Es la encargada de traer a «nuestra cabeza» los recuerdos y ocupa un lugar primordial en el sistema cognitivo pero … ¿qué más?
La memoria es una de las funciones cognitivas -es decir, que permite adquirir conocimientos- del cerebro. Se trata de una función que, como el lenguaje, la atención, el razonamiento y la lógica, sirve para organizar nuestras relaciones con el mundo exterior.
Para qué sirve la memoria
La memoria permite adquirir informaciones, almacenarlas y, posteriormente, reutilizarlas. Durante la etapa que media entre la adquisición de la información y su almacenamiento, se forman trazos mnésicos que pueden permanecer en la memoria el mayor tiempo posible y ser evocados y reutilizados fácilmente más adelante.
TIPOS DE MEMORIA
La memoria declarativa es aquella en la que se almacena información de hechos que suceden o aprendes a lo largo de tu vida.
La memoria declarativa se compone tanto de recuerdos personales como de hechos o conocimientos adquiridos. Los acontecimientos que nos resultan personales tienen la característica de que se viven una sola vez, en un tiempo y un espacio dados: lo que hicimos ayer o lo que ocurrió durante las últimas vacaciones… Por eso, la memoria de nuestra historia personal se denomina episódica, para distinguirla de la memoria semántica o cultural, relativa a los conocimientos adquiridos, que pueden repetirse varias veces.
Por ejemplo, todos sabemos que Roma es la capital de Italia, pero ¿quién recuerda el momento preciso o el lugar en el que adquirió esa información? Sería difícil olvidarlo, por supuesto, si, por una desafortunada casualidad, al salir de la clase en la que se ha aprendido que la capital de Italia es Roma, uno se cayese y se rompiese un brazo. Esto evidencia que la memoria semántica puede interferir con la memoria episódica.
La memoria procedimental guarda información sobre procedimientos de nuestras interacciones con el entorno que nos rodea.
La memoria procedimental es un tipo de memoria que nos permite aprender a montar en bicicleta, a patinar o a jugar al tenis… El hecho de que un hombre pueda afeitarse o anudarse la corbata sin necesidad de mirarse al espejo también tiene que ver con la memoria procedimental: con el tiempo, sin que seamos conscientes de ello, el recuerdo del encadenamiento de gestos se fija en determinadas zonas del cerebro completamente distintas a las zonas que rigen la memoria declarativa.
Hay otros procesos que también forman parte de la memoria procedimental: los procesos estratégicos, es decir, las formas de resolver tal o cual problema. Por ejemplo, aprender a jugar al mus o al ajedrez no consiste exclusivamente en aprender las reglas, sino también en memorizar y poner en práctica automáticamente determinados comportamientos: según las situaciones, se actúa de una u otra manera.
Cuando hablamos de memoria emocional, estamos haciendo referencia al sistema que nos ayuda a fijar los recuerdos a partir de las emociones.
El sistema de la memoria emocional funciona en estrecha relación con los otros dos (memoria procedimental y memoria declarativa), particularmente con el de la memoria declarativa. Nos ayuda a fijar nuestros recuerdos etiquetándolos de acuerdo con nuestras emociones: cuando algo nos conmueve, nos hace reír o nos produce placer somos capaces de recordarlo más fácilmente.
A menudo se dice que un niño no tiene recuerdos antes de los 3 años. A esa edad se tienen, es cierto, muy pocos recuerdos personales. Pero ello no significa que el niño no tenga memoria. De hecho, durante esos pocos años, su memoria procedimental ha estado funcionando incansablemente: ha aprendido a dirigir la cabeza, a sentarse, a coger cosas con las manos, a caminar, etc. Y otro tanto puede decirse de su memoria cultural, ya que ha aprendido a hablar, y el lenguaje es una adquisición cultural que comparte todo el mundo. Además, el niño utiliza su memoria emocional, ya que reconoce caras, voces, olores, los sabores que le gustan, los que le disgustan…
LA MEMORIA DE LOS SENTIDOS
Percibimos a través de los sentidos y esta percepción, ya tamizada, es la que queda en nuestra memoria, ¿cómo influyen, por tanto los sentidos en nuestra vida?
