UN MISMO ESPÍRITU, DISTINTAS MÍSTICAS

Mística es una palabra que tiene distintas connotaciones. En ocasiones se utiliza como equivalente de irracional o exaltado. Filosóficamente, el término puede designar una experiencia límite: “lo inexpresable, ciertamente existe. Si se muestra, es lo místico” (Wittgenstein). En realidad, el término místico tiene que ver con misterio, más aún, con el misterio profundo que nos habita y que no es otro que Dios. En la medida en que todo creyente es buscador del misterio de Dios, todo creyente es un místico.

A propósito de la mística, el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2014) hace una distinción interesante: “El progreso espiritual tiende a la unión cada vez más íntima con Cristo. Esta unión se llama mística, porque participa del misterio de Cristo mediante los sacramentos –los santos misterios– y, en Él, del misterio de la Santísima Trinidad. Dios nos llama a todos a esta unión íntima con Él, aunque las gracias especiales o los signos extraordinarios de esta vida mística sean concedidos solamente a algunos para manifestar así el don gratuito hecho a todos”.

Este número del Catecismo habla de una vida mística (la unión con Cristo) a la que tiende todo cristiano llamado a la santidad y determinados dones o gracias particulares concedidos solo a algunas personas, como signo de la mística común o como don propio de su peculiar vocación en la Iglesia. En consecuencia, podemos y debemos distinguir entre una mística “ordinaria”, propia de la mayoría de los cristianos, que se expresa en una vida de fe, de esperanza y de amor; y algunas manifestaciones fuera de lo corriente que podrían (digo podrían, porque será necesario preguntarse por los criterios de credibilidad de tales manifestaciones) ser signos de la intensidad con la que algunas personas viven su unión con Cristo.

Podemos hacer otra precisión y hablar de un tercer tipo de “mística”. Un documento del Dicasterio de la Fe sobre “algunos aspectos de la oración cristiana”, habla de “gracias místicas conferidas a los fundadores de instituciones eclesiales en favor de toda su fundación”, que pueden ir unidos o no, y, por tanto, deben distinguirse de los dones extraordinarios “místicos”. Podemos, por tanto, hablar de una mística propia de los distintos movimientos eclesiales y de las Órdenes y Congregaciones religiosas. Cada uno de estos grupos tiene un estilo, un carisma, una gracia propia, heredada de su fundador o fundadora que le mueve a vivir el seguimiento de Cristo con un estilo peculiar.

Martin Gelabert. Blog Nihil Obstat

LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

Nueve meses antes de la fiesta de la Natividad de María (8 de septiembre), la Iglesia celebra la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María. Esta fiesta fue establecida en 1476 por el Papa Sixto IV; Clemente XI la hizo universal en 1708.

Recogiendo la doctrina expresada a lo largo de los siglos por los Padres y los Doctores de la Iglesia, por los concilios y los Papas que lo precedieron, Pío IX proclamó solemnemente en 1854 el dogma de la Inmaculada Concepción de María: “Declaramos, afirmamos y definimos verdad revelada por Dios la doctrina que sostiene que la santísima Virgen María fue preservada, por especial gracia y privilegio de Dios omnipotente, en previsión de los méritos de Jesucristo Salvador del género humano, inmune de toda mancha de pecado original desde el primer instante de su concepción”. (Bula Ineffabilis Deus, 1854).

Del Evangelio según San Lucas

“En el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba prometida a una varón de la estirpe de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.

El ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo!». Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.

Pero el ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y Él reinará sobre la casa de Jacob por los siglos, y su reino no tendrá fin».

María dijo al ángel: «¿Cómo puede ser eso, si no conozco varón?».

El ángel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, el Santo, que va a nacer de ti, será llamado Hijo de Dios. Ahí tienes a tu parienta Isabel, que a pesar de su vejez, ha concebido un hijo y ya va en el sexto mes la que llamaban estéril, porque no hay nada imposible para Dios». María contestó: «Yo soy la esclava del Señor, cúmplase en mí lo que me has dicho». Y el ángel se retiró de su presencia”. (Lc 1,26-38)

Un sueño de amor

El texto del Evangelio guarda una estrecha relación con la carta a los Efesios (1,3ss) que la liturgia nos ofrece hoy como Segunda Lectura; se trata de un himno de alabanza, gloria y bendición que celebra el plan de Dios para la humanidad: «Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo, y nos ha elegido en Él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor. Él nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo”. Se trata de un sueño, un proyecto, que encuentra su modelo en María: santa e inmaculada.

Un sueño roto

El primer sueño de Dios se rompió con el pecado de Adán y Eva, que la liturgia nos presenta en la Primera Lectura: ante el sueño de Dios, el hombre y la mujer tienen siempre la libertad de decir “no”.

María, la recuperación del sueño

Con el «sí» de María, Dios recupera el sueño original. Este “sí” hace posible que su único Hijo Jesús se haga hombre en el seno de una Mujer. El «sí» de la Virgen llega tras un primer momento de desconcierto que pasa enseguida, porque al Amor que pide no se le puede dejar de responder con un amor que se pone a disposición. María, la llena de gracia, la toda bella, la toda pura, la toda santa: la belleza de Dios brilla en ella. Se convierte en la obra maestra del amor de Dios.

Como ella, todos

Pero todos estamos predestinados, todos estamos llenos de bendiciones, todos hemos sido elegidos para ser santos e inmaculados. La Virgen María, por tanto, no ha de ser tan solo admirada con ternura y asombro, sino que también ha de ser imitada para que la belleza de Dios resplandezca en la tierra gracias a los muchos «sí» que los hombres y mujeres de hoy siguen pronunciando por la intercesión de María, la Inmaculada, siguiendo su ejemplo.

Oración de Papa Francisco 2013

Virgen Santa e Inmaculada,

a Ti, que eres el orgullo de nuestro pueblo

y el amparo maternal de nuestra ciudad,

nos acogemos con confianza y amor.

Eres toda belleza, María.

En Ti no hay mancha de pecado.

Renueva en nosotros el deseo de ser santos:

que en nuestras palabras resplandezca la verdad,

que nuestras obras sean un canto a la caridad,

que en nuestro cuerpo y en nuestro corazón brillen la pureza y la castidad,

que en nuestra vida se refleje el esplendor del Evangelio.

Eres toda belleza, María.

En Ti se hizo carne la Palabra de Dios.

Ayúdanos a estar siempre atentos a la voz del Señor:

que no seamos sordos al grito de los pobres,

que el sufrimiento de los enfermos y de los oprimidos no nos encuentre distraídos,

que la soledad de los ancianos y la indefensión de los niños no nos dejen indiferentes,

que amemos y respetemos siempre toda vida humana.

Eres toda belleza, María.

En Ti vemos la alegría completa de la vida dichosa con Dios.

Haz que nunca perdamos el rumbo en este mundo:

que la luz de la fe ilumine nuestra vida,

que la fuerza consoladora de la esperanza dirija nuestros pasos,

que el ardor entusiasta del amor inflame nuestro corazón,

que nuestros ojos estén fijos en el Señor, fuente de la verdadera alegría.

Eres toda belleza, María.

Escucha nuestra oración, atiende a nuestra súplica:

que el amor misericordioso de Dios en Jesús nos seduzca,

que la belleza divina nos salve, a nosotros, a nuestra ciudad y al mundo entero.

Amén.

En este enlace podéis leerla homilía de San Juan Pablo II Con ocasión del 150 aniversario de la proclamación del Dogma.

https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/homilies/2004/documents/hf_jp-ii_hom_20041208_immaculate-conception.pdf

   Y si es de vuestro interés :

«INEFFABILIS DEUS»  Epístola apostólica de Pío IX

    8 de diciembre de 1854

SOBRE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

  1. María en los planes de Dios.

    El inefable Dios, cuya conducta es misericordia y verdad, cuya voluntad es omnipotencia y cuya sabiduría alcanza de límite a límite con fortaleza y dispone suavemente todas las cosas, habiendo, previsto desde toda la eternidad la ruina lamentabilísima de todo el género humano, que había de provenir de la transgresión de Adán, y habiendo decretado, con plan misterioso escondido desde la eternidad, llevar al cabo la primitiva obra de su misericordia, con plan todavía más secreto, por medio de la encarnación del Verbo, para que no pereciese el hombre impulsado a la culpa por la astucia de la diabólica maldad y para que lo que iba a caer en el primer Adán fuese restaurado más felizmente en el segundo, eligió y señaló, desde el principio y antes de los tiempos, una Madre, para que su unigénito Hijo, hecho carne de ella, naciese, en la dichosa plenitud de los tiempos, y en tanto grado la amó por encima de todas las criaturas, que en sola ella se complació con señaladísima benevolencia. Por lo cual tan maravillosamente la colmó de la abundancia de todos los celestiales carismas, sacada del tesoro de la divinidad, muy por encima de todos los ángeles y santos, que Ella, absolutamente siempre libre de toda mancha de pecado y toda hermosa y perfecta, manifestase tal plenitud de inocencia y santidad, que no se concibe en modo alguno mayor después de Dios y nadie puede imaginar fuera de Dios.

    Y, por cierto era convenientísimo que brillase siempre adornada de los resplandores de la perfectísima santidad y que reportase un total triunfo de la antigua serpiente, enteramente inmune aun de la misma mancha de la culpa original, tan venerable Madre, a quien Dios Padre dispuso dar a su único Hijo, a quien ama como a sí mismo, engendrado como ha sido igual a sí de su corazón, de tal manera que naturalmente fuese uno y el mismo Hijo común de Dios Padre y de la Virgen, y a la que el mismo Hijo en persona determinó hacer sustancialmente su Madre y de la que el Espíritu Santo quiso e hizo que fuese concebido y naciese Aquel de quien él mismo procede.

  1. Sentir de la Iglesia respecto a la concepción inmaculada.

    Ahora bien, la Iglesia católica, que, de continuo enseñada por el Espíritu Santo, es columna y fundamento firme de la verdad, jamás desistió de explicar, poner de manifiesto y dar calor, de variadas e ininterrumpidas maneras y con hechos cada vez más espléndidos, a la original inocencia de la augusta Virgen, junto con su admirable santidad, y muy en consonancia con la altísima dignidad de Madre de Dios, por tenerla como doctrina recibida de lo alto y contenida en el depósito de la revelación. Pues esta doctrina, en vigor desde las más antiguas edades, íntimamente inoculada en los espíritus de los fieles, y maravillosamente propagada por el mundo católico por los cuidados afanosos de los sagrados prelados, espléndidamente la puso de relieve la Iglesia misma cuando no titubeó en proponer al público culto y veneración de los fieles la Concepción de la misma Virgen. Ahora bien, con este glorioso hecho, por cierto presentó al culto la Concepción de la misma Virgen como algo singular, maravilloso y muy distinto de los principios de los demás hombres y perfectamente santo, por no celebrar la Iglesia, sino festividades de los santos. Y por eso acostumbró a emplear en los oficios eclesiásticos y en la sagrada liturgia aún las mismísimas palabras que emplean las divinas Escrituras tratando de la Sabiduría increada y describiendo sus eternos orígenes, y aplicarla a los principios de la Virgen, los cuales habían sido predeterminados con un mismo decreto, juntamente con la encarnación de la divina Sabiduría.

    Y aun cuando todas estas cosas, admitidas casi universalmente por los fieles, manifiesten con qué celo haya mantenido también la misma romana Iglesia, madre y maestra de todas las iglesias, la doctrina de la Concepción Inmaculada de la Virgen, sin embargo de eso, los gloriosos hechos de esta Iglesia son muy dignos de ser uno a uno enumerados, siendo como es tan grande su dignidad y autoridad, cuanta absolutamente se debe a la que es centro de la verdad y unidad católica, en la cual sola ha sido custodiada inviolablemente la religión y de la cual todas las demás iglesias han de recibir la tradición de la fe. Así que la misma romana Iglesia no tuvo más en el corazón que profesar, propugnar, propagar y defender la Concepción Inmaculada de la Virgen, su culto y su doctrina, de las maneras más significativas.

