PAPA FRANCISCO CONTINUA CON SU MEJORIA : ANGELUS DEL 16 DE MARZO

Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!

Hoy, segundo domingo de Cuaresma, el Evangelio nos habla de la Transfiguración de Jesús (Lc 9,28-36). Después de subir a la cima de un monte con Pedro, Santiago y Juan, Jesús se sumerge en la oración y se vuelve radiante de luz. Así muestra a los discípulos lo que se oculta tras los gestos que Él hace en medio de ellos: la luz de su amor infinito.

Comparto con vosotros estos pensamientos mientras estoy atravesando un momento de prueba, y me uno a los tantos hermanos y hermanas enfermos: frágiles, en este momento, como yo. Nuestro físico está débil, pero, incluso así, nada puede impedirnos amar, rezar, entregarnos, estar los unos para los otros, en la fe, señales luminosas de esperanza. ¡Cuánta luz brilla, en este sentido, en los hospitales y en los centros de asistencia! ¡Cuánta atención amorosa ilumina las habitaciones, los pasillos, los ambulatorios, los lugares donde se prestan los servicios más humildes! Por eso, quisiera invitaros hoy a uniros a mí en las alabanzas al Señor, que nunca nos abandona y que en los momentos de dolor nos pone al lado a personas que reflejan un rayo de su amor.

Os agradezco a todos por vuestras oraciones y agradezco a quienes me asisten con tanta dedicación. Sé que rezan por mí muchos niños; algunos de ellos han venido hoy aquí al “Gemelli” en señal de cercanía. ¡Gracias, queridos niños! El Papa os quiere y espera siempre encontraros.

Sigamos rezando por la paz, especialmente en los países heridos por la guerra: en la martirizada Ucrania, en Palestina, Israel, Líbano, Myanmar, Sudán, República Democrática del Congo.

Y recemos por la Iglesia, llamada a traducir en decisiones concretas el discernimiento que se ha hecho en la reciente Asamblea Sinodal. Agradezco a la Secretaría General del Sínodo, que en los próximos tres años acompañará a las Iglesias locales en este compromiso.

Que la Virgen María nos guarde y nos ayude a ser, como Ella, portadores de la luz y de la paz de Cristo.

LA SANTA DE LA SEMANA: SANTA CATALINA DE SUECIA

Santa Catalina de Suecia, llamada también Santa Catalina de Vadstena, nació hacia 1331, de padres nobles y cristianos. Era la cuarta entre los ocho hijos del príncipe Ulf Gudinarsson y de su esposa Birgitta Birgesdotter, que no es otra que Santa Brígida, cuya festividad celebra la Iglesia el día 9 de octubre.

A la edad de siete años fue enviada a la abadesa del convento de Riseberg para ser educada y pronto mostró, al igual que su madre, un deseo para vida de auto mortificación y devoción para cosas espirituales. Al mandato de su padre, cuando tiene trece o catorce años, se casa con un noble de descendencia alemana, Eggart von Kürnen. Ella inmediatamente persuade a su esposo, quién era un hombre religioso, a unirse con ella en un voto de castidad.

Ambos viven en un estado de virginidad y devotan su vida al ejercicio de perfección cristiana y caridad activa. A pesar del amor profundo hacia su esposo, Catalina acompaña a su madre a Roma en 1349. En 1351 Catalina recibe noticias de la muerte de su esposo en Suecia, por lo que decide permanecer al lado de su madre en Roma. Ella vive constantemente con su madre, toma una parte activa en la labor fructífera de St. Brígida e imita fervorosamente la vida ascética de su madre. Aunque la bella y distinguida viuda está rodeada de admiradores, ella constantemente rehúsa todas las ofertas de matrimonio. En 1372 St. Catalina y su hermano, Birger, acompañan a su madre a una peregrinación a la Tierra Santa; después de su regreso a Roma, St. Catalina está con su madre en la última enfermedad y muerte de ella.

En 1374, obedeciendo los últimos deseos de St. Brígida, Catalina traja el cuerpo de su madre a regreso a Suecia, para ser enterrada en Wadstena, de cuya fundación ella llegó a ser directora. Es la casa madre de la Orden Brigidina, también llamada La Orden del Santo Salvador. Catalina manejó el convento con gran habilidad y vivió ahí en armonía con los principios impuestos por la fundadora. Al año siguiente fue a Roma a promover la canonización de St Brígida y para obtener una nueva confirmación papal de la orden. Ella aseguró otra confirmación, ambas de Gregorio XI (1337) y de Urbano VI (1379), pero no fue capáz de ganar en ese tiempo la canonización de su madre, por la confusión causada por el Cisma que retrasó el proceso.

