Epifanía católica y ortodoxa

La Epifanía en el Cristianismo Oriental y Occidental
(George Dion Dragas)

    1. Tradición Oriental y Tradición Occidental

La epifanía oriental celebra el Bautismo de Cristo en el río Jordán por Juan el Bautista o “Precursor” (en griego prodromos), como el evento de la manifestación de Cristo como el Hijo de Dios y su corolario, la manifestación de Dios en la Trinidad, y también como el evento que marca el comienzo de la misión salvífica de Cristo. Esto se manifiesta particularmente en la celebración de la Gran Bendición de las Aguas (Megas Agiasmos), que evoca el Bautismo de Cristo y constituye un aspecto conspicuo de la celebración oriental.

La Epifanía occidental celebra la veneración del Cristo recién nacido por los sabios magos orientales como el evento que marca la manifestación de la divinidad de Cristo a las naciones. Especialmente desde tiempos medievales, el cristianismo occidental desarrolló una elaborada tradición alrededor de estas figuras orientales —fijando su número en tres e identificándolos con tres reyes, llamados Melchor, Gaspar y Baltasar—, una tradición que incluía el redescubrimiento de sus cuerpos en la iglesia de san Eustorgio en Milán (1158), donde habían sido trasladados desde Constantinopla en el siglo IV, y su retraslado y depósito en la catedral de Colonia por Federico Barbarroja (1164).

    1. ¿Contradicción o enfoques diferentes?

Esta divergencia suscita naturalmente un número de cuestiones, tanto históricas como teológicas, a la que los liturgistas han suministrado diversas respuestas. Sobre todo, se plantea la pregunta: ¿implica esto alguna contradicción? Creo que aquí no hay contradicción alguna, ya que ambas celebraciones conducen a la misma verdad primordial: la manifestación divina de Cristo y su corolario, la divina manifestación del Único Dios en la Trinidad.

Por otra parte, debe decirse que el modo en que las dos tradiciones relacionan la Epifanía con las otras grandes fiestas del Año litúrgico, sugiere una diferencia de enfoque respecto al misterio de Cristo y a la salvación que acarrea. La tradición oriental vincula la Epifanía a la misión salvífica de Cristo y considera a la Pascua y Pentecostés como su resultado final y salvador. La tradición occidental vincula la Epifanía a la vida terrenal de Cristo, y considera a su objetivo como una gradual revelación de la persona salvadora de Cristo.

El propósito de este artículo no es ocuparse en temas de liturgia comparada. Es simplemente facilitar una comprensión más clara de las celebraciones occidentales y ortodoxas orientales de Epifanía, ya que estas celebraciones no parecen ser fácilmente entendidas por los cristianos corrientes, ortodoxo orientales y occidentales, aunque viven en cercana proximidad, unos con otros, aquí en América. Después de todo, la repetición anual de la fiesta proporciona una gran oportunidad para el crecimiento en la comprensión y el aprecio de las riquezas de la Tradición cristiana.

    1. La Tradición Oriental

Los eruditos nos dicen que, en el Oriente cristiano, la Epifanía es la más antigua fiesta del Señor luego de la Pascua, y fue siempre celebrada el día 6 de Enero. La primera referencia a la Epifanía se encuentra en Clemente de Alejandría, al fin del siglo segundo. Si la Pascua marcó el clímax de la obra salvadora de Cristo, la Epifanía marcó la revelación de la persona divina de Cristo, la cual expuso el misterio de Dios e inició el proceso de la salvación del hombre.

Originalmente, la Epifanía conmemoraba el Bautismo de Cristo, siendo su Nacimiento a lo mejor incluido implícitamente. San Juan Crisóstomo explica las razones por las cuales es de este modo: “¿Por qué no es el día en que Cristo nació llamado Epifanía, sino el día en que fue bautizado? Porque no fue manifiesto a todos cuando nació, sino cuando fue bautizado” (Homilía 24 sobre el bautismo de Cristo). En algunos lugares, no obstante, no sólo el nacimiento sino también algunos acontecimientos adicionales de la vida de Cristo son incluidos en la celebración de Epifanía (v. gr. el primer milagro de Cristo en Caná).

Lo que es particularmente interesante de observar es que, en los primeros siglos cristianos, la víspera de Epifanía, Pascua y Pentecostés ( y Navidad posteriormente), fueron las solemnes ocasiones de iniciación cristiana a través del bautismo. El vestigio de esta práctica es hoy el canto del himno bautismal en la Divina Liturgia celebrada en estos días: “Como muchos de vosotros habéis sido bautizados en Cristo, habéis sido revestidos de Cristo. Aleluya”.

Fue en el siglo cuarto que el nacimiento de Cristo comenzó a ser conmemorado como una fiesta separada el día 25 de Diciembre, permitiendo a la Epifanía concentrarse en el Bautismo de Cristo, y celebrarse el 6 de Enero como lo es hoy todavía. Hay evidencia que la fiesta de navidad, como fiesta separada, fue primero introducida en Roma (alrededor del año 335), y fue gradualmente adoptada por las Iglesias Orientales (desde 376 en adelante).

    1. ¿Por qué el 6 de Enero?

¿Por qué fue el 6 de Enero escogido para Epifanía, y por qué fue el 25 de Diciembre introducido para el Nacimiento de Cristo posteriormente? Los eruditos proveen varias respuestas. Una de ellas nos dice que, de acuerdo al antiguo calendario egipcio, el 6 de Enero era el día del solsticio de invierno, el día más importante de celebración religiosa para los paganos. Algunos paganos (especialmente los egipcios) celebraban en este día la conquista de la oscuridad invernal por el invencible dios-sol. Otros celebraban la aparición y glorificación del dios-emperador en una ciudad (especialmente los romanos). Los cristianos, que reconocían a Cristo como “el sol de justicia” (Mal. 4, 2) y la “luz del mundo” (Jn. 1, 9 y 8, 12), reemplazaron el culto al dios-sol pagano y la glorificación del dios-emperador por el culto de Cristo.

