CREADOS POR DIOS Y PARA DIOS

La primera parte del Catecismo de la Iglesia Católica está dedicada a explicar la profesión de fe cristiana. La fe es la acogida del Dios que sale al encuentro del ser humano. Se comprende así que el Catecismo comience por plantear si el ser humano está en disposición de encontrar a Dios. Porque el encuentro entre dos seres personales supone que, por parte de ambos, hay deseo de realizar este encuentro. Es lógico, pues, que el Catecismo comience afirmando que “el deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre”. Y eso es así, lo sepa o no lo sepa, porque este deseo es propio de la criatura humana, es algo con lo que se nace. No es un deseo que aparezca después de nuestro nacimiento. Viene ya como marca de origen.

El Catecismo indica inmediatamente que este deseo innato de Dios con el que todos nacemos se debe a que “el hombre ha sido creado por Dios y para Dios”. Por Dios: la razón, el motivo de nuestro ser, es que Dios nos ha querido y, por eso, nos ha dado la vida. El es nuestro autor. “El nos hizo y somos suyos”, dice el salmo 99. Nos hizo: pero no como hace el director de un laboratorio. Nos hizo por amor. No por necesidad. Y somos suyos: pero no como las cosas tienen un propietario, sino con una relación de filiación. Somos suyos porque somos sus hijos. Y todo padre deja en el hijo una marca de su propio ser. El hijo comparte la vida que el Padre le ha dado, tiene sus genes, y si se trata de un buen padre, como bueno es Dios, entonces no solo tiene sus genes, tiene todo su amor. El amor de Dios está inscrito en lo más profundo de nuestro ser.

Pero no solo hemos sido creados por Dios. Hemos sido creados “para Dios”, o sea, para tener con él una profunda relación de amor. El es nuestro destino, la meta de nuestra vida. Si estamos hechos para él, eso significa que hasta que no nos encontremos con él nuestra vida no se sentirá colmada, porque no habrá alcanzado aquello a lo que tiende, aquello que le es más propio. El “para” indica una finalidad. E indica también un camino. De modo que la meta no es algo que venga dado con el origen, sino que pide un proceso de acercamiento y de conocimiento. El conocimiento es causa del amor, porque solo se puede amar aquello que se conoce. Por tanto, haber sido hechos para Dios implica un proceso por parte del ser humano.

Porque hemos sido hechos para Dios, añade el Catecismo, “Dios no cesa de atraer el hombre hacia sí”. Dios siempre va en busca del ser humano y siempre está dispuesto a acogerle. Pero para que haya encuentro es necesario que el humano vaya en busca de Dios. Para eso es necesario que “reconozca explícitamente ese amor de Dios y se entregue a su Creador”, añade el Catecismo, citando al Concilio Vaticano II. En ese lugar del Concilio citado por el Catecismo se reconoce que muchos de nuestros contemporáneos no perciben esta necesidad de encontrarnos con Dios o la rechazan explícitamente. O sea, el ateísmo es una posibilidad que está implicada en el hecho mismo de ser creados “para Dios”. Porque el “para Dios” implica necesariamente la libertad humana y la conciencia de la bondad divina

Blog Nihil Obstat – Martin Gelabert

¿QUÉ ES LA CUARESMA Y CÓMO VIVIRLA?

La Cuaresma es el tiempo litúrgico dentro de la Iglesia Católica donde nos preparamos para vivir el Misterio Pascual, es decir, la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, fundamento y verdad de nuestra fe.

Se inicia con el Miércoles de ceniza y termina la mañana del Jueves Santo con la Misa Crismal, su duración es de cuarenta días.

«La Iglesia se une todos los años, durante los cuarenta días de la Gran Cuaresma, al Misterio de Jesús en el desierto» (CIC , 540).

El color litúrgico de este tiempo es el morado, que significa penitencia.

la cuaresma

Es un tiempo donde la Iglesia nos invita a volver la mirada a Dios, un tiempo especial de perdón y reconciliación, purificación y renovación de la vida cristiana.

Se nos invita a vivir el camino hacia Jesús, de la propia conversión, de reflexionar sobre nuestra propia vida ante la de Él, recordando la caducidad y fragilidad de nuestra existencia.

Durante este camino, conocemos y apreciamos la Cruz de Jesús, ayudándonos, de esta forma, a tomar la nuestra en nuestras vidas.

Estos cuarenta días de cuaresma nos recuerdan, distintos pasajes de la Biblia que acontecieron en distintos momentos, y que cabe mencionar los siguientes:

los cuarenta días del diluvio ( Gen. 7).

los cuarenta días de Moisés en el Sinaí ( Ex. 24, 12-18).

los cuarenta días de Jonás ( Jonás 3,4).

los cuarenta años del pueblo de Israel por el desierto para alcanzar la tierra prometida (Deuteronomio 9, 9-11).

los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto donde fue tentado antes de comenzar su vida pública (Mc 1. 12-13).

Este número simboliza : Cuatro el universo material y seguido de ceros el tiempo de nuestra vida aquí en la tierra, con sus pruebas y dificultades, un tiempo de preparación.

San Agustín añade: «…el tiempo de Cuaresma simboliza esta presente vida en la tierra, con sus adversidades y tribulaciones, y que el tiempo de la Pascua simboliza el gozo de la vida futura».

Miércoles de ceniza

Como sabemos, el Miércoles de ceniza nos marca el inicio de la Cuaresma.

Las cenizas nos recuerdan la brevedad de nuestra existencia en esta vida terrena y la precariedad de la condición humana.

Representa un signo de humildad y arrepentimiento ante Dios, nos recuerda nuestro origen y nuestro fin.

