¿Por qué celebramos la Fiesta de la Conversión de San Pablo?
El 25 de enero, los fieles celebran la Conversión de San Pablo, uno de los grandes acontecimientos de la Iglesia primitiva. Saulo, alumno del gran rabino fariseo Gamaliel, había perseguido a los cristianos, pero se convirtió repentinamente en el camino a Damasco cuando nuestro Señor se le apareció en Su gloria resucitada (Hechos 9:1-9). A partir de ahí, tomó el nombre de Pablo y se convertiría en el “Apóstol de los gentiles”.
¿Cómo era San Pablo antes de su conversión?
Nacido en una acomodada familia judía de Tarso, hijo de un ciudadano romano, Saulo (como le llamaremos hasta después de su conversión) fue enviado a Jerusalén para formarse en la famosa escuela rabínica dirigida por Gamaliel. Aquí, además de estudiar la Ley y los https://www.aciprensa.com/noticias/video-hoy-es-la-fiesta-de-la-conversion-de-san-pablo-14335 Profetas, aprendió un oficio, como era costumbre. El joven Saúl eligió el oficio de hacer tiendas de campaña. Aunque su educación fue ortodoxa, mientras aún vivía en Tarso, había estado bajo las influencias helénicas liberalizadoras que en ese momento habían permeado todos los niveles de la sociedad urbana en Asia Menor. Así, las tradiciones y culturas judía, romana y griega tuvieron un papel en la formación de este gran Apóstol, que era tan diferente en estatus y temperamento de los humildes pescadores del grupo inicial de discípulos de Jesús. Sus viajes misioneros debían darle la flexibilidad y la profunda simpatía que hicieron de él el instrumento humano ideal para predicar el Evangelio de Cristo de la fraternidad mundial.
En el año 35 Saulo aparece como un fariseo joven farisaico, casi fanáticamente anticristiano. Creía que la nueva y problemática secta debía ser erradicada y sus adherentes castigados. Se nos dice en Hechos capítulo 8 que estuvo presente, aunque no participó en la lapidación, cuando Esteban, el primer mártir, encontró la muerte.
¿Por qué Saulo se dirigía a Damasco?
Antes de su conversión, Saulo era fervientemente anticristiano. En el libro de los Hechos, vemos que Saulo estuvo presente en la lapidación del primer mártir cristiano, San Esteban. De hecho, Hechos 8 comienza con las palabras: “Y Saulo aprobó que lo mataran”.
En la furia de su celo, solicitó al sumo sacerdote y al Sanedrín una comisión para tomar a todos los judíos en Damasco que confesaron a Jesucristo y llevarlos atados a Jerusalén, para que pudieran servir como ejemplos públicos para el terror de los demás. Pero Dios se complació en mostrar en él su paciencia y misericordia: y, movido por las oraciones de San Esteban y sus otros siervos perseguidos, por sus enemigos, lo transformó, en el calor mismo de su furor, en una vasija predilecta., lo convirtió en un pilar más grande para Su iglesia por la gracia del apostolado, de lo que jamás había sido San Esteban, y un instrumento más ilustre para Su gloria.
La Conversión de San Pablo
La Sagrada Biblia, en el capítulo 9 de los Hechos de los Apóstoles, narra así La Conversión de San Pablo:
«Saulo, respirando amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al Sumo Sacerdote y le pidió cartas de recomendación para las sinagogas de los judíos de Damasco, para que si encontraba algunos seguidores de Cristo, los pudiera llevar presos y encadenados a Jerusalén.
Y sucedió que yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente le rodeó una luz venida del cielo; cayó en tierra y oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿Por qué me persigues?». El respondió: ¿Quién eres tú Señor? Y oyó que le decían: «Yo soy Jesús a quien tú persigues. Pero ahora levántate; entra en la ciudad, y allí se te dirá lo que tendrás que hacer».