Posteriormente, en el Nuevo calendario romano, se situó el solsticio de invierno el día 25 de Diciembre, y se proporcionó la ocasión para otra celebración pagana. Los cristianos encontraron la oportunidad para introducir una nueva fiesta, Navidad, conmemorando el nacimiento de Cristo, quien es Emmanuel, Dios con nosotros.

Lo que es importante observar aquí es que el fenómeno natural de la “conquista” de la oscuridad invernal por parte del sol dejó de ser visto como divino, o como un signo de la aparición de un líder humano deificado. En cambió, se volvió una ocasión para celebrar la manifestación del Dios verdadero como hombre, venciendo la oscuridad de la ignorancia y el pecado que llevó a la humanidad a estar alienada del verdadero Dios y a rendir culto a la creación antes que al Creador.

    1. La Importancia de la Fiesta

El establecimiento de la Navidad no disminuyó la importancia de la Epifanía, la cual está denotada por el período de tiempo de su celebración. Es celebrada desde el 2 al 14 de Enero. El 6 de Enero es el principal día de la fiesta. Los 4 días que la preceden constituyen la ante-fiesta (proeortia) y los 8 días posteriores a ella la post-fiesta (metheortia). La ante-fiesta es más breve a causa de la celebración de la Circuncisión de Cristo (siglo octavo en adelante), el 1º de Enero (que es también el día de la fiesta de San Basilio); sin embargo, incluye una elaborada celebración en la víspera de la fiesta, como ocurre en Navidad y Pascua. La post-fiesta incluye la Synaxis de San Juan Bautista (7 de Enero), el Domingo después de Epifanía y la despedida de la fiesta (14 de Enero).

El profundo significado de la fiesta es revelado en los varios y maravillosos himnos que son cantados en ella, y en las lecturas bíblicas. Hay dos himnos característicos que resumen este significado perfectamente: el apolytikion (tropario) y el kontakion. Estos rememoran cómo Cristo, en su Bautismo, fue proclamado Hijo de Dios muy amado, en Quien Dios está muy complacido y el Espíritu de Dios reposa (Mt., 3, 17), y cómo esta revelación constituye un evento de esclarecimiento e iluminación divina.

“Cuando en el Jordán fuiste bautizado, Oh Señor, el culto de la Trinidad fue hecho manifiesto. Porque la voz del Padre dio testimonio de Ti, llamándote Su Hijo amado, y el Espíritu, en forma de paloma, confirmó la veracidad de la palabra. Oh Cristo, que te manifestaste e iluminaste al mundo, gloria a Ti” (Apolytikion).

“Te has manifestado hoy a todo el mundo, y tu Luz, Oh Señor, se apareció sobre nosotros, que con razón te rogamos: ¡has venido y Te has manifestado como Luz Inaccesible!” (Kontakion).

Finalmente, la Gran Santificación de las Aguas, que es observada dos veces, en la vigilia y en el día de la fiesta, pone de manifiesto el mensaje de salvación. “Cristo no fue bautizado en orden a ser santificado, sino de santificar las aguas y a través de ellas conferir la divina santificación a toda la humanidad” (Gregorio Taumaturgo). Este es exactamente el don que es concedido a todos los hombres cuando son bautizados en Cristo. El bautismo une a los hombres a Cristo, confiriéndoles la remisión de los pecados y la vida eterna a través de la gracia santificante de Dios. La santa agua bendita en Epifanía es una gran bendición, muy estimada por los ortodoxos, que la usan para santificar sus lugares y a sí mismos.

    1. La Tradición Occidental

Los eruditos nos dicen que los orígenes de la fiesta de Epifanía en Occidente son algo oscuros. Hay un consenso de que la Epifanía fue primeramente introducida en la Iglesia occidental desde el Oriente en el siglo cuarto, aproximadamente al mismo tiempo que la nueva fiesta de Navidad se arraigó en la liturgia romana.

La Epifanía fue establecida primero en el Occidente en lugares que tenían contactos especiales con el Oriente, tales como Galia, España y la alta Italia, donde mantuvo un contenido oriental, conmemorando el Nacimiento y Bautismo de Cristo, y otros acontecimientos. Estas tradiciones fueron reemplazadas cuando la autoridad de Roma se incrementó sobre estos lugares, dado que Roma seguía otra tradición.

Fue también observada en Roma, conmemorando al principio el Nacimiento y Bautismo de Cristo, mas aquí vino a ser asociada principalmente con la visita de los sabios magos a Belén, especialmente después del establecimiento de la fiesta de Navidad el 25 de Diciembre. Hay evidencia de esto en los Sermones del Papa León (+ 461).

De acuerdo a una teoría, la asociación de la Epifanía con los sabios del Oriente pudo haberse debido al traslado, en el siglo cuarto, de las supuestas reliquias de los Magos desde Constantinopla a Milán, tradición reavivada en la Edad Media, como apuntamos más arriba. En todo caso, la Epifanía occidental fue fijada el duodécimo día de Navidad, esto es, el 6 de Enero.

Dado lo dicho, ¿cuál es el significado de la Epifanía para la Iglesia occidental? Es principalmente la manifestación de Cristo, divino salvador, a los gentiles; mas es también el reconocimiento de Cristo por parte de los gentiles. Este doble significado es expresado por la forma en que la Iglesia de Occidente interpreta la ofrenda de oro, incienso y mirra por los sabios Magos. Por un lado, se vio a estos dones como símbolos de tres aspectos de la vida de Cristo, como rey, sacerdote y profeta. Por el otro, re-presentó la ofrenda, en varios sentidos, por medio de la institución de adecuados actos de ofrecimiento: al pobre, a la Iglesia y al enfermo.

