JUBILEO DE LOS MOVIMIENTOS, DE LAS ASOCIACIONES Y DE LAS NUEVAS COMUNIDADES. HOMILIA DEL PAPA

Hermanos y hermanas:

«Brilla para nosotros, hermanos, el día grato en que […] Jesucristo, el Señor, después de resucitado y glorificado por su ascensión, envió al Espíritu Santo» (S. Agustín, Sermo 271, 1). Y también hoy se reaviva lo que sucedió en el cenáculo; desciende sobre nosotros el don del Espíritu Santo como un viento impetuoso que sacude, como un fragor que nos despierta, como un fuego que nos ilumina (cf. Hch 2,1-11).

Como hemos escuchado en la primera lectura, el Espíritu lleva a cabo algo extraordinario en la vida de los Apóstoles. Ellos, después de la muerte de Jesús, se habían encerrado en el miedo y en la tristeza, pero ahora reciben finalmente una mirada nueva y una inteligencia del corazón que les ayuda a interpretar los eventos que han sucedido y a tener una íntima experiencia de la presencia del Resucitado: el Espíritu Santo vence su miedo, rompe las cadenas interiores, alivia las heridas, los unge con fortaleza y les da el valor de salir al encuentro de todos para anunciar las obras de Dios.

El texto de los Hechos de los Apóstoles nos dice que, en Jerusalén, en ese momento, había una multitud de las más variadas procedencias, y, aun así, «cada uno los oía hablar en su propia lengua» (v. 6). Y entonces, es así que en Pentecostés las puertas del cenáculo se abren porque el Espíritu abre las fronteras. Como afirma Benedicto XVI: «El Espíritu Santo da el don de comprender. Supera la ruptura iniciada en Babel —la confusión de los corazones, que nos enfrenta unos a otros», y abre las fronteras. […] La Iglesia debe llegar a ser siempre nuevamente lo que ya es:  debe abrir las fronteras entre los pueblos y derribar las barreras entre las clases y las razas. En ella no puede haber ni olvidados ni despreciados. En la Iglesia hay sólo hermanos y hermanas de Jesucristo libres (Homilía de Pentecostés, 15 mayo 2005).

Esta es una imagen elocuente de Pentecostés sobre la que quisiera detenerme con ustedes para meditarla.

El Espíritu abre las fronteras, ante todo, dentro de nosotros. Es el Don que abre nuestra vida al amor. Y esta presencia del Señor disuelve nuestras durezas, nuestras cerrazones, los egoísmos, los miedos que nos paralizan, los narcisismos que nos hacen girar sólo en torno a nosotros mismos. El Espíritu Santo viene a desafiar, en nuestro interior, el riesgo de una vida que se atrofia, absorbida por el individualismo. Es triste observar como en un mundo donde se multiplican las ocasiones para socializar, corremos el riesgo de estar paradójicamente más solos, siempre conectados y sin embargo incapaces de “establecer vínculos”, siempre inmersos en la multitud, pero restando viajeros desorientados y solitarios.

El Espíritu de Dios, en cambio, nos hace descubrir un nuevo modo de ver y de vivir la vida. Nos abre al encuentro con nosotros mismos, más allá de las máscaras que llevamos puestas; nos conduce al encuentro con el Señor enseñándonos a experimentar su alegría; nos convence —según las mismas palabras de Jesús apenas proclamadas— de que sólo si permanecemos en el amor recibimos también la fuerza de observar su Palabra y, por tanto, de ser transformados por ella. Abre las fronteras en nuestro interior, para que nuestra vida se convierta en un espacio hospitalario.

El Espíritu abre también las fronteras en nuestras relaciones. En efecto, Jesús dice que este Don es el amor entre Él y el Padre que viene a habitar en nosotros. Y cuando el amor de Dios mora en nosotros, somos capaces de abrirnos a los hermanos, de vencer nuestras rigideces, de superar el miedo hacia el que es distinto, de educar las pasiones que se sublevan dentro de nosotros. Pero el Espíritu transforma también aquellos peligros más ocultos que contaminan nuestras relaciones, como los malentendidos, los prejuicios, las instrumentalizaciones. Pienso también —con mucho dolor— en los casos en que una relación se intoxica por la voluntad de dominar al otro, una actitud que frecuentemente desemboca en violencia, como desgraciadamente demuestran los numerosos y recientes casos de feminicidio.

El Espíritu Santo, en cambio, hace madurar en nosotros los frutos que ayudan a vivir relaciones auténticas y sanas: «amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza» (Gal 5,22). De este modo, el Espíritu expande las fronteras de nuestras relaciones con los demás y nos abre a la alegría de la fraternidad. Y este es un criterio decisivo también para la Iglesia; somos verdaderamente la Iglesia del Resucitado y los discípulos de Pentecostés sólo si entre nosotros no hay ni fronteras ni divisiones, si en la Iglesia sabemos dialogar y acogernos mutuamente integrando nuestras diferencias, si como Iglesia nos convertimos en un espacio acogedor y hospitalario para todos.

Para concluir, el Espíritu abre las fronteras también entre los pueblos. En Pentecostés los Apóstoles hablan las leguas de aquellos que encuentran y el caos de Babel es finalmente apaciguado por la armonía generada por el Espíritu. Las diferencias, cuando el Soplo divino une nuestros corazones y nos hace ver en el otro el rostro de un hermano, no son ocasión de división y de conflicto, sino un patrimonio común del que todos podemos beneficiarnos, y que nos pone a todos en camino, juntos, en la fraternidad.

