Meditaciones Jose Pedro Carrero
16 de noviembre, 2020
Cardenal Omella: “La Iglesia debe comprometer todas sus energías en crear esperanza”
Esta tarde del 16 de noviembre ha dado comienzo en la sede de la Conferencia Episcopal Española la Asamblea de los obispos, quienes van a participar en esta reunión hasta el próximo viernes algunos presencialmente y otros por modalidad online, debido a las restricciones sanitarias derivadas de la pandemia.
A esta novedad se suma también el hecho de que el arzobispo de Barcelona, cardenal Juan José Omella, haya inaugurado esta Asamblea Plenaria pronunciado el discurso de apertura, como resultado de ser elegido presidente de la Conferencia Episcopal en la anterior Asamblea de los obispos, celebrada el pasado mes de marzo.
El cardenal ha presentado su discurso con el título “Renacer entre todos”. Tras su lectura, y ante la situación grave que padecemos en nuestros días, el presidente de los obispos propone a cada uno «aportar lo mejor de nosotros mismos para el bien de toda la humanidad».
La pandemia derivada de la Covid-19; las consecuencias sociales y económicas que se derivan; las tensiones políticas que se presentan; el clamor por un Pacto educativo en España; la defensa de la dignidad incondicional de cada ser humano; la atención a los migrantes; el llamamiento a la sociedad civil; y así como el compromiso por parte la Iglesia de acercarse a las periferias sociales y existenciales para anunciar el Evangelio son algunos de los asuntos más destacados del discurso inaugural que se ha escuchado en esta Asamblea.
Para el presidente de los obispos españoles, “la Iglesia debe comprometer todas sus energías en crear esperanza”. Sin olvidar además, señala el cardenal Omella, que también “la caridad eclesial no puede ni debe detenerse”, ya que la Iglesia tiene en su centro de atención a la persona.
A continuación se ofrece algunos extractos del discurso pronunciado por el cardenal Juan José Omella durante la apertura de la Asamblea de los obispos, que ha estado inspirado en todo momento por el deseo de hermandad, recurriendo a su vez a una disposición de concordia a la hora de abordar los asuntos públicos.
Impacto de la Covid-19
Este coronavirus ha provocado un tornado que, si por un lado, está catalizando todos los males de nuestra época, por otro lado también está provocando la activación de multitud de fuerzas tendentes al bien, que queremos alentar y favorecer vengan de donde vengan, pues, como dijo Jesús: «El que no está contra nosotros está a favor nuestro» (Mc 9, 40).
La COVID-19 nos ha conmovido especialmente con las heridas y esquinas que permanecen oscuras en nuestra sociedad. Nos ha hecho mirar superando la invisibilidad y la ceguera. Es muy importante que la pandemia siga abriendo nuestros ojos y nuestros corazones a las personas sin hogar, a quienes sufren soledad, a los inmigrantes y refugiados varados en las fronteras, a las mujeres víctimas de trata y prostituidas, a las personas que están en prisión, en alojamientos colectivos… Por muy intenso que esté siendo el dolor en nuestro país, deseamos seguir atentos y comprometidos con los lugares de la Tierra donde más se está sufriendo esta y otras pandemias como la violencia, el hambre, el racismo o la destrucción forestal de la Amazonía.
Gratitud
Valoramos el gran esfuerzo y buena voluntad de todas las instituciones que han trabajado incansablemente por el bien de todos los ciudadanos. Humildemente debemos reconocer y agradecer también la labor de las instituciones de la Iglesia durante este tiempo convulso que estamos padeciendo. La Iglesia ha cooperado y sigue cooperando con las instituciones públicas y privadas en todo lo que se nos ha solicitado y en lo que estaba en nuestras manos dar y hacer.
La Iglesia ha multiplicado exponencialmente su atención a las personas y a las familias vulnerables a través de Cáritas y de la numerosa red de entidades impulsadas por todo tipo de instituciones y comunidades cristianas.
No podemos ocultar nuestro dolor ante la imposibilidad de atender a muchos pacientes durante la enfermedad y, particularmente, en los últimos momentos de su vida, por la escasez de material de protección. Confiamos en que se haya aprendido de la situación y, de ahora en adelante, se reconozca la importancia del acompañamiento o asistencia espiritual durante la enfermedad. Sabemos que no se puede imponer, pero creemos que no se puede impedir. El derecho a recibir una atención espiritual es un derecho humano que no se puede vulnerar.