Cada una de nuestras percepciones provoca sensaciones que analizamos y frente a las cuales reaccionamos de una u otra forma. En principio, todos tenemos las mismas posibilidades sensoriales, pero cada uno, según lo que haya percibido y sentido, construye una imagen de sí mismo que le va a acompañar en la memoria durante toda la existencia y que determinará sus actitudes y relaciones con el mundo exterior.
Por ejemplo, el olor de las rosas nos puede gustar o desagradar; los pimientos nos pueden entusiasmar o producir alergia; el sonido del clavecín, relajarnos o irritarnos; el tacto de un melocotón, producirnos placer o darnos dentera; la imagen de una serpiente, fascinarnos o aterrorizarnos…
De hecho, la memoria de los sentidos maneja nuestras impresiones, nuestros actos y decisiones cotidianas. Lo inquietante es que no siempre somos conscientes de ello, debido a que hemos olvidado la percepción inicial: imaginemos que un día, en nuestra primera infancia, alguien nos obligó a subir a lo alto de una escalinata muy empinada; tal vez ya no nos acordemos de aquel episodio, pero es muy posible que, durante toda la vida, sin saber por qué, sintamos una aprensión pasajera cuando estemos en lo alto de una escalera.
¿Es fácil hablar de la preocupación por la memoria?
Llega una edad en la que hablar de problemas de memoria nos puede resultar complicado porque parece un signo de envejecimiento pero, ¿realmente es así?
Cuanto mayor es la ansiedad, más difícil resulta exteriorizarla. Contar incidentes sin importancia, como perder las gafas o el monedero, es relativamente fácil, aunque a veces se puede tener miedo a parecer ridículo. Hablar sobre otros resulta más embarazoso porque preocupan aún más: perderse en la calle, coger el autobús o el metro en la dirección equivocada, confundir los nombres de los nietos u oírse a uno mismo decir que «estamos perdiendo los papeles» puede llegar a aterrorizarnos.
A veces, en los grupos de trabajo sobre la memoria, hay participantes que aseguran no tener ningún problema en particular, pero luego, en un aparte, se confían al animador: «No me he atrevido a decirlo, pero me pasó tal cosa… creo que estoy perdiendo facultades…». En todos los casos, la persona sufre y nunca es fácil exteriorizar el sufrimiento. Hacen falta tiempo y valor.
¿Cómo se puede ayudar a una persona a precisar cuál es su problema de memoria?
Psicólogos, psiquiatras, neurólogos, terapeutas ocupacionales, trabajadores sociales… Son muchos los profesionales que pueden hacer una evaluación sobre tu memoria. Pero tú también puedes ayudar a orientar y a tranquilizar a una persona que haya sufrido un lapsus de memoria.
Lo más frecuente es que sea suficiente con que una persona exprese su preocupación para dar con una explicación que la tranquilice. Una señora que había sido modista contaba: «No me acuerdo nunca de las cifras, no puedo con ellas…». Y añadía: «Aunque, en el fondo, me doy cuenta de que siempre ha sido así. Los números nunca han sido mi fuerte…».
Preguntar a la gente sobre las circunstancias de sus olvidos permite indagar sobre su causa profunda. Una jubilada de banca se quejaba de que con frecuencia se olvidaba de sus citas. ¿De todas? ¿Cuándo le pasó por última vez? Al hacerle estas preguntas, se daba cuenta de que sus lapsus de memoria eran muy selectivos: ¡no se acordaba de ir al dentista, al que tenía terror desde niña, pero sí de su hora en la peluquería o de ir de compras con una amiga!