Los hombres que iban con él se habían detenido mudos de espanto, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo, y aunque tenía los ojos abiertos no veía nada. Lo llevaron de la mano y lo hicieron entrar en Damasco. Pasó tres días sin comer y sin beber.
Había en Damasco un discípulo llamado Ananías. El Señor le dijo en una visión: ¡Ananías! El respondió: «Aquí estoy Señor» y el Señor le dijo: «Levántate. Vete a la calle Recta y pregunta en la casa de Judas por uno de Tarso que se llama Saulo; mira: él está en oración y está viendo que un hombre llamado Ananías entra y le coloca las manos sobre la cabeza y le devuelve la vista.
Respondió Ananías y dijo: «Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y de los males que ha causado a tus seguidores en Jerusalén, y que ha venido aquí con poderes de los Sumos Sacerdotes para llevar presos a todos los que creen en tu nombre».
El Señor le respondió: «Vete, pues a éste lo he elegido como un instrumento para que lleve mi nombre ante los que no conocen la verdadera religión y ante los gobernantes y ante los hijos de Israel. Yo le mostraré todo lo que tendrá que padecer por mi nombre».
Fue Ananías. Entró en la casa. Le colocó sus manos sobre la cabeza y le dijo: «Hermano Saulo: me ha enviado a ti el Señor Jesús, el que se te apareció en el camino por donde venías. Y me ha enviado para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo». Al instante se le cayeron de los ojos unas como escamas y recobró la vista. Se levantó y fue bautizado. Tomó alimento y recobró las fuerzas.
Estuvo algunos días con los discípulos de Damasco y enseguida se puso a predicar en favor de Jesús, en las sinagogas o casas de oración, y decía que Jesús es el Hijo de Dios. Todos los que lo escuchaban quedaban admirados y decían: ¿No es éste el que en Jerusalén perseguía tan violentamente a los que invocaban el nombre de Jesús? Y ¿No lo habían enviado los Sumos Sacerdotes con cartas de recomendación para que se llevara presos y encadenados a los que siguen esa religión? «Pero Saulo seguía predicando y demostraba a muchos que Jesús es el Mesías, el salvador del mundo».
Saulo se cambió el nombre por el de Pablo. Y en la carta a los Gálatas dice: «Cuando Aquél que me llamó por su gracia me envió a que lo anunciara entre los que no conocían la verdadera religión, me fui a Arabia, luego volví a Damasco y después de tres años subí a Jerusalén para conocer a Pedro y a Santiago». Las Iglesias de Judea no me conocían pero decían: «El que antes nos perseguía, ahora anuncia la buena noticia de la fe, que antes quería destruir». Y glorificaban a Dios a causa de mí.
Apóstol San Pablo: que tu conversión sea como un ideal para todos y cada uno de nosotros. Que también en el camino de nuestra vida nos llame Cristo y nosotros le hagamos caso y dejemos nuestra antigua vida de pecado y empecemos una vida dedicada a la santidad, a las buenas obras y al apostolado.
Si lo que busco es agradar a la gente, no seré siervo de Cristo.
¿Cuándo se convirtió San Pablo al cristianismo?
San Pablo se convirtió al cristianismo camino de Damasco, en los años 30 del siglo I d.C
En su viaje a Damasco, se le apareció Cristo Resucitado y fue este encuentro el que propició su conversión dramática e inmediata.
Al comentar sobre la conversión de San Pablo, el Papa Benedicto XVI afirma que cuando Pablo se encontró con Cristo en el camino a Damasco, “…no fue simplemente una conversión… sino más bien una muerte y una resurrección para el mismo Pablo. Una existencia murió y otra, una nueva nació con Cristo Resucitado”.
¿Cuántos años después de la muerte de Jesús se convirtió Pablo?
Aunque no sabemos exactamente cuántos años después de la muerte de Jesús, Pablo se convirtió, sí sabemos con certeza que fue poco después del apedreamiento de San Esteban. Se dice que Pablo se convirtió aproximadamente dos años después de la muerte de Jesús.