Cuando hubo este cisma ella se mostró, cómo St. Catalina de Siena, con firme adhesión al Papa Romano Urbano VI, en cuyo favor ella testificó delante de una commisión judicial. Catalina se quedó cinco años en Italia y al regreasr a casa, portaba una carta de comendación del Papa. Poco después de su llegada a Suecia se enfermó y murió el 24 de marzo de 1381. Al tiempo de su muerte St. Catalina era jefe del convento de Wadstena, fundada por su madre; de ahí el nombre Catalina Vastanensis, por el cuál es ocasionalmente llamada. En 1484 Inocencio VIII dió permiso para su veneración como santa.

Catalina escribió un trabajo devocional titulado “Consolación del Alma” (Sielinna Troëst), largamente compuesto de citaciones Escrípturales y antiguos libros religiosos; no hay copia en existencia. Generalmente ella es representada con una cierva a su lado, la cual se ha dicho vino a su ayuda cuando jóvenes sin castidad buscaban cortejarla.

EN TODO DESEO LATE UN DESEO DE DIOS

El ser creados “para Dios”, del que hablábamos en el artículo anterior, es una consecuencia directa e indisociable del ser creados “por Dios”. Dado que el “por Dios” es constitutivo de lo humano y no desaparece nunca, es posible encontrar en el humano una serie de deseos e insatisfacciones, que son una huella de este deseo de Dios que anida en toda persona, aunque no sea consciente de que se trata de un deseo de Dios. Tomás de Aquino afirmó que todo deseo es un deseo de Dios. Lo que todos buscamos y deseamos es ser felices, buscamos lo que consideramos bueno para nosotros. Cuando hacemos el mal también buscamos lo bueno, aunque nuestra vista se equivoque en la determinación de lo bueno. Buscamos el bien que vemos o imaginamos ver en el mal que hacemos.

En este mundo nunca encontramos plenamente el bien y la felicidad. Siempre nos falta algo: algo de belleza, algo de salud, algo de fuerza, algo de saber, mucho de amor. Siempre estamos incompletos y buscamos más. En ningún terreno el hombre se contenta con metas parciales e incompletas. Feliz solo sería el que estuviera plenamente colmado en todas las dimensiones y aspectos de la vida. Se comprende así esta afirmación de Tomás de Aquino: “el hombre no es perfectamente bienaventurado mientras le quede algo que desear y buscar”. ¿Quién podrá colmar al ser humano? ¿Quién llena de bienes los anhelos humanos? Detrás de todas las búsquedas, late siempre un deseo de Dios. Dice Tomás de Aquino: “todos, en cuanto apetecen sus propias perfecciones, apetecen al mismo Dios”. Planteado así el asunto, resulta claro que todo deseo, es un deseo de Dios.

Incluso desde posiciones ateas es posible ver el deseo de Dios en toda vida humana. Cuando Jean Paul Sartre dice que el hombre es “una pasión inútil”, su afirmación presupone que el hombre es una pasión de divinidad. Según el filósofo francés el hombre pretende, ni más ni menos, que ser dios. Pero como Dios no existe, el hombre es una pasión inútil. Hay, pues, según este autor, un anhelo, un deseo de Dios en el ser humano, que es imposible satisfacer. Este anhelo de Dios, que se manifiesta incluso cuando el ser humano niega a Dios o se aleja de él, es una vieja historia que aparece desde los inicios de la humanidad. El libro del Génesis narra que una serpiente astuta se dirigió a la primera mujer y le dijo: si desobedecéis a Dios no moriréis, seréis como dioses (Gen 3,1-5). La serpiente promete aquello que el ser humano más anhela: el anhelo de ser como dioses y el deseo de inmortalidad. La serpiente miente, porque indica un mal camino, pero lo que ella promete es lo que los humanos más deseaban.

Según Unamuno el amor busca siempre la plenitud y por eso nos revela lo eterno. Ocurre que, en este mundo, cada vez que el amor ve realizado su anhelo, se da cuenta de que en realidad buscaba mucho más: “la satisfacción de todo anhelo, dice este autor, no es más que semilla de un anhelo más grande y más imperioso”. Si el amor busca siempre más y, por eso, tiende a lo eterno, no es extraño que Unamuno acabe afirmando: “el amor es un contrasentido si no hay Dios”.

Martín Gelabert – Blog Nihil Obstat

DOMINGO DE LAETARE

El cuarto domingo, o de mediados, de Cuaresma, llamado así por las primeras palabras del Introito de la Misa, “Laetare Jerusalem”—“Alégrate, oh, Jerusalén”. Durante los primeros seis o siete siglos la temporada de Cuaresma comenzaba el domingo siguiente a la quincuagésima, y constaba sólo de treinta y seis días de ayuno. Luego se añadió a éstos los cuatro días precedentes al primer domingo, para hacer un ayuno de cuarenta días; y una de las más antiguas menciones litúrgicas de estos días adicionales ocurre en el Evangelio especial asignado a ellos en un manuscrito de Toulon de 714.

