El pasado domingo, uno de octubre, se celebró el “Día Internacional de las Personas Mayores”, celebración promovida por la Organización de las Naciones Unidas, desde el año 1991. Tiene como objetivo crear políticas y programas que beneficien a las personas mayores. Algunas diócesis se han unido a esta celebración con un objetivo netamente cristiano, a saber, dar gracias a Dios por lo que continuamente nos están dando los mayores y, en especial, por su gozoso testimonio de una vida vivida en la fe, en la esperanza y en el amor de Dios.
Aprovechemos, pues, este día para dirigir nuestras oraciones al Padre para que les conceda una larga vida y una feliz ancianidad. Tampoco estaría mal que añadiéramos otra oración pidiendo perdón por las veces que no hemos cuidado y asistido a nuestros hermanos mayores como Dios quiere y ellos se merecen.
Recuerdo que, a veces, solía decir a mis alumnos que el mayor progreso conseguido por la humanidad en los últimos ciento cincuenta años no era la llegada del hombre a la luna, ni internet, sino el haber conseguido triplicar la esperanza de vida. Basta pensar que la esperanza de vida cuando nació Jesús de Nazaret era de poco más de veinte años. Evidentemente se trata de un promedio, pero se trata de un promedio significativo comparado con los promedios actuales. Cuando Jesús comenzó su predicación, en aquella sociedad, era una persona mayor.
En aquel entonces las personas mayores eran respetadas y veneradas, y los niños, en la familia greco-romana, no eran bien considerados; algunos eran vendidos como esclavos o dedicados a mendicidad. Al contrario de lo que sucede hoy: los niños y niñas son considerados los reyes y las princesas de la casa; y muchas veces algunos no saben cómo deshacerse de sus mayores. Por eso, cuando Jesús dice: “dejad que los niños se acerquen a mí”, no está haciendo un canto a la infancia, sino un gesto de solidaridad con las personas más marginadas. Una buena adaptación a nuestra cultura de esta palabra de Jesús, al menos en algunos ambientes de nuestras sociedades, sería: “dejad que los ancianos se acerquen a mí”. Porque Jesús siempre tomaba partido por los más marginados y necesitados.
Con las personas mayores ocurre como con cualquier otro grupo o colectivo: depende de con quién te encuentras. Los hay con mejor salud, los hay con más posibilidades económicas, los hay mejor aceptados y tratados en sus familias. Y también están las situaciones contrarias. A mi eso de los “días de” (los enfermos, los mayores, las mujeres trabajadoras, los inmigrantes, etc.) no me entusiasma mucho. Porque, entre otras cosas, significa que en esta sociedad hay muchas personas que no están bien tratadas, ni bien queridas. Y porque no se trata de recordar un día al año que hay que cuidarlas y tratarlas bien. Todos los días deben ser día del enfermo, día de las personas mayores, en fin, todos los días son buenos para cuidar los unos de los otros y, sobre todo para ser solidarios con los más necesitados.
Martin Gelabert – Blog Nihil Obstat