¿Resulta práctico creer en Dios? Depende. Si así se pretende obtener mejores ingresos económicos, entonces creer en Dios no resulta práctico, porque tales beneficios no dependen de la fe, sino del trabajo que uno hace. ¿Resulta práctico pasar la noche junto a la cama de una persona muy querida que se está muriendo? La respuesta es negativa si por práctico entiendo que este tiempo pasado al lado del enfermo logrará que me aumenten el sueldo. A lo mejor, logra que me lo disminuyan, si al día siguiente no he sido productivo en mi trabajo, por el cansancio acumulado durante la noche. Tampoco resulta práctico para el enfermo acompañarle en silencio, porque para el enfermo es el médico o el enfermero los que resultan prácticos. Más aún, si el enfermo está inconsciente, mi presencia no sirve ni siquiera para entretenerle. O sea, es una verdadera pérdida de tiempo.
Es posible que la fe en Dios o el acompañar a un enfermo no resulten nada prácticos ni productivos. Son hechos gratuitos, que no se pueden medir con criterios económicos. Pero lo gratuito, lo no práctico, lo no funcional, puede llenar de sentido la vida. Porque saberse acompañado por Dios o acompañar a una persona querida llena nuestro corazón de amor. Y la no productividad nos hace comprender que lo más valioso, en términos humanos, es precisamente lo que no tiene precio. Ponerle precio al amor es convertirlo en mercancía que hastía y deja a uno vacío.
Práctico no es lo que sirve para un solo uso inmediato, sino lo que abre posibilidades de futuro. Práctico no es el pescado que doy para remediar el hambre ahora, sino enseñar a pescar, aunque la enseñanza pide tiempo y no da resultados inmediatos. Dar pescado remedia el hambre de un día; enseñar a pescar supone esfuerzo y sacrificio, pero a largo plazo aparecen resultados que no sólo remedían el hambre, sino que hacen que uno se sienta útil, adquiera capacidades para ayudar a los demás y pueda solidarizarse con ellos.
En el terreno pastoral se da la tentación de buscar soluciones hechas porque, para una mirada superficial, resultan muy prácticas. Así, los presbíteros disponen de muchos materiales que les ofrecen homilías. Lo fácil es utilizar esas ofertas, con la homilía hecha, y recitarla de memoria o leerla. Pero eso no es una homilía, eso es leer fríamente un texto para salir del paso. Si, como dice el Papa Francisco, “la homilía es la piedra de toque para evaluar la cercanía y la capacidad de encuentro de un Pastor con su pueblo”, esta cercanía no se consigue a base de la lectura fría de un texto prefabricado. Requiere conocer bien las necesidades, ilusiones y problemas de las personas, y ofrecer una respuesta que tenga en cuenta su situación. Requiere también oración y estudio. La oración y el estudio permiten ofrecer una palabra original para una situación determinada. El estudio nos hace creativos, no repetitivos. “Es Dios, sigue diciendo Francisco, el que quiere llegar a los demás a través del predicador”. Y para eso se requiere una cierta experiencia de Dios y una buena teología, que nos ayuda a hablar de él en distintos contextos culturales.
Martin Gelabert. Blog Nihil Obstat