  1. Favor prestado por los papas al culto de la Inmaculada.

    Muy clara y abiertamente por cierto testimonian y declaran esto tantos insignes hechos de los Romanos Pontífices, nuestros predecesores, a quienes en la persona del Príncipe de los Apóstoles encomendó el mismo Cristo Nuestro Señor el supremo cuidado y potestad de apacentar los corderos y las ovejas, de robustecer a los hermanos en la fe y de regir y gobernar la universal Iglesia. Ahora bien, nuestros predecesores se gloriaron muy mucho de establecer con su apostólica autoridad, en la romana Iglesia la fiesta de la Concepción, y darle más auge y esplendor con propio oficio y misa propia, en los que clarísimamente se afirmaba la prerrogativa de la inmunidad de la mancha hereditaria, y de promover y ampliar con toda suerte de industrias el culto ya establecido, ora con la concesión de indulgencias, ora con el permiso otorgado a las ciudades, provincias y reinos de que tomasen por patrona a la Madre de Dios bajo el título de la Inmaculada Concepción, ora con la aprobación de sodalicios, congregaciones, institutos religiosos fundados en honra de la Inmaculada Concepción, ora alabando la piedad de los fundadores de monasterios, hospitales, altares, templos bajo el título de la Inmaculada Concepción, o de los que se obligaron con voto a defender valientemente la Concepción Inmaculada de la Madre de Dios. Grandísima alegría sintieron además en decretar que la, festividad de la Concepción debía considerarse por toda la Iglesia exactamente como la de la Natividad, y que debía celebrarse por la universal Iglesia con octava, y que debía ser guardada santamente por todos como las de precepto, y que había de haber capilla papal en nuestra patriarcal basílica Liberiana anualmente el día dedicado a la Concepción de la Virgen. Y deseando fomentar cada día más en las mentes de los fieles el conocimiento de la doctrina de la Concepción Inmaculada de María Madre de Dios y estimularles al culto y veneración de la misma Virgen concebida sin mancha original, gozáronse en conceder, con la mayor satisfacción posible, permiso para que públicamente se proclamase en las letanías lauretanas, y en él mismo prefacio de la misa, la Inmaculada Concepción de la Virgen, y se estableciese de esa manera con la ley misma de orar la norma de la fe. Nos, además, siguiendo fielmente las huellas de tan grandes predecesores, no sólo tuvimos por buenas y aceptamos todas las cosas piadosísima y sapientísimamente por los mismos establecidas, sino también, recordando lo determinado por Sixto IV, dimos nuestra autorización al oficio propio de la Inmaculada Concepción y de muy buen grado concedimos su uso a la universal Iglesia.

  1. Débese a los papas la determinación exacta del culto de la Inmaculada

    Mas, como quiera que las cosas relacionadas con el culto está intima y totalmente ligadas con su objeto, y no pueden permanecer firmes en su buen estado si éste queda envuelto en la vaguedad y ambigüedad, por eso nuestros predecesores romanos Pontífices, qué se dedicaron con todo esmero al esplendor del culto de la Concepción, pusieron también todo su empeño en esclarecer e inculcar su objeto y doctrina. Pues con plena claridad enseñaron que se trataba de festejar la concepción de la Virgen, y proscribieron, como falsa y muy lejana a la mente de la Iglesia, la opinión de los que opinaban y afirmaban que veneraba la Iglesia, no la concepción, sino la santificación. Ni creyeron que debían tratar con suavidad a los que, con el fin de echar por tierra la doctrina de la Inmaculada Concepción de la Virgen, distinguiendo entre el primero o y segundo instante y momento de la concepción, afirmaban que ciertamente se celebraba la concepción, mas no en el primer instante y momento. Pues nuestros mismos predecesores juzgaron que era su deber defender y propugnar con todo celo, como verdadero Objeto del culto, la festividad de la Concepción de la santísima Virgen, y concepción en el primer instante. De ahí las palabras verdaderamente decisivas con que Alejandro VII, nuestro predecesor, declaró la clara mente de la Iglesia, diciendo: Antigua por cierto es la piedad de los fieles cristianos para con la santísima Madre Virgen María, que sienten que su alma, en el primer instante de su creación e infusión en el cuerpo, fue preservada inmune de la mancha del pecado original, por singular gracia y privilegio de Dios, en atención a los méritos de su hijo Jesucristo, redentor del género humano, y que, en este sentido, veneran y celebran con solemne ceremonia la fiesta de su Concepción. (Const. «Sollicitudo omnium Ecclesiarum», 8 de diciembre de 1661).

    Y, ante todas cosas, fue costumbre también entre los mismos predecesores nuestros defender, con todo cuidado, celo y esfuerzo, y mantener incólume la doctrina de la Concepción Inmaculada de la Madre de Dios. Pues no solamente no toleraron en modo alguno que se atreviese alguien a mancillar y censurar la doctrina misma, antes, pasando más adelante, clarísima y repetidamente declararon que la doctrina con la que profesamos la Inmaculada Concepción de la Virgen era y con razón se tenía por muy en armonía con el culto eclesiástico y por antigua y casi universal, y era tal que la romana Iglesia se había encargado de su fomento y defensa y que era dignísima que se le diese cabida en la sagrada liturgia misma y en las oraciones públicas

  1. Los papas prohibieron la doctrina contraria.

    Y, no contentos con esto, para que la doctrina misma de la Concepción Inmaculada de la Virgen permaneciese intacta, prohibieron severamente que se pudiese defender pública o privadamente la opinión contraria a esta doctrina y quisieron acabar con aquella a fuerza de múltiples golpes mortales. Esto no obstante, y a pesar de repetidas y clarísimas declaraciones, pasaron a las sanciones, para que estas no fueran vanas. Todas estas cosas comprendió el citado predecesor nuestro Alejandro VII con estas palabras:»Nos, considerando que la Santa Romana Iglesia celebra solemnemente la festividad de la Inmaculada siempre Virgen María, y que dispuso en otro tiempo un oficio especial y propio acerca de esto, conforme a la piadosa, devota, y laudable práctica que entonces emanó de Sixto IV, Nuestro Predecesor: y queriendo, a ejemplo de los Romanos Pontífices, Nuestros Predecesores, favorecer a esta laudable piedad y devoción y fiesta, y al culto en consonancia con ella, y jamás cambiado en la Iglesia Romana después de la institución del mismo, y (queriendo), además, salvaguardar esta piedad y devoción de venerar y celebrar la Santísima Virgen preservada del pecado original, claro está, por la gracia proveniente del Espíritu Santo; y deseando conservar en la grey de Cristo la unidad del espíritu en los vínculos de la paz (Efes. 4, 3), apaciguados los choques y contiendas y, removidos los escándalos: en atención a la instancia a Nos presentada y a las preces de los mencionados Obispos con los cabildos de sus iglesias y del rey Felipe y de sus reinos; renovamos las Constituciones y decretos promulgados por los Romanos Pontífices, Nuestro Predecesores, y principalmente por Sixto IV, Pablo V y Gregorio XV en favor de la sentencia que afirma que el alma de Santa María Virgen en su creación, en la infusión del cuerpo fue obsequiada con la gracia del Espíritu Santo y preservada del pecado original y en favor también de la fiesta y culto de la Concepción de la misma Virgen Madre de Dios, prestado, según se dice, conforme a esa piadosa sentencia, y mandamos que se observe bajo las censuras y penas contenidas en las mismas Constituciones.

    Y además, a todos y cada uno de los que continuaren interpretando las mencionadas Constituciones o decretos, de suerte que anulen el favor dado por éstas a dicha sentencia y fiesta o culto tributado conforme a ella, u osaren promover una disputa sobre esta misma sentencia, fiesta o culto, o hablar, predicar, tratar, disputar contra estas cosas de cualquier manera, directa o indirectamente o con cualquier pretexto, aún examinar su definibilidad, o de glosar o interpretar la Sagrada Escritura o los Santos Padres o Doctores, finalmente con cualquier pretexto u ocasión por escrito o de palabra, determinando y afirmando cosa alguna contra ellas, ora aduciendo argumentos contra ellas y dejándolos sin solución, ora discutiendo de cualquier otra manera inimaginable; fuera de las penas y censuras contenidas en las Constituciones de Sixto IV, a las cuales queremos someterles, y por las presentes les sometemos, queremos también privarlos del permiso de predicar, dar lecciones públicas, o de enseñar, y de interpretar, y de voz activa y pasiva en cualesquiera elecciones por el hecho de comportarse de ese modo y sin otra declaración alguna en las penas de inhabilidad perpetua para predicar y dar lecciones públicas, enseñar e interpretar; y que no pueden ser absueltos o dispensados de estas cosas sino por Nos mismo o por Nuestros Sucesores los Romanos Pontífices; y queremos asimismo que sean sometidos, y por las presentes sometemos a los mismos a otras penas infligibles, renovando las Constituciones o decretos de Paulo V y de Gregorio XV, arriba mencionados.

    Prohibimos, bajo las penas y censuras contenidas en el Índice de los libros prohibidos, los libros en los cuales se pone en duda la mencionada sentencia, fiesta o culto conforme a ella, o se escribe o lee algo contra esas cosas de la manera que sea, como arriba queda dicho, o se contienen frase, sermones, tratados y disputas contra las mismas, editados después del decreto de Paulo V arriba citado, o que se editaren de la manera que sea en lo porvenir por expresamente prohibidos, ipso facto y sin más declaración.»

  1. Sentir unánime de los doctos obispos y religiosos.

    Mas todos saben con qué celo tan grande fue expuesta, afirmada y defendida esta doctrina de la Inmaculada Concepción de la Virgen Madre de Dios por las esclarecidísimas familias religiosas y por las más concurridas academias teológicas y por los aventajadísimos doctores en la ciencia de las cosas divinas. Todos, asimismo, saben con qué solicitud tan grande hayan abierta y públicamente profesado los obispos, aun en las mismas asambleas eclesiásticas, que la santísima Madre de Dios, la Virgen María, en previsión de los merecimientos de Cristo Señor Redentor, nunca estuvo sometida al pecado, sino que fue totalmente preservada de la mancha original, y, de consiguiente, redimida de más sublime manera.

  1. El concilio de Trento y la tradición,

    Ahora bien, a estas cosas se añade un hecho verdaderamente de peso y sumamente extraordinario, conviene a saber: que también el concilio Tridentino mismo, al promulgar el decreto dogmático del pecado original, por el cual estableció y definió, conforme a los testimonios de las sagradas Escrituras y de los Santos Padres y de los recomendabilísimos concilios, que los hombres nacen manchados por la culpa original, sin embargo, solemnemente declaró que no era su intención incluir a la santa e Inmaculada Virgen Madre de Dios en el decreto mismo y en una definición tan amplia. Pues con esta declaración suficientemente insinuaron los Padres tridentinos, dadas las circunstancias de las cosas y de los tiempos, que la misma santísima Virgen había sido librada de la mancha original, y hasta clarísimamente dieron a entender que no podía aducirse fundadamente argumento alguno de las divinas letras, de la tradición, de la autoridad de los Padres que se opusiera en manera alguna a tan grande prerrogativa de la Virgen.

    Y, en realidad de verdad, ilustres monumentos de la venerada antigüedad de la Iglesia oriental y occidental vigorosísimamente testifican que esta doctrina de la Concepción Inmaculada de la santísima, Virgen, tan espléndidamente explicada, declarada, confirmada cada vez más por el gravísimo sentir, magisterio, estudio, ciencia y sabiduría de la Iglesia, y tan maravillosamente propagada entre todos los pueblos y naciones del orbe católico, existió siempre en la misma Iglesia como recibida de los antepasados y distinguida con el sello de doctrina revelada.

    Pues la Iglesia de Cristo, diligente custodia y defensora de los dogmas a ella confiados, jamás cambia en ellos nada, ni disminuye, ni añade, antes, tratando fiel y sabiamente con todos sus recursos las verdades que la antigüedad ha esbozado y la fe de los Padres ha sembrado, de tal manera trabaja por limarlas y pulirlas, que los antiguos dogmas de la celestial doctrina reciban claridad, luz, precisión, sin que pierdan, sin embargo, su plenitud, su integridad, su índole propia, y se desarrollen tan sólo según su naturaleza; es decir el mismo dogma, en el mismo sentido y parecer.

  1. Sentir de los Santos Padres y de los escritores eclesiásticos.

    Y por cierto, los Padres y escritores de la Iglesia, adoctrinados por las divinas enseñanzas, no tuvieron tanto en el corazón, en los libros compuestos para explicar las Escrituras, defender los dogmas, y enseñar a los fieles, como el predicar y ensalzar de muchas y maravillosas maneras, y a porfía, la altísima santidad de la Virgen, su dignidad, y su inmunidad de toda mancha de pecado, y su gloriosa victoria del terrible enemigo del humano linaje.

  1. El Protoevangelio.

    Por lo cual, al glosar las palabras con las que Dios, vaticinando en los principios del mundo los remedios de su piedad dispuestos para la reparación de los mortales, aplastó la osadía de la engañosa serpiente levantó maravillosamente la esperanza de nuestro linaje, diciendo: Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya; enseñaron que, con este divino oráculo, fue de antemano designado clara y patentemente el misericordioso Redentor del humano linaje, es decir, el unigénito Hijo de Dios Cristo Jesús, y designada la santísima Madre, la Virgen María, y al mismo tiempo brillantemente puestas de relieve las mismísimas enemistades de entrambos contra el diablo. Por lo cual, así como Cristo, mediador de Dios y de los hombres, asumida la naturaleza humana, borrando la escritura del decreto que nos era contrario, lo clavó triunfante en la cruz, así la santísima Virgen, unida a Él con apretadísimo e indisoluble vínculo hostigando con Él y por Él eternamente a la venenosa serpiente, y de la misma triunfando en toda la línea, trituró su cabeza con el pie inmaculado.