Estrictamente hablando, el jueves antes del domingo de Laetare es el día que marca la mitad de la Cuaresma, y en una época se observaba como tal, pero luego los signos especiales de alegría permitidos en este día se transfirieron al domingo siguiente, destinados a alentar a los fieles en su curso a través de la temporada de penitencia. Estos signos consisten (como los del Domingo de Gaudete en Adviento) en el uso de flores sobre el altar y el uso del órgano en la Misa y vísperas; se permite la vestimenta color rosa en vez de púrpura, y el diácono y subdiácono usan dalmática en lugar de la casulla doblada como en los demás domingos de Cuaresma. De este modo se enfatiza el contraste entre los demás domingos y el domingo de laetare, el cual es emblemático de las alegrías de esta vida, alegría comedida mezclada con un cierto rezago de tristeza.

En este día la estación de Roma se hacía en la iglesia de la Santa Cruz en Gerusalemme, una de los siete principales basílicas; ese día se acostumbraba bendecir la Rosa Dorada que el Papa enviaba a los soberanos católicos, y por esta razón a veces se llamaba al domingo, “Domincade Rosa”. También se le daban otros nombres como: “domingo de refrigerio” o el “domingo de los cinco panes” por un milagro registrado en el Evangelio; Media-Cuaresma, mi-carême, o mediana; and “domingo de reconocer por hijo” en alusión a la Epístola, la cual señala a nuestro derecho a ser llamados los hijos de Dios como la fuente de nuestra alegría, y también porque antes los fieles acostumbraban ese día hacer sus ofrendas a la catedral o iglesia-madre. Este último nombre todavía se mantiene en algunas partes remotas de Inglaterra, aunque la razón para ello ha desaparecido.

Fuente: Alston, George Cyprian. «Laetare Sunday.» The Catholic Encyclopedia. Vol. 8. New York: Robert Appleton Company, 1910. <http://www.newadvent.org/cathen/08737c.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina

MENSAJE DE CUARESMA DEL OBISPO DE SAN SEBASTIÁN

Con el signo de la ceniza en nuestra frente, iniciamos una vez más la peregrinación cuaresmal, este tiempo de gracia que nos prepara para celebrar la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte.

En este año tan especial, en el que nuestra diócesis de San Sebastián celebra un doble Jubileo —el de la Iglesia universal y los 75 años de nuestra diócesis—, se nos ofrece una ocasión única para renovar nuestra vida cristiana y profundizar en el sentido de nuestra fe.

Inspirándonos en las palabras del Papa Francisco en su mensaje de Cuaresma, queremos vivir este tiempo como un camino de conversión, de salida de nuestra comodidad y de nuestras ataduras al pecado. Así como el pueblo de Israel recorrió el desierto en busca de la tierra prometida, nosotros también estamos llamados a caminar hacia la Pascua con un corazón renovado, dejando atrás aquello que nos impide vivir plenamente el Evangelio. Preguntémonos: ¿estoy verdaderamente en camino, o me he quedado detenido en mi vida de fe? ¿Necesito liberarme de actitudes, miedos o hábitos que me impiden avanzar? La Cuaresma es un tiempo para dejarnos interpelar por el Señor y dar pasos concretos de conversión.

El Papa nos recuerda que la Iglesia está llamada a caminar unida, a vivir la sinodalidad. No estamos solos en este camino cuaresmal, sino que somos peregrinos juntos. Como comunidad diocesana, este Jubileo nos invita a fortalecer los lazos de fraternidad y a redescubrir la alegría de ser Iglesia en comunión, de pertenecer a una única familia. La conversión no es solo individual, sino también comunitaria. ¿Cómo caminamos juntos en nuestra diócesis? ¿Somos capaces de escucharnos, de acoger al hermano, de construir una comunidad que refleje el amor de Dios? Este es un tiempo propicio para renovar nuestro compromiso con la fraternidad y la participación en la vida de la Iglesia.

El lema del Jubileo universal nos invita a ser «Peregrinos de esperanza». La Cuaresma es un tiempo de esperanza porque nos prepara para el encuentro con Cristo resucitado. Como nos recuerda el Papa Francisco, nuestra esperanza no es vana, sino que está anclada en la certeza de que el Señor ha vencido a la muerte y nos ofrece la vida eterna.

Pero la esperanza también se traduce en compromiso. Nos interpela sobre cómo vivimos la caridad, la justicia y la solidaridad. ¿Soy testigo de la esperanza en mi entorno? ¿Ayudo a otros a descubrir la luz de Cristo en sus vidas? Esta Cuaresma nos llama a vivir nuestra fe con un horizonte abierto hacia los demás, especialmente hacia quienes sufren.