El deseo de morir al propio pecado y volver a Dios.

Es un día penitencial, donde los cristianos manifiestan el deseo de conversión a Dios.

Esta ceniza proviene de la incineración de los ramos bendecidos, correspondientes al Domingo de Ramos, del año anterior.

La imposición de las cenizas tiene lugar durante la misa, después de la homilía.

Se nos imponen en la frente haciendo una cruz por manos del sacerdote.

Durante esta imposición de la ceniza, el sacerdote pronuncia unas palabras, con el fin de recordarnos que esta vida en la tierra es pasajera y la verdadera se encuentra en el cielo. Nos dice: » Recuerda, que eres polvo y en polvo te convertirás» ó «Conviértete y cree en el Evangelio».

Con esta invitación a la conversión, podemos hacer memoria de las palabras que el Señor dijo a Adán: «Comerás el pan con el sudor de tu rostro, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás.» (Gen.3,19).

¿Por qué la ceniza?

Desde los orígenes de la Iglesia, se practicaba la costumbre de imponer la ceniza, signo de fragilidad del hombre.

El origen de la imposición de la ceniza pertenece a la estructura de la penitencia canónica. Empieza a ser obligatorio para toda la comunidad cristiana a partir del siglo X.

La liturgia actual, conserva los elementos tradicionales: imposición de la ceniza y ayuno.

Al inicio del cristianismo, ésta se imponía especialmente a los pecadores públicos, los penitentes que durante la Cuaresma se preparaban para recibir el perdón y la reconciliación.

Posteriormente, en tiempos medievales se decide imponerla a todos los fieles cristianos, de este modo nos comunica que somos todos pecadores y por lo tanto necesitados de conversión.

En el Antiguo Testamento vemos cómo la ceniza simboliza el dolor y la penitencia, que era practicada por los fieles, para reflejar el arrepentimiento de los pecados que habían cometido y el deseo y la voluntad de convertirse.

Destacamos algunas citas:

«El anuncio llegó hasta el rey de Nínive, que se bajó del trono, se quitó su manto, se cubrió de saco y se sentó en la ceniza» (Jonás 3,6)

«Por eso me retracto, y me arrepiento echado en el polvo y la ceniza» (Job 42,6).

«Cuando Mardoqueo supo lo que pasaba, rasgó sus vestidos, se vistió de sayal y ceniza, y salió por la ciudad lanzando grandes gemidos» (Esther 4,1).

¿Cómo vivir la Cuaresma?

Para vivir este tiempo de Cuaresma, es indispensable el encuentro con Dios. En este tiempo nos unimos al misterio de Jesús en el desierto.

Nos invita la Iglesia a vivir este tiempo de conversión, a través de distintos actos exteriores e interiores que ayuden a cambiar literalmente de vida, con una mirada a Dios más cercana.

Para ello, nos proponen diversas formas de penitencia en la vida cristiana (1434-1439 CIC), haciendo mención de tres principalmente: el ayuno, la oración y la limosna. éstas van unidas, y «expresan la conversión con relación a sí mismo, con relación a Dios y con relación a los demás«.

  1. La oración

La oración es nuestro encuentro con Dios, es esencial para la vida cristiana.

La escucha y la meditación de su Palabra nos ayuda a profundizar en su misterio. Al sabernos amados por Él nuestro deseo es corresponderle.

De ahí, nuestro querer cambiar, arrepintiéndonos de nuestros pecados a través del sacramento de la confesión e ir a su encuentro en la Eucaristía.

Este tiempo es propicio para crecer en la oración, para recogerse en esta intimidad cada uno de nosotros con nuestro Padre, cómo Jesús nos enseñó (Mt 6,7).

  1. El ayuno

El ayuno que nos recuerda a la comida, abarca normalmente todas las dimensiones de la vida.

Nuestro ayuno también hace referencia, a soltar todo aquello que en nuestra vida de alguna manera nos tiene atados y permitir abrir nuestro corazón al amor que se nos da. Ayunar incluiría abstenerse de ciertas cosas, de ciertos acciones, palabras, gestos…

El ayuno nos ayuda a renunciar y ofrecer ese sacrificio a Dios. En esta renuncia nos ejercitamos a dominar nuestras propias pasiones y nuestra tendencia de la carne tocada por el pecado.

Nos abre a las necesidad de los demás ya que tendemos por naturaleza a centrarnos en nosotros mismos y en nuestras necesidades.

El Miércoles de ceniza junto con el Viernes Santo es día de ayuno y abstinencia. Los viernes de Cuaresma se observa la abstinencia de carne.

  1. La limosna

La limosna es un acto de amor hacia los demás, bien en sentido material o temporal, es una obra de misericordia hacia los más necesitados.

Un compartir con los demás que nos mueve a la renuncia y al sacrificio de uno mismo.

Sabiendo que todo nos viene de Dios, que todo se nos da como un Don, y por ello, en esa gratitud somos nosotros mismos, donadores de ese don.

ALBACETE: VIDA ASCENDENTE: MOVIMIENTO DE MAYORES Y JUBILADOS COMPROMETIDOS

Los miembros de este movimiento expresan su satisfacción y alegría por formar parte de él. Es el caso de Eugenia Pérez Martínez, de la parroquia San José, quien afirma que “le pedimos a Dios que nos siga incentivando la fe, la amistad y las reuniones, que nos dan mucha vida”.