El Espíritu rompe las fronteras y abate los muros de la indiferencia y del odio, porque “nos enseña todo” y nos “recuerda las palabras de Jesús” (cf. Jn 14,26); y, por eso, lo primero que enseña, recuerda e imprime en nuestros corazones es el mandamiento del amor, que el Señor ha puesto en el centro y en la cima de todo. Y donde hay amor no hay espacio para los prejuicios, para las distancias de seguridad que nos alejan del prójimo, para la lógica de la exclusión que vemos surgir desgraciadamente también en los nacionalismos políticos.

Precisamente celebrando Pentecostés, el Papa Francisco observaba que «Hoy en el mundo hay mucha discordia, mucha división. Estamos todos conectados y, sin embargo, nos encontramos desconectados entre nosotros, anestesiados por la indiferencia y oprimidos por la soledad» (Homilía, 28 mayo 2023). Y de todo esto son una trágica señal las guerras que agitan nuestro planeta. Invoquemos el Espíritu de amor y de paz, para que abra las fronteras, abata los muros, disuelva el odio y nos ayude a vivir como hijos del único Padre que está en el cielo.

Hermanos y hermanas: ¡Por Pentecostés se renueva la Iglesia y el mundo! Que el viento vigoroso del Espíritu venga sobre nosotros y dentro de nosotros, abra las fronteras del corazón, nos dé la gracia del encuentro con Dios, amplíe los horizontes del amor y sostenga nuestros esfuerzos para la construcción de un mundo donde reine la paz.

Que María Santísima, Mujer de Pentecostés, Virgen visitada por el Espíritu, Madre llena de gracia, nos acompañe e interceda por nosotros.

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EL ESPÍRITU SANTO RECIBE UNA MISMA ADORACIÓN

El Concilio de Nicea confesó la divinidad del Hijo, “Dios verdadero de Dios verdadero” y “de la misma naturaleza del Padre”. Pero no se ocupó de la divinidad del Espíritu Santo. Pocos años después de acabado el Concilio de Nicea, Macedonio, Patriarca de Constantinopla, la nueva capital imperial, negó la divinidad del Espíritu Santo. Esto provocó que, en el año 381, se reuniera en Constantinopla el segundo concilio ecuménico que completó la profesión de fe de Nicea, añadiendo al primitivo texto que el Espíritu Santo es “Señor y dador de vida, que procede del Padre, y con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria”. Con palabras que guardan un innegable parentesco con el lenguaje de la Escritura, el credo, siguiendo a Pablo (2 Cor 3,17), describe al Espíritu como “Señor”; y siguiendo al evangelio de Juan (Jn 6,63), como “Dador de Vida”. El credo también dice que el Espíritu Santo “procede” del Padre (Jn 15,26) y que “habló por los profetas” (2 Pe 1,21).

Afirmar que el Espíritu es Señor (Kyrios en griego, traducción del término hebreo Yahvé, “el único Señor”: Dt 6,4) es decir que es Dios. Y afirmar que es dador de vida es decir que tiene el poder del Creador. Diciendo que procede del Padre se pretende negar que sea una criatura. En la última frase se encuentra el testimonio más claro sobre la divinidad del Espíritu Santo: recibe la misma adoración y gloria que el Padre y el Hijo, adoración que solo se puede tributar a Dios.

Aunque no sea fácil representar en términos humanos a cada una de las personas de la adorable Trinidad, puesto que todo lo que digamos de Dios se queda corto, cortísimo en relación a lo que Él es, sí que conviene dejar claro que el Espíritu no es una fuerza impersonal o una energía divina, sino una persona divina. Solo una persona puede mediar entre personas, en este caso entre el Padre y el Hijo. También los cristianos nos relacionamos con cada una de las personas divinas de forma personal: somos hijos del Padre, hermanos del Hijo y amigos o templos del Espíritu, pues el amigo es aquel que llena mi corazón de alegría y me cambia la vida.

El Espíritu Santo es el amor de Dios derramado en nuestros corazones, es la forma como Dios se hace presente en nuestras vidas: llenando nuestro corazón de alegría, poniendo nuestra inteligencia en sintonía con el modo de pensar de Dios, haciéndonos capaces de amar sin condiciones, llenándonos de fuerza para ser testigos de Jesucristo, y sosteniendo nuestra esperanza en medio de las dificultades. Por eso nosotros nos dirigimos al Espíritu, igual que al Padre y al Hijo, en segunda persona: “ven, Espíritu Santo”, o: “ilumíname, Espíritu Santo”.

La vida cristiana está animada por un ser misterioso e invisible, pero siempre personal. El Espíritu es la presencia viva de Jesús después de su ascensión a los cielos. El día de su Ascensión, Jesús había encomendado a los suyos: “Id y enseñad a todas las gentes”. A estos hombres débiles y rudos, el Espíritu Divino les dio la ciencia eminente del Evangelio (Jn 14,26: “el Espíritu os lo enseñará todo”) y la fortaleza para el heroísmo apostólico.

CORPUS CHRISTI 2025: HISTORIA DE LA SOLEMNIDAD

A fines del siglo XIII surgió en Lieja, Bélgica, un Movimiento Eucarístico cuyo centro fue la Abadía de Cornillón fundada en 1124 por el Obispo Albero de Lieja. Este movimiento dio origen a varias costumbres eucarísticas, como por ejemplo la Exposición y Bendición con el Santísimo Sacramento, el uso de las campanillas durante la elevación en la Misa y la fiesta del Corpus Christi.

