabras: “Y Saulo aprobó que lo mataran”.

En la furia de su celo, solicitó al sumo sacerdote y al Sanedrín una comisión para tomar a todos los judíos en Damasco que confesaron a Jesucristo y llevarlos atados a Jerusalén, para que pudieran servir como ejemplos públicos para el terror de los demás. Pero Dios se complació en mostrar en él su paciencia y misericordia: y, movido por las oraciones de San Esteban y sus otros siervos perseguidos, por sus enemigos, lo transformó, en el calor mismo de su furor, en una vasija predilecta., lo convirtió en un pilar más grande para Su iglesia por la gracia del apostolado, de lo que jamás había sido San Esteban, y un instrumento más ilustre para Su gloria.

La Conversión de San Pablo

La Sagrada Biblia, en el capítulo 9 de los Hechos de los Apóstoles, narra así La Conversión de San Pablo:

«Saulo, respirando amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al Sumo Sacerdote y le pidió cartas de recomendación para las sinagogas de los judíos de Damasco, para que si encontraba algunos seguidores de Cristo, los pudiera llevar presos y encadenados a Jerusalén.

Y sucedió que yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente le rodeó una luz venida del cielo; cayó en tierra y oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿Por qué me persigues?». El respondió: ¿Quién eres tú Señor? Y oyó que le decían: «Yo soy Jesús a quien tú persigues. Pero ahora levántate; entra en la ciudad, y allí se te dirá lo que tendrás que hacer».

Los hombres que iban con él se habían detenido mudos de espanto, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo, y aunque tenía los ojos abiertos no veía nada. Lo llevaron de la mano y lo hicieron entrar en Damasco. Pasó tres días sin comer y sin beber.

Había en Damasco un discípulo llamado Ananías. El Señor le dijo en una visión: ¡Ananías! El respondió: «Aquí estoy Señor» y el Señor le dijo: «Levántate. Vete a la calle Recta y pregunta en la casa de Judas por uno de Tarso que se llama Saulo; mira: él está en oración y está viendo que un hombre llamado Ananías entra y le coloca las manos sobre la cabeza y le devuelve la vista.

Respondió Ananías y dijo: «Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y de los males que ha causado a tus seguidores en Jerusalén, y que ha venido aquí con poderes de los Sumos Sacerdotes para llevar presos a todos los que creen en tu nombre».

El Señor le respondió: «Vete, pues a éste lo he elegido como un instrumento para que lleve mi nombre ante los que no conocen la verdadera religión y ante los gobernantes y ante los hijos de Israel. Yo le mostraré todo lo que tendrá que padecer por mi nombre».

Fue Ananías. Entró en la casa. Le colocó sus manos sobre la cabeza y le dijo: «Hermano Saulo: me ha enviado a ti el Señor Jesús, el que se te apareció en el camino por donde venías. Y me ha enviado para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo». Al instante se le cayeron de los ojos unas como escamas y recobró la vista. Se levantó y fue bautizado. Tomó alimento y recobró las fuerzas.

Estuvo algunos días con los discípulos de Damasco y enseguida se puso a predicar en favor de Jesús, en las sinagogas o casas de oración, y decía que Jesús es el Hijo de Dios. Todos los que lo escuchaban quedaban admirados y decían: ¿No es éste el que en Jerusalén perseguía tan violentamente a los que invocaban el nombre de Jesús? Y ¿No lo habían enviado los Sumos Sacerdotes con cartas de recomendación para que se llevara presos y encadenados a los que siguen esa religión? «Pero Saulo seguía predicando y demostraba a muchos que Jesús es el Mesías, el salvador del mundo».

Saulo se cambió el nombre por el de Pablo. Y en la carta a los Gálatas dice: «Cuando Aquél que me llamó por su gracia me envió a que lo anunciara entre los que no conocían la verdadera religión, me fui a Arabia, luego volví a Damasco y después de tres años subí a Jerusalén para conocer a Pedro y a Santiago». Las Iglesias de Judea no me conocían pero decían: «El que antes nos perseguía, ahora anuncia la buena noticia de la fe, que antes quería destruir». Y glorificaban a Dios a causa de mí.

Apóstol San Pablo: que tu conversión sea como un ideal para todos y cada uno de nosotros. Que también en el camino de nuestra vida nos llame Cristo y nosotros le hagamos caso y dejemos nuestra antigua vida de pecado y empecemos una vida dedicada a la santidad, a las buenas obras y al apostolado.

Si lo que busco es agradar a la gente, no seré siervo de Cristo.

¿Cuándo se convirtió San Pablo al cristianismo?

San Pablo se convirtió al cristianismo camino de Damasco, en los años 30 del siglo I d.C

En su viaje a Damasco, se le apareció Cristo Resucitado y fue este encuentro el que propició su conversión dramática e inmediata.

Al comentar sobre la conversión de San Pablo, el Papa Benedicto XVI afirma que cuando Pablo se encontró con Cristo en el camino a Damasco, “…no fue simplemente una conversión… sino más bien una muerte y una resurrección para el mismo Pablo. Una existencia murió y otra, una nueva nació con Cristo Resucitado”.

¿Cuántos años después de la muerte de Jesús se convirtió Pablo?

Aunque no sabemos exactamente cuántos años después de la muerte de Jesús, Pablo se convirtió, sí sabemos con certeza que fue poco después del apedreamiento de San Esteban. Se dice que Pablo se convirtió aproximadamente dos años después de la muerte de Jesús.

En su audiencia de 37972008 nos decía Benedicto XVI

Precisamente en el camino de Damasco, en los inicios de la década del año 30 del siglo I, después de un período en el que había perseguido a la Iglesia, se verificó el momento decisivo de la vida de san Pablo. Sobre él se ha escrito mucho y naturalmente desde diversos puntos de vista. Lo cierto es que allí tuvo lugar un viraje, más aún, un cambio total de perspectiva. A partir de entonces, inesperadamente, comenzó a considerar «pérdida» y «basura» todo aquello que antes constituía para él el máximo ideal, casi la razón de ser de su existencia (cf. Flp 3, 7-8) ¿Qué es lo que sucedió?

