ESPERAR ES VOLTEARSE. MARÍA MAGDALENA. AUDIENCIA JUBILAR

El Jubileo es un nuevo inicio para las personas y para la Tierra; es un tiempo donde todo es replanteado dentro del sueño de Dios. Y sabemos que la palabra “conversión” indica un cambio de dirección. Finalmente, todo se puede ver desde otra perspectiva y así también nuestros pasos se encaminan hacia nuevas metas. Así surge la esperanza que jamás desilusiona. La Biblia relata esto de muchas maneras. Y también para nosotros la experiencia de la fe ha sido estimulada por el encuentro con personas que han sabido cambiar en la vida y han, por así decirlo, entrado en los sueños de Dios. De hecho, si en el mundo hay tanto mal, nosotros podemos distinguir quién es diferente: su grandeza, que a menudo coincide con su pequeñez, nos conquista.

Por esto en los Evangelios, la figura de María Magdalena surge sobre todas las demás. Jesús la curó con la misericordia (cfr Lc 8,2) y ella cambió: hermanos y hermanas la misericordia cambia, la misericordia cambia el corazón y, a María Magdalena, la misericordia la recondujo a los sueños de Dios y dio nuevas metas a su camino.

El Evangelio de Juan narra de su encuentro con Jesús resucitado en una manera que nos hace reflexionar. Varias veces se repite que María se dio vuelta. ¡El Evangelista escoge bien las palabras! En lágrimas, María mira primero dentro el sepulcro, luego se voltea: el Resucitado no está en la parte de la muerte, sino en la parte de la vida. Puede ser intercambiado con una de las personas que encontramos cada día. Después, cuando escucha pronunciar su nombre, el Evangelio dice que nuevamente María se dio vuelta. Es así que crece su esperanza: ahora mira el sepulcro, pero no más como antes. Puede secar sus lágrimas, porque ha escuchado su nombre: solo su Maestro lo pronuncia así. Pareciera que el viejo mundo todavía estuviese, pero ya no está. Cuando sentimos que el Espíritu Santo actúa en nuestro corazón y sentimos que el Señor nos llama por nuestro nombre, sabemos distinguir la voz del Maestro.

Querido hermanos y hermanas, aprendamos de la esperanza de María Magdalena, que la tradición llamó “apóstola de los apóstoles”. En el nuevo mundo se entra convirtiéndose más de una vez. Nuestro camino es una constante invitación a cambiar de perspectiva. El Resucitado nos lleva a su mundo, paso a paso, con la condición que no pretendamos ya saber todo.

Preguntémonos hoy: ¿sé voltearme a mirar las cosas diversamente? ¿Tengo el deseo de conversión?

Un yo demasiado seguro y un yo orgulloso nos impide reconocer a Jesús Resucitado: de hecho, también hoy, su aspecto es aquel de las personas comunes que se quedan fácilmente a nuestras espaldas. Incluso cuando lloramos y nos desesperamos, lo dejamos a la espalda. En vez de mirar en la oscuridad del pasado, en el vacío de un sepulcro, de María Magdalena aprendamos a voltearnos hacia la vida. Allí nos espera nuestro Maestro. Allí es pronunciado nuestro nombre. Porque en la vida real hay un puesto para nosotros, siempre y en todos lados. Hay un lugar para ti, para mí, para cada uno. Es feo, como se dice comúnmente, es feo dejar la silla vacía: “Este lugar es mío; si yo no voy…”. Nadie puede tomárnoslo, porque desde siempre ha sido pensado para nosotros. Cada uno puede decir: ¡tengo un lugar, yo soy una misión! Piensen en esto: ¿cuál es mi lugar? ¿Cuál es la misión que el Señor nos da? Que este pensamiento nos ayude a asumir una actitud valiente en la vida. Gracias.

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AGUA AMENAZANTE Y FECUNDA

El fuego, para los hombres de la antigüedad, representaba una fuerza saludable, fuente de luz y de calor, pero también un poder de destrucción y de muerte. Igualmente, el agua presenta el doble aspecto de manantial de vida y ayuda para la sed, por un lado, y de algo amenazador y fatal por otro. Para darse cuenta del papel ambiguo que tiene el agua, basta recordar el contraste entre el potencial destructivo de las lluvias que cayeron en Valencia y en otros lugares de España a final de octubre y principio de noviembre, y las aguas pacíficas, saludables, motivo de diversión y alegría de muchos lugares vacacionales.

En la mayoría de las religiones, y en concreto en la religión judía y cristiana, el agua (al igual que el fuego) es lugar de las manifestaciones divinas, pero otras veces también es sede o vehículo de los poderes infernales. Así, por ejemplo, la Biblia comienza hablando de un espíritu divino que aleteaba por encima de las aguas (Gen 1,2), las aguas del caos y del desorden sobre las que el espíritu crea orden y belleza. En el Nuevo Testamento vemos a Jesús calmando las olas de un mar embravecido que amenazaba con tragarse a los atemorizados discípulos (Mt 8,23-27).

A esta agua, símbolo de muerte, se refiere San Pablo para explicar que el bautismo es un sumergirse con Cristo en las aguas de la muerte para resucitar a una vida nueva (Rm 6, 2 ss). Unidos a Cristo es posible vencer a todos los poderes de muerte y destrucción. El pecado, o sea, vivir alejados de la voluntad de Dios, es la síntesis de todos los males. Pero unidos a Cristo podemos vencer al pecado. Y esta victoria viene significada por el bautismo.

Pero el agua tiene también un carácter eminentemente positivo. Así Jesús habla de un agua viva que salta hasta la vida eterna, refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él (Jn 7,37-39). Este sentido positivo del agua también se encuentra en el simbolismo bautismal. El agua en la que se sumerge el catecúmeno no es tanto signo de limpieza, cuanto de fecundidad: unidos a Cristo, agua viva, nuestra tierra reseca puede dar frutos de vida eterna, se convierte en una vida fecunda.

