DIOS CREA POR AMOR

¿Cuál es el motivo de la creación? Preguntar por un motivo supone una intencionalidad. Y la intencionalidad supone un ser con capacidad de pensamiento y decisión. Siempre es posible responder diciendo que la creación no tiene ningún motivo. El universo y el ser humano están ahí por puro azar, por casualidad, de la misma forma que podrían no haber estado. Es una extraña respuesta porque todo tiene una causa, una razón de ser. Pero aún si fuera el azar la razón de todo lo existente, una vez que las cosas son, conviene que nos preguntemos qué queremos hacer con lo que hay: ¿cuidarlo para que dure y viva bien, o abusar de ello y destruirlo? Sin duda, en este mundo hay gente para todo: al lado de mucha gente indiferente, que se limita a dejar pasar el tiempo, hay agentes de vida y agentes de muerte. El mal y la muerte hacen mucho ruido, se notan demasiado. El bien es más humilde y sencillo, pero más necesario, absolutamente necesario, porque sin la fuerza del bien todo desaparecería. Incluso si el mal puede seguir operando, es porque hay un bien escondido y superior que lo sostiene. La vida es ese bien escondido que sostiene a las vidas que hacen daño.

A la luz de la fe en Dios es posible dar una respuesta al motivo de la creación. Sobre todo, a la luz de la fe en el Dios que Jesucristo revela. Porque ese Dios es “Amor”. Y a la luz del amor todo cobra nuevo sentido. Leyendo la primera página de la Biblia se diría que Dios crea un universo bueno, bello y fecundo para que pueda existir un ser hecho a imagen y semejanza de Dios y pueda disfrutar de ese universo. La primera página de la Biblia es un poema de amor, un canto a la bondad de Dios que crea al ser humano como varón y mujer para que sea, ni más ni menos, que semejante a Él, el eternamente feliz y dichoso.

El comienzo del cuarto evangelio podría ser una buena relectura de esta obra creadora de la que habla el libro del Génesis. Según este evangelio Dios crea por medio de la Palabra, las cosas existen porque Dios dice una palabra poderosa sobre ellas. Y esta Palabra es una palabra de amor, porque es reflejo de un Dios que es Amor. Si Dios es Amor, y sólo amor, sin ningún asomo de no amor, se comprende que quiera compartir el amor, y no ocupar solo el espacio del ser, pues el amor es difusivo, tiende por naturaleza a comunicarse.

Si Dios se decide a crear no es porque le falte o necesite algo. En virtud de su absoluta plenitud, Dios no puede buscar algo. Si crea lo hace de forma total­mente desinteresada y por pura bondad. Y como el amor es determi­nante de todo lo que Dios hace, cuando crea a un ser distinto de él, sólo puede ha­cerlo por amor. No por casua­lidad, ni por necesidad, sino porque quiere. La teología ha repetido hasta la saciedad que Dios crea de la nada, “ex nihilo”. Me pregunto si no es ya hora de completar esta afirmación con una más fundamental y primera: Dios crea “ex amore”, por amor y desde el amor, tal como indica el Concilio Vaticano II, en un texto poco citado (Gau­dium et Spes, 2).

Bien pensado, Dios no puede crear “de la nada”, sino desde sí mismo, porque fuera de él no hay nada. El ocupa todo el espacio del ser. De modo que, al crear, Dios cede, se retira, deja espacio para que otros sean, y sean con todas las consecuencias, la primera de ellas la independencia. La retirada de Dios funda la libertad humana. Es lo propio del amor: ceder para que el otro sea.

Más aún, si Dios crea por amor, hace sólo lo que le agrada, no aquello que no tiene más remedio que hacer. Ninguna circunstancia, ninguna realidad previa es condicionante de su actuación. Obra con soberana libertad. El ser humano es una maravilla a los ojos de Dios, porque al crearlo, Dios ha hecho lo que le gustaba. Una verdadera obra de arte, en definitiva. Esa es la palabra griega que utiliza Ef 2,10 para decir lo que es el ser humano: un “poiema” de Dios, una obra de arte divina. Estamos relacionados con Dios como una pintura con el pintor, una pieza de cerámica con el ceramista, un libro con su autor. Esto indica una relación muy estrecha y muy posi­tiva.

Dios al crear al ser humano hizo su mejor obra de arte. Y, como le ocurre a todo artista cuando hace una obra maestra, debió quedarse sorprendido, maravi­llado, admirado. Nosotros somos un deleite, un placer para Dios (cf. Prov 8,31). Cuando él nos mira se llena de alegría, se sorprende agradablemente al ver esa estu­penda maravilla salida de sus manos. Esa mirada positiva de Dios sobre cada uno de nosotros, debería ayudarnos a vernos a nosotros mismos con esa mirada, sobre todo en los momentos difíciles y complicados. Yo no puedo hundirme bajo el peso de mis fracasos cuando sé que Dios me mira de esa manera y me ve como la mejor de sus maravillas.

Más aún, esa mirada positiva de Dios sobre cada uno de nosotros, nos invita a mirar a todo ser humano con la misma mirada con que Dios lo mira. En la base del ateísmo está la idea de que se basta el hombre solo, de que Dios es una hipótesis no necesaria para explicar la realidad, o peor aún, la idea de que Dios es un obstáculo para el pleno desarrollo de la persona. Por eso, si queremos ser libres hemos de matar a Dios. Pero la idea creyente de Dios como Amor nos invita a pensar que Dios solo busca nuestro bien y nuestra felicidad, porque su amor es incondicional. Incondicional, no busca quitarnos nada, busca darnos solo y todo lo bueno. Por eso, si queremos comportarnos como imágenes de este Dios, también debemos nosotros buscar el bien de los demás y trabajar por su felicidad.

FUENTE: BLOG NIHIL OBSTAT, Martín Gelabert

LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO

¿Por qué celebramos la Fiesta de la Conversión de San Pablo?

El 25 de enero, los fieles celebran la Conversión de San Pablo, uno de los grandes acontecimientos de la Iglesia primitiva. Saulo, alumno del gran rabino fariseo Gamaliel, había perseguido a los cristianos, pero se convirtió repentinamente en el camino a Damasco cuando nuestro Señor se le apareció en Su gloria resucitada (Hechos 9:1-9). A partir de ahí, tomó el nombre de Pablo y se convertiría en el “Apóstol de los gentiles”.

¿Cómo era San Pablo antes de su conversión?

Nacido en una acomodada familia judía de Tarso, hijo de un ciudadano romano, Saulo (como le llamaremos hasta después de su conversión) fue enviado a Jerusalén para formarse en la famosa escuela rabínica dirigida por Gamaliel. Aquí, además de estudiar la Ley y los https://www.aciprensa.com/noticias/video-hoy-es-la-fiesta-de-la-conversion-de-san-pablo-14335 Profetas, aprendió un oficio, como era costumbre. El joven Saúl eligió el oficio de hacer tiendas de campaña. Aunque su educación fue ortodoxa, mientras aún vivía en Tarso, había estado bajo las influencias helénicas liberalizadoras que en ese momento habían permeado todos los niveles de la sociedad urbana en Asia Menor. Así, las tradiciones y culturas judía, romana y griega tuvieron un papel en la formación de este gran Apóstol, que era tan diferente en estatus y temperamento de los humildes pescadores del grupo inicial de discípulos de Jesús. Sus viajes misioneros debían darle la flexibilidad y la profunda simpatía que hicieron de él el instrumento humano ideal para predicar el Evangelio de Cristo de la fraternidad mundial.

En el año 35 Saulo aparece como un fariseo joven farisaico, casi fanáticamente anticristiano. Creía que la nueva y problemática secta debía ser erradicada y sus adherentes castigados. Se nos dice en Hechos capítulo 8 que estuvo presente, aunque no participó en la lapidación, cuando Esteban, el primer mártir, encontró la muerte.

