CREAN UNA CÁTEDRA DE PSICOGERIATRÍA PARA HACER FRENTE A LOS RETOS DE SALUD MENTAL EN MAYORES

La Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) y la Fundació Hospitalàries han presentado la Cátedra de Psicogeriatría UAB-Fundació Hospitalàries, con la que buscan «dar respuesta a los retos de salud mental de las personas mayores, en un contexto de crecimiento exponencial de la población de edad avanzada y de las necesidades de atención en esta área de la salud».

La creación de esta Cátedra, impulsada por el Departamento de Psiquiatría y Medicina de la UAB y por los centros de Cataluña de la Fundación Hospitalarias, surge de «la necesidad urgente de ofrecer una atención de calidad a las personas mayores con un trastorno mental, las cuales cuentan con recursos asistenciales insuficientes y poco integrados, y con escasez de investigación en este sector de población», explican en un comunicado.

Cabe destacar que solo la Universidad de Murcia cuenta con una cátedra similar, por lo que es una iniciativa «pionera».

De esta forma, se pretende «generar conocimiento experto en Psicogeriatría», impulsando actividades de investigación, formación, colaboración científica, desarrollo y difusión en este ámbito, explican, como el desarrollo de programas de investigación orientados a la salud mental de las personas mayores o la realización de actividades culturales y formativas para difundir los avances en investigación y formación.

Esta cátedra, que también supone «un paso adelante en el cambio de modelo hacia una atención integrada social y sanitaria», estará dirigida por el doctor Manel Sánchez, responsable del Área de Gestión del Conocimiento de la Fundació Hospitalàries Martorell, coordinador de la Unidad de Psiquiatría Geriátrica de este centro y director del máster en Psicogeriatría de la UAB.

«La puesta en marcha de esta cátedra es una oportunidad única para reconocer la labor realizada durante muchos años desde la actual Fundació Hospitalàries Martorell, antiguo Hospital Sagrat Cor, en favor de la asistencia y la docencia en psiquiatría geriátrica, y para contribuir desde el ámbito académico a hacer crecer el conocimiento clínico y la evidencia científica en un área de la salud mental que no ha dejado de crecer y que ocupa cada vez un espacio más importante en la asistencia del día a día», destaca.

Por su parte, el profesor Antoni Bulbena, catedrático emérito del Departamento de Psiquiatría y Medicina Legal y miembro del patronato de la Fundación Hospitalarias, e impulsor de la Cátedra, explica que «el volumen de personas de más de 65 años que padecen un trastorno mental representa un espacio muy grande que todavía hoy no está cubierto; por ello, desde la Universidad, buscamos una institución que fuera referente formativo y asistencial en este ámbito».

Y añade que «con la puesta en marcha de esta Cátedra, también pretendemos impulsar la creación, tan necesaria, de la especialidad de psiquiatría geriátrica».

Sobre el autor: María Bonillo

TOLEDO BIEN MERECE UNA VISITA

Son muchas las ciudades españolas que merecen ser visitadas, una de ellas es Toledo, “Patrimonio de la Humanidad” su historia, gastronomía y belleza lo atestiguan y recomiendan.

Me pide Mercedes que os escriba sobre Toledo, No es fácil hacer un artículo breve sobre esta ciudad, sobre todo si quien lo hace es un enamorado de Toledo,  sus tradiciones y no domina el arte de la escritura.

Como decía,  la historia de esta ciudad es muy larga, desde el poblado del Cerro del Bu de época del Bronce aquí habitaron durante siglos Iberos, romanos, visigodos, árabes, judíos y desde la reconquista en 1085 por Alfonso VI vuelve a ser cristiana; conviviendo durante siglos las tres religiones monoteístas (musulmanes, judíos y cristianos ) razón por la que se denomina a Toledo como la ciudad de las tres culturas, si bien es cierto que esta convivencia no estuvo exenta de rencillas y disputas como aseguran muchos historiadores. Aun podemos visitar los barrios donde Vivian bastante bien definidos.

Todas estas civilizaciones, pueblos y culturas han dejado su impronta en multitud de vestigios, edificaciones y monumentos; son innumerables las murallas, puertas de la ciudad, restos romanos y visigodos, los puentes sobre el Tajo, el castillo San Servando, mezquitas árabes, sinagogas judías y templos cristianos como iglesias mudéjares, conventos, Monasterio San Juan de los Reyes (gótico isabelino)  o nuestra magnifica Catedral de Santa María, también de estilo gótico.

No faltan museos como el de Santa Cruz, el del Greco o el de los Concilios (visigodo) o el del Ejército en el impresionante Alcázar, entre otros muchos.

Pero la ciudad es un museo en sí misma, es imprescindible caminar por sus calles y callejuelas viendo sus rincones pintorescos, adarves, cobertizos, casas palaciegas y patios típicos toledanos, portadas de conventos,  …. Estas zonas son poco visitadas por turistas pudiendo admirarlo con tranquilidad y disfrutar de un refrigerio en uno de nuestros bares o restaurantes, y como no de un buen y típico mazapán.

Sería imperdonable visitar Toledo y no subir a la Ermita de la Virgen del Valle o al parador nacional, además de un enclave precioso podemos admirar una vista espectacular; abajo el rio Tajo con sus dos puentes medievales que abraza la ciudad en un meandro casi interminable, Toledo se eleva como si de un Nacimiento (Belén) se tratara, el seminario casas,  tejados y diversas edificaciones van dando cabida a las torres de iglesias y conventos, del precioso S. Juan de los Reyes, de la impresionante Catedral o el imponente Alcázar que se perfilan queriendo alcanzar el cielo; rodeado de montes con sus típicos cigarrales y el castillo de S. Servando que contemplan tan bella estampa. Suele compararse con Jerusalén por aquello de las  7 colinas

Aconsejo visitar la Basílica del Stmo. Cristo de la Vega, fuera de la muralla, junto al Tajo, cerca del circo romano, es de estilo mudéjar construida por Alfonso X el sabio en el siglo XIII, en el interior una imagen de Cristo muy querido por los toledanos, con un brazo desclavado por un juramento según la leyenda de “A buen juez mejor testigo” de J. Zorrilla.  Enfrente el monumento al Sagrado Corazón de Jesús (1930),  de estilo neo mudéjar.

Otro apelativo que recibe Toledo es “Ciudad Imperial”, porque en el siglo XVI en el reinado del emperador Carlos I fue capital hasta que Felipe II la trasladó a Valladolid; También es importante destacar que en tiempo visigodos aquí se celebraron los concilios de Toledo, fundamentales en la historia política y religiosa de España, aquí Recaredo, Rey visigodo,  en el siglo VI se convirtió al Cristianismo.

Toda esta mezcla de historia, civilizaciones y culturas han dado lugar a decenas de leyendas (Muchas con base histórica) con temáticas diferentes y diversas, de amores y desamores, traiciones, milagros, duelos, apariciones, de misterio, mitológicas, etc., la mayoría anónimas y otras de Bécquer o Zorrilla, por ejemplo.

Por Toledo han pasado todo tipo de personajes: Reyes, Santos, nobles, escritores, pintores, constructores, artesanos, traductores de todas las culturas que han dado carácter a esta ciudad.

La mejor época para visitarnos es primavera u otoño, por el clima, ya que el invierno es muy frío y el verano muy caluroso aunque hay menos turismo y es más cómoda la visita.

