HACE FALTA UNA FUERZA INCREÍBLE

Tomás de Aquino decía que los jóvenes, al contrario de lo que ocurre con las personas mayores, tienen mucha esperanza, porque tienen futuro y vitalidad. Con todo respeto hacia el maestro de Aquino me permito decir que algunos jóvenes, más que futuro, lo que tienen son falsas ilusiones; y su vitalidad, a veces, es resultado de las hormonas. Hay personas mayores que tienen una muy buena esperanza, a pesar de las decepciones que han sufrido en su vida. Es posible que se hayan equivocado muchas veces; es posible que, buscando una cosa buena, hayan encontrado realidades no deseadas. Si, a pesar de todo, siguen adelante, si no se desaniman, si siguen luchando es porque tienen una buena esperanza.

No es la vana ilusión lo que sostiene a la esperanza, sino la fuerza en la debilidad, el convencimiento de que, a pesar de todo, vale la pena continuar. Esta esperanza sorprende al mismo Dios, según decía poéticamente Charles Peguy: “La esperanza – dice Dios- eso sí que me admira, eso sí que es sorprendente. Que estas pobres criaturas vean cómo va todo esto y crean que mañana irá mejor. Que vean cómo va hoy y crean que mañana por la mañana irá mejor. Esto sí que es sorprendente y es realmente la maravilla más grande de mi gracia. Yo mismo estoy sorprendido. ¡Hace falta que mi gracia sea de verdad una fuerza increíble!”.

Cuando atravesamos un largo túnel oscuro corremos el riesgo de perder la paciencia. Sólo es posible mantener la paz y continuar el camino si uno está convencido de que después de cada noche viene un amanecer. Cuando la noche la provocan las personas es cuando parece más larga y se hace más difícil mantener la paz. En estos momentos uno no es feliz con lo ocurrido. Pero si conserva la esperanza tendrá paz.

Las instituciones no las sostienen los que redactan documentos o los que proponen planes sin medir cómo pueden afectar a las personas, sin calcular las consecuencias negativas que pueden tener. Las instituciones las mantienen los que trabajan, conscientes de las dificultades y buscando, no la grandeza de la institución, sino el bien de las personas. Cuando uno no se siente valorado o recompensado no es fácil trabajar. Sin embargo, hay quién prefiere el sacrificio al reconocimiento. Benedicto XVI dice algo parecido, hablando precisamente de la esperanza: “la capacidad de aceptar el sufrimiento por amor del bien, de la verdad y de la justicia, es constitutiva de la grandeza de la humanidad”.

Cuando alguien es capaz de situar la verdad y la justicia por encima de su comodidad manifiesta tener una gran esperanza. La esperanza de que, a pesar y en contra de todas las apariencias, el bien terminará triunfando porque es más fuerte que el mal, la esperanza de que tras el largo invierno vendrá la primavera. Una esperanza así nos une a Cristo muerto y resucitado, capaz de hacerse presente en todos los inviernos y hasta en todos los infiernos: “si me acuesto en el abismo, allí te encuentro, porque la tiniebla no es oscura para ti” (Salmo 139).

Martín Gelabert. Blog Nihil Obstat

DE CONSILIARIOS Y PRESIDENTES

Desde el día 20 al medio día hasta el día 22 al medio día nos hemos reunidos en la Casa de  Espiritualidad de las Esclavas de Cristo Rey.

Hemos celebrado el  XVI Encuentro de Consiliarios del movimiento con el lema ”La parroquia eje integrador”. El día 21 se incorporaron los presidentes a la hora de la comida y juntos pudimos ganar el Jubileo yendo a la Catedral de la Almudena.

El día 22 Monseñor Arguello, presidente de la Conferencia Episcopal Española nos dio una conferencia sobre el documento “Dios es fiel y mantiene su alianza” posteriormente celebramos la Eucaristía que él mismo presidio. Después de comer los consiliarios nos dejaron y empezó propiamente el XIX Encuentro de Presidentes.

El encuentro de los dos grupos de Vida Ascendente ha sido muy rico pues hemos podido compartir distintas experiencias y como hay muy diversas maneras de afrontar  las diversas cuestiones que se pueden plantear en un grupo.

Se ha subrayado lo importante que es que el Consiliario mantenga plena comunión con la Comisión Diocesana también se ha que son los principales promotores de Vida Ascendente proponiéndola a sus hermanos sacerdotes contando su propia experiencia. Es necesario conocer bien el movimiento y “enamorarse” de él.

Juan Manuel Bajo presento un nuevo libro “Caminar hacia un nuevo horizonte” que ha sido una reflexión sobre cómo debe ser tratado el mayor con toda dignidad y derecho.

A partir del 22 por la tarde nos quedamos los presidentes solos y los temas que tratamos ya nos llevan a nuestra realidad cotidiana. Álvaro Medina, nos hablo de “La belleza del mayor” y Jaime Tamarit nos hablo de los Retos y Perspectivas.

El jueves 23 tras la Eucaristía  y el desayuno nos preparamos para celebrar la Asamblea General, que se realiza siempre en estos encuentros.

Se aprueba el acta de la anterior Asamblea, se comenta la Memoria, Tesorería, Medios de comunicación y Entrega de Diplomas.

Despedida y cierre. El clima ha sido cordial y lleno de alegría de volvernos a encontrar  y dar la bienvenida a los nuevos. Es bueno cuando los hermanos se encuentran y comparten el gozo de un mismo sentir. Nos preocupamos  por los que faltan y se nos hace corto el tiempo.

HA MERECIDO LA PENA

Al igual que el año pasado después de participar en el encuentro de consiliarios y presidentes de Vida Ascendente y cuando voy en el viaje de vuelta a mi Diócesis de Coria – Cáceres me dispongo a compartir una breve reflexión para nuestro boletín.

Con frecuencia nos cuesta dejar por unos días nuestro terruño y nuestra “zona de confort” y no solo por el hecho de ponernos en camino con todo lo que esto supone, sino porque cuando aparcamos por unos días nuestras obligaciones cotidianas cuando volvemos nos encontramos con el trabajo acumulado que no hemos realizado los días que hemos estado fuera y que siempre hay que sacar adelante sí o sí.

Pero por experiencia propia y por lo que todos comentamos al finalizar el encuentro siempre decimos HA MERECIDO LA PENA.

Ha merecido la pena porque siempre que participamos en un encuentro nacional siempre volvemos con las “pilas cargadas” por la riqueza de todo lo compartido.

Ha merecido la pena porque siempre venimos con nuevas ideas para proponerlas a nuestros grupos.

Ha merecido la pena por el testimonio de tantos compañeros que se están dejando la vida en la entrega a sus grupos, y esto siempre es una motivación para hacer nosotros lo mismo, si ellos corren no podemos limitarnos a andar con pasitos cortos.

Ha merecido la pena por las nuevas amistades, siempre en todo encuentro conocemos a gente nueva que gracias a Dios nunca falta esa savia nueva en nuestro movimiento.

Ha merecido la pena porque siempre es muy gratificante volvernos a ver los que ya nos conocemos y que en muchos casos sólo nos vemos una vez al año, pero ¡que intenso es este encuentro anual!

Ha merecido la pena porque este encuentro siempre quedará grabado en nuestra memoria, en cambio si nos quedamos en nuestras casas estos días, serán unos días más. que pasado un mes no nos acordaremos de lo que hicimos.

Ha merecido la pena porque hemos caminado juntos y como decía el poeta “caminante se hace camino al andar”, pero hacemos camino para nosotros y lo más importante, para todos los que vengan detrás.

Ha merecido la pena venir por los compañeros de nuestros grupos, también tenemos que pensar en ellos, porque muchos ya no están para viajes largos y somos los que hemos venido, los encargados de llevarles las riquezas del encuentro.

Ha merecido la pena porque nuestros mayores se lo merecen, siempre estaremos en deuda con ellos y todo lo que sea formarnos para servir a nuestros mayores, ellos que son tan agradecidos siempre lo agradecerán y valorarán.

Ha merecido la pena por nuestros dirigentes: Jaime, Nacho, José María, Álvaro, Pepe, Mercedes… que para ellos siempre es un estímulo ver que la siembra no cae en terreno pedregoso, sino que cae en tierra buena y produce el cuarenta, el setenta o el ciento por uno.

Adelante, siempre adelante, caminar juntos SIEMPRE MERECE LA PENA

Juan Manuel García Acedo. Consiliario de Coria- Cáceres

   

LAS DIEZ GRANDES MENTIRAS DEL DIABLO PARA IMPEDIR LA CONFESIÓN Y DIEZ ARGUMENTOS PARA DESENMASCARARLE

Del «me confieso directamente con Dios» al «nunca me perdonará», el padre Ed Broom las refuta todas

«Quitémosle la máscara al `Padre de la mentira´ respecto a sus tácticas para alejarnos de la infinita misericordia de Dios canalizada a través de la Confesión», afirma el padre Ed. Broom (En la imagen, el sacerdote Chris Zugger en una catequesis sobre la confesión).

Aunque en los últimos años se dan unas cifras esperanzadoras en torno a un resurgir del sacramento de la confesión en las diócesis donde esta se facilita o promueve, en términos generales son muchos los católicos que se confiesan poco o nada.

Y de entre los muchos argumentos que lo explican, para el experimentado sacerdote Ed Broom, uno de los más relevantes es que «el diablo nunca se va de vacaciones».

Como escribió recientemente en Catholic Exchange, uno de los principales ataques del demonio a las almas afecta directamente a la práctica y recepción del sacramento de la confesión.