Este movimiento reúne a sus integrantes, provenientes de diversos medios sociales y culturales, en pequeños grupos de trabajo y oración. Auxiliadora Martínez Fernández, del grupo de la parroquia del Buen Pastor, comparte: “Estoy muy contenta. Me gustan mucho las reuniones y lo que se nos propone en el libro. Pienso que, aunque tengamos problemas, nunca debemos perder la esperanza”. En la parroquia del Pilar, Ana María Aparicio comenta que es “más feliz porque tengo buenas amigas y, además, en la Iglesia me siento feliz, ya que es mi segunda casa, donde compartimos vivencias y experiencias”.

María Carmen García, de la parroquia de San José, expresa su gratitud por lo que le aportan las reuniones y las personas que ha conocido. De forma similar, Inmaculada Escribano describe su experiencia como increíble: “Nunca pensé que nuestras reuniones tuvieran esa fuerza para comprender los criterios de tantas personas con diferentes edades y trayectorias laborales y personales”.

Vida Ascendente crea un ámbito de amistad donde se comparten preocupaciones y vivencias. Para Agustina Sánchez, de la parroquia de la Asunción, el movimiento es “una escuela de sabiduría en la fe, un acompañamiento para todas las personas que necesitan no solo ser escuchadas, sino algo más. Es una gran riqueza de vida que nos ayuda a seguir adelante a través del Evangelio”.

Este movimiento ofrece a sus miembros medios para profundizar en su fe y fortalecer su esperanza, logrando que vivan esta etapa de su vida con plenitud humana y cristiana. María José Rodríguez Aranda, de la parroquia de Fátima, comenta: “Soy como de una segunda generación de Vida Ascendente, pues ahora tengo la edad que tenían mis padres cuando comenzaron a participar en Barcelona. La experiencia que me transmitieron me llevó a formar un grupo en mi parroquia. Nuestro grupo ha crecido poco a poco, al igual que la amistad entre nosotros. Ahora nos da alegría decir que somos ‘ascendentes’ y que pertenecemos a una forma especial de relacionarnos con Dios y con nuestros hermanos, lo que nos aporta alegría, compañía y sincera amistad”.

Vida Ascendente fomenta la integración de sus miembros en la misión de la Iglesia, impulsándolos a participar activamente en ella. Para María Carmen Herrera, de la parroquia de San Vicente de Paúl, este movimiento “es un regalo de Dios, ya que me ayuda a crecer junto a mis hermanos en la fe de Cristo. Cada uno aporta sus experiencias vividas, fortaleciéndonos mutuamente y extendiendo nuestras manos con los mejores deseos para los demás”.

Además, el movimiento orienta y estimula a sus integrantes para que, como ciudadanos responsables, participen en la animación cristiana de la sociedad, adoptando un estilo de solidaridad con los demás. Florencia Matilde Torres, de la parroquia del Espíritu Santo, concluye: “Es un encuentro con personas mayores dispuestas a compartir sus experiencias de fe y reflexionar sobre el sentido de la vida. Nos ayuda a descubrir nuestros valores y a abrirnos a la escucha de la Palabra”.

El Movimiento Vida Ascendente celebró el martes 4 de febrero, a las 17:00 horas, la fiesta de sus santos patronos Simeón y Ana, en la parroquia de Nuestra Señora de las Angustias y San Felipe Neri.

MENSAJE DE CUARESMA DEL OBISPO DE ALMERIA

Y de repente la Cuaresma. No voy a hablar de la abstinencia de comer carne que hacemos los católicos los viernes y que muchas personas se pasan por alto, aunque esta pauta no deja de ser un símbolo de unidad, un esfuerzo común que nos recuerda que estamos en la misma barca, que se nos convoca a una acción comunitaria, una voluntad casi anónima, pero de todos, de familia. Es cuestión de trascender.

El problema fundamental es que no hay sentido de pertenencia, que está siempre hecho de pequeñas cosas y de finos detalles, como el cariño y la ternura, y nos vamos deslizando, cada vez más, hacia una fe individualista y hecha a mi medida. Yo soy católico, sí claro, porque estoy bautizado, pero me cuesta remar con los otros, los que pertenecemos a la misma comunidad de creyentes. Es decir, tengo una fe sociológica, por eso al final me caso por la Iglesia, bautizo a mis hijos, les llevo a “hacer” la primera comunión y, finalmente, me llevan (pies por delante) a celebrar mis exequias. Pero mi grado de implicación, de conciencia de pertenencia, es casi nulo.

Pero, en concreto, ¿qué es lo que me separa de los demás? Puede haber diferentes razones, pero la primera y fundamental es que no me esfuerzo en la búsqueda de la comunión. Jesús, el Señor en quien creemos, nos dijo: “Buscad primero el reino de Dios y su justicia y lo demás se os dará por añadidura” (Mt 6, 33). Este versículo es el eje sobre el que pivota el llamado discurso evangélico que recorre los capítulos 5, 6 y 7 de san Mateo, que comienza con las bienaventuranzas y termina con la casa sobre roca. Pues bien, da la sensación de que nos peleamos, reñimos, nos enfrentamos y llegamos a hablar mal unos de otros por las añadiduras. Y esto es falta de humildad y de trascendencia.

La tradición y las costumbres, que tienen su peso, se obvian o se desprecian, sin pararnos a buscar su fundamento, es decir, su razón de ser. Sí que es verdad que, en este esfuerzo de discernimiento, o intento de profundización, es cuando podemos descubrir que hay muchas cosas que hay que cambiar, pero por otras que den respuestas, no por nada. En el discurso arriba mencionado, hay una serie de pautas que trascienden todas nuestras añadiduras por las que luchamos e incluso nos separamos: relaciones fraternas, amor a todos, las palabras veraces, lucha contra el mal, las buenas obras, sinceridad de vida, huir de las falsas preocupaciones, buscar lo esencial, no juzgar, tener confianza… Es el momento de poner nuestras manos en el remo, para avanzar juntos y caminar unidos, porque esta es la única conversión del corazón.

