El sábado tres de diciembre tuvo lugar la inauguración del alumbrado y la decoración navideña de la Plaza de San Pedro. La ceremonia estuvo presidida por el cardenal español Fernando Vérgez Alzaga, Presidente del Governatorato del Estado de la Ciudad del Vaticano, en presencia de Sor Raffaella Petrini, Secretaria General del mismo Governatorato.
Como previa a este momento tan simbólico que da inicio a las fiestas navideñas, el Santo Padre recibió en audiencia a las delegaciones guatemaltecas que este año han donado el árbol y el pesebre para la Plaza de San Pedro, y el nacimiento para el Aula Pablo VI.
El valor de las raíces
«El árbol y el pesebre son dos signos que siguen fascinando a grandes y pequeños. El árbol, con sus luces, nos recuerda a Jesús que viene a iluminar nuestras tinieblas, nuestra existencia muchas veces encerrada en la sombra del pecado, el miedo y el dolor. Y sugiere una reflexión más: los árboles y los hombres necesitan raíces. Sólo quien está enraizado en buena tierra se mantiene firme, crece ‘maduro’, resiste los vientos que lo sacuden y se convierte en punto de referencia para quien lo mira», expresó el Papa.
Francisco recalcó la importancia de mantenerse firmes. «Sin raíces nada de esto sucede: sin cimientos sólidos uno permanece tambaleante. Es importante cuidar las raíces, tanto en la vida como en la fe. A este respecto, el apóstol Pablo recuerda el fundamento en el que arraigar la propia vida para mantenerse firme: dice que hay que permanecer ‘arraigados en Jesucristo’. Esto es lo que nos recuerda el árbol de Navidad: estar arraigados en Jesucristo», comentó.
El Papa también apuntó la importancia simbólica del nacimiento. «El pesebre nos habla del nacimiento del Hijo de Dios que se hizo hombre para estar cerca de cada uno de nosotros. En su genuina pobreza, el pesebre nos ayuda a redescubrir la verdadera riqueza de la Navidad y a purificarnos de los muchos aspectos que contaminan el paisaje navideño», explicó.
Para Francisco, la Navidad es más que grandes celebraciones. «El belén recuerda una Navidad diferente a la consumista y comercial: es otra cosa; acordaos siempre del bien que nos hace apreciar los momentos de silencio y de oración en nuestros días, a menudo abrumados por el frenesí. El silencio favorece la contemplación del Niño Jesús, ayuda a intimar con Dios, con la frágil sencillez de un pequeño recién nacido», afirmó.
Los ángeles del belén
«Si de verdad queremos celebrar la Navidad, redescubramos la sorpresa y el asombro de la pequeñez a través del pesebre, la pequeñez de Dios, que se hace pequeño, que no nace en el esplendor de las apariencias, sino en la pobreza de un establo. Y para encontrarlo debemos alcanzarlo allí, donde está; necesitamos abajarnos, necesitamos hacernos pequeños, dejar toda vanidad, para llegar a donde está», apuntó el Papa.
El Santo Padre propone la oración para vivir una buena Navidad. «Y la oración es la mejor manera de decir gracias al don de amor, de decir gracias a Jesús que quiere entrar en nuestros hogares y corazones. Dios nos ama tanto que comparte nuestra humanidad y nuestra vida. Él nunca nos deja solos, está a nuestro lado en toda circunstancia, en la alegría y en el dolor. Incluso en los peores momentos, Él está ahí, porque Él es el Emmanuel, el Dios con nosotros, la luz que ilumina las tinieblas y la tierna presencia que nos acompaña en el camino», concluyó.
Aquí puedes ver completa la inauguración de los pesebres y el árbol del Vaticano.
Por su parte, el Embajador de Guatemala ante la Santa Sede señaló que en este nacimiento se ha plasmado las tradiciones del pueblo guatemalteco. «En nuestra cultura, los ángeles son muy importantes en los nacimientos, obviamente el centro es el Niño Dios, este Niño Dios es importante porque es la réplica de un Niño Dios de la familia del Premio Nobel de Literatura, Miguel Ángel Asturias y otro aspecto del nacimiento es que en el centro está la Monja Blanca, que es la identidad de todo guatemalteco, esta flor, la Monja Blanca representa la pureza y la paz, por ello, la paz es un tema central en este nacimiento porque es lo que refleja nuestra flor nacional», comentó el diplomático.
Aquí puedes leer las palabras completas del Papa Francisco:
Hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!