Se logra una mejor perspectiva de la Epifanía occidental cuando se recurre a los seis Domingos de Epifanía, que siguen luego de esta y conducen a la Tradición occidental al nuevo tiempo de Cuaresma. Estos Domingos de Epifanía conmemoran la auto-manifestación de Cristo: 1) a la edad de doce años en el templo; 2) en su primer milagro en Caná de Galilea; 3) en su curación del leproso y del esclavo del centurión romano; 4) en el apaciguamiento de la tormenta en el mar de Galilea por el bien de sus discípulos; 5) en su enseñanza sobre el bien y el mal expuesta en su parábola del trigo y la cizaña y, 6) en su enseñanza sobre la gloria futura, tal como estáexpuesta en su parábola del grano de mostaza.

No hay duda que, tanto la tradición oriental y occidental de Epifanía, comparten un mensaje común: la manifestación de la identidad divina y de la obra salvífica de Cristo. La diferencia se halla en el ethos y el énfasis. La Tradición oriental parece estar más en sintonía con el aspecto dramático y teofánico del ministerio de Cristo, mientras la Tradición occidental parece estar procurando seguir al Jesús histórico tal como se despliega a través de sus obras y palabras. La primera es más vertical; la otra más horizontal. De la combinación de ambas sólo podría resultar una fuente de enriquecimiento.

Leído  en  Ecclesia (Sacra Arquidiócesis Ortodoxa de Buenos Aires)

San Esteban

Uno de los primeros diáconos y el primer mártir cristiano; su fiesta es el 26 de Diciembre. En los Hechos de los Apóstoles el nombre de Esteban se encuentra por primera vez con ocasión del nombramiento de los primeros diáconos (Hechos, 6, 5). Habiéndose suscitado insatisfacción en lo relativo a la distribución de las limosnas del fondo de la comunidad, los Apóstoles eligieron y ordenaron especialmente a siete hombres para que se ocuparan del socorro de los miembros más pobres. De estos siete, Esteban es el primer mencionado y el mejor conocido.

La vida de Esteban anterior a este nombramiento permanece casi enteramente en la oscuridad para nosotros. Su nombre es griego y sugiere que fuera un helenista, esto es, uno de esos judíos que habían nacido en alguna tierra extranjera y cuya lengua nativa era el griego; sin embargo, según una tradición del Siglo V, el nombre de Stephanos era sólo el equivalente griego del arameo Kelil (del sirio kelila, corona), que puede ser el nombre original del protomártir y fue inscrito en una losa encontrada en su tumba. Parece que Esteban no era un prosélito, pues el hecho de que Nicolás sea el único de los siete designado como tal hace casi seguro que los otros eran judíos de nacimiento. Que Esteban fuera discípulo de Gamaliel se ha deducido a veces de su hábil defensa ante el Sanedrín; pero no ha sido probado. Ni sabemos tampoco cuando y en qué circunstancias se hizo cristiano; es dudoso que la afirmación de San Epifanio (Haer.,xx, 4) contando a Esteban entre los setenta discípulos merezca algún crédito. Su ministerio como diácono parece haberse ejercido principalmente entre los conversos helenistas con los que los apóstoles estaban al principio menos familiarizados; y el hecho de que la oposición con la que se enfrentó surgiera en las sinagogas de los “Libertos” (probablemente los hijos de los judíos llevados como cautivos a Roma por Pompeyo el año 63 antes de Cristo y liberados, de ahí el nombre de Libertini ) y “de los Cirineos, y de los Alejandrinos y de los que eran de Cilicia y Asia” muestra que habitualmente predicaba entre los judíos helenistas. Que era destacadamente idóneo para ese trabajo, sus facultades y carácter, que el autor de los Hechos desarrolla tan fervientemente, son la mejor indicación. La Iglesia, al escogerlo para diácono, le había reconocido públicamente como un hombre “de buena fama, lleno de Espíritu y sabiduría”(Hechos, 6, 3). Era “un hombre lleno de fe y de Espíritu Santo”(6, 5) “lleno de gracia y de poder” (6, 8); nadie era capaz de resistir sus poco comunes facultades oratorias y su lógica impecable, tanto más cuanto que a sus argumentos llenos de la energía divina y la autoridad de la escritura Dios añadía el peso de “grandes prodigios y señales” (6, 8). Grande como era la eficacia de “la sabiduría y el Espíritu con que hablaba” (6, 10), aun así no pudo someter los espíritus de los refractarios; para estos el enérgico predicador se iba a convertir pronto fatalmente en un enemigo.

El conflicto estalló cuando los quisquillosos de las sinagogas “de los Libertos, y de los Cirineos, y de los Alejandrinos, y de los que eran de Cilicia y Asia”, que habían retado a Esteban a una discusión, salieron completamente desconcertados (6, 9-10); el orgullo herido inflamó tanto su odio que sobornaron a falsos testigos para que testificaran que “le habían oído pronunciar palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios” (6, 11).

Ninguna acusación podía ser más apta para excitar a la turba; la ira de los ancianos y los escribas ya había sido encendida por los primeros informes de la predicación de los Apóstoles. Esteban fue detenido, no sin violencia parece (la palabra griega synerpasan implica algo así), y arrastrado ante el Sanedrín, donde fue acusado de decir que “Jesús, ese Nazareno, destruiría este Lugar [el Templo], y cambiaría las costumbres que Moisés nos ha transmitido” (6,12, 14).Sin duda Esteban había dado con su lenguaje alguna base para la acusación; sus acusadores aparentemente cambiaron en ultraje ofensivo atribuido a él, una declaración de que “el Altísimo no habita en casas hechas por la mano del hombre” (7, 48), alguna mención de Jesús prediciendo la destrucción del Templo y alguna condenando las opresivas tradiciones que acompañaban a la Ley, o más bien que la aseveración tan a menudo repetida por los Apóstoles de que “no hay salvación en ningún otro” (cf. 4, 12) no exceptuaba a la Ley, sino a Jesús. Aunque pueda ser esto así, la acusación le dejó impertérrito y “todos los que se sentaban en el Sanedrín… vieron su rostro como el rostro de un ángel” (6, 15).