¡Ánimo y adelante!

+ Antonio Gómez Cantero

MENSAJE DE CUARESMA DEL OBISPO DE AVILA

Cuaresma: caminemos juntos en esperanza.

Con el Miércoles de Ceniza comenzamos el tiempo de Cuaresma, con la mirada puesta en la Pascua, porque este tiempo adquiere sentido a la luz de la Pascua de Resurrección. Comencemos el camino cuaresmal con la meta bien clara: llegar a la gran noticia de la resurrección y el envío del Espíritu Santo.  El profeta Joel, en la primera lectura que se proclama en la Eucaristía del Miércoles de Ceniza, nos dice: “rasgad vuestros corazones, no vuestros vestidos». Con estas palabras, el profeta nos introduce en la Cuaresma, tiempo de preparación a la fiesta de Pascua, indicando en la conversión del corazón la característica de este tiempo de gracia. El llamamiento profético constituye un desafío para todos los cristianos sin exclusión y nos recuerda que la conversión no se reduce a formas exteriores o vagos propósitos, sino que implica y transforma toda la existencia a partir del centro de la persona, desde la conciencia.  En el Evangelio de este día se nos indican los elementos del camino espiritual de la Cuaresma. La oración, el ayuno y la limosna. A lo largo del tiempo estas prescripciones de la ley mosaica habían sido corroídas por la herrumbre de lo social. Jesús pone de relieve una tentación común a estas tres obras que se puede resumir precisamente en la hipocresía. La nombra tres veces: “Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos. Cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta por delante como hacen los hipócritas. Cuando recéis, no seáis como los hipócritas a quienes les gusta rezar de pie para que los vea la gente. Y cuando ayunéis no pongáis cara triste como los hipócritas”. La aborrecía de Jesucristo nos despierta y llama a todos a una religión sincera. Se nos insiste en no dejarnos dominar por las cosas que aparentan. Lo que cuenta no es la apariencia. El valor de la vida no depende de la aprobación de los demás o del éxito, sino de lo que tenemos dentro. La oración es la fuerza del cristiano y de cada persona creyente. La Cuaresma es tiempo de oración, de una oración más intensa, más prolongada, más asidua, más capaz de hacerse cargo de las necesidades de los hermanos.  El segundo elemento significativo del camino cuaresmal es el ayuno. Debemos estar atentos a no practicar un ayuno formal o que en verdad nos sacia porque nos hace sentir satisfechos. Ayunar significa liberar nuestra existencia de todo lo que nos estorba, para abrir las puertas de nuestro corazón aquel que viene a nosotros pobre de todo pero lleno de gracia y de verdad. Nos ayuda a cultivar el estilo del buen samaritano que se inclina sobre el hermano en dificultad y se ocupa de él. El ayuno comporta la elección de una vida sobria en su estilo, una vida que no derrocha, una vida que no descarta. El tercer elemento es la limosna. Ella indica la gratuidad, porque la limosna se da a alguien de quien no se espera recibir algo a cambio. La gratuidad debería ser una de las características del cristiano que, consciente de haber recibido todo de Dios gratuitamente, es decir, sin mérito alguno, aprende a donar a los demás gratuitamente. Hoy a menudo la gratuidad no forma parte de la vida cotidiana, donde todo se vende y se compra, todo es cálculo y medida.  No olvidemos que este año celebramos la Cuaresma en el contexto del Año Jubilar de la esperanza. El Papa Francisco propone un jubileo que renueve la fe, fomente la unidad y promueva la justicia y la paz. El jubileo es un tiempo para descubrir la misericordia de Dios y vivir la fe como un camino de esperanza, comprometiéndonos con los necesitados. En su mensaje para esta Cuaresma, el Papa nos advierte que Dios nos pide que comprobemos si en nuestra vida, en nuestras familias, en los lugares donde trabajamos, en las comunidades parroquiales o religiosas, somos capaces de caminar con los demás, de escuchar, de vencer la tentación de enterrarnos en nuestra autorreferencialidad, ocupándonos solamente de nuestras necesidades.  Sigamos hermanos pidiendo por el Papa en estos momentos críticos por los que está pasando. Os invito, especialmente durante este tiempo de Cuaresma, a caminar con nuestra mirada fija en Jesús como nos dice la carta a los Hebreos. Él nos revela el verdadero rostro de Dios que es la misericordia, nos guiará hacia el puerto seguro de la salvación que es el corazón de Cristo, que nos ha reconciliado a los pecadores con el Padre.  Para todos, un fecundo tiempo de Cuaresma. + Jesús Rico, obispo de Ávila

EL SANTO DE LA SEMANA: SAN RAIMUNDO DE FITERO

Se llamaba Raimundo Sierra o Raymond Serrat. Aunque documentalmente no puede probarse, lo más probable es que naciera en Saint Gaudens de Garona, en Francia, y que la época fue a comienzos del siglo XII. Algunos autores sitúan su nacimiento en Tarazona (Aragón), y otros afirman que fue en Barcelona.

Aparece como canónigo en Tarazona, atestiguado documentalmente por testimonio de su primer obispo, Don Miguel, monje benedictino. De aquí pasó a monje del monasterio cisterciense de Nuestra Señora de Sacala Dei, en Gascuña, y de ahí fue enviado como prior a la nueva fundación que Don Bernardo determinó hacer en España.

