LA BÚSQUEDA DE DIOS

No es suficiente con que Dios nos busque a nosotros. No podemos sentarnos y esperar con los brazos cruzados a que Dios nos encuentre.

Es necesario que también nosotros busquemos a Dios. Para que se dé el encuentro al que Dios nos llama y para el que ya ha puesto todo de su parte y que es lo único que nos da plenitud humana, cristiana y en la vida contemplativa- hay que escuchar, responder, dejar actuar a Dios.

Ese encuentro que Dios quiere, no se produce sin nuestra colaboración, sin nuestro permiso.

«Dios nos visita frecuentemente. La mayoría de las veces no estamos en casa», dice un proverbio africano. Y es verdad: andamos tan dispersos y tan acelerados por el activismo que difícilmente Dios nos encuentra en casa.

Para que la búsqueda de Dios hacia nosotros dé su fruto hace falta, por lo menos, que nos dejemos encontrar; pero es mucho mejor si salimos nosotros a su encuentro por el mismo camino por el que él viene a visitarnos.

Por eso es necesario buscar a Dios, por eso es necesaria una tarea muy concreta por nuestra parte.

Una advertencia importante: la necesidad de nuestra búsqueda no niega que es Dios el que tiene más interés en que se produzca este encuentro y el que ya ha hecho todo lo necesario para que podamos buscarle con éxito.

Tenemos que saber y mantener en nuestro corazón que Dios es el que busca primero y el que nos busca con toda intensidad, aunque experimentemos con frecuencia la lejanía de Dios y nos cueste trabajo, esfuerzo y tiempo encontrarle.

Pero por grande que sea la dificultad y el esfuerzo de purificación y de renuncia para buscar a Dios, no podemos pensar que Dios se esconde o que no quiere encontrase con nosotros, o que esa búsqueda es imposible para nosotros.

Lo que sentimos espontáneamente es la distancia que nos separa de él y lo que nos cuesta a nosotros recorrerla; pero no nos damos cuenta de que somos nosotros los responsables de esa distancia, que si hace falta trabajo y esfuerzo para buscar a Dios es porque nosotros, en nuestro estado actual, no podemos encontrarnos con Dios.

Necesitamos un proceso de transformación para ver a Dios: ésa es la búsqueda de Dios que nosotros tenemos que hacer, pero sabiendo que Dios respalda esta búsqueda.

a) Hemos de comenzar prestando atención a lo que nos dice el profeta Jeremías:

“Me buscaréis y me encontraréis cuando me busquéis de todo corazón; me dejaré encontrar de vosotros” (Jr 29,13).Muchas veces nos quejamos de que Dios está lejos de nosotros, y ponemos como excusa nuestros pequeños esfuerzos para encontrarle (hacemos un poco de oración, nos hemos parado un poco a pensar… y queremos resultados inmediatos).

Pero lo que garantiza encontrar a Dios, según nos dice el profeta, es “buscarle con todo el corazón”. Es decir, sin condiciones, sin reservas; del todo, no a ratos o sólo cuando nos interesa.

Mientras sigamos poniendo otras cosas por encima de la búsqueda de Dios (trabajo, preocupaciones, respetos humanos, perezas), no le buscaremos con todo el corazón y no es extraño que no le encontremos.

Porque la dificultad de ese encuentro no es un largo camino que recorrer para encontrar a Dios -porque Dios está a nuestro lado-, sino un corazón abierto y limpio en el que Dios pueda entrar, por eso hay que buscarle con todo el corazón.

b) También el salmo 69, al que nos hemos referido antes, nos dice todavía más cosas sobre cómo debe ser el que busca a Dios.

“Miradlo, los humildes y alegraos, buscad a Dios y revivirá vuestro corazón” (Sal 69,33).

Es a los «humildes » a los que se manda buscar a Dios. Es a los «pobres » a los que se les promete que Dios les escuchará. El que busca a Dios es el pobre y el pobre busca necesariamente a Dios. Por tanto, el que busca a Dios ha de ser pobre o ha de hacerse pobre, es decir:

Saberse débil y acudir confiadamente a Dios.