¿Por qué Saulo se dirigía a Damasco?

Antes de su conversión, Saulo era fervientemente anticristiano. En el libro de los Hechos, vemos que Saulo estuvo presente en la lapidación del primer mártir cristiano, San Esteban. De hecho, Hechos 8 comienza con las palabras: “Y Saulo aprobó que lo mataran”.

En la furia de su celo, solicitó al sumo sacerdote y al Sanedrín una comisión para tomar a todos los judíos en Damasco que confesaron a Jesucristo y llevarlos atados a Jerusalén, para que pudieran servir como ejemplos públicos para el terror de los demás. Pero Dios se complació en mostrar en él su paciencia y misericordia: y, movido por las oraciones de San Esteban y sus otros siervos perseguidos, por sus enemigos, lo transformó, en el calor mismo de su furor, en una vasija predilecta., lo convirtió en un pilar más grande para Su iglesia por la gracia del apostolado, de lo que jamás había sido San Esteban, y un instrumento más ilustre para Su gloria.

La Conversión de San Pablo

La Sagrada Biblia, en el capítulo 9 de los Hechos de los Apóstoles, narra así La Conversión de San Pablo:

«Saulo, respirando amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al Sumo Sacerdote y le pidió cartas de recomendación para las sinagogas de los judíos de Damasco, para que si encontraba algunos seguidores de Cristo, los pudiera llevar presos y encadenados a Jerusalén.

Y sucedió que yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente le rodeó una luz venida del cielo; cayó en tierra y oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿Por qué me persigues?». El respondió: ¿Quién eres tú Señor? Y oyó que le decían: «Yo soy Jesús a quien tú persigues. Pero ahora levántate; entra en la ciudad, y allí se te dirá lo que tendrás que hacer».

Los hombres que iban con él se habían detenido mudos de espanto, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo, y aunque tenía los ojos abiertos no veía nada. Lo llevaron de la mano y lo hicieron entrar en Damasco. Pasó tres días sin comer y sin beber.

Había en Damasco un discípulo llamado Ananías. El Señor le dijo en una visión: ¡Ananías! El respondió: «Aquí estoy Señor» y el Señor le dijo: «Levántate. Vete a la calle Recta y pregunta en la casa de Judas por uno de Tarso que se llama Saulo; mira: él está en oración y está viendo que un hombre llamado Ananías entra y le coloca las manos sobre la cabeza y le devuelve la vista.

Respondió Ananías y dijo: «Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y de los males que ha causado a tus seguidores en Jerusalén, y que ha venido aquí con poderes de los Sumos Sacerdotes para llevar presos a todos los que creen en tu nombre».

El Señor le respondió: «Vete, pues a éste lo he elegido como un instrumento para que lleve mi nombre ante los que no conocen la verdadera religión y ante los gobernantes y ante los hijos de Israel. Yo le mostraré todo lo que tendrá que padecer por mi nombre».

Fue Ananías. Entró en la casa. Le colocó sus manos sobre la cabeza y le dijo: «Hermano Saulo: me ha enviado a ti el Señor Jesús, el que se te apareció en el camino por donde venías. Y me ha enviado para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo». Al instante se le cayeron de los ojos unas como escamas y recobró la vista. Se levantó y fue bautizado. Tomó alimento y recobró las fuerzas.

Estuvo algunos días con los discípulos de Damasco y enseguida se puso a predicar en favor de Jesús, en las sinagogas o casas de oración, y decía que Jesús es el Hijo de Dios. Todos los que lo escuchaban quedaban admirados y decían: ¿No es éste el que en Jerusalén perseguía tan violentamente a los que invocaban el nombre de Jesús? Y ¿No lo habían enviado los Sumos Sacerdotes con cartas de recomendación para que se llevara presos y encadenados a los que siguen esa religión? «Pero Saulo seguía predicando y demostraba a muchos que Jesús es el Mesías, el salvador del mundo».

Saulo se cambió el nombre por el de Pablo. Y en la carta a los Gálatas dice: «Cuando Aquél que me llamó por su gracia me envió a que lo anunciara entre los que no conocían la verdadera religión, me fui a Arabia, luego volví a Damasco y después de tres años subí a Jerusalén para conocer a Pedro y a Santiago». Las Iglesias de Judea no me conocían pero decían: «El que antes nos perseguía, ahora anuncia la buena noticia de la fe, que antes quería destruir». Y glorificaban a Dios a causa de mí.

Apóstol San Pablo: que tu conversión sea como un ideal para todos y cada uno de nosotros. Que también en el camino de nuestra vida nos llame Cristo y nosotros le hagamos caso y dejemos nuestra antigua vida de pecado y empecemos una vida dedicada a la santidad, a las buenas obras y al apostolado.

Si lo que busco es agradar a la gente, no seré siervo de Cristo.

¿Cuándo se convirtió San Pablo al cristianismo?

San Pablo se convirtió al cristianismo camino de Damasco, en los años 30 del siglo I d.C

En su viaje a Damasco, se le apareció Cristo Resucitado y fue este encuentro el que propició su conversión dramática e inmediata.

Al comentar sobre la conversión de San Pablo, el Papa Benedicto XVI afirma que cuando Pablo se encontró con Cristo en el camino a Damasco, “…no fue simplemente una conversión… sino más bien una muerte y una resurrección para el mismo Pablo. Una existencia murió y otra, una nueva nació con Cristo Resucitado”.

¿Cuántos años después de la muerte de Jesús se convirtió Pablo?

Aunque no sabemos exactamente cuántos años después de la muerte de Jesús, Pablo se convirtió, sí sabemos con certeza que fue poco después del apedreamiento de San Esteban. Se dice que Pablo se convirtió aproximadamente dos años después de la muerte de Jesús.

En su audiencia de 37972008 nos decía Benedicto XVI

Precisamente en el camino de Damasco, en los inicios de la década del año 30 del siglo I, después de un período en el que había perseguido a la Iglesia, se verificó el momento decisivo de la vida de san Pablo. Sobre él se ha escrito mucho y naturalmente desde diversos puntos de vista. Lo cierto es que allí tuvo lugar un viraje, más aún, un cambio total de perspectiva. A partir de entonces, inesperadamente, comenzó a considerar «pérdida» y «basura» todo aquello que antes constituía para él el máximo ideal, casi la razón de ser de su existencia (cf. Flp 3, 7-8) ¿Qué es lo que sucedió?

Al respecto tenemos dos tipos de fuentes. El primer tipo, el más conocido, son los relatos escritos por san Lucas, que en tres ocasiones narra ese acontecimiento en los Hechos de los Apóstoles (cf. Hch 9, 1-19; 22, 3-21; 26, 4-23). Tal vez el lector medio puede sentir la tentación de detenerse demasiado en algunos detalles, como la luz del cielo, la caída a tierra, la voz que llama, la nueva condición de ceguera, la curación por la caída de una especie de escamas de los ojos y el ayuno. Pero todos estos detalles hacen referencia al centro del acontecimiento: Cristo resucitado se presenta como una luz espléndida y se dirige a Saulo, transforma su pensamiento y su vida misma. El esplendor del Resucitado lo deja ciego; así, se presenta también exteriormente lo que era su realidad interior, su ceguera respecto de la verdad, de la luz que es Cristo. Y después su «sí» definitivo a Cristo en el bautismo abre de nuevo sus ojos, lo hace ver realmente.

