A menudo creemos que nuestra memoria solo está compuesta por recuerdos autobiográficos; no es así.
Los recuerdos no se centran sólo en los hechos acontecidos, sino también en las respuestas fisiológicas que se produjeron simultáneamente; de hecho, la intensidad y la relevancia emocionales de una situación parecen ser los factores clave que explican que su huella se mantenga a largo plazo.
En algunas ocasiones puede incluso que la memoria emocional de un evento siga existiendo después de que se hayan olvidado los hechos; esto sucede de forma habitual en los casos de fobia, en que no siempre se recuerda cuál fue la experiencia traumática que provocó la aparición del miedo.
En este artículo describiremos qué es la memoria emocional y cuáles son sus bases biológicas, además de definir la naturaleza y los mecanismos de influencia de las relaciones entre el recuerdo y las emociones.
¿Qué es la memoria emocional?
En el ámbito de la Psicología podemos definir la memoria emocional como el aprendizaje, el almacenamiento y el recuerdo de eventos asociados con las respuestas fisiológicas que se daban en el momento en que tuvieron lugar dichos sucesos. Se relaciona también con la recuperación de otras informaciones y detalles asociados con el evento concreto.
No obstante, se trata de un concepto muy amplio cuyo uso varía en función del contexto; por ejemplo, el célebre pedagogo teatral Konstantin Stanislavski llamó “memoria afectiva” a una técnica de interpretación consistente en recordar eventos para evocar emociones determinadas.
La memoria emocional es uno de los aspectos nucleares de la identidad humana: nuestros recuerdos autobiográficos más vívidos suelen estar asociados a emociones muy intensas, sean positivas o negativas. Se ha planteado que recordamos el estado fisiológico en que nos encontrábamos en un momento dado más que los hechos en sí mismos.
Desde la perspectiva evolucionista se defiende que la memoria emocional se desarrolló porque aumentaba nuestra capacidad de adaptación al entorno, permitiéndonos reaccionar de forma rápida a situaciones que podían implicar un peligro para la supervivencia. De hecho, las emociones pueden ser entendidas como los fundamentos de la motivación, aquello que nos predispone a querer alcanzar determinados objetivos y evitar ciertas experiencias.
En este sentido, la memoria emocional es aquello que da sentido a las emociones en sí, dado que permite que nuestro comportamiento se articule según lo que vamos aprendiendo acerca de las consecuencias de nuestras acciones y nuestra manera de exponernos a ciertos entornos o situaciones. Sin memoria emocional, apenas contaríamos con referencias acerca de qué hacer, especialmente si tenemos en cuenta que en nuestra especie la conducta depende mucho más de lo que vamos aprendiendo que de nuestros instintos.
La relación entre emociones y memoria
La memoria y la emoción son procesos íntimamente relacionados; todas las etapas del recuerdo, desde la codificación de información hasta su recuperación a largo plazo, son facilitadas por factores de tipo emocional. Esta influencia es bidireccional, de modo que los recuerdos provocan con frecuencia la aparición de emociones, por ejemplo.
La emoción tiene efectos moduladores tanto en la memoria declarativa o explícita como en la no declarativa o implícita. Lo que hace que recordemos mejor o peor un suceso no es tanto su relevancia en la historia personal como la intensidad de las emociones que experimentamos cuando ese momento tuvo lugar.
Factores que influyen en el recuerdo
En general se habla de dos factores emocionales que afectan al recuerdo: el grado de activación y la valencia de la emoción. La activación emocional asociada a un estímulo o situación hace que la atención se centre en éste, de forma que se recordará mejor en el futuro, sobre todo si nuestro estado emocional es similar al del contexto de aprendizaje.
Sin embargo, las emociones intensas también pueden interferir en otros tipos de memoria, concretamente la procedimental y la operativa o memoria de trabajo. Esto afecta a la consolidación de los recuerdos y se relaciona con la atención; por ejemplo, las experiencias disociativas que se producen bajo estrés intenso dificultan la consolidación de información.
En el marco de la psicología de las emociones, la palabra “valencia” se usa para designar la cualidad positiva o negativa. En general los recuerdos asociados a emociones agradables se recuerdan mejor y con más detalles que los negativos, en especial a medida en edades avanzadas.
Un fenómeno relacionado con la valencia emocional es el de la dependencia de estado, propuesto por Bower. La dependencia de estado consiste en que recordamos con más facilidad eventos emocionalmente positivos si estamos alegres y más experiencias negativas si nos sentimos tristes.
Bases biológicas de la memoria emocional
La estructura cerebral conocida como amígdala tiene un papel fundamental en la memoria emocional. Además de permitir el aprendizaje de la asociación entre situaciones y emociones, la amígdala envía señales que facilitan las operaciones relacionadas con la memoria en otras áreas del cerebro, especialmente el hipocampo y la corteza prefrontal.
Su rol central es el aprendizaje por condicionamiento clásico de respuestas emocionales, por el cual asociamos un estímulo con las emociones que sentimos mientras éste se encuentra presente, como sucede en las fobias. La actividad de la amígdala se ha relacionado sobre todo con las emociones negativas, y de forma más específica con el miedo.
Aunque se requieren más investigaciones sobre este tema, se sabe que las hormonas del estrés, como el cortisol, interactúan con la amígdala. Estos efectos pueden ser facilitadores, pero también inhibitorios: por ejemplo, cuando sentimos ansiedad la consolidación de recuerdos empeora porque la memoria de trabajo queda parcialmente ocupada por el estrés.
Entre las funciones de las regiones frontotemporales del cerebro en conjunto se encuentra la facilitación de la retención, el almacenamiento y la recuperación de recuerdos emocionalmente cargados; a su vez, las sensaciones de activación emocional promueven el recuerdo a largo plazo de estos eventos.
Referencias bibliográficas:
Bower, G. H. (1981). Mood and memory. American Psychologist, 36(2): 129-148.
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Hacking, I. (1996). Memory science, memory politics. En P. Antze & M. Lambek (Eds.), Tense past: Cultural essays in trauma and memory (pp. 67–87). New York & London: Routledge.
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Autor: Alex Figueroba