  1. Figuras bíblicas de María.

    Este eximio y sin par triunfo de la Virgen, y excelentísima inocencia, pureza, santidad y su integridad de toda mancha de pecado e inefable abundancia y grandeza de todas las gracias, virtudes y privilegios, viéronla los mismos Padres ya en el arca de Noé que, providencialmente construida, salió totalmente salva e incólume del común naufragio de todo el mundo; ya en aquella escala que vio Jacob que llegaba de la tierra al cielo y por cuyas gradas subían y bajaban los ángeles de Dios y en cuya cima se apoyaba el mismo Señor; ya en la zarza aquélla que contempló Moisés arder de todas partes y entré el chisporroteo de las llamas no se consumía o se gastaba lo más mínimo, sino que hermosamente reverdecía y florecía; ora en aquella torre inexpugnable al enemigo, de la cual cuelgan mil escudos y toda suerte de armas de los fuertes; ora en aquel huerto cerrado que no logran violar ni abrir fraudes y trampas algunas; ora en aquella resplandeciente ciudad de Dios, cuyos fundamentos se asientan en los montes santos a veces en aquel augustísimo templo de Dios que, aureolado de resplandores divinos, está lleno, de la gloria de Dios; a veces en otras verdaderamente innumerables figuras de la misma clase, con las que los Padres enseñaron que había sido vaticinada claramente la excelsa dignidad de la Madre de Dios, y su incontaminada inocencia, y su santidad, jamás sujeta a mancha alguna.

  1. Los profetas.

    Para describir este mismo como compendio de divinos dones y la integridad original de la Virgen, de la que nació Jesús, los mismos [Padres], sirviéndose de las palabras de los profetas, no festejaron a la misma augusta Virgen de otra manera que como a paloma pura, y a Jerusalén santa, y a trono excelso de Dios, y a arca de santificación, y a casa que se construyó la eterna Sabiduría, y a la Reina aquella que, rebosando felicidad y apoyada en su Amado, salió de la boca del Altísimo absolutamente perfecta, hermosa y queridísima de Dios y siempre libre de toda mancha.

  1. El Ave María y el Magnificat.

    Mas atentamente considerando los mismos Padres y escritores de la Iglesia que la santísima Virgen había sido llamada llena de gracia, por mandato y en nombre del mismo Dios, por el Gabriel cuando éste le anunció la altísima dignidad de Madre de Dios, enseñaron que, con ese singular y solemne saludo, jamás oído, se manifestaba que la Madre de Dios era sede de todas las gracias divinas y que estaba adornada de todos los carismas del divino Espíritu; más aún, que era como tesoro casi infinito de los mismos, y abismo inagotable, de suerte que, jamás sujeta a la maldición y partícipe, juntamente con su Hijo, de la perpetua bendición, mereció oír de Isabel, inspirada por el divino Espíritu: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre.

    De ahí se deriva su sentir no menos claro. que unánime, según el cual la gloriosísima Virgen, en quien hizo cosas grandes el Poderoso, brilló con tal abundancia de todos los dones celestiales, con tal plenitud de gracia y con tal inocencia, que resultó como un inefable milagro de Dios, más aún, como el milagro cumbre de todos los milagros y digna Madre de Dios, y allegándose a Dios mismo, según se lo permitía la condición de criatura, lo más cerca posible, fue superior a toda alabanza humana y angélica.

  1. Paralelo entre María y Eva

    Y, de consiguiente, para defender la original inocencia y santidad de la Madre de Dios, no sólo la compararon muy frecuentemente con Eva todavía virgen, todavía inocente, todavía incorrupta y todavía no engaña a por as mortíferas asechanzas de la insidiosísima serpiente, sino también la antepusieron a ella con maravillosa variedad de palabras y pensamientos. Pues Eva, miserablemente complaciente con la serpiente, cayó de la original inocencia y se convirtió en su esclava; mas la santísima Virgen aumentando de continuo el don original, sin prestar jamás atención a la serpiente, arruinó hasta los cimientos su poderosa fuerza con la virtud recibida de lo alto.

  1. Expresiones de alabanza

    Por lo cual jamás dejaron de llamar a la Madre de Dios o lirio entre espinas, o tierra absolutamente intacta, virginal, sin mancha , inmaculada, siempre bendita, y libre de toda mancha de pecado, de la cual se formó el nuevo Adán; o paraíso intachable, vistosísimo, amenísimo de inocencia, de inmortalidad y de delicias, por Dios mismo plantado y defendido de toda intriga de la venenosa serpiente; o árbol inmarchitable, que jamás carcomió el gusano del pecado; o fuente siempre limpia y sellada por la virtud del Espíritu Santo; o divinísimo templo o tesoro de inmortalidad, o la única y sola hija no de la muerte, sino de la vida, germen no de la ira, sino de la gracia, que, por singular providencia de Dios, floreció siempre vigoroso de una raíz corrompida y dañada, fuera de las leyes comúnmente establecidas. Mas, como si éstas cosas, aunque muy gloriosas, no fuesen suficientes, declararon, con propias y precisas expresiones, que, al tratar de pecados, no se había de hacer la más mínima mención de la santa Virgen María, a la cual se concedió más gracia para triunfar totalmente del pecado; profesaron además que la gloriosísima Virgen fue reparadora de los padres, vivificadora de los descendientes, elegida desde la eternidad, preparada para sí por el Altísimo, vaticinada por Dios cuando dijo a la serpiente: Pondré enemistades entre ti y la mujer, que ciertamente trituró la venenosa cabeza de la misma serpiente, y por eso afirmaron que la misma santísima Virgen fue por gracia limpia de toda mancha de pecado y libre de toda mácula de cuerpo, alma y entendimiento, y que siempre estuvo con Dios, y unida con Él con eterna alianza, y que nunca estuvo en las tinieblas, sino en la luz, y, de consiguiente, que fue aptísima morada para Cristo, no por disposición corporal, sino por la gracia original.

    A éstos hay que añadir los gloriosísimos dichos con los que, hablando de la concepción de la Virgen, atestiguaron que la naturaleza cedió su puesto a la gracia, paróse trémula y no osó avanzar; pues la Virgen Madre de Dios no había de ser concebida de Ana antes que la gracia diese su fruto: porque convenía, a la verdad, que fuese concebida la primogénita de la que había de ser concebido el primogénito de toda criatura.

  1. ¡¡Inmaculada!!

    Atestiguaron que la carne de la Virgen tomada de Adán no recibió las manchas de Adán, y, de consiguiente, que la Virgen Santísima es el tabernáculo creado por el mismo Dios, formado por el Espíritu Santo, y que es verdaderamente de púrpura, que el nuevo Beseleel elaboró con variadas labores de oro, y que Ella es, y con razón se la celebra, como la primera y exclusiva obra de Dios, y como la que salió ilesa de los igníferos dardos del maligno, y como la que hermosa por naturaleza y totalmente inocente, apareció al mundo como aurora brillantísima en su Concepción Inmaculada. Pues no caía bien que aquel objeto de elección fuese atacado, de la universal miseria, pues, diferenciándose inmensamente de los demás, participó de la naturaleza, no de la culpa; más aún, muy mucho convenía que como el unigénito tuvo Padre en el cielo, a quien los serafines ensalzan por Santísimo, tuviese también en la tierra Madre que no hubiera jamás sufrido mengua en el brillo de su santidad.

    Y por cierto, esta doctrina había penetrado en las mentes y corazones de los antepasados de tal manera, que prevaleció entre ellos la singular y maravillosísima manera de hablar con la que frecuentísimamente se dirigieron a la Madre de Dios llamándola inmaculada, y bajo todos los conceptos inmaculada, inocente e inocentísima, sin mancha y bajo todos los aspectos, inmaculada, santa y muy ajena a toda mancha, toda pura, toda sin mancha, y como el ideal de pureza e inocencia, más hermosa que la hermosura, mas ataviada que el mismo ornato, mas santa que la santidad, y sola santa, y purísima en el alma y en el cuerpo, que superó toda integridad y virginidad, y sola convertida totalmente en domicilio de todas las gracias del Espíritu Santo, y que, la excepción de sólo Dios, resultó superior a todos, y por naturaleza más hermosa y vistosa y santa que los mismos querubines y serafines y que toda la muchedumbre de los ángeles, y cuya perfección no pueden, en modo alguno, glorificar dignamente ni las lenguas de los ángeles ni las de los hombres. Y nadie desconoce que este modo de hablar fue trasplantado como espontáneamente, a la santísima liturgia y a los oficios eclesiásticos, y que nos encontramos a cada paso con él y que lo llena todo, pues en ellos se invoca y proclama a la Madre de Dios como única paloma de intachable hermosura, como rosa siempre fresca, y en todos los aspectos purísima, y siempre inmaculada y siempre santa, y es celebrada como la inocencia, que nunca sufrió menoscabo, y, como segunda Eva, que dio a luz al Emmanuel.

  1. Universal consentimiento y peticiones de la definición dogmática.

    No es, pues, de maravillar que los pastores de la misma Iglesia y los pueblos fieles se hayan gloriado de profesar con tanta piedad, religión y amor la doctrina de la Concepción Inmaculada de la Virgen Madre de Dios, según el juicio de los Padres, contenida en las divinas Escrituras, confiada a la posteridad con testimonios gravísimos de los mismos, puesta de relieve y cantada por tan gloriosos monumentos de la veneranda antigüedad, y expuesta y defendida por el sentir soberano y respetabilísima autoridad de la Iglesia, de tal modo que a los mismos no les era cosa más dulce, nada más querido, que agasajar, venerar, invocar y hablar en todas partes con encendidísimo afecto a la Virgen Madre de Dios, concebida sin mancha original. Por lo cual, ya desde los remotos tiempos, los prelados, los eclesiásticos, las Ordenes religiosas, y aun los mismos emperadores y reyes, suplicaron ahincadamente a esta Sede Apostólica que fuese definida como dogma de fe católica la Inmaculada Concepción de la santísima Madre de Dios. Y estas peticiones se repitieron también en estos nuestros tiempos, y fueron muy principalmente presentadas a Gregorio XVI, nuestro predecesor, de grato recuerdo, y a Nos mismo, ya por los obispos, ya por el clero secular, ya por las familias religiosas, y por los príncipes soberanos y por los fieles pueblos. Nos, pues, teniendo perfecto conocimiento de todas estas cosas, con singular gozo de nuestra alma y pesándolas seriamente, tan pronto como, por un misterioso plan de la divina Providencia, fuimos elevados, aunque sin merecerlo, a esta sublime Cátedra de Pedro para hacernos cargo del gobierno de la universal Iglesia, no tuvimos, ciertamente, tanto en el, corazón, conforme a nuestra grandísima veneración, piedad y amor para con la santísima Madre de Dios, la Virgen María, ya desde la tierna infancia sentidos, como llevar al cabo todas aquellas cosas que todavía deseaba la Iglesia, conviene a saber: dar mayor incremento al honor de la santísima Virgen y poner en mejor luz sus prerrogativas.

  1. Labor preparatoria.

    Mas queriendo extremar la prudencia, formamos una congregación, de NN. VV. HH. de los cardenales de la S.R.I., distinguidos por su piedad, don de consejo y ciencia de las cosas divinas, y escogimos a teólogos eximios, tanto el clero secular como regular, para que considerasen escrupulosamente todo lo referente a la Inmaculada Concepción de la Virgen y nos expusiesen su propio parecer. Mas aunque, a juzgar por las peticiones recibidas, nos era plenamente conocido el sentir decisivo de muchísimos prelados acerca de la definición de la Concepción Inmaculada de la Virgen, sin embargo, escribimos el 2 de febrero de 1849 en Cayeta una carta encíclica, a todos los venerables hermanos del orbe católico, los obispos, con el fin de que, después de orar a Dios, nos manifestasen también a Nos por escrito cuál era la piedad y devoción de sus fieles para con la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios, y qué sentían mayormente los obispos mismos acerca de la definición o qué deseaban para poder dar nuestro soberano fallo de la manera más solemne posible.

    No fue para Nos consuelo exiguo la llegada de las respuestas de los venerables hermanos. Pues los mismos, respondiéndonos con una increíble complacencia, alegría y fervor, no sólo reafirmaron la piedad y sentir propio y de su clero y pueblo respecto de la Inmaculada Concepción de la santísima Virgen, sino también todos a una ardientemente nos pidieron que definiésemos la Inmaculada Concepción de la Virgen con nuestro supremo y autoritativo fallo. Y, entre tanto, no nos sentimos ciertamente inundados de menor gozo cuando nuestros venerables hermanos los cardenales de la S.R.I., que formaban la mencionada congregación especial, y los teólogos dichos elegidos por Nos, después de un diligente examen de la cuestión, nos pidieron con igual entusiasta fervor la definición de la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios.

    Después de estas cosas, siguiendo las gloriosas huellas de nuestros predecesores, y deseando proceder con omnímoda rectitud, convocamos y celebramos consistorio, en el cual dirigimos la palabra a nuestros venerables hermanos los cardenales de la santa romana Iglesia, y con sumo consuelo de nuestra alma les oímos pedirnos que tuviésemos a bien definir el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen Madre de Dios.

    Así, pues, extraordinariamente confiados en el Señor de que ha llegado el tiempo oportuno de definir la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios la Virgen María, que maravillosamente esclarecen y declaran las divinas Escrituras, la venerable tradición, el perpetuó sentir de la Iglesia, el ansia unánime y singular de los católicos prelados y fieles, los famosos hechos y constituciones de nuestros predecesores; consideradas todas las cosas con suma diligencia, y dirigidas a Dios constantes y fervorosas oraciones, hemos juzgado que Nos, no debíamos, ya titubear en sancionar o definir con nuestro fallo soberano la Inmaculada Concepción de la Virgen, y de este modo complacer a los piadosísimos deseos del orbe católico, y a nuestra piedad con la misma santísima Virgen, y juntamente glorificar y más y más en ella a su unigénito Hijo nuestro Señor Jesucristo, pues redunda en el Hijo el honor y alabanza dirigidos a la Madre.