Santa Juliana de Mont Cornillón, por aquellos años priora de la Abadía, fue la enviada de Dios para propiciar esta Fiesta. La santa nace en Retines cerca de Liège, Bélgica en 1193. Quedó huérfana muy pequeña y fue educada por las monjas Agustinas en Mont Cornillon. Cuando creció, hizo su profesión religiosa y más tarde fue superiora de su comunidad. Murió el 5 de abril de 1258, en la casa de las monjas Cistercienses en Fosses y fue enterrada en Villiers.

Desde joven, Santa Juliana tuvo una gran veneración al Santísimo Sacramento. Y siempre anhelaba que se tuviera una fiesta especial en su honor. Este deseo se dice haber intensificado por una visión que tuvo de la Iglesia bajo la apariencia de luna llena con una mancha negra, que significaba la ausencia de esta solemnidad.

Juliana comunicó estas apariciones a Mons. Roberto de Thorete, el entonces obispo de Lieja, también al docto Dominico Hugh, más tarde cardenal legado de los Países Bajos y a Jacques Pantaleón, en ese tiempo archidiácono de Lieja, más tarde Papa Urbano IV.

El obispo Roberto se impresionó favorablemente y, como en ese tiempo los obispos tenían el derecho de ordenar fiestas para sus diócesis, invocó un sínodo en 1246 y ordenó que la celebración se tuviera el año entrante; al mismo tiempo el Papa ordenó, que un monje de nombre Juan escribiera el oficio para esa ocasión. El decreto está preservado en Binterim (Denkwürdigkeiten, V.I. 276), junto con algunas partes del oficio.

Mons. Roberto no vivió para ver la realización de su orden, ya que murió el 16 de octubre de 1246, pero la fiesta se celebró por primera vez al año siguiente el jueves posterior a la fiesta de la Santísima Trinidad. Más tarde un obispo alemán conoció la costumbre y la extendió por toda la actual Alemania.

El Papa Urbano IV, por aquél entonces, tenía la corte en Orvieto, un poco al norte de Roma. Muy cerca de esta localidad se encuentra Bolsena, donde en 1263 o 1264 se produjo el Milagro de Bolsena: un sacerdote que celebraba la Santa Misa tuvo dudas de que la Consagración fuera algo real. Al momento de partir la Sagrada Forma, vio salir de ella sangre de la que se fue empapando en seguida el corporal. La venerada reliquia fue llevada en procesión a Orvieto el 19 junio de 1264. Hoy se conservan los corporales -donde se apoya el cáliz y la patena durante la Misa- en Orvieto, y también se puede ver la piedra del altar en Bolsena, manchada de sangre.

El Santo Padre movido por el prodigio, y a petición de varios obispos, hace que se extienda la fiesta del Corpus Christi a toda la Iglesia por medio de la bula «Transiturus» del 8 septiembre del mismo año, fijándola para el jueves después de la octava de Pentecostés y otorgando muchas indulgencias a todos los fieles que asistieran a la Santa Misa y al oficio.

Luego, según algunos biógrafos, el Papa Urbano IV encargó un oficio -la liturgia de las horas- a San Buenaventura y a Santo Tomás de Aquino; cuando el Pontífice comenzó a leer en voz alta el oficio hecho por Santo Tomás, San Buenaventura fue rompiendo el suyo en pedazos.

La muerte del Papa Urbano IV (el 2 de octubre de 1264), un poco después de la publicación del decreto, obstaculizó que se difundiera la fiesta. Pero el Papa Clemente V tomó el asunto en sus manos y, en el concilio general de Viena (1311), ordenó una vez más la adopción de esta fiesta. En 1317 se promulga una recopilación de leyes -por Juan XXII- y así se extiende la fiesta a toda la Iglesia.

Ninguno de los decretos habla de la procesión con el Santísimo como un aspecto de la celebración. Sin embargo estas procesiones fueron dotadas de indulgencias por los Papas Martín V y Eugenio IV, y se hicieron bastante comunes a partir del siglo XIV.

La fiesta fue aceptada en Cologne en 1306; en Worms la adoptaron en 1315; en Strasburg en 1316. En Inglaterra fue introducida de Bélgica entre 1320 y 1325. En los Estados Unidos y en otros países la solemnidad se celebra el domingo después del domingo de la Santísima Trinidad.

En la Iglesia griega la fiesta de Corpus Christi es conocida en los calendarios de los sirios, armenios, coptos, melquitas y los rutinios de Galicia, Calabria y Sicilia.

Finalmente, el Concilio de Trento declara que muy piadosa y religiosamente fue introducida en la Iglesia de Dios la costumbre, que todos los años, determinado día festivo, se celebre este excelso y venerable sacramento con singular veneración y solemnidad; y reverente y honoríficamente sea llevado en procesión por las calles y lugares públicos. En esto los cristianos atestiguan su gratitud y recuerdo por tan inefable y verdaderamente divino beneficio, por el que se hace nuevamente presente la victoria y triunfo de la muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.

Fuente Aciprensa

FINAL DE CURSO EN ORIHUELA – ALICANTE

El jueves siguiente a la  Solemnidad de la Ascensión del Señor  y después de un curso con muchos altibajos Vida Ascendente Diocesana estábamos citados  para celebrar la Asamblea Anual y cerrar el año.