Este doble simbolismo negativo y positivo del agua nos permite entender el bautismo como la transformación de un agua en otra, del agua mortal en agua fecundante. Dicho de otro modo, como un abandono del pecado, pasando por las aguas de la muerte, para vivir una vida nueva, vida que Cristo hace posible: bebiendo el agua que él nos da, jamás tendremos sed y además viviremos, ya en este mundo, la vida de Dios, la vida eterna (cf Jn 4,14). O sea, nuestra vida tendrá sentido y será fecunda en buenas obras.

Martín Gelabert, Blog Nihil Obstat

LOS SANTOS DE LA SEMANA: SAN RODRIGO Y SAN SALOMÓN

En Córdoba, en Andalucía (España), pasión de los santos Rodrigo, presbítero, y Salomón, mártires. El primero, al negarse a aceptar a Mahoma como el verdadero profeta enviado por el Omnipotente, fue encarcelado. En el cautiverio coincidió con Salomón, que algún tiempo antes había pertenecido a la religión mahometana, y al ser decapitados ambos a la vez, finalizaron gloriosamente el curso de su combate. († 857)

Su martirio, acaecido en Córdoba el 13 de marzo lo narra san Eulogio de Córdoba en el Apologeticus martyrum. El santo escritor llegó a ver sus cuerpos ya inmolados por su fe cristiana cuando estaban a punto de ser arrojados a las aguas del Guadalquivir, atados a piedras para impedir que salieran a flote y fueran objeto de culto por parte de los cristianos, lo que por providencia de Dios no llegó a suceder.

Rodrigo había nacido en un pueblo de la diócesis de Cabra y se había formado en esta ciudad para el orden sacerdotal, que, una vez recibido, ejercía en la misma. Tenía dos hermanos; uno de ellos se había hecho musulmán y por eso discutía con el otro, que perseveraba en el cristianismo. Habiendo llegado un día sus dos hermanos a las manos en una disputa religiosa, intervino Rodrigo para pacificados, recibiendo tantos golpes que quedó medio moribundo. Esta circunstancia fue aprovechada por el hermano musulmán para decir públicamente que su hermano sacerdote, próximo a la muerte, había abrazado también la religión musulmana. Pero el sacerdote no murió, y una vez repuesto se dio cuenta del peligro que corría si, habiéndose dicho que había pasado al islam, ahora volvía a vivir como sacerdote cristiano. Optó por dejar Cabra y retirarse a un pueblo de la serranía.

Cinco años más tarde acudió a Córdoba para realizar unas diligencias, queriendo la Providencia que se encontrara con su hermano. Este, viendo que llevaba la tonsura clerical, lo acusó ante el cadí de haber apostatado del islam. Rodrigo negó haber sido musulmán, no sirviéndole de nada su aseveración, pues con promesas y amenazas se le instó a declararse musulmán, siendo detenido y conducido a la cárcel ante su persistente negativa. Y allí, en la cárcel, tuvo lugar el encuentro con Salomón.

Salomón era un seglar acusado de haber abandonado el islam, que antiguamente había abrazado. Llevaba ya tiempo preso bajo esta acusación. Cuenta san Eulogio que se consolaron mutuamente, y que se armaron para el combate, determinando ambos buscar por todos los medios la más estrecha unión con Dios, sirviéndole fielmente y renunciando a todo afecto terreno. Para ello, se ejercitaban en el ayuno, la vigilia y la oración a fin de que sus almas estuviesen preparadas para el sacrificio supremo. Vista la ayuda espiritual que se prestaban los dos confesores de la fe, mandó el juez que fuesen separados y prohibió que recibiesen visita alguna, y ver así si la separación y la incomunicación rendía su hasta entonces invencible fortaleza. Pero fue en vano pues, llevados nuevamente ante el cadí, volvieron a manifestar su firme determinación de seguir a Cristo, rechazando ambos con energía abrazar el islam y mostrándose dispuestos al martirio.

Recayó sobre ellos sentencia de muerte y fueron llevados a la orilla del río, donde se dispuso que tuviese lugar primero la decapitación de Rodrigo para que Salomón se aterrorizara a la vista del martirio y cediera. Rodrigo y su compañero se santiguaron y arrodillaron, y el verdugo cortó de un tajo la cabeza del sacerdote. Se invitó entonces a Salomón a que acogiese al islam o, de modo contrario, sufriría la misma suerte. El mártir se mantuvo firme y recibió una fuerte cuchillada que acabó con su vida. Al conocerse en la ciudad la noticia de los martirios, al finalizar la eucaristía, corrió san Eulogio a ver los cuerpos, que atados a sendas piedras eran arrojados al río.

Veinte días más tarde apareció la cabeza y el cuerpo de san Rodrigo que, con presencia del obispo y del clero, fueron decorosamente sepultados en el monasterio de San Ginés, del poblado de Tercios, y cuenta san Eulogio que el mártir Salomón se apareció al sacerdote que había recogido el cuerpo de san Rodrigo y le dijo donde se encontraba el suyo propio. De esta forma fue hallado y sepultado en la basílica de los Santos Cosme y Damián del arrabal de Colubris.  (Texto de L. Repetto Betes)

ECO DE LA LITURGIA. HIMNO Cuando, Señor, el día ya declina, quedaos con el hombre, que, en la noche del tiempo y de la lucha en que camina, turba su corazón con su reproche. Disipad nuestras dudas, hombres santos, que en el alto glorioso del camino ya dejasteis atrás temores tantos de perder vuestra fe en el Don divino. Perdonad nuestros miedos, seguidores del camino en la fe que os fue ofrecido, hacednos con vosotros confesores de la fe y del amor que habéis vivido.  Que tu amor, Padre santo, haga fuerte nuestro amor, nuestra fe en tu Hijo amado; que la hora suprema de la muerte sea encuentro en la luz, don consumado. Amén.