  1. Definición.

    Por lo cual, después de ofrecer sin interrupción a Dios Padre, por medio de su Hijo, con humildad y penitencia, nuestras privadas oraciones y las públicas de la Iglesia, para que se dignase dirigir y afianzar nuestra mente con la virtud del Espíritu Santo, implorando el auxilio de toda corte celestial, e invocando con gemidos el Espíritu paráclito, e inspirándonoslo él mismo, para honra de la santa e individua Trinidad, para gloria y prez de la Virgen Madre de Dios, para exaltación de la fe católica y aumento de la cristiana religión, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, con la de los santos apóstoles Pedro y Pablo, y con la nuestra: declaramos, afirmamos y definimos que ha sido revelada por Dios, y de consiguiente, qué debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles, la doctrina que sostiene que la santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, salvador del género humano. Por lo cual, si algunos presumieren sentir en su corazón contra los que Nos hemos definido, que Dios no lo permita, tengan entendido y sepan además que se condenan por su propia sentencia, que han naufragado en la fe, y que se han separado de la unidad de la Iglesia, y que además, si osaren manifestar de palabra o por escrito o de otra cualquiera manera externa lo que sintieren en su corazón, por lo mismo quedan sujetos a las penas establecidas por el derecho.

  1. Sentimientos de esperanza y exhortación final.

    Nuestra boca está llena de gozo y nuestra lengua de júbilo, y damos humildísimas y grandísimas gracias a nuestro Señor Jesucristo, y siempre se las daremos, por habernos concedido aun sin merecerlo, el singular beneficio de ofrendar y decretar este honor, esta gloria y alabanza a su santísima Madre. Mas sentimos firmísima esperanza y confianza absoluta de que la misma santísima Virgen, que toda hermosa e inmaculada trituró la venenosa cabeza de la cruelísima serpiente, y trajo la salud al mundo, y que gloria de los profetas y apóstoles, y honra de los mártires, y alegría y corona de todos los santos, y que refugio segurísimo de todos los que peligran, y fidelísima auxiliadora y poderosísima mediadora y conciliadora de todo el orbe de la tierra ante su unigénito Hijo, y gloriosísima gloria y ornato de la Iglesia santo, y firmísimo baluarte destruyó siempre todas las herejías, y libró siempre de las mayores calamidades de todas clases a los pueblos fieles y naciones, y a Nos mismo nos sacó de tantos amenazadores peligros; hará con su valiosísimo patrocinio que la santa Madre católica Iglesia, removidas todas las dificultades, y vencidos todos los errores, en todos los pueblos, en todas partes, tenga vida cada vez más floreciente y vigorosa y reine de mar a mar y del río hasta los términos de la tierra, y disfrute de toda paz, tranquilidad y libertad, para que consigan los reos el perdón, los enfermos el remedio, los pusilánimes la fuerza, los afligidos el consuelo, los que peligran la ayuda oportuna, y despejada la oscuridad de la mente, vuelvan al camino de la verdad y de la justicia los desviados y se forme un solo redil y un solo pastor.

    Escuchen estas nuestras palabras todos nuestros queridísimos hijos de la católica Iglesia, y continúen, con fervor cada vez más encendido de piedad, religión y amor, venerando, invocando, orando a la santísima Madre de Dios, la Virgen María, concebida sin mancha de pecado original, y acudan con toda confianza a esta dulcísima Madre de misericordia y gracia en todos los peligros, angustias, necesidades, y en todas las situaciones oscuras y tremendas de la vida. Pues nada se ha de temer, de nada hay que desesperar, si ella nos guía, patrocina, favorece, protege, pues tiene para con nosotros un corazón maternal, y ocupada en los negocios de nuestra salvación, se preocupa de todo el linaje humano, constituida por el Señor Reina del cielo y de la tierra y colocada por encima de todos los coros de los ángeles y coros de los santos, situada a la derecha de su unigénito Hijo nuestro Señor Jesucristo, alcanza con sus valiosísimos ruegos maternales y encuentra lo que busca, y no puede, quedar decepcionada.

    Finalmente, para que llegué al conocimiento de la universal Iglesia esta nuestra definición de la Inmaculada Concepción de la santísima Virgen María, queremos que, como perpetuo recuerdo, queden estas nuestras letra apostólicas; y mandamos que a sus copias o ejemplares aún impresos, firmados por algún notario público y resguardados por el sello de alguna persona eclesiástica constituida en dignidad, den todos, exactamente el mismo crédito que darían a éstas, si les fuesen presentadas y mostradas.

    A nadie, pues, le sea permitido quebrantar esta, página de nuestra declaración, manifestación, y definición, y oponerse a ella y hacer la guerra con osadía temeraria. Mas si alguien presumiese intentar hacerlo, sepa que incurrirá en la indignación de Dios y de los santos apóstoles Pedro y Pablo.

    Dado el 8 de diciembre de 1854. Pío IX.

JUBILEO 2025: EL LOGO DEL JUBILEO

Mientras se realizan los preparativos para el Año Santo 2025, del que se ha hecho público el rico calendario y se ha estrenado el himno, también comienza a difundirse el logo del Jubileo. Se trata de una imagen rica en simbolismo, que representa los temas centrales del Año Santo: la esperanza, la misericordia y la fraternidad.

El logo se presentó el 28 de junio en una rueda de prensa celebrada en la Sala Regia del Palacio Apostólico de la Ciudad del Vaticano, en presencia de monseñor Rino Fisichella, pro-prefecto del Dicasterio para la Evangelización, y fue acogido con satisfacción por obispos, sacerdotes y laicos.

En efecto, se trata de una imagen sencilla y universal, que puede ser comprendida por personas de todas las culturas y religiones, y que contiene una invitación a todos a caminar juntos hacia un futuro mejor, guiados por la fe y la voluntad de construir un mundo mejor bajo la bandera de la misericordia y la fraternidad. Esta esperanza está subrayada por el lema del Jubileo 2025, claramente visible en verde en la parte inferior del logotipo: Peregrinantes in Spem, «Peregrinos de esperanza».

Porque precisamente la esperanza será el hilo conductor del Año Santo 2025.

Logo del Jubileo: significado

El logo elegido para el Año Santo representa cuatro figuras estilizadas y graciosas en cuatro colores que recuerdan los matices del arco iris: rojo, naranja, verde y azul. La elección de los colores no es aleatoria, como tampoco lo es el color de las vestiduras sagradas durante todo el año litúrgico. El rojo simboliza el amor, la pasión y el don de sí, el sacrificio de Cristo y Su amor sin límites por la humanidad, pero también el fuego del Espíritu Santo y Su fuerza que anima a los cristianos. El naranja expresa la alegría, la vitalidad y el entusiasmo, la luz que ilumina el camino de fe. El verde es universalmente reconocido como el color de la esperanza, el crecimiento y el renacimiento. Por último, el azul simboliza la fe, la paz y la tranquilidad, recuerda el cielo y la espiritualidad e invita a la contemplación y la oración.

Las cuatro figuras representan a toda la humanidad, en sus diferencias y similitudes. Proceden abrazándose una a la otra, expresando la solidaridad y la fraternidad que deberían unir a los pueblos del mundo. A la cabeza va la figura roja, aferrada a una Cruz formada por una curva negra que termina, en la parte inferior, con un ancla. La Cruz no es rígida, no es estática, sino que se inclina hacia la humanidad, como si quisiera abrazarla. En cuanto al ancla, ha sido el propio Monseñor Fisichella quien ha explicado su significado: «Bien sabemos que el ancla ha sido usada como metáfora de la esperanza. De hecho, el ancla de la esperanza es el nombre que en la jerga marina se da al ancla de reserva usada por las embarcaciones para hacer maniobras de emergencia que permitan estabilizar la barca durante las tormentas.» El significado de este símbolo en el logotipo del Jubileo es claro: precisamente en los momentos más difíciles necesitamos apoyarnos en un ancla que nos dé seguridad y nos garantice la salvación, y ¿qué mejor ancla que la Cruz, símbolo de Cristo y de Su infinito amor por todos nosotros? La presencia de las pequeñas y agitadas olas en la parte inferior del logo confirma la existencia de peligros e impedimentos, de esas vicisitudes personales y acontecimientos del mundo que hacen que la vida no siempre sea fácil.

Entonces el logo en su conjunto adquiere un significado claro, y el Jubileo, con sus doce meses de ceremonias e iniciativas, se convierte en una larga peregrinación que hay que afrontar todos juntos, como hermanos, hacia la salvación, guiados por la Cruz y la esperanza de salvación prometida por Dios.

Tema: Peregrinos de esperanza

El tema del Jubileo de Roma ha sido resumido en el lema antes mencionado: «Peregrinos de esperanza». Hablando sobre el tema elegido para el próximo Jubileo, el Papa Francisco subrayó la importancia de una reflexión espiritual más profunda sobre la Misericordia, animando a la oración y a una conciencia más elevada de la voluntad divina en nuestra vida cotidiana, a través de acciones concretas de compasión, perdón y solidaridad. Además, el Papa recomendó a todos dedicar el año 2024 a la oración, en preparación del Jubileo, meditando sobre la misericordia de Dios Padre y nuestro papel como testigos y promotores activos de la misericordia en el mundo moderno.

Este lema suena como una invitación a caminar juntos, dirigida a todos los cristianos y a todas las personas, para avanzar juntos hacia un futuro mejor, basado en la esperanza, la misericordia y la fraternidad, un viaje continuo en busca de Dios y de su salvación. La idea misma de peregrinación sugiere la dimensión comunitaria de la Iglesia: estamos todos juntos en camino, nadie está solo en su búsqueda de la salvación, en su voluntad de reconciliarse con Dios y con el prójimo. Más bien, la peregrinación es precisamente una ocasión para testimoniar la alegría del Evangelio, para compartir la propia fe con el mundo y para construir un futuro de paz y de fraternidad para todos.

Autor del logo del Jubileo 2025

Para elegir el logotipo se convocó un Concurso Internacional en el que tomaron parte 294 participantes de 48 países diferentes. El concurso no sólo estaba dirigido a artistas gráficos y diseñadores, sino a cualquiera que quisiera contribuir presentando una propuesta propia. También hubo muchos dibujos hechos a mano por los niños, y las edades de los participantes oscilaban entre los 6 y los 83 años. Al final, los tres proyectos que llegaron a la selección final fueron presentados al Papa Francisco, para que eligiera el que considerara más apropiado.

El ganador fue Giacomo Trevisani, un joven diseñador gráfico de Apulia, que explicó con estas palabras su elección gráfica y el estudio que hay detrás de la creación del logo: «Imaginé a personas de todos los colores empujándose desde los cuatro rincones de la tierra y moviéndose en el camino hacia el futuro como las velas de un gran barco común, desplegados gracias al viento de Esperanza que es la Cruz de Cristo y Cristo mismo. Imaginé al Papa, guiando al pueblo de Dios abrazando la Cruz, que se convierte en un ancla, y nosotros nos abrazamos unos a otros y a él, evocando simbólicamente a los peregrinos de todas las épocas.»

Un estandarte apropiado para guiar a los cristianos de todo el mundo y a toda la humanidad a través de este año de acontecimientos jubilares e iniciativas planetarias, para intentar hacer de nuestro mundo un lugar mejor para las próximas generaciones, iluminados por la esperanza y tranquilizados por el amor y la promesa de Dios.

LOS DOMINGOS DE ADVIENTO: PREPARACIÓN PARA EL AÑO JUBILAR

En el inicio del Adviento 2024, compartimos algunos datos clave sobre los cuatro domingos que prepararán a la Iglesia Católica para celebrar el nacimiento de Jesucristo y el comienzo del Año Jubilar 2025.

1. ¿Cuándo se celebrarán?

a) El Adviento, del latín «ad-venio» (venir, llegar), comienza el domingo más cercano a la fiesta de San Andrés (30 de noviembre). En 2024, el Adviento iniciará el domingo 1 de diciembre.

b) El Adviento comienza con las «primeras vísperas» del primer domingo y concluye con las «primeras vísperas del 25 de diciembre». Las vísperas se rezan al atardecer (aproximadamente a las 6 pm), por lo que el Adviento comenzará la tarde del 30 de noviembre.

c) El adviento es un tiempo litúrgico de preparación para la Navidad que abarca 4 domingos, pero no necesariamente cuatro semanas. Por ejemplo, este 2024 durará 3 semanas y casi 3 días porque en el atardecer del martes 24 serán las primeras vísperas del 25 de diciembre.

d)  Este Adviento 2024 es particular porque también será un tiempo de preparación para el gran Jubileo 2025, que empezará en la noche del 24 de diciembre. El Papa Francisco celebrará una Misa en la Plaza de San Pedro y se abrirá la Puerta Santa,  según el sitio web del jubileo. El próximo año se festejarán 2025 años del nacimiento de Cristo.

2. Los colores y las velas

El color morado es propio del adviento y simboliza penitencia y austeridad. Una tradición propia de este tiempo de espera es la corona de adviento, compuesta por un círculo de ramas verdes y cuatro velas (tres moradas y una rosada).