En este camino cuaresmal, nos acompaña la Virgen María, Madre de la Esperanza. Ella nos enseña a confiar plenamente en el Señor y a perseverar en la fe, incluso en los momentos de oscuridad. Queridos diocesanos, vivamos esta Cuaresma con un corazón abierto, dejándonos transformar por el amor de Dios. Caminemos juntos hacia la Pascua, confiando en que el Señor nos renueva y nos llama a ser testigos de su luz en el mundo.

In Corde Matris,

San Sebastián, 5 de marzo de 2025

Miércoles de Ceniza

+ Fernando Prado Ayuso, CMF

Obispo de San Sebastián

MENSAJE DE CUARESMA DEL OBISPO DE TUI VIGO 2025

Estamos inmersos en el Año jubilar en el que se nos llama a ser peregrinos de esperanza. El Pueblo de Dios, en camino hacia el encuentro con Dios, siente a su lado a Cristo como compañero de viaje y fundamento de ese camino, Él es nuestra esperanza.

Iniciamos una nueva Cuaresma, un nuevo camino hacia Jerusalén, lugar de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, acompañando al Señor, siguiendo sus huellas, en este mundo que nos toca vivir. En este caminar escuchamos de nuevo conviértete y cree en el evangelio. Nos dice el papa Francisco: invito a cada cristiano a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso (…) Este es el momento de decirle a Jesucristo: te necesito. Rescátame de nuevo (Evangelii gaudium 3). Desde luego, esta invitación es una llamada de atención, una nueva oportunidad. ¿Por qué no vivir la Cuaresma desde esta invitación?

En este tiempo se nos habla de la necesidad de conversión, de un cambio profundo en las propias vidas. En nuestras comunidades parroquiales se visibiliza esa invitación a través de prácticas piadosas, ornamentación diferente, celebraciones especiales… que nos pueden ayudar, pero es urgente recordar las palabras del papa, es el momento de volver a lo esencial en nuestra relación con Dios, con los hermanos y con toda la creación.

La Cuaresma no puede ser un tiempo triste. Volver al evangelio siempre es volver a la alegría de la Buena Noticia, a enraizar nuestra fe en ese Xesús, que tiene palabras de vida eterna, como dice el apóstol Pedro (Jn 6,68). Es el tiempo de quitar las máscaras que nos acompañan durante la vida, que nos sirven para dar una imagen que puedan ver todos, y a veces, esconder nuestros miedos, inseguridades y aspectos que no nos gustan o avergüenzan. Es el tiempo de volver a lo esencial, ser más auténticos y liberarnos de tanto polvo que se nos va pegando en rincones de nuestra vida.

Seguro que surge la pregunta de cómo hacerlo, cómo volver a lo esencial. La Iglesia, madre y maestra, nos ofrece un camino: volver a la Palabra encarnada de Dios, porque en Cristo se manifiesta el hombre al propio hombre y se muestra la vocación a la que fue llamado (GS 22). Leyendo, orando, contemplando ese Cristo-Palabra podemos descubrir quienes somos:  hijos de un mismo Padre y hermanos. Todos hijos muy amados por Dios, siempre; y todos hermanos, llamados a vivir en fraternidad real, siempre. No tenemos que conseguir nada, ya somos regalados, solo nos toca acoger. Pero esta acogida supone por nuestra parte ser conscientes de esto, experimentar y vivir la grandeza del proyecto de Dios sobre cada uno, sentirnos libres, y aprender a mirar al mismo Dios, a los hermanos y a la creación de otro modo. Jesús nos dice siempre, acercaos a mí todos los cansados y oprimidos, que yo os aliviaré, mi yugo es llevadero y mi carga ligera (Mt 11,28-30). Desde aquí encuentran sentido nuestras prácticas cuaresmales, las penitencias y ayunos; han de servirnos para soltar lastre y acoger; soltar lastre para ser más libres.

La Cuaresma es una invitación a poner en el centro a Jesús, rompiendo con todo tipo de egoísmo y autosuficiencia, acogiendo ese amor de Dios y dejándonos hacer por Él, aprendiendo a reconocer lo que ya somos y lo que Dios quiere seguir haciendo con nosotros y a través de cada uno.

Hay “ayudas” en este camino a tener en cuenta: no vamos solos. El papa Francisco en su mensaje para la Cuaresma de este año nos anima a tres conversiones concretas: la de caminar, rompiendo con todo aquello que nos pueda paralizar en nuestra zona de confort; la de hacerlo juntos, nunca como viajeros solitarios, tejiendo unidad, sin dejar a nadie atrás o excluido; y en esperanza, en aquel que es nuestro amor y esperanza, que vive y reina glorioso. Esta esperanza se ha de traducir en confianza en Dios y en su salvación.

