YO NO SOY IMPRESCINDIBLE

Ni yo ni nadie. Sin embargo, lo que yo, y solo yo, puedo hacer, si no lo hago yo, quedará sin ser hecho. Otros harán otras cosas, de mejor o peor manera, pero no será lo que yo podía hacer.

Vaya comienzo para animar la lectura de esta colaboración en prensa…

Pero hemos de superar esas dos enfermas posturas de considerar o que nadie me puede suplir o que ya otro vendrá y lo hará. La comprensión de que sin mí la realidad es un caos informe, o mi falta de compromiso absoluto. Ya decía Aristóteles que la virtud mediaba los extremos viciosos. En el centro está la virtud. Yo soy importante, pero no soy imprescindible.

Esto es bueno tenerlo en cuenta en vísperas de comicios electorales, o en el seno de las cofradías y hermandades que, al finalizar la Semana Santa, suelen reunir sus asambleas generales para renovar los cargos directivos. Nadie es imprescindible y, sin embargo, todos somos importantes y no debemos hacer dejación de nuestro compromiso personal en la dirección debida del bien de las instituciones a las que prestamos nuestro servicio.

Personalmente, durante mucho tiempo, he padecido esta enfermedad. Ese mal que impide una adecuada capacidad de trabajo en equipo. Una incapacidad para reconocer que los demás pueden hacer las cosas distintas y mejores que yo. Y, cuando uno va viendo que otros sustituyen tu tarea y las cosas siguen funcionando, que otros lo hace de manera diferente y las cosas siguen funcionando, no le queda a uno más remedio que agachar la cabeza y decirse a sí mismo: “No eras imprescindible”.

Gracias a esta certeza adquirida a golpe de experiencia uno puede morir en paz. El mundo no se para cuando yo no esté. Detrás de mí otros vendrán que llevarán adelante lo que yo intenté. Un sano realismo que nace de una conciencia de la temporalidad. Una borrachera de necesario realismo. Una copa de sabiduría.

Fernando Sebastián Aguilar fue un arzobispo de gran relevancia en la historia de la Iglesia en España durante el último cuarto del siglo XX. Su extraordinaria labor en la Transición española está aún por historiar. En un arrebato de sinceridad dijo, en una ocasión, que cualquier partido político que se presenta y gestiona durante un tiempo la vida social no deja de ser una anécdota en la historia de la Iglesia. O dicho de otro modo, no nos debemos dejar envolver por situaciones que consideramos esenciales, porque en la larga marcha de la Iglesia en el tiempo situaciones aparentemente básicas, cambiaron y no ocurrió nada.

La historia es maestra de que somos eslabones sencillos en la cadena de la evolución de la vida social y en el desarrollo de la actividad eclesial. La grandeza solo ocurre cuando la obra es colectiva, cuando vivimos y pensamos a hombros de otros. Somos receptores y puentes de contacto con otros posteriores a quienes le entregamos lo recibido con nuestra peculiar forma de entrega. Necesarios e importantes, más no imprescindibles.

Juan Pedro Rivero González