Nuestra Semana Santa, de Interés Turístico Internacional, es muy recomendable, suelen ser procesiones recogidas,  en ocasiones viacrucis, aunque en los últimos años han surgido cofradías de carácter andaluz que dan diversidad y vistosidad. El marco donde se desarrollan las procesiones (Callejuelas estrechas, cobertizos…) es incomparable. Es tradición el Viernes Santo por la mañana visitar los monumentos de Conventos e Iglesias.

Nuestra semana grande gira entorno a la Solemnidad del Santísimo Corpus Christi, merece la pena venir a Toledo en estos días. La ciudad está engalanada, sobre todo el recorrido de la procesión, con multitud de ornamentos florales, guirnaldas, pendones, tapices (algunos del siglo XVI – XVII) y todo tipo de adornos. Es típico visitar los patios toledanos adornados. La procesión ¡Es un espectáculo! El Señor, bajo palio todo el trayecto, recorre las calles del casco histórico en la magnífica Custodia de Arfe. Es muy emocionante, sobretodo, si contemplas la entrada en la Catedral.

Nuestros patronos son S. Ildefonso, Santa Leocadia y la Virgen del Sagrario el 15 de agosto.

En los últimos años, ha abierto  Puy Du Fou, parque temático a pocos kilómetros de Toledo, que recrea monumentos de la Ciudad y su historia, con espectáculos variados, algunos del siglo de oro. El espectáculo nocturno es extraordinario (doy fe). La visita a este parque es  muy aconsejable según las opiniones de los visitantes. Esto hace que la asistencia de turismo  a nuestra ciudad haya aumentado en gran medida por lo que os recomiendo venir en día de diario, que nosotros, jubilados, podemos hacerlo.

En Toledo hay multitud de bares y restaurantes donde degustar tapas y todo tipo de viandas, la especialidad la perdiz y las carcamusas, sin olvidar la trucha, el cordero o el cochinillo. Dulces como el mazapán (de origen árabe) o las toledanas es imprescindible probarlos.

Espero haber sido lo suficientemente elocuente para que vengáis a esta joya mundialmente conocida. No os arrepentiréis.

José Antonio Vaquerizo.

HOMILIA COMPLETA DEL CARDENAL RE EN EL FUNERAL DE FRANCISCO

En esta majestuosa plaza de San Pedro, en la que el Papa Francisco ha celebrado tantas veces  la Eucaristía y presidido grandes encuentros a lo largo de estos 12 años, estamos reunidos en oración  en torno a sus restos mortales con el corazón triste, pero sostenidos por las certezas de la fe, que nos  asegura que la existencia humana no termina en la tumba, sino en la casa del Padre, en una vida de  felicidad que no conocerá el ocaso.

En nombre del Colegio de Cardenales agradezco cordialmente a todos por su presencia. Con  gran intensidad de sentimiento dirijo un respetuoso saludo y un profundo agradecimiento a los Jefes  de Estado, Jefes de Gobierno y Delegaciones oficiales venidas de numerosos países para expresar  afecto, veneración y estima hacia el Papa que nos ha dejado.

La masiva manifestación de afecto y participación que hemos visto en estos días, después de  su paso de esta tierra a la eternidad, nos muestra cuánto ha tocado mentes y corazones el intenso  pontificado del Papa Francisco.

Su última imagen, que permanecerá en nuestros ojos y en nuestro corazón, es la del pasado  domingo, solemnidad de Pascua, cuando el Papa Francisco, a pesar de los graves problemas de salud,  quiso impartirnos la bendición desde el balcón de la Basílica de San Pedro y luego bajó a esta plaza  para saludar desde el papamóvil descubierto a toda la gran multitud reunida para la Misa de Pascua.

Con nuestra oración queremos ahora confiar el alma del amado Pontífice a Dios, para que le  conceda la felicidad eterna en el horizonte luminoso y glorioso de su inmenso amor. Nos ilumina y guía la página del Evangelio, en la cual resonó la misma voz de Cristo que  interpelaba al primero de los Apóstoles: “Pedro, ¿me amas más que estos?”. Y la respuesta de Pedro  fue inmediata y sincera: “Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero”. Y Jesús le confió la gran  misión: “Apacienta mis ovejas” (cf. Jn 21,16-17). Será esta la tarea constante de Pedro y de sus  sucesores, un servicio de amor a imagen de Cristo, Señor y Maestro, que «no vino para ser servido,  sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud» (Mc10,45).

A pesar de su fragilidad y sufrimiento final, el Papa Francisco eligió recorrer este camino de  entrega hasta el último día de su vida terrenal. Siguió las huellas de su Señor, el buen Pastor, que amó  a sus ovejas hasta dar por ellas su propia vida. Y lo hizo con fuerza y serenidad, cercano a su rebaño,  la Iglesia de Dios, recordando la frase de Jesús citada por el Apóstol Pablo: «La felicidad está más en  dar que en recibir» (Hch 20,35)

Cuando el Cardenal Bergoglio, el 13 de marzo de 2013, fue elegido por el Cónclave para  suceder al Papa Benedicto XVI, llevaba sobre sus hombros años de vida religiosa en la Compañía de  Jesús y, sobre todo, estaba enriquecido por la experiencia de 21 años de ministerio pastoral en la  Arquidiócesis de Buenos Aires, primero como Auxiliar, luego como Coadjutor y después,  especialmente, como Arzobispo.

La decisión de tomar por nombre Francisco pareció de inmediato una elección programática  y de estilo con la que quiso proyectar su Pontificado, buscando inspirarse en el espíritu de san  Francisco de Asís.

Conservó su temperamento y su forma de guía pastoral, y dio de inmediato la impronta de su  fuerte personalidad en el gobierno de la Iglesia, estableciendo un contacto directo con las personas y  con los pueblos, deseoso de estar cerca de todos, con especial atención hacia las personas en  dificultad, entregándose sin medida, en particular por los últimos de la tierra, los marginados. Fue un  Papa en medio de la gente con el corazón abierto hacia todos. Además, fue un Papa atento a lo nuevo  que surgía en la sociedad y a lo que el Espíritu Santo suscitaba en la Iglesia.

Con el vocabulario que le era característico y su lenguaje rico en imágenes y metáforas,  siempre buscó iluminar con la sabiduría del Evangelio los problemas de nuestro tiempo, ofreciendo  una respuesta a la luz de la fe y animando a vivir como cristianos los desafíos y contradicciones de  estos años de cambio, que él solía calificar como “cambio de época”.

Tenía gran espontaneidad y una manera informal de dirigirse a todos, incluso a las personas  alejadas de la Iglesia.

Lleno de calidez humana y profundamente sensible a los dramas actuales, el Papa Francisco  realmente compartió las preocupaciones, los sufrimientos y las esperanzas de nuestro tiempo de  globalización, buscando consolar y alentar con un mensaje capaz de llegar al corazón de las personas  de forma directa e inmediata.

Su carisma de acogida y escucha, unido a un modo de actuar propio de la sensibilidad de hoy,  tocó los corazones, tratando de despertar las fuerzas morales y espirituales.

El primado de la evangelización fue la guía de su Pontificado, difundiendo con una clara  impronta misionera la alegría del Evangelio, que fue el título de su primera Exhortación apostólica  Evangelii gaudium. Una alegría que llena de confianza y esperanza el corazón de todos los que se  confían a Dios.