La respuesta de Esteban (Hechos, 7) fue una larga relación de las misericordias de Dios hacia Israel durante su larga historia y de la ingratitud con que, durante todo el tiempo, Israel correspondió a esas misericordias. Este discurso contenía muchas cosas desagradables para los oídos judíos; pero la acusación final de haber traicionado y asesinado al Justo cuya venida habían predicho los profetas, provocó la rabia de una audiencia formada no por jueces, sino por enemigos. Cuando Esteban “miró fijamente al cielo y vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba de pie a la diestra de Dios”, y dijo: “Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está en pie a la diestra de Dios”(7, 55), se precipitaron sobre él (7, 56) y le sacaron de la ciudad para apedrearlo hasta la muerte. La lapidación de Esteban no se presenta en la narración de los Hechos como un acto de violencia popular; debe haber sido considerado por los que tomaban parte en él como la ejecución de la ley. Según la ley (Lev., 24, 14), o al menos según su interpretación habitual, Esteban había sido sacado de la ciudad; la costumbre exigía que las personas que iban a ser lapidadas fueran colocadas en una elevación (del terreno) desde dónde, con las manos atadas, serían luego arrojados abajo. Fue muy probablemente mientras estos preparativos se llevaban a cabo cuando, “dobló las rodillas y dijo con fuerte voz: “Señor, no les tengas en cuenta este pecado” (7,59). Mientras tanto los testigos, cuyas manos debían ser las primeras en ponerse sobre la persona condenada por su testimonio (Deut., 17, 7), estaban dejando sus vestidos a los pies de Saulo, para poder estar mejor dispuestos a la tarea que les correspondía (7, 57). El mártir orante fue arrojado; y mientras los testigos estaban empujando sobre él “una piedra tan grande como dos hombres pudieran llevar”, se le oyó pronunciar sus suprema plegaria: “Señor Jesús, recibe mi espíritu” (7, 58). Poco podía la gente presente, que lanzaba piedras sobre él, imaginarse que la sangre que derramaban era la semilla de una cosecha que iba a cubrir el mundo.

Los cuerpos de los hombres lapidados debían ser enterrados en un lugar designado por el Sanedrín: Si en este caso insistió el Sanedrín en su derecho no podemos afirmarlo; en cualquier caso, “hombres piadosos”, no se nos dice si cristianos o judíos, “sepultaron a Esteban, e hicieron gran duelo por él” (8, 2). Durante siglos la situación de la tumba de Esteban estuvo perdida, hasta que (en el año 415) cierto sacerdote llamado Luciano supo por revelación que el sagrado cuerpo estaba en Caphar Gamala, a alguna distancia al norte de Jerusalén. Las reliquias fueron exhumadas y llevadas primero a la iglesia de Monte Sión, luego, en 460, a la basílica erigida por Eudoxia junto a la Puerta de Damasco, en el lugar dónde, según la tradición, tuvo lugar la lapidación (la opinión de que la escena del martirio de San Esteban fue al este de Jerusalén, cerca de la puerta llamada de San Esteban por ello, no se oyó hasta el Siglo XII). El sitio de la basílica de Eudoxia se identificó hace unos veinte años, y se ha erigido un nuevo edificio sobre los viejos cimientos por los Padres Dominicos.

La única fuente de información de primera mano sobre la vida y muerte de San Esteban son los Hechos de los Apóstoles (6,1-8,2).

Fuente: https://ec.aciprensa.com/wiki/San_Esteban

Visita ad limina

Los obispos españoles realizan la visita ad limina apostolorum del 13 al 18 de diciembre y durante tres semanas del mes de enero. En esta ocasión, los prelados viajan a Roma para su encuentro con el Papa organizados en cuatro grupos, distribuidos por provincias eclesiásticas. La última visita ad limina fue en el año 2014, en el primer año de pontificado del papa Francisco.

Los cuatro grupos por provincias eclesiásticas

Los cuatro grupos tendrán el siguiente orden:

    • 1º grupo, del 13 al 18 de diciembre:  (24 obispos) de las provincias eclesiásticas de Santiago de Compostela, Oviedo, Burgos, Pamplona y Tudela y Zaragoza.
    • 2º grupo, del 10 al 15 de enero: (22 obispos) de las provincias eclesiásticas de Tarragona, Barcelona y Valencia.
    • 3º grupo, del 17 al 22 de enero: (18 obispos) de las provincias eclesiásticas de Granada, Sevilla y Mérida-Badajoz.
    • 4º Grupo, del 24 al 29 de enero: (20 obispos) de las provincias eclesiásticas de Toledo, Madrid, Valladolid y el Ordinariato Castrense.

La visita ‘ad limina’ es una visita prescrita en el Código de Derecho Canónico, concretamente en los cánones 399 y 400: “Cada cinco años, el obispo diocesano debe presentar al Romano Pontífice una relación sobre la situación de su diócesis, según el modelo determinado por la Sede Apostólica y en el tiempo establecido por esta” (399).

Además, “el obispo diocesano, llegado el tiempo en que debe presentar la relación al Sumo Pontífice, ha de ir a Roma, de no haber establecido otra cosa la Sede Apostólica, para venerar los sepulcros de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, y preséntese al Romano Pontífice” (400).