Al respecto tenemos dos tipos de fuentes. El primer tipo, el más conocido, son los relatos escritos por san Lucas, que en tres ocasiones narra ese acontecimiento en los Hechos de los Apóstoles (cf. Hch 9, 1-19; 22, 3-21; 26, 4-23). Tal vez el lector medio puede sentir la tentación de detenerse demasiado en algunos detalles, como la luz del cielo, la caída a tierra, la voz que llama, la nueva condición de ceguera, la curación por la caída de una especie de escamas de los ojos y el ayuno. Pero todos estos detalles hacen referencia al centro del acontecimiento: Cristo resucitado se presenta como una luz espléndida y se dirige a Saulo, transforma su pensamiento y su vida misma. El esplendor del Resucitado lo deja ciego; así, se presenta también exteriormente lo que era su realidad interior, su ceguera respecto de la verdad, de la luz que es Cristo. Y después su «sí» definitivo a Cristo en el bautismo abre de nuevo sus ojos, lo hace ver realmente.

En la Iglesia antigua el bautismo se llamaba también «iluminación», porque este sacramento da la luz, hace ver realmente. En Pablo se realizó también físicamente todo lo que se indica teológicamente: una vez curado de su ceguera interior, ve bien. San Pablo, por tanto, no fue transformado por un pensamiento sino por un acontecimiento, por la presencia irresistible del Resucitado, de la cual ya nunca podrá dudar, pues la evidencia de ese acontecimiento, de ese encuentro, fue muy fuerte. Ese acontecimiento cambió radicalmente la vida de san Pablo. En este sentido se puede y se debe hablar de una conversión. Ese encuentro es el centro del relato de san Lucas, que tal vez utilizó un relato nacido probablemente en la comunidad de Damasco. Lo da a entender el colorido local dado por la presencia de Ananías y por los nombres tanto de la calle como del propietario de la casa en la que Pablo se alojó (cf. Hch 9, 11).

El segundo tipo de fuentes sobre la conversión está constituido por las mismas Cartas de san Pablo. Él mismo nunca habló detalladamente de este acontecimiento, tal vez porque podía suponer que todos conocían lo esencial de su historia, todos sabían que de perseguidor había sido transformado en apóstol ferviente de Cristo. Eso no había sucedido como fruto de su propia reflexión, sino de un acontecimiento fuerte, de un encuentro con el Resucitado. Sin dar detalles, en muchas ocasiones alude a este hecho importantísimo, es decir, al hecho de que también él es testigo de la resurrección de Jesús, cuya revelación recibió directamente del mismo Jesús, junto con la misión de apóstol.

El texto más claro sobre este punto se encuentra en su relato sobre lo que constituye el centro de la historia de la salvación: la muerte y la resurrección de Jesús y las apariciones a los testigos (cf. 1 Co 15). Con palabras de una tradición muy antigua, que también él recibió de la Iglesia de Jerusalén, dice que Jesús murió crucificado, fue sepultado y, tras su resurrección, se apareció primero a Cefas, es decir a Pedro, luego a los Doce, después a quinientos hermanos que en gran parte entonces vivían aún, luego a Santiago y a todos los Apóstoles. Al final de este relato recibido de la tradición añade: «Y por último se me apareció también a mí» (1 Co 15, 8). Así da a entender que este es el fundamento de su apostolado y de su nueva vida.

Hay también otros textos en los que expresa lo mismo: «Por medio de Jesucristo hemos recibido la gracia del apostolado» (Rm 1, 5); y también: «¿Acaso no he visto a Jesús, Señor nuestro?» (1 Co 9, 1), palabras con las que alude a algo que todos saben. Y, por último, el texto más amplio es el de la carta a los Gálatas: «Mas, cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase entre los gentiles, al punto, sin pedir consejo ni a la carne ni a la sangre, sin subir a Jerusalén donde los Apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, de donde nuevamente volví a Damasco» (Ga 1, 15-17). En esta «auto-apología» subraya decididamente que también él es verdadero testigo del Resucitado, que tiene una misión recibida directamente del Resucitado.

Así podemos ver que las dos fuentes, los Hechos de los Apóstoles y las Cartas de san Pablo, convergen en un punto fundamental: el Resucitado habló a san Pablo, lo llamó al apostolado, hizo de él un verdadero apóstol, testigo de la Resurrección, con el encargo específico de anunciar el Evangelio a los paganos, al mundo grecorromano. Al mismo tiempo, san Pablo aprendió que, a pesar de su relación inmediata con el Resucitado, debía entrar en la comunión de la Iglesia, debía hacerse bautizar, debía vivir en sintonía con los demás Apóstoles. Sólo en esta comunión con todos podía ser un verdadero apóstol, como escribe explícitamente en la primera carta a los Corintios: «Tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído» (1 Co 15, 11). Sólo existe un anuncio del Resucitado, porque Cristo es uno solo.

Como se ve, en todos estos pasajes san Pablo no interpreta nunca este momento como un hecho de conversión. ¿Por qué? Hay muchas hipótesis, pero en mi opinión el motivo es muy evidente. Este viraje de su vida, esta transformación de todo su ser no fue fruto de un proceso psicológico, de una maduración o evolución intelectual y moral, sino que llegó desde fuera: no fue fruto de su pensamiento, sino del encuentro con Jesucristo. En este sentido no fue sólo una conversión, una maduración de su «yo»; fue muerte y resurrección para él mismo: murió una existencia suya y nació otra nueva con Cristo resucitado. De ninguna otra forma se puede explicar esta renovación de san Pablo.

Los análisis psicológicos no pueden aclarar ni resolver el problema. Sólo el acontecimiento, el encuentro fuerte con Cristo, es la clave para entender lo que sucedió: muerte y resurrección, renovación por parte de Aquel que se había revelado y había hablado con él. En este sentido más profundo podemos y debemos hablar de conversión. Este encuentro es una renovación real que cambió todos sus parámetros. Ahora puede decir que lo que para él antes era esencial y fundamental, ahora se ha convertido en «basura»; ya no es «ganancia» sino pérdida, porque ahora cuenta sólo la vida en Cristo.