En la Iglesia antigua el bautismo se llamaba también «iluminación», porque este sacramento da la luz, hace ver realmente. En Pablo se realizó también físicamente todo lo que se indica teológicamente: una vez curado de su ceguera interior, ve bien. San Pablo, por tanto, no fue transformado por un pensamiento sino por un acontecimiento, por la presencia irresistible del Resucitado, de la cual ya nunca podrá dudar, pues la evidencia de ese acontecimiento, de ese encuentro, fue muy fuerte. Ese acontecimiento cambió radicalmente la vida de san Pablo. En este sentido se puede y se debe hablar de una conversión. Ese encuentro es el centro del relato de san Lucas, que tal vez utilizó un relato nacido probablemente en la comunidad de Damasco. Lo da a entender el colorido local dado por la presencia de Ananías y por los nombres tanto de la calle como del propietario de la casa en la que Pablo se alojó (cf. Hch 9, 11).

El segundo tipo de fuentes sobre la conversión está constituido por las mismas Cartas de san Pablo. Él mismo nunca habló detalladamente de este acontecimiento, tal vez porque podía suponer que todos conocían lo esencial de su historia, todos sabían que de perseguidor había sido transformado en apóstol ferviente de Cristo. Eso no había sucedido como fruto de su propia reflexión, sino de un acontecimiento fuerte, de un encuentro con el Resucitado. Sin dar detalles, en muchas ocasiones alude a este hecho importantísimo, es decir, al hecho de que también él es testigo de la resurrección de Jesús, cuya revelación recibió directamente del mismo Jesús, junto con la misión de apóstol.

El texto más claro sobre este punto se encuentra en su relato sobre lo que constituye el centro de la historia de la salvación: la muerte y la resurrección de Jesús y las apariciones a los testigos (cf. 1 Co 15). Con palabras de una tradición muy antigua, que también él recibió de la Iglesia de Jerusalén, dice que Jesús murió crucificado, fue sepultado y, tras su resurrección, se apareció primero a Cefas, es decir a Pedro, luego a los Doce, después a quinientos hermanos que en gran parte entonces vivían aún, luego a Santiago y a todos los Apóstoles. Al final de este relato recibido de la tradición añade: «Y por último se me apareció también a mí» (1 Co 15, 8). Así da a entender que este es el fundamento de su apostolado y de su nueva vida.

Hay también otros textos en los que expresa lo mismo: «Por medio de Jesucristo hemos recibido la gracia del apostolado» (Rm 1, 5); y también: «¿Acaso no he visto a Jesús, Señor nuestro?» (1 Co 9, 1), palabras con las que alude a algo que todos saben. Y, por último, el texto más amplio es el de la carta a los Gálatas: «Mas, cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase entre los gentiles, al punto, sin pedir consejo ni a la carne ni a la sangre, sin subir a Jerusalén donde los Apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, de donde nuevamente volví a Damasco» (Ga 1, 15-17). En esta «auto-apología» subraya decididamente que también él es verdadero testigo del Resucitado, que tiene una misión recibida directamente del Resucitado.

Así podemos ver que las dos fuentes, los Hechos de los Apóstoles y las Cartas de san Pablo, convergen en un punto fundamental: el Resucitado habló a san Pablo, lo llamó al apostolado, hizo de él un verdadero apóstol, testigo de la Resurrección, con el encargo específico de anunciar el Evangelio a los paganos, al mundo grecorromano. Al mismo tiempo, san Pablo aprendió que, a pesar de su relación inmediata con el Resucitado, debía entrar en la comunión de la Iglesia, debía hacerse bautizar, debía vivir en sintonía con los demás Apóstoles. Sólo en esta comunión con todos podía ser un verdadero apóstol, como escribe explícitamente en la primera carta a los Corintios: «Tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído» (1 Co 15, 11). Sólo existe un anuncio del Resucitado, porque Cristo es uno solo.

Como se ve, en todos estos pasajes san Pablo no interpreta nunca este momento como un hecho de conversión. ¿Por qué? Hay muchas hipótesis, pero en mi opinión el motivo es muy evidente. Este viraje de su vida, esta transformación de todo su ser no fue fruto de un proceso psicológico, de una maduración o evolución intelectual y moral, sino que llegó desde fuera: no fue fruto de su pensamiento, sino del encuentro con Jesucristo. En este sentido no fue sólo una conversión, una maduración de su «yo»; fue muerte y resurrección para él mismo: murió una existencia suya y nació otra nueva con Cristo resucitado. De ninguna otra forma se puede explicar esta renovación de san Pablo.

Los análisis psicológicos no pueden aclarar ni resolver el problema. Sólo el acontecimiento, el encuentro fuerte con Cristo, es la clave para entender lo que sucedió: muerte y resurrección, renovación por parte de Aquel que se había revelado y había hablado con él. En este sentido más profundo podemos y debemos hablar de conversión. Este encuentro es una renovación real que cambió todos sus parámetros. Ahora puede decir que lo que para él antes era esencial y fundamental, ahora se ha convertido en «basura»; ya no es «ganancia» sino pérdida, porque ahora cuenta sólo la vida en Cristo.

Sin embargo no debemos pensar que san Pablo se cerró en un acontecimiento ciego. En realidad sucedió lo contrario, porque Cristo resucitado es la luz de la verdad, la luz de Dios mismo. Ese acontecimiento ensanchó su corazón, lo abrió a todos. En ese momento no perdió cuanto había de bueno y de verdadero en su vida, en su herencia, sino que comprendió de forma nueva la sabiduría, la verdad, la profundidad de la ley y de los profetas, se apropió de ellos de modo nuevo. Al mismo tiempo, su razón se abrió a la sabiduría de los paganos. Al abrirse a Cristo con todo su corazón, se hizo capaz de entablar un diálogo amplio con todos, se hizo capaz de hacerse todo a todos. Así realmente podía ser el Apóstol de los gentiles.

En relación con nuestra vida, podemos preguntarnos: ¿Qué quiere decir esto para nosotros? Quiere decir que tampoco para nosotros el cristianismo es una filosofía nueva o una nueva moral. Sólo somos cristianos si nos encontramos con Cristo. Ciertamente no se nos muestra de esa forma irresistible, luminosa, como hizo con san Pablo para convertirlo en Apóstol de todas las gentes. Pero también nosotros podemos encontrarnos con Cristo en la lectura de la sagrada Escritura, en la oración, en la vida litúrgica de la Iglesia. Podemos tocar el corazón de Cristo y sentir que él toca el nuestro. Sólo en esta relación personal con Cristo, sólo en este encuentro con el Resucitado nos convertimos realmente en cristianos. Así se abre nuestra razón, se abre toda la sabiduría de Cristo y toda la riqueza de la verdad.

“No fue simplemente una conversión… sino más bien una muerte y una resurrección para el mismo Pablo. Murió una existencia y nació otra nueva con Cristo Resucitado”. – Papa Benedicto XVI

¿San Pablo vio a Jesús después de la Resurrección?

Sí, Pablo vio a Jesús después de la Resurrección. Hechos 9 y Hechos 22 documentan el primer encuentro de Pablo con Jesús después de la Resurrección.

Saulo se dirigía a Damasco cuando de repente “una luz del cielo resplandeció sobre él” (Hechos 9), Jesús entonces le reveló su nombre a Saulo. Hechos 22 también relata este evento cuando Pablo dijo: “Cerca del mediodía, cuando me acercaba a Damasco, de repente me envolvió una luz brillante del cielo. Caí al suelo y escuché una voz que me decía: ¡Saúl! ¡Saúl! ¿Por qué me persigues?’” (Hechos 22:6).

¿Quién cambió a Saulo por Pablo?

A menudo se supone que el cambio de nombre de Saulo a Pablo tuvo un gran significado después de su conversión. En las Sagradas Escrituras, el Señor comúnmente cambiaría el nombre de alguien para indicar un cambio en su rol o un cambio significativo en sus vidas, por ejemplo, cuando Dios cambió a de Abram a Abraham (Génesis 17:5) o cuando cambió de Sarai a Sara (Génesis 17:15). Uno podría suponer, por lo tanto, que Jesús cambió el nombre de Saulo a Pablo después de su conversión. Sin embargo, no hay ningún momento específico registrado en las Escrituras en el que Cristo, u otro, cambie el nombre de Saulo. El único comentario es el de San Lucas en Hechos 13:9, cuando escribe “Pero Saulo, también llamado Pablo…”

¿Qué sucedió después de que Saulo se encontró con Cristo?

