La necesidad de beber agua y reponer líquidos es exactamente igual en todos los periodos de la vida. Sin embargo, es cierto que, con la edad, se pierde la percepción de sed.
Sencillamente, dejamos de tener de sed. Es por eso que las personas mayores son uno de los colectivos más vulnerables de sufrir deshidratación, no solo en verano.
Cuando somos jóvenes, el organismo ‘nos avisa’ cuando estamos perdiendo líquidos a través de la sensación de sed. El sistema de regulación de la temperatura corporal y del equilibrio hidro-electrolítico encargado de detectar la pérdida y el exceso de líquidos o sales minerales, envía un mensaje al cerebro, y éste, al resto del organismo a través de esa ‘sensación de sed’.
Pero con la edad, ese sistema se ve alterado, se ralentiza y no cumple bien su función. Las personas mayores tardan mucho más tiempo en recibir esa señal y por tanto en ‘sentir sed’. En ocasiones, sencillamente, dejan de sentir la necesidad de beber, aun cuando el proceso de deshidratación ha comenzado.
Este es un problema que, según la Fundación Edad&Vida, también se produce por las dificultades de movilidad o por la presencia de otras enfermedades que pueden hacer que las personas mayores ingieran menos líquido de lo necesario. Además, “los organismos de las personas mayores tienden a perder una proporción de líquido mayor que el resto”. En general un sénior de entre 60 a 80 años tiene un 10% menos de agua sobre el total del peso corporal en comparación con una persona de 30 años.
Tanto la Organización Mundial de la Salud (OMS) como la European Food Safety Authority (EFSA) establecen entre dos litros y dos litros y medio, la ingesta de agua y líquidos que deberíamos tomar al día para mantener un nivel de hidratación adecuado.
Dos litros de agua son 8 vasos de agua aproximadamente. Con esta sencilla comparación, es fácil que cada uno analicemos si bebemos lo suficiente al cabo del día. El 77% de los mayores reconoce que no bebe la cantidad de líquidos que debiera, según datos de la Fundación Edad y Vida.
Es por ello que la comunidad médica recomienda beber sin esperar a tener sed, a lo largo de todo el día. Agua, pero también infusiones, leche, caldos, zumos, etc.
Tal y como sugiere la ‘Guía de buenas prácticas clínicas en Geriatría: alimentación, nutrición e hidratación en adultos y mayores’, de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG), es «muy recomendable» comenzar el día con un vaso de agua de 200 mililitros para facilitar la motilidad intestinal; aumentar la ingesta de líquidos en ambientes calurosos y antes, durante y después de actividad física, además de elegir las bebidas en función del nivel de actividad física, temperatura ambiental, necesidades fisiológicas y estilo de vida.
El 80% del agua recomendada para un día, debe de proceder de las bebidas, incluida el agua, y un 20% de los alimentos. También es importante controlar el aporte de azúcar añadido, apostando por las variedades de bajo contenido en azúcar o sin azúcar, y aumentar el consumo de ciertos alimentos con alto contenido en agua como frutas y verduras (melón, sandía, naranja, pomelo, uva, zanahoria, pepino, etc.) que ayuden a mantener un adecuado nivel de hidratación.
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