El hilo conductor de su misión fue también la convicción de que la Iglesia es una casa para  todos; una casa de puertas siempre abiertas. Recurrió varias veces a la imagen de la Iglesia como  “hospital de campaña” después de una batalla con muchos heridos; una Iglesia determinada y deseosa  de hacerse cargo de los problemas de las personas y los grandes males que desgarran el mundo  contemporáneo; una Iglesia capaz de inclinarse ante cada persona, más allá de todo credo o condición,  sanando sus heridas.

Innumerables son sus gestos y exhortaciones a favor de los refugiados y desplazados. También  fue constante su insistencia en actuar a favor de los pobres.

Es significativo que el primer viaje del Papa Francisco fuera a Lampedusa, isla símbolo del  drama de la emigración con miles de personas ahogadas en el mar. En la misma línea fue también el  viaje a Lesbos, junto con el Patriarca Ecuménico y el Arzobispo de Atenas, así como la celebración  de una Misa en la frontera entre México y Estados Unidos, con ocasión de su viaje a México.

De sus 47 agotadores Viajes Apostólicos quedará especialmente en la historia el de Irak en  2021, realizado desafiando todo riesgo. Esa difícil Visita Apostólica fue un bálsamo sobre las heridas  abiertas de la población iraquí, que tanto había sufrido por la obra inhumana del ISIS. Fue también  un viaje importante para el diálogo interreligioso, otra dimensión relevante de su labor pastoral. Con  la Visita Apostólica de 2024 a cuatro países de Asia-Oceanía, el Papa alcanzó “la periferia más  periférica del mundo”.

El Papa Francisco siempre puso en el centro el Evangelio de la misericordia, resaltando  constantemente que Dios no se cansa de perdonarnos: Él perdona siempre, cualquiera sea la situación  de quien pide perdón y vuelve al buen camino.

Quiso el Jubileo Extraordinario de la Misericordia, destacando que la misericordia es “es el  corazón del Evangelio”.

Misericordia y alegría del Evangelio son dos conceptos clave del Papa Francisco. En contraste con lo que definió como “la cultura del descarte”, habló de la cultura del  encuentro y de la solidaridad. El tema de la fraternidad atravesó todo su Pontificado con tonos  vibrantes. En la Carta encíclica Fratelli tutti quiso hacer renacer una aspiración mundial a la  fraternidad, porque todos somos hijos del mismo Padre que está en los cielos. Con fuerza recordó a  menudo que todos pertenecemos a la misma familia humana.

En 2019, durante su viaje a los Emiratos Árabes Unidos, el Papa Francisco firmó un  documento sobre la “Fraternidad Humana por la Paz Mundial y la Convivencia Común”, recordando  la común paternidad de Dios.

Dirigiéndose a los hombres y mujeres de todo el mundo, con la Carta encíclica Laudato si’ llamó la atención sobre los deberes y la corresponsabilidad respecto a la casa común. “Nadie se salva  solo”.

Frente al estallido de tantas guerras en estos años, con horrores inhumanos e innumerables  muertos y destrucciones, el Papa Francisco elevó incesantemente su voz implorando la paz e  invitando a la sensatez, a la negociación honesta para encontrar soluciones posibles, porque la guerra  —decía— no es más que muerte de personas, destrucción de casas, hospitales y escuelas. La guerra  siempre deja al mundo peor de como era en precedencia: es para todos una derrota dolorosa y trágica.

“Construir puentes y no muros” es una exhortación que repitió muchas veces y su servicio a  la fe como sucesor del Apóstol Pedro estuvo siempre unido al servicio al hombre en todas sus  dimensiones.

En unión espiritual con toda la cristiandad, estamos aquí numerosos para rezar por el Papa  Francisco, para que Dios lo acoja en la inmensidad de su amor.

El Papa Francisco solía concluir sus discursos y encuentros diciendo: “No se olviden de rezar  por mí”.

Querido Papa Francisco, ahora te pedimos a ti que reces por nosotros y que desde el cielo  bendigas a la Iglesia, bendigas a Roma, bendigas al mundo entero, como hiciste el pasado domingo  desde el balcón de esta Basílica en un último abrazo con todo el Pueblo de Dios, pero idealmente  también con la humanidad que busca la verdad con corazón sincero y mantiene en alto la antorcha de  la esperanza.

EL SANTO DE LA SEMANA: SAN JUAN DE ÁVILA

La condición de cristiano nuevo en su tiempo era dar a entender a la gente que su ascendencia procedía de nuevas cepas implantadas en el cristianismo y que sus antecesores sólo habían sido o judíos o más probablemente discípulos del Profeta. Esto ponía graves trabas a quienes padecían inculpablemente la novedad. En el ambiente eclesiástico no había puestos que escalar y en la vida de los cristianos era un baldón permanente a soportar; a la más mínima denuncia, aunque fuera adobada con el condimento de la envidia, ya podía el cristiano nuevo echarse a temblar. Juan de Ávila era uno de esos cristianos nuevos.

Nació en Almodóvar del Campo. Hizo estudios de Teología y Derecho en Salamanca y Alcalá. Obtuvo grados y, más importante que todo ello, quiso ponerlos a disposición del Señor que le había puesto fuego en el alma. Ya sacerdote en 1525, mira como posibilidad la difusión del Evangelio en las Indias y mantiene contacto con los dominicos -principalmente con Garcés- que quizá pudieran abrirle puertas.

Pero el sur de España fue su parcela de siembra, el arzobispo don Alonso Manrique supo retenerlo en Sevilla. En Écija comienza su predicación y a leer públicamente las epístolas de san Pablo, reúne niños en la misma casa donde se hospeda para enseñarles el catecismo, a los mayores les comenta la Pasión y junta a un grupo de sacerdotes celosos, predicadores y austeros. Lo mismo hizo en Alcalá de Guadaira. Su actividad poco común, la reciedumbre de su predicación y la claridad en la doctrina conjugada con la ascética personal más dura le valieron la envidia tan terriblemente frecuente en el estamento clerical de todos los tiempos; por eso no pudo publicar con su firma el conjunto de libros espirituales, entre ellos uno sobre el modo de rezar el rosario; los publicó como anónimos, como hizo con la traducción del Kempis que por largo tiempo se atribuyó al también dominico Luis de Granada. No aconsejaba otra cosa el proceso de casi dos años al que lo sometió el Tribunal de la Inquisición y que se resolvió sin nota condenatoria.

Su actividad se traslada a Córdoba y luego a Granada donde, ya como maestro, tiene sitio y parte apostólica activa en la universidad recién creada por el arzobispo don Gaspar de Ávalos rodeándose de sacerdotes apostólicos, bien formados y santos. La mayor parte de ellos -sin exclusividad- son también cristianos nuevos que tienen bien cerradas las puertas de los mejores puestos por prejuicios seculares. (Con harta frecuencia, los cargos donde trabaja el clérigo no se dan al buen pastor, sino al amigo del dueño). Pero a pesar de ello, forman un numeroso grupo, es ya todo un movimiento sacerdotal de predicadores y confesores cuyo director es el Maestro Ávila que les inculca frecuencia en la confesión, amor a la Eucaristía, oración, contemplación de la Pasión de Cristo y familiaridad con las Sagradas Escrituras; en la vida práctica, viven con un desprendimiento completo de los bienes y ni tan siquiera cobran dineros por las predicaciones y ministerio. El amplio campo de apostolado ulterior de cada uno de ellos sólo es la consecuencia normal del espíritu que se desborda.