CICLO DE CATEQUESIS – JUBILEO 2025. JESUCRISTO, NUESTRA ESPERANZA. I. LA INFANCIA DE JESÚS. 4. «FELIZ DE TI POR HABER CREÍDO» (LC 1,45). LA VISITACIÓN Y EL MAGNIFICAT

Hoy contemplamos la belleza de Jesucristo, nuestra esperanza, en el misterio de la Visitación. La Virgen María visita a santa Isabel; pero es sobre todo Jesús, en el vientre de la madre, quien visita a su pueblo (cfr Lc 1,68), como dice Zacarías en su himno de alabanza.

Después de su asombro y admiración ante lo que le anuncia el Ángel, María se levanta y se pone en camino, como todos los que han sido llamados en la Biblia, porque «el único acto con el que el ser humano puede corresponder al Dios que se revela es el de la disponibilidad ilimitada» (H.U. von Balthasar, Vocazione, Roma 2002, 29). Esta joven hija de Israel no elige protegerse del mundo, no teme los peligros y los juicios de los otros, sino que sale al encuentro de los demás.

Cuando una persona se siente amada, experimenta una fuerza que pone en movimiento el amor; como dice el apóstol Pablo, «el amor de Cristo nos posee» (2Cor 5,14), nos impulsa, nos mueve. María siente el impulso del amor y acude a ayudar a una mujer que es pariente suya, pero que es también una anciana que, tras una larga espera, acoge un embarazo inesperado, difícil de afrontar a su edad.  La Virgen va a casa de Isabel también para compartir su fe en el Dios de lo imposible, y la esperanza en el cumplimiento de sus promesas.

El encuentro entre las dos mujeres produce un impacto sorprendente: la voz de la “llena de gracia” que saluda a Isabel provoca la profecía en el niño que la anciana lleva en su vientre, y suscita en ella una doble bendición: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!» (Lc 1,42). Y también una bienaventuranza: «¡Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá!» (v. 45).

Ante el reconocimiento de la identidad mesiánica de su Hijo y de su misión como madre, María no habla de sí misma, sino de Dios, y eleva una alabanza llena de fe, esperanza y alegría, un canto que resuena cada día en la Iglesia durante la oración de las Vísperas: el Magnificat (Lc 1,46-55).

Esta alabanza al Dios Salvador, que brota del corazón de su humilde sierva, es un solemne memorial que sintetiza y cumple la oración de Israel. Está entretejida de resonancias bíblicas, signo de que María no quiere cantar “fuera del coro”, sino sintonizar con los padres, exaltando su compasión por los humildes, esos pequeños a los que Jesús en su predicación declarará «bienaventurados» (cfr Mt 5,1-12).

La presencia masiva del motivo pascual hace también del Magnificat un canto de redención, que tiene como trasfondo la memoria de la liberación de Israel de Egipto. Los verbos están todos en pasado, impregnados de una memoria de amor que enciende de fe el presente e ilumina de esperanza el futuro: María canta la gracia del pasado, pero es la mujer del presente que lleva en su vientre el futuro.

La primera parte de este cantico alaba la acción de Dios en María, microcosmos del pueblo de Dios que se adhiere plenamente a la alianza (vv. 46-50); la segunda recorre la obra del Padre en el macrocosmos de la historia de sus hijos (vv. 51-55), a través de tres palabras clave: memoria – misericordia – promesa.

Dios, que se inclinó sobre la pequeña María para hacer en ella «grandes cosas» y convertirla en la madre del Señor, comenzó a salvar a su pueblo a partir del éxodo, acordándose de la bendición universal que prometió a Abraham (cf. Gn 12,1-3). El Señor, Dios fiel para siempre, ha derramado un torrente ininterrumpido de amor misericordioso «de generación en generación» (v. 50) sobre el pueblo fiel a la alianza, y ahora manifiesta la plenitud de la salvación en su Hijo, enviado para salvar al pueblo de sus pecados. Desde Abraham hasta Jesucristo, y hasta la comunidad de los creyentes, la Pascua aparece, así, como la categoría hermenéutica para comprender toda liberación posterior, hasta llegar a la realizada por el Mesías en la plenitud de los tiempos.

Queridos hermanos y hermanas, pidamos hoy al Señor la gracia de saber esperar el cumplimiento de todas sus promesas; y que nos ayude a acoger en nuestras vidas la presencia de María. Poniéndonos en su escuela, que todos descubramos que toda alma que cree y espera «concibe y engendra al Verbo de Dios» (San Ambrosio, Exposición del Evangelio según San Lucas 2, 26).

Fuente: The Holy See

ESPERAR ES VOLVER A COMENZAR – JUAN EL BAUTISTA. AUDIENCIA JUBILAR

Muchos de ustedes se encuentran aquí, en Roma, como “peregrinos de esperanza”. Esta mañana iniciamos las audiencias jubilares del sábado, que idealmente pretenden acoger y abrazar a todos aquellos que de tantas partes del mundo vienen a buscar un nuevo comienzo. El Jubileo, de hecho, es un nuevo comenzar, la posibilidad para todos de volver a partir desde Dios. Con el Jubileo se comienza una nueva vida, una nueva etapa.

En estos sábados quisiera resaltar, de vez en vez, algún aspecto de la esperanza. Es una virtud teologal. La en latín virtud, virtus quiere decir “fuerza”; o sea, la esperanza es una fuerza que viene de Dios. La esperanza, por lo tanto, no es algo habitual o una característica – algo que se posee o no – sino una fuerza que hay que pedir. Por esto nos hacemos peregrinos: venimos a pedir un don, para volver a partir por el camino de la vida.

Estamos por celebrar la fiesta del Bautismo de Jesús y esto nos hace pensar en aquel gran profeta de esperanza que fue Juan Bautista. Sobre él Jesús dice algo maravilloso: que es el más grande entre los nacidos de mujer (cfr Lc 7,28). Entendemos ahora por qué tanta gente acudía a él, con el deseo de un nuevo comenzar. Con el deseo de volver a comenzar y el Jubileo nos ayuda en esto. El Bautista aparecía verdaderamente grande y creíble en su personalidad. Así como hoy nosotros atravesamos la Puerta Santa, así Juan proponía atravesar el rio Jordán, entrando en la Tierra Prometida como había acontecido con Josué la primera vez. Hermanas y hermanos, volver a comenzar. Esta es la palabra: volver a comenzar. Volver a comenzar, recibir la tierra desde el inicio, como la primera vez. Pongamos esto en la cabeza y digamos todos juntos: „volver a comenzar“ Digamos juntos…[volver a comenzar]; no escucho bien…[volver a comenzar]; soy un poco sordo, no escucho bien… Volver a comenzar… Eso, no se olviden de esto: volver a comenzar.

