DIOS CREA POR AMOR

¿Cuál es el motivo de la creación? Preguntar por un motivo supone una intencionalidad. Y la intencionalidad supone un ser con capacidad de pensamiento y decisión. Siempre es posible responder diciendo que la creación no tiene ningún motivo. El universo y el ser humano están ahí por puro azar, por casualidad, de la misma forma que podrían no haber estado. Es una extraña respuesta porque todo tiene una causa, una razón de ser. Pero aún si fuera el azar la razón de todo lo existente, una vez que las cosas son, conviene que nos preguntemos qué queremos hacer con lo que hay: ¿cuidarlo para que dure y viva bien, o abusar de ello y destruirlo? Sin duda, en este mundo hay gente para todo: al lado de mucha gente indiferente, que se limita a dejar pasar el tiempo, hay agentes de vida y agentes de muerte. El mal y la muerte hacen mucho ruido, se notan demasiado. El bien es más humilde y sencillo, pero más necesario, absolutamente necesario, porque sin la fuerza del bien todo desaparecería. Incluso si el mal puede seguir operando, es porque hay un bien escondido y superior que lo sostiene. La vida es ese bien escondido que sostiene a las vidas que hacen daño.

A la luz de la fe en Dios es posible dar una respuesta al motivo de la creación. Sobre todo, a la luz de la fe en el Dios que Jesucristo revela. Porque ese Dios es “Amor”. Y a la luz del amor todo cobra nuevo sentido. Leyendo la primera página de la Biblia se diría que Dios crea un universo bueno, bello y fecundo para que pueda existir un ser hecho a imagen y semejanza de Dios y pueda disfrutar de ese universo. La primera página de la Biblia es un poema de amor, un canto a la bondad de Dios que crea al ser humano como varón y mujer para que sea, ni más ni menos, que semejante a Él, el eternamente feliz y dichoso.

El comienzo del cuarto evangelio podría ser una buena relectura de esta obra creadora de la que habla el libro del Génesis. Según este evangelio Dios crea por medio de la Palabra, las cosas existen porque Dios dice una palabra poderosa sobre ellas. Y esta Palabra es una palabra de amor, porque es reflejo de un Dios que es Amor. Si Dios es Amor, y sólo amor, sin ningún asomo de no amor, se comprende que quiera compartir el amor, y no ocupar solo el espacio del ser, pues el amor es difusivo, tiende por naturaleza a comunicarse.

Si Dios se decide a crear no es porque le falte o necesite algo. En virtud de su absoluta plenitud, Dios no puede buscar algo. Si crea lo hace de forma total­mente desinteresada y por pura bondad. Y como el amor es determi­nante de todo lo que Dios hace, cuando crea a un ser distinto de él, sólo puede ha­cerlo por amor. No por casua­lidad, ni por necesidad, sino porque quiere. La teología ha repetido hasta la saciedad que Dios crea de la nada, “ex nihilo”. Me pregunto si no es ya hora de completar esta afirmación con una más fundamental y primera: Dios crea “ex amore”, por amor y desde el amor, tal como indica el Concilio Vaticano II, en un texto poco citado (Gau­dium et Spes, 2).

Bien pensado, Dios no puede crear “de la nada”, sino desde sí mismo, porque fuera de él no hay nada. El ocupa todo el espacio del ser. De modo que, al crear, Dios cede, se retira, deja espacio para que otros sean, y sean con todas las consecuencias, la primera de ellas la independencia. La retirada de Dios funda la libertad humana. Es lo propio del amor: ceder para que el otro sea.

Más aún, si Dios crea por amor, hace sólo lo que le agrada, no aquello que no tiene más remedio que hacer. Ninguna circunstancia, ninguna realidad previa es condicionante de su actuación. Obra con soberana libertad. El ser humano es una maravilla a los ojos de Dios, porque al crearlo, Dios ha hecho lo que le gustaba. Una verdadera obra de arte, en definitiva. Esa es la palabra griega que utiliza Ef 2,10 para decir lo que es el ser humano: un “poiema” de Dios, una obra de arte divina. Estamos relacionados con Dios como una pintura con el pintor, una pieza de cerámica con el ceramista, un libro con su autor. Esto indica una relación muy estrecha y muy posi­tiva.

Dios al crear al ser humano hizo su mejor obra de arte. Y, como le ocurre a todo artista cuando hace una obra maestra, debió quedarse sorprendido, maravi­llado, admirado. Nosotros somos un deleite, un placer para Dios (cf. Prov 8,31). Cuando él nos mira se llena de alegría, se sorprende agradablemente al ver esa estu­penda maravilla salida de sus manos. Esa mirada positiva de Dios sobre cada uno de nosotros, debería ayudarnos a vernos a nosotros mismos con esa mirada, sobre todo en los momentos difíciles y complicados. Yo no puedo hundirme bajo el peso de mis fracasos cuando sé que Dios me mira de esa manera y me ve como la mejor de sus maravillas.

Más aún, esa mirada positiva de Dios sobre cada uno de nosotros, nos invita a mirar a todo ser humano con la misma mirada con que Dios lo mira. En la base del ateísmo está la idea de que se basta el hombre solo, de que Dios es una hipótesis no necesaria para explicar la realidad, o peor aún, la idea de que Dios es un obstáculo para el pleno desarrollo de la persona. Por eso, si queremos ser libres hemos de matar a Dios. Pero la idea creyente de Dios como Amor nos invita a pensar que Dios solo busca nuestro bien y nuestra felicidad, porque su amor es incondicional. Incondicional, no busca quitarnos nada, busca darnos solo y todo lo bueno. Por eso, si queremos comportarnos como imágenes de este Dios, también debemos nosotros buscar el bien de los demás y trabajar por su felicidad.

FUENTE: BLOG NIHIL OBSTAT, Martín Gelabert