Tres son, pues, los actos fundamentales de la visita: peregrinación a las tumbas de Pedro y Pablo; presentación al Papa de la “relación quinquenal” de cada diócesis; y el encuentro personal con él, que en esta ocasión no será individual, sino en grupos de siete u ocho. También los obispos aprovechan el viaje para una toma de contacto con los colaboradores directos del Papa, que ya previamente han recibido para su estudio la relación quinquenal enviada.

El origen, en las cartas de san Pablo

Esta visita, si bien se remonta en su germen, según varios testimonios, al siglo IV (341-352), hay quien sitúa su origen en los dos primeros capítulos de la carta a los Gálatas, en donde Pablo refiere sus dos subidas a Jerusalén: la primera, para conocer a Pedro e intimar con él; y la segunda, para someter a los Apóstoles –presididos por Pedro– el Evangelio que él anunciaba.

Sin embargo, fue en 1585 cuando el papa Sixto V –mediante la constitución Romanus Pontifex– reguló el formato de estas visitas, que siguieron las pautas marcadas hasta 1740, cuando Benedicto XIV –mediante la constitución Quod Sancta– amplió la obligación a los prelados nullius y estableció una comisión para valorar los informes de los obispos al término de la visita.

Normativa actual

La actual normativa, con algunos cambios poco sustanciales, procede de Pío X, quien en 1909 la estableció cada cinco años.

En ella, los obispos deben aportar los nuevos datos desde la visita anterior e informar de las realizaciones y conclusiones de los consejos y advertencias dadas entonces.

En el informe que se envía previamente, han de incluirse estos datos: nombre, edad y país del obispo, o congregación religiosa, si es que pertenece a una; cuándo comenzó su gobierno y si ya era obispo antes.

Igualmente, se informa de la condición religiosa y moral de su diócesis, el progreso de la fe desde la última visita, además de informar sobre el origen de la diócesis, su grado jerárquico y los principales privilegios, sínodos diocesanos celebrados; el grado y extensión de la diócesis, su gobierno civil, su clima, su lengua (y una gran cantidad de datos que ayuden a conocer la Iglesia local). Se ha de informar sobre el número de católicos, si hay otros ritos y si prevalecen.

Completan el informe datos sobre la curia diocesana, las parroquias, templos, santuarios, etc. En definitiva, un nomenclátor actualizado en el que han de figurar todos los datos, y que hace que los archivos vaticanos sean, por esta causa, una de las fuentes de riqueza documental más importantes del mundo, permaneciendo como testigo histórico cuando en algunos casos, como en España, muchos archivos fueron destruidos en sucesivas guerras.

Una manifestación de la comunión

Estas visitas son, a la vez, una manifestación de la comunión entre los obispos y el obispo de Roma, y un medio para reafirmar dicha comunión. No hace falta decir que esta comunión tiene como eje la confesión de la misma fe, la celebración de los mismos sacramentos, la práctica de la misma ley, que es la ley del amor, y la experiencia de la misma oración pública de la Iglesia.

En la última visita ad limina que el entonces cardenal de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, hacía a Roma en 2009, en su saludo inicial a Benedicto XVI, en calidad de primado argentino, decía, entre otras cosas: “Gracias por recibirnos, escuchar nuestras inquietudes y problemas, compartir nuestros proyectos pastorales y –sobre todo– gracias por confirmarnos en la fe y en el servicio pastoral (…). Queremos encontrar en esta visita el aliento para que nuestras Iglesias particulares sean casa y escuela de comunión y promover una espiritualidad de comunión entre nosotros, obispos, y nuestros fieles que nos haga crecer en el sentido de pertenencia a la Iglesia universal”.

La fuerza de las Iglesias locales

Así entiende el papa Francisco el sentido de estas visitas, desde la fuerza de las Iglesias locales. El Papa tiene claro su sentido y el tono de sus relaciones con Roma. Las diócesis no son “sucursales romanas”. Cuando se asomó a la Logia de las Bendiciones de la Basílica de San Pedro, el día de su elección, dijo algo que, entre otras muchas cosas, agradó: “Sabéis que el papa es obispo de Roma. Mis hermanos cardenales han ido a encontrarlo casi al fin del mundo”. Ponía en valor la importancia que el Vaticano II había dado a la “Iglesia local”, o, siendo más exactos, a la “Iglesia particular”. Y para demostrarlo, los teólogos conciliares se batieron el cobre.

Quedó claro que el lugar no es algo constitutivo de la Iglesia particular, aunque despreciarlo sería negar ese misterio de encarnación que es origen y razón de ser de la Iglesia, pues el lugar le confiere un rostro propio. Estas visitas son una ocasión para subrayar esa importancia de cada diócesis, de su rostro, de sus fortalezas, de sus debilidades y de sus grandes desafíos.

El papa Francisco se había visto obligado a suspender estas visitas a causa de la  situación provocada por la pandemia de la Covid-19. Este mes de septiembre ha vuelto a retomar sus encuentros con los obispos de todo el mundo.

Santo Domingo de Silos

(Cañas, 1000 – Silos, 1073) Benedictino español. Pastor y luego eremita, ingresó en el monasterio de San Millán de la Cogolla, del que llegó a ser prior. Amenazado por el rey García de Navarra, se refugió en Castilla; allí el rey Fernando I el Magno le confió la dirección de San Sebastián de Silos (1041), que restauró y gobernó como abad hasta su muerte. Sus restos se veneran en este monasterio, que tomó el nombre de Santo Domingo.

Domingo de Silos fue pastor durante su juventud y posteriormente, tras ser elevado al presbiterado, se retiró a la vida eremítica. Hacia el año 1030 ingresó en el monasterio benedictino de San Millán de la Cogolla (La Rioja) y, después de desempeñar el cargo de maestro de novicios, el abad Sancho le encomendó la misión de restablecer el priorato de Santa María, cerca de su villa natal de Cañas.

