MONSEÑOR SERGI GORDO OBISPO DE TORTOSA

El día 9 de Septiembre Monseñor Sergi Gordo iniciaba el ministerio pastoral en la diócesis de Tortosa, la Eucaristía en la Santa Iglesia Catedral Basílica  de Santa María.

Llamados a salir, “caminando juntos”, irradiando por todas partes la alegría del Evangelio, fue la clave de su homilía, que hoy os compartimos, y que finalizó poniéndose en manos de la Virgen de la Cinta, patrona de Tortosa e invocando su intercesión ante la Santísima Trinidad.

A continuación podéis leer la homilía completa:

«Llamados a salir, “caminando juntos”, irradiando por todas partes la alegría del Evangelio

“En aquel tiempo, Jesús recorría los pueblos de alrededor y enseñaba. Entonces, llamó a los doce y empezó a enviarlos de dos en dos” (Marcos 6,6b). Este fragmento evangélico así como el resto de las lecturas de la Palabra de Dios que hemos escuchado son las mismas que hace seis años fueron proclamadas con motivo de mi ordenación episcopal, en la basílica de la Sagrada Familia de Barcelona, junto con el obispo Antoni Vadell y Ferrer, en el cielo sea. Sí, «de dos en dos» es como el Señor nos envía siempre a irradiar por todas partes la alegría de su Evangelio. “De dos en dos”, nunca como francotiradores, nunca como líderes autorreferenciales, nunca como mesías o “llaneros solitarios”, sino fraternalmente, en comunión, “caminando juntos”, sinodalmente, como nos recuerda siempre nuestro buen Papa Francisco.

Una “sinodalidad vivida” es precisamente la asamblea litúrgica tan bella que estamos experimentando hoy, aquí, todos y todas llamados por el Señor, formando el Santo Pueblo fiel de Dios que peregrina en la diócesis de Tortosa. Todos nosotros “somos su pueblo y el rebaño que Él pastó”. Así lo hemos rogado cantando el salmo. Sí, Él es nuestro Buen Pastor, que nos busca cuando somos como ovejas perdidas, tal y como hemos escuchado en la profecía de Ezequiel.

Estamos aquí, bien unidos, orando unidos con ocasión del inicio de mi ministerio pastoral. Estamos aquí, en la Catedral, la iglesia madre de todas las comunidades cristianas de nuestra diócesis tortosina. Estoy aquí, estoy en casa, “cristiano con vosotros y obispo para vosotros” como decía San Agustín. Y desde el minuto cero -contando con la gracia del Señor y con vuestro afecto, apoyo y oración- estoy haciendo camino con vosotros, dispuesto a dejarme llevar humildemente por el Señor, llamado por Él, enviado por Él, recorriendo desde hoy los pueblos y villas tortosinos, donde Jesús, nuestro Maestro y Señor, ya está antes de que un servidor llegue.

«Jesús recorría los pueblos de alrededor y enseñaba. «Meditando este icono del Señor -Él siempre itinerante, siempre en ruta, siempre “en salida”-, he rogado y le pido que recemos muy especialmente por todos los afectados por los estragos de los aguaceros de la semana pasada en Alcanar y pueblos de alrededor. Que como Iglesia diocesana seamos, con nuestra solidaridad y oración, rostro de Cristo Buen Samaritano.

Aquí me tenéis, queridos diocesanos, con mucha ilusión de venir a compartir mi vida con vosotros, con el deseo de empaparme de cada una de las comarcas de la diócesis: las comarcas tarraconenses de la Ribera d’Ebre, la Terra Alta, Baix Ebre, Montsià y parte de las del Baix Camp y del Priorat; y las comarcas castellonenses de Els Ports, el Baix Maestrat y parte del Alt Maestrat. Estoy contento porque podremos “caminar juntos”, llamados a ser discípulos misioneros del Señor.

Deseo aprender mucho de vosotros, conoceros, escucharos, hacer míos vuestros gozos y esperanzas, tristezas y angustias, adentrarme en vuestra historia. En este sentido, no podemos olvidar que en nuestra diócesis tortosina contamos con figuras destacadas en los campos literarios, de la filosofía y de la teología, como el poeta verdagueriano Tomàs Bellpuig (1879-1936) o el teólogo doctor Joan Baptista Manyà, tan vinculado al santuario de la Virgen de la Fontcalda .