Jesús, inmediatamente después de aquel gran halago, agrega algo que nos hace pensar: «Les aseguro que no hay ningún hombre más grande que Juan, y sin embargo, el más pequeño en el Reino de Dios es más grande que él» (v. 28). La esperanza, hermanos y hermanas, se encuentra toda en este salto de calidad. No depende de 2 nosotros, sino del Reino de Dios. He aquí la sorpresa: acoger el Reino de Dios nos conduce a un nuevo orden de grandeza. ¡Nuestro mundo, todos nosotros tenemos necesidad de esto! Y nosotros decimos: qué cosa debemos hacer? [volver a comenzar]; no entiendo bien [volver a comenzar]. No se olviden de esto: volver a comenzar.

Cuando Jesús pronuncia aquellas palabras, el Bautista está en la cárcel, lleno de interrogativos. En nuestro peregrinar también nosotros llevamos tantas preguntas, y saben por qué? porque son muchos los “Herodes” que todavía contrastan el Reino de Dios. Pero Jesús nos muestra el camino, el camino de las nuevas Bienaventuranzas, que son las leyes sorprendentes del Evangelio. Entonces preguntémonos: ¿llevo dentro de mí un sincero deseo de volver a comenzar? ¿Quiero aprender de Jesús quién es verdaderamente grande? El más pequeño, en el Reino de Dios, él es grande. Y nosotros debemos… [Volver a comenzar, volver a comenzar].Volver a comenzar.

Entonces aprendamos de Juan el Bautista a volver a creer. La esperanza para nuestra casa común – esta nuestra Tierra tan abusada y herida – y la esperanza para todos los seres humanos está en la diferencia de Dios. Su grandeza es diferente. Y nosotros volvemos a comenzar desde esta originalidad de Dios, que ha resplandecido en Jesús y que ahora nos compromete a servir, a amar fraternalmente, a reconocernos pequeños. Y a ver a los más pequeños, a escucharlos y a ser su voz. ¡He aquí nuestro nuevo inicio, este es nuestro jubileo! Y nosotros debemos… [volver a comenzar] Gracias!

Fuente: The Holy See

INTELIGENCIA ARTIFICIAL E INTELIGENCIA HUMANA

Dos dicasterios de la Santa Sede, el de “Doctrina de la fe” y el de “Cultura y Educación”, han publicado una nota conjunta sobre la relación entre inteligencia artificial e inteligencia humana (en adelante: IA). La nota pretende considerar las implicaciones antropológicas y éticas de la IA, con el fin de garantizar que sus aplicaciones se dirijan a promover el progreso humano y el bien común. Mi consejo es que quienes estén interesados en el tema, lean despacio el documento vaticano.

Además de reconocer las ventajas que puede tener la IA en el campo de la sanidad, por ejemplo, y también de advertir sobre sus peligros, como la manipulación de informaciones o su uso perverso para la guerra, lo interesante de la nota es que ofrece claves para distinguir el concepto de inteligencia en referencia a la IA y al ser humano. La IA es capaz de realizar tareas mucho más rápidamente e incluso con mayor precisión que la inteligencia humana, pero no tiene en cuenta la experiencia humana en toda su amplitud, que no se agota en lo mensurable o en lo lógico-matemático, sino que abarca emociones, simpatías, sentido estético, moral y religioso, poesía y amor. Más aún, el ser humano, en todas sus búsquedas y en todos sus amores siempre busca a Dios, aunque no sea del todo consciente de ello.

Dado que la IA no posee la riqueza de la corporeidad, la relacionalidad y la apertura del corazón humano a la verdad y al bien, sus capacidades, aunque parezcan infinitas, son incomparables con las capacidades humanas de captar la realidad. Se puede aprender tanto de una enfermedad, como de un abrazo de reconciliación e incluso de una simple puesta de sol. Tantas cosas que experimentamos como seres humanos nos abren nuevos horizontes y nos ofrecen la posibilidad de alcanzar una nueva sabiduría. Ningún dispositivo, que sólo funciona con datos, puede estar a la altura de estas y otras tantas experiencias presentes en nuestras vidas.

Establecer una equivalencia demasiado fuerte entre la inteligencia humana y la IA conlleva el riesgo de sucumbir a una visión funcionalista, según la cual las personas son evaluadas en función de las tareas que pueden realizar. Sin embargo, el valor de una persona no depende de la posesión de capacidades singulares, logros cognitivos y tecnológicos o éxito individual, sino de su dignidad intrínseca basada en haber sido creada a imagen de Dios. Por lo tanto, dicha dignidad permanece intacta más allá de toda circunstancia, incluso en aquellos que son incapaces de ejercer sus capacidades, ya sea un feto, una persona en estado de inconsciencia o un anciano que sufre.

A la luz de esto, como observa el Papa Francisco, el uso mismo de la palabra “inteligencia” en referencia a la IA “es engañoso” y corre el riesgo de descuidar lo más valioso de la persona humana. Desde esta perspectiva, la IA no debe verse como una forma artificial de la inteligencia, sino como uno de sus productos.

Martín Gelabert. Blog Nihil Obstat

SANTOS PATRONOS: CELEBRACIÓN EN ORIHUELA-ALICANTE

Al mediodía del 31 de enero  nos habíamos dado cita en la Concatedral de San Nicolás de Alicante para celebrar nuestros Santos Patronos Simeón y Ana, los últimos coletazos de Herminia y la llegada de Ivo nos dejaban en las cumbres de la provincia una capa de nieve que dejaba la temperatura ambiente  muy fría.