Sin embargo no debemos pensar que san Pablo se cerró en un acontecimiento ciego. En realidad sucedió lo contrario, porque Cristo resucitado es la luz de la verdad, la luz de Dios mismo. Ese acontecimiento ensanchó su corazón, lo abrió a todos. En ese momento no perdió cuanto había de bueno y de verdadero en su vida, en su herencia, sino que comprendió de forma nueva la sabiduría, la verdad, la profundidad de la ley y de los profetas, se apropió de ellos de modo nuevo. Al mismo tiempo, su razón se abrió a la sabiduría de los paganos. Al abrirse a Cristo con todo su corazón, se hizo capaz de entablar un diálogo amplio con todos, se hizo capaz de hacerse todo a todos. Así realmente podía ser el Apóstol de los gentiles.

En relación con nuestra vida, podemos preguntarnos: ¿Qué quiere decir esto para nosotros? Quiere decir que tampoco para nosotros el cristianismo es una filosofía nueva o una nueva moral. Sólo somos cristianos si nos encontramos con Cristo. Ciertamente no se nos muestra de esa forma irresistible, luminosa, como hizo con san Pablo para convertirlo en Apóstol de todas las gentes. Pero también nosotros podemos encontrarnos con Cristo en la lectura de la sagrada Escritura, en la oración, en la vida litúrgica de la Iglesia. Podemos tocar el corazón de Cristo y sentir que él toca el nuestro. Sólo en esta relación personal con Cristo, sólo en este encuentro con el Resucitado nos convertimos realmente en cristianos. Así se abre nuestra razón, se abre toda la sabiduría de Cristo y toda la riqueza de la verdad.

“No fue simplemente una conversión… sino más bien una muerte y una resurrección para el mismo Pablo. Murió una existencia y nació otra nueva con Cristo Resucitado”. – Papa Benedicto XVI

¿San Pablo vio a Jesús después de la Resurrección?

Sí, Pablo vio a Jesús después de la Resurrección. Hechos 9 y Hechos 22 documentan el primer encuentro de Pablo con Jesús después de la Resurrección.

Saulo se dirigía a Damasco cuando de repente “una luz del cielo resplandeció sobre él” (Hechos 9), Jesús entonces le reveló su nombre a Saulo. Hechos 22 también relata este evento cuando Pablo dijo: “Cerca del mediodía, cuando me acercaba a Damasco, de repente me envolvió una luz brillante del cielo. Caí al suelo y escuché una voz que me decía: ¡Saúl! ¡Saúl! ¿Por qué me persigues?’” (Hechos 22:6).

¿Quién cambió a Saulo por Pablo?

A menudo se supone que el cambio de nombre de Saulo a Pablo tuvo un gran significado después de su conversión. En las Sagradas Escrituras, el Señor comúnmente cambiaría el nombre de alguien para indicar un cambio en su rol o un cambio significativo en sus vidas, por ejemplo, cuando Dios cambió a de Abram a Abraham (Génesis 17:5) o cuando cambió de Sarai a Sara (Génesis 17:15). Uno podría suponer, por lo tanto, que Jesús cambió el nombre de Saulo a Pablo después de su conversión. Sin embargo, no hay ningún momento específico registrado en las Escrituras en el que Cristo, u otro, cambie el nombre de Saulo. El único comentario es el de San Lucas en Hechos 13:9, cuando escribe “Pero Saulo, también llamado Pablo…”

¿Qué sucedió después de que Saulo se encontró con Cristo?

Hechos 9:1-8 relata la historia del encuentro de Saulo con el Señor, pero Hechos 9:9-19 explica lo que sucedió como resultado.

Después de ver a Cristo, cuando Saulo abrió los ojos no podía ver nada. Los hombres que viajaban con él tuvieron que llevarlo de la mano a Damasco. “Y estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió” (Hechos 9:9).

Había en Damasco un cristiano de distinción, muy respetado por los judíos por su vida intachable y gran virtud; su nombre era Ananías. Cristo se apareció a este santo discípulo y le mandó ir a Saulo, que estaba entonces en casa de Judas orando. Ananías, mandado por el Señor, le impuso las manos y “al instante le cayeron de los ojos algo como escamas, y recobró la vista. Entonces se levantó y fue bautizado y comió y se fortaleció” (Hechos 9: 18-19).

El Papa San Juan Pablo II comenta sobre este evento,

“El elemento central de toda la experiencia es el hecho de la conversión. Destinado a evangelizar a los gentiles ‘para convertirlos de las tinieblas a la luz y del dominio de Satanás a Dios, para que obtengan el perdón de sus pecados (Hch 26,18), Saulo es llamado por Cristo, sobre todo, a obrar un cambio radical conversión sobre sí mismo. Saúl inicia así su laborioso camino de conversión que durará toda su vida, comenzando con una inusitada humildad con aquel “¿qué debo hacer, Señor? Y dócilmente dejándose llevar de la mano a Ananías, por cuyo ministerio profético le será dado conocer el plan de Dios”. (Fiesta de la Conversión de San Pablo, 25 de enero de 1983)

“Así San Pablo no fue transformado por un pensamiento sino por un acontecimiento, por la presencia irresistible del Resucitado de quien después nunca podría dudar, tan poderosa había sido la evidencia del acontecimiento, de este encuentro. Cambió radicalmente la vida de Pablo de una manera fundamental; en este sentido se puede y se debe hablar de una conversión”. (Papa Benedicto XVI)

Habiendo conocido a Cristo personalmente, ¿necesitaba Pablo ser bautizado?

A pesar de haber tenido “un encuentro personal con el Señor resucitado”, Saulo fue dirigido a la Iglesia, en la persona de Ananías. Entonces Ananías lo bautizó y le devolvió la vista (Hechos 9: 18-19).