En su audiencia de 37972008 nos decía Benedicto XVI
Precisamente en el camino de Damasco, en los inicios de la década del año 30 del siglo I, después de un período en el que había perseguido a la Iglesia, se verificó el momento decisivo de la vida de san Pablo. Sobre él se ha escrito mucho y naturalmente desde diversos puntos de vista. Lo cierto es que allí tuvo lugar un viraje, más aún, un cambio total de perspectiva. A partir de entonces, inesperadamente, comenzó a considerar «pérdida» y «basura» todo aquello que antes constituía para él el máximo ideal, casi la razón de ser de su existencia (cf. Flp 3, 7-8) ¿Qué es lo que sucedió?
Al respecto tenemos dos tipos de fuentes. El primer tipo, el más conocido, son los relatos escritos por san Lucas, que en tres ocasiones narra ese acontecimiento en los Hechos de los Apóstoles (cf. Hch 9, 1-19; 22, 3-21; 26, 4-23). Tal vez el lector medio puede sentir la tentación de detenerse demasiado en algunos detalles, como la luz del cielo, la caída a tierra, la voz que llama, la nueva condición de ceguera, la curación por la caída de una especie de escamas de los ojos y el ayuno. Pero todos estos detalles hacen referencia al centro del acontecimiento: Cristo resucitado se presenta como una luz espléndida y se dirige a Saulo, transforma su pensamiento y su vida misma. El esplendor del Resucitado lo deja ciego; así, se presenta también exteriormente lo que era su realidad interior, su ceguera respecto de la verdad, de la luz que es Cristo. Y después su «sí» definitivo a Cristo en el bautismo abre de nuevo sus ojos, lo hace ver realmente.
En la Iglesia antigua el bautismo se llamaba también «iluminación», porque este sacramento da la luz, hace ver realmente. En Pablo se realizó también físicamente todo lo que se indica teológicamente: una vez curado de su ceguera interior, ve bien. San Pablo, por tanto, no fue transformado por un pensamiento sino por un acontecimiento, por la presencia irresistible del Resucitado, de la cual ya nunca podrá dudar, pues la evidencia de ese acontecimiento, de ese encuentro, fue muy fuerte. Ese acontecimiento cambió radicalmente la vida de san Pablo. En este sentido se puede y se debe hablar de una conversión. Ese encuentro es el centro del relato de san Lucas, que tal vez utilizó un relato nacido probablemente en la comunidad de Damasco. Lo da a entender el colorido local dado por la presencia de Ananías y por los nombres tanto de la calle como del propietario de la casa en la que Pablo se alojó (cf. Hch 9, 11).
El segundo tipo de fuentes sobre la conversión está constituido por las mismas Cartas de san Pablo. Él mismo nunca habló detalladamente de este acontecimiento, tal vez porque podía suponer que todos conocían lo esencial de su historia, todos sabían que de perseguidor había sido transformado en apóstol ferviente de Cristo. Eso no había sucedido como fruto de su propia reflexión, sino de un acontecimiento fuerte, de un encuentro con el Resucitado. Sin dar detalles, en muchas ocasiones alude a este hecho importantísimo, es decir, al hecho de que también él es testigo de la resurrección de Jesús, cuya revelación recibió directamente del mismo Jesús, junto con la misión de apóstol.
El texto más claro sobre este punto se encuentra en su relato sobre lo que constituye el centro de la historia de la salvación: la muerte y la resurrección de Jesús y las apariciones a los testigos (cf. 1 Co 15). Con palabras de una tradición muy antigua, que también él recibió de la Iglesia de Jerusalén, dice que Jesús murió crucificado, fue sepultado y, tras su resurrección, se apareció primero a Cefas, es decir a Pedro, luego a los Doce, después a quinientos hermanos que en gran parte entonces vivían aún, luego a Santiago y a todos los Apóstoles. Al final de este relato recibido de la tradición añade: «Y por último se me apareció también a mí» (1 Co 15, 8). Así da a entender que este es el fundamento de su apostolado y de su nueva vida.