Ante el sufrimiento que ha quedado en el corazón de aquellos que han visto cómo sus seres queridos morían solos, los pastores y todos los cristianos estamos llamados a ser buenos samaritanos que pongan en el centro de su corazón el rostro del hermano en dificultad, que sepan ver su necesidad y que le ofrezcan todo el bien necesario para levantarlo de la herida de la desolación y abrir en su corazón espacios luminosos de esperanza.
Esperanza y autoestima
España está sufriendo la pandemia con una especial intensidad, particularmente durante el comienzo de la llamada segunda ola, y se agudizan todos los problemas. Es de tal envergadura el trauma que está impactando sobre todos nosotros y tal el espectáculo del enfrentamiento casi continuo de los líderes políticos, que corremos el riesgo de dar pábulo a la desesperanza, alimentar una mirada excesivamente negativa sobre nosotros como país, hundir nuestra autoestima colectiva, dejarnos vencer por el pesimismo e incluso caer en la depresión cultural, hasta el punto de creer que somos incapaces de superar esta crisis y vernos como una sociedad sin futuro. En estos momentos es importante no sembrar la desesperanza y no suscitar la desconfianza constante, aunque se disfrace detrás de la defensa de algunos valores (cf. FT, n. 15).
La Iglesia debe comprometer todas sus energías en crear esperanza.
Tenemos que esperar y suscitar con confianza lo mejor de nosotros mismos y de los demás. Especialmente, debemos animar a los jóvenes, que están sufriendo una importante quiebra de sus proyectos de futuro y no tienen todavía la perspectiva histórica de haber vivido otras duras crisis que hemos logrado superar.
Por mucho que las malas noticias destaquen y se acumulen, debemos ser un pueblo de esperanza que «eleva el espíritu hacia las cosas grandes» y «se abre a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna» (FT, n. 55). El que se ha equivocado, que pida perdón. El que ha caído en la corrupción que devuelva lo robado. En nuestro país debe haber espacio y tiempo para el arrepentimiento y para el perdón.
Recordemos que el juicio de cada uno solo corresponde a Dios. Es momento para pedir al Padre que nos conceda la virtud teologal de la esperanza que sabe mirar en profundidad, que sabe descubrir en las pequeñas cosas que la bondad siempre llega más lejos que cualquier mal, que la verdad es más profunda que la mentira y que la belleza siempre es mayor que el horror. Imploro el don de una esperanza concreta que reconozca y dé valor a todo lo positivo que emerge en la vida de cada persona, de cada familia y de la sociedad en su conjunto.
Tensiones
Dada la situación de emergencia nacional y mundial, deberíamos evitar tensionar más la sociedad política con cuestiones que no sean prioritarias o que requieran de un debate sereno y profundo.
La mejora de nuestras instituciones no pasa por el «borrón y cuenta nueva», ni por el romper radicalmente el consenso, sino por trabajar unidos para mejorar y potenciar el actual sistema democrático. Se trata de acoger todo lo bueno que hay en ellas y mejorar o corregir todos sus fallos y limitaciones.
Hoy es una urgencia generar espacios y actitudes de reencuentro. Hablar de «cultura del encuentro significa que como pueblo nos apasiona intentar encontrarnos, buscar puntos de contacto, tender puentes, proyectar algo que incluya a todos» (FT, n. 216).
La tarea de reducir la crispación y de promover la cultura del encuentro no solo corresponde a los medios de comunicación y a las figuras públicas, sino también a cada uno de nosotros. Lo podemos hacer en nuestros contextos diarios, en las conversaciones, en las redes sociales, en la formación de los niños y jóvenes, en los mensajes que ponemos en circulación en la sociedad.
Una economía más humana
Sabemos que el mayor daño que está sufriendo la economía española en comparación con otras se debe también a la existencia de carencias previas que padecíamos y que han acentuado gravemente el efecto del parón de la actividad.