De vuelta a la abadía de San Millán fue nombrado prior, cargo desde el cual se enemistó con García V el de Nájera, rey de Navarra (1035-1054), al negarse a entregarle los tesoros del monasterio que el monarca navarro pretendía con el pretexto de haber sido donados por sus antepasados. Por este motivo tuvo que abandonar San Millán y expatriarse en Burgos, donde por sus dotes intelectuales y de trabajo se atrajo las simpatías del obispo de Burgos y del rey Fernando I de Castilla, llamado el Magno (1035-1065), que le propuso para restaurar el monasterio de San Sebastián de Silos (Burgos), fundado por Fernán González, con el cargo de abad.

Tras tomar las riendas del mismo en 1041, Domingo levantó la iglesia románica y el claustro, y organizó el scriptorium o sala de copistas, donde se creó una de las más completas y ricas bibliotecas de la España medieval. Considerado ya en vida como un santo, a su muerte recibió culto como tal; el monasterio que guarda sus restos tomó su advocación, denominándose en lo sucesivo Santo Domingo de Silos. Su vida y los supuestos milagros que la tradición le atribuyen le merecieron el apelativo de gran taumaturgo del siglo XI; según la tradición, liberó milagrosamente muchos cristianos que se encontraban cautivos en manos de los musulmanes. El primer poeta castellano de nombre conocido, Gonzalo de Berceo, trazó su biografía en la Vida de Santo Domingo de Silos, escrita en el siglo XIII. Su fiesta se celebra el 20 de diciembre.

María de la O – Días de elogios por la venida del Salvador

Desde el 17 al 23 de diciembre la liturgia de Adviento toma un color muy especial. Ya no miramos tanto hacia adelante, hacia la segunda venida del Salvador, sino que evocamos la primera venida desde dos claves: el Niño que viene es el Mesías esperado y María es quien nos enseña a preparar su llegada.

La afirmación de Jesús como el Mesías esperado viene acentuada por las llamadas «antífonas de la “O”», que son las siete jaculatorias que la Iglesia canta con el Magnificat del Oficio de Vísperas los días 17 a 23 de diciembre. Son un llamamiento al Mesías recordando la expectación con que era esperado por el Pueblo de Israel —y por extensión todos los pueblos— antes de su venida, y, por otra también parte, manifiestan el sentimiento con que todos los años, de nuevo, la Iglesia le espera en los días que preceden a la gran solemnidad de la Navidad.

Se llaman así porque todas empiezan en latín con la exclamación «O» —en castellano «Oh»—, y también se llaman «antífonas mayores».

Fueron compuestas hacia los siglos VII-VIII, y se puede decir que son un magnífico compendio de la cristología más antigua de la Iglesia, y a la vez, un resumen expresivo de los deseos de salvación de toda la humanidad, tanto del Israel del Antiguo Testamento como de la Iglesia del Nuevo.

Cada antífona —que tiene su eco en el versículo del aleluya de la misa del día— es una breve oración dirigida a Cristo Jesús, y todas juntas condensan el espíritu del Adviento y la Navidad: la admiración de la Iglesia ante el misterio de un Dios hecho hombre —«Oh»—, la comprensión cada vez más profunda de su misterio y la súplica urgente —cada una termina suplicando: «ven»—.

Así, cada antífona empieza por una exclamación, «Oh», seguida de un título mesiánico tomado del Antiguo Testamento, pero entendido con la plenitud del Nuevo; es una aclamación a Jesús como Mesías, reconociendo todo lo que representa para nosotros. Y termina siempre con una súplica: «ven» y no tardes más.

Leídas en sentido inverso las iniciales latinas de la primera palabra después de la «O», dan el acróstico «ero cras», que significa en latín aproximadamente «seré mañana», «vendré mañana», que es como la respuesta del Mesías a la súplica de sus fieles.

Por otra parte, el Evangelio de cada día ya no narra, como al comienzo del adviento, el cumplimiento de las promesas hechas por los profetas en el Antiguo Testamento, ni, como en la semana anterior, las alusiones que Jesús hace en su predicación sobre Juan el Bautista, sino que nuestra mirada de creyentes se centra en la preparación inmediata de la llegada de Jesús, desde su Genealogía hasta la llegada de sus padres a Belén donde será alumbrado. Estos evangelios de la infancia —que más bien deberían llamarse evangelios de la peñez— nos sitúan ante el Misterio de la Navidad con la misma mirada de María y de José, quienes reconocen de primera mano que «para Dios nada hay imposible» (Lc. 1,37).

Papa San Dámaso I

Nacido aproximadamente en el año 304; murió el 11 de Diciembre del 384. Su padre, Antonio, probablemente era español; el nombre de su madre, Laurencia (Lorenza), hasta hace poco no era conocido. Dámaso podría haber nacido en Roma; lo cierto es que creció allí prestando sus servicios a la iglesia de San Lorenzo mártir. Fue elegido por gran mayoría Papa en octubre del año 366, pero un cierto número de ultra conservadores seguidores del difunto Papa Liberio lo rechazaron, y escogieron al diácono Ursino (o Ursicino), quien fue de modo irregular consagrado, y quienes para tratar de sentarlo en la silla de Pedro ocasionaron gran violencia y legando al derramamiento de sangre. Muchos detalles de este escandaloso conflicto están relatados en el «Libello Precum» (P.L., XIII, 83-107) de forma muy tendenciosa, pero por una demanda a la autoridad civil por parte de Faustino y Marcelino, dos presbíteros contrarios a Dámaso (cf. también Ammianus Marcellinus, Rer. Gest, XXVII, c. 3). El emperador Valentiniano reconoció a Dámaso y desterró en el año 367 a Ursino a Colonia, posteriormente le fue permitido volver a Milán, pero se le prohibió volver a Roma o a su entorno. Los partidarios del antipapa (ya en Milán aliado a los Arrianos y hasta su muerte pretendiendo la sucesión) no dejaron de perseguir a Dámaso. Una acusación de adulterio fue presentada contra él ( en el 378) en la corte imperial, pero fue exonerado de ella primero por el propio Emperador Graciano (Mansi, Coll. Conc. III, 628) y poco después por un sínodo romano de cuarenta y cuatro obispos (Liber Pontificalis, ed. Duchesne, s.v.; Mansi, op. cit., III, 419) qué también excomulgó a sus acusadores.

