El Papa Francisco ha querido que 2024 sea un año dedicado a la Oración para la preparación del Jubileo de 2025. Este año comenzó el pasado 21 de enero, domingo de la Palabra de Dios. Según señaló, “me alegra pensar que el año 2024, que precede al acontecimiento del Jubileo, pueda dedicarse a una gran “sinfonía” de oración; ante todo, para recuperar el deseo de estar en la presencia del Señor, de escucharlo y adorarlo”. Las diócesis, las congregaciones religiosas y todas las instituciones de la Iglesia están invitadas a promover la centralidad de la oración individual y comunitaria.
El Dicasterio para la Nueva evangelización junto a la Conferencia Episcopal Española y la editorial BAC ofrecen para potenciar la experiencia de la oración los Apuntes sobre la oración. Ocho cuadernos que se publicarán cada mes junto con material preparado para su utilización y su difusión.
En el mes de Julio el cuaderno se ocupa de “las parábolas en la oración”.
¡Jesús enseñó a orar orando! Es el núcleo esencial de su enseñanza sobre la oración. Con las parábolas sobre la oración Jesús muestra cinco aspectos esenciales en la oración del cristiano.
En la parábola del amigo inoportuno que pide pan para una visita, Jesús enseña a pasar de una oración dictada por la urgencia o la necesidad a una generada por el Espíritu Santo. Con el Espíritu, el Padre da a cada discípulo lo que es necesario para él. La oración es como el pan necesario entregado por el Padre a sus propios hijos.
En la del Hijo pródigo, Jesús enseña que Dios es siempre un padre que busca a sus hijos. Con su misericordia repara la dignidad del hijo pequeño, y al hijo mayor le restablece en su fraternidad. No podemos invocar a Dios como padre si no reconocemos en el otro a nuestro hermano.
En la parábola de la viuda y del juez descreído Jesús nos muestra que la petición de no caer en la tentación está ilustrada por la fe perseverante o constante de la viuda. En las dificultades, la tentación de la fe nos obliga a la perseverancia en la oración.
La parábola del fariseo y del publicano en el templo compara dos tipos de oración. Por una parte, la oración arrogante y narcisista en exceso del fariseo; por la otra, la oración humilde del publicano. La inflexión de la situación demuestra que Dios justifica o santifica al publicano y no al fariseo.
Por último, la breve e incisiva parábola de la higuera que florece cierra las parábolas sobre la oración. La oración llega a su plena maduración cuando por medio de la vigilancia permite al discípulo reconocer los signos de los tiempos o del reino de Dios que se acerca.
La oración es más necesaria que nunca. Por eso, no es casual que en esta última parábola se insista en la vigilancia abierta a la esperanza, en vistas al encuentro con el Señor.
Jesús de Nazaret fue un hombre de oración. Es uno de los innegables datos históricos sobre su vida terrena. A primera vista, su insistencia en la oración parece innecesario: ¿qué necesidad tiene el Hijo de Dios de orar tanto? ¿acaso no conocía la voluntad del Padre celestial? Su oración es conversación de amor con el Padre, especialmente en los momentos de humana dificultad como en el huerto de los olivos o en el Gólgota. Son los momentos del sacrificio, que convierten lo humano en algo sagrado que se ofrece al Padre.
Es la oración por excelencia. Antes de Jesús, los fariseos y también Juan el Bautista enseñaban a sus discípulos a orar. Los principales lugares para la oración eran el templo, en Jerusalén y la sinagoga. El primero era considerado uno de los pilares de la piedad del pueblo judío y a él había que acudir al menos una vez al año. Las sinagogas, esparcidas por los pueblos de Palestina, permitían proseguir la oración y eran el lugar para conocer la Escritura y orar en asamblea.
Jesús, por su parte, oraba en cualquier lugar: en el desierto, en lugares solitarios, en la montaña. Su lugar especial para la oración era el monte de los olivos. Jesús nunca desacredita el templo o la sinagoga y acudía allí para su oración, pero cualquier lugar se convierte para él en ocasión de relacionarse con el Padre.
También Jesús tenía su modo especial de orar que suscitaba en quienes le seguían el deseo de aprender a orar y así se lo piden al maestro. Con Jesús, en cuanto al lugar y al contenido y al modo, la oración se hace cotidiana, normal y constante, como el pan de cada día, como la respiración del alma. Jesús no inventó un sistema nuevo para orar, más bien eligió la vida cotidiana de su pueblo para enseñar a orar con las parábolas. De hecho, el recurso a las parábolas caracteriza de manera especial la enseñanza de Jesús sobre la oración.
El testigo de esa enseñanza es el evangelista Lucas, quien se hace eco frecuente de la oración y de las parábolas de Jesús. Las parábolas del amigo inoportuno, de la viuda perseverante ante el juez incrédulo, del fariseo y el publicano en el templo, de la higuera y el reino de Dios, son cauces claros para explicar el modo de hacer de la oración cristiana. También la parábola del Padre misericordioso nos revela cuál es la actitud del Padre ante la oración de su hijo: el deseo de encuentro, de salir al paso, de acoger siempre, sea cual sea la necesidad de su hijo.
Una relación especial se produce entre la oración explícita que Jesús enseña a sus discípulos, el Padrenuestro, y las parábolas propias de Lucas sobre la oración. Jesús ilustró el Padrenuestro con las parábolas y éstas remitían continuamente al Padrenuestro. Es tan determinante ese ir y venir entre ambos que, de hecho, el modo más apropiado de recitar y explicar el padrenuestro se explica en las parábolas.
