EL CAMINO DE SANTIAGO Y EUROPA

Suele fijarse el año 800, cuando el Papa León III coronó a Carlomagno, como el punto de partida de la denominada «europeidad cultural», un concepto que se había extendido, por entonces, por los benedictinos.

Otros autores, como el ilustre catedrático de Filosofía del Derecho Truyol y Serra, fijan esta asociación con la Paz de Westfalia de 1648, momento en el que se considera el punto de partida de una Europa en el sentido de una entidad cultural y política y no ya meramente geográfica, como se concebía en la Edad Media.

El nacimiento de los Estados modernos soberanos dio lugar a un nuevo «sistema europeo de Estados» que sustituye a la res publica christiana o cristiandad que, por entonces, ya no se identifica con el catolicismo, sino que representa una diversidad de confesiones, principalmente la católica y la protestante. O dicho de otro modo, el nuevo système politique de l’Europe se fundó y se desarrolló sobre la base de la cristiandad pero en cuanto entidad cultural y social y no solo en cuanto sentimiento religioso.

De este proceso fue buen testigo el Camino de Santiago, que ha unido durante siglos el Occidente cristiano con el corazón de Europa. Desde entonces, como bien explicó el filósofo Xavier Rubert de Ventos, Europa sabe que el cristianismo está en su subsuelo aunque no quiera explicitarlo, quizás para estar más disponible a futuros desarrollos.

 El Camino representa un crisol multifacético en la construcción de la identidad europea y ha ido configurando un proyecto espiritual, cultural, social, ecológico, económico y político, sobre la base del encuentro, la fraternidad y los valores del humanismo cristiano. Una lectura actualizada de ello se está haciendo en el Seminario de Ecología Integral de la Fundación Pablo VI y la CEE con el fin de poner en valor la vigencia de esos valores de cuidado, cooperación y encuentro de culturas y pueblos.

Jesús Avezuela Cárcel

Director general de la Fundación Pablo VI