Se asentaron los nuevos monjes en el monte que llaman Yerga, con consentimiento del rey. En 1140 Alfonso VII les donó la villa de Nienzabas que había quedado asolada por los moros; aquí fundaron el monasterio de Nienzabas del que fue abad Raimundo a la muerte de Durando, alrededor del año 1144. Lo eligieron abad por la fama que tenía de santo y taumaturgo. Con el título y oficio de abad aparece ya en la escritura del 1146, al donar el rey al monasterio los dominios de Serna de Cervera y Baños de Tudescón, actuales balnearios de Fitero.

En 1148 asistió al capítulo general de la orden del Císter, en calidad de abad; en ese concilio estuvo presente el papa Eugenio III, que también era cisterciense.

Raimundo trasladó ese mismo año el monasterio al mejor sitio de Castejón, recibió la donación real del castillo de Tulungen y, en la heredad donada por Don Pedro Tizón y su esposa Doña Toda, fundó en 1150 el de Santa María de Fitero del que será el primer abad.

Diego de Velázquez es un monje que en tiempo pasado fue soldado y amigo del rey Sancho. Raimundo y él se encuentran en Toledo el año 1158. Diego ha escuchado al rey el gran peligro que corre la plaza de Calatrava _confiada años atrás por Alfonso VII a los Templarios, pero que ahora está casi desguarnecida_ que es por el momento la llave estratégica de Toledo. El peligro es grande por la proximidad de los almohades. Raimundo y Diego piden al rey la defensa de la plaza y con los monjes traídos de Fitero más un ejército formado por campesinos y artesanos consiguen defender la plaza y ahuyentar a los moros. En premio, el rey Sancho III les concede el dominio de Calatrava donde Raimundo funda el mismo año la Orden _mitad monjes obedientes al toque de la campana, mitad soldados obedientes al toque de la trompeta_ que fue aprobada posteriormente por el papa Alejandro III, por bula de 25 de setiembre de 1164, cuando ya había muerto su fundador.

Raimundo murió en 1163 en Ciruelos y allí se enterró. En 1471 se trasladaron sus restos al monasterio cisterciense de Monte León de Toledo y, desde el siglo XIX, las reliquias del santo se encuentran en la catedral de Toledo.

CARTA DE CUARESMA DEL CARDENAL JOSÉ COBO, ARZOBISPO DE MADRID, PARA PREPARAR EL CAMINO HACIA LA PASCUA

Ante «los nubarrones que sobrevuelan nuestro mundo y nos invitan a quedarnos donde estamos», ante ese ir «tirando, aferrados a un realismo light, tratando de aparentar seguridad mientras nos consume la incertidumbre», parece que «sin darnos cuenta, nos hemos alejado del Quién que da sentido a nuestra vida». Así puede leerse en la carta pastoral para esta Cuaresma de 2025, titulada ‘Conviértete y cree en la Esperanza’, del cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid.

Una llamada a la Iglesia diocesana a ponerse en marcha hacia la Pascua que se presenta con tiempo para que fieles, parroquias, comunidades y realidades eclesiales puedan trabajarla con tiempo y así recorrer juntos el camino cuaresmal. Este tiempo, afirma el arzobispo de Madrid, «bien puede ser una respuesta concreta a la propuesta de convertirnos, quizá un poco más, a la Esperanza»

Una situación que se repite

«Nos hemos acostumbrado a andar más preocupados por nosotros y por las batallas de sacristía que por caminar juntos hacia la Esperanza a la que somos convocados». Más pendientes, dice, «de lo particular, de hacer ideología de cualquier cosa y olvidarnos de lo fundamental: la propuesta que Cristo hace a su Iglesia para ser sal de una Esperanza que no defrauda y dar testimonio coral de ella mediante una vida comunitaria fraternal».

Pero en este año jubilar en el que el Papa Francisco invita a ser peregrinos de la Esperanza, «esta Cuaresma bien puede ser una respuesta concreta a la propuesta de convertirnos, quizá un poco más, a la Esperanza». Una Esperanza que «da seguridad y firmeza en medio de las tempestades de la vida» y que invita a dirigir la mirada a la Trinidad: a Dios Padre, que «siempre nos espera», que es paciente y que «nos acompaña entrañablemente en nuestros desesperos, fracasos y fragilidades»; a Jesús, el Hijo, que «nos convoca a una iniciar una peregrinación que solo se comprende desde la Resurrección, pues es la meta de toda Esperanza», y al Espíritu Santo, para dejar que «active en nosotros todas las disposiciones posibles para dejarnos renovar».

«La Esperanza, además, se camina con otros hermanos en la Iglesia», remarca el arzobispo de Madrid, porque, como la salvación, es «una realidad comunitaria, se realiza para cada persona, pero dentro de un “nosotros”».

Pecados contra la Esperanza

El arzobispo de Madrid advierte en su carta contra algunos pecados que obstruyen el acceso a la Esperanza. El primero, confundir la Esperanza con el optimismo: el optimista solo mira la parte positiva de la realidad, frente al esperanzado, que observa la totalidad, «sabiendo que la última palabra es de futuro y es de Dios». El esperanzado, además, hace un salto de fe como el de María o el de tantos que, «sin hacer pie, apoyan su vida en la promesa del Señor».

El cardenal Cobo señala también la acedia egoísta, «el miedo al compromiso por creer que Dios me quita mi tiempo o mis posibilidades». Junto a ello, la tristeza individualista, que es «la gran tentación». Porque «el individualismo fragmenta y descohesiona; olvida que la Esperanza cristiana es siempre Esperanza para los demás». «Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien, ya no entran los pobres». En el bautismo y la vida «vivida como respuesta a una vocación» se encontrará «la capacidad de salir de nuestros pequeños espacios para caminar juntos como Pueblo de Dios».