En su conjunto, necesitamos, por un lado, promover un mercado laboral digno que permita conciliar la vida familiar con la vida laboral, ya que toda medida tendente a proteger la estabilidad de la vida familiar acaba beneficiando económica y socialmente a todos.
Si la sociedad en su conjunto está sufriendo, esa fragilidad se multiplica entre las personas y familias que están en situación de exclusión o al borde de la misma por el desempleo.
Ante la peor recesión económica desde la II guerra mundial, la reacción de la Iglesia ha sido y es salir al rescate con todos los medios a su alcance, redoblando todos sus esfuerzos y empleando todos los recursos disponibles.
La caridad eclesial no puede ni debe detenerse.
Es un momento en el que tenemos que estar presentes más que nunca al lado de los más necesitados, todo ello en la línea de lo afirmado en la instrucción pastoral Iglesia, servidora de los pobres (24.IV.2015)
Mejorar la cultura política y pública
Son muchas las personas que manifiestan su descontento con una forma de hacer política y con la manera que se está llevando a cabo la gestión de la cosa pública.
Administración pública y sociedad civil hemos de resolver conjuntamente la dramática situación ante la que nos encontramos. Políticos y gestores públicos necesitan nuestra colaboración para la consecución del bien común.
Es por ello que hacemos una llamada a potenciar nuestra sociedad civil que, lamentablemente, sigue siendo muy pobre.
Solo la concordia, el consenso y la cooperación nos hacen crecer como país. Necesitamos más que nunca de su liderazgo y de su testimonio.
Pacto educativo
La labor de la Iglesia en el ámbito educativo es relevante. No solo atiende a casi dos millones de familias -muchas de ellas en los enclaves más pobres y populares de nuestra sociedad-, sino que además promueve proyectos de investigación, innovación y desarrollo para el conjunto de profesores y centros del sistema educativo. A este servicio de educación reglada se une la acción social de una multitud de entidades de educación en el ocio y en el tiempo libre de inspiración cristiana que, fuera del horario escolar, trabajan para fomentar la equidad, la formación a menores vulnerables y el desarrollo humano e integral de cada persona. En el episodio de grave crisis social que atravesamos, sabemos que debemos intensificar nuestro compromiso educativo, especialmente allí donde más se sufre.
El clamor de la inmensa mayoría de la sociedad por un Pacto educativo en España, que sea a largo plazo y que incorpore a todas las fuerzas políticas y también a las entidades civiles y religiosas activas en el campo de la educación, no ha cesado de crecer. Sería conveniente que de este pacto educativo pudiera concretarse una ley sólida que no sea objeto de debate con cada cambio de color político en el Gobierno.
La Iglesia y todas sus instituciones educativas se suman a este Pacto Educativo Global propuesto por el papa Francisco con el fin de formar personas capaces de amar y ser amadas, dispuestas a ponerse al servicio de la comunidad.
Por eso lamentamos profundamente todos los obstáculos y trabas que se quieren imponer a la acción de las instituciones católicas concertadas. Nuevamente insistimos que no es el momento de poner trabas, de enfrentar instituciones públicas y privadas, sino de trabajar conjuntamente, de cooperar de forma eficaz y eficiente para ofrecer una educación adecuada a todos los niños, adolescentes y jóvenes de nuestro país, respetando en todo momento el derecho constitucional de los padres y madres a escoger libremente el centro y el modelo educativo para sus hijos —en consonancia a su conciencia, identidad y tradiciones—, y asegurando siempre el derecho constitucional a la libre iniciativa privada.
Consideramos que, siempre y cuando se actualicen correctamente y se garanticen las necesidades económicas para una buena prestación del servicio educativo, la fórmula de la concertación pública como mecanismo de financiación de la educación general sigue siendo plenamente válida y útil para que se dé la participación plural, la diversidad que enriquece a la sociedad y la implicación de la ciudadanía en la consecución del bien común. También creemos que se pueden valorar otras medidas interesantes adoptadas en países de nuestro entorno europeo (como es el caso del “bono escolar”) con el fin de garantizar los derechos constitucionalmente reconocidos a los padres y a la libre iniciativa privada.
Por último, y en la senda del Pacto Educativo Global promovido por el papa Francisco, nuestro empeño se concentra en poner a la persona en el centro, garantizando una educación integral de la misma en todas sus dimensiones —humana, relacional, psicológico-intelectual y espiritual—.