Os doy la bienvenida el día en que se presenta el belén y el árbol de Navidad, situados en la plaza de San Pedro, así como el belén instalado en esta sala. Os saludo a todos con afecto, comenzando por el obispo de Trivento y el párroco de Sutrio -en representación del arzobispo de Udine- agradeciéndoles sus amables palabras. Saludo a las autoridades civiles, en particular al Ministro de Relaciones Exteriores de Guatemala, al Presidente de la Región de Friuli Venezia Giulia, al Consejero de la Región de Abruzzo ya los Alcaldes de Sutrio y Rosello. Os agradezco el regalo de estos símbolos navideños, que contemplarán muchos peregrinos de todo el mundo.
Me gustaría dirigir un pensamiento especial a los artesanos de la madera que esculpieron las estatuas del belén; a los chicos de la estructura «Quadrifoglio» de Rosello, que hicieron parte de la decoración del árbol; a los que han cultivado abetos y árboles menores destinados a otros ambientes vaticanos en el vivero de Palena. Mi agradecimiento va también para los técnicos y el personal de la Gobernación, aquí reunidos con el cardenal Fernando Vergez y sor Raffaella Petrini.
El árbol y el pesebre son dos signos que siguen fascinando a grandes y pequeños. El árbol, con sus luces, nos recuerda a Jesús que viene a iluminar nuestras tinieblas, nuestra existencia muchas veces encerrada en la sombra del pecado, el miedo y el dolor. Y sugiere una reflexión más: como los árboles, también los hombres necesitan raíces. Porque sólo quien está enraizado en buena tierra se mantiene firme, crece, “maduro”, resiste los vientos que lo sacuden y se convierte en punto de referencia para quien lo mira. Pero, queridos míos, sin raíces nada de esto sucede: sin cimientos sólidos uno permanece tambaleante. Es importante cuidar las raíces, tanto en la vida como en la fe. A este respecto, el apóstol Pablo recuerda el fundamento en el que arraigar la propia vida para mantenerse firme: dice permanecer «arraigados en Jesucristo» (Col 2, 7). Esto es lo que nos recuerda el árbol de Navidad: estar arraigados en Jesucristo.
Y así llegamos al pesebre, que nos habla del nacimiento del Hijo de Dios que se hizo hombre para estar cerca de cada uno de nosotros. En su genuina pobreza, el pesebre nos ayuda a redescubrir la verdadera riqueza de la Navidad ya purificarnos de los muchos aspectos que contaminan el paisaje navideño. Sencillo y familiar, el belén recuerda una Navidad diferente a la consumista y comercial: es otra cosa; acordaos del bien que nos hace apreciar los momentos de silencio y de oración en nuestros días, a menudo abrumados por el frenesí. El silencio favorece la contemplación del Niño Jesús, ayuda a intimar con Dios, con la frágil sencillez de un pequeño recién nacido, con la mansedumbre de estar acostado, con el tierno cariño de los pañales que lo envuelven.
Raíces y contemplación: el árbol nos enseña de raíces, el pesebre nos invita a la contemplación. No olvides estas dos actitudes humanas y cristianas. Y si de verdad queremos celebrar la Navidad, redescubramos la sorpresa y el asombro de la pequeñez a través del pesebre, la pequeñez de Dios, que se hace pequeño, que no nace en el esplendor de las apariencias, sino en la pobreza de un establo. Y para encontrarlo debemos alcanzarlo allí, donde está; necesitamos abajarnos, necesitamos hacernos pequeños, dejar toda vanidad, para llegar a donde Él está. Y la oración es la mejor manera de decir gracias ante este don gratuito de amor, de decir gracias a Jesús que quiere entrar en nuestros hogares y corazones. Sí, Dios nos ama tanto que comparte nuestra humanidad y nuestra vida. Él nunca nos deja solos, está a nuestro lado en toda circunstancia, en la alegría y en el dolor. Incluso en los peores momentos, Él está ahí, porque Él es el Emmanuel, el Dios con nosotros, la luz que ilumina las tinieblas y la tierna presencia que nos acompaña en el camino.
Queridos hermanos y hermanas, renuevo mi gratitud por los regalos navideños del árbol y del pesebre, y os deseo a cada uno de vosotros, de vuestras familias y de vuestras comunidades una santa Navidad, encomendándoos a la protección materna de María, Madre de Dios y nuestra. Y les pido por favor que oren por mí, gracias.