Siendo sumamente astuto y con un intelecto pervertido, inclinado al mal y buscando nuestra condenación, subraya Broom, «el diablo nunca deja de proporcionar razones para no acercarse a Dios. Sabe cómo y cuándo atraernos hacia sus trampas, pero sobre todo, sabe convencernos de que no nos confesemos, de que lo pospongamos o incluso de que hagamos malas confesiones».

Por ello, y para «quitarle la máscara al padre de la mentira», el sacerdote oblato de la Virgen María ha sintetizado «las diez grandes mentiras del diablo» materializadas en las objeciones comunes .

1º Yo me confieso directamente con Dios

El sacerdote lamenta que muchos católicos han sido fuertemente influenciados por las doctrinas protestantes cuando afirman que no necesitan confesarse con una persona porque se lo hacen «directamente con Dios». Sin embargo, explica Broom, «Jesús nos dio el sacramento de la confesión aquella cuando sopló sobre los apóstoles diciendo: `A quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; a quienes se los retengáis, les quedarán retenidos´». Puede que sea más fácil confesarse directamente con Dios, agrega el sacerdote, «pero Jesús quiso que nos confesásemos a través del sacerdote, que actúa in persona Christi, en persona de Cristo, en el sacramento de la confesión».

2º El sacerdote es solo un hombre y un pecador más

Otra de las objeciones que recoge Broom respecto de la confesión es que el sacerdote es solo un hombre más, un pecador, y muchos se preguntan por qué deben confesarse con un pecador como cualquier otro. «Y es cierto», dice  Broom, «el sacerdote es un pecador y tiene que confesarse con otro sacerdote para recibir la absolución. Incluso el Papa. Sin embargo, a un sacerdote válidamente ordenado se le ha dado el poder y la gracia para perdonar los pecador en nombre del Señor. Cristo comunica su gracia de sanación y perdón a través del sacerdocio».

3º El sacerdote está demasiado ocupado para alguien como yo

«Esta es una mentira evidente del diablo. Los sacerdotes están ocupados, pero deben encontrar el momento, lugar y disponibilidad para escuchar la confesión de las almas que se les confió. Según el Derecho Canónico, los fieles tienen derecho a confesarse con su pastor, si las circunstancias lo permiten. ¿Qué es más importante que reconciliar a un pecador con Dios, procurando el camino hacia su salvación eterna?».

4º El sacerdote se enfada conmigo

Para estos casos, Broom recomienda acercarse al momento de La Divina Misericordia en mi alma de Santa Faustina Kowalska, cuando relata una confesión que parecía no ir bien, cargada de incomprensión. Cuando Jesús se comunicó con ella, relata Broom, «le reveló las razones por las que no estaba en paz después de esa confesión: no rezó por el sacerdote antes de entrar al confesionario. Adquiera el hábito de rezar por el sacerdote antes de entrar al confesionario, esto puede allanar el camino para una confesión pacífica y eficaz».

5º No conozco los mandamientos

Es una de las objeciones más simples de refutar, pues  «hay abundante material sobre cómo confesarse, así como de los diez mandamientos, examen de conciencia…etc. Se pueden comprar folletos, buscarlos en Internet o consultar  en la parroquia o iglesia más cercana».

6º Tengo miedo y vergüenza

«El miedo y la vergüenza paralizantes vienen del maligno, nunca de Dios. San Felipe Neri señaló que el diablo nos quita hábilmente el miedo y la vergüenza cuando nos convence de elegir el pecado, pero cuando se nos llama a volver a Dios a través de la confesión sacramental, puede mentirnos tanto que nos quedamos paralizados y nunca llegamos al confesionario», explica.

7º Mis pecados son tan graves que no pueden ser perdonados

Broom regresa sobre Santa Faustina y sus meditaciones para recordar que Jesús afirmó «sin lugar a dudas, con la mayor claridad y énfasis que el pecado que más le ofende es  la falta de voluntad de confiar en su infinita misericordia. De hecho, no hay pecado tan grave que la infinita misericordia del Corazón de Jesús no pueda perdonar».

8º La gente sabrá cuáles son mis pecados

«¡De ninguna manera!», responde el sacerdote, pues «el secreto de la confesión es una de las obligaciones más serias del oficio del sacerdocio. El sacerdote está obligado, bajo pena de excomunión , a mantener el secreto absoluto de todo lo que se ha dicho en el contexto de la confesión. Ha habido sacerdotes santos que han sido martirizados por mantener el secreto inviolable del confesionario».

9º Ya iré mañana cuando esté preparado

Esta es otra de las razones más comunes para no confesarse en el momento. Sin embargo, argumenta, «en cualquier empresa o actividad, nunca vamos a estar perfectamente listos y preparados. ¡Sólo Dios es perfecto! Sin embargo, especialmente si nos encontramos en un estado de pecado, un estado de peligro moral, entonces bajo ninguna circunstancia debemos posponer nuestra confesión. No queremos jugar a la ruleta rusa con nuestra salvación».

10º ¿Por qué confesarme si volveré a caer en el mismo pecado?

El sacerdote admite que puede que así sea, pero es precisamente la confesión frecuente lo que es de gran ayuda para superar gradualmente las faltas de las que nos confesamos. Así, resumiendo la teología moral al respecto, Broom menciona que el sacerdote, «como padre, amigo y sanador, puede ayudar sutilmente al penitente a superar gradualmente sus mayores pecados. De esta forma, con la ayuda de la gracia de Dios y la confesión frecuente, el pecado puede ser cometido con menos gravedad y frecuencia, y un día, ser vencido por completo. Lo importante para el penitente es confiar en la misericordia de Dios, tratar de evitar la ocasión próxima de pecado y poner toda la voluntad y el esfuerzo posible», sentencia.

Copyright © 2025 Religión en Libertad

EL SANTO DE LA SEMANA: SANTO TOMÁS DE AQUINO

¡Ustedes lo llaman el buey mudo! Yo les digo que este buey mugirá tan fuerte que su mugido resonará en todo el mundo». San Alberto Magno, su maestro, no se equivocó. Con estas palabras, lo defendió de sus compañeros de estudios, quienes le habían dado ese apodo por su carácter taciturno y aparentemente poco brillante.

Encarcelado por su familia por haberse hecho un religioso predicador

Tomás nació en el castillo de Roccasecca, en el Bajo Lazio, de los Condes de Aquino, emparentados con el Emperador Federico II. Su padre Landolfo esperaba que fuera abad del Monasterio de Montecassino, pensando que de ese modo se habría conjuntado el carácter tímido y amable de su hijo con sus ambiciosos planes políticos. El punto era que Tomás, rechazando cualquier ambición, ya había elegido una Orden mendicante para convertirse en un fraile dominico en Nápoles. Una elección muy frustrante para su ambiciosa familia. Sintiendo traicionadas las expectativas familiares, su madre y dos de sus hermanos lo secuestraron y lo mantuvieron prisionero en su castillo por un año. Su humor, poco sociable pero a la vez muy pacífico, se alteró solo cuando le hicieron entrar a una prostituta en su recámara para hacerlo desistir de su vocación. A ese punto, Tomás reaccionó aferrando con fuerza un leño ardiente y la hizo escapar. Con la ayuda de sus hermanas, se cuenta que luego Tomás logró escapar haciéndose bajar de las murallas del castillo de Roccasecca en una grande cesta.

Un intelectual enamorado de Dios

Finalmente libre del acoso familiar, fue enviado a Colonia y allí, con San Alberto Magno como su maestro, profundizó el aristotelismo. Se trasladó luego a París donde, no sin dificultades con el clero secular, enseñó en la Universidad. De regreso a Italia intensificó el estudio de Aristóteles gracias a las traducciones de un cofrade, y compuso el conocido himno vinculado a la fiesta del Corpus Christi, el «Pange lingua». Comenzó a escribir su «obra maestra», la Summa Theologiae. De este genial compendio teológico son particularmente conocidas las Cinco vías para probar racionalmente la existencia de Dios. (cf. ST. I Pars, q. II). El centro de su trabajo fue la confianza en la razón y los sentidos: la filosofía es un válido auxilio de la teología pero la fe no anula la razón. (cf Rm 1,19). Amaba el estudio y no es difícil imaginar por qué su inmensa producción filosófico-teológica haya causado un gran impacto entre los teólogos contemporáneos. Un día, el 6 de diciembre de 1273, Tomás le dijo a su cofrade Reginaldo que ya no escribiría más: «No puedo, porque todo lo que he escrito es como paja para mí en comparación con lo que se me ha revelado». Según algunos biógrafos, una experiencia mística con Jesús precedió a esta decisión. Parece ser que cayó enfermo en 1274, en el viaje a Lyon, donde el Papa Gregorio X lo había convocado para el Concilio, y murió en la abadía de Fossanova. Tenía sólo 49 años.

Santo Tomás leído por Chesterton: la reconciliación fe-razón

El famoso escritor inglés G. K. Chesterton, con su fina agudeza, en 1933 le dedicó un conocido ensayo titulado «Santo Tomás de Aquino». En tal texto Chesterton escribió: «Tomás fue un gran hombre que concilió la religión con la razón, que la expandió hacia la ciencia experimental, que insistió en que los sentidos son las ventanas del alma y en que la razón posee un derecho divino a alimentarse de hechos, y que es competencia de la fe digerir». Para Chesterton, tanto Santo Tomás como San Francisco fueron los iniciadores de una gran renovación del cristianismo desde dentro y cuyo centro fue la Encarnación: «… estos hombres se hacían más ortodoxos al hacerse más racionales y naturales: sólo siendo así de ortodoxos pudieron ser así de racionales y naturales. En otras palabras, lo que realmente se puede llamar teología liberal se desplegó desde dentro, desde los misterios originales del catolicismo».