Durante la Asamblea la presidente ha rogado muy encarecidamente ayuda para llevar el movimiento adelante en la diócesis, porque es cosa de todos.

La Concatedral de San Nicolás nos ha acogido  espectacular, sobria, dándonos la oportunidad de ganar el Jubileo de la Esperanza al ser templo jubilar.

Acompañados de nuestro Obispo diocesano, D. José Ignacio Munilla Aguirre, El Obispo Emérito D. Francisco Cases, nuestro Consiliario D. Tomás Bordera Amérigo y el párroco de San Francisco de Asís de Benidorm D. Francisco Galilana  una representación de los grupos de la Diócesis hemos celebrado la Eucaristía en cuya homilía   y dado que estábamos en los días previos a Pentecostés se ha centrado en tres de los dones del Espíritu Santo, el don de entendimiento, el de Sabiduría y el de Consejo.

El don de entendimiento que nos permite acoger la palabra en su capacidad de recepción, es un regalo de Vida Ascendente ponernos ante la palabra encarnada en la vida, descubriendo significados que con anterioridad pudieran haber quedado ocultos, el Espíritu Santo abre el entendimiento haciéndonos conscientes de que es el mismo don que a los santos les ha sido dado.

El don de sabiduría, aquella no conceptual sino la que permite saborear la palabra y hacer lectura de la vida desde Dios, desde la cumbre y entender que todo es un plan proveniente de Dios, todo se simplifica y esta es otra característica de Vida Ascendente, ayuda a tomar perspectiva desde la ascensión a la cumbre.

Por último el don de consejo porque en la medida que vamos teniendo la sabiduría, Dios permite orientar y alimentar, sin pretender grandes discursos. No es un consultorio sino que llenos de Dios personas comparten sus angustias con nosotros y esperan esa palabra oportuna, tal y como señala San Pablo en su carta a los Efesios, una palabra que no cause daño sino que sea edificante, buena y beneficiosa  para los demás.

Después de la Eucaristía y el preceptivo reportaje fotográfico hemos celebrado un almuerzo en un restaurante de la calle Mayor de Alicante, en el que nos miman mucho y nos lo ponen muy fácil, porque somos mayores.

Muchos cariñitos  en la despedida en un día muy caluroso ya en la diócesis levantina.

FINAL DE CURSO EN LA DIÓCESIS DE CÁDIZ

En la mañana del día 30 de mayo celebramos la finalización del curso en la Parroquia del Rosario, patrona de Cádiz y al mismo tiempo templo Mariano, por lo que los asistentes como Peregrinos de la Esperanza realizamos el Jubileo y obtuvimos las indulgencias que el mismo conlleva. Presidía el altar una pancarta  que nos recordaba este hecho y que había sido aportada por el grupo San Francisco Javier.

 Desde las diez de la mañana, el Padre Pascual, párroco del templo, y el Padre Valentín, nuestro consiliario diocesano,  estuvieron a disposición de los asistentes para que pudieran realizar el Sacramento de la Penitencia, requisito imprescindible para obtener el Jubileo.

Hasta las once horas, en que estaba programado el inicio de los actos de finalización del curso, el P. Pascual, con su  peculiar gracejo y simpatía, nos fue contando toda la historia de la parroquia, desde que se fundó hasta nuestro dias y finalizando con una explicación detallada del magnífico retablo y todos los elementos que lo componen.

Iniciamos los actos de finalización del curso y Ana nos hace llegar una preciosa plegaria, dirigida a Nuestra Sra. del Rosario, agradeciéndole que nos acoja en su Casa  y pidiéndole su protección para cada uno de nosotros y en especial al Movimiento de Vida Ascendente.

Nuestra Presidenta, Mª Luisa, toma la palabra para agradecer a los presentes su asistencia, especialmente a los que vienen de la provincia y lamenta que, por motivos logísticos, los grupos de Algeciras no puedan estar presentes. Continua para decir que, por motivos de salud, deja la presidencia al inicio del próximo curso, e insta a los presentes, que lo piensen durante el verano, a que es necesario que alguno de ellos se haga cargo de la presidencia.

 Dice que los Grupos gozan de buena salud, incluso en algunos se ha aumentado el número de participantes.

A continuación la tesorera, Milagros,  dice que hay muy poco dinero en la cuenta, ya que al no se tienen más ingresos que las aportaciones de los grupos y estas han decaído bastante. Exhorta a los grupos a colaborar para poder atender a los gastos que se necesitan para el Movimiento.

A continuación nos repartimos en cuatro grupos para tratar dos preguntas sobre la situación del Movimiento. La primera era “Que te ha aportado a tí la llegada al grupo” y la segunda era “Cuenta como es la relación entre tu párroco y el grupo”. Una vez finalizado se hizo una puesta en común y a la primera pregunta hay una unanimidad del cien por cien que le ha llenado espiritualmente y ha encontrado una muy buena acogida por el grupo  y se encuentra totalmente integrado en el mismo. Respecto a  la segunda hay una gran mayoría que dicen que la relación párroco-grupo es muy buena pero alguno dice que los ignoran totalmente.

Finalizada la parte seglar del acto pasamos a la celebración de la Santa Eucaristía, que fue oficiada por nuestro consiliario, P. Valentín  y concelebrada por el P. Pascual. Una corta homilía y  el P. Valentín agradece al P. Pascual la acogida de que nos hecho disfrutar.

