COMENZÓ EL AÑO, LA GUERRA SIGUE

El uno de enero se celebró la Jornada Mundial de la Paz. El mensaje del Papa Francisco para esta jornada comparó dos situaciones que han afectado y siguen afectando a la humanidad en su conjunto: la pandemia del covid-19 y la guerra de Ucrania.

Según el Papa, el mensaje positivo que nos ha dejado la epidemia es la conciencia de que todos nos necesitamos; de que nuestro mayor tesoro, aunque también el más frágil, es la fraternidad humana. La epidemia ha dejado claro que nadie puede salvarse solo, pues tanto la salud como la enfermedad de los otros depende, en gran parte, de la salud y la enfermedad de uno. El mal se contagia, aunque uno no quiera; y el bien de uno influye en el bien de otro, aunque no seamos conscientes de ello. Por eso es urgente que busquemos y promovamos los valores universales que trazan el camino de la fraternidad humana.

El Papa constata que, en el momento que parecía que la pandemia había pasado, un nuevo y terrible desastre se abatió sobre la humanidad. Y ese desastre sigue estando ahí. Mi impresión es que va a durar. Se trata de la guerra en Ucrania, con su triste secuela de víctimas inocentes y la inseguridad que propaga, no sólo entre los directamente afectados, sino de forma generalizada en el resto del mundo. Basta pensar en la escasez de trigo y en los precios de los combustibles. También aquí es verdad que el mal se contagia, aunque uno no quiera.

Hay una diferencia entre estos dos desastres: mientras se han encontrado vacunas contra la pandemia, aún no se han hallado soluciones para poner fina a la guerra. Dice el Papa: “el virus de la guerra es más difícil de vencer que los que afectan al organismo, porque no procede del exterior, sino del interior del corazón humano corrompido por el pecado”. Cierto, ya Jesús constataba que “de dentro del corazón del hombre salen las intenciones malas” (Mc 7,21), y esas intenciones son las que contaminan al hombre.

¿Qué podemos hacer? Quizás poco de cara a los demás. Pero de cara a uno mismo, podemos cambiar el corazón, transformar nuestros criterios mundanos en criterios evangélicos. Ahí es dónde podemos hacer mucho. Este cambio del corazón sostiene la esperanza de que nuestro bien influya en el bien del otro. Y aunque nos sintamos impotentes ante las decisiones de los políticos, siempre podemos ir creando opinión e influir a nuestro alrededor. Y, si somos creyentes, no olvidemos que conviene rezar por nuestros gobernantes, no precisamente para dar gracias por lo buenos que son, sino “para que podamos llevar una vida tranquila y pacífica” (1 Tim 2,2). En este sentido la oración por los gobernantes al primero que hace bien es al que reza.

Martin Gelabert, Blog Nihil Obstat.