Hechos 9:1-8 relata la historia del encuentro de Saulo con el Señor, pero Hechos 9:9-19 explica lo que sucedió como resultado.

Después de ver a Cristo, cuando Saulo abrió los ojos no podía ver nada. Los hombres que viajaban con él tuvieron que llevarlo de la mano a Damasco. “Y estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió” (Hechos 9:9).

Había en Damasco un cristiano de distinción, muy respetado por los judíos por su vida intachable y gran virtud; su nombre era Ananías. Cristo se apareció a este santo discípulo y le mandó ir a Saulo, que estaba entonces en casa de Judas orando. Ananías, mandado por el Señor, le impuso las manos y “al instante le cayeron de los ojos algo como escamas, y recobró la vista. Entonces se levantó y fue bautizado y comió y se fortaleció” (Hechos 9: 18-19).

El Papa San Juan Pablo II comenta sobre este evento,

“El elemento central de toda la experiencia es el hecho de la conversión. Destinado a evangelizar a los gentiles ‘para convertirlos de las tinieblas a la luz y del dominio de Satanás a Dios, para que obtengan el perdón de sus pecados (Hch 26,18), Saulo es llamado por Cristo, sobre todo, a obrar un cambio radical conversión sobre sí mismo. Saúl inicia así su laborioso camino de conversión que durará toda su vida, comenzando con una inusitada humildad con aquel “¿qué debo hacer, Señor? Y dócilmente dejándose llevar de la mano a Ananías, por cuyo ministerio profético le será dado conocer el plan de Dios”. (Fiesta de la Conversión de San Pablo, 25 de enero de 1983)

“Así San Pablo no fue transformado por un pensamiento sino por un acontecimiento, por la presencia irresistible del Resucitado de quien después nunca podría dudar, tan poderosa había sido la evidencia del acontecimiento, de este encuentro. Cambió radicalmente la vida de Pablo de una manera fundamental; en este sentido se puede y se debe hablar de una conversión”. (Papa Benedicto XVI)

Habiendo conocido a Cristo personalmente, ¿necesitaba Pablo ser bautizado?

A pesar de haber tenido “un encuentro personal con el Señor resucitado”, Saulo fue dirigido a la Iglesia, en la persona de Ananías. Entonces Ananías lo bautizó y le devolvió la vista (Hechos 9: 18-19).

El Papa Benedicto XVI dijo que «el ‘sí’ definitivo [de Pablo] a Cristo en el bautismo le devuelve la vista y le hace ver de verdad». Así es el caso de todos los seres humanos que vienen a Cristo después de Su Ascensión, ya que el ministerio de verdad y gracia de Cristo continúa en Su Iglesia.

¿Es Pablo uno de los 12 Apóstoles?

Pablo no fue uno de los 12 Apóstoles seleccionados por Jesús durante Su ministerio público. Sin embargo, fue llamado personalmente por el Señor, y la forma de su llamado hizo de Pablo un testigo de la Resurrección de Cristo, un criterio principal para ser un Apóstol (Hechos 1:22). El Papa Benedicto XVI escribió que algunos lo han llamado así el “13° Apóstol”.

Hay un paralelo interesante con los acontecimientos en la vida del pueblo de Dios, Israel. La doceava parte de José es la herencia de su padre Jacob, que Jacob le dio a los dos hijos de José, Manassas y Benjamín, y en igualdad de condiciones con los once hermanos de José. Por lo tanto, la tierra de Canaán se dividió entre trece tribus, no solo entre los doce originales. De manera similar, en el nuevo pacto hay 13 Apóstoles, los Once más dos: Matías (elegido por la Iglesia) y Pablo (elegido por Cristo).

¿Cuál es la importancia del discípulo Pablo?

San Pablo es un gran ejemplo de conversión para nosotros. Antes de ser llamado por Cristo, fue blasfemo, perseguidor y ferviente enemigo de Cristo. La conversión de Pablo fue un puro milagro de la gracia de Dios. Él es un ejemplo perfecto de verdadera conversión. Se dedicó a perseguir a los cristianos y en el momento en que conoció a Cristo, su vida cambió radical, instantánea y completamente. Cuando el Señor lo llamó, dejó atrás sus viejos caminos y se convirtió en una persona nueva, plenamente dispuesta a seguir a Cristo y sus preceptos.

Al comentar sobre la conversión de San Pablo, el Papa Francisco dijo que esta historia de conversión nos afecta a todos porque todos “tenemos dureza de corazón”, al igual que Saulo y al igual que Saulo, todos estamos llamados a la conversión.

¿Qué significa “todos los caminos conducen a Damasco”?

“Todos los caminos conducen a Damasco” se refiere a la repentina y dramática conversión de Pablo. Por lo tanto, la expresión se usa a menudo cuando se describe un cambio dramático similar en las ideas o creencias de alguien.

Damasco era la ciudad más grande de Siria y en la época de Pablo servía como capital de la provincia romana de Siria. Como ocurre con cualquier gran ciudad, todas las carreteras principales conducían allí con cierta inevitabilidad. La conversión de Pablo fue repentina y dramática, un momento de «camino a Damasco», como se ha llamado desde entonces a esas experiencias que cambian la vida. Sin embargo, también era inevitable. Fue el resultado de su “dar coces contra el aguijón” (Hechos 26:14), su resistencia a la luz y la gracia por las cuales Cristo lo buscó como suyo. No era una lucha que Saúl iba a ganar. Reflexionando sobre sus propias conversiones, muchos conversos también encuentran que esto es cierto en su propio caso.

Fuente: EWTN

LAS SANTAS DE LA SEMANA: SANTA AGUEDA YI Y SANTA TERESA KIM

En Seúl, ciudad de Corea, santas mártires Santa Agueda Yi, virgen, cuyos padres murieron también mártires, y Teresa Kim, viuda, que, estando en la cárcel, primero fueron azotadas y después degolladas. La Iglesia Católica celebra el 9 de enero su memoria

Águeda Yi -o Ni- era una joven de 16 años, virgen, ferviente católica, cuyo padre, san Agustin Yi -o Ni-, y su madre había sido martirizados el año anterior. El ministro Tsio Tieng-bien-i, tomando como pretexto la edad, quiso librarla de la muerte, consiguiendo para ella la prisión; pero más bien padeció allí horribles torturas, no solo por soportar el hambre y la sed, sino por tener que defenderse, con sólo sus manos y la ayuda de Dios, de los infames carceleros que amenazaban su castidad. Había nacido en Seul en 1824.

Junto a ella padeció Teresa Kim, de no mucha edad -habia nacido en Myeoncheon, Chungcheong-do en 1797, y tenía por tanto 43 años-, pero que era ya viuda. Teresa era tía por parte de padre del futuro mártir san Andrés Kim Taegòn, primer sacerdote nativo de Corea, que sufrirá el martirio en 1846. Teresa había visto morir en prisión por la fe a su marido (José Son Len-ou-ki, no canonizado aun), y ella continuará como viuda dando ejemplos de virtud. Ayuna con frecuencia y ayuda en las tareas más humildes a los misioneros. En la persecución de 1839 estaba en casa del obispo, y no huyó rápidamente, por lo que fue encarcelada.

Las dos mujeres soportaron con paciencia las vejaciones, latigazos y todo género de torturas durante 11 y 7 meses de prisión, respectivamente, hasta que fueron estranguladas (otros documentos dicen decapitadas).