Finalizada la Eucaristía, retomamos la parte seglar y nos dirigimos a un restaurante para disfrutar de una agradable comida y  de la compañía de todos los miembros de los distintos grupos.

Nos despedimos con el deseo de pasar un feliz verano y las ganas de poder retomar las actividades en el mes de septiembre.

EL SANTO DE LA SEMANA: SAN JUAN DE SAHAGÚN

Juan González del Castrillo conocido como San Juan de Sahagún O.S.A. (Sahagún León, 24 de junio de 1430, Salamanca, 11 de junio de 1499), fraile agustino, canonizado en 1690. Es el patrón de la ciudad de Salamanca. Su festividad se conmemora el 12 de junio.

Tras ser paje del obispo de Burgos, Alonso de Cartagena, se hizo sacerdote y en 1449 llegó a Salamanca a estudiar en el Colegio Mayor de San Bartolomé, donde permanecería tres años. A raíz de una enfermedad grave, hace el voto de que si se curaba, tomará los hábitos de agustino, cosa que ocurre; abandona el colegio y se convierte en novicio del Convento de San Agustín, donde tomará los hábitos a los 33 años (hacia 1463) dedicándose por completo a la predicación y a la oratoria; el ayuntamiento lo nombra predicador oficial.

De él se recuerdan en Salamanca dos milagros. Cuentan las crónicas que un niño se cayó a un pozo que se recuerda en la calle donde estaba: Pozo Amarillo. El pozo era profundo, pero Juan echó su cíngulo, que se alargó milagrosamente hasta donde el niño pudo tomarlo. Entonces el santo tirando del cíngulo subió al niño, fuera del pozo.

El otro milagro dice que un toro bravo se había escapado de la feria de ganado celebrada en la orilla del Río Tormes y estaba causando terror por las calles de Salamanca. Cuando iba a acometer a un madre que iba con su hijo pequeño, Juan se interpuso y lo detuvo y amansó diciendo: «Tente, necio». La calle donde esto ocurrió tiene ahora el nombre de Tentenecio.

Consiguió apaciguar a los bandos de familias nobles que durante cuarenta años disputaron en Salamanca, con muchas muertes por ambas partes, por lo que se ganó el apodo de El Pacificador. El acuerdo se hizo en una casa de la calle de San Pablo (casa de la familia Paz, de la que se conserva el arco de entrada, con la divisa ira odium generat concordia nutrit amoren), que se llamó desde entonces Casa de la Concordia y la plaza frontera también tomo el nombre de Plaza de la Concordia.

Se dice de él que con sus oraciones libró a Salamanca de la peste del tifo negro.

Parece que murió envenenado por una tal Marquesa Isabel, despechada porque había sido abandonada por su amante, convertido y arrepentido por la predicación del Santo.

Sus restos reposan en una urna de plata en la Capilla Mayor de la Catedral Nueva de Salamanca.

El papa Clemente VIII lo beatificó en 1601 y el 5 de junio de 1602 se le nombró patrono de la ciudad de Salamanca. El 16 de octubre de 1690, Alejandro VIII lo canoniza y en 1868, el Papa Pío IX lo declaró Patrón de toda la Diócesis de Salamanca.

CATEQUESIS PAPA LEON XIV. JESUCRISTO, NUESTRA ESPERANZA. II. LA VIDA DE JESÚS. 8. LOS OBREROS EN LA VIÑA «Y LES DIJO: «VAYAN USTEDES TAMBIÉN A MI VIÑA» (LC 10).

Queridos hermanos y hermanas,

Deseo detenerme una vez más en una parábola de Jesús. También en este caso, se trata de un relato que alimenta nuestra esperanza. A veces, en efecto, tenemos la impresión de que no encontramos sentido a nuestra vida: nos sentimos inútiles, inadecuados, como los obreros que esperan en la plaza del mercado a que alguien los contrate para trabajar. Pero a veces el tiempo pasa, la vida transcurre y no nos sentimos reconocidos ni apreciados. Quizás no hemos llegado a tiempo, otros se han presentado antes que nosotros, o las preocupaciones nos han retenido en otro lugar.

La metáfora de la plaza del mercado es muy adecuada también para nuestros tiempos, porque el mercado es el lugar de los negocios, donde, lamentablemente, también se compran y se venden el afecto y la dignidad, tratando de ganar algo. Y cuando no nos sentimos apreciados, reconocidos, corremos el riesgo de vendernos al mejor postor. El Señor, en cambio, nos recuerda que nuestra vida vale, y su deseo es ayudarnos a descubrirlo.

En la parábola que comentamos hoy, unos jornaleros esperan a que alguien los contrate para ese día. Estamos en el capítulo 20 del Evangelio de Mateo, y también aquí encontramos un personaje que se comporta de manera insólita, que asombra e interpela. Es el dueño de una viña, que sale personalmente a buscar a sus obreros. Evidentemente quiere establecer con ellos una relación personal.

Como decía, se trata de una parábola que da esperanza, porque nos dice que este amo sale varias veces a buscar a quienes esperan dar sentido a sus vidas. El amo sale al amanecer, y, luego, cada tres horas, vuelve a buscar obreros para enviarlos a su viña. Siguiendo este ritmo, después de salir a las tres de la tarde, ya no habría razón para salir de nuevo, porque la jornada laboral terminaba a las seis.