Caminar, juntos y en esperanza, abriendo nuestros ojos a la realidad de los hermanos, a la propia realidad; mirando al futuro que nos abre Aquel que vive para siempre. Escuchando su Palabra, dejándola resonar en nuestro corazón, levantándonos de nuestras comodidades y haciendo camino en actitud de acogida, con gestos muy concretos, con los hermanos que se acercan a nosotros. Todo eso seguro que nos ayuda en ese volver a lo esencial…

¡Feliz camino, feliz conversión! Acompañados por María, Nuestra Señora de A Franqueira, intercediendo en este camino cuaresmal.

Vuestro hermano y amigo

+ Mons. Antonio Valí Valdés

Obispo de Tui-Vigo

MENSAJE DE CUARESMA DEL OBISPO DE LEÓN: «CUARESMA QUE SE HACE ESPERANZA»

El camino cuaresmal se nos presenta este año con el objetivo de renovar y profundizar el encuentro con Cristo, esperanza que nunca defrauda. Agitados por olas impetuosas, pues así es la travesía humana hasta llegar al puerto del reino de Dios, vamos aprendiendo a confiar en el que tiene el poder de calmar la tempestad (cf. Mt 8,27; Mc 4,41).

La esperanza infunde en nosotros la seguridad de que podremos salir adelante si nos fiamos del Señor. El Padre nos ha regenerado, mediante la resurrección de Jesucristo, para una esperanza viva (cf. 1Pedro 1,3) Y esta esperanza, que es Cristo mismo, sostiene nuestro camino en todo momento, especialmente cuando se vuelve tortuoso. Cabría decir que no podemos vivir sin ella, pero es mejor decidir que queremos vivir con ella, que estamos dispuestos a que sea su esperanza la que nos encienda y llene de vida, la que nos mantenga en pie con buen espíritu, con coraje y con fortaleza.

Por todo ello, este Año Jubilar Ordinario la «Cuaresma se hace esperanza» para nosotros. Emprendemos el camino hacia la Pascua con la certeza de que, esperanzados en Cristo, podemos superar nuestros baches existenciales. Hagamos, pues, lo posible por mantener la esperanza en el Hijo de Dios como suelo firme en cada uno de nuestros pasos cuaresmales, pertrechándonos de lo necesario para este camino cuaresmal: oración de paciencia, ayuno de solipsismo y limosna de perdón.

La esperanza requiere paciencia y, por tanto, necesitamos orar para pedirla y hacerla crecer. Oremos para que la paciencia relegue los agobios y permita que en cada uno aflore la bondad y el amor del Señor. Pidamos la paciencia que viene del Espíritu Santo y que convierte la espera en plegaria confiada. Acojamos la paciencia que mantiene viva la esperanza (cf. Spes non confundit, 4). Convirtámonos y creamos en la paciencia que es tierra sembrada de esperanza.

El ayuno nos ayuda a caminar ligeros de equipaje y, en este caso, a crecer en esperanza. Lo cual se traduce en un ayuno concreto: el del solipsismo, es decir, de toda forma radical de subjetivismo, que suele venir acompañada de susceptibilidad y recelo, y fácilmente degenera en rivalidad, ruptura, falta de fraternidad, afán de posesión y dominación. Este ayuno nos traerá sosiego y esperanza para avanzar en nuestro propósito de ser «como granos que hacen el mismo pan».

La limosna cuaresmal nos impulsa también en el camino hacia la Pascua. Que nuestra limosna sea del perdón que desafía nuestro corazón cotidianamente. Sabernos perdonados debe ayudarnos a perdonar. Recibir el perdón ha de urgirnos a ofrecerlo como limosna con una medida «generosa, colmada, remecida, rebosante» (Lc 6,38). El perdón es siempre fuente de esperanza.

Iniciemos juntos, por tanto, una peregrinación esperanzada hacia la Pascua. Descubramos la riqueza de este caminar en los rostros de nuestros hermanos y hermanas y en el nuestro propio, irradiando la esperanza en la que hemos de convertir este tiempo y a la que hemos de convertirnos los que creemos en el Evangelio de Jesús.

Encomendémonos durante esta Cuaresma de 2025 a María, Virgen de los Dolores, de las Angustias y de la Esperanza. Y hagámoslo también intercediendo particularmente por el papa Francisco, para que pueda hacer suyos, como María, los sufrimientos de Cristo y encuentre en él la esperanza que no defrauda.

Con mi afecto y bendición.

✠ Luis Ángel de las Heras, CMF

Obispo de León

EL SANTO DE LA SEMANA: SAN CIRILO DE JERUSALÉN

San Cirilo, obispo de Jerusalén y doctor de la Iglesia, que a causa de la fe sufrió muchas injurias por parte de los arrianos y fue expulsado con frecuencia de la sede. Con oraciones y catequesis expuso admirablemente la doctrina ortodoxa, las Escrituras y los sagrados misterios

Desde el periodo apostólico hizo su aparición la herejía en la Iglesia; pero sin causar en las comunidades eclesiales esas profundas heridas producidas por el arrianismo y el nestorianismo en los siglos IV y V.

