SÄLLBO, EL EXPERIMENTO DE VIVIENDA SUECO QUE UNE A MAYORES DE 70 AÑOS, JÓVENES Y REFUGIADOS

Nuevas alternativas de vivienda para mayores

«Aquí nadie se siente solo. Todo el mundo tiene alguien con quien charlar, compartir tiempo o incluso pedir ayuda para montar un mueble de Ikea», explica una de las participantes del proyecto Sällbo, el experimento de convivencia intergeneracional y multicultural surgido en la localidad sueca de Helsinborg, que se ha convertido en un modelo de éxito nacional e internacional. Un total del 51 viviendas de alquiler social en las que conviven personas mayores de 70 años, junto a jóvenes suecos y refugiados de países como Afganistán, donde la socialización es una de las claves.

Una curiosa cláusula en el contrato de alquiler que les obliga a pasar al menos dos horas con sus vecinos en actividades compartidas, es la seña de identidad del proyecto que comenzó en 2019 como incitativa de la empresa municipal de vivienda de la localidad sueca, Helsingborgshem, para combatir la soledad de los mayores y mejorar la integración entre diferentes colectivos sociales y que ahora ha adquirido una nueva dimensión.

Desde entonces, Sällbo ha conseguido superar la pandemia del coronavirus, atar lazos entre sus grupos de convivencia y sobre todo convencer a sus inquilinos sobre esta nueva forma de vida. «Estamos muy contentos porque casi todos los que empezaron este experimento hace tres años, han decidido continuar en él –sobre todo los mayores– y han firmado para 2023 sus nuevos contratos permanentes de alquiler», explica a 65YMÁS Dragana Curovic, responsable e impulsora del proyecto. «Cuando llegamos a cierta edad nos sentimos muy solos. Está bien encontrar un lugar así», reconoce uno de los veteranos inquilinos.

El germen del proyecto

Basado en la receta de ofrecer una vivienda en alquiler a precios razonables –entre 400 y 500 euros–, favorecer la convivencia y la inclusión entre diferentes colectivos, así como crear espacios compartidos de socialización se creó la iniciativa Sällbo, que viene de la unión de las palabras compañerismo (sällskap) y vivir (bo) en sueco. «La idea inicial surgió a raíz de la rehabilitación de una antigua residencia de mayores, que quisimos reconvertir en un espacio de inclusión bajo el concepto de nuevas formas de vida», nos cuenta Curovic.

«Pero entonces pasó algo. Comenzó la crisis migratoria de refugiados y el ayuntamiento nos pidió un espacio para alojarlos, por lo que vimos la oportunidad de aunar todos los objetivos: ofrecer un espacio de convivencia intergeneracional, combatir la soledad de los mayores y contribuir a la integración de diferentes grupos sociales en un mismo espacio», relata la impulsora del proyecto, quien nos reconoce que tras algunos prejuicios y obstáculos iniciales, encontraron la manera conectar. «Los jóvenes suecos de entre 18 y 25 años han sido clave para tender puentes entre las diferentes generaciones y culturas».

«Como una familia» tras el Covid

Por si fuera poco, a los meses de iniciar el proyecto, en noviembre de 2019, estalló la pandemia. «Todas las actividades que habíamos creado conjuntamente para socializar, como el gimnasio, la sala de yoga o de juegos se paralizaron durante los primeros meses para que no se produjesen contagios», explica la experta en inserción social. Pero según relata esta circunstancia de aislamiento, dio una nueva dimensión al proyecto que incluía un 60% de mayores y un 40% de jóvenes, incluidos los refugiados.

Al poco tiempo los inquilinos «empezaron a verse entre ellos como familia». Según relatan, el intercambio fue más allá de lo que podían aportar mayores y jóvenes en cuanto a conocimientos de historia o tecnología, sino que se empezaron a ayudar mutuamente. «Un ejemplo de ello es que los jóvenes refugiados terminaron el confinamiento sabiendo mucho más del idioma sueco y los mayores mejoraron enormemente sus habilidades digitales», cuenta Curovic.

Efectos sobre la salud física y mental de mayores y jóvenes

Entre las lecciones aprendidas del proyecto, que ahora pretende servir de modelo para otras iniciativas, sus impulsores destacan que los inquilinos valoran especialmente el no sentirse solos nunca más. «La gente mayor nos confesaba al principio del proyecto que aunque tenían familia, pasaban la mayor parte del tiempo de la semana solos. En Sällbo esto ya no pasa más. Todo el que quiera compartir un juego o un rato de charla, solo tiene que salir a los espacios comunes».

También los sorprendentes efectos sobre la salud física y mental de jóvenes y mayores. «Una de las inquilinas mayores entró en silla de ruedas y un día la ví sin muletas llevando ropa a la lavandería. Me dijo que se sentía bien, animada y con fuerza y que eso le había permitido levantarse de la silla. Es uno de los resultados de combatir la soledad no deseada», cuenta Curovic.

Pero la impulsora del proyecto defiende además, que los jóvenes, especialmente los refugiados, han salido también reforzados de esta experiencia conjunta. «Muchos ya tienen trabajo, son valorados en la comunidad y van adaptándose cada vez mejor». Por último, el grupo de jóvenes suecos también aseguran haber aprendido mucho durante estos años, sobre todo de la experiencia de los mayores y de ser un punto de unión con culturas diferentes.

Leído en 65 y más por Marta Jurado