Mas este amo incansable, que quiere a toda costa dar valor a la vida de cada uno de nosotros, sale también a las cinco. Los jornaleros que se habían quedado en la plaza del mercado probablemente habían perdido toda esperanza. Ese día había sido en vano. Pero alguien siguió creyendo en ellos. ¿Qué sentido tiene contratar trabajadores solo para la última hora de la jornada laboral? ¿Qué sentido tiene ir a trabajar solo por una hora? Sin embargo, incluso cuando nos parece que podemos hacer poco en la vida, siempre vale la pena. Siempre existe la posibilidad de encontrar un sentido, porque Dios ama nuestra vida.

Y aquí es donde se ve la originalidad de este amo, al final del día, a la hora de pagar. Con los primeros trabajadores, los que van a la viña al amanecer, el amo había acordado una paga de un denario, que era el coste habitual de una jornada de trabajo. A los demás les dice que les dará lo que sea justo. Y aquí es donde la parábola vuelve a provocarnos: ¿qué es justo? Para el dueño de la viña, es decir, para Dios, es justo que cada uno tenga lo necesario para vivir. Él ha llamado personalmente a los trabajadores, conoce su dignidad y, en función de ella, quiere pagarles. Y da a todos un denario.

El relato dice que los trabajadores de la primera hora se sienten decepcionados: no logran ver la belleza del gesto del amo, que no ha sido injusto, sino simplemente generoso; que no ha mirado solo el mérito, sino también la necesidad. Dios quiere dar a todos su Reino, es decir, la vida plena, eterna y feliz. Y así hace Jesús con nosotros: no establece un ranking, sino se dona enteramente a quien le abre su corazón.

A la luz de esta parábola, el cristiano de hoy podría caer en la tentación de pensar: «¿Por qué empezar a trabajar enseguida? Si la remuneración es la misma, ¿por qué trabajar más?». A estas dudas san Agustín respondía así: «¿Por qué tardas en seguir a quien te llama, cuando estás seguro de la recompensa, pero incierto del día? Cuida de no privarte, por tu dilación, de lo que Él te dará según su promesa». [1]

Quisiera decir, especialmente a los jóvenes, que no esperen, sino que respondan con entusiasmo al Señor que nos llama a trabajar en su viña. ¡No lo pospongas, arremángate, porque el Señor es generoso y no te decepcionará! Trabajando en su viña, encontrarás una respuesta a esa pregunta profunda que llevas dentro: ¿qué sentido tiene mi vida?

Queridos hermanos y hermanas, ¡no nos desanimemos! Incluso en los momentos oscuros de la vida, cuando el tiempo pasa sin darnos las respuestas que buscamos, pidamos al Señor que salga de nuevo y nos alcance allí donde lo estamos esperando. ¡El Señor es generoso y vendrá pronto!

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[1] Discorso 87, 6, 8.

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Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en modo particular a los grupos provenientes de España, México, República Dominicana, Guatemala, Perú y Colombia. Los animo a todos a pedir con insistencia al Señor que salga a su encuentro, en especial roguemos por los jóvenes y por los que se encuentran en un momento oscuro de su vida, desanimados y sin ver claro el futuro. Que el Amo de la viña les haga sentir su voz y les dé la fuerza de responderle con entusiasmo, les puedo decir por experiencia que Dios les sorprenderá. Muchas gracias.

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Resumen leído por el Santo Padre en español

Queridos hermanos y hermanas:

En esta catequesis reflexionamos sobre el sentido de la parábola del Amo de la viña en referencia a la virtud de la esperanza. El texto nos habla de personas que no encuentran sentido a su vida, que se sienten fracasadas o no tenidos en cuenta y que, en esta situación, pueden estar expuestos a vender en la plaza su afecto o su dignidad.

Ante ellos aparece el Amo de la viña, que sale desde muy temprano a buscar a los obreros personalmente, mirando su necesidad más que su posible rendimiento. Incluso a la última hora, a pesar de nuestra fragilidad, este Amo está dispuesto a ofrecernos como paga una vida plena, que es prenda de su Reino. La parábola nos pide responder con entusiasmo, evitando procrastinar peligrosamente nuestra adhesión a Dios y a su llamada, conscientes de que trabajando junto a Él encontraremos sentido a nuestra vida y no quedaremos defraudados.

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LA TRINIDAD DE RUBLEV, ICONO DE LA HOSPITALIDAD

Hace 600 años que el monje ruso Andrei Rublev inició la creación de su icono más emblemático, un pequeño tratado de teología en el que subyace el ideal de hermandad, amor y fe.

Uno de los iconos más famosos de la historia es la Trinidad de Andrei Rublev, un monje del monasterio ortodoxo de San Sergio y la Santísima Trinidad, que empezó a realizar esta obra hacia 1422. Rublev también es conocido por ser el protagonista de una película del cineasta ruso Andrei Tarkovski, de más de tres horas de duración y con una fuerte carga simbólica expresada en blanco y negro, si bien en los minutos finales asistimos a una explosión de belleza y colorido con la puesta escena de sus principales iconos, entre ellos el de la Trinidad.

Nada más lejano en aquel filme al cine histórico, pese a estar ambientado en una época en que la cristiandad rusa se enfrentaba al yugo de los tártaros. Trata de la naturaleza del trabajo creador de Rublev, que tiene más de escritura que de pintura. La Trinidad es un pequeño tratado de teología que combina el Antiguo y el Nuevo Testamento, en el que subyace un ideal de hermandad, de amor y de fe. Se cuenta que Rublev, a sus 65 años, recibió del monje Teófanos el encargo de realizar el icono. El detalle añade otra simbología a esta obra en la que aparecen los tres ángeles que visitaron a Abrahán y le anunciaron el nacimiento de su hijo Isaac, pese a que él y su esposa Sara eran de edad avanzada.