Un cuarto pecado es «dejarnos arrastrar por la violencia y la polarización», que son «virus que llegan hasta nuestra Iglesia porque estamos viviendo en ese clima desesperanzador». Aprecia el arzobispo de Madrid que «nuestro desenfocado amor a la Iglesia puede volvernos estrechos de miras o mirar con ojos no evangelizados». Y se lamenta: «Es doloroso que muchas veces la Iglesia sea herida por los mismos que aman a la Iglesia». Por eso, recuerda lo que dice el Papa Francisco en la Bula jubilar: «Es necesario poner atención a todo lo bueno que hay en el mundo para no caer en la tentación de considerarnos superados por el mal y la violencia». De esto «solo nos despertará la Esperanza misionera», añade el arzobispo de Madrid, el salir hacia «las muchas personas que necesitan encontrar la luz de Cristo», los que «necesitan con urgencia encontrar una realidad eclesial que sea delicada, acogedora y extremadamente paciente y misericordiosa: una Iglesia familia y hogar, como apunta el Sínodo».

Alejarse de la cruz de Cristo sería otro de los pecados. «La mirada debe estar en el Crucificado»; en su cruz «se ha de ver la luz de la Pascua». Como afirma el Papa Francisco, la Resurrección de Cristo «es la victoria del amor sobre la raíz del mal, una victoria que no pasa por encima del sufrimiento y de la muerte, sino que los traspasa […] transformando el mal en bien». Y aquí introduce el cardenal Cobo el sexto pecado, olvidar a los crucificados y a las víctimas, porque Dios se revela «muchas veces fuera de nuestro pequeño mundo eclesiástico».

Por último, el arzobispo de Madrid revela como pecado el dejar de soñar según Dios. Los que son capaces de soñar, observa, a través de «pequeñas Esperanzas nos han enseñado a descubrir cómo la Esperanza se abre paso inexorablemente». «Los sueños de la buena gente han hecho más habitable esta tierra y más amable y justa nuestra convivencia», concluye.

Claves concretas para convertirse en esta Cuaresma

En el tramo final de la carta, el cardenal Cobo invita a preguntarse «con sinceridad y humildad en qué o en quién ponemos nuestra Esperanza». El encuentro con Jesucristo de los discípulos de Emaús lo transformó todo y ellos «aprenden poco a poco a poner sus pequeñas Esperanzas en la Esperanza del Resucitado». Él es, como decía el Papa Benedicto XVI, la «gran Esperanza».

Para finalizar, el arzobispo de Madrid propone tres caminos de conversión en esta Cuaresma. El primero, renovar el Bautismo, ahondando cada domingo cuaresmal en esta experiencia bautismal y preparándose para el gran momento celebrativo de la renovación de las promesas del Bautismo en el Vigilia Pascual. Todo ello, desde la perspectiva del laicado, poniendo en valor «lo específico de nuestra vocación de ser testigos del Evangelio en la vida cotidiana». «Así podremos vivir una vida de santidad en la vida ordinaria de cada día». Para todo esto, el cardenal Cobo propone fomentar la vida de oración constante en la Cuaresma, que puede incluir la práctica de la Lectio Divina; organizar catequesis y retiros para explicar el Bautismo, con testimonios «que fomenten el sentido de pertenencia y vinculación a la comunidad»; y diseñar un pequeño camino pascual donde, domingo tras domingo, se celebre y desgrane el Bautismo y «la llamada de Dios a las diversas vocaciones, haciendo especial atención a la laical».

En segundo lugar, propone ponerse «a los pies de los crucificados de nuestro entorno» con visitas a enfermos, asistencia a personas mayores con soledad no deseada, ayuda a los necesitados o escucha a las realidades que «necesitan cariño y atención». En este punto vuelve el arzobispo de Madrid a citar al Papa Benedicto XVI cuando decía que «sin Esperanza, la caridad se convierte en un acto vacío; sin caridad, la Esperanza se quedaría en mero deseo».

Por último, «hagamos de nuestros espacios de iglesia lugares para el encuentro», intensificando aquellos momentos que «visibilicen la pluralidad y la comunión». La Pasión de Jesucristo, defiende, «nos aleja del grito y del insulto, nos distancia de la burla y del sarcasmo y hace de barrera ante la descalificación sistemática, la falta de respeto y de caridad al prójimo». Así, incide en la posibilidad de «generar iniciativas interreligiosas, políticas, culturales o incluso facilitar la comunión entre la pluralidad de grupos, sensibilidades y tendencias eclesiales que pueden estar aisladas, alejadas o enfrentadas unas contra otras».

Y concluye: «Peregrinos de Esperanza, con mimo, tanto y preparación, impulsemos gestos proféticos que ayuden a mostrar el paso del Espíritu del Señor que, como a los de Emaús, sigue saliendo a nuestro encuentro para caminar con los perdidos y procurar que seamos “uno para que el mundo crea”».

CARTA PASTORAL DE LOS OBISPOS DEL PAÍS VASCO Y NAVARRA PARA CUARESMA-PASCUA

El arzobispo de Pamplona-Tudela y los obispos de Vitoria, Bilbao y San Sebastián presentaron  el  lunes, 3 de marzo, su nueva carta pastoral conjunta con motivo del tiempo litúrgico de Cuaresma-Pascua, bajo el título «El contraste paciente» y el subtítulo «Repensando la relación Iglesia-Mundo». La publicación está disponible en euskera y castellano y podrá consultarse en las páginas web de cada una de las Diócesis. Se presentará a la feligresía, el Miércoles de Ceniza, inicio de la Cuaresma.