La base para las noticias de la vida de estos santos es la «L’Histoire de l’Eglise de Corée» (1874), en dos volúmenes, de Charles Dallet. En este caso el martirio está contado en la página 229 del volumen II. Ver la noticia general sobre los mártires de Corea en la hagiografía del grupo.

Abel Della Costa

¿DÓNDE ESTÁ LA FUENTE PARA QUE SALGA ALGO BUENO?

En los días que preceden a la fiesta de la Epifanía, la liturgia eucarística propone unos evangelios que hablan de seguimiento de Cristo. Resultan muy oportunos para cerrar el ciclo del adviento y de la navidad. Adviento, o sea, venida; Navidad, o sea, aparición; Epifanía, o sea, manifestación. Todo es lo mismo. El Señor Jesús viene para manifestarnos quién es el Padre, para darnos a conocer que este Dios clemente y misericordioso del que hablaba Israel es un Dios cercano que nos ama como no se puede amar más. La lógica respuesta ante este anuncio y esta manifestación es ponerse en camino hacia el Dios que siempre viene. Y para ello nada mejor que seguir a su mensajero. De ahí la oportunidad de estos relatos de seguimiento.

El evangelio del día 4 fue particularmente interesante, pues el verbo griego que hay detrás del «se quedaron con él» (los discípulos se quedaron con él aquel día) es «menein»; verbo que el evangelio de Juan utiliza para decir que el Padre permanece en el Hijo y en Hijo permanece en el Padre; o que Jesús y su Palabra permanecen en nosotros y nosotros estamos llamados a permanecer en él. O sea, el sentido profundo de este permanecer no es físico, sino espiritual y teológico: Maestro, ¿dónde vives, o sea, dónde están tus raíces, qué es lo que te da la vida, qué es lo que te vivifica, dinos dónde está la fuente, para que nosotros podamos permanecer, afincarnos, estar siempre bebiendo de ella? Y el relato de seguimiento del evangelio del día 5 también es de sumo interés: para saber lo bueno que es Jesús, para saber si de Nazaret puede salir algo bueno, ven y lo verás, o sea, incorpórate a nuestro grupo, comparte tu vida con nosotros.

Estas son las preguntas que los cristianos debemos provocar y las respuestas que estamos llamados a dar: la pregunta de qué nos hace vivir y dónde está la fuente de nuestra vida. Una vez respondida, podemos pasar a otra pregunta: ¿de mí puede salir algo bueno, estoy en condiciones de ofrecer algo bueno? De entrada a lo mejor parece que no. De ahí la duda implícita en la pregunta. ¿Puede salir algo bueno de mi? Dependerá de dónde permanezco, dónde están los fundamentos que me sostienen, dónde mis verdaderos intereses. Hay otra pregunta que formula Natanael, una vez que ha ido a Jesús y se ha incorporado a la comunidad de discípulos: ¿de qué me conoces? ¿De qué me conoces, Señor, para haberme llamado? Jesús nos conoce y eso tiene que ser para cada uno de nosotros un motivo de alegría y de esperanza. Y un estímulo. Nos conoce y, por eso, no a pesar de eso, sino por eso, porque sabe de nuestras posibilidades y de nuestras capacidades, porque sabe de nuestras muchas bondades, por eso nos ha llamado para ser sus discípulos y testigos.

Martín Gelabert. Blog Nihil Obstat

PREGÓN DEL PÓRTICO DE NAVIDAD DE MARIBEL REVERIEGO EN MALPARTIDA DE CÁCERES

PÓRTICO DE NAVIDAD 2.024

Antes de empezar os pido disculpas, por si no sale como quisiera y os merecéis.

 Buenas noches, comunidad parroquial, amigos, vecinos… Buenas noches, Malpartida.

Desde el principio quiero agradecer a los que han confiado en mí para tan solemne acto. Me honra vuestra confianza. La asistencia a los presentes en general y a los que no pudiendo estar aquí, lo están oyendo por la radio o me han pedido el guion porque viven lejos.

 Cuando me invitó D. Santiago a hacer el Pregón del pórtico de Navidad me pareció una temeridad. Le dije, que reflexionara un poco más y después hablábamos. Era después de la Misa en la que se leyó el Evangelio de las dos mujeres pobres y viudas, una solo tenía dos pequeñas monedas y la otra sólo un puñado de harina ni siquiera leña para cocer el pan. Como yo, que poco tengo, por lo que poco os puedo dar. Pero ¿Por qué le iba a negar esto a mi parroquia, que tanto debo y quiero? Porque en esta santa casa, ante el Señor de este Sagrario se fraguó todo lo que soy y tengo como cristiana. Luego se reforzó y completó en mi Congregación, pero aquí empezó todo. ¿Por qué no dar como ellas, lo que tengo? Y Quién ha tenido antes, el honor de poder anunciar el pregón del Pórtico de Navidad en la que hoy se puede decir con todo derecho: Que esta Iglesia de la Asunción de Malpartida es un bien de interés cultural como acaba de ser declarada… A todos los que han trabajado por conseguirlo, se lo agradecemos muy sinceramente.

 Esa noche no pude dormir, pero saqué la conclusión: “Si esta es la Voluntad de Dios, pondré todo mi esmero y lo haré, con mucho gusto, con toda la ilusión del mundo y agradecida, sacando lo mejor que pueda quedar en mí” ¿Qué mayor honor que anunciaros que va a venir, Jesús, Nuestro Salvador? ¡Que nos alivia las cargas y consuela en los sufrimientos!…

No hay cosa más grande que anunciar a Jesús. Y anunciarlo en mi parroquia, a mis vecinos y amigos de siempre; a donde mis padres me trajeron a bautizar, para recibir la fe en Cristo, en quien creo y espero… Aquí que recibí mi primera Comunión, fui Confirmada con el Espíritu Santo, para dar paso a la madurez en la fe… Recibí la catequesis, los círculos de benjaminas de Acción Católica, que nos daba Maruqui Lancho, la del casino de abajo. (y en aquella época los teníamos en la parte de arriba donde vivía la Matea) Nos la tenía cedida gratis, la señora María Bravo. Porque entonces no había centro parroquial. De adolescentes, que nos daba los círculos, Felisa Díaz a la que yo cogí luego el relevo… La influencia espiritual de Dª Mercedes (mi maestra de escuela) y tantas influencias positivas que aquí y muchas veces de vosotros mismo he recibido y han ido formado una gran parte de la base de servicio y generosidad, que mucha o poca hay en mi personalidad… Esto y mucho más, se lo debía a mi parroquia. Estaba en deuda con ella. Por eso y porque ya me queda poco que dar, quiero seguir entregando mis dos monedas

La idea de Pórtico de Navidad, parece que lo trae en el 2008 a la diócesis, nuestro más ilustre paisano, y muy querido y recordado D. Francisco Cerro, que entonces estaba aquí de Pastor diocesano y hoy es el Primado de España, para dar paso a los días de Navidad. Y a quien hoy desde aquí le envío el más cariñoso y merecido saludo.

 Como de este concepto sé poco voy a centrarme en “ANUNCIAR LA NAVIDAD” como la concibo y trato de vivir. Sin fechas ni personajes, que vosotros ya bien conocéis. Comenzando por el día de hoy, que sería aproximadamente, cuando empezaron su camino de los 111 Km que hay de Nazaret a Belén, a empadronarse María y José en la ciudad, de David de donde procedía José. Y en el estado que se encontraba María y por transporte en un burrino le calculo que tardarían más de una semana. Y el viaje había que hacerlo, sí o sí. Porque lo mandaba un edicto de Cesar Augusto.