Fuente: Vatican News

CICLO DE CATEQUESIS – JUBILEO 2025. JESUCRISTO, NUESTRA ESPERANZA. I. LA INFANCIA DE JESÚS. 2. EL ANUNCIO A MARÍA. ESCUCHA Y DISPONIBILIDAD (CFR. LC 1,26-38)

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy retomamos la catequesis del ciclo jubilar sobre Jesucristo nuestra esperanza.

Al comienzo de su Evangelio, Lucas muestra los efectos de la potencia transformadora de la Palabra de Dios que llega no sólo a los atrios del Templo, sino también a la pobre casa de una joven, María, que, comprometida con José, todavía vive con su propia familia.

Después de Jerusalén, el mensajero de los grandes anuncios divinos, Gabriel, que en su nombre celebra el poder de Dios, es enviado a una aldea que la Biblia hebrea nunca menciona: Nazaret. En aquella época era una pequeña aldea de Galilea, en la periferia de Israel, una zona de frontera con los paganos y sus contaminaciones.

Precisamente allí, el ángel lleva un mensaje de forma y contenido totalmente inauditos, tanto que el corazón de María se estremece, se turba. En lugar del clásico saludo “la paz sea contigo”, Gabriel se dirige a la Virgen con la invitación “¡alégrate!”, “¡regocíjate!”, un llamamiento muy querido en la historia sagrada, porque los profetas lo utilizan cuando anuncian la venida del Mesías (cfr. Sof 3,14; Gl 2,21-23; Zc 9,9). Es la invitación a la alegría que Dios dirige a su pueblo cuando termina el exilio y el Señor hace sentir su presencia viva y operante.

Además, Dios llama a María con un nombre de amor desconocido en la historia bíblica: kecharitoméne, que significa «llena de la gracia divina». María es llena de la gracia divina. Este nombre dice que el amor de Dios ha habitado desde hace tiempo y sigue habitando en el corazón de María. Dice que ella está ‘llena de gracia’ y, sobre todo, que la gracia de Dios ha realizado en ella un “cincelado” interior, convirtiéndola en su obra maestra: llena de gracia.

Este cariñoso sobrenombre, que Dios da sólo a María, va acompañado inmediatamente de una tranquilización: «¡No temas!», «¡No temas!» la presencia del Señor siempre nos da esta gracia de no temer y así lo dice a María: «¡No temas!». «No temas», dice Dios a Abraham, a Isaac, a Moisés, en la historia: «¡No temas!». (cf. Gn 15,1; 26,24; Dt 31,8). Y nos lo dice también a nosotros: «¡No temas, sigue adelante, no temas!». «Padre, tengo miedo de esto»; «¿Y qué haces tú cuando…?»; “Perdone, padre, le digo la verdad: voy a la adivina…»; «¿Vas a la adivina?”; “Sí, a que me lea la mano…». Por favor, ¡no tengan miedo! ¡No teman! ¡No teman! Esto es hermoso. «Soy tu compañero de viaje»: esto le dice Dios a María. El «Todopoderoso», el Dios de lo «imposible» (Lc 1,37) está con María, está con ella y junto a ella, es su compañero, su principal aliado, el eterno «Yo-contigo» (cf. Gn 28,15; Ex 3,12; Jdg 6,12).

Luego, Gabriel anuncia a la Virgen su misión, haciendo resonar en su corazón numerosos pasajes bíblicos que hacen referencia a la realeza y mesiazgo del Niño que va a nacer de ella y que será presentado como cumplimiento de las antiguas profecías. La Palabra que viene de lo Alto llama a María a ser la madre del Mesías, el tan esperado Mesías davídico. Es la madre del Mesías. Él será rey, no a la manera humana y carnal, sino a la manera divina, espiritual. Su nombre será «Jesús», que significa «Dios salva» (cf. Lc 1,31; Mt 1,21); recuerda así a todos y para siempre que no es el hombre quien salva, sino sólo Dios. Jesús es Aquel que cumple estas palabras del profeta Isaías: «No un enviado ni un ángel, sino Él mismo los salvó; con amor y compasión (Is 63,9).

Esta maternidad estremece a María profundamente. Y como mujer inteligente que es, es decir, capaz de leer dentro de los acontecimientos (cf. Lc 2,19.51), busca comprender, discernir lo que está sucediendo. María no busca fuera, sino dentro, porque, como enseña san Agustín, «in interiore homine habitat veritas» (De vera religione 39,72). Y allí, en lo más profundo de su corazón abierto, sensible, escucha la invitación a confiar en Dios, que ha preparado para ella un «Pentecostés» especial. Como al principio de la Creación (cf. Gn 1,2), Dios quiere «empollar» a María con su Espíritu, un poder capaz de abrir lo cerrado sin violarlo, sin menoscabar la libertad humana; quiere envolverla en la «nube» de su presencia (cf. 1Cor 10,1-2) para que el Hijo viva en ella y ella en Él.

Y María se enciende de confianza: es «una lámpara con muchas luces», como dice Teófanes en su Canon de la Anunciación. Se abandona, obedece, hace espacio: es «una cámara nupcial hecha por Dios» (ibid.). María acoge al Verbo en su propia carne y se lanza así a la mayor misión jamás confiada a una mujer, a una criatura humana. Se pone al servicio: es llena de todo, no como esclava, sino como colaboradora de Dios Padre, llena de dignidad y autoridad para administrar, como hará en Caná, los dones del tesoro divino, para que muchos puedan sacar de él abundantemente.

Hermanas, hermanos, aprendamos de María, Madre del Salvador y Madre nuestra, a dejarnos abrir los oídos a la Palabra divina y a acogerla y custodiarla, para que transforme nuestros corazones en tabernáculos de su presencia, en hogares acogedores donde pueda crecer la esperanza.

Fuente The Holy See

¿CUÁL ES LA VOLUNTAD DE DIOS AQUÍ Y AHORA?

Hace tiempo que una amable lectora, comentando unos de mis breves artículos, preguntaba por los criterios para discernir la voluntad de Dios a través de los acontecimientos. Lo primero que conviene aclarar es que somos nosotros los que discernimos la voluntad de Dios. Por eso la decisión que tomamos es nuestra. Los asuntos concretos y puntuales son cosa nuestra, aunque sea el evangelio el que inspira nuestra toma de posición. El evangelio no dice, por ejemplo, a qué partido hay que votar o qué presidente o superior hay que elegir. Lo que dice el evangelio es que vote o elija buscando el bien de la sociedad o de la comunidad.

Dios en este mundo se nos hace presente a través de mediaciones. En ellas descubrimos su voluntad. Pero las mediaciones nunca son claras del todo. Están lastradas de una ambigüedad ineliminable. Jesús, mediador entre Dios y los seres humanos, también estaba marcado por esta ambigüedad constitutiva de toda mediación. De otro modo nunca hubiera sido rechazado. Si pudo serlo, fue porque lo humano siempre puede interpretarse de modos muy diversos. Según unos, en Jesús actuaba el poder de Dios. Según otro, el poder de Satanás. En el terreno de lo humano, y más aún en el de lo religioso, lo que a unos les parece muy claro, a otros les parece oscuro.

Tomás de Aquino se planteó la pregunta de cuál es la voluntad de Dios en el aquí y el ahora. La respuesta puede resultar sorprendente «No lo sé», dice el santo. Citemos sus palabras exactas: «Podemos saber de una manera general cuál es el objeto querido por Dios, pues sabemos que todo lo que Dios quiere, lo quiere en cuanto bien. Por eso, todo el que quiere alguna cosa por este mismo motivo tiene una cierta conformidad con la voluntad divina en cuanto al motivo de querer. Pero, en particular, ignoramos lo que Dios quiere, y en este aspecto no estamos obligados a conformar nuestra voluntad con la de Dios».

Cuando buscamos el bien y pretendemos hacer lo que consideramos que es bueno (para los demás y para uno mismo), actuamos en conformidad con la voluntad de Dios, que siempre quiere lo bueno. Pero en concreto y en particular no sabemos lo que Dios quiere. No sabemos qué decisión tomaría Dios ante dos o tres caminos distintos que parecen todos buenos (se lo parecen a uno mismo; o uno parece bueno a un individuo y otro a un segundo individuo). Así se explica que en la búsqueda de lo bueno (lo bueno es formalmente la voluntad de Dios) puedan darse soluciones materialmente distintas o incluso opuestas cuando se trata de concretar eso bueno.

En este sentido el Concilio Vaticano II reconocía que una misma concepción cristiana de la vida puede conducir a adoptar soluciones divergentes. La razón de la divergencia no puede estar en la concepción cristiana a la vida, sino en la distinta lectura de los acontecimientos. Eso sí, cuando todos buscamos el bien, aunque a veces las soluciones que ofrecemos para resolver un problema concreto sean distintas, esta distinción no puede enemistarnos, tiene que ser un motivo para continuar el diálogo y para buscar consensos. Porque el bien fundamental es el buen entendimiento y la buena relación entre las personas.

Martín Gelabert. Blog Nihil Obstat

SANTOS PATRONOS DE VIDA ASCENDENTE ANA Y SIMEÓN, UNA VEJEZ LLENA DE ESPERANZA

Simeón, un anciano justo y religioso, y Ana, viuda y profetisa, dedicaron su vida a la oración mientras esperaban al Mesías.