El Papa Benedicto XVI dijo que «el ‘sí’ definitivo [de Pablo] a Cristo en el bautismo le devuelve la vista y le hace ver de verdad». Así es el caso de todos los seres humanos que vienen a Cristo después de Su Ascensión, ya que el ministerio de verdad y gracia de Cristo continúa en Su Iglesia.

¿Es Pablo uno de los 12 Apóstoles?

Pablo no fue uno de los 12 Apóstoles seleccionados por Jesús durante Su ministerio público. Sin embargo, fue llamado personalmente por el Señor, y la forma de su llamado hizo de Pablo un testigo de la Resurrección de Cristo, un criterio principal para ser un Apóstol (Hechos 1:22). El Papa Benedicto XVI escribió que algunos lo han llamado así el “13° Apóstol”.

Hay un paralelo interesante con los acontecimientos en la vida del pueblo de Dios, Israel. La doceava parte de José es la herencia de su padre Jacob, que Jacob le dio a los dos hijos de José, Manassas y Benjamín, y en igualdad de condiciones con los once hermanos de José. Por lo tanto, la tierra de Canaán se dividió entre trece tribus, no solo entre los doce originales. De manera similar, en el nuevo pacto hay 13 Apóstoles, los Once más dos: Matías (elegido por la Iglesia) y Pablo (elegido por Cristo).

¿Cuál es la importancia del discípulo Pablo?

San Pablo es un gran ejemplo de conversión para nosotros. Antes de ser llamado por Cristo, fue blasfemo, perseguidor y ferviente enemigo de Cristo. La conversión de Pablo fue un puro milagro de la gracia de Dios. Él es un ejemplo perfecto de verdadera conversión. Se dedicó a perseguir a los cristianos y en el momento en que conoció a Cristo, su vida cambió radical, instantánea y completamente. Cuando el Señor lo llamó, dejó atrás sus viejos caminos y se convirtió en una persona nueva, plenamente dispuesta a seguir a Cristo y sus preceptos.

Al comentar sobre la conversión de San Pablo, el Papa Francisco dijo que esta historia de conversión nos afecta a todos porque todos “tenemos dureza de corazón”, al igual que Saulo y al igual que Saulo, todos estamos llamados a la conversión.

¿Qué significa “todos los caminos conducen a Damasco”?

“Todos los caminos conducen a Damasco” se refiere a la repentina y dramática conversión de Pablo. Por lo tanto, la expresión se usa a menudo cuando se describe un cambio dramático similar en las ideas o creencias de alguien.

Damasco era la ciudad más grande de Siria y en la época de Pablo servía como capital de la provincia romana de Siria. Como ocurre con cualquier gran ciudad, todas las carreteras principales conducían allí con cierta inevitabilidad. La conversión de Pablo fue repentina y dramática, un momento de «camino a Damasco», como se ha llamado desde entonces a esas experiencias que cambian la vida. Sin embargo, también era inevitable. Fue el resultado de su “dar coces contra el aguijón” (Hechos 26:14), su resistencia a la luz y la gracia por las cuales Cristo lo buscó como suyo. No era una lucha que Saúl iba a ganar. Reflexionando sobre sus propias conversiones, muchos conversos también encuentran que esto es cierto en su propio caso.

Fuente: EWTN

LAS SANTAS DE LA SEMANA: SANTA AGUEDA YI Y SANTA TERESA KIM

En Seúl, ciudad de Corea, santas mártires Santa Agueda Yi, virgen, cuyos padres murieron también mártires, y Teresa Kim, viuda, que, estando en la cárcel, primero fueron azotadas y después degolladas. La Iglesia Católica celebra el 9 de enero su memoria

Águeda Yi -o Ni- era una joven de 16 años, virgen, ferviente católica, cuyo padre, san Agustin Yi -o Ni-, y su madre había sido martirizados el año anterior. El ministro Tsio Tieng-bien-i, tomando como pretexto la edad, quiso librarla de la muerte, consiguiendo para ella la prisión; pero más bien padeció allí horribles torturas, no solo por soportar el hambre y la sed, sino por tener que defenderse, con sólo sus manos y la ayuda de Dios, de los infames carceleros que amenazaban su castidad. Había nacido en Seul en 1824.

Junto a ella padeció Teresa Kim, de no mucha edad -habia nacido en Myeoncheon, Chungcheong-do en 1797, y tenía por tanto 43 años-, pero que era ya viuda. Teresa era tía por parte de padre del futuro mártir san Andrés Kim Taegòn, primer sacerdote nativo de Corea, que sufrirá el martirio en 1846. Teresa había visto morir en prisión por la fe a su marido (José Son Len-ou-ki, no canonizado aun), y ella continuará como viuda dando ejemplos de virtud. Ayuna con frecuencia y ayuda en las tareas más humildes a los misioneros. En la persecución de 1839 estaba en casa del obispo, y no huyó rápidamente, por lo que fue encarcelada.

Las dos mujeres soportaron con paciencia las vejaciones, latigazos y todo género de torturas durante 11 y 7 meses de prisión, respectivamente, hasta que fueron estranguladas (otros documentos dicen decapitadas).

La base para las noticias de la vida de estos santos es la «L’Histoire de l’Eglise de Corée» (1874), en dos volúmenes, de Charles Dallet. En este caso el martirio está contado en la página 229 del volumen II. Ver la noticia general sobre los mártires de Corea en la hagiografía del grupo.

Abel Della Costa

¿DÓNDE ESTÁ LA FUENTE PARA QUE SALGA ALGO BUENO?

En los días que preceden a la fiesta de la Epifanía, la liturgia eucarística propone unos evangelios que hablan de seguimiento de Cristo. Resultan muy oportunos para cerrar el ciclo del adviento y de la navidad. Adviento, o sea, venida; Navidad, o sea, aparición; Epifanía, o sea, manifestación. Todo es lo mismo. El Señor Jesús viene para manifestarnos quién es el Padre, para darnos a conocer que este Dios clemente y misericordioso del que hablaba Israel es un Dios cercano que nos ama como no se puede amar más. La lógica respuesta ante este anuncio y esta manifestación es ponerse en camino hacia el Dios que siempre viene. Y para ello nada mejor que seguir a su mensajero. De ahí la oportunidad de estos relatos de seguimiento.