Dámaso defendió con vigor la Fe católica en una época de graves y variados peligros. En dos sínodos romanos (años 368 y 369) condenó el Apolinarismo y Macedonialismo; también envió legados al Concilio de Constantinopla (año 381), convocado contra las herejías mencionadas. En el sínodo romano del año 369 (o 370) Auxentio, el Obispo Arriano de Milán fue excomulgado; mantuvo la sede hasta su muerte, en el año 374, facilitando la sucesión a San Ambrosio. El hereje Prisciliano, condenado por el Concilio de Zaragoza (año 380) atrajo a Dámaso, pero en vano (Prisciliano era natural de Galicia, España y hay eruditos que consideran a Dámaso o a su familia también gallega. N. del T.). Dámaso animó a San Jerónimo para realizar su famosa revisión de las versiones latinas más tempranas de la Biblia (vea VULGATA). Durante algún tiempo, San Jerónimo también fue su secretario particular (Ep. 123, n. 10). Un canon importante del Nuevo Testamento fue proclamado por él en el sínodo romano del año 374. La Iglesia Oriental recibió gran ayuda y estímulo de Dámaso contra el arrianismo triunfante, en la persona de San Basilio de Cesárea; el papa, sin embargo, mantuvo cierto grado de suspicacia hacia el gran Doctor de Capadocia. Con relación al Cisma Meletiano en Antioquía, Dámaso, con Atanasio y Pedro de Alejandría, simpatizaron con el partido Paulino por ser el mejor representante de la ortodoxia de Nicea; a la muerte de Meletio trabajó para afianzar en la sucesión a Paulino excluyendo a Flaviano (Socrates, Hist. Eccl., V, 15). Apoyó la petición de los senadores cristianos ante el Emperador Graciano para el retirar el altar de Victoria del Senado (Ambrosio, Ep. 17, n. 10), y vivió para dar la bienvenida al famoso decreto de Teodosio I, «Del fide Católica» (27 Feb., 380) que declaraba como la religión del Estado Romano aquella doctrina que San Pedro había predicado a los romanos y de la cual Dámaso era su cabeza suprema (Cod. Theod., XVI, 1, 2).

Cuando, en el año 379, la Iliria fue separada del Imperio de Occidente, Dámaso se movió para salvaguardar la autoridad de la Iglesia romana creando una vicaría apostólica y nombrando para ella a Ascolio, Obispo de Tesalónica; éste es el origen del importante Vicariato Papal durante mucho tiempo ligado a la sede. La primacía de la Sede Apostólica fue defendida vigorosamente por este papa, y en el tiempo de Dámaso por actas y decretos imperiales; entre los pronunciamientos importantes sobre este tema esta la afirmación (Mansi, Coll. Conc., VIII, 158) que basa la supremacía eclesiástica de la Iglesia Romana en las propias palabras de Jesucristo (Matt., 16, 18) y no en decretos conciliares. El prestigio aumentado de los primeros decretales papales, habitualmente atribuido al papado de Siricio (384-99), muy probablemente debe ser atribuido al papado de Dámaso («Cánones Romanorum ad Gallos»; Babut, «Las decretales más antiguas», París, 1904). Este desarrollo de la administración papal, sobre todo en Occidente, trajo con él un gran aumento de grandeza externa. Esta magnificencia seglar, sin embargo, afectó las costumbres de muchos miembros del clero romano cuya vida y pretensiones mundanas, fueron amargamente reprobadas por San Jerónimo, provocando (el 29 de Julio del 370) que con un decreto de Emperador Valentiniano dirigido al papa, se prohibiera a los eclesiásticos y monjes (posteriormente a obispos y monjas) dirigirse a viudas y huérfanos para persuadirlos con la intención de obtener de ellos regalos y herencias. El papa hizo que la ley fuese estrictamente observada.

Dámaso restauró su propia iglesia (ahora iglesia de San Lorenzo en Dámaso) y la dotó con instalaciones para los archivos de la Iglesia Romana (vea ARCHIVOS VATICANOS). Construyó la basílica de San Sebastián en la Vía Apia (todavía visible) edificio de mármol conocido como la «Platonia» (Platona, pavimento de mármol) en honor al traslado temporal a ese lugar (año 258) de los cuerpos de los Santos Pedro y Pablo, y la decoró con una inscripción histórica importante (vea Northcote y Brownlow, Roma Subterránea). En la Vía Argentina, también construyó, entre los cementerios de Calixto y Domitilla, una basilicula, o pequeña iglesia, cuyas ruinas fueron descubiertas en 1902 y 1903, y donde, según el «Liber Pontificalis», el papa fue enterrado junto con su madre y su hermana. En esta ocasión el descubridor, Monseñor Wilpert, encontró también el epitafio de la madre del papa de la que ni sé sabia que su nombre era Lorenza, ni tampoco que había vivido los sesenta años de su viudez al servicio de Dios, y que murió a los ochenta y nueve años, después de haber visto a la cuarta generación de sus descendientes. Dámaso construyó en el Vaticano un baptisterio en honor de San Pedro y gravó en el una de sus inscripciones artísticas (Carmen 36), todavía conservada en las criptas Vaticanas. Desecó esta zona subterránea para que los cuerpos que se enterraran allí (beati sepulcrum juxta Petri) no pudieran ser afectados por agua estancada o por inundaciones. Su devoción extraordinaria a los mártires romanos ahora es muy bien conocida y se debe particularmente a los trabajos de Juan Bautista De Rossi.