Estar necesitado y buscar en Dios la salvación.

Escuchar a Dios con infinito respeto, con sobrecogimiento religioso y obedecer sus palabras.

c) El Salmo 14 nos dice:

“El Señor observa desde el cielo

a los hijos de Adán,

para ver si hay alguno sensato

que busque a Dios”

(Sal 14,2 = 53,3).

El salmo nos habla de dos categorías de hombres:

El necio que vive a espaldas de Dios (que no busca a Dios), que es el malhechor, el injusto, el que no invoca a Dios.

El sensato, el que busca a Dios, el que obra bien. Dios busca desde el cielo a alguien que le busque a él.

El cristiano, especialmente el contemplativo, ha de tener la sensatez de ponderar lo que merece la pena buscar: lo que vale para siempre, lo que no termina, un tesoro que ni la polilla puede roer ni los ladrones robar: la comunión con Dios.

Este salmo nos confirma que no podemos dudar que Dios busca al que le busca, que mira desde el cielo para encontrar verdaderos buscadores de Dios.

d) El salmo 24 identifica más claramente al grupo que busca al Señor. Primero aparece una pregunta en el salmo:

“¿Quién puede subir al monte del Señor?” (Sal 24,6)

Y la respuesta es clara:

“El hombre de manos inocentes,
y puro corazón,
que no confía en los ídolos,
ni jura contra el prójimo en falso.”

Y concluye:

“Este es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia Dios de Jacob.”

Ése es el retrato del verdadero buscador de Dios: el hombre justo, de corazón puro (los limpios de corazón verán a Dios, nos dice el Señor, Mt 5,8), que ha puesto su confianza sólo en Dios.

Esto recitaban los judíos piadosos al acercarse al templo de Jerusalén. Con mayor razón nos lo debemos aplicar nosotros que caminamos a la Jerusalén Celestial. «Este es el grupo que busca al Señor» ha de poder decirse especialmente de los contemplativos, a eso es a lo que debemos ayudarnos con el esfuerzo de cada uno, con el estímulo del mutuo ejemplo, con la corrección fraterna. No buscamos a Dios solos, formamos parte del grupo que busca al Señor.

 Características de la búsqueda de Dios

Podemos terminar estos puntos de oración contemplando las características fundamentales de la búsqueda de Dios. Ya hemos visto dos de ellas:

1º. Lo primero es la llamada de Dios: él despierta nuestro corazón para que le deseemos y le busquemos, nos muestra su rostro para que podamos buscarlo y reconocerlo.

2º. El hombre debe consentir y recibir ese deseo de Dios como un don precioso de Dios y convertirlo en búsqueda activa de Dios para llegar a entrar en la intimidad que nos ofrece.

3º. El deseo de Dios aumenta según vamos sintiendo más cercana su presencia.

Dios no nos sacia como las cosas del mundo. Una vez que tenemos las cosas que tanto deseábamos, o hemos conseguido las metas por las que tanto luchábamos, se satisface el deseo, nos aburren, no nos parecen ya tan valiosas, incluso nos hartan de tal manera que llegamos a aborrecer lo que antes deseábamos fervientemente.

Con Dios sucede al contrario: cuanto más le conocemos y le tenemos más aumenta el deseo de él; se hace mayor la atracción cuanto más cerca está de nosotros. Se trata de una búsqueda que no termina nunca, mientras dura esta vida; una búsqueda que nos produce el vértigo de sabernos más y más atraídos por Dios, según nos vamos acercando a él.

De nuevo podemos apoyarnos en los salmos para profundizar en esta verdad y avivar este deseo creciente en nosotros.

“Como busca la cierva corrientes de agua,                                                                            así mi alma te busca a ti, Dios mío;                                                                                      tiene sed de Dios, del Dios vivo:”

Mercedes Montoya Diaz