Al igual que algunos personajes del Antiguo Testamento, Rublev no tuvo en cuenta los condicionantes físicos para emprender una tarea que consideró un mandato divino. Lo hizo superando la historia y la temporalidad, sin representar a Abrahán y a Sara, tal y como hicieron los artistas occidentales. Estos se centraron en el saludo del patriarca a unos desconocidos, pero en el icono de Rublev, como en todo el arte cristiano ortodoxo, el núcleo central es de la hospitalidad, resaltada en una mesa con un cáliz en el centro.

No es un icono narrativo, sino contemplativo. El icono es una obra tan rica en símbolos que se presta a toda clase de análisis y reflexiones, sobre todo teológicas. Podemos contemplar a tres personas de rostros juveniles, muy semejantes entre sí, aunque no por completo, y que comparten el color azul, símbolo de la divinidad. Los tres parecen recrearse en un apacible diálogo. Sus cuerpos son exageradamente alargados, como si quisieran representar a la vez la corporeidad y la incorporeidad. Todos llevan el bastón de peregrinos, lo que evoca la idea de la hospitalidad. El icono va más allá de la hospitalidad de Abrahán, del hecho de un Dios trinitario que se deja acoger. Rublev nos está presentando a un Dios que invita y tiene una mesa dispuesta para nosotros. En esa mesa el personaje central es Jesús, el Hijo de Dios, vestido con una túnica roja, símbolo de su amor sacrificial. En su hombro derecho lleva una estola amarilla, símbolo sacerdotal y de la Iglesia fundada por Él. Jesús parece hablar al ángel situado a nuestra izquierda, representación del Padre, e inclina un poco la cabeza como queriendo indicar que acepta dócilmente su voluntad al tiempo que su mano bendice el cáliz de la mesa. El Espíritu Santo es el ángel a nuestra derecha y su cabeza se inclina en dirección al Padre y el Hijo, pues Cristo se hace presente en la Eucaristía por la efusión del Espíritu.

Decía Andrei Tarkovski que la Trinidad se puede ver como un icono o como una magnífica pieza de museo. No la vemos como la vieron sus contemporáneos, mucho más atentos a los detalles del mensaje transmitido por el artista, pero el icono aguarda nuestras miradas y oraciones para captar su contenido humano y espiritual.

Fuente: ALFA Y OMEGA

ArteNº 1.279OrtodoxosRusiaTeología

LA GLORIA PRESUPONE LA NATURALEZA

El principio tomista de que la gracia presupone la naturaleza y la perfecciona es bastante conocido y citado. Ya es menos citado y conocido otro principio que prolonga el anterior “gloria non tollet naturam”, la gloria no destruye la naturaleza, sino que la realza. Porque la gloria no es más que la plenitud de la gracia.

Si la gloria presupone la naturaleza eso significa que en el mundo de la resurrección nuestra naturaleza (a la vez corporal y espiritual o, si se prefiere, somática y psicológica) no solo no desaparecerá, sino que alcanzará su más alta perfección. Al respecto, el Concilio Vaticano II dejó claro que “los bienes de la dignidad humana, la unión fraterna y la libertad; en una palabra, todos los frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato, volveremos a encontrarlos, limpios de toda mancha, iluminados y trasfigurados, cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal”.

No es extraño que Tomás de Aquino dijera que en el cielo nuestros cuerpos seguirán siendo sexuados, pues la sexualidad forma parte de nuestra integridad humana. A mucha gente le cuesta creer en la resurrección de la carne. Los doctos filósofos atenienses se burlaron de Pablo cuando, en el Areópago, habló de resurrección. Si hubiera hablado de inmortalidad del alma seguramente no se habrían reído de él. De hecho, en su primera carta a los corintios tiene que responder precisamente a la pregunta de con qué cuerpo resucitan los muertos, pues la resurrección de los cuerpos suponía una gran dificultad para la gente de mentalidad griega.

Cuando Pablo responde que los muertos resucitan con un “cuerpo espiritual”, no está diciendo que resuciten con un cuerpo etéreo o energético, o sea, sin cuerpo, sino con un cuerpo invadido por el Espíritu Santo, un cuerpo en el que lo somático estará determinado por el espíritu divino y no a la inversa, como sucede ahora en esta vida terrena, en la que nuestra dimensión psíquica está muchas veces determinada por las pasiones de la carne. Mientras que la filosofía griega esperaba una supervivencia inmortal de solo el alma, liberada finalmente del cuerpo, el cristianismo concibe la inmortalidad como restauración íntegra del ser humano por el Espíritu de Dios.

En estos asuntos lo mejor es quedarse con los principios y las ideas generales. Porque cuando se trata de concretar detalles podemos resultar un poco ridículos, aunque si sabemos presentar esos detalles como hipótesis y no los absolutizamos, entonces también pueden ayudar a orientarnos. Pienso, por ejemplo, en eso que dice Tomás de Aquino sobre la edad de los resucitados: “resucitarán alrededor de los treinta años”, la edad perfecta, según nuestro santo. Estas explicaciones, a veces necesarias para la gente sencilla, no hay que tomarlas literalmente, sino como una manera de decir que el cuerpo resucitado alcanzará su perfección. Por cierto, su perfección a imagen de Cristo, “el Hombre perfecto”.