Representantes de casi todos los grupos de la capital y de algunos de la provincia nos hemos hecho presentes para la ocasión, que hemos comenzado con la celebración Eucarística con mucha solemnidad y cuidada liturgia nuestro consiliario D. Tomás  nos ha hecho reflexionar sobre la  figura de nuestros patronos Simeón y Ana, de como el Espíritu le había prometido a Simeón que no vería la muerte antes de conocer al Mesías y allí esta él, un hombre entrado en años al que muchas veces representamos con las vestimentas sacerdotales, que espera  en el templo trabajando para Dios, y como Ana de Fanuel de 84 años, profetisa y  viuda,  ayunaba y oraba en el templo, de cómo ambos podrían haber sido el germen de Vida Ascendente hablando de Dios a todo aquel con quien se encontraran.

También son una muestra  de promesa cumplida y de cómo el anciano Simeón proclama la oración del NUNC DIMITIS, que rezamos en completas, en la liturgia de las horas:

“Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz.

Porque mis ojos han visto a tu Salvador,

a quien has presentado ante todos los pueblos:

luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.”

Ambos son un buen ejemplo de como Dios se fija en los pequeños, en los humildes para realizar su obra, tanto Ana como Simeón son ya personas improductivas en lo físico pero con un gran capital de espiritualidad, perseverancia, sabiduría y esperanza.

Pedimos a nuestros patronos que intercedan por nuestro movimiento, y por todos y cada uno de nosotros para que sirvamos fielmente al Señor en nuestra misión.

Posteriormente hemos compartido mesa en un restaurante cercano donde hemos gozado del buen ambiente de los hermanos que se reencuentran, al finalizar  muchos besos y abrazos en la despedida que han dejado ganas de un pronto reencuentro.

LA SANTA DE LA SEMANA: SANTA DOROTEA DE CAPADOCIA

En Cesarea de Capadocia a fines del Siglo III, nació Dorotea, cuando Diocleciano, a nombre del Emperador Maximiano Galerio, regía los destinos del imperio romano.

Dorotea era cristiana, amaba y servía al verdadero Dios y le honraba con el ayuno y la oración Era muy atractiva, mansa, humilde, pero sobre todo, prudente y sabia. Quienes la conocían, se maravillaban de sus dones y glorificaban a Dios por su sierva. Por su amor perfecto a Cristo alcanzó la corona de la virginidad inmaculada y la palma del martirio.

La fama de la santidad de Dorotea llegó a oídos del perseguidor de los cristianos Saprizio, el Prefecto, quien mandó a apresarla para interrogarla.

Cuando se instaló el tribunal, trajeron a Dorotea quien, después de haber elevado su oración ante Dios, se mantuvo firme delante del Prefecto.

– ¿Cómo te llamas?» , le preguntó.

– «Mi nombre es Dorotea», respondió la joven.

Saprizio dijo: «He mandado traerte para que ofrezcas sacrificios a los dioses inmortales, según la ley de nuestros augustos príncipes».

Respondió Dorotea: «El Dios que está en el cielo es la augusta Majestad, sólo a Él sirvo: Adorarás al Señor, tu Dios y a él sólo servirás. Los dioses que no crearon el cielo y la tierra, perecerán de la tierra. Pues bien, a qué emperador debemos obedecer, al terrenal o al celestial, a Dios o a un hombre. Los emperadores son hombres mortales como lo fueron también estos dioses, de los cuales adoráis sus imágenes».

Saprizio añadió: «Si quieres regresar sana y salva, cambia tu decisión y ofrece el sacrificio a los dioses, de lo contrario te haré castigar por las leyes más severas, para escarmiento de los demás».

«Ante esto -replicó Dorotea- daré testimonio de temor de Dios, para que todos aprendan a temer a Dios y no a los hombres airados que, como criaturas irracionales o perros rabiosos, se lanzan contra los hombres inocentes, se agitan, se inquietan, ladran insolentes y los desgarran con mordeduras».

Saprizio dijo. «Veo que estás resuelta a mantenerte firme en tu confesión inútil y quieres morir. Escúchame, y ofrece sacrificios para que escapes del «potro» (caballete de torturas).

Esas torturas son pasajeras, pero los tormentos del infierno son eternos. Para escapar de la pena eterna, no temo estos sufrimientos, pues Jesús dijo: «No temáis los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma, temed más bien a Aquel que puede herir el cuerpo y el alma en el infierno» , dijo Dorotea.

Saprizio replicó: «Entonces teme a los dioses y ofréceles sacrificios, para evitar el castigo de su ira».

Pero ella dijo: «De ningún modo me convencerás, esos dioses son los espíritus de hombres vanos que vivieron torpemente y murieron como seres irracionales, porque no conocieron al Creador del cielo y de la tierra, del mar y de todas las cosas. Las almas de tus ídolos cuya imagen impresa en metales adoráis, arden en el fuego, donde también irán los que negaron al Creador».

Saprizio se encendió en cólera y dijo a los verdugos: «Ponedla en el potro, atormentadla hasta que ofrezca el sacrificio a los dioses».

La sierva de Dios inmutable y firme, le interpeló: «¿Qué esperas? Haz lo que debes hacer, así podré ver a Aquel por cuyo amor no temo la muerte ni los tormentos».

Saprizio añadió: «¿Pero, quién es Aquel que tu deseas?».

«Cristo, el Hijo de Dios», respondió Dorotea.

Y ¿dónde está Cristo? preguntó Saprizio.

Dorotea respondió: Si creemos en su Omnipotencia, Él está en todas partes; si miramos en cambio su Humanidad santísima, profesamos que el Hijo de Dios subió al cielo y está sentado a la diestra de Dios Padre omnipotente, desde allí, verdadero y único Dios con el Padre y con el Espíritu Santo, nos invita al Paraíso de sus delicias, donde los árboles siempre están cargados de frutas. En toda las estaciones florecen los lirios, las rosas, verdean los campos los montes, las colinas se adornan, el agua fluye dulcemente y las almas de los santos gozan en Cristo. Si creyeses lo que yo creo, también tú podrías entrar en el Paraíso de las delicias de Dios».