La primera vela morada se enciende el primer domingo de adviento, que este año es el domingo 1 de diciembre.

 La segunda vela morada se prenderá en el segundo domingo de adviento, el 8 de diciembre.

La tercera vela es color rosa, para el tercer domingo de adviento, el 15 de diciembre, llamado también “domingo de gaudete”, palabra en latín que significa alégrense. El rosa simboliza la alegría por la cercanía de la Navidad.

La última vela morada se encenderá en el cuarto domingo, que se celebrará el 22 de diciembre.

3. Un adviento que se divide en dos partes

El Adviento se divide en dos partes, con lecturas específicas para domingos y días de semana:

a) Domingos:

                   Primer domingo: La venida del Señor al final de los tiempos

                 Segundo y tercer domingo: San Juan Bautista

                  Cuarto domingo: Eventos previos al nacimiento de Jesús

La primera lectura es de “profecías sobre el Mesías y el tiempo mesiánico”, generalmente del libro de Isaías.

La segunda lectura, tomada de los escritos de los apóstoles en el Nuevo Testamento, contiene pautas y enseñanzas sobre las características del Adviento

b) Días de semana:

    Del 1 al 16 de diciembre: Lecturas del libro de Isaías y guarda relación con los evangelios.  A partir del jueves de la segunda semana de Adviento, en la primera lectura se continúa con Isaías o con algún texto bíblico relacionado con el Evangelio, basado en San Juan Bautista.

    Del 17 al 24 de diciembre: Evangelios de Mateo (capítulo 1) y Lucas (capítulo 1) sobre los acontecimientos previos al nacimiento de Jesús. En la primera lectura se leen textos del Antiguo Testamento con algunas profecías mesiánicas importantes

4. ¿Qué pasa con los difuntos, los santos, los matrimonios y los cantos?

La Conferencia Episcopal Española presenta en su sitio web las Normas particulares del tiempo de Adviento.

    No se permiten Misas de difuntos ni la celebración de un santo u otra solemnidad los domingos de Adviento. Es por ello que este 2024 la solemnidad de la Inmaculada Concepción, que coincide con el segundo domingo de adviento, el 8 de diciembre, pasa para el lunes 9.

    Las bodas durante el Adviento reciben una bendición nupcial en la que se recuerda a los esposos lo especial que es el tiempo de Adviento.

 La decoración del altar es sobria y los instrumentos musicales se tocan con moderación.

No se entona el Gloria, excepto en las fiestas de la Inmaculada Concepción y la Virgen de Guadalupe (12 de diciembre).

Y tampoco se entonan villancicos hasta la noche del 24 de diciembre, us vez pasadas las primeras vísperas del día 25.

Abel Camasca para Aciprensa

LA SANTA DE LA SEMANA: SANTA CATALINA LABOURÉ Y LA MEDALLA MILAGROSA

El 1830 es un año clave: tiene lugar en París la primera aparición moderna de la Virgen Santísima. Comienza lo que Pío XII llamó la «era de María», una etapa de repetidas visitaciones celestiales. Entre otras: La Salette, Lourdes, Fátima … Y como en su visita a Santa Isabel, siempre viene para traernos gracia, para acercarnos a Jesús, el fruto bendito de su vientre. También para recordarnos el camino de salvación y advertirnos las consecuencias de optar por otros caminos.

 Santa Catalina Labouré

Catalina nació el 2 de mayo de 1806, en Fain-les-Moutiers, Borgoña ( Francia ). Entró a la vida religiosa con la Hijas de la Caridad el 22 de enero de 1830 y después de tres meses de postulantado, 21 de abril, fue trasladada al noviciado de París, en la Rue du Bac, 140.

El Corazón de San Vicente

La novicia estaba presente cuando trasladaron los restos de su fundador, San Vicente de Paul, a la nueva iglesia de los Padres Paules a solo unas cuadras de su noviciado. El brazo derecho del santo fue a la capilla del noviciado. En esta capilla, durante la novena, Catalina vio el corazón de San Vicente en varios colores. De color blanco, significando la unión que debía existir entres las congregaciones fundadas por San Vicente. De color rojo, significando el fervor y la propagación que habían de tener dichas congregaciones. De color rojo oscuro, significando la tristeza por el sufrimiento que ella padecería. Oyó interiormente una voz: » el corazón de San Vicente está profundamente afligido por los males que van a venir sobre Francia «. La misma voz añadió un poco mas tarde: » El corazón de San Vicente está mas consolado por haber obtenido de Dios, a través de la intercesión de la Santísima Virgen María, el que ninguna de las dos congregaciones perezca en medio de estas desgracias, sino que Dios hará uso de ellas para reanimar la fe «.

Visiones del Señor en la Eucaristía

Durante los 9 meses de su noviciado en la Rue du Bac, sor Catalina tuvo también la gracia especial de ver todos los días al Señor en el Santísimo Sacramento.

El domingo de la Santísima Trinidad, 6 de junio de 1830, el Señor se mostró durante el evangelio de la misa como un Rey, con una cruz en el pecho. De pronto, los ornamentos reales de Jesús cayeron por tierra, lo mismo que la cruz, como unos despojos desperdiciables. «Inmediatamente – escribió sor Catalina – tuve las ideas mas negras y terribles: que el Rey de la tierra estaba perdido y sería despojado de sus vestiduras reales. Sí, se acercaban cosa malas «.

Catalina sueña con ver a la Virgen

El domingo 18 de Julio 1930, víspera de la fiesta de San Vicente de Paúl, La maestra de novicias les había hablado sobre la devoción a los santos, y en particular a la Reina de todos ellos, María Santísima. Sus palabras, impregnadas de fe y de una ardiente piedad, avivaron en el corazón de Sor Laboure el deseo de ver y de contemplar el rostro de la Santísima Virgen. Como era víspera de San Vicente, les habían distribuido a cada una un pedacito de lienzo de un roquete del santo. Catalina se lo tragó y se durmió pensando que S. Vicente, junto con su ángel de la guarda, le obtendrían esa misma noche la gracia de ver a la Virgen como era su deseo. Precisamente, los anteriores favores recibidos en las diversas apariciones de San Vicente a Sor Catalina alimentaban en su corazón una confianza sin limites hacia su bienaventurado padre, y su candor y viva esperanza no la engañaron. «La confianza consigue todo cuanto espera» (San Juan de la Cruz).

El Ángel la despierta

Todo era silencio en la sala donde dormía Sor Catalina y cerca de las 11:30 PM oyó que por tres veces la llamaban por su nombre. Se despertó y apartando un poco las cortinas de su cama miro del lado que venia la voz y vio entonces un niño vestido de blanco, que parecía tener como cuatro o cinco años, y el cual le dijo: «Levántate pronto y ven a la capilla; la Santísima Virgen te espera».

Sor Catalina vacila; teme ser notada de las otras novicias; pero el niño responde a su preocupación interior y le dice: «No temas; son las 11;30 p.m.; todas duermen muy bien. Ven yo te aguardo».

Ella no se detiene ya ni un momento; se viste con presteza y se pone a disposición de su misterioso guía, «que permanecía en pie sin separarse de la columna de su lecho.»

Vestida Sor Catalina, el niño comienza a andar, y ella lo sigue marchando a «su lado izquierdo». Por donde quiera que pasaban las luces se encendían. El cuerpo del niño irradiaba vivos resplandores y a su paso todo quedaba iluminado.

Al llegar a la puerta de la capilla la encuentra cerrada; pero el niño toca la puerta con su dedito y aquella se abrió al instante.

Dice Catalina: «Mi sorpresa fue mas completa cuando, al entrar a la capilla, vi encendidas todas las velas y los cirios, lo que me recordaba la Misa de media noche». (todavía ella no ve a la Virgen)

El niño la llevó al presbiterio, junto al sillón destinado al P. Director, donde solía predicar a las Hijas de la Caridad, y allí se puso de rodillas, y el niño permaneció de pie todo el tiempo al lado derecho.

La espera le pareció muy larga, ya que con ansia deseaba ver a la Virgen. Miraba ella con cierta inquietud hacia la tribuna derecha, por si las hermanas de vela, que solían detenerse para hacer un acto e adoración, la veían.

Por fin llegó la hora deseada, y el niño le dijo: «Ved aquí a la Virgen, vedla aquí»

Sor Catalina oyó como un rumor, como el roce de un traje de seda, que partía del lado de la tribuna, junto al cuadro de San José. Vio que una señora de extremada belleza, atravesaba majestuosamente el presbiterio, «fue a sentarse en un sillón sobre las gradas del altar mayor, al lado del Evangelio».

Aparición de la Virgen

Sor Catalina en el fondo de su corazón dudaba si verdaderamente estaba o no en presencia de la Reina de los Cielos, pero el niño le dijo: «Mira a la Virgen».

Le era casi imposible describir lo que experimentaba en aquel instante, lo que paso dentro de ella, y le parecía que no veía a la Santísima Virgen.

Entonces el niño le habló, no como niño, sino como el hombre mas enérgico y palabras muy fuertes: -«¿Por ventura no puede la Reina de los Cielos aparecerse a una pobre criatura mortal en la forma que mas le agrade?»

«Entonces, mirando a la Virgen, me puse en un instante a su lado, me arrodille en el presbiterio, con las manos apoyadas en las rodillas de la Santísima Virgen. «Allí pasé los momentos más dulces de mi vida; me sería imposible decir lo que sentí».

“Ella me dijo cómo debía portarme con mi director, la manera de comportarme en las penas y acudir (mostrándome con la mano izquierda) a arrojarme al pie del altar y desahogar allí mi corazón, pues allí recibiría todos los consuelos de que tuviera necesidad. Entonces le pregunté que significaban las cosa que yo había visto, y ella me lo explicó todo”.

Instrucciones de la Santísima Virgen

Fueron muchas las confidencias que Sor Catalina recibió de los labios de María Santísima, pero jamas podremos conocerlas todas, porque respecto a algunas de ellas, le fue impuesto el mas absoluto secreto.

La Virgen le dio algunos consejos para su particular provecho espiritual: (La Virgen es Madre y Maestra)

Como debía comportarse con su director (humildad profunda y obediencia). Esto a pesar de que su confesor, el padre Juan María Aladel, no creyó sus visiones y le dijo que las olvidara.

La manera de comportarse en las penas, (paciencia, mansedumbre, gozo)

Acudir siempre (mostrándole con la mano izquierda) a arrojarse al pie del altar y desahogar su corazón, pues allí recibiría todos los consuelos de que tuviese necesidad. (corazón indiviso, no consuelos humanos)

La Virgen también le explicó el significado de todas las apariciones y revelaciones que había tenido de San. Vicente y del Señor.

Luego continuó diciéndole:

Dios quiere confiarte una misión; te costara trabajo, pero lo vencerás pensando que lo haces para la gloria de Dios. Tu conocerás cuan bueno es Dios. Tendrás que sufrir hasta que los digas a tu director. No te faltaran contradicciones; mas te asistirá la gracia; no temas. Háblale a tu director con confianza y sencillez; ten confianza no temas. Veras ciertas cosas; díselas. Recibirás inspiraciones en la oración. Los tiempos son muy calamitosos. Han de llover desgracias sobre Francia. El trono será derribado. El mundo entero se verá afligido por calamidades de todas clases (al decir esto la Virgen estaba muy triste). Venid a los pies de este altar, donde se prodigaran gracias a todos los que las pidan con fervor; a todos, grandes y pequeños, ricos y pobres. Deseo derramar gracias sobre tu comunidad; lo deseo ardientemente. Me causa dolor el que haya grandes abusos en la observancia, el que no se cumplan las reglas, el que haya tanta relajación en ambas comunidades a pesar de que hay almas grandes en ellas. Díselo al que esta encargado de ti, aunque no sea el superior. Pronto será puesto al frente de la comunidad. El deberá hacer cuanto pueda para restablecer el vigor de la regla. Cuando esto suceda otra comunidad se unirá a las de ustedes. Vendrá un momento en que el peligro será grande; se creerá todo perdido; entonces yo estaré contigo, ten confianza. Reconocerás mi visita y la protección de Dios y de San Vicente sobre las dos comunidades.. Mas no será lo mismo en otras comunidades, en ellas habrá víctimas..(lagrimas en los ojos). El clero de París tendrá muchas víctimas..Morirá el señor Arzobispo. Hija mía, será despreciada la cruz, y el Corazón de mi Hijo será otra vez traspasado; correrá la sangra por las calles ( la Virgen no podía hablar del dolor, las palabras se anudaban en su garganta; semblante pálido). El mundo entero se entristecerá . Ella piensa: ¿cuando ocurrirá esto? y una voz interior asegura: cuarenta años y diez y después la paz.

La Virgen, después de estar con ella unas dos horas, desaparece de la vista de Sor Catalina como una sombra que se desvanece.

En esta aparición la Virgen: – Le comunica una misión que Dios le quiere confiar. – La prepara con sabios consejos para que hable con sumisión y confianza a su director. – Le anuncia futuros eventos para afianzar la fe de aquellos que pudieran dudar de la aparición. – Le Regala una relación familiar de madre-hija: la ve, se acerca a ella, hablan con familiaridad y sencillez, la toca y la Virgen no solo consiente, sino que se sienta para que Catalina pueda aproximarse hasta el extremo de apoyar sus brazos y manos en las rodillas de la Reina del Cielo.

