Cuando hacemos oración, María nos resulta una buena maestra de oración. Ella escuchó la voz del Señor y mantuvo diálogos personales de intimidad y profundidad durante la mayor parte de su vida. Para aprender de María, en primer lugar, recorreremos los lugares de su vida preguntándonos lo que nos revelan de la identidad de María y cuáles son los espacios interiores en los que María nos pide vivir en la actualidad.
María escuchó la voz del ángel y acogió la voluntad del Padre. Al encarnar a Jesús crea con él un vínculo maternal y espiritual que le permite vivir siempre en su presencia. Con su vida, María nos enseña a escuchar, a confiar y a decir “sí” a Dios, como lo hizo en la Anunciación.
Belén, la ciudad donde nació Jesús, nos revela el poder de la humildad y la confianza en Dios. Es un lugar pequeño, pero lleno de significado: allí María nos invita a confiar en el plan del Padre.
Galilea, un crisol de culturas y razas, nos habla de la acogida y la apertura. Allí, María vivió en sencillez y nos enseña a aceptar la diversidad y las diferencias con amor.
Nazaret, el pueblo insignificante donde María vivió en el anonimato, es un recordatorio de que, en lo escondido, el Señor obra maravillas. Desde allí, nos invita a mirar la vida desde el corazón, en lo profundo y silencioso.
En cada aparición, María nos llama a acercarnos a su Hijo. Nos guía hacia el interior, a nuestra morada más profunda, donde se encuentra la paz, la confianza y la gracia.
María es madre, maestra y compañera en el camino hacia Dios. Nos coge de la mano y nos conduce al lugar más escondido: el corazón, donde siempre nos espera la presencia de ”ios.
Cuando María se aparece por todo el mundo, los lugares donde lo hace tienen unos puntos en común con los lugares bíblicos donde ella estuvo y vivió.
Por eso, cuando hacemos oración, María nos resulta una buena maestra de oración. Ella escuchó la voz del Señor y mantuvo diálogos personales de intimidad y profundidad durante la mayor parte de su vida. Para aprender de María, en primer lugar, recorreremos los lugares de su vida preguntándonos lo que nos revelan de la identidad de María y cuáles son los espacios interiores en los que María nos pide vivir en la actualidad.
Este libro recoge las escasas palabras de María que transmiten los evangelios. O, por decirlo de otro modo, en qué y de qué modo nos enseña María a situarnos en nuestras relaciones delante de las personas y los acontecimientos.
Además, interroga a mujeres, a santas que han tenido una relación única con María. Este texto estará puntuado por frases extraídas del himno Acatisto de tradición ortodoxa. Nos llevarán hacia una nueva y profunda revelación de la presencia de María para cada uno de nosotros.
Los lugares geográficos y espirituales de María.
En la oración, la palabra de Dios recurre constantemente a estos cuatro niveles para llevarnos a un viaje al interior, del mundo exterior o físico al mundo interior.
El primer nivel atañe a nuestra lectura o escucha «literal», es decir, lo que se nos da a leer o a escuchar sin ningún tipo de interrogación. El segundo nivel nos lleva a escuchar bajo la forma de la alusión, la sugerencia o la evocación. El tercer nivel es el nivel de la interpretación o de la aclaración. El cuarto nivel es el nivel de la revelación del misterio.
Los lugares físicos donde vivió y se estableció María no son en absoluto anodinos. Existe un nexo entre la identidad de María y los lugares donde vivió. Si los evangelistas subrayaron estos distintos lugares es porque querían decirnos algo en particular. Por este motivo, nuestro artículo comienza observando las regiones y las ciudades donde vivió María. Este enfoque va a permitirnos acercarnos a ella. Poco a poco nos revelará los distintos significados espirituales de estos lugares y nos introducirá en una relación más cercana y viva con ella.
Por eso, los lugares bíblicos donde descubrimos a María son el primer objeto de nuestro estudio orante. Nos ha parecido importante hacer hablar a los lugares donde ella estuvo, donde se quedó y de los que se fue. Si nos encontramos con alguien por primera vez, le preguntaremos por su ciudad y su casa: «¿Dónde vives? ¿Dónde resides?» El lugar donde vive, así como su nombre forman parte de la identidad de la persona.
El primero es Belén. Belén es importante en la geografía bíblica, es el lugar de origen de David, un pequeño pastor cuyo nombre significa «bien amado». También allí el sucesor del rey David, el Mesías, debía nacer como lo anunció el profeta Miqueas:
«Y tú, Belén Efratá, pequeña entre los clanes de Judá, de ti voy a sacar al que ha de gobernar Israel» (Miq 5,1).
