EL SANTO DE LA SEMANA SAN MARTIN DE LEON

Nació Martín en León, España, hacia el año 1130. Su padre, Juan, y su madre, Eugenia, eran cristianos piadosos y muy caritativos con los pobres, con los que compartían todo lo que tenían.

Su madre falleció cuando Martín apenas era un niño y su padre tomó el hábito regular en el monasterio de San Marcelo, de clérigos que profesaban la Regla de San Agustín, renunciando a todo bien particular y teniendo oración en común.

Juan llevó consigo a su hijo, que se educó como un clérigo más. Aprendió la liturgia, latín, las Escrituras, etc. No se sabe en que año Martín recibió el subdiaconado, pero ya siendo clérigo le hallamos visitando los lugares devotos y santuarios de Asturias y Galicia.

Luego peregrinó a Roma, Gargano y Bari, los tres sitios más venerados de la península itálica de aquella época. De Bari se embarcó hacia Tierra Santa, donde sirvió en un hospital de Jerusalén. Visitó y compartió con los monjes orientales y de allí se fue a Constantinopla, capital del Imperio bizantino.

Antes de volver a España, visitó París e Inglaterra. En la primera, cursó estudios de filosofía y teología. En Beziérs fue acusado de ladrón a causa de llevar una bellísima casulla bizantina que había comprado en Constantinopla y que pensaba regalar a su monasterio.

Una hereje cátara le ofreció salvarle de la prisión si destrozaba la pieza y renegaba de la verdad católica, acogiendo la herejía de los cátaros. El santo le respondió: «Apártate de mí, mala mujer, que prefiero morir mil veces, que ser ensuciado en el barro de tu herejía», con lo que la mujer le pegó una bofetada y al momento se manifestó el demonio que en ella moraba, comenzando a golpearse ella misma, gritando y contorsionándose, con lo que la santidad de Martín quedaba atestiguada.

En ese momento un caballero se presentó en la ciudad, aportando documentos que demostraban quien era aquel prisionero. Una vez liberado, ambos salieron de la ciudad y cuando nadie les veía, el caballero le reveló que era su ángel de la guarda, le mandó volver a León y desapareció.

En 1185 regresó al monasterio de San Marcelo y, como los canónigos habían pasado de regulares a seculares, pidió su entrada en el de San Isidoro, donde recibió el diaconado y presbiterado.

Eligió una celda apartada de todos para dedicarse al estudio y la oración. Una leyenda algo estrafalaria dice que al santo se le resistían las Escrituras, por lo que un día se le apareció San Isidoro  y le dio un libro para que comiera. Como era día de ayuno, Martín puso reparos, pero el santo obispo le obligó a comerlo, con lo cual Martín fue ilustrado inmediatamente de todos los misterios de la fe y la Biblia.

Era un canónigo ejemplar, siempre humilde y obediente, el primero en cumplir la regla. Su amor por los estudios le llevó a ser un fructífero escritor de sermones y tratados espirituales, generalmente situados alrededor del año litúrgico.

También comentó las Escrituras e hizo alguna apologética de la fe católica contra los judíos. Para toda su labor se valió de siete amanuenses cuyo sueldo pagaba la misma reina Berenguela, apasionada seguidora del santo y su obra. Estas son algunas de sus enseñanzas:

«Hay que mantener en el corazón limpieza, verdad en los labios, y discreción en las obras».

«Si amáis a Cristo de todo corazón, medite vuestra mente en la Sagrada Escritura, y se ejerciten vuestras manos en las buenas obras».

«Procurad, hermanos, que el veneno de la discordia no engendre odio entre nosotros, no sea que corrompa y aniquile la dulzura de la caridad».

También realizó varios milagros, como sanaciones de dolor de muelas, abscesos, partos difíciles, etc.

A finales de 1202, sintiéndose morir, pidió la comunión, que recibió de rodillas a pesar de su enfermedad. Apenas fallecido, el 12 de enero de 1203, la noticia se extendió por todo León, atrayendo a muchos a sus funerales, que fueron muy sentidos. Fue sepultado en la iglesia de San Isidoro.

El 12 de enero de 1513 se hizo una elevación y traslación de las reliquias, hallándose el cuerpo momificado y las vestiduras sacerdotales en muy buen estado. Lamentablemente, al tocarle, el cuerpo se deshizo del todo, salvo su prolífica mano derecha.

El 12 de enero de 1576, se extrajo esta mano y fue colocada en un relicario aparte, que se venera públicamente el día de su fiesta. Otra tradición le hace dueño de la barrica de vino más antigua del mundo y que aún se guarda celosamente en San Isidoro de León, y de la que solo se extrae vino el Jueves Santo.

Fuentes:

-«Nuevo Año Cristiano». Tomo 1. Editorial Edibesa, 2001.

-«Historica et Philologica». JUANA TORRES. Universidad de Cantabria, 2002.

-«Semblanza de Santo Martino: Peregrino de la Vida y del saber». P. DEL CASTILLO. Alicante, 2008.