La primera parábola de Jesús sobre la oración es la del amigo inoportuno. En una situación de emergencia, un hombre acude a su amigo para pedirle pan para ofrecer a otro amigo que ha llegado de improviso. En aquel contexto la hospitalidad es sagrada, no se puede renunciar a dar lo que se tiene y cuando no se tiene nada se acude al amigo. Nos dirigimos al Padre cuando lo necesitamos y Él es consciente de que funcionamos asi: cuando hay necesidad hay oración, cuando pasa la necesidad, la oración se olvida.
Esta parábola nos enseña a pasar de la oración por necesidad a la oración persistente, constante. Se pide al amigo el pan cotidiano, por eso la oración no puede ser improvisada o de emergencia, debe ser habitual, confiada, constante. No faltan situaciones de emergencia, sin embargo, se nos prepara en que la paternidad de Dios se extiende a cada momento, a cualquier tiempo, a cualquier necesidad, urgente o habitual.
La parábola del Hijo pródigo, llamada también del Padre misericordioso, enseña aspectos esenciales para la oración de los cristianos. En esta ocasión se pone el foco en los dos hermanos, el que marchó de casa y el que se quedó con el Padre. El ejemplo de que se marcha nos enseña mucho sobre la paternidad de Dios que nos devuelve siempre la dignidad perdida por el pecado. Esa dignidad y santidad se hace visible en el recibimiento con que es acogido: le visten, le ponen el anillo y las sandalias y le hacen una fiesta a la que se invita a todo el mundo. Se hace visible que ese hijo, más que por la bondad de sus acciones, es revestido y elegido por la santidad de Dios.
Sobre el segundo hermano se aprecia cómo le falta algo esencial: reconocer que la paternidad de Dios vale tanto para él como para su hermano. Por eso, él nunca llama al padre, Padre. Su oración se transforma en exigencia, en reivindicación de derechos. Sin embargo, el Padre, que no niega los derechos adquiridos por el primogénito, le pide ir más allá: reconocer al hermano que ha vuelvo a la vida.
La tercera enseñanza sobre la oración en las parábolas de Jesús la encontramos en la parábola de la viuda y el juez. Jesús la narra en el contexto de la llegada a Jerusalén en donde habla de la necesidad de orar sin descanso. La viuda, la persona más indefensa en el tiempo de Jesús, se enfrenta al juez, una persona bien poderosa en aquel tiempo. Pide que le haga justicia, que suele ser un motivo habitual para la oración. En este caso, la justicia no es tanto darle lo que le corresponde sino atender el derecho de una persona débil. El juez no la atiende, pero su constancia mueve su ánimo y termina haciéndole justicia. En la oración se experimenta la proximidad de Dios, que no se pone de parte del juez sino de la viuda. Es un ejemplo concreto de una norma general: cuando oramos, Dios es tan próximo a nosotros que conoce la realidad y nunca se pone de lado del fuerte, sino siempre del débil.
La cuarta parábola a través de la que Jesús enseña a rezar es la del fariseo y el publicano: Aquellos dos hombres que subieron al templo a orar. El fariseo, convencido de su pureza y de su bondad que da gracias a Dios por lo que él sólo ha conseguido ser. El publicano, convencido de su pecado, que pide la ayuda de Dios para alcanzar la meta. Sólo este segundo volvió a su casa justificado. Dios santifica al pecador que reconoce su culpa, mientras que quien no necesita ser santificado ya es pecador. El riesgo de la idolatría se ve en la oración del fariseo: su oración está atravesada por un ego que no deja espacio a Dios.
Esta parábola enseña que sólo Dios conoce y lee el corazón humano: valora la sinceridad y el arrepentimiento con el que el hombre se pone en su presencia. Se abre una ventana a la misericordia infinita de Dios que busca un corazón humillado y arrepentido, no un hombre inflexible y prepotente. La humildad es la clave de la oración confiada y fructífera, como la de María que reconoce el actuar inesperado de Dios que dispersa a los soberbios y enaltece a los humildes.
La última parábola que enseña rasgos de la oración de Jesús es la de la higuera que, a través de sus brotes, como todos los árboles, hace ver que el verano está cerca. Jesús exhorta a sus discípulos a estar “despiertos en la oración” para tomar conciencia de que el Reino de Dios se está acercando y sus signos son visibles en nuestro tiempo. Se nos pide estar atentos a los signos de los tiempos que dan a entender la llegada del reino. Jesús ya ha contado en otras ocasiones como el reino de Dios va creciendo sin que mucha gente se da cuenta, es como la levadura en la masa o el grano de mostaza. De hecho, para reconocer el Reino es necesario mirar más allá de lo visible.
Además, en el contexto de la parábola de la higuera, entre una estación y otra, Jesús exhorta a sus discípulos a vigilar orando en cada momento. Cuando se deja la oración llega la tristeza o la falta de ánimo para seguir. Si se elige velar, está en condición de reconocer los signos de los tiempos que entrevé en lo creado y en la sociedad en la que vive, la presencia de Dios.
Lo hemos visto en todas estas parábolas: Jesús enseñó a orar, orando. Es el núcleo esencial de su enseñanza sobre la oración. El padrenuestro es el manifiesto de la oración para todo discípulo y esa oración se hace visible en las parábolas en las que Jesús enseña a rezar.