El método es el mismo con quien se queja de haberse perdido en la calle: ¿le ocurre con frecuencia? ¿Fue en un barrio conocido? ¿Hubo interferencias de elementos perturbadores externos tales como ruidos u obras, o internos (cansancio, preocupación)? ¿Tiene buen sentido de la orientación? Se trata, por lo tanto, de recurrir a la historia de la propia persona para ayudarla a tomar conciencia de la relación que ha tenido siempre con su memoria: ¿en qué cree que falla? ¿Qué ventajas espera de una memoria mejor? ¿Tiene las mismas quejas acerca de otros sentidos, como la vista o el oído? ¿Cómo estimula cada día su memoria?
¿Son las mujeres las más despistadas? ¿O quizá son los hombres los que siempre se olvidan de todo? ¿Hay diferencias de género en los olvidos?
¡Las quejas sobre la memoria no están relacionadas con el sexo! El problema inquieta por igual a hombres y mujeres, y lo manifiestan con idénticas palabras.
En general, los especialistas señalan que las mujeres tienen más facilidad que los hombres para hablar de sus dificultades y de sus temores. Ellos necesitan más tiempo para sentirse en confianza, para expresarse sin temor a ser juzgados, como se aprecia fácilmente en las sesiones de grupo que se organizan en torno al tema de la memoria.
Tras una ronda inicial en la que cada participante se presenta a los demás, el animador de la reunión suele pedir a cada uno de los presentes que exponga sus problemas de memoria. Es frecuente que los hombres empiecen afirmando que ellos no tienen ninguno o casi ninguno; que han acudido a la reunión para acompañar a sus esposas… Pero, al poco tiempo, a fuerza de escuchar a los demás, se dan cuenta de que ellos no son diferentes y de que tienen las mismas dificultades que los otros.
¿Quién no tiene problemas de memoria? Extraviar las llaves o las gafas, tener una palabra «en la punta de la lengua», buscar desesperadamente un nombre, entrar a una habitación y no saber a qué se ha ido allí… Le pasa a todo el mundo, y no es un problema de la edad. Sin embargo, en determinados momentos de nuestra vida, esos pequeños problemas nos afectan más.
¿Quién se queja de su memoria?
¡Prácticamente todo el mundo! O, por lo menos, el 90 % de las personas, en algún momento determinado, se quejan o se preocupan por su memoria, cualquiera que sea su ocupación o su nivel cultural. Sin embargo, hay momentos en la vida en que este temor adquiere mayor relevancia.
En la mayoría de los casos, la inquietud se basa en hechos banales de la vida cotidiana: «No consigo relacionar un nombre con una cara… Ya no recuerdo los números de teléfono…». En este último caso, sin embargo, suele suceder que la persona en cuestión sí es capaz de recordar los números que son más importantes para su vida afectiva y social: recuerda perfectamente, por ejemplo, los teléfonos de sus hijos, de sus amigos o el del médico. Otros grandes clásicos: «Pierdo constantemente las llaves… Nunca sé dónde dejo las gafas… Olvido los títulos de las películas y de los libros y, cuando intento recordarlos, me vienen a la memoria en mitad de la noche y me despierto…».
Juegos y ejercicios de memoria
Ejercitar nuestra memoria debería ser una obligación para todos nosotros, sobre todo una vez sobrepasada la barrera de los 50 años. Mantener nuestro cerebro activo y nuestra memoria despierta puede servirnos de mucha ayuda en nuestro día y sobre todo para reducir el riesgo de padecer enfermedades degenerativas relacionadas con la memoria.
Las sopas de letras, los crucigramas, recordar y cantar canciones de toda la vida, las oraciones de cuando éramos niños, los sudokus, jugar a cartas, domino, adivinar palabras, ver revistas y recordar los nombres de los personajes….etc. son juegos que tenemos todos a nuestro alcance para poder activar nuestra mente y por tanto cuidar nuestra memoria, nunca es tarde.
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