A veces nos quejamos nosotros de los caminos que nos toca recorrer; largos, dificultosos, con piedras que nos hacen tropezar. Las cuestas que tenemos que subir… y no son desniveles del terreno, si no, paro, pobreza, sueldos con los que no se llega a fin de mes. El frio, la sequía o las lluvias a veces torrenciales, como las que han sufrido en Levante, que se llevan todo a su paso, incluso centenares de vidas humana, ganado, cosechas, medios de vida…y dejan tanta desolación, ruina, tristeza y dolor. Las pobrezas, enfermedades, adicciones, guerras, rupturas, hogares destrozados… nuestros o de nuestro entorno… Y Jesús que aún no ha nacido, ya nos está enseñando como se hacen estos caminos, cómo se alivian los sufrimientos, como se superan las pruebas… Con Él y junto al corazó de su Madre. Allí nos espera, quiere acompañarnos en nuestras vidas. Enseñarnos a pasar los días fríos, las noches oscuras, las dudas, los, dolores y las tristezas.

 No creo que Belén fuese una ciudad inhóspita, como le pasa a Malpartida. Sería una ciudad acogedora, alegre, saludable, con buenas condiciones de vida… pero cuando ellos llegaron todo estaba lleno y no encuentran un sitio, donde María descanse y Jesús pudiera nacer. Como nos pasa a nosotros que estamos llenos de compromisos, cenas y regalos; siempre deprisa, no tenemos tiempo para nada. Yo solo he empezado a tenerlo cuando me he jubilado (los niños y los mayores) sufren el poco tiempo que se les dedica para escucharlos, jugar con ellos, ayudarlo con los deberes, acogerlos, consolarlos… Comprometernos, con esta sociedad tan necesitada, darnos y darles tiempo o lo que necesiten y tengamos y a veces hasta de sobra.

 Aquí, como en Belén, tenemos dificultades a veces para ser acogedores y buenas personas con todos, como nos pide nuestro cristianismo, dispuestos a abrir puertas, sin levantar muros, ni de ideologías, ni de pensamientos, ni formas de vivir. Aceptando al otro con su forma de ser como lo hacía y enseñaba Jesús que comía con publicanos y con pecadores y nos dice que acojamos siempre y a todos, sin juzgar, si no amándolos de corazón y de verdad. Tenemos que nacer de nuevo, para mejorar este camino que hacemos juntos por la vida en la sociedad actual. Venciendo miedos y creciendo en confianza, ayudándonos mutuamente; para acogernos y vivir con entusiasmo y alegría desbordante esa que tanto necesita el mundo de hoy a veces triste de la historia. ¿No le podemos abrir con esa alegría la puerta de esta posada a Jesús en nuestro corazón? ¡Cómo le alegraría venir a un establo así a Jesús! Yo sueño y confío en mí y en vosotros que sí. Al menos vamos a intentarlo.

 Ya que no hay posada, vamos a preparar un Cielo en nuestro corazón. El Padre Dios, organiza la fiesta, pone sus ángeles en marcha. Que anuncien a toda la tierra que nos llega el Salvador. Que llenen la noche de luz y alegría. De la mejor reina, la más humilde y la más hermosa del universo. Pero la más pura y tierna de las madres nace Enmanuel, Dios con nosotros. El bueno de San José, se deshace en adecentar el establo. (Nos ayuda a prepararnos). Lo quiere poner confortable, pero es difícil hacer algo digno entre tantas pobrezas y dificultades. Otra vez los ángeles aparecen con sus resplandores, lucen más brillantes las estrellas y su música celestial suena por las majadas, los campos y las intemperies cantando: “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”. Llenan de luz y alegría la Gran noche. Se ha adornado todo y nuestro corazón arde en deseos de la llegada del Niño Dios. Resuena la alegría de los niños con villancicos por plazas y calles… Todos se apresuran a obsequiar al Recién Nacido. Llegan con regalos, panderetas, zambombas y castañuelas… Hasta la mula y el buey han puesto su pobre calefacción para que no pase demasiado frío, el Niño que va a nacer. ¡La Gran Noche! ¡No la debemos dormir! ¡Nace nuestra Salvación!  Que viene a redimirnos, a rescatarnos, a abrirnos las puertas del Reino de Dios.

 Llegan los pastores, los Reyes y nosotros. Cada uno le lleva sus presentes. De acuerdo con su situación. ¿Qué le vamos a llevar nosotros? Somos una comunidad parroquial esplendida y nuestro pueblo y sus gentes son maravillosa. Hasta la Junta de Extremadura quiere llevar su regalo al Niño que va a nacer, al declarar a Su Casa, el templo parroquial de Malpartida, como bien de interés cultural. Aquí hay mucha generosidad, con los afectados por la DANA, con Mozambique, la India, con Cáritas. Se demostró en la pandemia del covid 19, en cualquier colecta de solidaridad. Llevando a la residencia de mayores la alegría, enseñando a los niños el buen trato hacia los mayores, tanto en el instituto, como en el colegio y la guardería. Compartiendo amistad, alegría, cultura y fraternidad en el club la Paz, y tantas excelentes asociaciones y corales que tan buenos ratos nos hacen pasar con sus amenizaciones continuas… que tenemos. Cofradías entusiastas, que favorecen la religiosidad popular con gusto y entrega. Un sacerdote y unas hermanas que, en silencio, pero con amabilidad y cariño atienden espiritualmente a niños, enfermos, ancianos… a los que sufren tristeza, dolor, duelos y carencias de cualquier tipo… Dan formación religiosa con las abnegadas y animosas catequistas, que a veces sin poder siguen aportando su saber y alegría. Les llevan los sacramentos y el amor misericordioso de Dios, que viene para todos, todos, todos, sin excepción…

 Si a este cielo que es Malpartida, con su Semana Santa, San Isidro, sus paraguas de colores, museos y todas sus fiestas, habidas y por haber añadimos un poquito más de compromiso, de valores cristianos, humanos y éticos, que hemos recibido, pero los estamos perdiendo, estaríamos preparando un lugar celestial maravilloso para que Jesús tenga una gran ilusión por venir a nacer en nuestros corazones, nuestra parroquia y nuestra muy querida Malpartida. Si en la humanidad luchamos con dialogo por la paz, por el problema de los emigrantes, si evitamos abortos, vientres de alquiler y favorecemos a las familias. Si cuidamos con cariño y ternura como merecen, los ancianos y enfermos, con paliativos, sí, todos los que sean precisos, pero sin eutanasia, que se presta a que todo el que moleste se le ponga una simple inyección y así solucionan el problema. Si resolvemos la violencia de género, la trata de personas y nos comportamos humanamente con el prójimo… Jesús se volverá loco de alegría de venir a nacer a este mundo, lo acogerán los brazos amorosos de su Madre y a San José, se le caerá la baba con lo que ve. Ese calor humano que recibió Jesús al nacer, es el que tanto necesita nuestro mundo de hoy y como Él lo tiene, lo quiere compartir con nosotros.

 También en este marco festivo de la Navidad, comienza el año Jubilar de la “Esperanza” y hemos de ser nosotros signo de esperanza para pobres, presos, jóvenes sin horizonte y los niños asustados por las bombas de tantas guerras y tristes por tantas rupturas, sin juguetes, con frio y sin mantas, con hambre en los campamentos de refugiados… Todos en estos días nos deseamos la paz, el amor y la felicidad. (Que no sean solo palabras vacías). Tengamos unas palabras de esperanza. Seamos signo de esperanza y vivamos nosotros mismo la esperanza de que este Niño que nos va a nacer “es nuestra esperanza, nuestra paz, nuestra alegría y nuestra Salvación”.

 Por eso y para todos, de corazón os deseo mi más sincera: (Tirando un beso a la comunidad)

FELIZ NAVIDAD.

Maribel Reveriego

 

 

 

 

INTENCIONES DE ORACIÓN

“El Papa Francisco confía cada mes a su Red Mundial de Oración, intenciones de oración que expresan sus grandes preocupaciones por la humanidad y por la misión de la Iglesia”, afirma el sitio web de la iniciativa.