Se trata de la primera carta pastoral conjunta de los actuales obispos. La anterior Carta se publicó durante la pandemia, un tiempo que marcó profundamente a la sociedad y a la Iglesia. Entonces, el obispo de Bilbao ejercía como obispo auxiliar.

Los obispos invitan a los fieles y a toda la sociedad a detenerse en el significado de la presencia de la Iglesia en el mundo actual, en un contexto marcado por cambios profundos y desafíos inéditos.

Una reflexión sobre el papel de la Iglesia en el mundo actual

La carta desarrolla una meditación profunda sobre la relación de la Iglesia con la sociedad contemporánea, partiendo de una idea central: la necesidad de una presencia cristiana marcada por el testimonio y la paciencia. A lo largo del documento, los obispos abordan cuestiones clave como la transición desde una «Iglesia de cristiandad» hacia una comunidad que ofrece un testimonio significativo en una sociedad plural.

Se reflexiona sobre la necesidad de pasar de una actitud de confrontación a una propuesta que, a través del ejemplo y la coherencia de vida, sea sal y luz en el mundo. La paciencia de los primeros cristianos, que lograron expandir la fe a través de su testimonio humilde y coherente, se presenta como un modelo válido para la Iglesia de hoy.

Claves para la vivencia de la fe

La carta también se detiene en el contraste entre una Iglesia que busca influir en la sociedad y otra que se dedica principalmente a invitar a vivir el Evangelio. Se subraya la importancia de una Iglesia que, en lugar de imponer o polemizar, muestra un testimonio convincente desde la pequeñez y la autenticidad. En este sentido, los obispos destacan el poder transformador de las bienaventuranzas y la necesidad de recuperar una identidad cristiana clara y comprometida con la evangelización.

El documento también dedica espacio a reflexionar sobre la historia de la Iglesia y su relación con la modernidad, señalando cómo el cristianismo ha contribuido al desarrollo de valores fundamentales como la dignidad humana y el bien común. Sin embargo, se advierte sobre el riesgo de una fe que pierda su esencia al diluirse en el secularismo o en una búsqueda excesiva de relevancia social.

El obispo Fernando Prado, el arzobispo Florencio Roselló y los prelados Juan Carlos Elizalde y Joseba Segura.

Esta carta pastoral se ofrece como una guía para vivir la Cuaresma y la Pascua con un espíritu de renovación y conversión. Se invita a los fieles a una revisión profunda de su vida cristiana, fomentando un discipulado basado en la confianza en Dios y en la fidelidad al Evangelio.

El documento concluye con una llamada a redescubrir la centralidad de la Eucaristía y la importancia del testimonio comunitario. En este contexto, los obispos animan a los cristianos a vivir su fe con alegría, conscientes de que la Iglesia sigue siendo un signo de esperanza en el mundo.

La carta esta disponible para todos los fieles a partir del Miércoles de Ceniza, inicio de la Cuaresma, y podrá descargarse de las páginas web de las diócesis de Pamplona, Vitoria, Bilbao y San Sebastián. Además, se distribuirán ejemplares impresos en parroquias y comunidades cristianas.

Con esta iniciativa, los obispos desean contribuir al diálogo entre la fe y la sociedad, alentando a los creyentes a vivir la Cuaresma y la Pascua con profundidad, reflexión y compromiso.

PAPA FRANCISCO EXPLICA EL AVE MARÍA FRASE POR FRASE

Todos recitamos el Ave María, pero ¿ cuántos de nosotros sabemos su verdadero significado? ¿Qué es lo que realmente dice la oración?

En el libro «María, Madre de Todos» (María, Mamma di tutti), el propio Papa Francisco nos enseña el significado de las palabras de esta oración esencial.

LLENA DE GRACIA

El ángel Gabriel llama a María «llena de gracia» (Lc 1:28); en ella, el papa explica, «no hay lugar para el pecado, porque Dios la ha elegido desde toda la eternidad para ser la madre de Jesús, y la ha preservado del pecado original. «

«La Palabra se convirtió en carne en su vientre. A nosotros también se nos pide que escuchemos a Dios, que nos habla, y que aceptemos su voluntad. El Señor siempre nos habla. «

EL SEÑOR ESTÁ CON VOSOTROS

Lo que sucedió de una manera única en la Virgen María, dice Francisco, «sucede a un nivel espiritual en nosotros también cuando damos la bienvenida a la Palabra de Dios con un corazón bueno y sincero, y la ponemos en práctica.

Sucede como si Dios fuera a ser carne en nosotros; viene a vivir en nosotros, porque hace su hogar en quienes le aman y obedecen su palabra. No es fácil entender esto, pero, sí, es fácil sentirlo en tu corazón. «

«¿Creemos que la encarnación de Jesús es sólo un evento pasado, que no nos afecta personalmente? Creer en Jesús significa ofrecerle nuestro cuerpo, con la misma humildad y coraje que María. «

BENDITA TÚ ERES ENTRE LAS MUJERES

¿Cómo vivió María su fe? «Ella lo vivió», responde el papa, «en la sencillez de las muchas ocupaciones y preocupaciones diarias de cada mamá, como proporcionar comida y ropa, y cuidar la casa… Precisamente esta existencia normal de la Virgen fue el terreno sobre el cual se desarrolló una singular relación y un profundo diálogo entre ella y Dios, entre ella y su Hijo. «

BENDITO ES EL FRUTO DE TU VIENTRE, JESÚS.

María es receptiva, pero no pasiva, explica Francisco.