Defensa de una vida digna y justa
Esta pandemia nos está empujando a recuperar el valor de la vida y, de una manera particular, la de nuestros mayores y la de las personas que viven con más soledad y aislamiento. Hemos tomado conciencia de la importancia de cultivar sus relaciones humanas y familiares para proteger su salud y sus ganas de vivir.
Ante el sufrimiento que derriba a las personas, algunos proponen la eutanasia como solución. Nosotros, ante este grave dolor humano, apostamos por una cura integral de las personas que trabaje todas sus dimensiones: médica, espiritual, relacional y psicológica.
La sociedad, en su conjunto, debe promover una ética del cuidado y del reconocimiento personal, no legislaciones y lógicas superficiales e individualistas que extiendan la cultura de la muerte y fomenten el subjetivismo moral.
Queremos, pues, renovar nuestro compromiso irrenunciable con la defensa de la dignidad incondicional de cada ser humano desde el momento de su concepción y con un morir digno en que la vida sea plenamente humana y pacífica hasta el final, excluyendo tanto la anticipación de la muerte como su retraso mediante el ensañamiento terapéutico. La comunidad cristiana quiere cooperar con todos para construir esa sociedad de los cuidados a los más vulnerables.
Migrantes
La encíclica Fratelli tutti que estas semanas estamos acogiendo e interiorizando nos propone que amemos a nuestros hermanos más allá de las fronteras geográficas y existenciales. El papa nos señala con especial insistencia el riesgo que amenaza a las personas migrantes y que parece haber cuajado en ideologías xenófobas que ceden a «la tentación de hacer una cultura de muros» (FT, n. 27).
Nuestros esfuerzos ante las personas migrantes que llegan pueden resumirse en cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar (FT, n. 129).
Redescubrir lo esencial
La suma de ambas crisis, la financiera del 2008 y la provocada por la pandemia, está afectando seriamente a nuestro estado de ánimo y está provocando en no pocas personas una crisis existencial ante la que están aflorando las grandes preguntas del ser humano sobre el sentido y el modo de vida que llevamos, así como las preguntas sobre el origen y el destino de nuestra existencia. Este tiempo está provocando una búsqueda existencial y espiritual que nos ayude a ser más humanos y a vivir reconciliados con nosotros mismos, con los demás, con la creación y con Dios. El papa en Fratelli tutti recoge bien esta experiencia mundial: El dolor, la incertidumbre, el temor y la conciencia de los propios límites que despertó la pandemia, hacen resonar el llamado a repensar nuestros estilos de vida, nuestras relaciones, la organización de nuestras sociedades y sobre todo el sentido de nuestra existencia (FT, n. 33).
Como toda la humanidad, también la Iglesia está inmersa en un proceso de examen ante esta pandemia y sus males. Necesitamos mejorar nuestra actitud de servicio, intensificar nuestro compromiso de salida a las periferias sociales y existenciales, y anunciar el mayor tesoro que hemos recibido: la alegría del Evangelio. A ello queremos dedicar nuestras energías y suplicamos la asistencia de la Gracia que active lo mejor de nosotros mismos en favor del bien de todos.
El Congreso de Laicos, que celebramos pocos días antes de la pandemia, nos marca el camino para que la Iglesia en España siga anunciando el mensaje de esperanza y de amor que Cristo trajo al mundo.
Un deseo mundial de hermandad
Hoy nos encontramos en una grave situación de la que saldremos si aprendemos a acoger al Espíritu de Dios, si nos disponemos a acoger y seguir sus inspiraciones. Si seguimos sus consejos, renaceremos juntos, y pondremos cada uno lo mejor de nosotros mismos para el bien de toda la humanidad.
En el nombre del Señor, la Iglesia que peregrina en las diócesis de España recuerda que es necesario nacer de un nuevo espíritu, del Espíritu del cual manan la fraternidad y el amor, del Espíritu de Dios.
Precisamente, la encíclica que acabamos de recibir del papa Francisco y que nos ha acompañado a lo largo de este discurso nos invita a ello cuando dice: «Anhelo que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre todos, un deseo mundial de hermandad» (FT, n. 8).