¿Quiénes son?

Estos dos personajes, que parecen pasar a un segundo plano en la narración bíblica, donde solo aparecen una vez (Lucas 2,22-39), en el curso de un encuentro inesperado, son sin embargo figuras esenciales en torno al nacimiento de Jesús. Avisado por el Espíritu Santo de que no moriría antes de ver el cumplimiento de la promesa mesiánica, Simeón acude al Templo de Jerusalén en el momento de la presentación del Niño Jesús por sus padres. Aquel que había «meditado en la Promesa durante toda su vida con un corazón ferviente y recto (…) estaba claramente por delante de los demás en la comprensión de las cosas invisibles. Vio más lejos y más profundo», explica el padre jesuita Claude Flipo en Hommes et femmes du Nouveau Testament.

Reconociendo inmediatamente el cumplimiento de la promesa en el primogénito, al que se apresura a tomar en sus brazos, Simeón entona entonces un himno de acción de gracias, el Nunc dimittis, que cierra con una profecía dirigida a María, anunciando el sufrimiento que padecerá a causa de este niño. A lo largo de este pasaje del Evangelio, Simeón no solo es el «hombre justo y piadoso» descrito por Lucas, sino que se distingue de todos los demás que «aguardaban la liberación de Israel» (v. 38) por tener una gracia única, la de ser de los primeros en saber que la intervención de Cristo era inminente y cambiaría definitivamente la historia.

La historia ha conservado menos rastros de la profetisa Ana. Solo se le dedican tres versos en el relato bíblico (v. 36-38). Si Lucas precisa su nombre, su filiación -es galilea, «hija de Fanuel, de la tribu de Aser» (v. 36)- y su edad -excepcionalmente avanzada para la época-, 84 años, no da más indicaciones sobre ella que su temprana viudez, y su gran piedad: «No se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día» (v. 37). Tras la oscura profecía de Simeón, el personaje de Ana llega como un rayo de luz: es una especie de apóstol, antes de la carta, que difunde a su alrededor la noticia de la llegada del Mesías y de la inminente liberación de Israel.

¿Cuál es su relación?

Aunque el texto no especifica si se conocían antes de acudir al Templo, parece que forman un vínculo inextricable de complementariedad. «A imagen de lo que hará más tarde, por ejemplo, resucitando a un niño y a una niña (Lucas, 8), Cristo, desde su advenimiento, restablece el vínculo entre el hombre y la mujer en todas las edades posibles de la vida», explica el padre Philippe Lefebvre, dominico, profesor de Sagrada Escritura en la Universidad de Teología de Friburgo (Suiza) y autor de Brèves rencontres, vies minuscules de la Bible.

Unidos no por el sacramento del matrimonio, sino por un proceso común, el de haber ido al Templo al mismo tiempo y el de llevar una esperanza que les viene de muy lejos, del tiempo de los profetas, como se proclama en el libro de la Consolación (Isaías 40-55), Ana y Simeón invitan, con su presencia, a mirar la vejez de una manera muy especial.

«Lucas no afirma que Simeón es viejo, pero lo da a entender al subrayar su proximidad temporal a la muerte», dice el padre Lefebvre. La representación de Rembrandt de Simeón en su cuadro El anciano Simeón con el Niño Jesús en el Templo, hacia 1669, muestra su rostro arrugado enmarcado por una larga barba blanca, en línea con la representación que parece prevalecer en la conciencia colectiva. Por su avanzada edad, «estos dos personajes dan testimonio de una fuerte experiencia humana y están impregnados de la palabra de Dios en su vida cotidiana: han meditado los textos y saben hacia dónde van sus expectativas», prosigue el padre Lefebvre.

¿En qué sentido son figuras de expectativa?

Como primeros testigos ajenos al círculo familiar de Jesús que reconocen a Cristo Rey, tal y como exige la Ley (Deuteronomio 19,15), Ana y Simeón aparecen como los últimos vigilantes de la Antigua Alianza. La culminación de esta vida de espera alcanza su punto álgido cuando Simeón pronuncia las palabras del Nunc dimittis: «Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel» (v. 30-32). El propio vocabulario remite a las palabras de los profetas (Isaías 40-55), como un puente entre las dos épocas. Simeón, «cuyo nombre significa ‘Dios ha escuchado’, personifica la antigua expectativa de Israel, extendida desde Abraham hacia el cumplimiento de la promesa», señala el padre Flipo en su libro.

En los albores del siglo I, la expectación era máxima entre los fieles del pueblo de Israel, que vivía graves disensiones políticas y religiosas: una parte de la comunidad judía había abandonado el Templo porque el sacerdocio ya no les convenía, y Herodes el Grande estaba bajo ocupación romana. Al igual que José y María, Ana y Simeón son presentados como figuras principales de este movimiento de expectación, que solo se concretará realmente mediante la muerte sacrificial de Cristo, que traerá consigo «la recuperación de muchos» (v. 34) en Palestina. «Ya Simeón ve en (Jesús) el cordero del sacrificio, el que, entregado en manos de los hombres, revelará con su inocencia los pensamientos más íntimos de muchos corazones», continúa el padre Flipo, mientras que el anciano se dirige a María en estos términos: «Y a ti misma una espada te traspasará el alma» (v. 35). «Un gesto violento, doloroso, pero vital, que también simboliza el discernimiento y el compartir», comenta el padre Lefebvre.

¿Qué nos dice esto sobre nuestras expectativas actuales?

En el mundo que nos rodea, exaltado por la aceleración y el estrés, «y que no parece esperar más que el fruto decepcionante de su propia agitación, (…) la figura de Simeón nos resulta preciosa», señala el padre Flipo. «Nos recuerda que vamos hacia la Promesa, hacia el bendito encuentro con quien está en el origen y en el final de nuestra historia».

Fuente: La Croix, Malo Tresca

EL SANTO DE LA SEMANA: SAN FRANCISCO DE SALES

Es el patrono de los periodistas. Fue un escritor nacido en el año 1567 en Saboya que buscaba la transmisión de la verdad evangélica. Durante su infancia su madre le narraba el Catecismo y a los 14 años ingresó en la Universidad de París. Destacó en retórica y filosofía, se entregó al estudio de Teología y se consagró a Dios.A los 24 años obtuvo el Doctorado en Leyes y en 1593 fue ordenado sacerdote. Predicó por muchas ciudades y participó en la reconquista del Chablais. En esta ardua tarea comenzó su carrera de escritor elaborando una serie de panfletos de la Doctrina de la Iglesia. Gracias a su labor el número de conversiones aumentó y restableció la fe Católica en la provincia. Ocupó el cargo de Obispo de Ginebra durante 21 años y murió en 1622. Su última palabra fue el nombre de Jesús.

Vida de San Francisco de Sales (Hagiografía)

San Francisco nació en el castillo de Sales, en Saboya, el 21 de agosto de 1567. Fue bautizado al día siguiente en la Iglesia parroquial de Thorens, con el nombre de Francisco Buenaventura. Durante toda su vida sería su patrono San Francisco de Asís. El cuarto donde él nació se llamaba «el cuarto de San Francisco», porque había en él una imagen del «Poverello» predicando a los pájaros y a los peces.

De niño Francisco fue muy delicado de salud ya que nació prematuro; pero gracias al cuidado que recibió, se pudo recuperar y fortalecerse con los años. Si bien no era robusto, su salud le permitió desplegar una enérgica actividad durante su vida.

La Madre de Francisco:

La Señora Francisca de Boisy era una mujer sumamente amable y trabajadora y profundamente piadosa. Santa Juana de Chantal dice que la gente la admiraba como a una de las damas más respetables de esa época.

Tenía que mandar y dirigirlo todo en un amplísimo castillo donde laboran cuarenta trabajadores, sirvientas, mensajeros, labradores, y encargados del ganado.

Es muy importante tener en cuenta las cualidades de la mamá de Francisco, porque éste, por el valle nublado frío y oscuro donde estaba su casa, podría haber sido un hombre retraído y más bien inclinado a la tristeza y el pesimismo. Y en cambio, por la maravillosa formación que Doña Francisca le va proporcionando y por la educación que le hace dar su padre, obtiene las bases para llegar a ser más tarde con la gracia de Dios y por sus grandes esfuerzos, un portento de amabilidad y del más exquisito trato social.

Doña Francisca era una mujer que vivía muy ocupada, pero sin afanes ni apresuramientos. Quizás de ella habrá aprendido el niño Francisco aquella virtud suya que le dará resultado toda su vida: trabajar mucho, trabajar siempre, pero sin perder la calma, sin inquietud, no dejando para mañana lo que se puede hacer hoy.

La religión dominaba la vida de doña Francisca, y la compartía con todos, de ahí que Francisco aprendiese todo esto y luego lo usase más tarde para el beneficio de muchas almas.

Infancia:

Era un niño lindo, rubio, rosado que se divertía jugando en el Castillo. Le gustaba ir al Templo y rezar mirando hacia el altar y también era muy dado a ayudar a los pobres. Sin duda había recibido del Espíritu Santo el don de la Magnificencia, que consiste en un gusto especial por dar, y dar con gran generosidad. Como niño vivo e inquieto, que le gustaba curiosear por aquel inmenso Castillo donde vivía; parecía que tenía cien pulgas debajo de la ropa que no le dejaban estar quieto, por lo que su madre y la nodriza tenían que estar constantemente viendo que estaba haciendo.