Todas las profecías se cumplieron:

La misión de Dios pronto le fue indicada con la revelación de la medalla milagrosa.

Una semana después de esta aparición estallaba la revolución. Los revoltosos ocupaban las calles de París, saqueos, asesinatos, y finalmente era destronado Carlos X, sustituido por el «rey ciudadano» Luis Felipe I, gran maestro de la masonería.

El P. Aladel (director) es nombrado en 1846 Director de las Hijas de la Caridad, establece la observancia de la regla y hacia la década del 60 otra comunidad femenina se une a las Hijas de la Caridad.

En 1870 (a los 40 años) llegó el momento del gran peligro, con los horrores de la Comuna y el fusilamiento del Arzobispo Mons. Darboy y otros muchos sacerdotes.

Solo queda por cumplir la última parte.

Aparición del 27 de noviembre del 1830

La tarde el 27 de Nov. de 1830, sábado víspera del primer domingo de Adviento, en la capilla, estaba Sor Catalina haciendo su meditación, cuando le pareció oír el roce de un traje de seda que le hace recordar la aparición anterior.

Aparece la Virgen Santísima, vestida de blanco con mangas largas y túnica cerrada hasta el cuello. Cubría su cabeza un velo blanco que sin ocultar su figura caía por ambos lados hasta los pies. Cuando quiso describir su rostro solo acertó a decir que era la Virgen María en su mayor belleza.

Sus pies posaban sobre un globo blanco, del que únicamente se veía la parte superior, y aplastaban una serpiente verde con pintas amarillas. Sus manos elevadas a la altura del corazón sostenían otro globo pequeño de oro, coronado por una crucecita.

La Stma. Virgen mantenía una actitud suplicante, como ofreciendo el globo. A veces miraba al cielo y a veces a la tierra. De pronto sus dedos se llenaron de anillos adornados con piedras preciosas que brillaban y derramaban su luz en todas direcciones, circundándola en este momento de tal claridad, que no era posible verla.

Tenía tres anillos en cada dedo; el más grueso junto a la mano; uno de tamaño mediano en el medio, y uno más pequeño, en la extremidad. De las piedras preciosas de los anillos salían los rayos, que se alargaban hacia abajo; llenaban toda la parte baja.

Mientras Sor Catalina contemplaba a la Virgen, ella la miró y dijo a su corazón:

Este globo que ves (a los pies de la Virgen) representa al mundo entero, especialmente Francia y a cada alma en particular. Estos rayos simbolizan las gracias que yo derramo sobre los que las piden. Las perlas que no emiten rayos son las gracias de las almas que no piden.

Con estas palabras La Virgen se da a conocer como la mediadora de las gracias que nos vienen de Jesucristo.

El globo de oro (la riqueza de gracias) se desvaneció de entre las manos de la Virgen. Sus brazos se extendieron abiertos, mientras los rayos de luz seguían cayendo sobre el globo blanco de sus pies.

La Medalla Milagrosa:

En este momento se apareció una forma ovalada en torno a la Virgen y en el borde interior apareció escrita la siguiente invocación: «María sin pecado concebida, ruega por nosotros, que acudimos a ti»

Estas palabras formaban un semicírculo que comenzaba a la altura de la mano derecha, pasaba por encima de la cabeza de la Santísima Virgen, terminando a la altura de la mano izquierda.

Oyó de nuevo la voz en su interior: «Haz que se acuñe una medalla según este modelo. Todos cuantos la lleven puesta recibirán grandes gracias. Las gracias serán más abundantes para los que la lleven con confianza».

La aparición, entonces, dio media vuelta y quedo formado en el mismo lugar el reverso de la medalla.

En el aparecía una M, sobre la cual había una cruz descansando sobre una barra, la cual atravesaba la letra hasta un tercio de su altura, y debajo los corazones de Jesús y de María, de los cuales el primero estaba circundado de una corona de espinas, y el segundo traspasado por una espada. En torno había doce estrellas.

La misma aparición se repitió, con las mismas circunstancias, hacia el fin de diciembre de 1830 y a principios de enero de 1831. La Virgen dijo a Catalina: «En adelante, ya no veras , hija mía; pero oirás mi voz en la oración».

Un día que Sor Catalina estaba inquieta por no saber que inscripción poner en el reverso de la medalla, durante la oración, la Virgen le dijo: «La M y los dos corazones son bastante elocuentes».

Símbolos de la Medalla y mensaje espiritual:

En el Anverso:

-María aplastando la cabeza de la serpiente que esta sobre el mundo. Ella, la Inmaculada, tiene todo poder en virtud de su gracia para triunfar sobre Satanás. -El color de su vestuario y las doce estrellas sobre su cabeza: la mujer del Apocalipsis, vestida del sol. -Sus manos extendidas, transmitiendo rayos de gracia, señal de su misión de madre y mediadora de las gracias que derrama sobre el mundo y a quienes pidan. -Jaculatoria: dogma de la Inmaculada Concepción (antes de la definición dogmática de 1854). Misión de intercesión, confiar y recurrir a la Madre. -El globo bajo sus pies: Reina del cielos y tierra. -El globo en sus manos: el mundo ofrecido a Jesús por sus manos.

En el reverso:

-La cruz: el misterio de redención- precio que pagó Cristo. obediencia, sacrificio, entrega -La M: símbolo de María y de su maternidad espiritual. -La barra: es una letra del alfabeto griego, «yota» o I, que es monograma del nombre, Jesús.

Agrupados ellos: La Madre de Jesucristo Crucificado, el Salvador.

-Las doce estrellas: signo de la Iglesia que Cristo funda sobre los apóstoles y que nace en el Calvario de su corazón traspasado. -Los dos corazones: la corredención. Unidad indisoluble. Futura devoción a los dos y su reinado.

Nombre:

La Medalla se llamaba originalmente: «de la Inmaculada Concepción», pero al expandirse la devoción y haber tantos milagros concedidos a través de ella, se le llamó popularmente «La Medalla Milagrosa».

Conversión de Ratisbone:

Alfonso Ratisbone era abogado y banquero, judío, de 27 años. Tenía gran odio hacia los católicos porque su hermano Teodoro se había convertido y ordenado sacerdote, tenía como insignia la medalla milagrosa y luchaba por la conversión de los judíos.

Alfonso pensaba casarse poco después con una hija de su hermano mayor, Flora, diez años menor que el, cuando en enero de 1842, haciendo un viaje de turismo a Nápoles y Malta, por una equivocación de trenes llego a Roma. Aquí se creyó en la obligación de visitar a un amigo de la familia, el barón Teodoro de Bussiere, protestante convertido al catolicismo.

El barón le recibió con toda cordialidad y se ofreció a enseñarle Roma. En una reunión donde Ratisbone hablaba horrores de los católicos, este barón lo escuchó con mucha paciencia y al final le dijo: «Ya que usted está tan seguro de si, prométame llevar consigo lo que le voy a dar- ¿Que cosa?. Esta medalla. Alfonso la rechazó indignado y el barón replicó: «Según sus ideas, el aceptarla le debía dejar a usted indiferente. En cambio a mi me causaría satisfacción.» Se echó a reír y se la puso comentando que él no era terco y que era un episodio divertido. El barón se la puso al cuello y le hizo rezar el Memorare.

El barón pidió oraciones a varias personas entre ellas al conde La Ferronays quien le dijo: «si le ha puesto la medalla milagrosa y le ha hecho rezar el Memorare, seguro que se convierte.» El conde murió de repente dos días después. Se supo que durante esos dos días había ido a la basílica de Sta. María la Mayor a rezar cien Memorares por la conversión de Ratisbone.

Por la Plaza España se encuentra el barón con Ratisbone en su último día en Roma y este le invita a pasear. Pero antes tenía que pasar por la Iglesia de San Andrés a arreglar lo del funeral del conde. Ratisbone le acompaña a la Iglesia. He aquí su testimonio de lo que entonces sucedió: «a los pocos momentos de encontrarme en la Iglesia, me sentí dominado por una turbación inexplicable. Levanté los ojos y me pareció que todo el edificio desaparecía de mi vista. Una de las capillas (la de San Miguel) había concentrado toda la luz, y en medio de aquel esplendor apareció sobre el altar, radiante y llena de majestad y de dulzura, la Virgen Santísima tal y como esta grabada en la medalla. Una fuerza irresistible me impulsó hacia la capilla. Entonces la Virgen me hizo una seña con la mano como indicándome que me arrodillara… La Virgen no me habló pero lo he comprendido todo.»

El barón lo encuentra de rodillas, llorando y rezando con las manos juntas, besando la medalla. Poco tiempo mas tarde es bautizado en la Iglesia del Gesu en Roma. Por orden del Papa, se inicia un proceso canónico, y fue declarado «verdadero milagro».

Alfonso Ratisbone entró en la Compañía de Jesús. Ordenado sacerdote, fue destinado a París donde estuvo ayudando a su hermano Teodoro en los catecumenados para la conversión de los judíos.

Después de haber sido por 10 años Jesuita, con permiso sale de la orden y funda en 1848, las religiosas y las misiones de Ntra. Sra. de Sión. En solo los diez primeros años Ratisbone consiguió la conversión de 200 judíos y 32 protestantes. Trabajó lo indecible en Tierra Santa, logrando comprar el antiguo pretorio de Pilato, que convirtió en convento e Iglesia de las religiosas. También consiguió que estas religiosas fundasen un hospicio en Ain-Karim, donde murió santamente en 1884 a los 70 años.

(Fuente: corazones.org)

CATEQUESIS EL ESPÍRITU Y LA ESPOSA. «UNA CARTA ESCRITA CON EL ESPÍRITU DEL DIOS VIVO: MARÍA Y EL ESPÍRITU SANTO»

Entre los diversos medios con los que el Espíritu Santo lleva a cabo su obra de santificación en la Iglesia – Palabra de Dios, Sacramentos, oración – hay uno especial, y es la piedad mariana. En la tradición católica existe este lema, este dicho: «Ad Iesum per Mariam», es decir, «a Jesús por María». La Virgen nos muestra a Jesús. Ella nos abre las puertas, ¡siempre! La Virgen es la madre que nos lleva de la mano a Jesús. La Virgen nunca se señala a sí misma, la Virgen señala a Jesús. Y esto es la piedad mariana: a Jesús a través de las manos de la Virgen.

San Pablo define la comunidad cristiana como una «carta de Cristo redactada por nuestro ministerio, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de corazones de carne» (2 Cor 3,3). María, como primera discípula y figura de la Iglesia, es igualmente una carta escrita con el Espíritu del Dios vivo. Precisamente por eso, ella puede ser «conocida y leída por todos los seres humanos» (2Cor 3,2), incluso por aquellos que no saben leer libros de teología, por esos «pequeños» a los que Jesús dice que se les revelan los misterios del Reino, ocultos a los sabios (cf. Mt 11,25).

Al decir su « sí» – cuando María acepta y dice al ángel: «sí, hágase la voluntad del Señor» y acepta ser la madre de Jesús – es como si María dijera a Dios: «Aquí estoy, soy una tablilla para escribir: que el Escritor escriba lo que quiera, que haga lo que quiera conmigo el Señor de todas las cosas» [1]. En aquella época, la gente solía escribir en tablillas enceradas; hoy diríamos que María se ofrece como una página en blanco en la que el Señor puede escribir lo que quiera. El «sí» de María al ángel -como escribió un conocido exégeta- representa «el ápice de todo comportamiento religioso ante Dios, ya que ella expresa, de la manera más elevada, la disponibilidad pasiva combinada con la disponibilidad activa, el vacío más profundo que acompaña a la mayor plenitud» [2].

He aquí, pues, cómo la Madre de Dios es un instrumento del Espíritu Santo en su obra de santificación. En medio de la interminable profusión de palabras dichas y escritas sobre Dios, la Iglesia y la santidad (que muy pocos o nadie son capaces de leer y comprender en su totalidad), ella sugiere sólo dos palabras que todos, incluso los más sencillos, pueden pronunciar en cualquier ocasión: «Aquí estoy» y «fiat». María es la que dijo «sí» al Señor, y con su ejemplo y su intercesión nos anima a decirle también nuestro «sí» cada vez que nos encontremos ante una obediencia que actuar o una prueba que superar.

En todas las épocas de su historia, pero especialmente en este momento, la Iglesia se encuentra en la misma situación en la que estaba la comunidad cristiana tras la Ascensión de Jesús a los cielos. Tiene que predicar el Evangelio a todas las naciones, pero está esperando la «potencia de lo alto» para poder hacerlo. Y no olvidemos que, en aquel momento, como leemos en los Hechos de los Apóstoles, los discípulos estaban reunidos en torno a «María, la madre de Jesús» (Hechos 1,14).

Es cierto que también había otras mujeres con ella en el cenáculo, pero su presencia es diferente y única entre todas. Entre ella y el Espíritu Santo existe un vínculo único y eternamente indestructible, que es la persona misma de Cristo, «concebido por obra y gracia del Espíritu Santo y nació de Santa María Virgen», como recitamos en el Credo. El evangelista Lucas subraya intencionadamente la correspondencia entre la venida del Espíritu Santo sobre María en la Anunciación y su venida sobre los discípulos en Pentecostés, utilizando algunas expresiones idénticas en ambos casos.