“Su intención de oración mensual es una convocatoria mundial para transformar nuestra plegaria en «gestos concretos», es una brújula para una misión de compasión por el mundo”, agrega.

Este mes de enero oramos Por el derecho a la educación.

Oremos para que migrantes, refugiados y afectados por las guerras vean siempre respetado su derecho a la educación, necesaria para construir un mundo mejor.

La Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española aprobó en su 121º reunión, que tuvo lugar del 17 al 21 de abril de 2023, las intenciones de la CEE para el año 2024 por las que reza la Red Mundial de Oración del Papa (Apostolado de la Oración).

Enero: Por los frutos del Jubileo de la Encarnación y por los fieles de España que peregrinarán a Roma en 2025, para que, por la gracia jubilar, vivan como peregrinos de esperanza y comuniquen a todos la alegría del Evangelio.

EL SANTO DE LA SEMANA: SAN SILVESTRE

De la Roma pagana a la cristiana

San Silvestre es el primer Papa de una Iglesia que ya no tiene que esconderse en las catacumbas a causa de las persecuciones de los primeros siglos. En efecto, en el año 313, durante el papado del africano Melquíades, los emperadores Constantino y Licinio concedieron plena libertad de culto a los cristianos.

Al año siguiente, Silvestre, sacerdote romano, es elegido Papa. Se desconoce el año de su nacimiento; sin embargo, según el Liber Pontificalis, era hijo de un cierto Rufino romano. Silvestre guió el pasaje de la Roma pagana a la Roma cristiana, y asistió a la construcción de las grandes basílicas constantinianas.

Siempre según el Liber Pontificalis, el Papa Silvestre sugirió a Constantino la fundación de la Basílica de San Pedro en la colina del Vaticano, sobre la tumba del apóstol. Gracias a la colaboración entre Constantino y Silvestre, también surgieron la basílica y el baptisterio de Letrán -cerca del ex palacio imperial donde comenzó a vivir el Pontífice-; la Basílica de la Santa Cruz en Jerusalén; y la Basílica de san Pablo Extramuros.

La memoria de Silvestre está, sin embargo, unida principalmente a la iglesia “in titulus Equitii” que toma el nombre de un presbítero romano que se dice que erigió esta iglesia en su propiedad. Dicha iglesia se encuentra aún cerca de las termas de Trajano, junto a la Domus Aurea.

Papa “confesor de la fe

Es incierto el papel de Silvestre en las negociaciones sobre donatistas en Arles y sobre el arrianismo en el primer Concilio ecuménico de la historia, desarrollado en Nicea en el 325. Según algunos, ni siquiera pudo intervenir. Pero debe haber impresionado a sus contemporáneos, ya que, apenas fallecido, fue honrado de inmediato públicamente como “Confesor”. Es más, estuvo entre los primeros en recibir este título, atribuido desde el siglo IV en adelante a quien, aunque no fue mártir, transcurrió una vida sacrificada a Cristo. Sin duda, el Papa contribuyó además al desarrollo de la liturgia: cambió para la liturgia los nombres de los días de la semana que recuerdan divinidades paganas, dejando con nombre sólo el Sábado y el Domingo y llamando «ferias» con su respectivo ordinal a los demás días, tal como se usa en portugués.

Durante su papado, probablemente fue escrito el primer martirologio romano. Al Papa Silvestre se le atribuye también el haber marcado las bases del derecho canónico, así como la creación de la escuela romana de canto.

La Milicia de Oro

San Silvestre Papa es el patrono de la orden caballeresca llamada Milicia de Oro u Orden de la Espuela de oro, cuya creación es atribuida tradicionalmente al emperador Constantino.

Después de varias vicisitudes en el transcurso de los siglos, el Papa Gregorio XVI, en el ámbito de una gran reforma de las órdenes ecuestres, separó la orden de San Silvestre Papa de la Milicia de Oro, asignándole sus propios estatutos. En 1905, el Papa Pío X aportó ulteriores modificaciones, aún vigentes.

NUEVO CICLO DE CATEQUESIS DEL PAPA: JESUCRISTO, NUESTRA ESPERANZA.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy comenzamos el ciclo de catequesis que se desarrollará durante todo el Año Jubilar. El tema es «Jesucristo nuestra esperanza»: Él es, en efecto, la meta de nuestra peregrinación, y Él mismo es el camino, la senda a seguir.

La primera parte tratará de la infancia de Jesús, que nos narran los evangelistas Mateo y Lucas (cf. Mt 1-2; Lc 1-2). Los Evangelios de la infancia relatan la concepción virginal de Jesús y su nacimiento del vientre de María; recuerdan las profecías mesiánicas cumplidas en Él y hablan de la paternidad legal de José, que injertó al Hijo de Dios en el «tronco» de la dinastía davídica. Se nos presenta a un Jesús recién nacido, niño y adolescente, sumiso a sus padres y, al mismo tiempo, consciente de que está totalmente entregado al Padre y a su Reino. La diferencia entre los dos evangelistas es que mientras Lucas relata los acontecimientos a través de los ojos de María, Mateo lo hace a través de los de José, insistiendo en una paternidad tan inédita.

Mateo abre su Evangelio y todo el canon del Nuevo Testamento con la «genealogía de Jesucristo hijo de David, hijo de Abraham» (Mateo 1:1). Se trata de una lista de nombres ya presentes en las Escrituras hebreas, para mostrar la verdad de la historia y la verdad de la vida humana. De hecho, «la genealogía del Señor es la verdadera historia, en la que están presentes algunos nombres, por así decir, problemáticos, y se subraya el pecado del rey David (cf. Mt 1,6). Todo, sin embargo, termina y florece en María y en Cristo (cf. Mt 1,16)» (Carta sobre la renovación del estudio de la historia de la Iglesia, 21 de noviembre de 2024). Aparece, pues, la verdad de la vida humana que pasa de una generación a otra entregando tres cosas: un nombre que encierra una identidad y una misión únicas; la pertenencia a una familia y a un pueblo; y finalmente la adhesión de fe al Dios de Israel.

La genealogía es un género literario, es decir, una forma adecuada a transmitir un mensaje muy importante: nadie se da la vida a sí mismo, sino que la recibe como don de otros; en este caso, se trata del pueblo elegido, y de los que heredan el depósito de la fe de sus padres: al transmitir la vida a sus hijos, les transmiten también la fe en Dios.

Pero a diferencia de las genealogías del Antiguo Testamento, en las que sólo aparecen nombres masculinos, porque en Israel es el padre quien impone el nombre a su hijo, en la lista de Mateo de los antepasados de Jesús también aparecen mujeres. Encontramos a cinco de ellas: Tamar, la nuera de Judá que, al quedarse viuda, se hace pasar por prostituta para asegurar una descendencia a su marido (cf. Gn 38); Racab, la prostituta de Jericó que permite a los exploradores judíos entrar en la tierra prometida y conquistarla (cf. Stg 2); Rut, la moabita que, en el homónimo libro, permanece fiel a su suegra, cuida de ella y se convertirá en bisabuela del rey David; Betsabé, con la que David comete adulterio y, tras hacer matar a su marido, genera a Salomón (cf. 2 Sam 11); y, por último, María de Nazaret, esposa de José, de la casa de David: de ella nace el Mesías, Jesús.

Las cuatro primeras mujeres están unidas no por el hecho de ser pecadoras, como a veces se dice, sino por el hecho de ser extranjeras para el pueblo de Israel. Lo que Mateo destaca es que, como ha escrito Benedicto XVI, «a través de ellas… el mundo de los gentiles entra en la genealogía de Jesús: se manifiesta su misión a los judíos y a los paganos» (La infancia de Jesús, Milán-Ciudad del Vaticano 2012, 15).