Su madre le enseñaba el catecismo y le narraba bellos ejemplos religiosos. Y cuando el pequeño Francisco se encontraba con otros niños por el camino o en el prado, les repetía las enseñanzas y narraciones que había escuchado de labios de su mamá. Se estaba entrenando para lo que sería su mas preciado trabajo: enseñar catecismo, pero enseñarlo bellamente a base de amenos ejemplos.

Hay un hecho en su infancia que denota mucho su celo por Dios pero también su inclinación a la ira, con la que luchará por 19 años de su vida hasta dominarla. Se cuenta que un día un Calvinista fue a visitar el Castillo, Francisco se enteró y como no podía meterse en la sala a protestar, tomó un palo en las manos, y lleno de indignación se fue al corral de las gallinas, arremetiendo contra ellas y gritando: «Fuera los herejes: No queremos herejes». Las pobres gallinas salieron corriendo y gritando ante su atacante, y a tiempo llegaron los sirvientes para salvarlas. Este que ahora atacaba a las gallinas, después llegará a tener un genio tan bondadoso y amable que no procederá con ira ni siquiera contra los más tremendos adversarios; ahora bien , esta bondad no nació con él sino que fue una conquista, poco a poco, con la ayuda de Dios.

Su padre, Don Francisco, tenía temor de que su hijo fuera a crecer flojo de voluntad porque la mamá lo quería muchísimo y podía hacerlo crecer algo consentido y mimado. Entonces le consiguió de profesor a un sacerdote muy rígido y muy exigente, el Padre Deage. Este será su preceptor durante toda su vida de estudiante. Era un hombre super exacto en todo, pero muy frecuentemente demasiado perfeccionista en sus exigencias. Este preceptor lo ayudará mucho en su formación pero le hará pasar muchos ratos amargos, por exigirle demasiado. Francisco no protestará nunca y en cambio le sabrá agradecer siempre, pero para su comportamiento futuro tomará la resolución de exigir menos detalles importunos y hacer más amables a quienes él tenga que dirigir.

A los 8 años entró en el Colegio de Annecy, y a los 10 años hizo su Primera Comunión junto con la Confirmación. Desde ese día se propuso no dejar pasar un día sin visitar a Jesús Sacramentado en el Templo o en la Capilla del colegio. El que más tarde será el gran promotor del culto solemne a la Eucaristía, fue preparado muy cuidadosamente por la madre y por su Sacerdote preceptor para recibir por primera vez a Jesús Sacramentado. Guiado por su madre se trazó unos buenos propósitos como recuerdo de su Primera Comunión:

1) Cada mañana y cada noche rezaré algunas oraciones.

2) Cuando pase por frente de una Iglesia entraré a visitar a Jesús Sacramentado, si no hay una razón grave que me lo impida.

3) Siempre y en toda ocasión que me sea posible ayudaré a las gentes más pobres y necesitadas.

4) Leeré libros buenos, especialmente Vidas de Santos.

Durante toda su vida procuró ser enteramente fiel a estos propósitos.

Un año más tarde en la misma Iglesia de Santo Domingo (actualmente San Mauricio), recibió la tonsura.

Francisco, estudiante:

Un gran deseo de consagrarse a Dios consumía al joven, que había cifrado en ello la realización de su ideal; pero su padre (que al casarse había tomado el nombre de Boisy) tenía destinado a su primogénito a una carrera secular, sin preocuparse de sus inclinaciones. A los 14 años, Francisco fue a estudiar a la Universidad de París que, con sus 54 colegios, era uno de los más grandes centros de enseñanza de la época.

Su padre le había enviado al colegio de Navarra, a donde iban los hijos de las familias de Saboya; pero Francisco, que temía por su vocación, consiguió que consintiera en dejarle ir al Colegio de Clermont, dirigido por los jesuitas y conocido por la piedad y el amor a la ciencia que reinaban en él. Acompañado por el Padre Déage, Francisco se instaló en el hotel de la Rosa Blanca de la calle St. Jacques, a unos pasos del Colegio de Clermont. Francisco se propuso un Plan de Vida durante su estadía en el colegio. Se propuso dedicarse a hacer lo que tenía que hacer: prepararse bien para el futuro.

Desde el principio, guiado, por su director, el Padre Déage, se trazó un programa de acción: Cada semana confesarse y comulgar. Cada día atender muy bien a las clases y preparar las tareas y lecciones para el día siguiente. Dos horas diarias de ejercicios de equitación, de esgrima, de baile .

La debida mezcla entre los ejercicios de piedad y las artes gimnásticas le fueron consiguiendo un aire de elegancia y respetabilidad. Era alto, gallardo y bien presentado. Enemigo de los lujos, pero siempre decorosamente presentado. En las reuniones de gente de refinada elegancia era el invitado preferido, porque a la vez de ser muy sencillo y sin rebuscamientos inútiles, era «la cultura personificada».

Más tarde, cuando sea Obispo, la gente exclamará: «en las reuniones sociales se porta con la santidad de un digno ministro de Dios, y en las ceremonias religiosas se porta con la elegancia del más exquisito de los caballeros». Y al preguntarle alguien el por que, respondió: «Cuando estoy en la alegría de una fiesta social me imagino estar revestido de ornamentos de Obispo, y me comporto con la dignidad que esto exige. Y cuando estoy celebrando una ceremonia religiosa me imagino estar en la más exquisita y refinada reunión, y trato de comportarme con la educación y urbanidad que en estos casos se exige».

Pronto se distinguió en retórica y en filosofía; después se entregó apasionadamente al estudio de la teología. Cada día estaba más decidido a consagrarse a Dios y acabó por hacer voto de castidad perpetua, poniéndose bajo la protección de la Santísima Virgen. Pero no por ello faltaron las pruebas.

La más terrible tentación de su juventud:

Vivir en gracia de Dios en aquellos ambientes no era nada fácil. Sin embargo, Francisco supo alejarse de toda ocasión peligrosa y de toda amistad que pudiera llevarle a ofender a Dios y logró conservar así el alma incontaminada y admirablemente pura. Francisco tenía 18 años.

Su carácter era muy inclinado a la ira, y muchas veces la sangre se le subía a la cara ante ciertas burlas y humillaciones, pero lograba contenerse de tal manera que muchos llegaban hasta imaginarse que a Francisco nunca le daba mal genio por nada. Pero entonces el enemigo del alma, al ver que con las pasiones más comunes no lograba derrotarlo, dispuso atacarlo por un nuevo medio más peligroso y desconocido.

Empezó a sentir en su cerebro el pensamiento constante y fastidioso de que se iba a condenar, que se tenía que ir al infierno para siempre. La herejía de la Predestinación, que predicaba Calvino y que él había leído, se le clavaba cada vez más en su mente y no lograba apartarla de allí. Perdió el apetito y ya no dormía. Estaba tan impresionantemente flaco y temía hasta enloquecer. Lo que más le atemorizaba no eran los demás sufrimientos del infierno, sino que allá no podría amar a Dios.

El Señor permitiéndole la tentación le da la salida. El primer remedio que encontró fue decirle al Señor: «Oh mi Dios, por tu infinita Justicia tengo que irme al infierno para siempre, concédeme que allá yo pueda seguirte amando. No me interesa que me mandes todos los suplicios que quieras, con tal de que me permitas seguirte amando siempre»; esta oración le devolvió gran parte de paz a su alma.

Pero el remedio definitivo, que le consiguió que esta tentación jamás volviese a molestarle fue al entrar a la Iglesia de San Esteban en París, y arrodillarse ante una imagen de la Santísima Virgen y rezarle la famosa oración de San Bernardo:

«Acuérdate Oh piadosísima Virgen María, que jamás oyó decir que hayas abandonado a ninguno de cuantos han acudido a tu amparo, implorando tu protección y reclamando tu auxilio. Animado con esta confianza, también yo acudo a ti, Virgen de las vírgenes, y gimiendo bajo el peso de mis pecados , me atrevo a comparecer ante tu soberana presencia. No desprecies mis súplicas, Madre del Verbo Divino, antes bien, óyelas y acógelas benignamente. Amén»

Al terminar de rezar esta oración, se le fueron como por milagro todos sus pensamientos de tristeza y de desesperación y en vez de los amargos convencimientos de que se iba a condenar, le vino la seguridad de que «Dios envió al mundo a su Hijo no para condenarlo, sino para que los pecadores se salven por medio de Él. Y el que cree no será condenado» (Juan 3:17).

Esta prueba le sirvió mucho para curarse de su orgullo y también para saber comprender a las personas en crisis y tratarlas con bondad.

Estudiante de universidad:

En el 1588, partió para la ciudad italiana de Padua; su padre le había dado la orden de estudiar abogacía, doctorarse en derecho. Francisco fue obedeciendo a su padre. Estudiaba derecho durante cuatro horas diarias para poder llegar a ser abogado. Otras cuatro horas estudiaba Teología, la ciencia de Dios, porque tenía un gran deseo: llegar a ser sacerdote.

Durante su estadía en Padua, dice el mismo Francisco, que lo que más le ayudó fue la amistad y dirección espiritual de ciertos sacerdotes jesuitas muy sabios y muy santos. Le ayudó mucho la lectura de un libro, que le acompañará durante su vida por 17 años, escrito por el Padre Scupoli llamado: «El Combate Espiritual». Lo leía todos los días y sacaba gran provecho de su lectura.

San Francisco hizo un detallado plan de vida para preservarse durante su estadía en Padua, y se propuso hacer lo siguiente:

1) Cada mañana hacer el Examen de previsión : que consistía en ver que trabajos, que personas o actividades iba a realizar en ese día, y planear como iba a comportarse ante ellos.