Esta pequeñísima ciudad, calificada también como Efratá, que quiere decir la fecunda, es el lugar donde María dio a luz a Jesús. Vivir con María en Belén es vivir en el conocimiento y la confianza del Padre, en su reconocimiento pleno y total y no bajo el reconocimiento de los hombres que son los que la van a perseguir y expulsar de Belén.
Galilea. Situada al norte de Israel, montañosa y verde, está bañada por el Jordán y bordeada por el lago de Tiberiades. En la época de María encontramos a pescadores, pastores, viñadores y otros cultivadores de olivos, fruta y cereales. Es una región más tranquila que Jerusalén, sometida como Judea y Samaria a la dominación de Roma. La Galilea es a menudo despreciada por los habitantes de Jerusalén.
Vivir en Galilea quiere decir vivir en un lugar de paso, de mestizaje y de diversidad donde nada es monolítico. Es un lugar donde la diferencia es vivida simplemente en la aceptación y la acogida. Es la región de los inicios, de los comienzos, donde todo está por recibirse y por construirse, lejos de la opinión de los poderosos de Jerusalén.
En la región de Galilea aparecen tres pequeñas ciudades en los relatos evangélicos: Cafarnaúm, Caná y Nazaret.
En Nazaret de Galilea. Nazaret es el lugar de la juventud de Jesús, con María y José. En el momento de la Anunciación, María y José vivían en Nazaret, pero no se sabe si era su lugar de origen (Lc 1,26; Lc 2,4 y Lc 2,39). A su regreso, después de la huida a Egipto, José regresa a Nazaret con su familia (Mt 2,23). Jesús crece y pasa una gran parte de su vida allí (Mt 4,13; Mc 1,9; Lc 2,51; Lc 4,16). Ahora bien, la ciudad solo es mencionada nueve veces en toda la Biblia. Un pueblo que no se menciona en absoluto en todo el Antiguo Testamento. Nazaret no aparece en las profecías ni en los libros históricos y los salmos. Un lugar desconocido, donde no pasa nada: ninguna huella. (A menudo, las apariciones de María tienen lugar en pueblos perdidos en la montaña o en los campos: Fátima, la Salette, Tepeyac, Champion, Igrista, etc.). Nazaret es un pueblo desconocido, escondido e incluso insignificante.
Las palabras de María.
María, cuya voz oímos tan poco en los evangelios, pronunció siete frases. Están acompañadas de actitudes gestuales y posicionamientos interiores. Nos toca a nosotros captarlas con los oídos del corazón para acogerlas y «conservarlas» en lo profundo de nuestro corazón.
¿Cómo será eso? La primera palabra expresa la necesidad de María de conocer la promesa del Señor de modo completo. Al aceptar lo que le anuncia el ángel, María no solamente aparece como una colaboradora del Señor, sino que también muestra su confianza y su inmenso valor ante de los riesgos que representa lo que se le ha comunicado. Su vigor y su fuerza son los de un patriarca, no abdica su razón y no confía ciegamente. En cierto modo, se «enfrenta» al ángel con su interrogación: «¿Cómo?».
Hágase en mí según tu palabra. Después del «cómo» de María hemos decidido seguir con la segunda parte de la frase que concluye este relato: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». María pronuncia así un sí sin reservas ni condiciones. María da su consentimiento a esta llamada. Con esta respuesta nos muestra su confianza total y definitiva. Supera su fragilidad apoyándose en su relación con el Señor. Por eso acoge, consiente y acepta con toda su inteligencia y voluntad. El consentimiento de María es el signo de su libertad liberada. Es liberada del miedo, de la voluntad de control, del miedo a lo desconocido. Porque cuando se pasa el umbral de la confianza radical, se ofrece una libertad mucho mayor: la libertad de poder orientar su voluntad hacia lo esencial,
¿Por qué nos has tratado así? El episodio del niño Jesús perdido en el Templo de Jerusalén lleva a su madre a hablar así. Muchos padres han podido hacer esta pregunta a sus hijos. Esta legítima interrogación no es ni un juicio ni una condena. María, responsable de su hijo Jesús, empieza a vivir una forma de desprendimiento. Ya no puede mantener ni retener a su hijo. Después de tres días de búsqueda angustiosa, María está llamada a asumir una completa novedad que entra dentro del misterio: «Mira, hago nuevas todas las cosas»
María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Para finalizar esta parte sobre las palabras de María en los evangelios, no hemos elegido una frase, sino una actitud interior: ¿de qué modo retiene María las palabras vivas que son los acontecimientos? ¿Y dónde las conserva? ¿Cómo vela en ellas? ¿Dónde las medita?