Saprizio sentenció: «Olvídate de esas pequeñeces, ofrece incienso a los dioses, cásate y disfruta en esta vida sino perecerás como tus padres».

Conversión y martirio de Crista y Calixta

Después de esto, Saprizio llamó a dos hermanas Crista y Calixta quienes, poco antes habían apostatado y les ordenó: «Así como vosotras abandonasteis la vanidad y la superstición cristiana y ya adoráis a los dioses invictos, por lo cual os recompensé; ahora debéis inducir a Dorotea a renunciar de su necedad, os premiaré con mejores regalos».

Llevaron a su casa a Dorotea y trataron de persuadirle: «Acepta lo que te dice el juez, y te librarás del peligro de las penas como nosotras. No desperdicies tu vida con los tormentos y la muerte».

Dorotea, con dulzura, les reprochó: «Oh, si escuchaseis mi consejo, os arrepentiríais de haber ido tras los dioses falsos, pero el Señor es bueno y misericordioso hacia quienes se convierten a Él de todo corazón».

Crista y Calixta se conmovieron: «Pero si ya hemos matado a Cristo en nuestro corazón, cómo lo resucitaremos?».

Dijo Dorotea: «Pecado más grande es desesperar de la misericordia del Señor que ofrecer sacrificios a los ídolos. No desesperéis porque el Señor puede curar vuestras llagas. No hay llaga que El no pueda sanar. Es Salvador porque salva; es Redentor porque redime; liberador porque no cesa de liberar. Arrepentíos de corazón, tened fe y seréis perdonadas».

Las dos mujeres se arrojaron a sus pies, bañadas en lágrimas y le suplicaron su intercesión para ofrecer a Dios su arrepentimiento y alcanzar el perdón.

Dorotea elevó su oración conmovida por las lágrimas: «Oh Señor que has dicho, «No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva.» Y «hay mayor fiesta en los cielos por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no han pecado», muestra tu piedad hacia quienes el Demonio te había arrebatado. Vuelve a llamarlas a tu grey para que con su ejemplo, regresen a Ti todos los que se alejaron de tu amor».

Mientras así oraba, el Prefecto mandó traer a Crista y Calixta para averiguar si habían logrado replegar el ánimo de Dorotea.

Ellas respondieron: «Estabamos equivocadas, habíamos obrado inicuamente al ofrecer sacrificios a los dioses falsos por miedo a las penas y dolores pasajeros; pero ya nos hemos arrepentido para alcanzar el perdón de Dios».

Entonces Saprizio, se rasgó sus vestidos y ordenó furioso que las amarrasen juntas de espaldas y las pusieran en el suplicio de la copa, si no adoraban a los dioses, mas, ellas elevaron su oración: «Señor Jesús, acepta nuestro arrepentimiento y concédenos tu perdón.» Y repitiendo esta confesión fueron torturadas y quemadas vivas.

Dorotea les animaba: «Id al cielo, con la certeza del perdón de vuestros pecados, sabed que habéis recuperado la palma del martirio que habías perdido. Viene a abrazaros el Padre, alegre por el hijo perdido y hallado».

Muerte de Dorotea

Luego, Dorotea al ser torturada nuevamente, comprendió que había llegado por fin su anhelada aspiración. Subió feliz al tormento porque, aquellas almas que el Demonio había raptado de Dios, en ese momento, habían sido reconquistadas.

Dijo a Saprizio «En el cielo hay una gran fiesta; gozan los Angeles, se alegran los Arcángeles, exultan los Apóstoles, los Mártires y todos los Profetas. Apresúrate, haz pronto lo que debes hacer, para poder unirme a la alegría y gozo de los santos».

Entonces Saprizio hizo aplicar en los costados de la joven, antorchas encendidas, y luego la hizo abofetearla hasta desfigurar la cara. Finalmente dictó la sentencia de muerte: «A Dorotea, joven muy soberbia que se negó a adorar a los dioses inmortales para salvar su vida y más bien, quiso resueltamente morir por no sé qué hombre que se llama Cristo, ordeno la pena de muerte a espada».

Dorotea exclamó dichosa: «Te agradezco, oh Amado de las almas, porque me invitas a tu Paraíso y a las nupcias celestiales».

Mientras salía del pretorio, Teófilo, el abogado de Saprizio, en forma irónica le dijo: «Oh tú, esposa de Cristo, mándame rosas y manzanas del paraíso de tu esposo.» Dorotea le respondió: «Sí, te las mandaré».

Al llegar al lugar del suplicio, oró un instante, y se realizó el prodigio: apareció un niño con tres manzanas y tres rosas. Dorotea le ordenó: «Llévalas a Teófilo y dile: «He aquí, te mando del Paraíso lo que me has pedido».

Enseguida, la joven fue degollada, y, circundada con la gloria del martirio, fue al encuentro de Cristo.

Conversión y muerte de Teófilo

Teófilo, aún estaba burlándose de la promesa de Dorotea, cuando en ese mismo instante apareció el niño con las manzanas y rosas: «He aquí, Dorotea desde el paraíso de su Esposo te manda estos dones». Era el mes de Febrero.

Teófilo los tomó y exclamó en alta voz: «Cristo es el verdadero Dios, no hay en Él ningún engaño».

Le dijeron los compañeros: «¿Te has vuelto loco», Teófilo, o bromeas?; «No me he vuelto loco, ni intento bromear- dijo- tengo razones para creer en el verdadero Dios. Mirad, Capadocia está inmersa en un frío glacial, ningún arbusto está revestido de su verde follaje, de dónde creéis que vengan estas manzanas y rosas magníficas?».

Bienaventurados los que creen en Cristo; los que sufren por su Nombre. Él es el verdadero Dios y quien cree en Él, es un verdadero sabio».

Con estas palabras, los compañeros fueron ante el Magistrado: «Tu abogado Teófilo que luchó y persiguió a los cristianos hasta la muerte, está alabando y bendiciendo el nombre de no sé qué Jesucristo y muchos creen en su predicación».