Desde el principio, en el 1538, supo ser en Baeza alma y maestro de la universidad fundada por don Rodrigo y don Pedro López; aquello más que un centro de estudios superiores parece uno de los seminarios que todavía no había inventado el Concilio grande de la Iglesia que en aquel tiempo se celebraba en Trento y al que envió memoriales a ruegos de los obispos allí reunidos para reformar la Iglesia que Juan de Ávila ya reformaba desde hacía tiempo. Además hay que contar su estancia en Montilla y Priego, el trato con los importantes duques de Feria, el rastro que deja en tierras extremeñas, las cartas y escritos espirituales, el tratado de vida cristiana Audi filia compuesto a modo de cartas escritas a doña Sancha Carrillo, la compañía frecuente con fray Luis de Granada que le admiraba y la fundación de numerosos -hasta quince- colegios.

Tan popular es su figura, tan evangélico su mensaje, tan claro su ejemplo, tan sincera su entrega y tan cargado de frutos su celo que el jesuitismo incipiente se plantea seriamente incorporarlo a sus filas para el bien de la Iglesia y del Reino. Será el mismísimo jesuita Villanueva, encargado por Ignacio del negocio de estudiar la conveniencia y de invitarlo a incorporarse a ellos, quien llegó a comentar con veraz y certera intuición después de haberle tratado por algún tiempo: «En tanta conformidad, no parece que haya otro acuerdo: o que él se una a nosotros o que nosotros nos unamos con él». Llegaron las enfermedades con su compañía de achaques, limitación y dolores que ya no desaparecerán hasta la muerte. Entonces se plantea Juan dejar a la Compañía la herencia de hombres y colegios, pero la persecución del cardenal Silíceo, obliga a tomar precauciones a la Compañía ante los conversos y cristianos nuevos.

Murió Juan de Ávila el 10 de mayo de 1569 con humildad y piedad ejemplar, repitiendo los nombres de Jesús y María. Fue beatificado en 1894; Pío XII, el 2 de julio de 1946, lo proclama patrón del clero español y lo canoniza Pablo VI en 1970, el 31 de mayo. La Conferencia Episcopal Española ha pedido a la Santa Sede, con motivo del centenario del nacimiento de san Juan de Ávila, que sea declarado Doctor de la Iglesia Universal.

(Fuente: archimadrid.es)

CATEQUESIS PAPA FRANCISCO. II. LA VIDA DE JESÚS. LOS ENCUENTROS. 5. EL PADRE MISERICORDIOSO. ESTABA PERDIDO Y HA SIDO ENCONTRADO (LC 15,32)

Después de haber meditado sobre los encuentros de Jesús con algunos personajes del Evangelio, quisiera detenerme, a partir de esta catequesis, en algunas parábolas. Como sabemos, son narraciones que retoman imágenes y situaciones de la realidad cotidiana. Por eso tocan también nuestra vida. Nos provocan. Y nos piden que tomemos posición: dónde estoy yo en esta narración?

Partamos de la parábola más famosa, aquella que todos recordamos tal vez desde que éramos pequeños: la parábola del padre y los dos hijos (Lc 15,1-3.11-32). En ella encontramos el corazón del Evangelio de Jesús, es decir, la misericordia de Dios.

El evangelista Lucas dice que Jesús cuenta esta parábola para los fariseos y los escribas, que murmuraban porque Él comía con los pecadores. Por eso se podría decir que es una parábola dirigida a aquellos que se han perdido, pero no lo saben y juzgan a los demás.

El Evangelio quiere entregarnos un mensaje de esperanza, porque nos dice que sea cual sea el lugar en el que nos hayamos perdido, sea cual sea el modo en el que nos hayamos perdido, ¡Dios viene siempre a buscarnos! Quizá nos hemos perdido como una oveja que se sale del camino para pastar la hierba, o se queda atrás por cansancio (cf. Lc 15,4-7). O acaso nos hemos perdido como una moneda que se cayó al suelo y ya no se encuentra, o bien alguien la puso en algún sitio y no recuerda dónde. O nos hemos perdido como los dos hijos de este padre: el más joven, porque se cansó de estar en una relación que sentía demasiado exigente; pero también el mayor se perdió, porque no basta con quedarse en casa si en el corazón hay orgullo y rencor.

El amor es siempre un compromiso, siempre hay algo que debemos perder para ir al encuentro del otro. Pero el hijo menor de la parábola solo piensa en sí mismo, como ocurre en ciertas etapas de la infancia y de la adolescencia. En realidad, vemos a muchos adultos así a nuestro alrededor, que no consiguen mantener una relación porque son egoístas. Se engañan pensando que pueden encontrarse a sí mismos y, en cambio, se pierden, porque solo cuando vivimos para alguien vivimos de verdad.

Este hijo menor, como todos nosotros, tiene hambre de afecto, quiere que le quieran. Pero el amor es un don precioso, hay que tratarlo con cuidado. Él, en cambio, lo desperdicia, se malvende, no se respeta a sí mismo. Se da cuenta de ello en tiempos de escasez, cuando nadie se preocupa por él. El riesgo es que en esos momentos empecemos a mendigar afecto y nos aferremos al primer amo que se nos presenta.

Son estas experiencias las que hacen nacer en nuestro interior la convicción distorsionada de que solo podemos estar en una relación como sirvientes, como si tuviéramos que expiar una culpa o como si no pudiera existir el amor verdadero. De hecho, cuando el hijo menor toca fondo, piensa en volver a casa de su padre para recoger del suelo alguna migaja de afecto.

Solo quien nos quiere de verdad puede liberarnos de esta visión falsa del amor. En la relación con Dios vivimos precisamente esta experiencia. El gran pintor Rembrandt, en una famosa pintura, representó de manera maravillosa el regreso del hijo pródigo. Me llaman la atención, sobre todo, dos detalles: el joven tiene la cabeza rapada, como la de un penitente, pero también parece la cabeza de un niño, porque ese hijo está renaciendo. Y luego, las manos del padre: una masculina y otra femenina, para describir la fuerza y la ternura en el abrazo del perdón.

Pero es el hijo mayor el que representa a aquellos para quienes se cuenta la parábola: es el hijo que siempre se ha quedado en casa con el padre, y, sin embargo, estaba lejos de él, lejos con el corazón. Este hijo tal vez también hubiera querido irse, pero por miedo o por obligación se quedó allí, en esa relación. Sin embargo, cuando nos adaptamos en contra de nuestra voluntad, empezamos a acumular ira en nuestro interior y, tarde o temprano, esta ira estalla. Paradójicamente, al final es precisamente el hijo mayor el que corre el riesgo de quedarse fuera de casa, porque no comparte la alegría de su padre.

El padre también sale a su encuentro. No lo regaña ni lo llama al deber. Solo quiere que sienta su amor. Lo invita a entrar y deja la puerta abierta. Esa puerta permanece abierta también para nosotros. De hecho, este es el motivo de la esperanza: podemos tener esperanza porque sabemos que el Padre nos espera, nos ve desde lejos y siempre deja la puerta abierta.