2) A mediodía visitar el Santísimo Sacramento y hacer el Examen Particular: examinando su defecto dominante y viendo si había actuado con la virtud contraria a él, (durante 19 años su examen particular será acerca del mal genio, de aquel defecto tan fuerte que era su inclinación a encolerizarse).

3) Ningún día sin Meditación: Aunque fuese por media hora, dedicarse a pensar en los favores recibidos por el Señor, en las grandezas de Dios , en las verdades de la Biblia o en los ejemplos de los santos.

4) Cada día rezar el Santo Rosario: no dejarlo de rezar ningún día de su vida, promesa que siempre cumplió.

5) En su trato con los demás ser amable pero moderado.

6) Durante el día pensar en la Presencia de Dios.

7) Cada noche antes de acostarse hacer el Examen del día : decía, «recordaré si empecé mi jornada encomendándome a Dios. Si durante mis ocupaciones me acordé muchas veces de Dios para ofrecerle mis acciones, pensamientos, palabras y sufrimientos. Si todo lo que hoy hice fue por amor al buen Dios. Si traté bien a las personas. Si no busqué en mis labores y palabras darle gusto a mi amor propio y a mi orgullo, sino agradar a Dios y hacer bien a mi prójimo. ¿Si supe hacer algún pequeño sacrificio?, ¿Si me esforcé por estar fervoroso en la oración? y pediré perdón al Señor por las ofensas de este día, haré propósito de portarme mejor en adelante; y suplicaré al cielo que me conceda fortaleza para ser siempre fiel a Dios; y rezando mis tres Avemarías me entregaré pacíficamente al sueño. Firmado: Francisco de Sales, Padua 1589.

Así Francisco, mantuvo protegido su corazón todo el tiempo en el que estuvo estudiando en Padua y a los 24 años obtuvo el doctorado en leyes, y fue a reunirse con su familia en el castillo de Thuille, a orillas del lago de Annecy. Ahí llevó durante 18 meses, por lo menos en apariencia, la vida ordinaria de un joven de la nobleza. El padre de Francisco tenía gran deseo de que su hijo se casara cuanto antes y había escogido para él a una encantadora muchacha, heredera de una de las familias del lugar. Sin embargo, el trato cortés, pero distante, de Francisco hicieron pronto comprender a la joven que este no estaba dispuesto a secundar los deseos de su padre.

El santo declinó, por la misma razón, la dignidad de miembro del senado que le había sido propuesta, a pesar de su juventud.

Hasta entonces Francisco sólo había confiado a su madre y a su primo Luis de Sales y a algunos amigos íntimos, su deseo de consagrarse al servicio de Dios. Pero había llegado el momento de hablar de ello con su padre. El Señor de Boisy lamentaba que su hijo se negara a aceptar el puesto en el senado y que no hubiese querido casarse, pero ello no le había hecho sospechar, ni por un momento, que Francisco pensara en hacerse sacerdote.

La muerte del deán del capítulo de Ginebra hizo pensar al canónigo Luis de Sales en la posibilidad de nombrar a Francisco para sustituirle, lo cual haría menos duro el golpe para el padre del santo. Con la ayuda de Claudio de Granier, obispo de Ginebra, pero sin consultar a ningún miembro de la familia, el canónigo explicó el asunto al Papa, quien debía hacer el nombramiento y, a vuelta de correo, llegó la respuesta del Sumo Pontífice que daba a Francisco el puesto. Este quedó muy sorprendido ante la dignidad con que le distinguía el Papa, pero se resignó a aceptar ese honor que no había buscado, con la esperanza de que su padre accedería así más fácilmente a su ordenación.

Pero el Señor de Boisy era un hombre muy decidido y pensaba que sus hijos le debían una obediencia absoluta. Francisco tuvo que recurrir a toda su respetuosa paciencia y su poder de persuasión para convencerle de que debía ceder.

Por fin vistió la sotana el día mismo en que obtuvo el consentimiento de su padre, y fue ordenado sacerdote 6 meses después, el 18 de diciembre de 1593. A partir de ese momento, se entregó al cumplimiento de sus nuevos deberes con un celo que nunca decayó. Ejercitaba los ministerios sacerdotales entre los pobres, con especial cariño; sus penitentes predilectos eran los de cuna humilde.

Su predicación no se limitó a Annecy únicamente, sino a otras muchas ciudades. Hablaba con palabras sencillas, que los oyentes le escuchaban encantados, pues no había en sus sermones todo ese ornato de citas griegas y latinas tan común en aquellos tiempos, a pesar de que Francisco era doctor. Pero Dios tenía destinado al santo emprender, en breve, un trabajo mucho más difícil.

A la conquista de los Calvinistas; La Misión de Chablais.

Las condiciones religiosas de los habitantes del Chablais, en la costa sur del lago de Ginebra, eran deplorables debido a los constantes ataques de los ejércitos protestantes, y el duque de Saboya rogó al Obispo Claudio de Granier que mandase algunos misioneros a evangelizar de nuevo la región. El Obispo envió a un sacerdote de Thonon, capital del Chablais; pero sus intentos fracasaron. El enviado tuvo que retirarse muy pronto. Entonces el Obispo presentó el asunto a la consideración de su capítulo, sin ocultar sus dificultades y peligros. De todos los presentes, Francisco fue quien mejor comprendió la gravedad del problema, y se ofreció a desempeñar ese duro trabajo, diciendo sencillamente: «Señor, si creéis que yo pueda ser útil en esa misión, dadme la orden de ir, que yo estoy pronto a obedecer y me consideraré dichoso de haber sido elegido para ella». El Obispo aceptó al punto, con gran alegría para Francisco.

Pero el Señor de Boisy veía las cosas de distinta manera y se dirigió a Annecy para impedir lo que él llamaba «una especie de locura». Según él, la misión equivalía a enviar a su hijo a la muerte. Arrodillándose, a los pies del Obispo le dijo: «Señor, yo permití que mi primogénito, la esperanza de mi casa, de mi avanzada edad y de mi vida, se consagrara al servicio de la Iglesia; pero yo quiero que sea un confesor y no un mártir». Cuando el Obispo, impresionado por el dolor y las súplicas de su amigo, se disponía a ceder, el mismo Francisco le rogó que se mantuviese firme: «¿Vais a hacerme indigno del Reino de los Cielos? -preguntó- Yo he puesto la mano en el arado, no me hagáis volver atrás».

El Obispo empleó todos los argumentos posibles para disuadir al Sr. de Boisy, pero éste se despidió con las siguientes palabras: «No quiero oponerme a la voluntad de Dios, pero tampoco quiero ser el asesino de mi hijo permitiendo su participación en esta empresa descabellada. …yo jamás autorizaré esta misión».

Francisco tuvo que emprender el viaje, sin la bendición de su padre, el 14 de Septiembre de 1594, día de La Santa Cruz. Partió a pie, acompañado solamente por su primo, el canónigo Luis de Sales, a la reconquista del Chablais.

El gobernador de la provincia se había hecho fuerte con un piquete de soldados en el castillo de Allinges, donde los dos misioneros se las ingeniaron para pasar las noches a fin de evitar sorpresas desagradables. En Thonon quedaban apenas unos 20 católicos, a quienes el miedo impedía profesar abiertamente sus creencias. Francisco entró en contacto con ellos y los exhortó a perseverar valientemente. Los misioneros predicaban todos los días en Thonon, y poco a poco, fueron extendiendo sus fuerzas a las regiones circundantes.

El camino al castillo de Allinges, que estaban obligados a recorrer, ofrecía muchas dificultades y, particularmente en invierno, resultaba peligroso. Una noche, Francisco fue atacado por los lobos y tuvo que trepar a un árbol y permanecer ahí en vela para escapar con vida. A la mañana siguiente, unos campesinos le encontraron en tan lastimoso estado que, de no haberle transportado a su casa para darle de comer y hacerle entrar en calor, el santo habría muerto seguramente. Los buenos campesinos eran calvinistas. Francisco les dio las gracias en términos tan llenos de caridad, que se hizo amigo de ellos y muy pronto los convirtió al catolicismo.

En el 1595, un grupo de asesinos se puso al asecho de Francisco en dos ocasiones, pero el cielo preservó la vida del santo en forma milagrosa.

El tiempo pasaba y el fruto del trabajo de los misioneros era muy escaso. Por otra parte, el Sr. de Boisy enviaba constantemente cartas a su hijo, rogándole y ordenándole que abandonase aquella misión desesperada. Francisco respondía siempre que si su Obispo no le daba una orden formal de volver, no abandonaría su puesto. El santo escribía a un amigo de Envían en estos términos: «Estamos apenas en los comienzos. Estoy decidido a seguir adelante con valor, y mi esperanza contra toda esperanza está puesta en Dios».

San Francisco hacía todos los intentos para tocar los corazones y las mentes del pueblo. Con ese objeto, empezó a escribir una serie de panfletos en los que exponía la doctrina de la Iglesia y refutaba la de los calvinistas. Aquellos escritos, redactados en plena batalla, que el santo hacía copiar a mano por los fieles, para distribuirlos, formarían más tarde el volumen de las «controversias». Los originales se conservan todavía en el convento de la Visitación de Annecy. Aquí empezó la carrera de escritor de San Francisco de Sales, que a este trabajo añadía el cuidado espiritual de los soldados de la guarnición del castillo de Allinges, que eran católicos de nombre y formaban una tropa ignorante y disoluta.

En el verano de 1595, cuando San Francisco se dirigía al monte Voiron a restaurar un oratorio a Nuestra Señora, destruido por los habitantes de Berna, una multitud se echó sobre él, después de insultarle, y le maltrató.