Deseo contemplar con mirada de fe el paso de Dios por vuestras vidas, su buena huella en esta tierra de santos y beatos, con cuya intercesión somos nuevamente llamados a “vivir siempre contentos en el Señor” (Flp 4,4): San Salvador de Horta, San Pere Màrtir Sans y Jordà, San Francesc Gil de Frederic, Santa María Rosa Molas, San Enric d’Ossó y Cervelló, y los beatos Jacint Orfanell y Manuel Domingo y Sol.

El Señor, que «recorría los pueblos de alrededor y enseñaba», es quien nos invita a ser una Iglesia que sale al encuentro de cada persona. Me gusta compartir con todos vosotros esta invitación que nos hace el Papa Francisco cuando nos dice: “Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo (…) prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por haber salido en la calle, que una Iglesia enferma por el cierre y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades” (EG 49). Salgamos creyendo profundamente que lo que anunciamos es algo extraordinario. Proponemos sin imponer, sin proselitismos. Libres de cosas secundarias que impidan la misión. Salgamos con autenticidad, sin hacer comedia, sin ser burócratas, sin vivirlo como un rol para horas convenidas.

Llamados a una vida cristiana auténtica convertidos al Señor

Permitidme en este sentido que os cuente una fábula proveniente de Sören Kierkegaard. Este pensador luterano danés del s. XIX, que se esforzaba por una vida cristiana auténtica, decía:

“Una vez se estableció un circo cerca de un pueblo de Dinamarca, y he aquí que, cuando iba a empezar la función, el circo se quemó. Entonces el director llamó al payaso, que estaba ya vestido de payaso, y le dijo: – Por favor, ve al pueblo y di a sus habitantes que nos ayuden a apagar el fuego del circo, de lo contrario las llamas llegarán hasta el pueblo a través de los rastrojos de los campos recién segados y todo se quemará. El payaso, vestido de payaso, se fue hacia el pueblo y empezó a llamar a la gente que, por favor, corrieran en dirección al circo para ayudar a apagar el fuego. Pero la gente del pueblo creyó que el payaso hacía de payaso, que era una nueva manera de invitar a la gente a ver el gran espectáculo. Y, cómo no, el circo se quemó, las llamas corrieron a través de los rastrojos, y el pueblo quedó también consumido por el fuego”.

La lección de esta fábula es tan obvia que a veces la pasamos por alto. El Papa emérito Benedicto XVI, cuando era el joven teólogo Joseph Ratzinger en la Universidad de Tübingen , había mencionado esta parábola al inicio de su libro titulado Introducción al Cristianismo. Os la comparto porque creo que nos advierte del peligro según el cual, cuando el Señor nos envía a comunicar su palabra, no es difícil que algunos no reciban bien el mensaje de la buena noticia del Evangelio que les queremos enviar, quizás porque inconsciente o conscientemente tienen el prejuicio según el cual los mensajeros -por ejemplo, los catequistas, los predicadores- comunicamos dando la impresión de que somos como unos payasos que vamos maquillados, cumpliendo una función, como unos funcionarios que desempeñan un rol sólo a unas horas convenidas, como haciendo comedia, como si no acabáramos de creer auténticamente lo que remitimos, diciendo palabras viejas y gastadas que no tienen ningún peligro y que se pueden dejar de lado. Que nunca nos pase esto a nosotros, ni a mí como obispo vuestro.

Meditando tanto el Evangelio proclamado hoy como la fábula mencionada, veo que el Señor, que nos hace recorrer pueblos y villas comunicando su Buena Noticia, quiere que lo hagamos desde una autenticidad de vida, convertidos a Él, transformados por Él, viviendo «por Él, con Él y en Él».