Pero si este pulular de herejías frenó un poco la evangelización de los paganos, suscitó también grandes figuras de pastores, de teólogos, de predicadores, de escritores que con sus obras, por medio de una catequesis sistemática, las homilías y los sermones, lograron exponer claramente la doctrina cristiana y penetrar en el mismo ambiente pagano. La defensa de la ortodoxia hizo más consciente y vívida la fe en el pueblo cristiano. Una de las figuras más representativas de este período de apasionadas batallas teológicas es la del obispo de Jerusalén, san Cirilo, que dirigió esa Iglesia desde el 350 hasta su muerte, en el 386.

Cirilo nació de padres cristianos en el año 315. Tuvo alguna simpatía por los arrianos; pero se separó de ellos muy pronto y se adhirió a los semiarrianos homoiusianos, esto es, a esa orientación teológica que se inclinaba a los convenios, que proponía el término “homoi-ousios” (de naturaleza semejante) en vez de “homo-ousios” (de la misma naturaleza, es decir, el Verbo de la misma naturaleza que el Padre): se trataba sólo de añadir una letra, pero era suficiente para eliminar la idea de la consubstancialidad entre el Padre y el Hijo. Cirilo abandonó también a los semiarrianos y se adhirió a la doctrina ortodoxa de Nicea. Por esto fue varias veces desterrado, bajo los emperadores Constancio y Valente. El primer concilio ecuménico de Constantinopla, en el que participó Cirilo, reconoció la legitimidad de su episcopado.

Las primeras incertidumbres de su pensamiento teológico demoraron, en Occidente, el reconocimiento de su santidad. En efecto, su fiesta fue instituida sólo en 1882. El Papa León XIII le concedió el título de doctor de la Iglesia por las 24 Catequesis que Cirilo compuso probablemente al comienzo de su episcopado y que él dirigía a los catecúmenos que se preparaban para recibir los sacramentos. De las primeras 19, trece están dedicadas a la exposición general de la doctrina, y cinco, llamadas mistagógicas, están dedicadas al comentario de los ritos sacramentales de la iniciación cristiana.

Las Catequesis de San Cirilo nos llegaron gracias a la transcripción de un estenógrafo, en la íntegra naturalidad y sencillez con que el santo obispo las comunicaba a la comunidad cristiana en los tres principales santuarios de Jerusalén, es decir, en los mismos lugares de la redención, en los que, según la expresión del predicador, no sólo se escucha, sino que “se ve y se toca”.

CARTA DE MONSEÑOR MUNILLA PARA EL INICIO DE LA CUARESMA 2025 EN EL MIÉRCOLES DE CENIZA.

Nadie podrá reprochar a Jesús de Nazaret que no nos haya hablado con claridad… Su mensaje es nítido y diáfano, colocándonos a cada uno ante la verdad de nuestra vida y llamándonos a la conversión.

Acaso una de las características del tiempo presente sea el miedo a confrontarnos con la verdad de nuestra vida. Obviamente, no se trata de un miedo reconocido y confesado, sino de un miedo disfrazado de eslóganes ideológicos que se niega a abrirse al diálogo con quien piensa distinto de lo que se ha estipulado como “políticamente correcto”. La tesis que sostengo en este artículo es que, tras la crispación y la cancelación reinantes, se esconde el miedo a confrontarse con la verdad.

Ha dado mucho que hablar la conferencia que el pasado 14 de febrero pronunció en Múnich el vicepresidente de EEUU, JD Vance. En ella abroncaba a los dirigentes europeos, diciéndoles que el principal enemigo de su seguridad no es tanto China o Rusia, sino la traición de Europa a sus propios principios. No me cabe duda de que dijo una gran verdad, aunque pienso que se equivocó en el tiempo verbal con que la formuló, ya que debió utilizar la primera persona del plural. Baste constatar la traición que el gobierno Trump está perpetrando contra Ucrania, dejando patente que en su jerarquía de valores el dinero está por encima de la justicia. ¡La soberanía de Ucrania bien vale 350.000 millones de dólares! Ciertamente, “nuestro” mayor enemigo (no solo el “vuestro”) es la traición a los propios principios.

En el contexto en que JD Vance pronunciaba aquel discurso, se estaba refiriendo fundamentalmente a la cultura de la cancelación imperante, abiertamente contraria a la libertad de conciencia y a la libertad de expresión. Sin duda, también en este terreno estamos ante otra grave traición a los principios de la democracia occidental.