Martín Gelabert – Blog Nihil Obstat

CUÁLES SON LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO Y QUÉ FRUTOS CONCEDE AL CRISTIANO

 Diez días después de la ascensión de Jesucristo, bajó el Espíritu Santo sobre los apóstoles, como se lo había prometido Cristo (Lc 24, 49); 50 días después de su resurrección, coincidiendo además, con una antigua fiesta, celebrada en el Antiguo Testamento, por el fin de la cosecha (Dt 16, 9-10).

Desde entonces los cristianos contamos con la protección del Santo paráclito, que sostiene nuestra vida moral con sus dones, que nos hacen dóciles para seguir los impulsos del Espíritu Santo (Cat. 1830).

Siete dones

Según el punto 1831 del catecismo de la Iglesia Católica: «Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David (Is 11, 1-2). Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas.»

Los dones

Don de sabiduría: El don de sabiduría o «espíritu de discernimiento» nos concede entender lo que viene de Dios y lo que no, con el fin de cumplir su voluntad. El Espíritu nos inspira caridad y nos concede una visión plena de Dios.

Don de entendimiento: Este don nos concede escrutar la Palabra de Dios, y entender las verdades que nos revela a través de nuestra historia personal. Nos ayuda a ver lo que Dios nos quiere decir o mostrar. (Jer 24,7).

Don de consejo: Nos ayuda a orientar nuestra vida y la de nuestros prójimos; con la ayuda del Espíritu sabremos discernir y elegir el buen camino, distinguir la verdad de la mentira, lo bueno de lo malo.

Don de ciencia: También llamado don de conocimiento, nos otorga no un conocimiento mundano, si no el conocimiento profundo del pensamiento de Dios , que ve hasta lo más profundo de nuestros corazones.

Don de piedad: Es la apertura total a la voluntad de Dios, que nos permite actuar como Jesucristo, dando la vida si es preciso. La piedad no es más (ni menos) que poner a Dios en el centro de tu vida. Según el Youcat «Piedad es otra palabra para la entrega a Dios»

Don de fortaleza: Nos ayuda a superar las dificultades y tentaciones del día a día. Hace firme la fe y no deja atemorizar al cristiano ante las amenazas del maligno y sus persecuciones. Concede una confianza plena en Dios nuestro Padre.

Don de temor de Dios: Ser temeroso de Dios, no es tenerle miedo. Es más bien todo lo contrario, es conocer que Él es el sumo bien y que fuera de Él y de su voluntad sólo se encuentra tristeza y perdición. Quien tiene este don pone la voluntad de Dios por encima de todo y hace lo posible para vivir de acuerdo con los mandamientos de Dios.

Doce frutos

Según el punto 1832 del catecismo de la Iglesia Católica: «Los frutos del Espíritu son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce: «caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad» (Ga 5,22-23).»

Los frutos

Amor: El Espíritu Santo es la tercera persona de la Santísima Trinidad, que es fruto del amor entre el Padre y el Hijo, es la Caridad sin límites. Éste es el primer fruto y origen del resto, pues como dice San Pablo, sin amor nada vale (1 Co 12,31—13,13). Este fruto se manifiesta amando a Dios con todo el corazón, con todas nuestras fuerzas y con toda la mente y al prójimo, viendo en el a Cristo.

Alegría: Este fruto nace de quien experimenta y tiene la caridad, es el gozo profundo del alma. Es la satisfacción de estar en Dios, de hacer el bien, de saberse victorioso sobre la muerte.

Paz: Quien es verdaderamente alegre experimenta también la Paz profunda de abandonarse a la voluntad de Dios. Es fruto de la verdadera alegría, que dista mucho de los gozos materiales. Es la certeza de estar seguro bajo la mano de Dios a pesar de la adversidad de la vida terrena.

Paciencia: Paciente es aquel que no se turba ante las adversidades de la vida ni las tentaciones de satanás. La paciencia nos da tranquilidad y armonía para con las demás criaturas.

Longanimidad: Es la perseverancia ante las dificultades, nos da ánimos y coraje ante el mal. Es el saber esperar la Providencia Divina, cuando se escapa a nuestra lógica, además de conferir al alma amplitud de miras y generosidad.

Benignidad: Nos concede ser gentiles para con los demás. Es la constante indulgencia y afabilidad; nos permite tratar a los demás con una dulzura especial.

Bondad: Es el fruto palpable de la benignidad con quien más sufre y lo necesita. Nos presta a ocuparnos del prójimo y beneficiarlo; infundiendo en el alma el espíritu de Jesucristo de entrega al otro.

Mansedumbre: Es la resistencia ante los impulsos que provoca la injusticia, sobre todo ante las reacciones violentas. Frena la ira y la cólera, se opone al rencor y la venganza.

Fidelidad: Quien es fiel, da testimonio de Jesucristo, quien fue fiel hasta el final. Mantenerse fiel al amor de Dios, teniendo certeza de la verdad.

Modestia: Es la disposición de dignificar nuestro cuerpo y forma de vida para ser un verdadero templo del espíritu santo.

Continencia: Como su propio nombre indica consiste en mantener en orden y contener las apetencias y placeres materiales. Es decir, contener la concupiscencia.

Castidad: Es la victoria del cristiano sobre la carne, para ser templo vivo del Espíritu Santo. Quien es casto reina sobre su cuerpo, con paz, sintiendo la alegría de una amistad íntima con Dios.