El evangelio del día 4 fue particularmente interesante, pues el verbo griego que hay detrás del «se quedaron con él» (los discípulos se quedaron con él aquel día) es «menein»; verbo que el evangelio de Juan utiliza para decir que el Padre permanece en el Hijo y en Hijo permanece en el Padre; o que Jesús y su Palabra permanecen en nosotros y nosotros estamos llamados a permanecer en él. O sea, el sentido profundo de este permanecer no es físico, sino espiritual y teológico: Maestro, ¿dónde vives, o sea, dónde están tus raíces, qué es lo que te da la vida, qué es lo que te vivifica, dinos dónde está la fuente, para que nosotros podamos permanecer, afincarnos, estar siempre bebiendo de ella? Y el relato de seguimiento del evangelio del día 5 también es de sumo interés: para saber lo bueno que es Jesús, para saber si de Nazaret puede salir algo bueno, ven y lo verás, o sea, incorpórate a nuestro grupo, comparte tu vida con nosotros.

Estas son las preguntas que los cristianos debemos provocar y las respuestas que estamos llamados a dar: la pregunta de qué nos hace vivir y dónde está la fuente de nuestra vida. Una vez respondida, podemos pasar a otra pregunta: ¿de mí puede salir algo bueno, estoy en condiciones de ofrecer algo bueno? De entrada a lo mejor parece que no. De ahí la duda implícita en la pregunta. ¿Puede salir algo bueno de mi? Dependerá de dónde permanezco, dónde están los fundamentos que me sostienen, dónde mis verdaderos intereses. Hay otra pregunta que formula Natanael, una vez que ha ido a Jesús y se ha incorporado a la comunidad de discípulos: ¿de qué me conoces? ¿De qué me conoces, Señor, para haberme llamado? Jesús nos conoce y eso tiene que ser para cada uno de nosotros un motivo de alegría y de esperanza. Y un estímulo. Nos conoce y, por eso, no a pesar de eso, sino por eso, porque sabe de nuestras posibilidades y de nuestras capacidades, porque sabe de nuestras muchas bondades, por eso nos ha llamado para ser sus discípulos y testigos.

Martín Gelabert. Blog Nihil Obstat

PREGÓN DEL PÓRTICO DE NAVIDAD DE MARIBEL REVERIEGO EN MALPARTIDA DE CÁCERES

PÓRTICO DE NAVIDAD 2.024

Antes de empezar os pido disculpas, por si no sale como quisiera y os merecéis.

 Buenas noches, comunidad parroquial, amigos, vecinos… Buenas noches, Malpartida.

Desde el principio quiero agradecer a los que han confiado en mí para tan solemne acto. Me honra vuestra confianza. La asistencia a los presentes en general y a los que no pudiendo estar aquí, lo están oyendo por la radio o me han pedido el guion porque viven lejos.

 Cuando me invitó D. Santiago a hacer el Pregón del pórtico de Navidad me pareció una temeridad. Le dije, que reflexionara un poco más y después hablábamos. Era después de la Misa en la que se leyó el Evangelio de las dos mujeres pobres y viudas, una solo tenía dos pequeñas monedas y la otra sólo un puñado de harina ni siquiera leña para cocer el pan. Como yo, que poco tengo, por lo que poco os puedo dar. Pero ¿Por qué le iba a negar esto a mi parroquia, que tanto debo y quiero? Porque en esta santa casa, ante el Señor de este Sagrario se fraguó todo lo que soy y tengo como cristiana. Luego se reforzó y completó en mi Congregación, pero aquí empezó todo. ¿Por qué no dar como ellas, lo que tengo? Y Quién ha tenido antes, el honor de poder anunciar el pregón del Pórtico de Navidad en la que hoy se puede decir con todo derecho: Que esta Iglesia de la Asunción de Malpartida es un bien de interés cultural como acaba de ser declarada… A todos los que han trabajado por conseguirlo, se lo agradecemos muy sinceramente.

 Esa noche no pude dormir, pero saqué la conclusión: “Si esta es la Voluntad de Dios, pondré todo mi esmero y lo haré, con mucho gusto, con toda la ilusión del mundo y agradecida, sacando lo mejor que pueda quedar en mí” ¿Qué mayor honor que anunciaros que va a venir, Jesús, Nuestro Salvador? ¡Que nos alivia las cargas y consuela en los sufrimientos!…

No hay cosa más grande que anunciar a Jesús. Y anunciarlo en mi parroquia, a mis vecinos y amigos de siempre; a donde mis padres me trajeron a bautizar, para recibir la fe en Cristo, en quien creo y espero… Aquí que recibí mi primera Comunión, fui Confirmada con el Espíritu Santo, para dar paso a la madurez en la fe… Recibí la catequesis, los círculos de benjaminas de Acción Católica, que nos daba Maruqui Lancho, la del casino de abajo. (y en aquella época los teníamos en la parte de arriba donde vivía la Matea) Nos la tenía cedida gratis, la señora María Bravo. Porque entonces no había centro parroquial. De adolescentes, que nos daba los círculos, Felisa Díaz a la que yo cogí luego el relevo… La influencia espiritual de Dª Mercedes (mi maestra de escuela) y tantas influencias positivas que aquí y muchas veces de vosotros mismo he recibido y han ido formado una gran parte de la base de servicio y generosidad, que mucha o poca hay en mi personalidad… Esto y mucho más, se lo debía a mi parroquia. Estaba en deuda con ella. Por eso y porque ya me queda poco que dar, quiero seguir entregando mis dos monedas

La idea de Pórtico de Navidad, parece que lo trae en el 2008 a la diócesis, nuestro más ilustre paisano, y muy querido y recordado D. Francisco Cerro, que entonces estaba aquí de Pastor diocesano y hoy es el Primado de España, para dar paso a los días de Navidad. Y a quien hoy desde aquí le envío el más cariñoso y merecido saludo.