Teófilo confesó: «Alabo a Cristo a quien hasta hoy, he negado». Le dijo el Magistrado: «Me sorprende que tú, hombre prudente, pronuncies ese nombre, si antes habías perseguido a cuantos lo nombraban». Teófilo respondió: «Ahora creo que Él es el verdadero Dios porque me sacó del error y me condujo a la vía recta.»

Añadió el Magistrado: «Todos crecen en la sabiduría, los sabios llegan a ser más sabios; tú en cambio, de sabio te haces ignorante, llamas Dios a Aquel que fue crucificado por los judíos según dicen los cristianos».

Dijo Teófilo: «He oído que fue crucificado y por esto, en mi error, creía que no fuese Dios, pero me arrepiento de mis pecados y blasfemias, y profeso que Cristo es Dios».

Continuó el Magistrado «Y dónde y cómo te has hecho cristiano, si hasta hoy habías adorado a nuestros dioses?». Contestó Teófilo: «Desde el momento en que he pronunciado el nombre de Cristo, he creído en Él, me he convertido en cristiano. Creo con todo mi corazón en Cristo inmortal, Hijo de Dios, predico su Nombre santo, inmaculado, en el cual no hay engaño como en tus dioses». «¿Quieres decir que nuestros dioses son impostores?» preguntó Saprizio.

Teófilo dijo: «Mentiría si digo que no hay falsedad en estos simulacros que el hombre ha tallado de la madera, ha fundido del bronce, ha limado del hierro, ha modelado del plomo, custodiados por los mochuelos, entretejidos por las telas de araña en cuyas partes cóncavas hacen nidos los ratones. Como no te miento, es justo que tú aceptes la Verdad y te liberes de la falsedad. Y como tú juzgas a los mentirosos, es necesario que te liberes de la mentira y te conviertas a la verdad que es Cristo».

El Magistrado dijo: «Infeliz Teófilo, quieres morir de una muerte execrable. Si persistes en tu necedad, ordenaré que te den una muerte con crueles suplicios «.

Respondió Teófilo: «Yo deseo encontrar la verdadera vida. Ya he tomado esta decisión y estoy resuelto a ello.»

Cuando estuvo en el caballete de tormentos exclamó: «ahora soy verdadero cristiano porque estoy en la cruz. (la forma del potro era como una cruz) Gracias, Oh Cristo, porque me has concedido ser elevado en tu madero».

Luego laceraron sus costados con garfios de hierro y los quemaron con antorchas encendidas. Antes de ser decapitado entregó su espíritu con esta oración: «Oh Cristo, Hijo de Dios, creo en Ti: inscríbeme en el número de tus santos».

(Fuente: aciprensa.com | Tomado de las Actas del Martirio)

CICLO DE CATEQUESIS – JUBILEO 2025. JESUCRISTO, NUESTRA ESPERANZA. I. LA INFANCIA DE JESÚS. 3. «LE PONDRÁS POR NOMBRE JESÚS» (MT 1,21). EL ANUNCIO A JOSÉ

¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

Hoy seguiremos contemplando a Jesús en el misterio de sus orígenes, narrado por los Evangelios de la infancia.

Mientras que Lucas nos lo muestra desde la perspectiva de la madre, la Virgen María, Mateo, en cambio, se sitúa en la perspectiva de José, el hombre que asume la paternidad legal de Jesús, injertándolo en el tronco de Jesé y vinculándolo a la promesa hecha a David.

Jesús, en efecto, es la esperanza de Israel que se cumple: es el descendiente prometido a David (cf.2 Sam 7,12; 1Cr 17,11), que hace que su casa sea «bendita para siempre» (2 Sam 7,29); es el brote que nace del tronco de Jesé (cf. Is 11,1), el «vástago legítimo» destinado a reinar como verdadero rey, que sabe ejercer el derecho y la justicia (cf. Jr 23,5; 33,15).

José entra en escena en el Evangelio de Mateo como novio de María. Para los judíos, el compromiso era un verdadero vínculo jurídico, que preparaba para lo que sucedería un año más tarde, es decir, la celebración del matrimonio. Era entonces cuando la mujer pasaba de la custodia de su padre a la de su esposo, mudándose a su casa y haciéndose disponible para el don de la maternidad.

Fue precisamente durante este tiempo cuando José descubrió el embarazo de María, y su amor se vio sometido a una dura prueba. Ante tal situación, que habría llevado a la ruptura del compromiso, la Ley sugería dos posibles soluciones: o bien un acto jurídico público, como citar a la mujer ante el tribunal, o bien una acción privada, como entregar a la mujer una carta de repudio.

Mateo define a José como un hombre «justo» (zaddiq), un hombre que vive según la Ley del Señor, que se inspira en ella en todas las ocasiones de su vida. Por tanto, siguiendo la Palabra de Dios, José actúa ponderadamente: no se deja vencer por sentimientos instintivos ni teme llevarse a María con él, sino que prefiere dejarse guiar por la sabiduría divina. Opta por separarse de María sin clamores, es decir, en privado (cf. Mt 1,19). Y esta sabiduría de José le permite no equivocarse y hacerse abierto y dócil a la voz del Señor.

De este modo, José de Nazaret nos recuerda a otro José, hijo de Jacob, apodado «señor de los sueños» (cf. Gn 37,19), tan amado por su padre y tan odiado por sus hermanos, a quien Dios elevó sentándolo en la corte del faraón.

Ahora bien, ¿Qué sueña José de Nazaret? Sueña con el milagro que Dios realiza en la vida de María, y también con el milagro que realiza en su propia vida: asumir una paternidad capaz de custodiar, proteger y transmitir una herencia material y espiritual. El vientre de su esposa está grávido de la promesa de Dios, una promesa que lleva un nombre con el que se da a todos la certeza de la salvación (cf. Hch 4,12).

Durante su sueño, José oye estas palabras: «José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,20-21). Ante esta revelación, José no pide más pruebas, se fía. José confía en Dios, acepta el sueño de Dios sobre su vida y la de su prometida. Así entra en la gracia de quien sabe vivir la promesa divina con fe, esperanza y amor.

