Psiquiatría y Espiritualidad

Después de casi dos años, esta pandemia con sus variantes y sus nuevas olas sigue poniendo a prueba nuestra resistencia física y psíquica.

El psiquiatra y profesor asociado de la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard, David H. Rosmarin, publicó  un artículo en Scientific American, “la Psiquiatría necesita estar a bien con Dios”, de gran actualidad en estos nuevos picos de la pandemia, donde desvela unos datos y reflexiones muy interesantes y aboga por una reconciliación de la psiquiatría con la religión y la espiritualidad, lo cual tiene un impacto positivo en la salud mental, algo cada vez más necesario para mantener el ánimo en esta lucha contra la COVID-19.

Según un estudio de la Universidad de Copenhague las búsquedas en Google de la palabra “oración” alcanzaron un nivel sin precedentes en marzo de 2020, se constató que más del 55 % de los estadounidenses oraron por tal fin y que durante el mes siguiente su fe se había visto aumentada. Estos datos son significativos no solo sociológicamente sino también clínicamente, algo que los psiquiatras han ido desechando a lo largo de la historia, sin embargo en Massachusetts, existe un programa piloto que demuestra que prestar atención a la espiritualidad es un aspecto crítico de la salud mental.

En 2017 el doctor Rosmarin y  su equipo multidisciplinario de médicos, investigadores y capellanes sobre salud mental crearon el grupo «Psicoterapia espiritual para tratamiento intensivo, residencial y para pacientes hospitalizados (SPIRIT)» que evaluó a más de 5.000 personas y cuyos resultados sugieren que la psicoterapia espiritual no solo es factible sino muy deseada por los pacientes. Dentro de esta espiritualidad están incluidas las diversas religiones.

«En 2020 la salud mental de los estadounidenses se hundió al punto más bajo de la historia: la incidencia de trastornos mentales aumentó en un 50 por ciento en comparación con antes de la pandemia, el abuso de alcohol y otras sustancias aumentó, y los adultos jóvenes tenían más del doble de probabilidades de considerar seriamente el suicidio que en 2018. Sin embargo, el único grupo que vio mejoras en la salud mental durante el 2020 fue el de aquellos que asistieron a servicios religiosos al menos semanalmente (virtualmente o en persona): el 46 por ciento de ellos informa tener una salud mental «excelente» en la actualidad frente al 42 por ciento hace un año

Sin embargo y aunque el 60 por ciento de los pacientes psiquiátricos quieran hablar de su espiritualidad durante el proceso del tratamiento, los psiquiatras rara vez brindan esa oportunidad. Los esfuerzos actuales para aplanar la curva de salud mental de la COVID-19 han sido casi por completo seculares. De más de 90.000 proyectos activos dentro de los Institutos Nacionales de Salud de EE. UU., menos de 20 mencionan la espiritualidad en cualquier parte en abstracto y solo un proyecto contiene este término en su título, es más, durante un ensayo clínico reciente de un año de SPIRIT  “Más del 90 por ciento de los pacientes informaron haber experimentado algún tipo de beneficio, independientemente de su afiliación religiosa”.

Con todos estos datos, parece claro que la religión y la espiritualidad pueden ser beneficiosas para la salud mental, aunque oficialmente no se reconozca así y la mayoría de los psiquiatras y organizaciones del ramo no lo consideren. No se trata de convertir a nadie, ni de imponer nada, ni que creer en Dios, la religión o la espiritualidad sean una receta. Se trata de abrir la puerta, de aumentar las posibilidades, de incrementar las opciones para que, basados en las investigaciones y en los hechos antes descritos, la ciencia se abra y la exploración científica se concilie con la espiritualidad y se pueda incluir en los tratamientos para mejorar la salud mental. Los pacientes merecen tener esta opción.

Ciertamente, estos datos presentados se basan en investigaciones en EE. UU., no en Europa, pero no parece que hubiesen sido muy diferentes, más bien al contrario, especialmente en Europa occidental, donde hablar de religión y espiritualidad en ambientes científicos y sociales se ha convertido en un verdadero tabú, como si estuviera prohibido hablar de ello.

Como en una guerra, esta lucha contra la pandemia debe considerar todos los recursos a disposición del Estado, todos los medios y aspectos de la ciencia, pero sin cerrar la puerta a la dimensión espiritual de la persona, como factor de equilibrio tan importante en los momentos que vivimos. 

Visto en El Debate, Tribuna de Carlos Alonso Ausin.