 Como de este concepto sé poco voy a centrarme en “ANUNCIAR LA NAVIDAD” como la concibo y trato de vivir. Sin fechas ni personajes, que vosotros ya bien conocéis. Comenzando por el día de hoy, que sería aproximadamente, cuando empezaron su camino de los 111 Km que hay de Nazaret a Belén, a empadronarse María y José en la ciudad, de David de donde procedía José. Y en el estado que se encontraba María y por transporte en un burrino le calculo que tardarían más de una semana. Y el viaje había que hacerlo, sí o sí. Porque lo mandaba un edicto de Cesar Augusto.

A veces nos quejamos nosotros de los caminos que nos toca recorrer; largos, dificultosos, con piedras que nos hacen tropezar. Las cuestas que tenemos que subir… y no son desniveles del terreno, si no, paro, pobreza, sueldos con los que no se llega a fin de mes. El frio, la sequía o las lluvias a veces torrenciales, como las que han sufrido en Levante, que se llevan todo a su paso, incluso centenares de vidas humana, ganado, cosechas, medios de vida…y dejan tanta desolación, ruina, tristeza y dolor. Las pobrezas, enfermedades, adicciones, guerras, rupturas, hogares destrozados… nuestros o de nuestro entorno… Y Jesús que aún no ha nacido, ya nos está enseñando como se hacen estos caminos, cómo se alivian los sufrimientos, como se superan las pruebas… Con Él y junto al corazó de su Madre. Allí nos espera, quiere acompañarnos en nuestras vidas. Enseñarnos a pasar los días fríos, las noches oscuras, las dudas, los, dolores y las tristezas.

 No creo que Belén fuese una ciudad inhóspita, como le pasa a Malpartida. Sería una ciudad acogedora, alegre, saludable, con buenas condiciones de vida… pero cuando ellos llegaron todo estaba lleno y no encuentran un sitio, donde María descanse y Jesús pudiera nacer. Como nos pasa a nosotros que estamos llenos de compromisos, cenas y regalos; siempre deprisa, no tenemos tiempo para nada. Yo solo he empezado a tenerlo cuando me he jubilado (los niños y los mayores) sufren el poco tiempo que se les dedica para escucharlos, jugar con ellos, ayudarlo con los deberes, acogerlos, consolarlos… Comprometernos, con esta sociedad tan necesitada, darnos y darles tiempo o lo que necesiten y tengamos y a veces hasta de sobra.

 Aquí, como en Belén, tenemos dificultades a veces para ser acogedores y buenas personas con todos, como nos pide nuestro cristianismo, dispuestos a abrir puertas, sin levantar muros, ni de ideologías, ni de pensamientos, ni formas de vivir. Aceptando al otro con su forma de ser como lo hacía y enseñaba Jesús que comía con publicanos y con pecadores y nos dice que acojamos siempre y a todos, sin juzgar, si no amándolos de corazón y de verdad. Tenemos que nacer de nuevo, para mejorar este camino que hacemos juntos por la vida en la sociedad actual. Venciendo miedos y creciendo en confianza, ayudándonos mutuamente; para acogernos y vivir con entusiasmo y alegría desbordante esa que tanto necesita el mundo de hoy a veces triste de la historia. ¿No le podemos abrir con esa alegría la puerta de esta posada a Jesús en nuestro corazón? ¡Cómo le alegraría venir a un establo así a Jesús! Yo sueño y confío en mí y en vosotros que sí. Al menos vamos a intentarlo.

 Ya que no hay posada, vamos a preparar un Cielo en nuestro corazón. El Padre Dios, organiza la fiesta, pone sus ángeles en marcha. Que anuncien a toda la tierra que nos llega el Salvador. Que llenen la noche de luz y alegría. De la mejor reina, la más humilde y la más hermosa del universo. Pero la más pura y tierna de las madres nace Enmanuel, Dios con nosotros. El bueno de San José, se deshace en adecentar el establo. (Nos ayuda a prepararnos). Lo quiere poner confortable, pero es difícil hacer algo digno entre tantas pobrezas y dificultades. Otra vez los ángeles aparecen con sus resplandores, lucen más brillantes las estrellas y su música celestial suena por las majadas, los campos y las intemperies cantando: “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”. Llenan de luz y alegría la Gran noche. Se ha adornado todo y nuestro corazón arde en deseos de la llegada del Niño Dios. Resuena la alegría de los niños con villancicos por plazas y calles… Todos se apresuran a obsequiar al Recién Nacido. Llegan con regalos, panderetas, zambombas y castañuelas… Hasta la mula y el buey han puesto su pobre calefacción para que no pase demasiado frío, el Niño que va a nacer. ¡La Gran Noche! ¡No la debemos dormir! ¡Nace nuestra Salvación!  Que viene a redimirnos, a rescatarnos, a abrirnos las puertas del Reino de Dios.

 Llegan los pastores, los Reyes y nosotros. Cada uno le lleva sus presentes. De acuerdo con su situación. ¿Qué le vamos a llevar nosotros? Somos una comunidad parroquial esplendida y nuestro pueblo y sus gentes son maravillosa. Hasta la Junta de Extremadura quiere llevar su regalo al Niño que va a nacer, al declarar a Su Casa, el templo parroquial de Malpartida, como bien de interés cultural. Aquí hay mucha generosidad, con los afectados por la DANA, con Mozambique, la India, con Cáritas. Se demostró en la pandemia del covid 19, en cualquier colecta de solidaridad. Llevando a la residencia de mayores la alegría, enseñando a los niños el buen trato hacia los mayores, tanto en el instituto, como en el colegio y la guardería. Compartiendo amistad, alegría, cultura y fraternidad en el club la Paz, y tantas excelentes asociaciones y corales que tan buenos ratos nos hacen pasar con sus amenizaciones continuas… que tenemos. Cofradías entusiastas, que favorecen la religiosidad popular con gusto y entrega. Un sacerdote y unas hermanas que, en silencio, pero con amabilidad y cariño atienden espiritualmente a niños, enfermos, ancianos… a los que sufren tristeza, dolor, duelos y carencias de cualquier tipo… Dan formación religiosa con las abnegadas y animosas catequistas, que a veces sin poder siguen aportando su saber y alegría. Les llevan los sacramentos y el amor misericordioso de Dios, que viene para todos, todos, todos, sin excepción…