Para darse cuenta de la gran restauración arquitectónica de las catacumbas y de sus características artísticas únicos tenemos las Cartas de Dámaso donde su amigo Furius Dionisius Filocalus plasmó los epitafios compuestos por Dámaso, (vea Northcote y Brownlow, «Roma Subterránea» 2 ed., Londres, 1878-79). El contenido dogmático de los epitafios de Dámaso (tituli) es importante (Northcote, Epitafios de las Catacumbas, Londres, 1878). También compuso varios resúmenes epigramas de diversos mártires y santos y algunos himnos, o Carmina, igualmente el resumen de San Jerónimo dice (Ep. 22, 22) que Dámaso los escribió en virginidad, ambos en prosa y en verso, pero ninguna de dichas obras se ha conservado. Para las pocas cartas de Dámaso (algunas de ellos espurias) que han sobrevivido, vea P.L., XIII, 347-76, y Jaffé, «Reg. Rom. Pontif.» (Leipzig, 1885), nn. 232-254.

THOMAS J. SHAHAN Traducido por Félix Carbo

Fuente: https://ec.aciprensa.com/wiki/Papa_San_Dámaso_I

 

Pensiones y paguillas

El dato adelantado de inflación publicado por el INE deja ya cerrada, solo a falta de confirmación definitiva a mediados de este mes de diciembre, la revalorización de las pensiones para el ejercicio 2022. A partir de los datos del IPC y de los anuncios del Gobierno, la pensión máxima en 2022 rozará los 39.474 euros en 14 pagas —2.820 euros mensuales—, y la mínima será de 890.

Se nos suele decir que el dato de inflación de noviembre determina la revalorización de las pensiones y la ‘paguilla’ compensatoria, cosa que puso muy contentos a los  pensionistas de nuestro país, pero no olvidemos que las pensiones se revalorizan con la inflación media de los últimos 12 meses, no con la inflación a cierre de noviembre, Así, la rápida subida del IPC este otoño explica la brecha entre el 2,5% de inflación media y el 5,6% interanual. Antes de aplicar esta revalorización, y tras el aumento del 0,9% que registraron las pensiones en 2021, ahora los pensionistas recibirán la paga compensatoria –conocida coloquialmente como paguilla– por la desviación del 0,9% al 2,5% final, es decir, un 1,6%.

De este modo, la pensión mínima para un pensionista con cónyuge a cargo, quedará en 12.468 euros, distribuidos en 14 pagas de 890,55 euros —40 más que los 851 de 2021—.Para todas las demás pensiones la subida es la marcada por la inflación, un 2,5%. Este porcentaje, más el 1,6% anterior, se aplica a los casi nueve millones de pensionistas que reciben cerca de 10 millones de pensiones.

El resto de pensiones mínimas sube también el 3% más el 1,6%: la pensión mínima de viudedad queda en 11.689 euros en 14 meses —834 euros al mes— en caso de tener cargas familiares; si no se queda en 721. La pensión mínima de jubilación para pensionistas sin cónyuge a cargo queda en 685 euros —siempre que el jubilado tenga más de 65 años—.

Santos e Inmaculados

Cada 8 de diciembre, la Iglesia celebra la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María. Así, los católicos celebramos que Dios quiso preservar del pecado original a la Madre de Jesús desde el momento de su concepción, es decir, desde el inicio de su vida humana.

Que María haya sido concebida sin pecado es algo que puede entenderse dentro del plan divino de salvación. La Inmaculada Concepción de María constituye un dogma de fe y, por lo tanto, todo católico debe creer y defender dicha afirmación que forma parte del corazón de la fe de la Iglesia.

A mediados del siglo XIX, el Papa Pío IX, después de escuchar a obispos, sacerdotes, religiosos y fieles de todo el mundo, en comunión con toda la Iglesia, proclamó la bula “Ineffabilis Deus” con la que queda decretado este dogma mariano:

«Que la doctrina que sostiene que la Beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles».

El dogma fue proclamado el 8 de diciembre de 1854, día en que habitualmente se celebraba ya la fiesta de la Inmaculada Concepción. Desde Roma fueron enviadas cientos de palomas mensajeras portando el texto con la gran noticia y cuatrocientos mil templos católicos alrededor del mundo repicaron campanas en honor a la Madre de Dios.

Tres años después, la Virgen María, en una de sus apariciones en Lourdes, se presentó ante Santa Bernardita Soubirous con estas palabras: «Yo soy la Inmaculada Concepción».

España celebra a la Inmaculada como patrona y protectora desde 1644, por lo que el 8 de diciembre es fiesta de carácter nacional. Es, asimismo, patrona de la Infantería Española desde 1892 por Orden de la Reina María Cristina de Habsburgo-Lorena. Este patronazgo tiene su origen en el llamado Milagro de Empel durante las guerras en Flandes. Es patrona también del Cuerpo Eclesiástico del Ejército y del Estado Mayor, del Cuerpo Jurídico, y de la Farmacia militar. Los Colegios Oficiales de Farmacéuticos y las Facultades de Farmacia, también la tienen como patrona.

Durante la celebración de dicha festividad, los sacerdotes españoles tienen el privilegio de vestir casulla azul. Este privilegio fue otorgado por la Santa Sede en 1864, como agradecimiento a la defensa del dogma de la Inmaculada Concepción que hizo España.

Como curiosidad, el primer templo dedicado a la Inmaculada Concepción en España fue el Monasterio de San Jerónimo de Granada.