Queridos hermanos y hermanas, preguntémonos entonces dónde estamos nosotros en este maravilloso relato. Y pidámosle a Dios Padre la gracia de poder encontrar nosotros también el camino para volver a casa.

ESPECULACIONES SOBRE EL NUEVO PAPA

El lunes de Pascua murió Francisco. La noticia de su muerte fue portada, con grandes titulares, de los periódicos del día siguiente. Y, junto con la noticia de su muerte, también, en la mayoría de las primeras páginas, con caracteres destacados, se especulaba sobre quién podía ser su sucesor. El asunto del sucesor interesa. De hecho, mucha gente me ha preguntado quién pienso yo que saldrá elegido en el próximo Cónclave. Dudo que la mayoría de esas personas tengan suficiente información sobre los cardenales para poder hacer una valoración adecuada. Los periódicos sí que hacen valoraciones, algunas condicionadas por su línea editorial.

No hablemos de lo que se dice en redes sociales y algunos blogs que pululan por la red, en los que hay de todo, como no podía ser de otra forma, aunque en algunos casos lo que hay es falta de respeto con el Papa difunto. Y lo digo de una forma elegante. Y cuando hacen pronósticos sobre el nuevo Papa, me temo que confunden sus deseos con la realidad. Eso dejando aparte que atribuyen a sus candidatos ideas en las que seguramente ellos no se reconocerían. Hasta las casas de juego hacen lo que no tiene nada de cristiano, a saber, apuestas sobre quién será el nuevo Papa.

Estoy convencido de que el elegido continuará la línea de su predecesor, con algunas características propias. Es lo que ha ocurrido con todos los Papas. Ninguno descalifica a su antecesor. Todos dicen continuarlo. No quiero arriesgarme a hacer pronósticos, pero aún así aventuro que una de las primeras decisiones del nuevo Papa va a ser continuar con el Sínodo y, por supuesto, dejar claro que el año jubilar continúa con el ritmo ya empezado. Porque en la Iglesia no hay rupturas. Hay estilos distintos, en función de las personas, como es lógico y normal. Pero lo fundamental permanece.

En vez de especulaciones sobre quién será el nuevo Papa, lo que ahora toca es dar gracias por la vida y el magisterio de Francisco, convencidos de que Dios guía a su Iglesia y, con sus fallos y deficiencias, porque está formada por seres humanos frágiles y pecadores (empezando por el Papa), la sostiene para que siga anunciando a las personas de cada época y lugar la buena nueva del Evangelio de Cristo. La referencia de los cristianos no es una ideología, sino un hombre de carne y hueso, con sus manías, un pobre hombre vestido de blanco, pobre en relación con Aquel del que es Vicario, pobre como esos pobres hombres que somos nosotros, pero signo viviente del Verbo que se ha hecho uno de nosotros.

La elección de los últimos Papas (sobre todo de Juan Pablo II y Francisco) fue una sorpresa. Es posible que en esta elección tengamos otra. Y un asunto más: una cosa son los cardenales con derecho a voto, y otra los que están en condiciones de desplazarse a Roma, que serán algunos menos. Y a propósito de esos cardenales que no podrán estar en el Cónclave, ¿qué es de esos cardenales que no podrán estar en el Cónclave, ¿qué es lo que preocupa a algunos? Si están en uno u otro bando, según sus clasificaciones políticas, trasplantadas al ámbito eclesial. ¡Penoso! Todo muy penoso.

Martín Gelabert – Blog Nihil Obstat

HOMENAJE A CARMEN GARCÍA GONZÁLEZ (106 AÑOS)

Días antes de comenzar la Semana Santa, el pasado día 5 de abril, nuestra querida Carmen García González, a los 106 años, ha partido a la casa del Padre. Fue miembro fundador del grupo de Vida Ascendente en nuestra parroquia de la Anunciación de la Santísima Virgen.

Junto con Carmen del Rincón, Marcelina, Carmen García Ruiz, Constancia, Román, Viviana, Milagros, Patrocinio, María Soledad García, Esther, Anastasia y Valeriano, formaron el primer grupo de Vida Ascendente en nuestra parroquia. Hoy la mayoría de ellos ya están en compañía del Padre, pero dejaron su impronta y buen hacer en nuestro movimiento en la parroquia. Dejaron y dejan un grupo fuerte y con buenas raíces que han hecho que el grupo siga siendo uno de los más numerosos de la ciudad.

Carmen, con su carácter y buen hacer, con su gran espiritualidad supo contribuir al engrandecimiento del movimiento en aquellos primeros momentos. Este buen hacer y su ejemplo son la causa que, con la ayuda del Señor, se haya asentado el movimiento en nuestra parroquia y cada día tenga más fuerza. Hoy por hoy y pese a que cada día nos vamos haciendo más mayores, con su intercesión desde el cielo, Vida Ascendente parroquial goza de una excelente salud.

En los momentos de tertulia, nos recordaba a todos los arzobispos y personas ilustres que había conocido y nos hablaba de los momentos duros y difíciles que le habían tocado sufrir; la dureza de la guerra y de la posguerra con la falta de alimentos, etc. Fue una persona con la que daba gusto estar por las enseñanzas y apoyo que transmitía; tenía una mente lúcida que conservó hasta el último momento.

Carmen y sus compañeros supieron reflejar y enseñar con su ejemplo a la comunidad parroquial nuestro lema de Espiritualidad, Apostolado y Amistad.

Carmen ha sido y será una piedra fundamental en los cimientos de vida Ascendente en Burgos, un ejemplo a seguir por todos nosotros por su gran Espiritualidad y su capacidad para hacer Apostolado en nuestra parroquia. Logró formar un gran grupo unido por la Amistad que supieron compartir entre ellos y que hoy, en nuestro grupo, procuramos conservar siguiendo su ejemplo.

Que descanse en paz.

Amelia Diez Reoyo

Presidenta diocesana de Vida Ascendente de Burgos.

COOPERATIVAS DE ATENCIÓN DOMICILIARIA: UNA SOLUCIÓN INNOVADORA A LA CRISIS DE CUIDADORES

Un nuevo estudio de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) en Estados Unidos sugiere que las cooperativas de atención domiciliaria pueden ser la clave para aliviar la escasez de cuidadores remunerados de estadounidenses mayores.

La investigación, publicada en la revista JAMA Network Open, revela que los participantes en cooperativas experimentan mayor respeto, control, apoyo laboral y remuneración que sus contrapartes en servicios de atención tradicionales.

Estos factores podrían explicar cómo las cooperativas han logrado tasas de rotación de personal que son la mitad de las de las agencias tradicionales, que se caracterizan por una alta rotación de personal y una alta insatisfacción laboral.

El doctor Geoffrey Gusoff, profesor adjunto de medicina familiar en la Facultad de Medicina David Geffen de la UCLA y autor principal del estudio, considera que millones de adultos mayores carecerán del apoyo que necesitan para envejecer de forma segura en casa a menos que se desarrollen nuevas estrategias y se cambien las políticas para retener y reclutar a los cuidadores.

Para él, estas cooperativas de atención dmiciliaria representan un «enfoque innovador» para solucionar el problema de falta de cuidadores y «mejorar la calidad y la retención de estos» para satisfacer la cada vez mayor demanda.

