Aunque los familiares sientan una inmensa pena por la próxima muerte, aunque se emocionen y lloren, han de ser capaces de permanecer junto a sus seres queridos en el momento trascendental de su muerte. Compartiendo su amor, ofreciendo la mano, acompañándole en el proceso, están facilitando una muerte plena.
Cuando una persona está a punto de morir, es frecuente que entre él y sus familiares se abra un muro de silencio. El enfermo sabe que si pregunta qué va a pasar, sus seres queridos le asegurarán que se va a recuperar. Los allegados, por su parte, intentan quitar hierro ante el paciente a una situación que nadie comprende mejor que el propio afectado. ¿Qué hacer? Lo más importante es escuchar a la persona, mantenerse a su lado, con un sentimiento de amor incondicional.
En la revista Plusesmas.com los psicólogos ofrecen algunos consejos:
1.Escuchar
Es más importante que hablar. Permanece atento a sus expresiones físicas o verbales.
2. Acompañar
Siéntate a su lado, mírale a los ojos, cógele la mano, acaríciale.
3. Respetar sus silencios
Necesita tiempo para ordenar sus miedos, emociones y sentimientos.
- Respetar sus decisiones
Su fragilidad no significa que no pueda tomar decisiones. Es una persona y hay que respetar sus puntos de vista.5. Decir que le queremos
Hazle sentir lo mucho que ha aportado a tu vida.6. Ayúdale a recordar sus logros
Es inevitable que, al final de la vida, hagamos recuento de nuestros actos. Ayúdale a fijarse en sus cualidades positivas y no en sus fallos. Le proporcionará paz.7. Identificar sus problemas
No presupongas lo que piensa o siente. Haz preguntas abiertas: ¿en qué piensas?, ¿qué te preocupa?, ¿con quién te gustaría estar?, ¿qué te duele?8. Dar permiso
En ocasiones, ante el sufrimiento de sus familiares, el moribundo no se concede permiso para irse. Podemos ayudarle diciéndole que le queremos, que estaremos bien, que no debe preocuparse por nosotros.
Además como católicos debemos procurar que la persona que está enferma reciba todos los santos sacramentos necesarios y ayudarle a confiar en la Misericordia infinita del Señor, como lo dice el Papa Francisco:
«Curar la enfermedad pero, sobre todo, cuidar al enfermo. Son dos cosas diferentes, y las dos importantes. Puede suceder que, mientras se medican las heridas del cuerpo, se agraven las heridas del alma, que son más lentas y, con frecuencia, más difíciles de sanar. Tanta gente tiene necesidad, tantos enfermos que se pelean por palabras de dulzura, que dan fuerza para llevar adelante la enfermedad o ir al encuentro con el Señor: tienen necesidad de ser ayudados en confiar en el Señor».
Pero si no es posible contar con la presencia de un sacerdote, nosotros mismos podemos ponerlo en los brazos de Cristo repitiendo: “Señor Jesús Hijo de Dios, ten misericordia de tu siervo que es pecador”, también podemos encomendarlo a San José, patrono de la Buena muerte: “A ti acudo San José, Patrono de los moribundos, a ti en cuyo dichoso tránsito estuvieron solícitos Jesús y María; por estas dos carísimas prendas te encomiendo con empeño el alma de este tu siervo que lucha en la extrema agonía; para que por tu protección sea libre de las asechanzas del diablo y de la muerte perpetua, y merezca ir a los gozos eternos. Amen” , o a la Santísima Virgen: “La clementísima Virgen María, Madre de Dios, piadosísimo consuelo de los tristes, encomiende a su Hijo el alma del siervo(a) N para que con esta intervención maternal, no tema los horrores de la muerte; sino que con su compañía llegue alegre a la deseada patria celestial. Amén”.
Hay muchas oraciones para este momento clave de nuestra vida, tengamos la confianza de que siempre son escuchadas.