La cruz de Cristo es revelación. Revela pecado y amor. El pecado del ser humano y el amor de Dios.
¿Cuál es el pecado del ser humano? El pecado original, lo que está en la base y en el origen de todo pecado, es el rechazo de Dios, el preferirse uno a sí mismo prescindiendo de Dios.
Cuando la criatura se considera dios, no sólo equivoca su verdad, sino que también se pierde. Cierto, el ser humano ha sido llamado a ser como Dios, creado a imagen de Dios. Pero sólo puede ser Dios con Dios, sólo puede divinizarse por gracia.
Este pecado original, a saber, el rechazo de Dios, en la Cruz de Cristo se manifiesta como el pecado del mundo. El pecado del mundo es rechazar a Jesús, al enviado de Dios, al perfecto revelador de Dios. La Cruz es ante todo manifestación del pecado del ser humano. Lo que cae sobre Cristo crucificado no es un castigo de Dios, es el pecado de la humanidad. Son los hombres los que rechazan a Jesús.
Pero la Cruz es también manifestación del amor incondicional de Dios. El amor de Dios no está condicionado por nada, ni siquiera por nuestros pecados. Por eso, Dios ama al pecador.
La prueba de que Dios nos ama, dice san Pablo, es que siendo nosotros todavía pecadores, Cristo entregó su vida por nosotros. Dios no nos ama cuando somos buenos, ni cuando nos proponemos ser buenos. Nos ama siempre. Porque su amor es incondicional.
Lo que en la Cruz se revela, junto con el pecado del mundo, es el amor de Dios, más fuerte que el pecado. Y, por tanto, se revela que en la Cruz el pecado ha perdido todo su poder. El pecado nunca resulta vencedor. El mal tiene un límite. El amor no tiene límites.
En la Cruz de Cristo, Dios nos llama a conversión, sigue reclamando nuestro amor. Porque sólo cuando nosotros acogemos su amor puede haber salvación. Ya que la salvación es encuentro. Y no hay encuentro sin reciprocidad.
En la Cruz, Dios sigue llamando, reclamando con más fuerza que nunca, nuestro amor.
La cruz no es el precio que Dios exige para reconciliarse con los humanos, es la suprema manifestación de un amor que, precisamente por ser incondicional, no responde al mal con el mal. Responde con el bien. Lo que en la cruz de Cristo se manifiesta es un amor (el de Dios) más fuerte que el pecado (el de los que crucifican a Jesús).
Martin Gelabert