Sin embargo, pienso que el discurso de JD Vance se quedó en la epidermis del problema, sin llegar a profundizar en las causas de esta involución en el principio de la libertad de expresión, que hasta hace escasos años había sido un principio “sagrado” para occidente. De hecho, todavía recordamos cómo en tiempos de la transición española se decía aquello de: «No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a decirlo». ¡Nada que ver con la situación actual! La pregunta es obligada: ¿Cuál es la razón de un cambio tan radical de paradigma?

En mi opinión, en el inicio de este cambio de paradigma está el relativismo. Una vez que hemos dejado de creer en la existencia de la verdad objetiva, hacia la cual cada uno de nosotros tiene el deber de conformarse en conciencia, entonces el principio del respeto a la libertad queda sin razón de ser. Si no hay verdad, la libertad se queda sin fundamento y sin finalidad. A los hechos me remito: en muy pocos años hemos pasado del relativismo a la dictadura del relativismo. Fue Benedicto XVI el que denunció el inicio de este giro y es patente que en los últimos años se ha consumado. De facto, cualquiera que se atreva a disentir de los parámetros del “nuevo orden mundial” es acusado de “fóbico” y de promover el odio. Y entre esos parámetros se encuentra especialmente la imposición de una seudo antropología de estado, inspirada en la Ideología de Género, sobre la cual el Papa Francisco afirmó el 1 de marzo de 2024 lo siguiente: “La ideología de género es el peor peligro de nuestro tiempo”. De forma muy recurrente, el Papa Francisco ha calificado a la Ideología Gender como “colonización ideológica”.

Pongo un ejemplo concreto todavía reciente: Se pretende prohibir que las personas con inclinaciones homosexuales puedan ser acompañadas para vivir la sexualidad conforme a la moral y la fe católica. Al mismo tiempo, se promulga una ley trans por la que se permite que unos menores de edad puedan recibir tratamientos hormonales y/o ser sometidos a operaciones de cambio de sexo sin el permiso de sus padres. ¿Cabe una contradicción mayor? Por desgracia, no se trata de un caso aislado, sino que como les dice Jesús a escribas y fariseos: “… y como éstas hacéis muchas” (Marcos 7, 13).

No es casualidad que en tiempos de Jesús también se practicase la cancelación. ¡Sí, Jesús fue cancelado! En cualquier caso, pienso que la razón de la cancelación, entonces y ahora, es la misma: el miedo a la verdad. Por algo será que San Juan Pablo II repetía una y otra vez su conocido eslogan: “No tengáis miedo, abrid de par en par las puertas a Cristo”. Obviamente, la verdad puede dar miedo a primera vista, porque es exigente y nos llama a la conversión. Pero, no olvidemos que “la verdad nos hace libres” (Jn 8, 32). Más aún: la verdad nos hace libres y felices. Por ello, una vez más, acogemos con esperanza la interpelación que Jesús nos dirige en el inicio de la Cuaresma: “Convertíos y creed en el Evangelio”.

JAEN, CARTA PASTORAL PARA LA CUARESMA 2025: «RENACIENDO EN LA ESPERANZA»

En este Año Jubilar, en el que conmemoramos la Encarnación del Unigénito de Dios, la esperanza debe marcar nuestro camino cuaresmal con la certeza que es Jesucristo, con su pasión, muerte y resurrección, quien nos hace renacer en la esperanza. Como nos recuerda el papa Francisco: «La esperanza efectivamente nace del amor y se funda en el amor que brota del Corazón de Jesús traspasado en la cruz» (Spes non confundit n.3).

El próximo 5 de marzo, Miércoles de Ceniza, iniciamos este tiempo santo de Cuaresma. Este itinerario de cuarenta días nos ofrece la oportunidad de peregrinar, como lo hizo a través del desierto, el pueblo de Israel en su éxodo hacia la tierra prometida. Ellos caminaron por el desierto del Sinaí y nosotros por uno personal, en el que se nos ofrece la oportunidad de comenzar de nuevo, despojarnos de aquello que nos aleja de Dios y abrazarnos a lo esencial.

Se trata de una oportunidad vital para el cambio, para romper con la persona vieja, cansada, abrumada por su presente, sin perspectiva y comenzar una vida en la que nuestros corazones rejuvenecerán con la gracia que viene de Dios. Morir a nuestro hombre viejo y resucitar con Cristo, renaciendo en la esperanza, es la invitación que nos hace Dios por medio del profeta Joel: «Convertíos a mí de todo corazón, con ayunos, llantos y lamentos. Rasgad vuestros corazones, no vuestros vestidos, y convertíos al Señor vuestro Dios, un Dios compasivo y misericordioso» (Jl 2, 12-13).