Hay también otros textos en los que expresa lo mismo: «Por medio de Jesucristo hemos recibido la gracia del apostolado» (Rm 1, 5); y también: «¿Acaso no he visto a Jesús, Señor nuestro?» (1 Co 9, 1), palabras con las que alude a algo que todos saben. Y, por último, el texto más amplio es el de la carta a los Gálatas: «Mas, cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase entre los gentiles, al punto, sin pedir consejo ni a la carne ni a la sangre, sin subir a Jerusalén donde los Apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, de donde nuevamente volví a Damasco» (Ga 1, 15-17). En esta «auto-apología» subraya decididamente que también él es verdadero testigo del Resucitado, que tiene una misión recibida directamente del Resucitado.
Así podemos ver que las dos fuentes, los Hechos de los Apóstoles y las Cartas de san Pablo, convergen en un punto fundamental: el Resucitado habló a san Pablo, lo llamó al apostolado, hizo de él un verdadero apóstol, testigo de la Resurrección, con el encargo específico de anunciar el Evangelio a los paganos, al mundo grecorromano. Al mismo tiempo, san Pablo aprendió que, a pesar de su relación inmediata con el Resucitado, debía entrar en la comunión de la Iglesia, debía hacerse bautizar, debía vivir en sintonía con los demás Apóstoles. Sólo en esta comunión con todos podía ser un verdadero apóstol, como escribe explícitamente en la primera carta a los Corintios: «Tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído» (1 Co 15, 11). Sólo existe un anuncio del Resucitado, porque Cristo es uno solo.
Como se ve, en todos estos pasajes san Pablo no interpreta nunca este momento como un hecho de conversión. ¿Por qué? Hay muchas hipótesis, pero en mi opinión el motivo es muy evidente. Este viraje de su vida, esta transformación de todo su ser no fue fruto de un proceso psicológico, de una maduración o evolución intelectual y moral, sino que llegó desde fuera: no fue fruto de su pensamiento, sino del encuentro con Jesucristo. En este sentido no fue sólo una conversión, una maduración de su «yo»; fue muerte y resurrección para él mismo: murió una existencia suya y nació otra nueva con Cristo resucitado. De ninguna otra forma se puede explicar esta renovación de san Pablo.
Los análisis psicológicos no pueden aclarar ni resolver el problema. Sólo el acontecimiento, el encuentro fuerte con Cristo, es la clave para entender lo que sucedió: muerte y resurrección, renovación por parte de Aquel que se había revelado y había hablado con él. En este sentido más profundo podemos y debemos hablar de conversión. Este encuentro es una renovación real que cambió todos sus parámetros. Ahora puede decir que lo que para él antes era esencial y fundamental, ahora se ha convertido en «basura»; ya no es «ganancia» sino pérdida, porque ahora cuenta sólo la vida en Cristo.
Sin embargo no debemos pensar que san Pablo se cerró en un acontecimiento ciego. En realidad sucedió lo contrario, porque Cristo resucitado es la luz de la verdad, la luz de Dios mismo. Ese acontecimiento ensanchó su corazón, lo abrió a todos. En ese momento no perdió cuanto había de bueno y de verdadero en su vida, en su herencia, sino que comprendió de forma nueva la sabiduría, la verdad, la profundidad de la ley y de los profetas, se apropió de ellos de modo nuevo. Al mismo tiempo, su razón se abrió a la sabiduría de los paganos. Al abrirse a Cristo con todo su corazón, se hizo capaz de entablar un diálogo amplio con todos, se hizo capaz de hacerse todo a todos. Así realmente podía ser el Apóstol de los gentiles.