Llamados a servir al Señor con alegría Y ahora os hago una confidencia. Cuando hace seis años tuve que buscar un lema episcopal, de repente escogí lo siguiente: Servid al Señor con alegría (salmo 99,2). Y consideré que aquel servicio para el que me llamaba el Señor no era sólo un llamamiento para mí, para servirle únicamente yo a Él, sino que deseé que se convirtiera en un lema eclesial, comunitario, sinodal, de fe compartida, de servicio gozoso compartido. En efecto, la antífona dice «servid», no dice «sirve». Dice «servid», todos y todas, fraternalmente, yo con vosotros, y vosotros conmigo, siempre bien unidos sirviendo al Señor, especialmente con sus predilectos: los enfermos, los débiles y abrumados por cualquier circunstancia, los pobres y necesitados. Y vivámoslo «con alegría». Una alegría que no es fruto únicamente de unas circunstancias favorables o de un talante propio de quienes son optimistas por naturaleza. Es la alegría que, como nos recuerda Jesús en el Evangelio, «nadie nos la podrá quitar» (Juan 16,22), la alegría que nace del vivir en el amor del Padre, el gozo que nace del corazón del que alaba al Señor porque vive la alegría de ser suyo, todo suyo. La “verdadera alegría” la vivimos cuando no la buscamos encerrados en nosotros mismos, sino cuando brota, nace y crece buscando la alegría de los demás. Arrodillados ante la Virgen de la Cinta

Cuando he entrado hoy en la Catedral, me he arrodillado ante el Santísimo y ante la bella talla policromada de alabastro que representa a la Virgen de la Cinta con unas facciones llenas de dulzura y de misericordia, vestida con manto, túnica y velo y rodeada de una corona de estrellas, pero con los pies calzados con unas sencillas sandalias y haciendo la entrega de la Cinta en el altar, que -como sabéis- nos recuerda a Cristo, que en el altar de la santa Cruz nos dejó la mesa en la que nos hace hijos de Dios Padre y hermanos suyos en el Espíritu Santo.

Por eso, con la confianza de hijo, me atrevo a cerrar mis palabras con una oración a la Virgen de la Cinta, una oración que he querido inspirar en el rostro y en otros detalles de su sagrada imagen :

Virgen de la Cinta, queráis escuchar la oración que os dirige el último de vuestros devotos, llamado por el Papa a servir como obispo a los cristianos y a toda persona de buena voluntad en estas tierras de vieja tradición cristiana en torno al río Ebro.

Vos, que lleváis unas sencillas sandalias, queráis acompañarme en todo momento cuando recorra los pueblos de alrededor como nos pide su hijo Jesús en el Evangelio proclamado hoy. Que sepa hacer este camino diciendo sí cada día, en cada momento, cada paso, saliendo, “caminando juntos”, irradiando por todas partes la alegría del Evangelio. Por intercesión vuestra, ruego especialmente para que maduren aquellas semillas que el Señor siembra abundantemente para que sean muchos los jóvenes que acepten la llamada al ministerio ordenado.

Su nombre, buena Madre de la Cinta, es especialmente invocado para facilitar el parto de las madres y la acogida de los hijos e hijas que abren los ojos a la luz de este mundo. Os pido que mi servicio de obispo, acompañado de los presbíteros y diáconos, de los seminaristas, de los miembros de la vida consagrada y de todos los fieles laicos y laicas de la diócesis -niños, jóvenes, adultos y ancianos de cada comunidad cristiana-, facilite también el nacimiento a la fe de los nuevos hijos e hijas de la Iglesia por medio del bautismo y de los demás sacramentos de la iniciación cristiana, de la catequesis y de la educación cristiana.

Haced, oh Madre nuestra, que escuchemos siempre estas palabras: “¡Cógete a su Cinta! ¡No tengas miedo!”. Me cojo, pues, a vuestra Cinta y pongo mi trabajo apostólico al servicio del bien común de todo este pueblo, y en bien de la Iglesia que peregrina en estas tierras tortosinas, atento a toda persona de buena voluntad, tratando las autoridades con respeto por su compromiso en el trabajo por el bien de todos.

Finalmente, invocando su intercesión ante la Santísima Trinidad, y la de sus devotos que ya han llegado a la casa del Padre, renovamos nuestro compromiso cristiano de amarle, como lo hicieron las muchas generaciones que nos han precedido. Lo hacemos con estas palabras de tu Himno: Hijos de la tierra tortosina cantemos en nuestra Cinta, himnos de amor. Es la Cinta nuestra Reina, nuestra Madre, nuestro Tesoro. Venid tortosinos. Cinta lo pide, démosle el corazón. Amémosla, adorémosla, juremos defenderla hasta la muerte. Gritemos siempre a voz llena: ¡Nuestra Cinta, sobre todo! ¡Nuestro Cinta, sobre todo!

Amén»

† Sergi Gordo Rodríguez

Obispo de Tortosa