Poco a poco el auditorio de sus sermones en Thonon fue más numeroso, al tiempo que los panfletos hacían efecto en el pueblo. Por otra parte, aquellas gentes sencillas admiraban la paciencia del santo en las dificultades y persecuciones, y le otorgaban sus simpatías. El número de conversiones empezó a aumentar y llegó a formarse una corriente continua de apostatas que volvían a reconciliarse con la Iglesia.

Cuando el Obispo Granier fue a visitar la misión, 3 o 4 años más tarde, los frutos de la abnegación y celo de San Francisco de Sales eran visibles. Muchos católicos salieron a recibir al Obispo, quien pudo administrar una buena cantidad de confirmaciones, y aún presidir la adoración de las 40 horas, lo que había sido inconcebible unos años antes, en Thonon. San Francisco había restablecido la fe Católica en la provincia y merecía, en justicia, el título de «Apóstol del Chablais».

Mario Besson, un posterior obispo de Ginebra ha resumido la obra apostólica de su predecesor en una frase del mismo San Francisco de Sales a Santa Juana de Chantal: «Yo he repetido con frecuencia que la mejor manera de predicar contra los herejes es el amor, aun sin decir una sola palabra de refutación contra sus doctrinas». El mismo Obispo Mons. Besson, cita al Cardenal Du Perron: «Estoy convencido de que, con la ayuda divina, la ciencia que Dios me ha dado es suficiente para demostrar que los herejes están en el error; pero si lo que queréis es convertirles, llevadles al Obispo de Ginebra, porque Dios le ha dado la gracia de convertir a cuantos se le acercan».

Monseñor de Granier, quien siempre había visto en Francisco un posible coadjutor y sucesor, pensó que había llegado el momento de poner en obra sus proyectos. El santo se negó a aceptar, al principio, pero finalmente se rindió a las súplicas de su Obispo, sometiéndose a lo que consideraba como una manifestación de la voluntad de Dios. Al poco tiempo, le atacó una grave enfermedad que lo puso entre la vida y la muerte. Al restablecerse fue a Roma, donde el Papa Clemente VIII, que había oído muchas alabanzas sobre la virtud y las cualidades del joven sacerdote decano, pidió que se sometiese a un examen en su presencia. El día señalado se reunieron muchos teólogos y sabios.

El mismo Sumo Pontífice, así como Baronio, Bernardino, el cardenal Federico Borromeo (primo del santo) y otros, interrogaron al santo sobre 35 puntos difíciles de teología. San Francisco respondió con sencillez y modestia, pero sin ocultar su ciencia. El Papa confirmó su nombramiento de coadjutor de Ginebra, y Francisco volvió a su diócesis, a trabajar con mayor ahínco y energía que nunca.

En 1602 fue a París donde le invitaron a predicar en la capilla real, que pronto resultó pequeña para la tal multitud que acudía a oír la palabra del santo, tan sencilla, tan conmovedora y tan valiente. Enrique IV concibió una gran estima por el coadjutor de Ginebra y trató en vano de retenerle en Francia.

Años más tarde, cuando San Francisco de Sales fue de nuevo a París, el rey redobló sus instancias; pero el joven obispo se rehusó a cambiar su diócesis de la montaña, su «pobre esposa», como él la llamaba, por la importante diócesis -«la esposa rica»- que el rey le ofrecía. Enrique IV exclamó: «El Obispo de Ginebra tiene todas las virtudes, sin un solo defecto».

A la muerte de Claudio de Granier, acaecida en el otoño de 1602, Francisco le sucedió en el gobierno de la diócesis. Fijó su residencia en Annecy, donde organizó su casa con la más estricta economía, y se consagró a sus deberes pastorales con enorme generosidad y devoción. Además del trabajo administrativo, que llevaba hasta en los menores detalles del gobierno de su diócesis, el santo encontraba todavía tiempo para predicar y confesar con infatigable celo. Organizó la enseñanza del catecismo; él mismo se encargaba de la instrucción de Annecy, y lo hacía en forma tan interesante y fervorosa, que las gentes del lugar recordaban todavía, muchos años después de su muerte, «el catecismo del obispo».

La generosidad y caridad, la humildad y clemencia del santo eran inagotable. En su trato con las almas fue siempre bondadoso, sin caer en la debilidad; pero sabía emplear la firmeza cuando no bastaba la bondad.

San Francisco en su escritorio

En su maravilloso «Tratado del Amor de Dios» escribió: «La medida del amor es amar sin medida». Supo vivir lo que predicaba.

Con su abundante correspondencia alentó y guió a innumerables personas que necesitaban de su ayuda. Entre los que dirigía espiritualmente, Santa Juana de Chantal ocupa un lugar especial. San Francisco la conoció en 1604, cuando predicaba un sermón de cuaresma en Dijón. La fundación de la Congregación de la Visitación, en 1610, fue el resultado del encuentro de los dos santos.

El libro «Introducción a la Vida Devota» nació de las notas que el santo conservaba de las instrucciones y consejos enviados a su prima política, la Sra. de Chamoisy, que se había confiado a su dirección. San Francisco se decidió, en 1608, a publicar dichas notas, con algunas adiciones. El libro fue recibido como una de las obras maestras de la ascética, y pronto se tradujo en muchos idiomas.

En 1610, Francisco de Sales tuvo la pena de perder a su madre (su padre había muerto años antes). El santo escribió más tarde a Santa Juana de Chantal: «Mi corazón estaba desgarrado y lloré por mi buena madre como nunca había llorado desde que soy sacerdote». San Francisco habría de sobrevivir por nueve años a su madre, nueve años de inagotable trabajo.

Últimos meses y muerte del Santo:

En 1622, el duque de Saboya, que iba a ver a Luis XIII en Aviñón, invitó al santo a reunirse con el en aquella ciudad. Movido por el deseo de abogar por la parte francesa de su diócesis, el obispo aceptó al punto la invitación, aunque arriesgaba su débil salud un viaje tan largo, en pleno invierno.

Parece que el santo presentía que su fin se acercaba. Antes de partir de Annecy puso en orden todos sus asuntos y emprendió el viaje como si no tuviera esperanza de volver a ver a su grey. En Aviñón hizo todo lo posible por llevar su acostumbrada vida de austeridad; pero las multitudes se apiñaban para verle y todas las comunidades religiosas querían que el santo obispo les predicara.

En el viaje de regreso, San Francisco se detuvo en Lyon, hospedándose en la casita del jardinero del convento de la Visitación. Aunque estaba muy fatigado, pasó un mes entero atendiendo a las religiosas. Una de ellas le rogó que le dijese qué virtud debía practicar especialmente; el santo escribió en una hoja de papel, con grandes letras: «Humildad».

Durante el Adviento y la Navidad, bajo los rigores de un crudo invierno, prosiguió su viaje, predicando y administrando los sacramentos a todo el que se lo pidiera. El día de San Juan le sobrevino una parálisis; pero recuperó la palabra y el pleno conocimiento. Con admirable paciencia, soportó las penosas curaciones que se le administraron con la intención de prolongarle la vida, pero que no hicieron más que acortársela.

En su lecho repetía: «Puse toda mi esperanza en el Señor, y me oyó y escuchó mis súplicas y me sacó del foso de la miseria y del pantano de la iniquidad».

En el último momento, apretando la mano de uno de los que le asistían solícitamente murmuró: «Empieza a anochecer y el día se va alejando».

Su última palabra fue el nombre de «Jesús». Y mientras los circundantes recitaban de rodillas las Letanías de los agonizantes, San Francisco de Sales expiró dulcemente, a los 56 años de edad, el 28 de Diciembre de 1622, fiesta de los Santos Inocentes. Había sido obispo por 21 años.

Después de su muerte:

A la misma hora en que falleció San Francisco de Sales, en la ciudad de Grenoble estaba Santa Juana de Chantal orando por él, cuando oyó una voz que decía: » Ya no vive sobre la tierra», pero era poca inclinada a creer en favores extraordinarios, no creyó que fuese un aviso de la muerte del santo. Cuando le llegaron con la noticia, comprendió que aquella voz era cierta y durante todo el día y la noche no podía parar de llorar la muerte del Santo.

El día 29 de Diciembre la ciudad entera de Lyon fue desfilando por la humilde casita donde había muerto el querido santo. Y era tanto el deseo de la gente de besarle las manos y los pies, que los médicos no lograban llevarse el cadáver para hacerle la autopsia.

-La hiel: Dice monseñor Camus que al sacarle la hiel la encontraron convertida en 33 piedrecitas, señal de los esfuerzos tan heroicos que había tenido que hacer para vencer su temperamento tan inclinado a la cólera y al mal genio y llegar a ser el santo de la amabilidad.

-Reliquias: Todos en Lyon querían un recuerdo del santo: sus ropas fueron partidas en miles de pedacitos para darle a cada cual alguna reliquia.

-El corazón: dentro de un estuche de plata fue llevado el corazón del gran Obispo al convento de las Hermanas de la Visitación en Lyon, y guardado allí como un tesoro.

-Expuesto al público: Una vez embalsamado, el cuerpo de Monseñor Francisco de Sales fue vestido con sus ornamentos episcopales y trasladado en un ataúd para sus funerales en la iglesia de la Visitación. Estuvo expuesto para veneración de los fieles por dos días.

Cuando la noticia llegó a Annecy, tomó a todos por sorpresa y después de un silencio general, todos lloraban a su querido obispo.