En relación con nuestra vida, podemos preguntarnos: ¿Qué quiere decir esto para nosotros? Quiere decir que tampoco para nosotros el cristianismo es una filosofía nueva o una nueva moral. Sólo somos cristianos si nos encontramos con Cristo. Ciertamente no se nos muestra de esa forma irresistible, luminosa, como hizo con san Pablo para convertirlo en Apóstol de todas las gentes. Pero también nosotros podemos encontrarnos con Cristo en la lectura de la sagrada Escritura, en la oración, en la vida litúrgica de la Iglesia. Podemos tocar el corazón de Cristo y sentir que él toca el nuestro. Sólo en esta relación personal con Cristo, sólo en este encuentro con el Resucitado nos convertimos realmente en cristianos. Así se abre nuestra razón, se abre toda la sabiduría de Cristo y toda la riqueza de la verdad.
“No fue simplemente una conversión… sino más bien una muerte y una resurrección para el mismo Pablo. Murió una existencia y nació otra nueva con Cristo Resucitado”. – Papa Benedicto XVI
¿San Pablo vio a Jesús después de la Resurrección?
Sí, Pablo vio a Jesús después de la Resurrección. Hechos 9 y Hechos 22 documentan el primer encuentro de Pablo con Jesús después de la Resurrección.
Saulo se dirigía a Damasco cuando de repente “una luz del cielo resplandeció sobre él” (Hechos 9), Jesús entonces le reveló su nombre a Saulo. Hechos 22 también relata este evento cuando Pablo dijo: “Cerca del mediodía, cuando me acercaba a Damasco, de repente me envolvió una luz brillante del cielo. Caí al suelo y escuché una voz que me decía: ¡Saúl! ¡Saúl! ¿Por qué me persigues?’” (Hechos 22:6).
¿Quién cambió a Saulo por Pablo?
A menudo se supone que el cambio de nombre de Saulo a Pablo tuvo un gran significado después de su conversión. En las Sagradas Escrituras, el Señor comúnmente cambiaría el nombre de alguien para indicar un cambio en su rol o un cambio significativo en sus vidas, por ejemplo, cuando Dios cambió a de Abram a Abraham (Génesis 17:5) o cuando cambió de Sarai a Sara (Génesis 17:15). Uno podría suponer, por lo tanto, que Jesús cambió el nombre de Saulo a Pablo después de su conversión. Sin embargo, no hay ningún momento específico registrado en las Escrituras en el que Cristo, u otro, cambie el nombre de Saulo. El único comentario es el de San Lucas en Hechos 13:9, cuando escribe “Pero Saulo, también llamado Pablo…”
¿Qué sucedió después de que Saulo se encontró con Cristo?
Hechos 9:1-8 relata la historia del encuentro de Saulo con el Señor, pero Hechos 9:9-19 explica lo que sucedió como resultado.
Después de ver a Cristo, cuando Saulo abrió los ojos no podía ver nada. Los hombres que viajaban con él tuvieron que llevarlo de la mano a Damasco. “Y estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió” (Hechos 9:9).
Había en Damasco un cristiano de distinción, muy respetado por los judíos por su vida intachable y gran virtud; su nombre era Ananías. Cristo se apareció a este santo discípulo y le mandó ir a Saulo, que estaba entonces en casa de Judas orando. Ananías, mandado por el Señor, le impuso las manos y “al instante le cayeron de los ojos algo como escamas, y recobró la vista. Entonces se levantó y fue bautizado y comió y se fortaleció” (Hechos 9: 18-19).
El Papa San Juan Pablo II comenta sobre este evento,
“El elemento central de toda la experiencia es el hecho de la conversión. Destinado a evangelizar a los gentiles ‘para convertirlos de las tinieblas a la luz y del dominio de Satanás a Dios, para que obtengan el perdón de sus pecados (Hch 26,18), Saulo es llamado por Cristo, sobre todo, a obrar un cambio radical conversión sobre sí mismo. Saúl inicia así su laborioso camino de conversión que durará toda su vida, comenzando con una inusitada humildad con aquel “¿qué debo hacer, Señor? Y dócilmente dejándose llevar de la mano a Ananías, por cuyo ministerio profético le será dado conocer el plan de Dios”. (Fiesta de la Conversión de San Pablo, 25 de enero de 1983)
“Así San Pablo no fue transformado por un pensamiento sino por un acontecimiento, por la presencia irresistible del Resucitado de quien después nunca podría dudar, tan poderosa había sido la evidencia del acontecimiento, de este encuentro. Cambió radicalmente la vida de Pablo de una manera fundamental; en este sentido se puede y se debe hablar de una conversión”. (Papa Benedicto XVI)
Habiendo conocido a Cristo personalmente, ¿necesitaba Pablo ser bautizado?
