Decir de una mujer que es virgen y madre a la vez puede parecer absurdo. Sin embargo, la fe cristiana habla de una mujer que es virgen y madre. ¿Estamos ante un mito o ante una verdad histórica? La segunda alternativa es la buena si pensamos que el poder creador de Dios puede hacer compatible lo que para los humanos resulta imposible. Naturalmente, para no caer en la tentación de considerar la maternidad virginal de María como un mito, será necesario ofrecer una explicación teológica de su sentido. Y su sentido es cristológico. La maternidad virginal de María está al servicio no sólo de la comprensión del misterio de Cristo, sino de su posibilidad misma.
Madre: sin María no hay encarnación, no hay venida del Hijo de Dios al mundo. La verdad fundamental sobre Maria es haber sido elegida para ser Madre de Dios. María aparece ahí́ totalmente al servicio de la comprensión de la verdad sobre Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre. El único modo de ser humano y de entrar en el mundo es a través del vientre de una mujer. El cuerpo de Cristo, dice Tomas de Aquino, fue tomado de María; la sustancia del cuerpo de Cristo no bajó del cielo; fue formado por el poder del cielo, es decir, del Espíritu Santo. El nacimiento de Cristo “fue natural por parte de la madre”, añade el santo. La maternidad “verdadera y natural” de María es el sello que garantiza el realismo de la encarnación. En este sentido la figura de María es clave para afirmar la gran verdad de la perfecta humanidad de Jesús.
Estrechamente relacionada con la maternidad divina está la virginidad de María. Esta virginidad no se entiende en función de sí misma, sino al servicio de Cristo, en este caso al servicio de la verdadera divinidad. Además de ser un dato histórico, la virginidad es una verdad teológica, y está totalmente al servicio del misterio de Cristo. Por eso, decía Tomás de Aquino, que la concepción virginal es “un milagro objeto de fe”; y está totalmente al servicio de la confesión de fe cristológica. Más recientemente, Benedicto XVI ha reafirmado que “el parto virginal es piedra de toque de la fe y elemento fundamental de nuestra fe”.
Para significar claramente que el Hijo de Dios ha venido del Padre desde el mismo momento de su concepción y que la salvación no es resultado del poder humano, Dios ha elegido a una virgen para nacer entre nosotros. En suma, la virginidad de María es el correlato humano de la verdad de fe de que el niño que nace de Maria “sólo” tiene a Dios por Padre. La consecuencia humana de esta filiación divina (y solo divina) es la no paternidad humana (la ausencia de semen viril) y, por tanto, la virginidad de la madre.
María madre y virgen. De esta manera, dice Tomás de Aquino, en María quedan honradas la virginidad y el matrimonio. María es una buena referencia cualquiera que sea nuestro estado de vida, porque lo que importa no es si uno es viudo, soltero, casado, religioso o sacerdote. Lo que importa es que seamos fieles al Señor.
Del Blog Nihil Obstat, Martin Gelabert. OP.