 Si a este cielo que es Malpartida, con su Semana Santa, San Isidro, sus paraguas de colores, museos y todas sus fiestas, habidas y por haber añadimos un poquito más de compromiso, de valores cristianos, humanos y éticos, que hemos recibido, pero los estamos perdiendo, estaríamos preparando un lugar celestial maravilloso para que Jesús tenga una gran ilusión por venir a nacer en nuestros corazones, nuestra parroquia y nuestra muy querida Malpartida. Si en la humanidad luchamos con dialogo por la paz, por el problema de los emigrantes, si evitamos abortos, vientres de alquiler y favorecemos a las familias. Si cuidamos con cariño y ternura como merecen, los ancianos y enfermos, con paliativos, sí, todos los que sean precisos, pero sin eutanasia, que se presta a que todo el que moleste se le ponga una simple inyección y así solucionan el problema. Si resolvemos la violencia de género, la trata de personas y nos comportamos humanamente con el prójimo… Jesús se volverá loco de alegría de venir a nacer a este mundo, lo acogerán los brazos amorosos de su Madre y a San José, se le caerá la baba con lo que ve. Ese calor humano que recibió Jesús al nacer, es el que tanto necesita nuestro mundo de hoy y como Él lo tiene, lo quiere compartir con nosotros.

 También en este marco festivo de la Navidad, comienza el año Jubilar de la “Esperanza” y hemos de ser nosotros signo de esperanza para pobres, presos, jóvenes sin horizonte y los niños asustados por las bombas de tantas guerras y tristes por tantas rupturas, sin juguetes, con frio y sin mantas, con hambre en los campamentos de refugiados… Todos en estos días nos deseamos la paz, el amor y la felicidad. (Que no sean solo palabras vacías). Tengamos unas palabras de esperanza. Seamos signo de esperanza y vivamos nosotros mismo la esperanza de que este Niño que nos va a nacer “es nuestra esperanza, nuestra paz, nuestra alegría y nuestra Salvación”.

 Por eso y para todos, de corazón os deseo mi más sincera: (Tirando un beso a la comunidad)

FELIZ NAVIDAD.

Maribel Reveriego

 

 

 

 

INTENCIONES DE ORACIÓN

“El Papa Francisco confía cada mes a su Red Mundial de Oración, intenciones de oración que expresan sus grandes preocupaciones por la humanidad y por la misión de la Iglesia”, afirma el sitio web de la iniciativa.

“Su intención de oración mensual es una convocatoria mundial para transformar nuestra plegaria en «gestos concretos», es una brújula para una misión de compasión por el mundo”, agrega.

Este mes de enero oramos Por el derecho a la educación.

Oremos para que migrantes, refugiados y afectados por las guerras vean siempre respetado su derecho a la educación, necesaria para construir un mundo mejor.

La Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española aprobó en su 121º reunión, que tuvo lugar del 17 al 21 de abril de 2023, las intenciones de la CEE para el año 2024 por las que reza la Red Mundial de Oración del Papa (Apostolado de la Oración).

Enero: Por los frutos del Jubileo de la Encarnación y por los fieles de España que peregrinarán a Roma en 2025, para que, por la gracia jubilar, vivan como peregrinos de esperanza y comuniquen a todos la alegría del Evangelio.

EL SANTO DE LA SEMANA: SAN SILVESTRE

De la Roma pagana a la cristiana

San Silvestre es el primer Papa de una Iglesia que ya no tiene que esconderse en las catacumbas a causa de las persecuciones de los primeros siglos. En efecto, en el año 313, durante el papado del africano Melquíades, los emperadores Constantino y Licinio concedieron plena libertad de culto a los cristianos.

Al año siguiente, Silvestre, sacerdote romano, es elegido Papa. Se desconoce el año de su nacimiento; sin embargo, según el Liber Pontificalis, era hijo de un cierto Rufino romano. Silvestre guió el pasaje de la Roma pagana a la Roma cristiana, y asistió a la construcción de las grandes basílicas constantinianas.

Siempre según el Liber Pontificalis, el Papa Silvestre sugirió a Constantino la fundación de la Basílica de San Pedro en la colina del Vaticano, sobre la tumba del apóstol. Gracias a la colaboración entre Constantino y Silvestre, también surgieron la basílica y el baptisterio de Letrán -cerca del ex palacio imperial donde comenzó a vivir el Pontífice-; la Basílica de la Santa Cruz en Jerusalén; y la Basílica de san Pablo Extramuros.

La memoria de Silvestre está, sin embargo, unida principalmente a la iglesia “in titulus Equitii” que toma el nombre de un presbítero romano que se dice que erigió esta iglesia en su propiedad. Dicha iglesia se encuentra aún cerca de las termas de Trajano, junto a la Domus Aurea.

Papa “confesor de la fe

Es incierto el papel de Silvestre en las negociaciones sobre donatistas en Arles y sobre el arrianismo en el primer Concilio ecuménico de la historia, desarrollado en Nicea en el 325. Según algunos, ni siquiera pudo intervenir. Pero debe haber impresionado a sus contemporáneos, ya que, apenas fallecido, fue honrado de inmediato públicamente como “Confesor”. Es más, estuvo entre los primeros en recibir este título, atribuido desde el siglo IV en adelante a quien, aunque no fue mártir, transcurrió una vida sacrificada a Cristo. Sin duda, el Papa contribuyó además al desarrollo de la liturgia: cambió para la liturgia los nombres de los días de la semana que recuerdan divinidades paganas, dejando con nombre sólo el Sábado y el Domingo y llamando «ferias» con su respectivo ordinal a los demás días, tal como se usa en portugués.