A pesar de haber tenido “un encuentro personal con el Señor resucitado”, Saulo fue dirigido a la Iglesia, en la persona de Ananías. Entonces Ananías lo bautizó y le devolvió la vista (Hechos 9: 18-19).
El Papa Benedicto XVI dijo que «el ‘sí’ definitivo [de Pablo] a Cristo en el bautismo le devuelve la vista y le hace ver de verdad». Así es el caso de todos los seres humanos que vienen a Cristo después de Su Ascensión, ya que el ministerio de verdad y gracia de Cristo continúa en Su Iglesia.
¿Es Pablo uno de los 12 Apóstoles?
Pablo no fue uno de los 12 Apóstoles seleccionados por Jesús durante Su ministerio público. Sin embargo, fue llamado personalmente por el Señor, y la forma de su llamado hizo de Pablo un testigo de la Resurrección de Cristo, un criterio principal para ser un Apóstol (Hechos 1:22). El Papa Benedicto XVI escribió que algunos lo han llamado así el “13° Apóstol”.
Hay un paralelo interesante con los acontecimientos en la vida del pueblo de Dios, Israel. La doceava parte de José es la herencia de su padre Jacob, que Jacob le dio a los dos hijos de José, Manassas y Benjamín, y en igualdad de condiciones con los once hermanos de José. Por lo tanto, la tierra de Canaán se dividió entre trece tribus, no solo entre los doce originales. De manera similar, en el nuevo pacto hay 13 Apóstoles, los Once más dos: Matías (elegido por la Iglesia) y Pablo (elegido por Cristo).
¿Cuál es la importancia del discípulo Pablo?
San Pablo es un gran ejemplo de conversión para nosotros. Antes de ser llamado por Cristo, fue blasfemo, perseguidor y ferviente enemigo de Cristo. La conversión de Pablo fue un puro milagro de la gracia de Dios. Él es un ejemplo perfecto de verdadera conversión. Se dedicó a perseguir a los cristianos y en el momento en que conoció a Cristo, su vida cambió radical, instantánea y completamente. Cuando el Señor lo llamó, dejó atrás sus viejos caminos y se convirtió en una persona nueva, plenamente dispuesta a seguir a Cristo y sus preceptos.
Al comentar sobre la conversión de San Pablo, el Papa Francisco dijo que esta historia de conversión nos afecta a todos porque todos “tenemos dureza de corazón”, al igual que Saulo y al igual que Saulo, todos estamos llamados a la conversión.
¿Qué significa “todos los caminos conducen a Damasco”?
“Todos los caminos conducen a Damasco” se refiere a la repentina y dramática conversión de Pablo. Por lo tanto, la expresión se usa a menudo cuando se describe un cambio dramático similar en las ideas o creencias de alguien.
Damasco era la ciudad más grande de Siria y en la época de Pablo servía como capital de la provincia romana de Siria. Como ocurre con cualquier gran ciudad, todas las carreteras principales conducían allí con cierta inevitabilidad. La conversión de Pablo fue repentina y dramática, un momento de «camino a Damasco», como se ha llamado desde entonces a esas experiencias que cambian la vida. Sin embargo, también era inevitable. Fue el resultado de su “dar coces contra el aguijón” (Hechos 26:14), su resistencia a la luz y la gracia por las cuales Cristo lo buscó como suyo. No era una lucha que Saúl iba a ganar. Reflexionando sobre sus propias conversiones, muchos conversos también encuentran que esto es cierto en su propio caso.
Fuente: EWTN