Cuatro factores que determinan una mejor calidad laboral

Los investigadores entrevistaron a 23 cuidadores domiciliarios y nueve empleados de cinco cooperativas, la mayoría de los cuales habían trabajado previamente en entornos tradicionales de cuidado remunerado. Los cuidadores domiciliarios de las cooperativas identificaron cuatro factores que contribuyeron a una mejor calidad laboral y una menor rotación de personal en comparación con los servicios de cuidado tradicionales.

En primer lugar, altos niveles de participación y control en tres áreas: atención al paciente, programación y políticas de la agencia. En segundo lugar, un sentido de comunidad, camaradería y trabajo en equipo que surge en parte de su sentido de propiedad y del apoyo que recibieron del personal y otros trabajadores de atención domiciliaria en sus equipos.

En tercer lugar, una cultura de respeto hacia los trabajadores de atención domiciliaria, que genere la percepción de que son valorados. En cuarto lugar, se detectó una mejor compensación general que incluya salarios, beneficios, como un seguro de salud, y/o participación en las ganancias, que juegan un papel crucial en la retención de los empleados.

Limitaciones de la investigación

Algunas limitaciones del estudio incluyen la posibilidad de sesgo de recuerdo o de selección cuando los participantes compararon sus experiencias en cooperativas con su empleo anterior en servicios tradicionales. Además, la inclusión únicamente de trabajadores de atención domiciliaria que hablaban inglés en el estudio y el papel potencial que otros factores, como el tamaño de la agencia, pueden desempeñar en las percepciones de los trabajadores sobre las cooperativas.

Gusoff agrega que se necesita más trabajo para identificar con más detalle las cualidades que influyen en la satisfacción laboral de los trabajadores de atención domiciliaria. «El siguiente paso es probar los factores identificados en el estudio a través de una encuesta nacional de cuidadores para cuantificar mejor el papel de cada factor en la retención, la satisfacción y la calidad de la atención de los cuidadores», concluye.

Así, las cooperativas de atención domiciliaria brindan a las personas mayores la misma asistencia para la vida diaria, como el baño, la administración de medicamentos y la preparación de comidas, que los servicios tradicionales de atención domiciliaria. A diferencia de estos servicios, las cooperativas son propiedad de los trabajadores de atención domiciliaria que los prestan, quienes también las gestionan, lo que genera una experiencia más colaborativa y un sentido de pertenencia para los participantes.

Sobre el autor: Lidia Béjar para 65 y mas

LA SANTA DE LA SEMANA: SANTA CATALINA DE SIENA

Fue el día de la Anunciación de la Virgen y Domingo de Ramos de 1347. La Iglesia y Siena, con cánticos y ramos de olivo, daban la bienvenida a la niña Catalina, que veía la luz de este mundo en una casa de la calle de los Tintoreros, en el barrio de Fontebranda.

A Catalina y a su hermana gemela Giovanna les habían precedido ya otros veintidós hermanos y les siguió otro, en el hogar cristiano y sencillo de Giacomo Benincasa y Lapa de Puccio del Piangenti.

Del padre, tintorero de pieles, parece haber heredado Catalina la bondad de corazón, la caridad, la dulzura inagotable, y de la madre, mujer laboriosa y enérgica, la firmeza y la decisión.

Catalina, niña, era alegre, bulliciosa, vivaracha; su encanto la hacía un poco el centro del cariño del amplio círculo familiar y de las amistades. A sus cinco o seis años tuvo su primera experiencia de lo sobrenatural —una visión en el valle Piatta— que marcó una huella definitiva en su vida y la dejó orientada hacia Dios. «A partir de esta hora pareció dejar de ser niña», cuenta uno de sus biógrafos. Comprendió la vida de los que se habían entregado a la santidad y sintió nacer en sí unos irresistibles deseos de imitarlos.

Se volvió más reservada, más juiciosa; buscaba más la soledad para tratar a solas con Dios. Ante un altar de la Virgen tomó la resolución de no querer nunca por esposo a nadie más que a Jesucristo. Pero no tendría que esperar a que llegara la madurez de su juventud para poder medir el valor y el sentido de su consagración a Dios.

Entonces, y en Italia, a los doce años, una joven tenia que empezar a preocuparse de su porvenir, y, en consecuencia, de su arreglo personal y buen parecer para agradar a los hombres. Lapa había ya casado a dos de sus hijas y pensaba que buscar el matrimonio era, al fin, como para ella había sido, la misión de toda mujer.

Hasta los quince años de Catalina duró la obstinada presión familiar. Jamás desistió ella de su primer deseo de virginidad, pero tuvo, ciertamente, una crisis en su fervor. Su vida espiritual aflojó al dejar penetrar en su alma, con una vanidad muy femenina, el deseo de complacer a las criaturas (su madre y sus hermanas) más que a Dios. La hermana Buenaventura, con más éxito que los demás, la había inducido a preocuparse de los vestidos, a teñirse el cabello, a realzar su belleza natural con el maquillaje de aquellos tiempos, casi tan completo y complejo como el de los actuales. Pero esta hermana murió en un parto en el mes de agosto de 1362. Las lágrimas abundantes de Catalina no fueron solamente por la pérdida de su hermana predilecta. La vela mortecina junto a aquel cadáver hizo penetrar una luz nueva en su alma. Ella la llamaba siempre su conversión, su vuelta a Dios, su retorno a la entrega sin reservas ni resortes de ninguna clase.

La lucha familiar se exaspera en torno de Catalina, hasta convertirse en una especie de persecución tenaz que la reduce a la condición de una sirvienta y la encierra en un aislamiento que ella aprovecha para entrar en la «celda interior» del conocimiento de sí misma y del trato habitual con Dios, que ya no abandonará de por vida. Aumenta de modo casi inconcebible sus maceraciones, su ayuno, su constante vigilia, hasta agotar la exuberancia y las fuerzas corporales de que hasta entonces había gozado.

Excepcionalmente, dados sus diecisiete años, es admitida entre las hermanas de la Penitencia de Santo Domingo, especie de terciarias dominicas, llamadas mantellate por el manto negro que llevaban sobre el hábito blanco ceñido por una correa. Sin abandonar el ambiente familiar, vivían con unas reglas propias bajo la dirección de una superiora y de un director, religioso dominico, y desarrollaban una extraordinaria actividad espiritual y benéfica. Eran las almas consagradas a los enfermos y a los pobres.

Sus primeros años de mantellata se caracterizan por una intensísima vida espiritual, con sus luchas que la purifican y elevan, por su caridad inexhausta e incansable mortificación interior y exterior, por una parte, y, por otra, por las elevadas y delicadísimas gracias místicas con que Dios la regala frecuentísimamente. Son casi cuatro años de vida solitaria entre combates furiosos y tentaciones sutiles, y el trato personal de inefable dulzura con Jesucristo, la Santísima Virgen, los santos.

El recogimiento, arrobado a veces, con que oraba, el llanto incontenible, a pesar de las prohibiciones del confesor, al acercarse a comulgar, lo que empezaba a oírse de sus mortificaciones, agitó inevitablemente la marea del ambiente de una ciudad religiosa, con sus capillitas y sus bandos, como la Siena del 1300: celos de mujeres devotas, escepticismo de frailes y sacerdotes, los doctos que opinan de la ignorancia un tanto atrevida, según ellos, de la hija del tintorero Benincasa, los corrillos de vecinas en el barrio, en el típico lavadero de Fontebranda, los rumores que llegan a los salones elegantes y a las tertulias acomodadas…

Y por la calleja pendiente que lleva a Fontebranda se ve descender una dama noble, un grave eclesiástico, un campanudo maestro en teología, el mozo despreocupado y libre hacia la tintorería para hablar con Catalina, que contaba apenas unos veinte años. Tomás de la Fuente, entonces su confesor, la había autorizado para ello. Su vibrante angustia materna por las almas la obligaba a darse siempre que se la pudiese necesitar. Son los albores de una fecunda maternidad espiritual, que no iba a limitarse a los senos misteriosos de la intimidad del Cuerpo Místico; son los primeros contactos de una nueva gran familia que nace.