Durante su papado, probablemente fue escrito el primer martirologio romano. Al Papa Silvestre se le atribuye también el haber marcado las bases del derecho canónico, así como la creación de la escuela romana de canto.

La Milicia de Oro

San Silvestre Papa es el patrono de la orden caballeresca llamada Milicia de Oro u Orden de la Espuela de oro, cuya creación es atribuida tradicionalmente al emperador Constantino.

Después de varias vicisitudes en el transcurso de los siglos, el Papa Gregorio XVI, en el ámbito de una gran reforma de las órdenes ecuestres, separó la orden de San Silvestre Papa de la Milicia de Oro, asignándole sus propios estatutos. En 1905, el Papa Pío X aportó ulteriores modificaciones, aún vigentes.

NUEVO CICLO DE CATEQUESIS DEL PAPA: JESUCRISTO, NUESTRA ESPERANZA.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy comenzamos el ciclo de catequesis que se desarrollará durante todo el Año Jubilar. El tema es «Jesucristo nuestra esperanza»: Él es, en efecto, la meta de nuestra peregrinación, y Él mismo es el camino, la senda a seguir.

La primera parte tratará de la infancia de Jesús, que nos narran los evangelistas Mateo y Lucas (cf. Mt 1-2; Lc 1-2). Los Evangelios de la infancia relatan la concepción virginal de Jesús y su nacimiento del vientre de María; recuerdan las profecías mesiánicas cumplidas en Él y hablan de la paternidad legal de José, que injertó al Hijo de Dios en el «tronco» de la dinastía davídica. Se nos presenta a un Jesús recién nacido, niño y adolescente, sumiso a sus padres y, al mismo tiempo, consciente de que está totalmente entregado al Padre y a su Reino. La diferencia entre los dos evangelistas es que mientras Lucas relata los acontecimientos a través de los ojos de María, Mateo lo hace a través de los de José, insistiendo en una paternidad tan inédita.

Mateo abre su Evangelio y todo el canon del Nuevo Testamento con la «genealogía de Jesucristo hijo de David, hijo de Abraham» (Mateo 1:1). Se trata de una lista de nombres ya presentes en las Escrituras hebreas, para mostrar la verdad de la historia y la verdad de la vida humana. De hecho, «la genealogía del Señor es la verdadera historia, en la que están presentes algunos nombres, por así decir, problemáticos, y se subraya el pecado del rey David (cf. Mt 1,6). Todo, sin embargo, termina y florece en María y en Cristo (cf. Mt 1,16)» (Carta sobre la renovación del estudio de la historia de la Iglesia, 21 de noviembre de 2024). Aparece, pues, la verdad de la vida humana que pasa de una generación a otra entregando tres cosas: un nombre que encierra una identidad y una misión únicas; la pertenencia a una familia y a un pueblo; y finalmente la adhesión de fe al Dios de Israel.

La genealogía es un género literario, es decir, una forma adecuada a transmitir un mensaje muy importante: nadie se da la vida a sí mismo, sino que la recibe como don de otros; en este caso, se trata del pueblo elegido, y de los que heredan el depósito de la fe de sus padres: al transmitir la vida a sus hijos, les transmiten también la fe en Dios.

Pero a diferencia de las genealogías del Antiguo Testamento, en las que sólo aparecen nombres masculinos, porque en Israel es el padre quien impone el nombre a su hijo, en la lista de Mateo de los antepasados de Jesús también aparecen mujeres. Encontramos a cinco de ellas: Tamar, la nuera de Judá que, al quedarse viuda, se hace pasar por prostituta para asegurar una descendencia a su marido (cf. Gn 38); Racab, la prostituta de Jericó que permite a los exploradores judíos entrar en la tierra prometida y conquistarla (cf. Stg 2); Rut, la moabita que, en el homónimo libro, permanece fiel a su suegra, cuida de ella y se convertirá en bisabuela del rey David; Betsabé, con la que David comete adulterio y, tras hacer matar a su marido, genera a Salomón (cf. 2 Sam 11); y, por último, María de Nazaret, esposa de José, de la casa de David: de ella nace el Mesías, Jesús.

Las cuatro primeras mujeres están unidas no por el hecho de ser pecadoras, como a veces se dice, sino por el hecho de ser extranjeras para el pueblo de Israel. Lo que Mateo destaca es que, como ha escrito Benedicto XVI, «a través de ellas… el mundo de los gentiles entra en la genealogía de Jesús: se manifiesta su misión a los judíos y a los paganos» (La infancia de Jesús, Milán-Ciudad del Vaticano 2012, 15).

Mientras las cuatro mujeres anteriores se mencionan junto al hombre que nació de ellas o al que lo generó, María, al contrario, adquiere un particular relieve: marca un nuevo comienzo, ella misma es un nuevo comienzo, porque en su historia ya no es la criatura humana la protagonista de la generación, sino Dios mismo. Esto se desprende claramente del verbo «nació»: «Jacob fue padre de José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo» (Mt 1,16). Jesús es hijo de David, injertado por José en esa dinastía y destinado a ser el Mesías de Israel, pero también es hijo de Abraham y de mujeres extranjeras, destinado por tanto a ser la «Luz para iluminar las naciones paganas» (cf. Lc 2,32) y el «Salvador del mundo» (Jn 4,42).

El Hijo de Dios, consagrado al Padre con la misión de revelar su Rostro (cf. Jn 1,18; Jn 14,9), entra en el mundo como todos los hijos del ser humano, hasta el punto de que en Nazaret se le llamará «hijo de José» (Jn 6,42) o «hijo del carpintero» (Mt 13,55). Verdadero Dios y verdadero hombre.

Hermanos y hermanas, despertemos en nosotros el recuerdo agradecido hacia nuestros antepasados. Y, sobre todo, demos gracias a Dios, que, a través de la Madre Iglesia, nos ha generado a la vida eterna, la vida de Jesús, nuestra esperanza.

Fuente: The Holy See