«Así como ella recibe el poder del Espíritu Santo a nivel físico, pero luego da carne y sangre al Hijo de Dios que toma forma en Ella, así también a nivel espiritual, recibe gracia y responde a ella con fe. Por esta razón, San Agustín dice que la Virgen ‘concebió en su corazón antes en su vientre. Ella concibió primero la fe, y luego el Señor. «

SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS

La Madre del Redentor, el Papa continúa, «nos precede y nos confirma constantemente en la fe, en nuestra vocación y en nuestra misión. Con su ejemplo de humildad y disposición a obedecer la voluntad de Dios, ella nos ayuda a traducir nuestra fe en una alegre proclamación del Evangelio, sin fronteras. ”

RUEGA POR NOSOTROS PECADORES

Para explicar el significado de este pasaje de la oración, Francisco relata una anécdota:

«Recuerdo cómo una vez, en el Santuario de Luján, estaba en el confesionario, frente al cual había una larga cola.

También había un joven muy moderno, con aretes, tatuajes, todas esas cosas… Y había venido a decirme lo que estaba pasando con él.

Fue un gran problema, muy difícil. Y él me dijo: ‘Le dije todo esto a mi mamá, y mi mamá dijo: Vete a la Santísima Virgen y ella te dirá qué hacer. Ahora, esa es una mujer que tenía el don de un consejo. No supo cómo resolver el problema de su hijo, pero señaló el camino correcto: ve a la Santísima Virgen, y ella te lo dirá. Este es el don del consejo.

Esa humilde y sencilla mujer le dio los mejores consejos a su hijo. De hecho, el joven me dijo: «Miré a la Santísima Virgen y sentí que debía hacer esto, esto, y esto… ‘No necesitaba hablar; su mamá y el propio joven ya lo habían dicho todo.

Este es el don del consejo.

Vosotras mamás que tienen este don: pidan que se lo dé a sus hijos. El don de aconsejar a tus hijos es un regalo de Dios

AHORA, Y EN LA HORA DE NUESTRA MUERTE

Encomendémonos a María, dice el Papa Francisco, «para que ella, como la Madre de nuestro hermano primogénito, Jesús, pueda enseñarnos a tener el mismo espíritu maternal hacia nuestros hermanos, con una sincera capacidad de aceptar, perdonar, fortalecer, e infundir confianza y esperanza. Y esto es lo que hace una madre. «

El camino de María hacia el Cielo comenzó «con ese ‘sí’ ella habló en Nazaret, en respuesta al Mensajero celestial que anunció a su voluntad de Dios para ella.

En realidad, así es exactamente como es: cada ‘sí’ a Dios es un paso hacia el cielo, hacia la vida eterna. «

APRENDEMOS SOBRE LA CUARESMA: MIÉRCOLES DE CENIZA, MISA ESTACIONAL EN SANTA SABINA

La Iglesia abre la cuaresma con el acto de la bendición e imposición de la ceniza que es, a la vez, un recordatorio de nuestra condición frágil y mortal, y una llamada a la conversión. El miércoles de ceniza empiezan cuarenta días de renovación a modo de “retiro espiritual”, para disponernos a celebrar el gran misterio de la Redención. En los primeros siglos de la Iglesia la cuaresma era, para los catecúmenos, el tiempo de preparación al bautismo, que se administraba en la noche del sábado santo.

Según una antigua tradición, durante la cuaresma, en Roma, se celebraban misas estacionales. “Statio” en latín significa guardia. Se trataba, pues, de reuniones, en las que se montaba una guardia espiritual, que solía estar presidida por el Papa, que entraba en la Iglesia procesionalmente. Todavía hoy se sigue conservando la tradición de la primera Misa estacional de cuaresma, o sea, la del miércoles de ceniza. Este año, dado su delicado estado de salud, el Papa no pudo presidir esta Misa, que se celebró en la Basílica de Santa Sabina. Esta basílica y su complejo, siendo todavía residencia papal, Honorio III la regaló a Santo Domingo, en los albores de su Orden. Las 24 columnas corintias del templo proceden de los templos de Juno y de Diana. No hay que buscar ahí ningún sincretismo, ninguna mezcla religiosa. En todo caso, puestos a hacer una lectura moderna, podríamos ver una llamada universal al encuentro con Cristo.

En Santa Sabina todavía puede venerarse la celda de Santo Domingo. Por allí han pasado santo Tomás de Aquino, san Raimundo de Peñafort y san Alberto Magno, y allí pasaba días de recogimiento el papa San Pío V. En este lugar, con tanta historia, comienza la primera estación de la cuaresma. Seguramente, casi todos, por no decir todos los lectores de este pobre artículo, no podrán participar en las ceremonias del miércoles de ceniza en Santa Sabina, mártir del siglo II. Pero sí podrán participar en la Misa que se celebre en sus respectivas parroquias o en otros lugares de culto. He querido recordar esta misa estacional romana, como un signo de comunión de toda la Iglesia, en torno a la figura del Papa, que es símbolo de unidad.

Los cuarenta días de Cuaresma ya están aquí. Estos días recuerdan los 40 días de ayuno de Moisés y Elías antes de acercarse a la Divinidad. O los cuarenta años de peregrinación del pueblo de Israel antes de entrar en la tierra prometida. Cristo mismo se retiró cuarenta días en el desierto antes de inaugurar su vida pública. Para los cristianos de hoy la cuaresma es una llamada a la conversión, a preparar nuestra vida para encontrarnos con un Cristo vivo que busca nuestro amor. Y si se repite todos los años, es porque siempre necesitamos renovarnos espiritualmente. El amor siempre se repite, precisamente porque nunca se acaba. El buen amante, todos los días dice al amado: “te amo”.

Blog Nihil Obstat – Martín Gelabert