María nunca está en la reflexión cerebral ni en las interrogaciones mentales. Se sitúa y se posiciona dentro y a partir de su corazón. No está en su cabeza, ni en sus emociones, está en su corazón. La gracia que otorga María a quienes la frecuentan es descender y volver al corazón. Este corazón es el lugar de nuestra más profunda identidad. El silencio interior se experimenta en la oración y la meditación.
Meditar es entrar en el «Paraíso», como ya hemos descrito al inicio de este texto. En efecto, meditar es atravesar los distintos niveles de lectura: en primer lugar, es atravesar la comprensión literal y simple (incluso simplificadora), a continuación, recorrer el segundo nivel relacionado con el símbolo y abrirse de este modo al tercer nivel, el de la búsqueda que hace que entremos en una luz e inteligencia nuevas de las Escrituras, la del corazón, para alcanzar el último nivel, el del secreto de Dios.
María es la que nos enseña a meditar para descender en lo secreto del corazón de su Hijo, el Verbo de Dios.
La meditación de María se practica en la fe, que es una tensión continua hacia el Padre; en la esperanza, que es la certeza de que estas realidades están en nosotros a la espera de ser recogidas ya que la esperanza está relacionada con la presencia del Hijo hacia el Padre; y en la caridad, que unifica ya que es obra del Espíritu de Dios.
Unas mujeres santas y María
Este tercer punto nos transporta hacia otros lugares geográficos y espirituales. Dos mujeres francesas recibieron la visita de maría, en distintos lugares, en distintos momentos, pero siempre con un mismo espíritu de afecto y consolación.
En 1830 se aparece a Sta. Catalina Laburé, María se hace tan accesible porque quiere evitar el temor y el miedo. Ella desea la salvación para cada uno, la curación, la liberación traída por su hijo Jesús. Como cualquier madre, conoce la rebeldía, la vergüenza o la indiferencia de sus hijos. Sus apariciones a Catalina dan testimonio de su fuerza luminosa para implicarnos con ella y hacer que seamos verdaderos hijos del mismo Padre.
Unos años más tarde, en 1858 y en una aldea perdida del sur de Francia, en Lourdes, María se aparece a Santa Bernadette. Le pide que se acerque a ella, pero la niña tiene miedo. Finalmente terminan rezando el rosario juntas. María señala a Bernardette un pequeño regacho de agua al fondo de la cueva. Cuando la niña lo limpia empieza a brotar con más fuerza y la fuente ya no se seca. En la actualidad, sigue manando en Lourdes después de más de 150 años. Se va allí a orar, arrodillarse, confiarse y bañarse en el agua de las piscinas. Esta agua, que no deja de brotar, rebosa como las gracias que la Madre de Jesús quiere darnos. Ninguna restricción ni formalidad ni permiso para poder beber gratuitamente esta agua. Esta peregrinación hacia la fuente pone a prueba al corazón: es la puesta al día de las duplicidades, las traiciones y las mentiras. En el fondo del «pozo», después de haber extraído piedras y lodazal, brotará un poco de agua clara. Una fuente interior de paz, autenticidad y claridad. La pedagogía de María para conducirnos en este camino es la de una madre paciente, sonriente y cercana.
Lourdes habla al corazón y cuenta la vida de Dios.
Hemos abierto la puerta a María para que esté con nosotros y en nuestra casa. También nosotros «recibimos» con el evangelista Juan a María en nuestra casa, gracias a ella encontramos nuestro sitio cada día. Al hacerlo, su presencia se revela a lo largo de sus palabras y sus peregrinaciones. Comparte así con nosotros su ímpetu de vida. Porque María, madre, hermana y compañera, es la que nos coge de la mano a cada uno de nosotros para llevarnos hacia nuevas tierras. Las peregrinaciones hacia las que nos guía se llaman interioridad, confianza y memoria. Todo esto con el fin de hacer nacer en nosotros la vida del Espíritu Santo. Nos lleva dentro de nosotros, al fondo de nuestro fondo, al centro de nuestro ser, a nuestra morada más escondida, a ese lugar del corazón. Es el don que ella nos hace porque allí está ella, siempre. Es el corazón totalmente abierto a la gracia y al Espíritu Santo. Es su identidad.