Inmediatamente que llegó su cadáver a Annecy y fue sepultado, empezaron a ocurrir milagros por la intercesión del santo, lo que llevó a La Santa Sede a abrir su causa de Beatificación en 1626.

¿Qué sucedió el día que abrieron su tumba?:

En 1632 se hizo la exhumación del cadáver de Francisco de Sales para saber cómo estaba. Abrieron su tumba los comisionados de la Santa Sede acompañados de las monjas de la Visitación. Cuando levantaron la lápida, apareció el santo igual que cuando vivía. Su hermoso rostro conservaba la expresión de un apacible sueño. Le tomaron la mano y el brazo estaba elástico (llevaba 10 años de enterrado). Del ataúd salía una extraordinaria y agradable fragancia.

Toda la ciudad desfiló ante su santo Obispo que apenas parecía dormido. Por la noche cuando todos los demás se hubieron ido, la Madre de Chantal volvió con sus religiosas a contemplar más de cerca y con más tranquilidad y detenimiento el cadáver de su venerado fundador. Más a causa de la prohibición de las autoridades no se atrevió a tocarle ni a besar sus hermosas manos pálidas.

Pero al día siguiente los enviados de la Santa Sede le dijeron que la prohibición para tocarlo no era para ella, y entonces se arrodilló junto al ataúd, se inclinó hacia el santo, le tomó la mano y se la puso sobre la cabeza como para pedirle una bendición. Todas las hermanas vieron como aquella mano parecía recobrar vida y moviendo los dedos, suavemente oprimió y acarició la humilde cabeza inclinada de su discípula preferida y santa.

Todavía hoy, en Annecy, las hermanas de la Visitación conservan el velo que aquel día llevaba en la cabeza la Madre Juana Francisca.

San Francisco fue beatificado por el Papa Alejandro VII en el 1661, y el mismo Papa lo canonizó en el 1665, a los 43 años de su muerte.

En el 1878 el Papa Pío IX, considerando que los tres libros famosos del santo: «Las controversias»(contra los protestantes); La Introducción a la Vida Devota» (o Filotea) y El Tratado del Amor de Dios (o Teótimo), tanto como la colección de sus sermones, son verdaderos tesoros de sabiduría, declaró a San Francisco de Sales «Doctor de la Iglesia» , siendo llamado «El Doctor de la amabilidad».

La tentación más frecuente

«La tentación más frecuente en las personas preocupadas por su progreso espiritual es que, bajo el pretexto de una influencia apostólica mas grande, el demonio les hace desear una ocupación distinta de la suya».

-San Francisco de Sales

Decía que las Visitantinas eran verdaderamente

«La obra de los Corazones de Jesús y María

CATEQUESIS DE PAPA FRANCISCO SOBRE LOS NIÑOS

Dia 08/01/2025

Deseo dedicar las dos primeras catequesis de este año a reflexionar sobre los niños. La Sagrada Escritura nos dice que los hijos son un don de Dios, pero también describe situaciones en que los niños no han sido amados ni respetados, llegando incluso a ser perseguidos y martirizados. Esta es una triste realidad que se sigue repitiendo hasta el día de hoy. Pensemos cuántos niños mueren a causa del hambre, de las catástrofes, de las enfermedades y de las guerras.

Siguiendo el ejemplo de Jesús, los cristianos no deberíamos permitir nunca que los niños sean maltratados, heridos o abandonados. Debemos prevenir y condenar con firmeza cualquier abuso que puedan sufrir. Quisiera destacar especialmente el flagelo del trabajo infantil, que borra las sonrisas y los sueños de los niños, e impide que desarrollen sus talentos. Los niños ocupan un lugar privilegiado en el corazón de Dios y, quien les haga daño, tendrá que rendirle cuentas a Él.

Dia 15/01/2025

En la audiencia precedente hablamos de los niños, y hoy también vamos a hablar de los niños. La semana pasada nos detuvimos en cómo, en su misión, Jesús habló repetidamente de la importancia de proteger, acoger y amar a los más pequeños.

Sin embargo, aún hoy, en el mundo, cientos de millones de menores se ven obligados a trabajar, a pesar de no tener la edad mínima para someterse a las obligaciones de la edad adulta, y muchos de ellos están expuestos a trabajos especialmente peligrosos. Por no hablar de los niños y niñas que son esclavos de la trata para la prostitución o la pornografía, y de los matrimonios forzados. Y esto es algo amargo. En nuestras sociedades, lamentablemente, los niños sufren numerosas formas de abusos y malos tratos. El maltrato infantil, sea cual sea su naturaleza, es un acto despreciable, es un acto atroz. ¡No es simplemente una lacra de la sociedad, no, es un crimen! Es una gravísima violación de los mandamientos de Dios. Ningún niño debería sufrir abusos. Un solo caso ya es demasiado. Es necesario, por tanto, despertar nuestras conciencias, practicar la cercanía y la solidaridad concreta con los niños y jóvenes abusados y, al mismo tiempo, crear confianza y sinergias entre quienes se comprometen a ofrecerles oportunidades y lugares seguros en los que crecer serenos. Conozco un país de América Latina donde crece una fruta especial, muy especial, llamada arándano. Para cosechar el arándano se necesitan manos tiernas, y obligan a los niños a hacerlo, los esclavizan desde pequeños para que hagan la recolección.

Las pobrezas difusas, la escasez de herramientas sociales de apoyo a las familias, la marginalidad que ha aumentado en los últimos años junto con el desempleo y la precariedad laboral son factores que cargan sobre los más pequeños el precio más alto a pagar. En las metrópolis, donde «muerden» la disparidad social y la degradación moral, hay niños empleados en el tráfico de drogas y en las más diversas actividades ilícitas. ¡Cuántos de estos niños hemos visto caer como víctimas sacrificiales! A veces, trágicamente, son inducidos a convertirse en «verdugos» de otros compañeros de su misma edad, además a dañarse a sí mismos, su dignidad y su humanidad. Y, sin embargo, cuando en la calle, en el barrio de la parroquia, estas vidas perdidas se ofrecen a nuestra mirada, a menudo volvemos la cabeza hacia otro lado.

Hay un caso en mi país: un niño llamado Loan fue secuestrado y se desconoce su paradero. Y una de las hipótesis es que lo enviaron para extraerle órganos, para hacer trasplantes. Y esto se hace. Ustedes ya lo saben. ¡Esto se hace! Algunos vuelven con una cicatriz, otros mueren. Por eso me gustaría recordar hoy a este pequeño, Loan.

Nos cuesta reconocer la injusticia social que lleva a dos niños, que quizá viven en el mismo barrio o bloque de apartamentos, a tomar caminos y destinos diametralmente opuestos porque uno de ellos nació en una familia desfavorecida. Una fractura humana y social inaceptable: entre los que pueden soñar y los que deben sucumbir. Pero Jesús nos quiere a todos libres y felices; y si ama a cada hombre y a cada mujer como a su hijo y a su hija, ama a los más pequeños con toda la ternura de su corazón. Por eso nos pide que nos detengamos a escuchar el sufrimiento de los que no tienen voz, de los que no tienen educación. Luchar contra la explotación, especialmente la infantil, es la manera principal de construir un futuro mejor para toda la sociedad. Algunos países han tenido la sabiduría de escribir los derechos de los niños. Los niños tienen derechos. Busquen ustedes mismos en Internet cuáles son los derechos del niño.

Entonces podremos preguntarnos: ¿Qué puedo hacer yo? En primer lugar, deberíamos reconocer que, si queremos erradicar el trabajo infantil, no podemos ser sus cómplices. ¿Y cuándo lo somos? Por ejemplo, cuando compramos productos que emplean mano de obra infantil. ¿Cómo puedo comer y vestirme sabiendo que detrás de esa comida o de esa ropa hay niños explotados, que trabajan en vez de ir a la escuela? Tomar conciencia de lo que compramos es un primer acto para no ser cómplices. Ver de dónde proceden esos productos. Algunos dirán que, como individuos, no podemos hacer mucho. Es cierto, pero cada uno puede ser una gota que, unida a muchas otras gotas, puede convertirse en un mar. Sin embargo, también hay que recordar a las instituciones, incluidas las eclesiásticas, y a las empresas su responsabilidad: pueden marcar la diferencia dirigiendo sus inversiones a empresas que no utilicen ni permitan el trabajo infantil. Muchos Estados y organizaciones internacionales ya han promulgado leyes y directivas contra el trabajo infantil, pero se puede hacer más. También insto a los periodistas – aquí hay algunos periodistas – a que cumplan con su parte: pueden contribuir a concienciar sobre el problema y ayudar a encontrar soluciones. No tengan miedo, denuncien estas cosas.

Y doy las gracias a todos aquellos que no miran hacia otro lado cuando ven a niños obligados a convertirse en adultos demasiado pronto. Recordemos siempre las palabras de Jesús: «Todo lo que hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,40).

Santa Teresa de Calcuta, alegre trabajadora en la viña del Señor, fue madre de los niños más desfavorecidos y olvidados. Con la ternura y el cuidado de su mirada, ella puede acompañarnos a ver a los pequeños invisibles, los demasiados esclavos de un mundo que no podemos abandonar a sus injusticias. Porque la felicidad de los más débiles construye la paz de todos. Y con Madre Teresa damos voz a los niños:

«Pido un lugar seguro donde pueda jugar.

Pido una sonrisa de quien sabe amar.

Pido el derecho a ser un niño, a ser esperanza de un mundo mejor.

Pido poder crecer como persona.

¿Puedo contar contigo?»

(Santa Teresa de Calcuta)