Iba a empezar para esta criatura enferma y frágil el portento de una actividad múltiple de apostolado, de acción política y diplomática en favor de la Iglesia. Dios la iba preparando para esta misión con sus gracias y sus pruebas. Le hacía ahondar incesantemente en la consideración de la propia «nada» frente al «Ser» de Dios, base de toda su vida espiritual. La admirable vida activa que llevaría a cabo por voluntad de Dios hasta el día de su muerte necesitaba una no menos admirable intensidad de vida interior. Pero en Catalina la actividad y el recogimiento jamás entraron en colisión ni se desarrollaron en doloroso contrapunto, como en la mayor parte de las almas. Eran dos modos externamente distintos, internamente idénticos, de amor a Dios, de darse a Dios, de vivir su entrega de modo eficaz y práctico.

En el umbral de su vida pública de apostolado y de acción pacificadora entre las potencias terrenas se verifica su místico desposorio con Jesús, del que, como testimonio perenne, guardará en su dedo, hasta la muerte, una alianza imperceptible a todos los demás.

En mayo de 1374 se reunía en Florencia, en la capilla llamada «de los españoles», el Capítulo general de la Orden de Predicadores. Por la responsabilidad que a la Orden podía caberle, tratándose de una terciaria, el Capítulo asumió la tarea del examen del espíritu de Catalina Benincasa. Lo aprobó y le señaló como confesor y director al hombre sabio, prudente, fervoroso que era Raimundo de Capua. Por Raimundo de Capua, elegido al poco de morir Catalina maestro general de la Orden, conocemos, con riquísima abundancia de detalles, la vida, las virtudes, las gracias místicas y las actividades de la que fue su hija y maestra al mismo tiempo.

La terrible peste negra que ha pasado a la historia como la gran mortandad y en la que pereció más de la tercera parte de la ciudad de Siena, ofreció a Catalina y a Raimundo de Capua y demás «caterinatos», a su retorno de Florencia, una nueva oportunidad para el heroísmo en su amor al prójimo.

Luego las ciudades de Pisa, donde —entre otros prodigios– recibió los estigmas invisibles de la Pasión; Lucca, cuya alianza con Florencia en la lucha contra el Papa trató de impedir a toda costa, y de nuevo Pisa y Siena fueron el escenario del vivir virtuoso y del apostolado de la Santa.

Movida por su implacable anhelo de servicio de la Iglesia y rogada por la ciudad de Florencia, que se hallaba castigada con la pena del entredicho por su rebeldía contra el Papa, Catalina emprende en la primavera de 1376 su viaje a la corte pontificia de Aviñón. Estaba íntimamente convencida de que la presencia del Romano Pontífice en su Sede de Roma tenía que contribuir grandemente a la reforma de las costumbres, a la sazón muy relajadas en los fieles, en los religiosos y en el clero alto y bajo, y a la pacificación del hervidero de luchas enconadas de las pequeñas repúblicas que formaban el mosaico político de Italia entre sí y de buena parte de ellas con el poder temporal de la Santa Sede.

Con la humilde y sumisa intrepidez con que antes y en otras ocasiones había dirigido sus cartas al sucesor de Pedro, le habló personalmente en esta ocasión. Aquella terciaria de veintinueve años no tenía más razones que las razones de Dios, Gregorio XI, de carácter débil y fluctuante, decidió, por fin, abandonar Aviñón y volver a Roma el 13 de septiembre de aquel mismo año.

Al año siguiente una misión de paz lleva a Catalina al castillo de Roca de Tentennano, en la Val D’orcia. La acompañan algunos frailes, entre ellos su director fray Raimundo de Capua, algunos discípulos y mantellate. Apacigua los miembros de las familias de los señores del Valle y su estancia allí se convierte en una singular y fecundísima misión pública.

Mientras tanto, la situación política de Florencia se había ido agravando desde los últimos meses. Los florentinos exasperados se habían rebelado contra el entredicho pontificio y habían celebrado insolentemente solemnidades religiosas en la plaza de la Señoría. El Papa manda a Catalina a Florencia. En una de las sublevaciones populares la Santa se ve amenazada de muerte. En medio de las negociaciones, Gregorio XI es sucedido por Urbano VI, al que la Santa escribe cartas que son un puro clamor de angustia, una súplica instante. Llega, por fin, la paz entre la ciudad de Florencia y la Santa Sede, pero poco después empieza a verificarse uno de los más amargos vaticinios de Catalina: el cisma de Occidente, con su antipapa, cisma al que abrieron las puertas, más que el carácter áspero y duro de Urbano VI, la ambición de unos gobiernos y la relajación y poco espíritu de los cardenales de la Corte pontificia.

De retorno a Siena, sumida el alma en la amargura indecible de los males que agobian a la Santa Iglesia, Catalina se engolfa en la contemplación de la Misericordia y de la Providencia y vuelca su alma de fuego, toda la luminosa experiencia del conocimiento de Dios y de sí misma, todo el ardor de su anhelo por el bien de la Santa Iglesia, en las páginas de este libro incomparable, que la contiene y resume a toda ella, que es el Diálogo de la Divina Providencia.

Las páginas vivas, palpitantes, del Diálogo contienen el grito inenarrable que compendia toda la existencia y la misión de Catalina, dirigido a Dios: «Por tu gloria, Señor, salva al mundo». Santa Catalina escribió en él no lo que sabia, sino lo que vivía, lo que era, recogiendo una serie de experiencias místicas que se habrían perdido definitivamente para nosotros si, de modo providencial, no hubieran encontrado el eco cálido en las páginas del Diálogo. Con la misma fuerza captamos en ellas la respuesta divina en una promesa de misericordia sobre el hombre y la Santa Iglesia y en la enseñanza de los caminos por los que el hombre hallará su salvación.

En octubre de 1378 había terminado el dictado del mismo a tres de sus discípulos, que la servían también de secretarios para su abundante correspondencia. Hasta nosotros han llegado casi 400 cartas, vivo retrato de su alma excepcional, eco apasionado en su mayor parte, de sus objetivos: la reforma y la cruzada para la reconquista de los Santos Lugares,

El Papa la quiere, en estas horas luctuosas, junto a sí, en Roma. En la Ciudad Eterna lleva a cabo una ardiente campaña en favor del verdadero papa Urbano VI. Habla en Consistorio a los cardenales, sigue escribiendo cartas a las personas de mayor influencia, llama junto a sí a las más relevantes personalidades, por su santidad, que había en Italia. Su visión es clara, irreductible: los males de la Iglesia no tienen más remedio que una inundación de santidad en los miembros de la jerarquía y en el pueblo fiel. No por esto deja de estar presente y de trabajar infatigable entre los partidarios de uno y de otro Papa.