José, en todo esto, no profiere palabra alguna, sino que cree, espera y ama. No habla con «palabras al viento», sino con hechos concretos. Él pertenece a la estirpe de los que, según el apóstol Santiago, «ponen en práctica la Palabra» (cf. Stg 1,22), traduciéndola en hechos, en carne, en vida. José confía en Dios y obedece: «Su vigilancia interior por Dios… se convierte espontáneamente en obediencia» (Benedicto XVI, La infancia de Jesús, Milán-Ciudad del Vaticano 2012, 57).

Hermanas, hermanos, pidamos también al Señor la gracia de escuchar más de lo que hablamos, la gracia de soñar los sueños de Dios y de acoger responsablemente a Cristo que, desde el momento de nuestro bautismo, vive y crece en nuestras vidas. ¡Gracias!

EUTANASIA PASIVA

Me apropio del título de una carta que envió una mujer de 78 años a El País de España sobre el tema, una tragedia silenciosa que se está extendiendo por todo el mundo a manera de pandemia y de la que muy pocos hablan. En ella dice: “Conozco y desapruebo totalmente la eutanasia pasiva que se ha implantado y se ejecuta cada día con los viejos. Eutanasia pasiva es que tengamos que pedir cita previa para todo. Eutanasia pasiva es que intentemos pedir esa cita previa por teléfono y nos conteste una máquina. Eutanasia pasiva es que te atropellen hablando como metralletas o empujando en las cajas de los supermercados sin darte tiempo a meter los productos en las bolsas. Eutanasia pasiva es que te recomienden que acudas a un hijo o nieto para que haga por tí lo que no entiendas o no seas capaz de hacer”.

Como bien lo dice Manuel Domínguez, catedrático español, el edadismo va arrinconando a las personas mayores y llega esa tremenda soledad no elegida que va minando el ánimo, debilitando las defensas inmunológicas, ese alejamiento social que conlleva un dolor que afecta la calidad de vida, ese aislamiento de los hogares unipersonales tan de moda actualmente. “Si eres sénior, mujer y viuda, eres una mujer invisible, no existes”. “[Hay que] producir o morir, la exaltación de la gente joven por el hecho de producir. Si eres joven te utilizamos y si eres sénior no nos importas”, afirma.

La eutanasia pasiva no contempla la inyección letal, pero penetra en el alma cada día. Es el desamor de los más cercanos cuando la edad comienza a pasar factura en la autonomía, con la pérdida de facultades físicas y mentales; en la identidad, cuando ya la persona mayor no es actual ni como cuando estaba joven, y en la pertenencia, cuando muchas de las personas de su círculo de amistades van muriendo y se queda cada vez más aislada, limitada en sus relaciones sociales.

Es cierto que vivimos más años y con mejor calidad de vida gracias a la tecnología y los avances médicos. Pero los viejos se están muriendo por dentro de desamor, de indiferencia, de soledad. Esas jubilaciones súbitas a partir de cierta edad son muchas veces mutilaciones emocionales. La misma etiqueta de “jubilado” predispone al alejamiento. Ya nadie lo busca en el mercado laboral y no sabe cómo comenzar a vivir en este nuevo “estilo” de sano y fuerte por dentro, pero discriminado por fuera. Si es hombre y se enamora de alguien más, es tildado de viejo verde. Si es mujer, pues peores los epítetos, ya no está para esos trotes. Si los viejos participan en una conversación de jóvenes, nadie escucha porque “están gagá o chalados”.

El sistema de salud no quiere gastar dinero en exámenes costosos, porque “ya pa qué”, y se pelotean a los viejos de un lugar para otro mientras se acaban de enfermar y, si tienen suerte, de morirse rápido, para que no sigan jodiendo más a la familia ni a nadie. Sucede en España, en Japón, en Colombia, en la Conchinchina. Más que ser humano, te empiezan a mirar como un peligro. “¿Cómo así que todavía va al gimnasio?”, “¿cómo se le ocurre seguir manejando carro?”, “se atreve a ponerse vestido de baño?”, “¿y esa pinta de colores a su edad?”.

Así se pasan los días para hombres y mujeres en plenas facultades, que todavía tienen mucha vida, inteligencia, cosas por compartir, pero están viviendo sobredosis de soledad y eso se va notando en las miradas cada vez más perdidas en el horizonte, porque vivir en soledad es malvivir. Veo con terror lo que sucede a mi alrededor. Cuando visito un hogar geriátrico, siento esa soledad emocional en compañía de otros también abandonados a su suerte, en manos de enfermeros que ni siquiera saben sus nombres ni se interesan por sus historias de vida, que les hablan en diminutivos humillantes: “Coja la cucharita, tómese la sopita, vamos a la camita”.

Soy una afortunada de la vida, viajo, me divierto, peleo, rodeada de hijos, nietos, amigos. Cuando vaya a estirar la pata creo que lo que voy a hacer es dar una última patada antes de pedir la eutanasia inyectada, pero no me dejaré contaminar de esta epidemia de eutanasia pasiva que nos quiere rodear como un fantasma gris y silencioso. Caí en la cuenta de que pertenezco al rango de los arrinconados cuando hace unos días fui a un laboratorio a hacerme unos exámenes de sangre y una enfermera jovencita y maquillada me puso en la blusa un sticker. Creí que era el turno… ¡Oh, sorpresa! Cuando me miré en un espejo leí que decía: “Cuidado, riesgo de caída”. No se lo metí por donde sabemos porque ya estaba de salida.

Como afirma Domínguez en su libro Sénior. La vida que no cesa, el cambio verdadero lo vamos a dar los séniores. Sin dejarnos arrinconar, exigiendo respeto, haciendo lo que nos dé la gana, opinando lo que queramos, sin dejarnos atropellar de nadie, sacando o metiendo la pata cuando lo decidamos.

Buen escrito y excelente título. La vida nos ampare y nos favorezca de esa eutanasia pasiva!!!

Aura Lucía Mera