Tres son los principales medios que la Iglesia pone a nuestra disposición para este itinerario hacia la Pascua: la escucha asidua de la Palabra de Dios, que nos habla en los desiertos y crea un oasis en nuestra vida; la práctica más intensa del ayuno penitencial y la limosna, como ayuda generosa al prójimo necesitado; y la oración sobre todo, eucarística, como fuente y fin de nuestra vida cristiana. En definitiva, se nos invita a «poner de relieve el doble carácter del tiempo cuaresmal, que prepara a los fieles a oír la Palabra de Dios más intensamente y a rezar, especialmente mediante el recuerdo o la preparación del bautismo y la penitencia, para celebrar el misterio pascual» (SC 109). Cuaresma es sinónimo de hacer silencio interior para escuchar la voz de Dios que se abre paso entre nuestros afanes diarios, para recordarnos que, pese a nuestras fragilidades y limitaciones, la esperanza en el Señor renueva nuestra peregrinación por este mundo.

El primer paso hacia la conversión, que nos pide el Señor durante la Cuaresma, está en la purificación de nuestra fe, tantas veces débil y deteriorada, con las impurezas que se adhieren a nuestro espíritu y que enturbian los ojos del alma. El Señor, mediante el sacramento del Bautismo, nos capacitó para contemplar el misterio de su grandeza y de su amor. Por eso nos dice san Pablo: «Si profesas con tus labios que Jesús es Señor, y crees con tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo. Pues con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con los labios se profesa para alcanzar la salvación» (Rm 10, 9-10). La conversión cuaresmal ha de llevarnos a purificar nuestra fe y a profesarla con gozo y con verdadero celo apostólico. Sólo así, fuertemente adheridos al Señor, podremos vencer las tentaciones con las que el maligno pretende separarnos de la verdad, la justicia y la esperanza que sólo proviene de él.

En este sentido, el papa Francisco nos decía: «La cuaresma nos sumerge en un baño de purificación y de despojamiento; quiere ayudarnos a quitar todo “maquillaje”, todo aquello de lo que nos revestimos para parecer adecuados, mejores de lo que realmente somos. Volver al corazón significa volver a nuestro verdadero yo y presentarlo tal como es, desnudo y despojado, frente a Dios» (Miércoles de ceniza, 2024). Volver a Dios, comprendernos de forma renovada a nosotros mismos y entender el sentido de nuestra vida: eso es convertirse. Acoger la iniciativa de Dios Padre que nos quiere y espera que salgamos de las estructuras de pecado en las que podemos estar inmersos.

La ideología y cultura laicista ha creado una sociedad con nula presencia de Dios; es más, pretende que vivamos como si Dios no existiera. En ese clima, corremos el riesgo de que nuestra fe quede reducida a una serie de prácticas religiosas que se viven en la Iglesia o en el ámbito privado, pero que no incidan en la orientación de las grandes cuestiones de la vida pública, como son el matrimonio, la familia, la educación en valores sólidos, la defensa de la vida en todo tiempo, la cultura o la política como servicio al bien común. Por eso, si queremos que nuestra fe no sea superficial y nuestra luz se apague, hay que reaccionar. Hemos de hacerlo con esperanza ante el conformismo y las medias tintas, y desde nuestro ser cristiano que nos hace mirar a nuestro alrededor con los mismos ojos amorosos con los que miró Jesucristo.

En este itinerario cuaresmal os invito a participar en las 24 horas para el Señor, que este año tendrán lugar del viernes 28 al sábado 29 de marzo, recordando las palabras del Salmo: «Tú eres mi esperanza» (Sal 71,5). Una oportunidad para acercarnos al sacramento de la reconciliación como poderosa herramienta para vivir la Cuaresma con verdadero sentido y con la gracia de borrar nuestros pecados y la oportunidad de nuevos y esperanzadores comienzos. Con este motivo, presidiré una Celebración Penitencial en la S.I. Catedral, el 28 de marzo a las 21 horas. Invito a todos los laicos, grupos parroquiales, cofrades, religiosos y sacerdotes de la ciudad a uniros a esta iniciativa. De igual modo, os pido que en las parroquias y comunidades religiosas de la Diócesis que se organicen momentos de adoración al Santísimo Sacramento y celebraciones penitenciales en el contexto de esta jornada.

En el curso en el que nos hemos propuesto ser, como Iglesia que peregrina en el Santo Reino, «Todos discípulos», os invito a vivir este tiempo de Cuaresma con ese sello indeleble que nos hace seguidores de Jesús. Que ese sello marcado por el agua del bautismo y el fuego del Espíritu Santo, encienda en otros, a través de nuestro testimonio vital, la necesidad de conocer, amar y seguir a Jesucristo, al que ahora acompañaremos, como los apóstoles, hasta Jerusalén para vivir con él su pasión y su cruz y alegrarnos, después, con el triunfo de su resurrección.

Con mi afecto y mi bendición,

+ Sebastián Chico Martínez

Obispo de Jaén