Puede que sean solo cosas mías, que no esté bien informado o que los canales de información que uso no sean los adecuados, pero ¿no les parece que llevamos ya unas semanas con una información sobre la invasión de Ucrania bajo mínimos?
Solo escucho hablar del alza de los precios, del gas y los gaseoductos, de reuniones de dirigentes europeos para solventar el problema de este, venga del norte o del sur, del IPC y del precio de la electricidad y de los carburantes. Y no creo que no sean noticias que debamos conocer, solo me pregunto por las que hacían referencia a la invasión de Ucrania y que llenaban los noticieros semanas atrás casi de forma exclusiva. ¿Se acabó la guerra? ¿El ejército ruso ha vuelto a su tierra? ¿Las zonas invadidas son ya rusas y han declarado la paz? ¿Qué pasa con esa guerra? Ya sé que se dan noticias del hecho, pero ¿no les parece que se ha bajado el pistón y los intereses de la audiencia están más cerca de casa, en los efectos que vamos a sufrir y en la crisis que se espera que nos visite?
Es llamativo que nuestra preocupación sea por nuestro propio bienestar, como si un bombardeo sobre una central nuclear ucraniana solo les afectara a los habitantes de Ucrania. Como si nuestro nivel de preocupación solo estuviera circunscrito a lo que nos afecta a nosotros mismos. ¿No será una muestra empírica de nuestro individualismo cultural insolidario y chato que ha convertido en lema inconsciente aquello de “ande yo caliente, que se ría la gente”?
Es normal que cuando nos duele el callo se apaguen las luces del mundo. Porque nuestro callo es nuestro y su dolor es exclusivamente nuestro. Pero no es el único dolor posible en este mundo, ni es el más doloroso de este mundo. Para hacer esta afirmación hace falta un poco de amplitud de mira para no ahogarnos en nuestro vaso y reconocer el océano en el que navega la humanidad.
No hacen muchos años que se pusieron de moda, como campaña solidaria, aquellas cajitas -imitando un medicamento- “para el dolor ajeno”. Así, como de manera juguetona, se proponía medicarnos para nuestros olvidos y descartes, generando una terapia de solidaridad. La interconexión existente en el mundo, imaginado como un cuerpo, es tal que una fiebre ajena nos hace estornudad a nosotros. Que no podemos olvidarnos de los otros porque alguien vendrá de lejos, gritando su dolor, y nos lo recordará.
No se trata de conocer por el mero hecho de conocer. Se trata de saber para corregir y solucionar. La guerra no es un problema meramente ajeno. Los intereses que han llevado a los pueblos a enfrentarse en esta irracional contienda también son intereses nuestros. No nos deberíamos quedar satisfechos por conocer las consecuencias económicas y arañar la solución parcial a la misma para la comodidad de casa, sino ir al fondo del problema, solucionarlo de raíz de la mejor manera posible.
Habrá frío en invierno, y nos costará más llenar la despensa. No nos olvidemos que es porque hay una guerra en Ucrania