Mientras las cuatro mujeres anteriores se mencionan junto al hombre que nació de ellas o al que lo generó, María, al contrario, adquiere un particular relieve: marca un nuevo comienzo, ella misma es un nuevo comienzo, porque en su historia ya no es la criatura humana la protagonista de la generación, sino Dios mismo. Esto se desprende claramente del verbo «nació»: «Jacob fue padre de José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo» (Mt 1,16). Jesús es hijo de David, injertado por José en esa dinastía y destinado a ser el Mesías de Israel, pero también es hijo de Abraham y de mujeres extranjeras, destinado por tanto a ser la «Luz para iluminar las naciones paganas» (cf. Lc 2,32) y el «Salvador del mundo» (Jn 4,42).

El Hijo de Dios, consagrado al Padre con la misión de revelar su Rostro (cf. Jn 1,18; Jn 14,9), entra en el mundo como todos los hijos del ser humano, hasta el punto de que en Nazaret se le llamará «hijo de José» (Jn 6,42) o «hijo del carpintero» (Mt 13,55). Verdadero Dios y verdadero hombre.

Hermanos y hermanas, despertemos en nosotros el recuerdo agradecido hacia nuestros antepasados. Y, sobre todo, demos gracias a Dios, que, a través de la Madre Iglesia, nos ha generado a la vida eterna, la vida de Jesús, nuestra esperanza.

Fuente: The Holy See

SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS

La Solemnidad de Santa María Madre de Dios es la primer Fiesta Mariana que apareció en la Iglesia Occidental, su celebración se comenzó a dar en Roma hacia el siglo VI, probablemente junto con la dedicación –el 1º de enero– del templo “Santa María Antigua” en el Foro Romano, una de las primeras iglesias marianas de Roma.

La antigüedad de la celebración mariana se constata en las pinturas con el nombre de “María, Madre de Dios” (Theotókos) que han sido encontradas en las Catacumbas o antiquísimos subterráneos que están cavados debajo de la ciudad de Roma, donde se reunían los primeros cristianos para celebrar la Misa en tiempos de las persecuciones.

Más adelante, el rito romano celebraba el 1º de enero la octava de Navidad, conmemorando la circuncisión del Niño Jesús. Tras desaparecer la antigua fiesta mariana, en 1931, el Papa Pío XI, con ocasión del XV centenario del concilio de Éfeso (431), instituyó la Fiesta Mariana para el 11 de octubre, en recuerdo de este Concilio, en el que se proclamó solemnemente a Santa María como verdadera Madre de Cristo, que es verdadero Hijo de Dios; pero en la última reforma del calendario –luego del Concilio Vaticano II– se trasladó la fiesta al 1 de enero, con la máxima categoría litúrgica, de solemnidad, y con título de Santa María, Madre de Dios.

De esta manera, esta Fiesta Mariana encuentra un marco litúrgico más adecuado en el tiempo de la Navidad del Señor; y al mismo tiempo, todos los católicos empezamos el año pidiendo la protección de la Santísima Virgen María.

El Concilio de Éfeso

En el año de 431, el hereje Nestorio se atrevió a decir que María no era Madre de Dios, afirmando: “¿Entonces Dios tiene una madre? Pues entonces no condenemos la mitología griega, que les atribuye una madre a los dioses”. Ante ello, se reunieron los 200 obispos del mundo en Éfeso –la ciudad donde la Santísima Virgen pasó sus últimos años– e iluminados por el Espíritu Santo declararon: “La Virgen María sí es Madre de Dios porque su Hijo, Cristo, es Dios”. Y acompañados por todo el gentío de la ciudad que los rodeaba portando antorchas encendidas, hicieron una gran procesión cantando: «Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén».

Asimismo, San Cirilo de Alejandría resaltó: “Se dirá: ¿la Virgen es madre de la divinidad? A eso respondemos: el Verbo viviente, subsistente, fue engendrado por la misma substancia de Dios Padre, existe desde toda la eternidad… Pero en el tiempo él se hizo carne, por eso se puede decir que nació de mujer”.

Madre del Niño Dios

“He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra”

Es desde ese fiat, hágase que Santa María respondió firme y amorosamente al Plan de Dios; gracias a su entrega generosa Dios mismo se pudo encarnar para traernos la Reconciliación, que nos libra de las heridas del pecado.

La doncella de Nazareth, la llena de gracia, al asumir en su vientre al Niño Jesús, la Segunda Persona de la Trinidad, se convierte en la Madre de Dios, dando todo de sí para su Hijo; vemos pues que todo en ella apunta a su Hijo Jesús.

Es por ello, que María es modelo para todo cristiano que busca día a día alcanzar su santificación. En nuestra Madre Santa María encontramos la guía segura que nos introduce en la vida del Señor Jesús, ayudándonos a conformarnos con Él y poder decir como el Apóstol “vivo yo más no yo, es Cristo quien vive en mí”.

LA ENCARNACIÓN COMO CONVERSACIÓN

En la teología de Tomás de Aquino, el término “conversación” resulta de lo más adecuado para explicar el misterio de la Encarnación. La encarnación es una conversación de Dios con el ser humano. Por cierto, también el Vaticano II entiende que la revelación es una conversación de Dios con sus amigos, los seres humanos, y cita Bar 3,38: “Dios apareció en la tierra y conversó con los hombres”. Pero dejo el Concilio y me centro en Tomás de Aquino.

Posiblemente el más conocido de los himnos eucarísticos compuestos por nuestro santo es el Pange lingua. ¿Qué debe cantar la lengua? El misterio del glorioso cuerpo y la preciosa sangre de Cristo que, nacido de una virgen inmaculada, conversó con el mundo (et in mundo conversatus) sembrando la semilla de su palabra. Desgraciadamente las traducciones del término “conversatio” no expresan toda la fuerza que tiene, entre otras cosas, porque buscan sinónimos y olvidan la palabra tan castellana de “conversación”.

En la tercera parte de la Suma de Teología, tratando de la Encarnación, santo Tomás dedica una cuestión al tipo de conversación que Cristo tenía con nosotros. Por “género de vida” han traducido al español la pregunta que el santo formula por el tipo conversación que Cristo tenía con nosotros: de modo conversationis Christi. Y lo primero que plantea es si Cristo debía conversar con los hombres o vivir en soledad. La dificultad estaría en que, si Cristo era Dios, no es adecuado para Dios conversar con los hombres. Sin embargo, dice el santo, la conversación es lo que más conviene al fin de la encarnación, pues conversando familiarmente con los hombres nos dio confianza y nos acercó a él. “Cristo quiso manifestar su divinidad por medio de su humanidad. Y por eso, conversando con los hombres, lo que es una actitud propia del hombre, manifestó a todos su divinidad, predicando y haciendo milagros, y llevando entre los mismos una vida inocente y justa”. El texto bíblico de referencia que utiliza Tomás es el mismo que utiliza el Vaticano II, a saber, Baruc 3,38: “Dios se dejó ver en la tierra y conversó con los hombres”.

En sus comentarios bíblicos Tomás de Aquino utiliza con frecuencia el término conversación. Me limito a traducir lo que escribe al final de su comentario a Jn 1,14. El evangelista dice que la Palabra habitó entre nosotros “para mostrar la admirable conformidad de la Palabra respecto de los hombres, con los que ha conversado de tal modo que parecía uno de ellos. Pues no solo en la naturaleza quiso asimilarse a los hombres, sino también en la convivencia y en la conversación familiar, cuando quiso estar con ellos para atraer a Sí a los hombres por la dulzura de su conversación”.

Conversar implica atención, cercanía, interés por los problemas y necesidades del otro, familiaridad, intimidad. Conversar es dialogar, entrar en relación. No imponer desde arriba, sino buscar una relación horizontal entre amigos. Así es como Cristo quiso estar entre nosotros. Ese es el misterio de la Encarnación según Tomás de Aquino.

Martín Gelabert. Blog Nihil Obstat