San Francisco de Asís, en una de sus oraciones, saluda a la Virgen como «hija y sierva del altísimo Rey y Padre celestial, madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo, esposa del Espíritu Santo» [3]. ¡Hija del Padre, Madre del Hijo, Esposa del Espíritu Santo! No se podía ilustrar con palabras más sencillas la relación única de María con la Trinidad.

Como todas las imágenes, también ésta de “esposa del Espíritu Santo” no debe absolutizarse, sino tomarse por la parte de verdad que contiene, y es una verdad muy hermosa. Ella es la esposa, pero es, antes que eso, la discípula del Espíritu Santo. Esposa y discípula. Aprendamos de ella a ser dóciles a las inspiraciones del Espíritu, sobre todo cuando nos sugiere que «nos levantemos con prontitud» y vayamos a ayudar a alguien que nos necesita, como hizo ella inmediatamente después de que el ángel la dejara (cf. Lc 1,39). ¡Gracias!

[1] Comentario al Evangelio de Lucas, fragm. 18 (GCS 49, p. 227).

[2] H. Schürmann, Das Lukasevangelium, Friburgo en Br. 1968: trad. ital. Brescia 1983, 154.

[3] Fonti Francescane, Asís 1986, n. 281.

 

Fuente The Holy See

EL PAPA PREFACIA EL LIBRO “LA ESPERANZA ES UNA LUZ EN LA NOCHE”

Publicamos el texto íntegro del prefacio de Francisco al libro «La esperanza es una luz en la noche», una antología de meditaciones del Pontífice publicada por LEV sobre la «humilde virtud» en vista del Año Santo: «Entrenémonos a reconocer la esperanza, nos asombraremos de cuánto bien existe en el mundo».

El Jubileo de 2025, Año Santo que he querido dedicar al tema «Peregrinos de la esperanza», es una ocasión propicia para reflexionar sobre esta virtud cristiana fundamental y decisiva. Sobre todo en tiempos como los que estamos viviendo, en los que la tercera guerra mundial en pedazos que se desarrolla ante nuestros ojos puede llevarnos a asumir actitudes de sombrío desaliento y de mal disimulado cinismo.

La esperanza, en cambio, es un don y una tarea para todo cristiano. Es un don porque es Dios quien nos la ofrece. Esperar, en efecto, no es un mero acto de optimismo, como cuando a veces esperamos aprobar un examen en la universidad («Esperemos que lo consigamos») o esperamos que haga buen tiempo para salir de viaje un domingo de primavera («Esperemos que haga buen tiempo»). No, esperar es esperar algo que ya se nos ha dado: la salvación en el amor eterno e infinito de Dios. Ese amor, esa salvación que da sabor a nuestro vivir y que constituye el gozne sobre el que el mundo se mantiene en pie, a pesar de todas las maldades y nefandades causadas por nuestros pecados de hombres y mujeres. Esperar, pues, es acoger este don que Dios nos ofrece cada día. Esperar es saborear la maravilla de ser amados, buscados, deseados por un Dios que no se ha encerrado en sus cielos impenetrables, sino que se ha hecho carne y sangre, historia y días, para compartir nuestra suerte.

La esperanza es también una tarea que los cristianos tienen el deber de cultivar y poner en valor para el bien de todos sus hermanos y hermanas. La tarea consiste en permanecer fieles al don recibido, como acertadamente observó Madeleine Delbrêl, una mujer francesa del siglo XX, capaz de llevar el Evangelio a las periferias, tanto geográficas como existenciales, del París de mediados de siglo, marcado por la descristianización. Madeleine Delbrêl escribió: «La esperanza cristiana nos asigna como lugar esa estrecha línea de cresta, esa frontera donde nuestra vocación exige que optemos, cada día y cada hora, por ser fieles a la fidelidad de Dios para con nosotros». Dios nos es fiel, nuestra tarea es responder a esa fidelidad. Pero cuidado: no somos nosotros quienes generamos esta fidelidad, es un don de Dios que actúa en nosotros si nos dejamos modelar por su fuerza de amor, el Espíritu Santo que actúa como un soplo de inspiración en nuestros corazones. Nos corresponde, pues, invocar este don: «¡Señor, concédeme serte fiel en la esperanza!».

He dicho que esperar es un don de Dios y una tarea de los cristianos. Y vivir la esperanza requiere una «mística de los ojos abiertos», como la llamaba el gran teólogo Joseph-Baptist Metz: saber discernir, en todas partes, las pruebas de la esperanza, la irrupción de lo posible en lo imposible, la gracia allí donde parecería que el pecado ha erosionado toda confianza. Hace algún tiempo tuve la oportunidad de dialogar con dos testigos excepcionales de la esperanza, dos padres: uno israelí, Rami, y otro palestino, Bassam. Ambos han perdido a sus hijas en el conflicto que ensangrienta Tierra Santa desde hace ya demasiadas décadas. Pero sin embargo, en nombre de su dolor, del sufrimiento que sintieron por la muerte de sus dos pequeñas hijas -Smadar y Abir- se han convertido en amigos, más aún, en hermanos: viven el perdón y la reconciliación como un gesto concreto, profético y auténtico. Conocerlos me dio tanta, tanta esperanza. Su amistad y fraternidad me enseñaron que el odio, concretamente, puede no tener la última palabra. La reconciliación que experimentan como individuos, profecía de una reconciliación mayor y más amplia, es un signo invencible de esperanza. Y la esperanza nos abre a horizontes impensables.

Invito a cada lector de este texto a realizar un gesto sencillo pero concreto: por la noche, antes de acostarse, repasando los acontecimientos que ha vivido y los encuentros que ha tenido, vaya en busca de un signo de esperanza en el día que acaba de terminar. Una sonrisa de alguien de quien no se lo esperaban, un acto de gratuidad observado en la escuela, una amabilidad encontrada en el lugar de trabajo, un gesto de ayuda, aunque sea pequeño: la esperanza es, en efecto, una «virtud infantil», como escribió Charles Péguy. Y tenemos que volver a ser niños, con sus ojos asombrados sobre el mundo, para encontrarlo, conocerlo y apreciarlo. Entrenémonos a reconocer la esperanza. Entonces podremos maravillarnos de todo lo bueno que existe en el mundo. Y nuestro corazón se iluminará de esperanza. Entonces podremos ser faros de futuro para quienes nos rodean.

Fuente: Vatican News

ADVIENTO: ¿QUE SIGNIFICA CICLO LITÚRGICO C AÑO IMPAR?

Con el primer Domingo de Adviento  el próximo día 1 de diciembre comienza un nuevo Año Litúrgico en la Iglesia Católica, con las lecturas correspondientes al llamado Ciclo C de año impar. ¿Qué significa esto?,  te lo explicamos.

¿Cuándo empieza y termina el año litúrgico?

La Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos (USCCB, por sus siglas en inglés) señala que el año litúrgico está constituido por 6 tiempos o estaciones: Adviento, Navidad, Cuaresma, Sagrado Triduo Pascual, Pascua y Tiempo Ordinario.

Asimismo, precisa que el nuevo Calendario Litúrgico 2025 iniciará con el primer Domingo de Adviento el 1 de diciembre de 2024, y concluirá el sábado posterior a la Solemnidad de Cristo Rey del Universo, que será el domingo 23 de noviembre de 2025.

Ciclo trienal y el alfabeto

Pero algo que quizás se conoce menos es que el calendario litúrgico tiene un ciclo trienal. Es decir, que se repite cada tres años, y rige principalmente sobre las lecturas bíblicas de las Misas de domingo.

San Pablo VI, en su Constitución Apostólica Misal Romano, indica que “todas las lecturas dominicales se dividen en un ciclo de tres años”. En este sentido, el Ordo Lectioum Missae (Ordenación de las lecturas de la Misa, 1969) describe que a cada año litúrgico se le denominará “con las letras A, B, C”.

El Ordo de 1981 precisa que se designa ciclo C a todos los años “que son múltiplos de 3”. Por ello el Calendario Litúrgico 2025 es ciclo C.

En el ciclo A el evangelio dominical se toma generalmente de Mateo, en el B de Marcos y en el C de Lucas. Mientras que el Evangelio de Juan se lee primordialmente en la Pascua.

Durante el tiempo pascual, la primera lectura es de los Hechos de los Apóstoles. Pero la segunda lectura en el ciclo A es principalmente de la Primera carta de San Pedro; en el ciclo B, de la Primera carta de San Juan; y en el ciclo C, del Apocalipsis.

En el tiempo ordinario, la Primera carta a los Corintios se lee en los tres ciclos. Mientras que la Carta a los Hebreos ha sido dividida en dos. Una parte se lee en el ciclo B y la otra en el ciclo C.

¿Por qué año impar?

Los días laborables de la semana, llamados también ferias, las lecturas de la Misa tienen otro orden. La Cuaresma, Adviento, Navidad y Pascua tienen sus textos propios.

En el tiempo ordinario, los evangelios se rigen por un ciclo de lecturas que se repite todos los años. Sin embargo, las primeras lecturas, que generalmente son del Antiguo Testamento y de las cartas apostólicas, tienen doble ciclo, conformado por año par e impar.

En el Ordo de 1969 se especifica que el “Año I” es para los “años impares” y “Año II” para los “años pares”. Por lo tanto, el Calendario Litúrgico 2025 es año I o año impar.

¿Cuál es la finalidad de los ciclos con los pares e impares?

Toda esta distribución de las lecturas por ciclos y años pares o impares tiene su fuente en la Constitución Sacrosanctum Concilium, donde el Concilio Vaticano II pide que se abran más “los tesoros de la Biblia” a los fieles en la Eucaristía.

“De modo que, en un período determinado de años, se lean al pueblo las partes más significativas de la Sagrada Escritura”, puntualiza la Constitución.

En este sentido, al cabo de los tres ciclos se podrá haber escuchado gran parte de la Sagrada Escritura y si se va a Misa diariamente por dos años, se habrá profundizado más en la lectura de la Biblia.

Escrito por Abel Camasca

LA DIÓCESIS DE ORIHUELA – ALICANTE OTORGA LA INSIGNIA PRO ECCLESIA DIOCESANA A TRES MIEMBROS DE VIDA ASCENDENTE

El  10 de noviembre se celebró el día de la Iglesia Diocesana, en nuestra Diócesis celebramos un encuentro en el que se reconoce la entrega de determinadas personas a la Iglesia, es un bonito gesto que anualmente nos reúne.

Estas distinciones llamadas “Insignias Pro Ecclesia Diocesana”  fueron creadas hace quince años por iniciativa del obispo Mns. Rafael Palmero Ramos y tienen como objetivo reconocer el servicio pastoral que algunas personas han prestado y prestan a la sociedad y a la Iglesia Diocesana de Orihuela-Alicante. Así mismo, se reconoce en los distinguidos que hayan dado un largo y constante testimonio de servicio y entrega generosa en las diversas instituciones diocesanas.De todos los que son galardonados con esta insignia cabe destacar  su dedicación, en la mayoría de casos durante toda una vida, al bien de la comunidad y al trabajo por ayudar a los demás. Algunos de ellos son sacristanes o catequistas que han dedicado mucho de su tiempo y esfuerzo a la vida parroquial y otros han mostrado un gran compromiso con la sociedad y la Iglesia de Orihuela-Alicante desde diferentes movimientos, delegaciones, colegios o instituciones.

Estas insignias se caracterizan por llevar grabado el crismón que forma parte de la imagen institucional de la Diócesis, junto con la inscripción “Pro Ecclesia Diocesana. Orihuela-Alicante”. En el reverso cuenta con la imagen de la “Virgen Entronizada con el Niño”, conocida como Virgen de Gracia, datada a finales del siglo XIII, y que se encuentra actualmente en el Museo de Arte Diocesano. Junto a la imagen de la Virgen está la inscripción: “Que nuestra Iglesia Diocesana sea más fraternal y misionera”.

En el Salón de Actos del Obispado con la presencia de numerosos miembros de Vida Ascendente y familiares que los acompañábamos Antonio García, Aurora Rogado y Matilde Birlanga junto a otros 12 homenajeados, recibieron de mano de nuestro Obispo D. José Ignacio la preciosa insignia.

En el acto se hizo un responso por aquellos hermanos desaparecidos en la DANA de Valencia y el importe del Vino de honor que se sirve habitualmente a continuación fue donado a Cáritas Valencia.

Fue una fiesta entrañable en la que el grupo de jóvenes diocesanos «Eternos» acompaño y amenizó la velada con sus cantos, en un precioso encuentro intergeneracional de abuelos, padres y nietos.

En el enlace siguiente podéis ver la ceremonia completa

https://www.youtube.com/watch?v=b6xZfTvT11I

APUNTES PARA LA ORACIÓN. LA ORACIÓN QUE JESÚS NOS ENSEÑÓ

El Padrenuestro es la oración que Jesús mismo enseñó a sus discípulos. Más que una simple fórmula, es una síntesis de todo su mensaje.

A lo largo de la historia, los cristianos han encontrado en esta oración un lazo de unión con Dios. Es el corazón de su relación con Él, una oración de confianza y amor.