En los primeros meses del año 1380 —último de su existencia terrena— la vida de Catalina parece una pequeña llama inquieta que apenas puede ser ya contenida por la fragilidad del cuerpo que se desmorona. Pero mientras viva será un holocausto por la Santa Iglesia. Ella misma había escrito antes: «Si muero, sabed que muero de pasión por la Iglesia». «Cerca de las nueve —dice en una emocionante carta a su director—, cuando salgo de oír misa, veríais andar una muerta camino de San Pedro y entrar de nuevo a trabajar en la nave de la Santa Iglesia. Allí me estoy hasta cerca de la hora de vísperas. No quisiera moverme de allí ni de día ni de noche, hasta ver a este pueblo sumiso y afianzado en la obediencia de su Padre, el Papa». Allí, arrodillada, en un éxtasis de sufrimiento interior y de súplica, se siente aplastada por el peso de la navicella, la nave de la Iglesia, que Dios le hace sentir gravitar sobre sus hombros frágiles de pobre mujer. «Catalina —escribía otro de sus discípulos— era como una mansa mula que sin resistencia llevaba el peso de los pecados de la Iglesia, como en su juventud había llevado desde la puerta de la casa hasta el granero los pesados sacos de trigo.»

Cerca de la iglesia y del convento de los padres dominicos de Santa María de la Minerva, en la Vía di Papa, tenía durante su estancia en Roma su humilde habitación. Dicta sus últimas cartas-testamento, desbordantes de ternura y de firmeza, con su habitual visión sobrenatural de todas las cosas. Interrumpe reiteradamente su dictado, con un suspiro hondo: «Pequé, Señor; compadécete de mí», o con el grito anhelante de amor a Jesucristo crucificado que había consumido toda su existencia: «Sangre, sangre».

Rodeada de muchos de sus discípulos y seguidores, consumida hasta el agotamiento y el dolor por la enfermedad, ofrendaba el supremo holocausto de una vida consagrada íntegramente a Dios y a la Santa Iglesia. Con las palabras de Jesús: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu», radiante su cara de luz inusitada, inclinó suavemente la cabeza y entregó su alma a Dios, en la plenitud del estallido de la primavera romana. Era el 29 de abril, domingo antes de la Ascensión del Señor del año 1380.

La Santa Madre Iglesia, con el sello de su autoridad, avaló el prodigio de santidad de la humilde hija del tintorero de Siena, por boca de su vicario Pío II, al canonizarla solemnemente en la festividad de San Pedro y San Pablo del año 1461.

Fuente: Santopedia

CATEQUESIS PAPA FRANCISCO. II. LA VIDA DE JESÚS. LOS ENCUENTROS. 4. EL HOMBRE RICO. JESÚS «LO MIRÓ CON AMOR» (MC 10,21)

Hoy nos detenemos en otro de los encuentros de Jesús narrados en los Evangelios. Esta vez, sin embargo, la persona que encuentra no tiene nombre. El evangelista Marcos la presenta simplemente como «un hombre» (10,17). Se trata de un hombre que desde joven ha observado los mandamientos, pero que, a pesar de ello, aún no ha encontrado el sentido de su vida. Lo está buscando. Quizá es alguien que no se ha decidido del todo, a pesar de parecer una persona comprometida. De hecho, más allá de las cosas que hacemos, de los sacrificios o de los éxitos, lo que realmente importa para ser feliz es lo que llevamos en el corazón. Si un barco debe zarpar y dejar el puerto para navegar en alta mar, aunque sea un barco maravilloso, con una tripulación excepcional, si no leva los lastres y las anclas que lo mantienen sujeto, nunca podrá partir. Este hombre se construyó un barco de lujo, ¡pero se quedó en el puerto!

Mientras Jesús va por el camino, este hombre corre a su encuentro, se arrodilla ante Él y le pregunta: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?» (v. 17). Observemos los verbos: «¿Qué debo hacer para tener en herencia la vida eterna?». Como la observancia de la ley no le ha dado la felicidad y la seguridad de ser salvado, se dirige al maestro Jesús. Lo que llama la atención es que este hombre no conoce el vocabulario de la gratuidad. Todo parece debido. Todo es una obligación. La vida eterna es para él una herencia, algo que se obtiene por derecho, a través de una meticulosa observancia de los compromisos. Pero en una vida vivida así, aunque ciertamente a fin de bien, ¿qué espacio puede tener el amor?

Como siempre, Jesús va más allá de las apariencias. Si por un lado este hombre pone ante Jesús su buen currículum, Jesús va más allá y mira en su interior. El verbo que usa Marcos es muy significativo: «lo miró con amor» (v. 21). Precisamente porque Jesús mira en el interior de cada uno de nosotros, nos ama tal como somos realmente. ¿Qué habrá visto, de hecho, en el interior de esta persona? ¿Qué ve Jesús cuando mira en nuestro interior y nos ama, a pesar de nuestras distracciones y nuestros pecados? Ve nuestra fragilidad, pero también nuestro deseo de ser amados tal como somos.

Mirándolo en su interior – dice el Evangelio – «lo miró con amor» (v. 21). Jesús ama este hombre antes de haberle dirigido la invitación a seguirlo. Lo ama tal como es. El amor de Jesús es gratuito: exactamente lo contrario de la lógica del mérito que atormentaba a esta persona. Somos realmente felices cuando nos damos cuenta de que somos amados así, gratuitamente, por gracia. Y esto también vale en las relaciones entre nosotros: mientras intentemos comprar el amor o mendigar afecto, esas relaciones nunca harán que nos sintamos felices.

La propuesta que Jesús le hace a este hombre es cambiar su forma de vivir y de relacionarse con Dios. Jesús reconoce que, dentro de él, como en todos nosotros, hay algo que falta. Es el deseo que llevamos en el corazón de ser queridos. Hay una herida que nos pertenece como seres humanos, la herida a través de la cual puede pasar el amor.

Para llenar este vacío no hay que «comprar» reconocimiento, afecto, consideración; en cambio, hay que «vender» todo lo que nos pesa, para liberar nuestro corazón. No sirve de nada seguir quedándonos con las cosas, sino más bien dar a los pobres, poner a disposición, compartir.

Finalmente, Jesús invita a este hombre a no quedarse solo. Lo invita a seguirlo, a estar dentro de un vínculo, a vivir una relación. Solo así, de hecho, será posible salir del anonimato. Podemos escuchar nuestro nombre solo dentro de una relación, en la que alguien nos llama. Si nos quedamos solos, nunca oiremos pronunciar nuestro nombre y seguiremos siendo «alguien», anónimos. Quizá hoy, precisamente porque vivimos en una cultura de autosuficiencia e individualismo, nos descubrimos más infelices, porque ya no oímos pronunciar nuestro nombre por alguien que nos quiere gratuitamente.

Este hombre no acoge la invitación de Jesús y se queda solo, porque los lastres de su vida lo retienen en el puerto. La tristeza es la señal de que no ha logrado partir. A veces pensamos que son riquezas y, en cambio, son solo pesos que nos están bloqueando. La esperanza es que esta persona, como cada uno de nosotros, tarde o temprano pueda cambiar y decidir ir a alta mar.

Hermanas y hermanos, encomendemos al Corazón de Jesús a todas las personas tristes e indecisas, para que puedan sentir la mirada de amor del Señor, que se conmueve al mirar con ternura dentro de nosotros.

Fuente: The Holy See