Este viaje ha sido para mí, una experiencia maravillosa que, volvería a repetir y no cambiaría ni una sola coma de él.
Desde que Pepa, mi madre, me contó la preparación de un viaje de peregrinación a Fátima y Santiago allá por primavera, me gustó la idea, y se han tenido que dar muchas casualidades o «diosidades» para que yo pudiera ir a este viaje.
Hice mi maleta con mucha ilusión y ganas, porque por fin iba a pisar la sagrada tierra de Fátima y ver al Apóstol. Pero, a la vez, una sensación de sentirme desubicada, debido a la diferencia de edad, de más de 30 años, con mis compañeros de viaje.
Ese sentimiento se esfumó, cuando nos subimos en ese bus a las 6 am en Granada el pasado 26 de septiembre, y fuimos recogiendo personas maravillosas por toda Andalucía, hasta llegar a la bella tierra de Fátima, donde se unió también a nuestro grupo, una hermosa familia de Barcelona.
Con tantas horas de bus daba por hecho que, a mi vuelta a casa mi libro de dibujo iba a llegar estudiado y mi bloc cargado de bocetos, ¡que ilusa yo!. Los trayectos estaban llenos de risas, de alegría, de canciones, también hubo tiempo para hacer oración, pero el bus tuvo la magia de convertirnos de grupo, a ser una familia unida.
Viví de una manera intensa cada día, cada lugar, cada visita, cada parada, cada comida, todo fue especial, e incluso las noches con mi ya, Amiga Emilia, que a sus 70 años hizo que nuestra habitación fuera una «fiesta pijama», donde nos daban las tantas hablando y riendo de nuestras cosas.
Disfruté de todos los lugares que visitamos, cada uno con su encanto y su luz, pero el momento de encontrarme en la Capilla de las Apariciones de Nuestra Señora de Fátima, fue muy especial, tantas cosas tenía que contarle a la Madre que, la emoción me invadió, y sólo pude contemplarla y ponerle todo mi corazón en sus manos. Y ya a la noche, con esa luz de mi vela, alumbrar a la Virgen en su Procesión de las Antorchas.
El otro momento mágico que nunca olvidaré, fue el encontrarme cara a cara con San Santiago Apóstol, encomendarme a él y entregarle todas mis intenciones y peticiones que llevaba de mi familia, amigos y mías. Contemplar esa hermosa Catedral, sus dos órganos, ver ese inmenso botafumeiro balanceándose de un lado a otro y desprendiendo su aroma especial.
Todo el viaje fue pura magia y emoción, me convertí en «la niña» del grupo y cuidábamos todos de todos. Pasar una semana rodeada de personas mayores, es una de las mejores vivencias de mi vida, y recomendaría a todos los jóvenes de cualquier edad, que no se pierdan esa experiencia de vida.
De ellos he aprendido viendo su comportamiento día a día, su compañerismo, su educación, me han enseñado sus valores solamente siendo ellos mismos.
Me han compartido su alegría, sus ganas de vivir, sus proyectos y sus ganas de hacer mucho más por ellos mismos, su familia y el mundo. También me han enseñado la importancia de la Fe y de la creencia en Dios, para afrontar todas las dificultades que la vida nos presenta, y que teniendo el alma cultivada se es mejor persona, se vive más feliz, y se es más agradecido con todo y con todos.
El haber viajado con mis padres, Pepe y Pepa, ha sido algo muy bonito y positivo a nivel familiar, los he visto disfrutar, reír y rejuvenecer, olvidándose por unos días de la vida cotidiana.
Agradezco de manera especial a Mary y Ricardo, no sólo por dejarme ir al viaje sino por confiar en mí y darme siempre su cariño. También a todo mi Grupo por los días tan hermosos y momentos tan divertidos que hemos vivido. A nuestro guía Alberto y al conductor Santiago, por el gran trabajo y esfuerzo realizado. A mis nuevos amigos el P. Facundo desde Jaén, el P. Manolo desde Alicante y el P. Javier desde Soria. Gracias a TODOS, porque para mí ha sido un antes y un después, un reseteo en mi ajetreada vida, un volver a empezar con una nueva actitud más alegre, optimista y mirando la vida de una manera más positiva y cristiana.
Yemina Hernández Varón
Granada,