El Catecismo de la Iglesia Católica lo dice: el Padrenuestro nos abre al Amor manifestado en Cristo. Es una invitación a orar con todos y por todos.

Esta oración, nacida en la Iglesia primitiva, aparece en Mateo y Lucas, aunque su espíritu se siente en los otros evangelios y en las cartas de san Pablo.

En Mateo, el Padrenuestro se enmarca en el Sermón de la Montaña, enseñándonos a ver a Dios como Padre y a pedirle con confianza, como una familia unida por su amor.

Por su parte, en Lucas, el Padrenuestro se presenta en el contexto de la petición de los apóstoles: enséñanos a orar. La fórmula que Jesús sugiere es la expresión perceptible de una oración que se mueve desde el interior.

San Pablo, a su manera, nos lleva a llamar a Dios ‘Abba, Padre’, una invocación llena de cercanía y amor familiar.

Hoy, cada vez que decimos el Padrenuestro, unimos nuestra voz a la de millones de cristianos a lo largo de la historia. Es la oración de cada creyente y de toda la Iglesia.

Más que palabras, el Padrenuestro es un encuentro eterno con Dios.

Todas las demás palabras que podamos decir, bien sea antes de la oración, para excitar nuestro amor y para adquirir conciencia clara de lo que vamos a pedir, bien sea en la misma oración, para acrecentar su intensidad, no dicen otra cosa que lo que ya se contiene en el Padrenuestro”.

Solo Jesús podía transmitir a sus discípulos esta oración, síntesis de todo su Evangelio. La Iglesia la ha señalado en el transcurso de los siglos de modos diversos: «Oración dominical», «Oración del Señor». Para los cristianos sigue siendo simplemente el Padrenuestro, la oración que Jesús mismo nos enseñó. Lejos de cualquier fórmula, aquí se encuentra el corazón de la relación con Dios, todo lo que el cristiano experimenta en lo profundo de su corazón. Esta es la oración de cada creyente y de toda la Iglesia que experimenta de este modo la presencia perenne del Espíritu que da vida.

Son muchísimos los comentarios a la oración del Señor que atraviesan los dos mil años de nuestra historia. Desde Tertuliano hasta el papa Francisco es posible llevar a cabo una numerosa reseña que pone de manifiesto el interés permanente por esta oración que persiste en su aspecto único.

El Padrenuestro, como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: «Abre a dimensiones de su Amor manifestado en Cristo: orar con todos los hombres y por todos los que no le conocen aún para que “estén reunidos en la unidad”. Esta solicitud divina por todos los hombres y por toda la creación debe ensanchar nuestra oración en un amor sin límites». En este podcast seguimos la oración del Padrenuestro en los cuatro evangelistas y en san Pablo, con sus diversas aportaciones.

El Padrenuestro nació y se formó en la experiencia de la Iglesia primitiva. A principios del siglo II encontramos que «la oración del Señor» ya se utilizaba en la liturgia de la Iglesia primitiva en una formulación similar a la actual. Aunque su fórmula litúrgica solo se encuentra en los evangelios de Mateo y en Lucas, Marcos, Juan y Pablo, también dejan ver en sus evangelios y en sus cartas el contenido principal del Padrenuestro.

Los antecedentes de Marcos

En el evangelio de Marcos se pueden identificar algunas sugerencias importantes que la preparan abiertamente. De manera importante la relevancia que se da en este evangelio a la oración: los discípulos son animados a dirigirse a Dios con la máxima confianza y confidencia; y se les recomienda esperar todo de Dios como si ya lo hubieran obtenido al pedirlo.

La convivencia con Jesús, el «estar con Él», típico del Evangelio de Marcos, hace surgir de forma gradual en los discípulos la necesidad de acudir al Padre y prepara por decirlo de algún modo, un espacio de acogida, que es la necesidad del perdón. Lo dice así: «Y cuando os pongáis a orar, perdonad lo que tengáis contra otros, para que también vuestro Padre del cielo os perdone vuestras culpas».

Los discípulos debieron conmoverse de manera particular cuando Jesús, en el culmen de su pasión interior en Getsemaní, pidió a Dios el cumplimiento de su voluntad como don supremo, alcanzando así la cima de la oración de todos los tiempos. En este momento especialmente dramático, los discípulos notan con sorpresa que Jesús se dirige a Dios llamándolo Padre y utilizando la terminología de la ternura familiar: se les quedó impreso el término arameo Abba: es la invocación, hecha de confianza y de conexión, con la que los niños se dirigen a su padre en la esfera familiar. Y es la única vez que encontramos el término en el ámbito de los Evangelios.

La formulación de Mateo

En Mateo, el Padrenuestro aparece en el contexto del sermón de la montaña, un programa relativamente completo de la práctica cristiana basada en las bienaventuranzas. La oración cristiana en Mateo aparece como un diálogo marcado por una intensa intimidad filial que se desarrolla entre el cristiano y Dios. Se entiende de inmediato precisamente por ser un diálogo entre sujetos.

Por eso, la oración del Padrenuestro no es enseñada como una fórmula fija. Aunque luego se convertirá en fija en el uso litúrgico de la comunidad de Mateo y más tarde de la comunidad cristiana primitiva, el Padrenuestro constituye una cuadrícula estimulante y de referencia que ilumina y guía el desarrollo de la oración y de la vida. Reducirlo a una fórmula significaría rebajar y quizás desnaturalizar su valor.

La expresión Padre nuestro nos habla de una familia que gira alrededor del padre, de su diligencia, habilidad, sabiduría. Y la primera petición que se le hace, que su nombre sea santificado, expresa el deseo de que su santidad se realice y se extienda en su gran familia cristiana.  La petición del pan está en el centro de las siete peticiones de la formulación de Mateo. Y también la que parece más característica del cristiano que se dirige a Dios como Padre: es propio del padre dar el pan a los hijos. Pero el pan es también un símbolo. Evoca todo lo que tiende a hacer que la vida familiar no sea solo posible, sino también agradable. Se trata de la ropa, de la vivienda, en resumen, se trata de todo lo que está alrededor, aunque sea secundario con respecto al alimento y que contribuye a hacer que la vida pueda ser de verdad vivida con serenidad y dignidad.

También Hay una exigencia de «familia» por parte de Dios Padre. Para poder invocar a Dios como Padre, el cristiano tendrá primero que tender la mano a sus hermanos. Se diría que Dios rechaza ser invocado fuera de este ámbito de familia y rechaza a quien quiera alcanzarlo en solitario excluyendo a los demás. Por eso pedir perdón al Padre implica perdonar a los hermanos. En Mateo, el Padrenuestro termina con dos peticiones en torno al pecado: la liberación de la tentación y del Mal. En el fondo, ambas son una llamada al realismo de la situación precaria del cristiano.

El Padrenuestro en san Pablo

San Pablo no formula el Padrenuestro pero en dos ocasiones insiste en llamar a Dios Abba Padre. Se trata de una invocación que tiene lugar en el ámbito de la liturgia, como indica el verbo característico utilizado: «clamamos». La asamblea siente la necesidad de expresar en voz alta una invocación que la conecta directamente con el Padre. Según algunos expertos, se trataría precisamente del rezo en voz alta del Padrenuestro.

Según este testimonio de Pablo, los cristianos se atreven a dirigirse a Dios haciendo suya la intimidad familiar señalada por la expresión Abba que Jesús se había reservado a Él mismo. Hay un tema que Pablo desarrolla de manera particular en sus cartas en relación al Padrenuestro, el tema de la voluntad de Dios. La voluntad de Dios como contenido objetivo está totalmente condensada en Cristo. Lo que Dios quiere lo encontramos expresado en Cristo, en sus enseñanzas, en su comportamiento, en su persona. El Espíritu tomará este «material en bruto» concentrado en Cristo y se preocupará de «anunciarlo» al cristiano en cada momento y en cada situación.

También pone su acento en las cartas en el “líbranos del mal”. El apóstol afirma que el cristiano deberá tener frente a quien le hace mal una actitud constructiva, hasta dar de comer y de beber a su propio enemigo; y afirma con decisión que el cristiano es siempre y solo deudor de amor: «A nadie le debáis nada, más que el amor mutuo».

En resumen, los elementos del Padrenuestro también pueden reconocerse en san Pablo. Se encuentran en un estado fluido que sin embargo podríamos llamar incandescente. La dimensión inequívocamente litúrgica en la cual se sitúa la invocación de «Abba-Padre» nos lleva también, si no necesariamente a la fórmula del Padrenuestro, sí a un fragmento de oración equivalente. Podríamos decir que se da una especie de desplazamiento: de la formulación litúrgica a la vida cristiana, de la vida cristiana a la formulación.

El Padrenuestro en Lucas

En Lucas también se observa una fórmula del Padrenuestro, en un contexto de deseo de aprender de Jesús. Mientras Mateo la coloca en el Sermón de la Montaña, en el contexto de una oración que evite la palabrería pagana, Lucas da algunas referencias más concretas relacionadas con la actitud de Jesús. Jesús ora. Para hacerlo, a menudo se retira a lugares solitarios aislándose también de sus discípulos. Estos se dan cuenta de ello, aprecian el comportamiento del Maestro y son impulsados a imitarlo. Así, le piden: «Señor, enséñanos a orar». La respuesta de Jesús les involucra. Les dice: «Cuando oréis, decid». Y esta expresión presupone una voluntad de oración decidida, seria y comprometida por parte de los discípulos.

La santificación del nombre de Dios y la venida de su reino adquieren una nitidez particular. La santificación del nombre es también aquí la difusión de la santidad personal propia de Dios dentro de la comunidad cristiana. El reino cuya presencia se desea cerca es el que ya se ha vislumbrado en Mateo, quizá con un énfasis en su movimiento hacia la conclusión al final de los tiempos.

En lo relativo al pan, Lucas subraya la cotidianidad. Mientras Mateo insiste en el pan que es pedido «hoy», Lucas explicita añadiendo «danos cada día nuestro pan cotidiano». Se trata de un matiz importante. Es decir, se pide que Dios nos conceda el pan según el plan establecido por Él mismo, con respecto a la continuidad de la vida que se desarrolla día a día.

Por último, en Lucas encontramos una simplificación de la última pregunta que atañe a la tentación y al maligno. La parte de «líbranos del maligno» cae y solo permanece la petición de «no nos dejes caer en tentación». La liberación del maligno está ya contenida en la petición de no quedarse atrapados en la tentación. Es como decir: la tentación se dará y podrá también tener, siempre que se salga de ella, una finalidad positiva. Pero se necesitará un apoyo especial de Dios que se obtiene con la oración, para que esta tentación, inevitable de hecho, no se convierta en una trampa mortal.

El Padrenuestro en Juan

Una oración que haga pensar directamente en la del Padrenuestro no aparece documentada en el campo de los escritos de san Juan. Se habla indudablemente de oración, se insiste en la oración de dirigirse al Padre en el nombre de Jesús, se subraya asimismo la oración que se dirige a Jesús mismo y pide en su nombre, pero no encontramos una oración dirigida directamente por los cristianos al Padre. En cambio, sí encontramos una oración dirigida precisamente al Padre y expresada directamente por Jesús: es el capítulo 17 del evangelio de san Juan.

Esta oración al final del Evangelio hace visible la relación entre Jesús y el Padre que se resalta de manera totalmente particular en esta oración, pero que empieza antes y se aprecia en todo el cuarto Evangelio. Toda la vida de Jesús está regulada por el Padre. Podríamos decir que se dirige en la luz del Padre en cada momento en oportuna reciprocidad: «El Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que él hace». Y el amor mueve al Padre a mostrar al Hijo lo que hace y que el Hijo aceptará como voluntad del Padre.

En ese capítulo 17, al que nos hemos referido, La oración de la «hora» se desarrolla en tres círculos concéntricos. En el primero, Jesús habla al Padre de sí mismo, pide su glorificación para poder a su vez glorificar al Padre entregando así a los hombres lo que el Padre le ha dado: la vida eterna. En el segundo círculo concéntrico, Jesús habla al Padre de sus discípulos: estos han recibido del Padre la manifestación del «hombre». Jesús pide al Padre que se ocupe siempre en relación con «tu nombre, a los que me has dado», de manera que ellos, compartiendo la realidad del Padre y de Jesús, «sean uno, como nosotros». En el tercer círculo, la oración de Jesús al Padre abarca a todos los que creerán en Él. Jesús transfiere en ellos su «gloria». Por consiguiente, serán todos, al igual que los discípulos, «uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti».

En resumen, el Padrenuestro es una fórmula. La Iglesia ha privilegiado la forma de Mateo que es la más articulada y se ha impuesto en el uso litúrgico. Esta fórmula es analizada y resumida en sus siete peticiones: se hace constantemente referencia a ellas. En la oración de la Iglesia, cada una de las siete peticiones es esencial, aunque no sea necesaria presentarlas todas simultáneamente. Esta fórmula es una condensado de vida. Confluyen en ella los valores de fondo que la experiencia de la Iglesia ha madurado y ha desarrollado en su historia, de manera análoga a lo que encontramos en las comunidades paulinas y en las correspondientes a los Evangelios.

Fuente: Conferencia Episcopal Española. Jubileo 2025